Capítulo 160 El congreso
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«Le pregunto y no contesta, me mira y sonríe, es la misma maldita sonrisa de entonces, pero yo no soy la misma»
Fobia
Nunca se lo he dicho a nadie. No soporto volar. Procuro evitarlo y cuando no tengo otra alternativa voy acumulando tensión gota a gota desde que tomo la decisión. Intento no pensarlo, hago como si no me afectara, convivo con una especie de parásito que de vez en cuando me lo recuerda. De esa forma llega el día, preparo el equipaje, salgo para el aeropuerto y el nivel de ansiedad va creciendo —porque la tensión ya tiene nombre—, paso el control y finjo que soy una persona normal, como las demás que esperan de pie o sentadas, leyendo o enviando mensajes. ¿O es que fingen tan bien como yo?
Ya estoy sentada en mi asiento con el cinturón abrochado. Pasillo, jamás ventanilla. Respiro hondo, trato de mantener mi aspecto de mujer tranquila, sé que lo aparento mientras calculo distancias a las salidas de emergencia. Es una conducta irracional que no supera ningún filtro crítico, es cuestión de minutos, en cuanto alce el vuelo todo habrá terminado porque solo dura lo que dura el despegue. Es absurdo, lo sé y nada que pueda decir o decirme a mí misma lo va a evitar, en cuanto el avión planee, tome altura y recoja el tren de aterrizaje todo habrá terminado, la ansiedad se disipa y me puedo poner a leer; pero ahora, mientras oigo rugir los motores justo antes de emprender la carrera por la pista, me agarro a los brazos del sillón, el aparato trepida, la inercia me pega al asiento, la cabina se levanta y yo siento que caigo hacia atrás, solo quiero que acabe, que acabe. Cuando dejo de escuchar las ruedas sé que flotamos, comienza el principio del fin, el momento crítico en el que todo puede pasar y a medida que el avión gana altura y se mece la ansiedad se diluye. Volamos, tal vez haya turbulencias, alguna vibración. Volamos, el comandante anunciará la maniobra de aproximación, el aparato descenderá bruscamente, se balanceará a uno y otro lado y aterrizará con más o menos destreza. Nada de eso logrará hacerme perder los nervios tanto como los eternos minutos que me arrancaron del suelo.
Ya estoy en Sevilla.
Miserable
Objetivo alcanzado, todo está preparado para la inauguración, todo menos lo que está a punto de suceder.
—Sabía que lo ibas a conseguir, estaba segura.
—Me parece mentira, creí que nunca llegaría este momento.
—Ahora solo tienes que dejar que los políticos se luzcan, cariño, tú ya has hecho lo que tenías que hacer.
—No estaré tranquilo hasta que termine.
—Va a salir bien, no te preocupes. He pensado tomarme jueves y viernes libre y coger el primer avión, ¿qué te parece?
La noticia me ha hecho saltar de la cama. Mi mujer en Sevilla en pleno fin de semana, cuando el congreso probablemente tenga la mayor afluencia de profesionales no me augura nada bueno.
—¿Qué, no dices nada?, no parece que te haga ilusión.
—Al contrario, lo que pasa es que no creo que vaya a poder dedicarte demasiado tiempo.
—Ya cuento con eso, pero luego tenemos la noche y Sevilla da mucho juego, no creas que me he olvidado.
—Claro —rectifico sobre la marcha—, va ser un fin de semana estupendo.
No sé si la convencí porque cambió de tema y enseguida se despidió. Yo me he quedado despierto dándole vueltas a los múltiples escenarios que se me van ocurriendo a medida que desecho uno u otro. El peor de todos es aquel en el que aparece Carlos con la misma actitud chulesca y nos aborda en medio de un grupo de colegas. ¿Otra vez he vuelto con mi amante? Alguien, tal vez Santiago, le reprocha que insulte a mi esposa y todo queda desvelado; él se jacta de haberse acostado con la mujer del cornudo en su propia casa, yo pierdo los estribos y lo noqueo.
Me visto, tengo claro que no voy a dormir. Preparo café mientras me parece escuchar la voz de mi madre diciéndome: «Las mentiras tienen las patas muy cortas, hijo», después de haber recibido una reprimenda por alguna de las trastadas que se cometen en la niñez. Era su manera de educarme allí, en la cocina de casa con un chocolate caliente y una lección que ahora, al calor de un café, dudo que haya aprendido.
No veo la manera de evitar que Carmen venga sin provocar un nuevo conflicto. Estoy barajando la idea de contarle mi desastroso encuentro con Carlos y acabo por renunciar, tal vez cuando ya esté aquí lo haga, tal vez. Me engaño a mí mismo, sé que estoy construyendo otra mentira paticorta a base de demorar una decisión que no tomaré.
Puedo hablar con Elena, si le pido que aleje a Carlos del congreso evitaremos un desastre.
Qué miserable. De nuevo Elena se convierte en un juguete en manos de unos y otros, cómo puedo pensar en hacer algo así.
Un miserable que no desecha del todo la idea.
El amanecer me encuentra despierto en el sofá con el cuello agarrotado. Voy directo a la cocina, un café y un analgésico me salvarán la mañana.
«Escucha, anoche me cogiste por sorpresa. Estoy encantado, pasaremos un fin de semana genial, quiero que veas lo que he montado, te va a gustar. Y luego por las noches, a patear Sevilla. Te quiero, cosita, te echo muchos de menos. Llámame»
Jueves
Volver a Sevilla era una cuenta pendiente; tenía la certeza de que no me iba a afectar, aún así no podía evitar una cierta intriga por volver a la ciudad donde todo comenzó. Ha pasado un año, no soy la misma mujer que paseó por el parque María Luisa, no estoy segura de que los recuerdos hayan quedado neutralizados después de tanto desengaño. He estado a punto de cancelar el viaje, la respuesta de Mario cuando se lo propuse resultó tan desalentadora que me hizo replanteármelo. Luego, el mensaje consiguió reflotar el proyecto. Está a punto de acabar esta etapa tan desagradable a la que nos ha sometido Santiago. Se merece un margen de confianza.
Le he mandando un mensaje anunciando mi llegada aunque no espero respuesta, debe de estar en plena vorágine. Voy directa al hotel y después de cambiarme tomo un taxi al centro de convenciones. La ciudad luce radiante, no sé por qué me emociona tanto estar aquí.
En recepción me entregan la acreditación. Todavía no hay demasiada afluencia. No podía imaginarme que hubieran hecho algo tan… desproporcionado, se ve la mano de los políticos en esto.
—Pero bueno, quién está aquí.
La voz es inconfundible a pesar de los años transcurridos. Los ojos y la sonrisa me devuelven al hombre que recuerdo y consigo reconstruirlo.
—Santiago, cuánto tiempo.
—Mucho, mucho tiempo. —dice y nos damos dos besos—. Estás estupenda. ¿qué es de tu vida?
Nos enredamos en nuestra trayectoria profesional, yo menos que él; me da pena ver en lo que se ha convertido aunque ya me lo advirtió Mario; una ruina física con signos de alcoholismo que dista mucho del vibrante profesor que conocí.
—¿Has venido a ver el congreso o a vigilar a tu marido?
—Mario no necesita que lo vigilen, es libre de hacer lo que quiera.
—¿Seguro?, si yo te contara…
—Todo lo que tenemos que saber ya nos lo contamos sin necesidad de intermediarios.
—Así que tú también…
—Yo también, ¿qué?
—Ya has llegado. —Mario aparece a tiempo de evitar una situación desagradable.
—Hola, cielo. Sí, nos estábamos saludando, le decía que lo veo igual que siempre, no ha cambiado nada.
Charlo con ellos agarrada de su brazo como si me lo fueran a arrebatar. A Santiago no le ha pasado desapercibido. Es lo que pretendía.
—¿Ha pasado algo? Parecíais tensos.
—Ya sabes cómo es, impertinente, pero lo tenía controlado.
—Te voy a enseñar esto. ¿El vuelo bien?
Demasiado despliegue, parece más una feria; hay stands de empresas que poco o nada tienen que ver con el objetivo de un evento puramente académico, Mario nota mi decepción y trata de justificar lo injustificable hasta que se rinde a la evidencia.
—Sé lo que estás pensando, esto parece el SIMO.
—No quería ser tan mala, pero es cierto. Solo falta un stand de venta de impresoras y CDs —le digo mostrándole un folleto sobre cursos de autoayuda que me acaban de ofrecer.
—Esto no es serio, pero dejé de preocuparme cuando entendí que ya no estaba en mis manos.
Hay demasiado público no profesional aunque no se lo digo, las conferencias comienzan más tarde y quiero pensar que la asistencia estará restringida. Mario me presenta a parte de su equipo; charlamos, le noto intranquilo, no deja de mirar a todos lados como si estuviera esperando a alguien. Santiago vuelve más relajado, quiere saber mi impresión y le miento. Me presenta a uno de los políticos que ha participado en convertir el evento en una feria. Me desnuda con la mirada. Mario está ajeno, atendiendo a dos colegas catalanes. El baboso insiste en invitarnos a tomar algo en la zona VIP. —¿Tenéis zona VIP?, pregunto con cierto retintín, ¡qué lujos! Les acompaño, aparto con delicadeza la mano de Santiago de mi cintura y llegamos a un amplio stand convertido en zona de descanso con guardia de seguridad en la entrada y al fondo una barra atendida por dos camareras exuberantes; nos sentamos en unos pequeños butacones bajos alrededor de una mesita cuadrada. Cerveza yo, ellos vino y no parece ser el primero. Babosín se interesa por mí, Santiago toma la palabra y hace una versión muy peculiar de mi persona que me hace sonreír. —Si tú lo dices… es mi respuesta.
—No pareces muy conforme con la presentación que ha hecho de ti. —dice sin dejar de bucear por el bajo de mi vestido que, dada la escasa altura de los asientos, muestra más de lo debido.
—Hace varios años que no nos vemos y parece que se le mezclan los recuerdos.
—Me encantaría escuchar tu versión.
—Mi versión, en un evento como este, lo mismo te aburre. —Le hago un corto recorrido por mis logros académicos y profesionales, no es lo que esperaba escuchar y abrevio.
—Y tú —le pregunto—, me han dicho que estás en la Consejería de Economía.
Sí, en Economía, pero enseguida recuerda que tiene un compromiso y nos abandona, ya no le intereso tanto. Santiago me reprocha cómo lo he tratado.
—Mujer, podías haber sido un poco más amable, qué te costaba.
—Es un baboso, ¿no has visto cómo me miraba? Venga, vámonos.
Nos separamos, doy una vuelta, me detengo en algún stand, charlo con unos colegas cántabros y al cabo de una hora de nuevo coincidimos, ¿casualidad? Volvemos a buscar a Mario, está con alguien de su equipo y me uno a ellos, al ver que no le hago caso se marcha, él sigue nervioso, propone salir a almorzar fuera. David, su compañero, sugiere un restaurante cercano donde tiene mesa reservada y se puede ir andando, me apetece más esta opción que la de tener que pedir taxi para ir y volver; porque esta tarde Mario presenta las ponencias y quiero verlo. No sé por qué insiste tanto en que nos vayamos a otra parte. Por fin se resigna y acepta.
David me cae bien, hemos congeniado enseguida, seguimos a Mario y a otro compañero que van delante, me cuenta cosas de Sevilla que no conocía, es hablador sin avasallar, hace agradable la charla y no acapara la conversación.
Llegamos al restaurante que ya está lleno, hacemos cola, Mario se impacienta y entra para averiguar cuánto nos falta. Sonreímos porque sabemos que es inútil y me fijo más en David. Tiene el rostro fino, nariz recta y pómulos marcados; la boca, de labios delgados con unos profundos surcos en las comisuras, se perfila más al sonreír y muestra unos dientes perfectos en los que destacan las paletas que le dan un aire de eterno adolescente si no fuera por la incipientes ojeras que rematan unos achinados ojos grisáceos; de pelo lacio, con amplias entradas, le sienta bien el corte largo que le cubre en parte las orejas.
Mario regresa e interrumpe mi examen encubierto tras una conversación intrascendente sobre el Museo Del Prado: no nos queda más remedio que esperar, dice y después de dedicarme una mirada cómplice —¿qué pensará que estoy haciendo?— vuelve a la charla con Luis (ya me he acordado de su nombre) que ha estado hablando por teléfono. La cola avanza, David y yo estamos cómodos y se nos va el tiempo en un santiamén cuando ya nos acompañan a la terraza aclimatada repleta de maceteros con grandes plantas ornamentales, la atravesamos y llegamos a una mesa redonda bien situada; el aire acondicionado me pone la piel de gallina, una mirada furtiva de Luis, sentado enfrente, y de Mario dejan claro que mi cuerpo ha reaccionado al contraste de temperatura, no es algo que pueda evitar son ellos quienes deben comportarse. David, sin embargo mantiene la corrección.
Luis es un andaluz con mucha guasa, demasiada para mí gusto, le cuesta centrarse en la conversación, anda un poco perdido, pero cuando se topa un par de veces con mi cara seria después de volver de mis pezones que continúan empeñados en hacerse notar consigo que se controle; Mario tiene temas pendientes con él y poco a poco nos vamos separando en dos grupos. David me ha vuelto a preguntar por el Prado y le hablo del Reina Sofía, le propongo un recorrido por otros museos que no suelen estar en los recorridos típicos. «Cuando pases por Madrid, llámame y te hago de guía»
Mario sigue inquieto mirando a todas partes como si esperase encontrarse con alguien. De pronto lo entiendo. Salimos hacia el recinto y me emparejo con él, ralentizo el paso para dejar distancia con los otros. Le pregunto y no contesta, me mira y sonríe, es la misma maldita sonrisa de entonces, pero yo no soy la misma.
—No te enfades.
—No estoy enfadada.
—¿Entonces, qué te pasa?
—No he venido a eso.
—¿A qué te refieres?
—Dímelo tú, ¿a qué estás jugando?
No es capaz, espera que sea yo la que descubra el juego y esta vez no, tiene que ser él quien levante las cartas.
Llegamos al recinto. Salvado por la campana. Entre el bullicio aparece la encargada de protocolo y se lo lleva, falta una hora para la presentación y David me ofrece un café, otro café. Sí, por qué no, ahora todos andan ocupados y la sala VIP está casi vacía; nos sentamos en una esquina, me apetece estar con él, hace que la conversación sea fácil y cada vez me gusta más, es guapísimo, es inteligente y divertido; si yo noto que le gusto él tiene que notar lo mismo, lo veo en la forma que me mira, lo siento en la manera que sonríe, en el cambio tan sutil que ha habido en el tono de nuestra voz, en las pequeñas pausas que nos tomamos cada vez que cogemos las tazas y bebemos sin apartar la mirada salvo cuando se le escapan los ojos a mi escote al inclinarme sobre la mesa; no se cohibe por ser descubierto ni yo se lo reprocho, al contrario; he cruzado las piernas como he podido en este sillón tan bajo y me temo que le estoy dando unas vistas tremendas. Bueno, temer es mucho decir. No me opongo a que pague y al salir, con su mano en mi espalda, tengo claro que nos vamos a acostar antes de que me vaya de Sevilla.
Mario está magnífico, se crece en estas ocasiones. Una vez acabada la conferencia conduce el debate con maestría, enlaza con la siguiente y sucede lo mismo; todo ha salido a la perfección. Consigo acercarme, me presenta, está feliz, le digo al oído que me marcho al hotel, quedamos en llamarnos. Tenemos planes para la noche.
David me llama a voces, llevo un buen rato tratando de encontrar un taxi, tarea imposible, se ofrece a llevarme, —Eres un ángel, le digo y le doy un beso en la mejilla, me agarro a su brazo y nos alejamos del tumulto hacia el parking de autoridades.
—¿Eres una autoridad?
—Con mando en plaza. —engola la voz.
—No sabes cómo me ponen los mandones.
—Pues yo, cuando me pongo dominante…
—¡Calla, por Dios, que me pierdes!
Montamos en un Jeep Cherokee, me sorprende y se lo digo:
—No te hacía con un Jeep, no te pega.
—¿Tan conservador te parezco?
—No sé, puede que sí.
—Qué sorpresas te da la gente ¿eh?
—Y la vida. ¿Y tú, qué piensas de mí?
—Que eres una mujer inteligente, segura de sí misma, muy sexy y si me lo permites…
—Habla, suéltalo.
—Me da la impresión de que eres muy independiente.
—Mucho, has acertado.
—Y que tu marido también lo es, no sé si estoy hablando de más.
—Por lo que te voy conociendo, no creo que te vayas a meter donde no debas y si es así ya te lo diré y asunto arreglado; por ahora vas bien. Te contesto: Mario también es muy independiente, ambos lo somos.
—Lo digo porque he visto cómo os miráis, hay química entre vosotros.
—Ya, David, supongo que lo dices por algo más.
Llegamos al hotel y se detiene en la puerta, nos miramos con ganas de continuar. Con ganas.
—¿Por qué no aparcas y terminamos esto?
—Dicho así suena tan sugerente…
—No le des tantas vueltas. Aparca.
No va a ser fácil, llevamos demasiado callejeando sin encontrar hueco pensando en lo que he dicho sin pensar.
—Es inútil, nos vamos a pasar la tarde dando vueltas; ve al hotel y entra en el parking.
—¿Seguro?
—Hazme caso.
—Mandas mucho tú.
—Ni te lo imaginas.
Los trámites en recepción me llevan cinco minutos; luego, ya que estamos aquí, propongo quedarnos en la cafetería del hotel, me duelen los pies de estar toda la tarde con tacones nuevos.
—¿Por dónde íbamos? —pregunto después de pedir las bebidas. Saphire con tónica, yo, lo mismo para él.
—Querías saber mi intención al decirte que veía química entre vosotros.
—Venga, desembucha.
—Supongo que sabes lo de Santiago y su mujer.
—Elvira, sí. Nos conocemos de lejos y desde que está en Madrid nos hemos visto alguna vez. No me vas a contar nada que no sepa sobre Mario y ella.
—Entonces…
—Ya te lo he dicho, somos muy independientes, aunque no creo que esa sea la palabra que nos define. Elvira fue el primer amor de Mario, yo llegué cuando ella comenzaba con Santiago pero no había dejado de querer a Mario y me odió. Éramos muy jóvenes, todo eso está superado y hablado, pero ahora que el matrimonio de Elvira está roto el viejo amor rebrota y por qué ponerle trabas, ¿no crees?
—¿Y tú?
—¿Yo? Feliz por ellos. A ver, David; nada está en peligro, yo también tengo mis… asuntos, por llamarlo de alguna manera que no suene escabroso.
—¿Amantes?
Y justo llega el camarero. Sirve las consumiciones en un denso silencio, muestro la llave, firmo la nota y cuando se marcha soltamos la risa que hemos aguantado.
—¿Tenias que decirlo? Sí, algún amante que otro. Te debo de estar dando una imagen espantosa.
—Al contrario.
—¿Al contrario? ¿Me ves ahora como una presa fácil?
—No he querido decir eso.
—Pues yo sí.
Dejamos las bebidas, tomo la iniciativa y le beso, sabía que no se iba a resistir. Es dulce y tierno, besa con delicadeza, me acaricia la mano, asciende por el brazo, llega al hombro con un suave roce sin descuidar en todo momento mi boca, se detiene en la mejilla; es un buen preludio de lo que puedo esperar y le invito:
—Me apetece mucho acostarme contigo, creo que ya te habías dado cuenta, ¿subimos?
Me levanto, le ofrezco la mano, los ascensores están cerca, no hablamos, no hay nada más que decir, al cerrarse las puertas me besa con una fuerza arrolladora, como a mí me gusta, va directo a mi pecho, lo rodea, apenas lo aprieta, qué contraste con el furor que pone en besarme. El sonido que anuncia la llegada a planta nos obliga a separarnos. Le sonrío, me gusta cómo actúa. Avanzamos sobre la silenciosa moqueta, abro la puerta y entramos en un mundo privado, le echo los brazos al cuello y él me toma por la cintura, muy abajo, deseo sentirle en el culo y como si me hubiera leído el pensamiento me aprieta los glúteos, es delicioso, sabe tocar, sabe besar, me acaricia la lengua con la suya, ronronea con voz grave, me levanta el vestido y le ayudo a sacarlo por la cabeza, mira de una manera que me hace sentir especial, sé que lo soy; en un instante se ha librado de la ropa, echo las manos atrás para soltarme el sujetador y lo lanzo al suelo, parece abrumado y me contagia su estupor; me siento orgullosa de mi cuerpo. Está trastornado con mis pechos y le dejo que se vuelque en ellos y juegue con los aros, se inclina y los besa por todas partes antes de centrarse en los pezones, me está volviendo loca, no hemos avanzado de la entrada y le digo que vayamos a la cama, obedece, aparto de un manotazo las pocas cosas que hay sobre ella y me arrodillo en el borde, David me imita y quedamos frente a frente, nos besamos, huele a hombre, a sudor reciente, nada de colonia, me excita. Lleva el vello recortado como Mario, le acaricio el pecho y le hago caer, le subo las manos cogidas por las muñecas, es mío, se deja hacer, me cruzo de rodillas sobre su cintura y le acaricio, es un buen ejemplar de macho. Siento la verga oculta bajo el bóxer pegada al pubis, me froto, lo cabalgo y busco que me toque, pero quiero más y me deslizo hacia abajo, quiero ver que es lo que me estaba clavando, lo acaricio por encima del bóxer y me hago una idea del calibre que gasta, ríe, qué habré hecho para hacerle reír, se deja manejar, me gusta; tiro de la prenda y colabora empinando el culo, aparece una hermosa polla.—¡Pero qué tenemos aquí!, exclamo disfrutando con el descubrimiento; qué me pasa, casi diría que me estoy meando. La atrapo con las dos manos y juego con los testículos, David cierra los ojos y se tensa. Necesito un preservativo. —Espera, le digo, me levanto y de camino a coger el bolso me quito las bragas y se las lanzo a la cara, él las coge al vuelo, las besa y las deja en la mesita de noche, este chico es un amor. Regreso con el condón en la mano y me lo pide con un gesto. —Déjame a mí. Me siento en la cama, abro el paquete con los dientes, está impaciente, le vuelvo a acariciar la verga, la tiene dura como una piedra, qué maravilla; me inclino, el pelo no le deja ver lo que estoy haciendo, tengo el condón en la boca, sigo acariciándole el glande y cuando me lo llevo a los labios entra directo en la funda, sigo meneándole y poco a poco voy cubriendo el tallo que entra en mi boca hasta el fondo, le escucho gemir, ya puedo mamarla entera; se incorpora y me acaricia la cabeza. —¿Qué haces? Me la clavo hasta el fondo. —¡Oh, por favor! Me encanta provocar la incredulidad. Se deja caer, yo sigo tragando, saliendo, trabajándole el glande, volviendo a tragármelo entero, aguanta, resopla, insiste en implorar a Dios y de pronto le tiemblan las piernas sin parar y noto el caudal a través del tallo. Qué lástima, qué desperdicio. Suspira profundamente, le retiro el condón, lo anudo y lo dejo en el suelo. Se tapa el rostro con el brazo, ¿por qué? recojo el condón y lo hago desaparecer en el cuarto de baño, me enjuago la boca. Aparece detrás de mí, nos miramos en el espejo, sonríe, me rodea con sus brazos, me besa en el cuello.
—Eres increíble, te debo una.
—Cuando quieras.
—Vamos a la cama.
Nos tumbamos uno al lado del otro, me acaricia la cara y no deja de besarme, es tan dulce que me enternece. Sus ojos sonríen antes de que su boca lo llegue a hacer. Me gusta. Le acaricio el cabello. Después de un tiempo infinito se incorpora y me besa los hombros, me mordisquea las clavículas camino de mis pechos, los recorre con los labios creando una suave caricia, un cosquilleo que me eriza la piel y los pezones, me besa las puntas, besitos pequeños que me hacen sonreír, elevó los brazos por encima de la cabeza, me estiro y vuelve hacia arriba a besarme las axilas; cómo me gusta. Le busco con mi boca y le beso donde alcanzo, baja otra vez y se recrea en mi estómago, lo vadea de un lado a otro invadiendo los costados. —Me haces cosquillas, le advierto y cambia los besos por pequeños mordiscos que aumentan la tortura, alcanza la cintura y sigue mordiéndome flojito, haciendo que me queje, que suspire y desee que llegue. Y llega, le oigo aspirar con fuerza, se está drogando con mi aroma, trata de aguantar y recorre uno de mis muslos por dentro pero no lo puede resistir, se mete más y le tengo ahí, besándome los labios, atrapado en mi coño. Bajo los brazos y le acaricio el cabello lacio que cae por mis muslos. Ya te tengo, David; eres mío.
…..
—¿Podremos volver a vernos antes de que te vayas?
—No creo, va a ser difícil.
—Me gustaría seguir en contacto, ¿y a ti?
—Claro, cuando vayas a Madrid llámame, podemos vernos, ya sabes, los museos, y después…
—No me refiero a eso, para mí lo de hoy ha significado mucho, lo que quería decir…
—Ya sé lo que quieres decir, David y no tiene sentido, lo verás claro mañana. Me gustas mucho, por eso te he invitado a subir, me apetecía tener sexo contigo y notaba que a ti te pasaba lo mismo; pero nada más, no hay nada más ni lo va a haber. Si vuelvo a Sevilla o vas por Madrid y nos apetece podemos repetir.
—No es lo que esperaba oír después de lo que ha pasado entre nosotros.
Me incorporo para poder mirarle a los ojos, voy intentar ser lo más suave y clara posible.
—¿Y qué es lo que ha pasado, me lo quieres explicar? Lo mismo que pasa a diario: chico conoce a chica, se gustan, le propone sexo y acaban en la cama, después se intercambian teléfonos y a lo mejor se vuelven a ver, o no. La diferencia es que esta vez es la chica la que le ha propuesto sexo al chico y el chico no está acostumbrado a ser el objeto en esta transacción sino el sujeto y le resulta incómodo, ¿es eso?
—Espera, espera, déjame que lo piense.
—¿Un cigarrillo?
Voy a fumar, lo llevo necesitando desde hace un rato, lo dejo en la cama dándole vueltas a una ecuación de primero de igualdad. David me parece un tío noble, no creo que le cueste asimilarlo. Saco dos tónicas del minibar se las enseño y acepta, las abro y las sirvo en unos pequeños vasos. Vuelvo a la cama. Le ofrezco el pitillo y la tónica.
—Puede que tengas razón y todo sea un problema de perspectiva.
—No te quepa la menor duda.
—Lo cual no quita para que ahora mismo esté loco por ti.
—Ponte a la cola. —bromeo.
—Eres…
Suena su móvil y deja la frase a medias, me mira preocupado.
—Es Mario.
—Cógelo.
—¿Qué le digo?
—¿Yo qué sé?, tú sabrás. La verdad —añado, porque me temo cualquier cosa.
Descuelga, está nervioso, no lo entiendo si sabe que entre Mario y yo no hay secretos. Deduzco que le ha preguntado por mí, le dice que está conmigo; me acerco al bolso y veo que estoy sin batería, le digo por señas que me lo pase.
—Mario, me he quedado sin batería, debe de ser que no lo cargué bien anoche
—Ya me extrañaba. He terminado, ¿dónde estáis?
Necesito pensar rápido, no hay alternativa.
—En el hotel.
—¿En tu hotel?
—En mi habitación, ya nos íbamos.
—Tranquila, no te apures, tómate el tiempo que quieras.
—No, en serio, ya habíamos... Ya nos íbamos.
He estado a punto de decirle que ya habíamos acabado, mierda. No contesta, espero y no contesta.
—¿Mario?
—Sí.
—¿Dónde quedamos?
—Había pensado ir a cenar a un sitio que te va a encantar, tengo la reserva para dentro de una hora, ¿te viene bien?
—Claro, me arreglo y te llamo.
David ha desaparecido, estará en el baño. Me gusta cómo se comporta, sabe cuando debe salir de escena. Espero a que vuelva para entrar yo, necesito orinar, ya me ducharé cuando se vaya. De vuelta lo encuentro vistiéndose. Lo abrazo desde atrás y se vuelve, nos besamos, no se resiste a acariciarme toda. —Debes irte, le recuerdo porque si no lo hago acabaremos otra vez en la cama, me conozco. Le cuesta soltarme pero al fin se va. Nos hemos quedado con ganas.
Me ducho, elijo algo ligero, lo complemento con unas sandalias bajas, me cambio los pendientes, busco unas pulseras y un collar de dos vueltas que le gusta y pido un taxi a recepción. Mario me ha enviado un mensaje con los datos del restaurante.
Llego con antelación, no lo veo; extraño en él con lo obseso de la puntualidad que es. Me acompañan a la mesa, pido un vino blanco y llega al mismo tiempo que Mario. Qué guapo está. Ese par de kilos que ha perdido le da un aire interesante. Me fijo en que algunas mujeres le miran al pasar. Me gusta. Al llegar se inclina y nos besamos, un beso en la boca que retengo lo que puedo.
—Estás preciosa, hace tiempo que no te veía ese vestido.
—No me lo pongo desde el verano pasado. Tú estás muy guapo.
—Gracias, ¿qué tal has pasado la tarde?
—¿Qué quieres saber?
—Lo que tú quieras contarme.
El azar me regala una interrupción oportuna: recogemos las cartas, pide un Rioja y yo dispongo de un tiempo extra para enfocar el relato. Se va el maitre y bebo un sorbo que añade un toque más de intriga. Juego con la mirada, es mi fuerte, lo sé y con Mario juego sucio.
—Me lo pusiste en bandeja.
—¿Quién, yo?
—No lo irás a negar.
—No tuve que hacer mucho, se notaba a la legua que te gustaba y él estaba embobado.
—Y tú, como siempre, jugando el juego que más te gusta.
—Solo te miré un par de veces.
—Eso es lo que te va, mirar.
—Qué mala eres.
—Menos mal que se ofreció a sacarme de allí, si no todavía estaría esperando un taxi.
—Qué amable.
—¿Sabes que tiene un Jeep? No le pega en absoluto.
—No lo sabía, ¿y qué más tiene?
Sonrío, que lo lea en mi cara.
—Es guapo, atento, inteligente. Me llevó al hotel, tomamos algo allí mismo; tenía los pies matados, y le invité a subir a mi habitación.
—¿Así?
—Así no. Le dije que quería acostarme con él, ambos lo queríamos, era evidente.
—¿Tan evidente era?
—Mucho. —Me deleito, se queda perdido en mi boca. Claro. Ha visto un beso en mis labios al pronunciar tan despacio.
—Y qué tal.
—No estuvo mal. Da la talla. No tienes de qué preocuparte, antes de llegar a eso me cercioré de que es un hombre discreto, no te va a causar problemas.
—¿Me ves preocupado? Lo conozco, nadie se va a enterar, estoy convencido.
Quiero dejar el tema y le pregunto por el evento, me cuenta lo que ha habido desde que me fui: reuniones, contactos, ese tipo de cosas que pueden generar negocio a medio plazo. Me preocupa, lo veo ilusionado con lo que pueda surgir.
—Supongo que esto no te va a hacer viajar más veces.
No me gusta, ha retirado la mirada antes de responder.
—No creo, en todo caso le diré a Emilio que se encargue, yo ya he tenido suficiente.
—¿Seguro?
—No veo la hora de recuperar mi vida.
Cenamos charlando de todo un poco, Mario sigue con esa conducta vigilante que le observé en la feria y de la que no es consciente, como si temiese encontrarse con alguien. Fuera del evento solo encuentro dos posibilidades: o Elena o Carlos. Yo también he pensado en la remota posibilidad de encontrarme con él pero no me preocupa hasta el punto de amargarme el viaje. A él sí y me pregunto por qué.
—¿Qué te pasa?
—¿A mí? nada.
—¿Seguro? No dejas de mirar a todos lados como si temieses encontrarte con alguien.
Mario es transparente y no puede ocultar que se siente descubierto. Aún así lo intenta.
—Qué va. —hace un amago de evasiva buscando al maitre.
—¿Crees que nos podemos encontrar con Carlos?, ¿es eso?
He dado en la diana, pocas veces palidece y ahora se ha quedado lívido. Lanzo una hipótesis que llevo tiempo barajando:
—¿Cuándo lo has visto? —No lo niega, así que es eso—. Cuando estuviste con Elena, por eso te costó tanto contármelo.
Dejo la servilleta en la mesa, Mario debe de pensar que me voy a levantar porque me sujeta la mano. No estoy tan enfadada como para marcharme, estoy absurdamente serena verificando una teoría.
—Escucha, sé que lo he hecho mal, pero se me vino el mundo encima. Carlos nos abordó por la calle, iba borracho, empezó a decir estupideces, tratamos de que nos dejara en paz, luego te insultó y ahí perdí los nervios.
—¿Qué quieres decir?
No me mira, no dice nada, no levanta la cabeza del plato. Me asusto.
—¿Qué hiciste, Mario?
—Le empujé, vino a por mí llamándote de todo… Le di un puñetazo y lo derribé.
—¡Estás loco!
—No podía dejar que te insultara después de lo que te había hecho.
—¿Y lo que le hemos hecho nosotros?
Se ha acabado la cena. Pienso en lo que debió de suceder y no puedo imaginarlo metido en una pelea callejera.
—¿Qué ganábamos con que te lo contara?
—Sinceridad, Mario, sinceridad. Has tenido más de una oportunidad. Siempre igual, no aprendes.
—Lo siento, hubiera acabado por contártelo pero…
—¿Cuándo, cuando a ti te pareciera conveniente?
Llega el maitre, retira los platos y rechazamos la carta de postres. No quiero terminar así, pido un café cortado.
—Escúchame: si por una casualidad aparece Carlos…
—No va a aparecer. —dice de manera tajante. Me preocupa.
—¿Lo amenazaste?
—Algo así.
—No me lo puedo creer, ¿desde cuándo te has convertido en un matón?
—Estaba… se me había subido la sangre a la cabeza, no sé que me pasó, ese tío llamándote…
—¿Puta? ¿Y se te sube la sangre a la cabeza porque me llamen puta? ¡no me jodas!
—No te burles. No me siento orgulloso de lo que hice pero se lo merecía. Le dije que no se le ocurriera acercarse a ti, que te dejara en paz, ya te ha jodido bastante la vida.
—Pero quién coño te crees que eres para salir en mi defensa ¿mi padre? —Estoy indignada, ahora sí que me levantaría y lo dejaría ahí, lamiéndose las heridas—. Si a Carlos se le ocurre aparecer a pesar de tus bravatas seré yo quien hable con él, no tú, y lo haré como una persona civilizada, ¿lo entiendes? Dime que lo entiendes.
—Que sí, joder.
—No sé por qué os tenéis que comportar como los ciervos en plena berrea.
—Porque sigue enamorado de ti.
—Pues en algún momento tendrá que hacerse a la idea de que yo no.
—Pero si dijiste…
—Ya sé lo que dije, hace mucho de eso y han pasado demasiadas cosas en mi vida desde entonces. Soy otra mujer.
—No hace tanto, ¿cómo puedes saberlo?
—Hace un siglo.
—No sé, Carmen, todavía recuerdo en plena semana santa cómo me confesabas que estabas perdidamente enamorada de Carlos.
Me irrita con tanta insistencia, a veces quisiera decirle que me deje en paz.
—No te lo tomes a mal, pero tu terapia de puta hizo algo más que abrir una parte de mí que no conocía; también hizo añicos otra parte que jamás, jamás va a volver.
Lo he hundido, lo lamento, me debería haber callado.
—¿Nos vamos? —asiente con un gesto y pide la cuenta.
Caminamos en silencio, voy cogida de su brazo, creo que lo he herido. No era mi intención.
—¿Por qué no me llevas al pub donde trabaja Candela?
Lo he sorprendido, lo sé porque le cuesta reaccionar.
—No sé si trabaja hoy, además, no he hablado con ella.
—¿No me dijiste que ya le habías dicho algo?
—Sí, sí, pero no le dije cuándo.
—Bueno, si está nos presentas y si no está me invitas a una copa y me disculpo contigo por hacer sido tan brusca.
—No tienes que disculparte, llevas toda la razón.
—Ya lo sé, pero no quiero verte así.
Nos besamos, estamos sellando la herida.
—Tendríamos que coger un taxi, está lejos para ir caminando.
Me acerco a la calzada y levanto el brazo, enseguida tengo uno a mi lado.
—No sé cómo le va a sentar que aparezcamos sin previo aviso.
—Es una profesional, se adaptará.
Según lo digo lo pienso mejor, a mí tampoco me apetece enfocarlo de un modo tan frio.
—Puede que sea más prudente hacerlo de otra forma: yo me quedo en el taxi y tú compruebas si está dentro, trata de hacerla salir para que la vea.
—¿Y cómo voy a hacer eso?
—No sé, haz que salga a fumar, o dile que está el ambiente muy cargado, o que hay mucho ruido.
—Suena muy forzado.
—Invéntate algo. Quiero verla antes de conocerla en persona.
—Puedo tardar, y no te lo garantizo.
—Eres muy persuasivo cuando te lo propones.
—Joder, Carmen.
Llegamos en quince minutos, tengo la impresión de que el taxista ha escuchado parte de la conversación. Mario le dice que pare enfrente del local. El taxista pone la radio y sintoniza el futbol, me pregunta si me importa, le digo que no. No deja de mirarme por el retrovisor, está claro que nos ha escuchado, lo que no sé es qué idea se habrá hecho. Saco el tabaco y enciendo un cigarrillo, me mira, bajo la ventanilla hasta la mitad y le ofrezco, se vuelve para cogerlo y me hace un repaso en profundidad. Cuarentón descuidado, patillas por debajo de la oreja, mal afeitado, pelo grasiento. Todo un ejemplar. Pasan los minutos, sube el contador. Meten un gol, lo canta a voz en grito y menea todo el taxi, se retuerce para compartir la alegría conmigo y otra vez me repasa entera. Por fin se abre la puerta del pub y sale una chica, detrás él.
Es… soy yo, o es parecida a mí, tan parecida que entiendo la obsesión de Mario. Es un poco más baja, la melena más larga, como la llevaba yo antes, con un ondulado diferente. Se vuelve pero antes me ha parecido ver que tiene más pecho. Hablan, Mario escucha con una sonrisa cautivadora. Si vuelve a mirar hacia el taxi se va a descubrir. De caderas somos parecidas y el culo… se vuelve, mira hacia un lado, sí, tiene más pecho, está demasiado lejos, no distingo bien sus facciones pero nos parecemos bastante.
—¿Ese no es el que venía contigo?
El taxista me tutea, le miro asombrada a través del espejo y se vuelve, me mira las piernas.
—Sí.
—Pues está hablando con una puta, te lo digo porque vengo mucho a descargar aquí y las conozco. Esta es una puta.
No le voy a contestar, sigo observándolos, por el rabillo del ojo veo que el taxista no deja de mirarme.
—¿Por qué no se vuelve y mira hacia delante?
Candela ríe, le cambia la expresión y se esfuma el parecido; no reímos igual. Se arregla el cabello con una mano, coquetea, quiere llevárselo a la cama.
—¿No te importa que tu marido esté con una puta?
—No es mi marido; además, eso a ti no te importa.
Mario la coge por la cintura, me lo está dedicando, sonrío, miró al retrovisor y me encuentro con los ojos del taxista.
— Te gusta mirar, es eso.
—Y a ti, enterarte de todo.
—Tranquila, fiera.
Cómo hemos llegado a esto. Tengo que reconducirlo.
—No me gusta mirar, tengo que mirar. Y ahora no me distraigas.
Lo dejo callado, no sé por cuánto tiempo, sigue conmigo el curso de los acontecimientos como si estuviera viviendo un hecho trascendental. Candela le ha puesto una mano sobre el hombro, un gesto seductor; si no estuviera aquí ya estarían camino de donde sea que suelen ir a follar. Me gusta esta mujer, es una compañera, quiero conocerla.
—Se la va a tirar. —dice bajando la voz.
—Calla, coño.
Me mira, lo noto.
—¿Y tú, qué eres?
Me ha calado.
—¿Sabes lo que cobra esa?
—Ni puta idea.
—Veinte mil. —Le miro, qué será que se queda alelado sin pestañear—. Yo, en Madrid, cobro cuatro veces más.
No reacciona, solo sus ojos siguen vivos y vuelan por mi escote, bajan a mis piernas hasta donde el respaldo se lo permite y se ceban en mis pezones que los siento duros como rocas, lo dejo ahí y vuelvo justo para ver a Candela entrar en el tugurio. Maldigo al taxista que me ha distraído. Mario espera a que se cierre la puerta, mira hacia el taxi y camina de frente.
—Síguelo.
—¿Qué?
—Que lo sigas. Despacio.
Mario cruza la plaza y después de pasar otro cruce se detiene, nos ponemos a su altura y lo recogemos.
—¿Qué tal?
—Bien, pero luego me cuentas.
Le hago una seña hacia el taxista y dice:
—Mejor damos un paseo.
Paga la carrera, le digo que le deje una buena propina y el taxista me lo agradece.
Hace una noche agradable, recuerdo que me dijo que no estaba lejos de su hotel y le propongo que busquemos algún sitio donde podamos hablar. Enseguida salimos de las bocacalles y entramos en una amplia avenida llena de locales de ocio que permanecen abiertos, entramos en un café medio vacío, nos advierten que cierran en media hora, suficiente.
—¿Qué te ha parecido?
—¿Cómo lograste sacarla?
—Estuvimos hablando un rato, le dije que me dolía la cabeza de tanto humo, no había muchos clientes y salimos fuera. Bueno, cuéntame.
—Es como me imaginaba, tiene un aire a mí.
—¿Un aire?
—Vale, nos parecemos un poco. Bastante —concedo para que no proteste—, pero no la he podido ver bien, estabais demasiado lejos y no había mucha luz. ¿Qué le has dicho?
—¿De ti? ¿Por qué estás tan segura de que le he hablado de ti?
—Porque te conozco. Venga, cuenta.
Bebe sin dejar de mirarme, todo para hacerme sufrir, el muy cabrito.
—Le he dicho que ya has venido y sigues empeñada en conocerla.
—¿Y?
No sé, parece que lo que va a decir no son buenas noticias.
—Se lo está tomando como un trabajo más, posiblemente porque se sienta insegura con todo esto. Cuando se lo dije hace unos días no se lo tomó muy bien.
—No me lo contaste.
—Ya. Primero se negó en redondo, le estuve tratando de explicar lo que querías.
—¿Sabe que me dedico a lo mismo que ella?
—¿Que eres una puta? Sí, pero no lo entiende, no te ve como a una igual, es comprensible.
—Para eso estoy yo aquí, para que me conozca y entienda que no estoy jugando.
—Se lo estuve contando, no sé si la llegue a convencer, el caso es que acepta verse contigo pero no se va a sentir cómoda y esta noche, al saber que ya estas aquí, la he visto indecisa, creo que se ha refugiado en la idea de hacerlo como un trabajo para tener el control.
—¿Qué es lo que quiere, cobrar por charlar conmigo?
—Eso es, lo mismo que cobra por un polvo.
—De acuerdo, me parece lo justo.
—No cantes victoria, lo mismo se echa atrás.
—No creo, es un trabajo y necesita el dinero.
—Por si acaso no te ilusiones.
—¿Nos vamos? Estoy cansada. —Me mira indeciso. Tonto—. ¿No me dijiste que tu hotel está cerca?
—Sí, claro.
Viernes
Me despierto, por un instante no sé dónde estoy, enseguida me ubico. Llegamos cerca de medianoche a su hotel; mientras él entraba en el baño yo me desnudé, me tumbé en la cama y consulté los mensajes del móvil. Debí de quedarme dormida. Siento su respiración pausada en el cuello, su mano en mi pecho, sus piernas siguiendo el curso de las mías. Mario, cómo te echaba de menos. Me estiro para tantear sobre la mesita en busca del móvil: las tres de la madrugada. Mi amor, en sueños, reacciona al movimiento y palpa el pecho que tiene cautivo, muevo la cintura, empujo el culo, responde, me clava la verga aún floja, empujo, responde, la verga da un pequeño salto, llevo el brazo hacia atrás y le acaricio la cadera y más allá, me empuja, la verga salta, se endurece por momentos, busca hueco entre mis nalgas, empujo, suspira, me aprieta el pecho, estiro la mano y acaricio algo más que la cadera, empuja, saco culo, ya tengo algo duro entre los glúteos, me vuelvo, me apodero de la polla que no ha terminado de crecer y me pongo a frotarla despacio, no quiero despertarlo todavía, suspira, se estira, vuelve a buscarme los pechos, esconde la cabeza en mi cuello, baja una mano por todo el costado, me aprieta el culo; me mata, este hombre me mata. Ya tiene la verga a punto, la quiero en la boca, ¿y si lo despierto? A la mierda, me deslizo con cuidado y entonces…
—Ya era hora, anoche me dejaste con la miel en los labios.
—¿Desde cuándo estás despierto
—Desde que empezaste a culear.
—Qué cabrito.
—¿Me vas a follar o vas a seguir con los preliminares?
—Primero tengo cosas que hacer por aquí abajo.
Me lo llevo a la boca y escucho un «joder» tembloroso que me excita aún más, le voy a dar la mejor mamada que pueda a mi maestro, a mi amor. Le quiero con locura.
El pasado siempre vuelve
Llevo toda la mañana de compras, necesito algunas cosas que, con las prisas de última hora, olvidé meter en la maleta. También quiero buscar algo apropiado para la cena que tendremos con el alto mando en pleno, incluidos los dos políticos que tanto daño le han hecho al proyecto original. A medio vestir en el probador suena el móvil.
—Dígame.
—Qué tal va la mañana.
—¿Cómo has conseguido este número?
—Se lo he pedido a Mario, me ha comentado que estarías por la ciudad y le he dicho que te iba a recomendar un par de sitios para visitar.
—David, ¿qué es lo que no entendiste de lo que hablamos ayer?
—Espera. Solo le pregunté por ti, nada más.
Cargo aire en los pulmones, tengo que calmarme.
—¿Qué querías?
—Saber cómo estás.
—Bien. Me coges en un mal momento.
—¿Estás ocupada?
—Probándome ropa, ¿hablamos luego?
Me molesta que se haya atrevido a pedir mi teléfono, debo aclararle las cosas.
He quedado con Mario a las tres en el restaurante de ayer, voy con tiempo de sobra, me paso por el hotel a dejar las bolsas, antes de salir paso al bar, pido una tónica, tengo que llamar al gabinete, no hay nada para mí. Cuelgo y me entra una llamada de Tomás.
—¿Qué tal por Sevilla?
—Mucho calor, ¿y tú, cómo estás?
—Te quería pedir un favor ya que estás ahí, ¿podrías hacer un hueco y ver a alguien? Solo sería saludarle de mi parte, tomar algo, una copa y entregarle un sobre que te enviaré hoy mismo por mensajero urgente.
—No sé, Tomás, voy con el tiempo muy ajustado.
—Lo entiendo, no te preocupes.
No puedo, me sabe mal negarme.
—Espera, ¿solo sería eso, tomar una copa y nada más?
—Es mi socio estratégico en Andalucía, podría enviárselo pero ya que estás me interesa cuidarlo, si puedo contar contigo te envío los últimos contratos pasados por notario y unos talones; luego tú haz lo que creas mejor.
Lo que crea mejor significa dejar a mi criterio convertir una copa y un saludo en lo que pueda derivarse de la conducta de un hombre al que no conozco, un hombre influyente que es consciente de su poder y que no dudará en hacerlo valer cuando me tenga delante. Pero es Tomás, si me lo está pidiendo es porque ha de ser realmente importante, de otro modo no interrumpiría mis vacaciones.
—¿Quién tiene el control, tú o él?
—No sé cómo me preguntas eso a estas alturas.
—Tienes razón.
—Deberías haberte dado cuenta de que no entro en negocios donde no tengo el control, pero entiendo por qué lo preguntas. A la más mínima cosa que no te guste, te vas sin dudarlo.
—De acuerdo, envíamelo al hotel.
—No sabes cómo te lo agradezco, cuenta con una comisión muy especial.
—No es necesario, me has pedido un favor.
—Es un negocio que a mí a final de año me reporta beneficios y tu trabajo ayuda a mejorar la cuenta de resultados, no lo olvides.
Le he dado la dirección del hotel, ya tengo el teléfono del contacto y en cuanto reciba el sobre lo llamaré. Necesito ropa adecuada, algo formal, no quiero que se haga una idea equivocada. Tengo que decírselo a Mario.
—Hola, no voy a llegar a tiempo de comer contigo, sigo de compras.
—¿Y eso?
—Me ha llamado Tomás, voy a tener trabajo mañana o pasado, no lo sé con seguridad. Es un contacto muy especial, ya que estoy aquí quiere que le entregue unos contratos y de paso le salude de su parte y tome algo con él, será poco tiempo, espero.
—Cuando te vea no creo que se conforme con eso.
—No lo sé.
—Come, no hagas como siempre que vas de compras.
—No te preocupes, te quiero.
—Y yo a ti.
Termino eligiendo un traje de chaqueta y pantalón blanco y una blusa de seda a juego; no tengo calzado apropiado y me llevo unas sandalias preciosas. Vuelvo al hotel, necesito una ducha.
—¿Qué haces aquí?
—Esperarte. Escuché a Mario decir que estabas de compras y pensé que en algún momento tendrías que venir a dejar las bolsas.
Debería enfadarme, esto empieza a tener tintes de acoso, pero la expresión de niño que espera una reprimenda me desarma.
—¿Y qué esperas, que te de la medalla al buen paje? Vamos, sígueme. Y cógeme alguna bolsa, haz algo útil.
Me dirijo a la cafetería, llevo toda la mañana sin probar bocado y empiezo a tener hambre.
—¿Has comido? No, claro que no, has salido corriendo a hacer guardia, como si lo viera.
No se cree mi enfado, yo tampoco, pido un plato combinado: ensalada y una pechuga de pollo braseado, él pide lo mismo.
—Espérame, no me sigas, voy a hacer pis.
Vuelvo y lo encuentro al teléfono, procuro no inmiscuirme.
—Mi madre, sigue pensando que no he crecido.
—A casi todas las madres les cuesta dejar de vernos como sus pequeños. —Aparto una sombra que se cruza por mi cabeza.
—Desde que murió mi padre se ha volcado en mi hermana y en mí, es natural.
—Lo siento, ¿hace mucho?
—Un año.
—Es pronto, dadle tiempo, ¿qué edad tiene?
—Es joven, se casaron pronto y me tuvieron enseguida.
—Se recuperará, procurad que no se encierre en casa.
—Eso intentamos, tenían muchos amigos que tratan de ayudarla a salir adelante, y tiene a mi tía.
Me cuenta cosas de su juventud y pienso que podríamos llegar a ser amigos si no estuviéramos tan lejos. Traen los postres, pido café. Ha sido una comida agradable. Intento pasarlo a la cuenta de la habitación pero no me deja e insiste en invitarme. Salimos al hall, es hora de despedirse.
—Bueno…
—Me voy a arreglar y me acercaré al evento, creo que esta tarde tiene una conferencia Mario.
—Sí, a las seis. Yo me voy para allá, tengo algunas cosas que hacer.
—Si me esperas, nos vamos juntos.
—Estupendo.
—Me doy una ducha y en veinte minutos estoy lista.
—Estaré en la cafetería.
Se aleja, es absurdo. Me gusta, me apetece.
—Sube, no te voy a tener esperando aquí abajo.
Se vuelve y me mira como si no se lo creyera. En el ascensor no hablamos, pero cuando solo quedan dos pisos le retiro el cabello lacio y lo beso, no lo puedo evitar, lo beso con ganas, me abraza con todas sus fuerzas y me come la boca como si fuéramos a hacerlo ahí mismo, en la cabina.
—Vamos. —le digo metiéndole prisa. Entramos en la habitación, le voy arrancando la ropa y él no se queda quieto, me está desnudando con la violencia que ayer no demostró. Creo que me ha roto el sujetador. Debería lavarme pero cualquiera para esto. Me ha tirado a la cama, joder, cómo me gusta esta versión de David. Me saca las bragas, lo único que me quedaba, y esta vez las huele un buen rato mirándome a los ojos. Qué animal. Tiene la polla vibrando y no puedo apartar los ojos. Separo las piernas, doblo las rodillas, me ofrezco como una puta viciosa, es lo que soy. Se sube a la cama y viene a por mí. —Te voy a follar como te mereces. Se echa encima y maneja la polla con una mano, la engrasa en mi raja y la hunde más despacio de lo que esperaba. Me deshago, gimoteo de una forma que no me reconozco, cómo maneja la polla el cabrón, eso no es lo que hizo ayer, contundente, implacable, sin parar de percutir y yo no paro de lloriquear, mantengo las piernas en vilo para poder ver como me la mete, es lo que me pide el cuerpo, mirar como entra y sale de mi cuerpo ese cilindro brillante que me está matando; su corta melena oscila al ritmo de nuestros cuerpos y me excita más aún porque es tan guapo, tan masculino, es pura fibra; me mira y se lanza al cuello, lo abrazo y me pongo a temblar, me lo va a dejar destrozado pero no puedo decirle que pare porque me está llevando al cielo, joder. Me corro, me corro, dónde coño dejé los condones.
—Estamos locos, ¿y los condones?
—Yo me fío de ti.
—Tendré que fiarme de ti.
—No nos queda otra. —Le ríen los ojos y se le achinan un poco más, Dios, qué ojos.
—Estamos locos. —repito, intento ponerme seria pero le miro. Qué guapo es—. Escúchame.
—Ya sé lo que me vas a decir.
—No, no lo sabes. Si lo supieras no habrías aparecido en la puerta de mi hotel con ojitos de perro abandonado. No te rías. Es la última vez que me haces esto, te lo digo en serio. No puedes entrar en mi vida a saco. Si vuelve a ocurrir algo así empezaré a sentirme inquieta y eso no es lo que ni tú ni yo queremos. Tengo cosas que hacer en Sevilla además de pasar por el congreso, no me compliques la vida, por favor, lo hemos pasado bien pero hasta aquí. Se acabó.
—De acuerdo, lo siento.
—No lo sientas, de ahora en adelante, amigos, nada más. ¿podrás hacerlo?
—Cuenta con ello.
Estoy tentada de invitarle a ducharse conmigo, sería un error. Le dejo que se asee y se vista. Nos besamos en la puerta. Al final nos iremos por separado. Me doy una ducha rápida y me pongo algo cómodo. Poco después voy camino del recinto ferial. Llego tarde, Mario ya ha comenzado. Me cuesta atender la exposición, tengo demasiadas cosas en la cabeza.
Después del debate espero a que terminen las preguntas y las felicitaciones, me hace señas para que me acerque.
—¿Qué te ha parecido?
—Interesante.
—No te ha gustado.
—No es eso, es que me ha costado concentrarme.
—¿Preocupada por lo de Tomás?
—Un poco, no venía con intención de trabajar.
—Díselo.
—No puedo, es un asunto importante.
—Entonces no te apures, hazlo y ya está.
—Eres un sol.
—Tengo una reunión con el comité, será solo una hora, ¿me esperas?
—Ya sé lo que son esas cosas, mejor me llamas cuando acabes y quedamos en algún sitio.
—Lo siento.
Sabía a lo que venía, ahora se me presenta el resto de la tarde libre para…
—Espera, ¡Mario! ¡Mario!
Al fin me oye, se vuelve y desanda el camino.
—Dime.
—Déjame tu móvil.
—¿Qué quieres?
—Necesito un teléfono.
Me lo da, lo desbloqueo y busco en la agenda, ya lo tengo, cierro la agenda.
—Toma, hasta luego.
Salgo, el calor remite, cojo mi móvil y marco el número que he memorizado. Suena un tono, dos.
—¿Elena? Soy Carmen.
No se porque me de que entre Carlos y Carmen van a saltar chispas, deseando de leer wl encuentro entre Carmen y Macarena, me da que se van a terminar entendiendo a la perfección.
ResponderEliminarMe a gustado mucho el pensamiento de Mario recordando a su madre, mi madre me decía lo mismo. Hace 20 años que murió y la sigo hechizado de menos cada día.
Lo has dejado en lo mejor puñeteros, cada día me gusta más la interacción entre Carmen y Mario. Poco a poco van recuperando la sintonia del principio.
Carmen, Mario gracias por dejarnos viajar por vuestra vida, llena de sorpresas.
Estoy bastante de acuerdo con Apasionado, creo que con Macarena se va a entender bien, y que Carmen y Mario cada vez se les ve con más complicidad.
ResponderEliminarCreo que Carmen estuvo a punto de hacer saltar otra vez todo por los aires. No se si el comentario de Mario, de que en la sierra se rompió algo de el que nunca recuperara, le hizo frenar y entendió en parte que el silencio de Mario con respecto a Carlos.
¿Que querrá Carmen de Elena?
Gracias Mario por este gran relato.
Tal vez no ha quedado claro el dialogo. No es él sino Carmen quien declara que en semana santa se hizo añicos una parte de ella que nunca va a volver. Por otra parte hablamos de Candela, no de Macarena.
ResponderEliminarJajaja, es verdad, era candela, Carmen lo que quiere de Elena es contactar con Carlos.
ResponderEliminarYo no me he creído que Carmen no siga enamorada de Carlos, Carmen entiende los miedos de Mario y más después de tener la conversación que tuvo sobre su ex mujer.
No se que pasará cuando Carlos y Carmen se encuentren, lo malo que veo es que Carmen lo va a Hacer a espaldas de Mario y rs un mal aviso que tienen tanto uno como la otra.
TORCO
ResponderEliminarLo he leído y parece que somos familia. Comparto con Carmen mi padecimiento antes y durante un vuelo. Para alquilar balcones mi "bautismo de vuelo" Buenos Aires- Madrid.
Y con Mario ese vicio de dejar para una mejor oportunidad lo que tendrías que lanzar en ese mismo momento.
Para peor, la lectura del Diario es a dúo. Quince días antes tuvimos una bronca por un hecho de esta naturaleza.
La bronca de estos tiempos difiere del tenor de las de antaño. Mi compañera con los años además de mantenerse hermosa adquirió una cuota de perversidad que no saben.
Antes era bronca de la buena con días de silencio y abstinencia, además del exilio a mi estudio con la gracia que ello le hacía a la traidora de mi hija
Ahora no. Hay un poco de bronca y como al boxeador que lo sorprenden a contrapierna en el medio del ring, lanza esa pregunta que años hombres nos da pánico "por qué Carlos".
Ese es mi nombre. Claro cuando todo es armonía soy "amor", "bonito" etc. Pero cuando las papas queman soy Carlos.
Ahora, querido amigo era necesario plasmarlo en el relato?
Con respecto al final, pensaba que el encuentro entre Carlos y Carmen surgiría de casualidad.
Estoy empanado, no me entero de lo que leo y además confundo los nombres.
ResponderEliminarEn el diálogo cuando comentan la terapia de puta, entendí que era Mario el que lo decía, ya que no solo ha cambiado Carmen como todos vemos, sino también Mario que tiene más que asumido y asimilado que Carmen ya no es la que era. Hace tiempo que va muy por detrás de Carmen, incluso en este relato se ve.
Viaja a Sevilla para apoyarlo y a pasar el fin de semana con Mario, y se aloja en un hotel diferente al de su marido. Le llama Tomas y Mario solo le queda esperar que el trabajo no se solape con su tiempo libre. Es cierto que Mario sabe que es trabajo y le ha dicho que lo respeta, pero es el segundo fin de semana de vacaciones que Tomas interrumpe. El Mario del principio quería controlar todo y el de ahora en muchas ocasiones no controla ni sus miedos.
De todas formas espero leerlo de nuevo el fin de semana con más calma que seguro que me perdí en muchas cosas y otras no las he interpretado bien.
Kiko
Independientemente de lo que de forma subjetiva sienta, es decir, me encuentro ante una impresionante obra de arte de la literatura erótica, y ante un Diario, de forma objetiva diría que a veces abusas de las frases cortas lo que empuja a una lectura un tanto desordenada y demasiado tensa, al mismo tiempo que te refugias en exceso en las escenas de sexo. No digo que esto aburra pero reconozco que echa un manto que impide ver con claridad el sentido de la obra, como literaria, no como Diario.
ResponderEliminarUn beso
Como entiendo lo que le pasa a Carmen a bordo de un avión, lo escribe tan bien que he sentido cada una de sus sensaciones, yo también soy un cobarde que no aguanta un vuelo a Barcelona y mucho menos el que hice hace poco a Amsterdam.
ResponderEliminarLa relación con el compañero de Mario me recuerda a una serie irlandesa que vi el año pasado en netflix. Una poli inglesa va a dublin y se lleva a la cama a un poli irlandés porque le apetece, y pasa lo mismo, los mandos policiales se lo critican porque es mujer, si fuera un tio le darían palmaditas en la espalda y ella le recuerda a su jefe que estuvieron liados un par de años antes. Hipocresía machista. Por cierto, la policía era la actriz que hizo de Scully en expediente X, muy buena.
Me gusta el control que tiene sobre el taxista mientras vigila la conversación de Candela con mario, me recuerda la escena que improvisó con otro taxista hace bastantes capítulos. Si alguien recuerda dónde fue que me lo diga por favor.
Y nos vuelves a dejar con la tensión de lo que ocurrirá cuando se junte con Elena, eres un poco cabroncete. Yo esperaba que resolvieras la tensión que dejaste en el capítulo anterior cuando dejaste en el aire la conversación entre Tomás y Carmen cuando se despiden hasta setiembre con un ¿por qué? y nada de nada. Eres un sádico.
Hola.
ResponderEliminarDosoctavas, lo que buscas sobre el taxista creo que está en el capítulo 122.
Saludos
Wiru
Gracias WIRU, vaya capitulazo ese y el 121, los he vuelto a leer los dos y me han vuelto a poner no digo como. en uno de ellos dice Tomas que es el bautismo de Carmen se refiere a que Carmen le hace un truco para que le pague por acostarse con ella, es una escena brutal. y la del taxista que te pedía es otra escena genial. gracias por localizarla.
ResponderEliminarDe nada Dosoctavas
ResponderEliminarEncantado de ayudarte
Un saludo
Wiru
Buff que ganas de leer la conversación entre Carmen e Irene.
ResponderEliminarTORCO
ResponderEliminarEn este juego de ponerle música a los relatos, propongo para el encuentro de Carmen con Carlos, Cómo te atreves a volver de Morat.
"Por qué tuviste que volver
Tantas mentiras que al final no veo
Nunca fuí bueno para distinguir
Al fin y al cabo, siempre me las creo.
Querido amigo, Morat no supera el umbral de mínimos para ser una opción aceptable. Lo siento.
ResponderEliminarTORCO
ResponderEliminarMala mía. Mi desconocimiento musical me ha jugado e contra. Trataré de levantar la puntería ja ja.
TORCO
ResponderEliminarMe dice la jefa que soy un pesado, pero no puedo evitarlo. Te invito a que escuches Como dos extraños.
Cómo diría mi padre un tango de los UE se bailan
Sobre gustos no hay nada escrito y no soy quién para imponer los míos, lo que ocurre es que me gusta seguir una línea en la que ese tipo de música no encaja sin que eso signifique descalificarla. Personalmente no me gusta, solo es cuestión de gustos como dije.
ResponderEliminar¿Desconocimiento musical Torco?, a mi lado eres un genio de la música, a mi ni me sonaba esa canción que comentabas.
ResponderEliminarTORCO
ResponderEliminarQuerido Mario, coincido sobre el tema de los gustos. En realidad me enganché con una parte de la letra. Algo que sonaba como un reproche lógico de Carlos hacia Carmen.
De quienes forman este grupo, cero información hasta que gracias a YouTube pude castigar a mis oídos. Perdón Nano y Joaquín.
Gracias APASIONADO por tus palabras. Igual creo que el encuentro entre el sevillano y Carmen bien vale un tango. Por eso seguiré mi búsqueda.
No hay de que amigo Torco.
ResponderEliminarHablando de tango, Torco y yo tenemos un homenaje pendiente a Gardel, está hablado y está escrito. No sé cuándo se publicará porque falta la parte Zen: pico y pala, dar cera y pulir cera y algunas escenas que se resisten a salir a la luz y por el momento está en el dique seco.
ResponderEliminarAnoche me entretuve en buscar donde comenzó la historia del congreso, fue en el capítulo 95 Emilio le propone ir a Sevilla a ver a Santiago para ver si puede meterse en ese proyecto. Me ha gustado volver a leerlo después de tanto tiempo porque se publicó hace casi siete años, en diciembre de 2015 y no lo había vuelto a leer, se presenta a Santiago y a Elvira y se cuenta lo que fue la época del final de la diatadura, es un buen capítulo. Que curioso, Mario cuanta que también le tiene miedo a volar, Carmen dice que su fobia no la sabe ni Mario, ¿sabrá ella la suya?
ResponderEliminarMe sigue sorprendiendo los ritmos del diario, siete años para contar la historia del congreso que dura en realidad un par de meses, quiero decir que me sorprende en positivo. Será por estas cosas por lo que estoy tan enganchado. Quince años de diario para contar un año de historia, a los que le parece aburrido ya se han ido. Los demás aquí seguimos y seguiremos. Forza, Mario que diría Domenico.
Hay un diálogo muy divertido sobre el respeto al avión de ambos que ya está escrito y no quiero destripar ahora.
ResponderEliminarTORCO
ResponderEliminarSiguiendo en el tema gardeliano, hay un tango, Cuesta Abajo, dónde parte de su
letra la podría cantar Carlos.
Dice "Ahora triste, en la pendiente
Solitario y ya vencido yo me quiero confesar
Si aquella boca mentía el amor que me ofrecía
Por aquellos ojos brujos yo habría dado siempre más".
No ae yo si será bueno para Carlos ver otra vez a Carmen, el tío está hecho polvo. Carmen ya no es la misma que el conocio.
ResponderEliminarYo creo que no le renta, lo mejor sería que tendrían una conversación donde lo aclaren todo, se pidan perdón el uno al otro y cada uno por su lado.
Coincido con Apasionado. La situación de Carlos no es la mejor y puede reventar en cualquier momento.
ResponderEliminarY con respecto a la música, que ignorante soy. Ya lo sabía, pero lo confirmó con los comentarios, me entero igual si los hacéis en chino.
Por cierto, soy dosoctavas. Me olvidé de decirlo antes, no puedo entrar con mi cuenta desde el trabajo.
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