Capítulo 161 Puta de barra de bar (1)
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Viernes
—Lo vi por casualidad, no sé cuánto llevaría allí, lo vi y estuve a punto de decirle a mis amigas que nos fuéramos a otro sitio, entonces pensé que no tenía por qué alterarme la vida alguien a quien no le importo una mierda; pero no podía evitarlo, en cuanto me descuidaba estaba pendiente de él. De pronto se volvió como si hubiera sentido mi presencia. Te parecerá una locura.
—Lo entiendo, esas cosas pasan.
—Me habló como si nos hubiésemos visto ayer, ¿te lo puedes creer? No soy de montar escenas, hay muchas maneras de mandar a tomar por culo a una persona sin que los demás se enteren; pero tiene aguante, o yo soy tonta, no lo sé. Seguimos hablando, había demasiado ruido y nos fuimos; al día siguiente me costó dar una explicación coherente a mis amigas por haberlas dejado plantadas. En la calle se comportó como si no hubiera pasado nada ¿me entiendes?, como si no me hubiese dejado colgada después de presentarse en Toledo y… En fin, no sé por qué le hago caso.
—Porque tiene algo, un encanto especial que por mucho que nos haga daño volvemos a caer una y otra vez.
Me escucha y sabe que estoy compartiendo algo muy íntimo que nos une.
—Nos sentamos en una terraza, debería haberle dicho que no, parece que siempre cedo con él. Le pregunté por ti, me dijo que os seguíais viendo de vez en cuando. No me valía, la razón por la que accedí a acompañarlo fue porque era la oportunidad para preguntarle qué había pasado entre Carlos y tú. Desde que rompisteis no sabes lo que ha cambiado.
—No quiero saberlo.
—¿En serio? No sé de quien fue la culpa pero las consecuencias han sido tremendas. ¿Mario no te ha contado nada?
—¿Y a ti?
—Me dijo que lo que pasó entre vosotros te arruinó la vida.
—Eso piensa, que me arruinó la vida.
—Dice que ya no eres la mujer que conocí.
—Mira, ahí tiene razón.
—Pues ya sois dos, Carlos no es ni de lejos el que era, está empeñado en destrozarse la vida.
—Y a los demás, porque creo que tuvisteis una bronca en plena calle.
—Veo que algo sí te ha contado, ¿qué más te ha contado?
—Que ya sabes que soy su mujer. Supongo que no te debió de sorprender demasiado, siempre lo sospechaste.
—Los hombres son más ingenuos que nosotras. Era bastante evidente por la forma en que se comportaba. Bueno, y tu actuación por lo de las habitaciones al salir de la discoteca fue de traca.
—¿Y por qué nunca has dicho nada?
—¿Para qué? Carlos jamás me habría hecho caso.
—Fue una locura. Vinimos al congreso sin ninguna intención, durante el camino se le ocurrió una fantasía: hacernos pasar por amantes, vivir durante unos días como si no estuviésemos casados. Tenía su morbo y acepté, me apetecía probar a ser otra vez libre, moverme delante de Mario sin el freno que les supone a los hombres la cercanía de un marido. No sé por qué tuvo que complicarlo; le dijo que yo estaba casada, eso no estaba pactado, me enfadé y subí la apuesta: me inventé la orgía con unos amigos que no existían, todo para vengarme de él. No nos dimos cuenta de que estábamos jugando con los sentimientos de una tercera persona.
—Ahora entiendo la escenita cuando te enteraste de que había unas habitaciones reservadas en el hotel al lado de la discoteca, pensaste que se iba a desmadrar.
—No solo eso, pensé que lo tenían amañado entre ellos y me sentí utilizada. Luego, cuando se estaba complicando decidimos marcharnos antes de tiempo.
—Huísteis.
—Es cierto, tuve miedo.
—¿Te imaginas cómo me quedé? Porque lo sabes, ¿no?
—¿Te refieres a lo vuestro?, me enteré unos meses más tarde.
—¿Te lo ocultó?
—No fue capaz de contármelo. Es igual, ya se lo he perdonado. La cuestión es que no conseguía olvidar lo que había vivido, Mario tampoco pero por otros motivos y poco después volvimos a ponernos en contacto, le dio mi teléfono y reanudamos la relación.
—Lo recuerdo, parecía un chaval. Sin embargo Mario se olvidó de mí por completo.
—No sabes cuánto lo siento, Cuando supe lo vuestro le insistí varias veces en que se había portado fatal y debía llamarte.
—Ya sé que fuiste tú quien le dijo que estaba en Toledo. ¿Por qué lo hiciste?
—Me puse en tu lugar, sé lo que siente por ti y…
—¿Y qué siente? Porque yo no lo entiendo y menos desde que sé que es tu marido.
—Déjame que siga y puede que lo comprendas. Durante el invierno pasé una crisis en el trabajo muy dura, sufrí el acoso de un compañero, no lo supe gestionar y Mario no ayudaba, de alguna manera lo veía como un episodio más del juego que habíamos iniciado aquí y me instaba a manejarlo para… Verás, se estaba gestando mi ascenso a directora de un departamento y un compañero me manipuló, se presentó como si fuera mi supervisor, quien tendría la última palabra; era falso pero yo no lo sabía. Mario me animó a instrumentalizar su acoso para ganar ese ascenso sin llegar a ceder del todo; no sé por qué accedí. Hablaba con Carlos a diario y me servía para limpiarme de la suciedad en la que vivía el resto del día. No puedo hacer recaer toda la culpa en Mario, yo acepté hacer lo que hice para conseguir el puesto, estaba trastornada. No, no es del todo cierto; sabía lo que estaba haciendo: manipular a esa persona para que me diera el puesto a cambio de pequeñas concesiones de tipo sexual; sí, como lo oyes. Mario me animaba, me decía que solo era un juego en el que el acosador era un peón en mis manos. No sé cómo llegué a creerlo. Se me fue de las manos y acabé por dejarle hacer cosas que nunca pensé que consentiría.
—¿Y Carlos?
—Jamás se enteró de lo que estaba pasando. Al final, casi al final se detuvo y quedó al descubierto, pero ya daba igual, el daño estaba hecho. Solo me salvó el apoyo de Carlos, pero por el camino se enamoró de mí sin que yo lo viera venir.
—Yo sí, estaba profundamente enamorado.
—El día que se declaró fui incapaz de decirle la verdad, me sentí sobrepasada, hubiera necesitado tenerlo delante como estamos tú y yo ahora para poder confesarle lo que había pasado en verano y quién soy yo en realidad; traté de decirle que se estaba precipitando y lo entendió mal, se sintió rechazado y me dijo cosas horribles, sacó a relucir todo lo malo: la orgía falsa; mis supuestos amantes; mi relación con Mario; mi falso marido consentidor. Le dejé que se desahogara, me lo merecía y supe que se estaba despidiendo la persona que más me había ayudado y a la que yo también quería.
—¿Le querías?
—Tardé en reconocerlo. Es cierto, me había enamorado de él, ¿es posible amar a dos hombres a la vez?, te aseguro que es posible; pero han pasado demasiadas cosas en mi vida desde entonces, Carlos ya es historia.
Elena está abrumada, no debo seguir. Le hago una seña al camarero, necesito otro vino. Enciendo un cigarrillo, me disculpo y le ofrezco el paquete. Después de una profunda calada comienza a hablar:
—Nos encontramos con Carlos cuando ya íbamos de recogida, no lo vimos y nos jaleó; estaba bebido, últimamente bebe más de la cuenta, dijo algo desagradable sobre ti.
—¿Qué es lo que dijo?
—Le preguntó si se había traído una amiguita para divertirse a costa de algún pardillo. Tratamos de ignorarlo pero no nos dejó en paz, le llamó asaltacunas, Mario le insultó y se lió. Lo cierto es que intentamos evitarlo, Carlos se fue a por él y Mario lo empujó para alejarlo. No es la primera bronca en la que se mete y siempre acaba mal, esta vez volvió con ganas de armarla, dijo algo feo sobre ti y Mario lo insultó y lo empujó con tanta fuerza que lo lanzó contra las mesas. Carlos estaba ciego y arremetió con un puñetazo que pudo esquivar pero el de Mario lo derribó. Podía haber ocurrido una tragedia, si llega a caer un poco más a la izquierda se habría dado en la nuca con el pico de la mesa. Tratamos de levantarlo entre varios, Mario se acercó, pensé que no se iba a contener, pero solo le amenazó, no se me olvidará en la vida.
—¿Qué le dijo?
—Que no tiene ni idea del daño que te ha hecho, que te ha destrozado la vida. Luego dejó unos billetes en la mesa, por el estropicio e hizo intención de marcharse, pero volvió para advertirle que no se le ocurriera acercarse a ti. Daba miedo.
Recuerdo la crispación de Mario en la terraza de casa poco antes de contarme que había visto a Elena, estaría rememorando esa escena; quiero creer que estuvo pensando cómo contármelo. Tengo que hablar con él.
—Volvimos a vernos. En vista de que no me llamaba lo hice yo, me preocupaba cómo se había ido.
—Espera. ¿Y Carlos, qué pasó con él?
—Nada, no conseguí retenerlo, le ayudamos a levantar y en cuanto se mantuvo en pie dijo que lo dejáramos en paz y se fue. Ya te he dicho que no está bien, parece empeñado en arruinarse la vida, no es la primera vez que se mete en una pelea; perdió el puesto que tenía en Córdoba, en cuestión de dos años pensaba llegar a jefe de departamento pero empezó a beber y a ausentarse sin justificación y al cabo de unos meses le invitaron a marcharse, ahora está aquí en Sevilla trabajando en un centro de ayuda a drogodependientes, no es lo que quería pero no le va mal.
Tengo un nudo en el pecho que no me deja respirar. Apuro el vino, aviso al camarero y cuando se acerca le hago un gesto para que no venga.
—¿Qué me ibas a contar de Mario?
—Le llamé al día siguiente, pensé que no me iba a devolver la llamada pero al final lo hizo. Esa tarde me confesó lo vuestro y me contó más o menos la misma historia salvo el acoso. Me preguntó si podía volver a llamarme. La verdad es que no lo espero.
¿Qué hemos hecho? ¿Ha merecido la pena? Un año después el resultado de un juego en apariencia inocente deja un balance desolador. Mi vida va a la deriva, Carlos ha perdido el rumbo, a Elena no le quedan ilusiones.
Y Mario… sigue soñando.
—¿Te puedo pedir una cosa? No le digas a Carlos que me has visto, no quiero que lo sepa.
—No está en Sevilla, puedes estar tranquila no os vais a encontrar..
—No es por eso. ¿Lo harás?
—Te lo prometo.
Candela
—¿Dónde estás?
—Voy al hotel a cambiarme, ¿y tú?
—Saliendo. Candela ha dicho que sí.
—Genial, ¿cuándo?
—Ahora, esta noche.
—¿Esta noche? Espera, deberíamos prepararlo, ¿no crees?
—¿Qué vamos a preparar? He quedado con ella en una hora, como no te localizaba…
—He estado disponible todo el rato.
—Mira los mensajes, anda.
—Es igual, me arreglo en un momento, ¿dónde hemos quedado?
—Quiere hacerlo en su terreno, en el pub a las once.
—¡Si son las diez!
—No te preocupes, yo estaré allí.
—Preferiría que fuéramos juntos.
—Pues date prisa y me llamas.
Acabo de dejar a Elena, el trafico es denso y me temo que no va a ser fácil encontrar un taxi a estas horas. Tranquilidad, de nada sirve agobiarse. Camino por el borde de la acera a la caza de una lucecita verde, pasan los minutos veloces antes de que localice uno, se detiene a mi lado y lo dirijo al hotel, el tiempo vuela, ¿realmente es necesario que me cambie? Por supuesto. Escojo un vestido de canalé precioso en burdeos, ajustado, por medio muslo, de cuello cisne y hombros al aire y unas sandalias de medio tacón, me recojo el pelo en un moño bajo; antes de vestirme necesito maquillarme al estilo de Irene, ¿no me estaré pasando? Tengo un bolso pequeño en la maleta que guardé para una ocasión no precisamente como esta. Tanga y nada más. Definitivamente me estoy pasando pero ya es demasiado tarde para rectificar. Los aros de las orejas me recuerdan que debo cambiar los otros por unas barritas o daré la nota. Una cadena fina de oro al cuello y al taxi que ya debe de estar esperando.
—Ya voy de camino.
—¿Pero no dijiste que me ibas a llamar para ir juntos?
—Sí, pero fíjate qué hora es.
—Pues yo estoy todavía en el hotel.
—Sal corriendo, estás al lado.
A pesar de que el taxista no me quita ojo consigue hacer una carrera meteórica y llegamos a menos diez. El corazón me late a doscientos. No sé si avisarle, mejor no, voy a quedar mal ante ella si le hago salir a recogerme. Inspiro profundamente, espiro y camino hacia la puerta, abro con decisión. Suena una balada de jazz interpretada por una mujer, seguro que Mario me daría su nombre. Entro, no lo veo, varias miradas se vuelven hacia mí, avanzo hacia la barra. Al fondo, en una banqueta alta, está mi doble, me ve, gira la banqueta, voy hacia ella como una náufraga nadaría hacia la roca más cercana.
—Hola, tú debes de ser Candela.
—Y tú, Carmen.
Nos damos dos besos. Apoyo el culo en la banqueta que tengo detrás y me encaramo. Miro alrededor y cuando vuelvo siento que me examina. Debería haber sido más discreta al elegir el vestuario.
—Eres tal y como imaginaba.
—Tú también.
El barman, un tipo alto y serio, con las pestañas tan tupidas y negras que parece que las llevase pintadas, se planta delante de nosotras; Candela me mira. Entiendo.
—Bombay Shapire con tónica, por favor. ¿Te apetece algo?
—Lo mismo para mí. —Espera a que se aleje y pregunta—: ¿Y tu marido, no viene?
—Mario aquí no es mi marido. —Ella sube las cejas como lo haría yo.
—Si tú lo dices.
—Está a punto de llegar.
No dejo de mirarla, no puedo evitarlo. Sonríe.
—Qué, ¿soy lo que esperabas?
—Perdona, me había dicho que nos parecemos y la verdad es que tenemos un aire.
—No tanto, es más lo que se imagina, pero bueno, si a él le excita… Mira, ahí llega.
—Ya podía esperarte en la puerta. —protesta después de darme un repaso que me pone cardiaca, a continuación se dirige a Candela—: Hola.
—Carmen y yo ya nos hemos hecho amigas, ¿a qué sí?
—Llegas a tardar lo que nos tomamos la copa y nos contamos nuestra vida.
—Bueno, ¿qué hacemos?
Diana Krall arranca una de nuestras baladas favoritas y nosotros nos devoramos con la mirada. Sí, cariño; te comería vivo.
—De momento paga esto —le respondo—, y déjanos solas un poco más.
Candela sonríe, le ha gustado mi salida, creo que nos podemos llevar bien.
—¿Por qué no te sientas y tomas algo mientras tu… mientras Carmen y yo nos ponemos al día?
Lo tenemos desconcertado pero estoy segura de que es justo lo que quería: vernos juntas. Se va en busca de una mesa desde la que observarnos, ni muy cerca ni demasiado lejos; cómo lo conozco.
—Habéis hecho buenas migas. —le digo mientras lo ponemos nervioso porque nota que hablamos de él.
—Solo es un buen cliente, no te preocupes, me trata bien, a veces charlamos después de, ya sabes.
—No estoy preocupada; me lo cuenta todo, creo que se siente bien contigo.
—A mí también me lo cuenta todo, bueno, todo, todo supongo que no.
—¿Qué te cuenta?
—Que estás haciendo de puta.
—Haciendo de puta, vaya. No creo que te lo haya dicho con esas palabras.
—Así es como yo lo veo.
—Está bien que hablemos claro.
Necesito ganar tiempo y lo busco en la copa; doy un largo trago pensando cómo seguir,
—Seguro que me ves como una intrusa, una niña rica que juega a las putas.
—Algo parecido; no es que me importe, cada cual puede hacer lo que quiera con su vida.
—Supongo que te jode que alguien que lo tiene todo se dedique a jugar a lo que para otras es lo único que les queda para poder vivir. ¿Lo he explicado bien?
—Supones demasiadas cosas, ¿por qué le das tanta importancia a lo que pueda pensar de ti?
¿Cómo decirle lo que siento cada vez que Mario habla de ella sin hacerle creer que la considero mi rival? Porque no lo es; sin embargo la percibo como una presencia fuerte, y ahora que la tengo delante…
—Cariño, ¿no me vas a presentar a esta ricura?
Un cincuentón canoso con el rostro abotargado nos interrumpe, la coge por el talle y me valora con ojos de cazador. Quisiera ver qué hace Mario.
—Paco, qué sorpresa. Mira, es Carmen, una compañera de Madrid.
Se abalanza como un oso, me planta una mano cerca del culo y la sonrisa de labios gruesos y brillantes en la mejilla. No lo he visto venir y me quedo rígida.
—Eres una preciosidad, parecéis gemelas. —dice recorriendo mi anatomía sin perder un detalle.
—¿Qué haces por aquí? No te esperaba.
—He dejado a la familia en la finca y me he dicho, voy a pasarme a ver a mi niña bonita.
—Qué mono. Mi amiga y yo tenemos clientes, están a punto de llegar. ¿Vas a poder esperar un ratito, cielo?
—Por ti, lo que haga falta.
—Venga, se bueno y siéntate, no quiero que nos encuentren ocupadas.
—Ese…
—Ese es un cliente fijo de entre semana, no sé qué cojones hace aquí hoy.
—¿Esperas a alguien?
—A vosotros, quería quitármelo de en medio. —Bebe y aprovecha para lanzarme una mirada apreciativa—. Te manejas bien, no has temblado delante de Paco.
—No es peor que otros Pacos con los que he tenido que lidiar.
—Es un buen hombre, no me trata mal, no pide cosas raras y se deja manejar; viene dos o tres veces al mes, me conviene cuidarlo.
Se ha sentado cerca de Mario. Qué diferencia, me recuerda a Miguel, el yerno del carnicero de la sierra: fuerte, grueso, con el rostro enrojecido por el alcohol y el sobrepeso.
—¿Tienes más clientes como Paco?
No sé si he debido meterme en su vida, se estará preguntando qué coño quiero.
—Perdona, no es asunto mío.
—¿Qué es lo que buscas?
—No lo sé.
—¿Cuánto dices que llevas currando?
—Desde Abril.
—Y te lo han dado todo hecho, ¿verdad?
No puedo evitar sentir algo de vergüenza. Mi vida de puta es un lujo en comparación con lo que debe de pasar esta mujer.
—¿Sabes lo que creo? Que quieres conocer de verdad lo que es esto. No entiendo muy bien por qué lo estás haciendo, allá tú, lo que tengo claro es que te gusta, te ha calado, si no no estarías aquí metiendo las narices.
—Puede que tengas razón.
—Eh, para el carro —dice sujetándome, porque me he levantado con intención de irme—, baja esos humos, te estoy diciendo las cosas a la cara, tendrías que darme las gracias en vez de hacerte la ofendida.
—Joder, otra vez tienes razón.
Nos aborda otro candidato, se ha levantado de una mesa cercana que ocupa con otros dos; no nos quitaban ojo, Candela no los ha visto porque los tiene a su espalda, le habría preguntado si los conoce ya que no hacían más que hablar entre ellos de nosotras, tanto que me estaban poniendo nerviosa. Se dio cuenta de que lo miré un par de veces, sin intención, no lo pude evitar pero fue suficiente para animarlo a levantarse. Sí, lo conoce, se dan un par de besos, le pregunta por mí.
—Mi amiga es de Madrid. Carmen, Pablo. —Nos presenta.
—Hola Pablo, ¿qué tal? —Dos besos y una mano en lo que ya no es cadera.
—¿Qué viene a hacer a Sevilla una muñeca como tú, volvernos locos?
—No exageres, he venido a ver a unos amigos.
—Pues los tendrás contentos con ese cuerpo y esos ojazos que te ha dado Dios.
—Anda, calla, zalamero. —salva Candela mi silencio.
—Por qué no os sentáis con nosotros, os presento a mis amigos y tomáis lo que os apetezca.
—No va a poder ser, cielo —respondo tomándole la delantera a mi compañera—, estamos comprometidas y deben de estar a punto de recogernos.
—Ea, pues otra vez será.
Estoy orgullosa de mi actuación y por la forma en que me mira diría que la he sorprendido.
—Venga, vámonos.
La sigo, Candela le hace un guiño a Paco, yo le sonrío. Veo de reojo a Mario que está disfrutando. Poco después se nos une en la calle y nos alejamos. Me mira de una forma que no acierto a interpretar.
—Cómo te has desenvuelto ahí dentro, si no te conociera diría…
—Ya te hemos entendido—le interrumpe—. Supongo que le has contado el trato.
—Veinte mil la hora —confirmo—, me parece bien. La cuestión es dónde.
—Mi hotel está aquí al lado.
—Mario, quiero estar a solas con Candela y no me apetece dejarte esperando. Podemos ir al mío.
—¿Estáis en hoteles separados?, qué modernos.
—No sabía qué hacer, con el lío del congreso pensé que sería lo mejor. —Es una explicación innecesaria que ni le debo a Mario ni ha pedido, sin embargo me siento obligada a dársela. No dice nada, no parece importarle; que tonta, por qué no me habré callado. —Lo que pasa es que está un poco lejos y a estas horas va a ser complicado encontrar un taxi.
—Si no se te caen los anillos podemos coger una habitación en un hotel aquí cerca donde llevo a algunos clientes.
Un hotel de putas, puedo encontrarme cualquier cosa. Mario ha visto mi expresión y se ríe.
—No es el que conoces, es el otro. —le dice. Lo ha sorprendido, intercambian una mirada que me deja fuera, no me gusta sentirme fuera.
—Será toda una experiencia, ¿no crees? —Mario me está echando un pulso, no sé por qué.
—Tienes razón. Por mí, de acuerdo.
Se despide con un beso a cada una, un beso idéntico en la boca, sin distinción. Me ha dolido, no lo puedo negar. Candela se coge de mi brazo, parece tranquila y muy segura de sí misma, más de lo que lo estoy yo aunque trato de aparentarlo. Si alguien nos ve pensará que somos dos putas que vamos de retirada.
El hotel está en una calle estrecha entre edificios de viviendas y oficinas que tuvieron su esplendor en los ochenta, tiene una entrada estrecha y aparenta cualquier cosa menos lo que es. La puerta chirría, la recepción, mal iluminada, es un estrecho mostrador en un estrecho corredor; a un lado la entrada y al otro una puerta y una escalera desvencijada. De la puerta sale un hombre de edad indeterminada extremadamente delgado con una camisa arrugada y bastante sucia arremangada hasta los codos. No me conoce y me mira hasta grabarse la imagen que iluminará su próxima paja. Candela negocia el cuarto que ocuparemos, rechaza dos hasta que acepta uno, —¿Dos horas?, me pregunta, le digo que más y pago por adelantado tres. Subimos la empinada escalera con los ojos del vicioso clavados en mi culo, Candela lleva dos toallas en la mano que alguna vez fueron blancas. La habitación es un cuartucho con las paredes desconchadas; al menos tiene un aseo. Dispone de una cama, un armario y un par de sillas. No es un hotel para clientes de a veinte mil el polvo. Siento lástima. Aquí es donde debe de pasar las travesías duras.
—Voy a mear. —desaparece y no cierra la puerta.
Así que este es su lugar de trabajo, no me imagino haciéndolo a diario en un sitio tan...
Un momento. Ni siquiera lo he intentado. Pienso en Paco, pienso en el recepcionista, yo podría negociar la habitación menos mala; en cuanto hubiera pasado un mes aquí podría hacerlo, ese tío no me dura un asalto.
¿Por qué me excita la idea? ¿Qué me está pasando? ¿Cómo puedo estar pensando hacerlo en este antro?
—Qué, ¿empezamos?
—Voy a orinar.
Entorno la puerta. El cuarto de baño, si es que a esto se le puede llamar así, es un habitáculo en el que apenas caben dos personas, la taza comparte espacio con un pequeño lavabo y un plato de ducha mínimo, la cisterna alta está medio descolgada, da miedo tirar de la cadena, no me atrevo a sentarme, está tan amarillenta que prefiero orinar en cuclillas; me limpio con unas toallitas que llevo en el bolso. Recupero el escenario que he construido hace poco: si trabajase aquí este es el lugar en el que tendría que mear y lavarme, ahora lo veo con otros ojos, de arriba abajo. ¿Qué me ocurre?
—¿Ya?
Saco tabaco y le ofrezco, ocupo una silla, ella prefiere la cama; siento lo mismo que si estuviera ante un tribunal examinador.
—Me recuerdas a Lauri, me trató con el mismo escepticismo cuando nos conocimos.
—¿Quién es Lauri?
—Una compañera, también pensaba que me había metido en esto porque mi vida me aburre.
—¿Sabes que te digo? No sé qué juego os traéis tu marido y tú. Me da igual, mientras me paguéis…
—Claro, perdona. Toma, veinte. Supongo que estaremos más de una hora, ¿cómo lo hacemos?
—Ya lo vamos viendo, qué quieres hacer.
—Nada; es decir, sí, lo que estábamos haciendo: hablar.
—Sois una pareja extraña. Está bien, si quieres pagar por hablar tú sabrás; cosas más raras me han pedido.
—Entonces ¿por qué estás tan incómoda? Si crees que pretendo hacer que me cuentes tu vida…
—Ni de coña. Mira, no me he sentido cómoda con Mario nunca, es el tío más raro con el que he estado y van unos cuantos, y ahora me vienes tú con qué quieres conocerme, ¿de qué coño vais?
—¿Por qué dices que es el más raro de todos?
—Conozco a los hombres y la primera vez que apareció supe que era distinto, lo notas, basta con un par de miradas para saber que has dado con uno de esos que no vas a volver a cruzarte en mucho tiempo. Esa noche estaba sola, sin competencia y me lo tomé con calma, pero él no tardó ni dos minutos en sentarse a mi lado. ¿Es esto lo que quieres oír? Ya veo —dijo cuando se hartó de esperar mi respuesta—. Me cayó bien, uno de esos tíos educados que no te tratan como si fueras un juguete, hay algunos que se hacen los amables pero los calas: a la mínima te van a usar como un trapo. Él no, lo supe en cuanto hablamos un poco, se nota que no está acostumbrado a esto, pobrecito, no sabía ni como proponérmelo. Luego ya, en la habitación fue otra cosa, no dejaba de mirarme ni un segundo y empecé a preocuparme; los peores son los que parecen más normales, no lo olvides. Estuve inquieta y el caso es que no pasó nada fuera de lo normal, al contrario se portó bien, demasiado bien, pero no dejaba de mirarme y eso me ponía de los nervios, era como si me conociera. Siguió viniendo, no siempre me iba con él, otras veces se sentaba en una mesa y se quedaba mirándome hasta que salía con algún cliente. Incluso Diego se dio cuenta; me dijo que a la hora de cerrar era el último en irse si yo no volvía.
—¿Y si vuelves?
—A veces me acerco, me invita a una copa y nos vamos; aquí no, nunca. Otras veces paso de él, hemos establecido una especie de código y lo respeta: si no lo miro o lo hago pero de una forma que, tú ya me entiendes, no se mueve de la mesa, pide la cuenta y se va; en cambio si nota que puede acercarse me pide una copa y viene a la barra o le dice al camarero que me invita a la mesa. Tiene un estilo que escasea. Solemos quedarnos hasta el cierre y luego me acompaña, no siempre.
—Y cuando te acompaña…
—Si no está la niña, sube. Vaya, no lo sabías. No te apures, no creo que te lo haya ocultado por nada, no te hagas pajas mentales.
—¿Por qué no paras un poco y me dejas pensar?
—Porque lo que estás pensando es una gilipollez y es mejor que lo dejes, hazme caso.
—¿No te parece que lo conozco mejor que tú para decidir eso?
—En tu casa quizás, en la mía, no. Por dónde iba; ah, sí, te decía que cuando me acompaña a casa y no está la niña a veces sube y se queda a dormir. La primera vez le dejé subir porque estaba mal, había tenido bronca contigo, no me preguntes por qué, solo me contó que la había jodido de nuevo. Para entonces ya sabía de tu existencia y que yo era el espejo en el que te veía reflejada; esas son palabras suyas. Al fin entendí por qué me miraba tanto mientras me desnudaba, o me lavaba, o hacía cualquier cosa. Te veía a ti. Bueno, mientras me pagase sería tu reflejo.
—¿Y es frecuente que pase la noche en tu casa?
—¿Es importante?
—No, es decir, no lo sé.
—No está enganchado, no te preocupes. Se siente solo, me lo ha dicho varias veces y en mi casa se encuentra mejor que en el hotel. No le des más vueltas.
—No estoy preocupada por ti.
—Cualquiera lo diría.
—La relación que tiene contigo le ayuda a comprender lo que hago.
—No tenemos ninguna relación.
—Es tu cliente, te paga, eso es una relación. Creo que desde que te conoce me está entendiendo mejor.
—¿Tú crees? Porque lo que yo creo es otra cosa. Mario empezó a hablar de ti con demasiada cautela y me mosqueó, no es el primer cliente cuya esposa está al tanto de lo que hace su marido, incluso algunas participan, pero en su caso tanta prevención me resultó extraña; luego vino con que te dedicabas a esto y empecé a sospechar de las verdaderas razones por las que se había acercado a mí. Un matrimonio donde la mujer es una especie de madame capta a una prostituta, ¿cómo lo ves? Y cuando me dijo que querías conocerme se me terminaron de encender las alarmas, por eso he tratado de evitarlo hasta el último minuto; pero Mario ha seguido comportándose de tal forma que contradice mis sospechas, es… qué te voy a contar, hacia mucho tiempo que un hombre no me sacaba una risa y te repito que no está enganchado ni yo me estoy engañando, aunque cada vez que se queda a dormir procuro disfrutarlo porque sé que esto, sentirle pegado a mi cuerpo, hacer el desayuno juntos, ducharnos, no va a durar mucho y tengo que saborearlo. Y si quiere que te conozca no se lo voy a negar, ya está dicho.
—¿Pase lo que pase?, ¿aunque sea una captadora de prostitutas?
—No te cachondees.
—No lo hago, quiero que termines de decir lo que piensas de mí.
—¿Quieres oírlo, de verdad quieres oírlo? No lo mereces, es un hombre tan tierno, tan dulce que no se merece lo que le estás haciendo.
—No sabes nada, no te ha contado nada.
—Algo sí; que cometió un error enorme y provocó que empezaras a trabajar de puta para alguien que te protege; es cierto, no me ha contado mucho más, le duele hablar de eso.
—Le duele, vaya. Si conoces tan bien a los hombres como dices te habrás dado cuenta de que en sus historias ellos siempre son las víctimas.
—Casi siempre. ¿Qué pasó?
Me resulta fácil empezar desde cero. Candela escucha y yo hablo sin ningún tipo de cortapisa, me siento libre como no lo he sido hasta ahora cuando he tenido ocasión de contar nuestra historia, porque con ella es diferente, no me importa lo que vaya a pensar. Le presento a Carmen y a Mario, los que vinieron a Sevilla, inocentes, los que jugaron y se equivocaron; le hablo de Mario el manipulador que me empujó a venderme por un ascenso; le cuento mi aventura con Carlos delante de mi marido; le hablo de la ruptura y la ceguera de Mario empeñado en continuar el juego, ahora con una mujer por medio; le hablo de mi desesperanza y el salto adelante: Domenico, el trio, las drogas, mi empeño fallido para evitarlas que me atrapa sin yo pretenderlo; luego, el desencuentro, la ruptura y la deriva sintiéndome culpable, sintiéndome puta. Toqué fondo y empecé la terapia en la montaña que dio paso a la reconciliación, una etapa difícil: afrontar los errores y asumir los cambios. No fue fácil para él, surge la resistencia al cambio, un zarpazo del ego herido con nombre: la terapia de puta, un contragolpe que me alteró en lo más hondo.
—Nada volvió a ser como antes, descubrí algo en mí que debo resolver y tiene que ver con una pesadilla de la infancia ligada a lo que viví en la terapia de puta, por eso estoy metida de lleno en esto, porque quiero llegar hasta el fondo de lo que sea que haya en esa pesadilla recurrente.
Candela calla; al cabo de una eternidad reacciona; no soporto la lástima y lo nota, ella tampoco.
—Me quedé embarazada a los diecisiete; mi familia es muy tradicional, vivimos en un pueblo de Salamanca donde todos se conocen, que la hija del farmacéutico se quede preñada es un escándalo. Mi padre quiso enviarme a Barcelona, con su hermano, y solucionarlo allí pero mi madre se negó en redondo a matar a una criatura. Aborté de forma natural, supongo que por el estrés; para todos fue un alivio e hicieron los preparativos para enviarme a un internado. Días antes cogí dinero de la farmacia y hui sin rumbo fijo; estuve en Madrid donde tenía a una amiga del liceo, fueron unos meses locos, empecé a fumar de todo, a vivir la noche, encontré un trabajo de camarera pero duró poco, me fui a vivir con un chico holandés del que me enamoré perdidamente e hicimos planes de marcharnos a Amsterdam pero se cruzó por medio una italiana que me lo arrebató. Se estaba acabando el dinero y busqué trabajo, me ofrecieron ser relaciones públicas de una discoteca, aquello no daba para mucho y una compañera me habló de un pub donde podía ganar mucho más, así fue como empecé. La primera vez te sientes sucia aunque tratas de pensar que es solo una etapa que pasará, luego te acostumbras, supongo que mientras no me lleve ningún susto serio no me plantearé otra cosa. He tenido suerte, no dependo de nadie que me saque el dinero.
—¿Y la niña? Perdona, no tienes por qué contarme nada.
—La niña… Hace tres años volví a encontrarme con Pedro, no fue casualidad, mantengo el contacto con mis amigas de Salamanca y a través de una de ellas me localizó, yo seguía enamorada y no le costó nada hacerse conmigo, poco le importó a lo que me dedicaba, al contrario, lo liberó de buscarse la vida. Durante un año vivimos un sueño, trabajaba de noche y follábamos todo el día, vivía para él, para pagarle sus caprichos, para tenerlo contento en lugar de ahorrar. Hasta que me volvió a preñar y desapareció después de que me negase a abortar. Trabajé mientras pude para tener con qué sobrevivir, mi madre me ayudaba a espaldas de mi padre y más cuando supo de mi embarazo. Después no tuve otra opción, me las arreglé y sigo haciéndolo, tengo la suerte de contar con la ayuda de otras compañeras que pasan por lo mismo que yo y entre nosotras nos apoyamos. Hubo momentos en que no creí que fuera posible y sin embargo aquí estoy, más fuerte que nunca, sacando adelante a Patri.
¿Por qué no sé nada de esto? Tengo un vacío en el pecho que me cuesta dominar, no quiero que note mi debilidad: Mario me ha dejado al margen.
—¿Qué edad tiene? —pregunto con la voz ahogada.
—Dos años. Supongo que quieres saber si la conoce. Hace poco. Un día llamó, llevaba días sin trabajar, Patri estaba malita y me quedé con ella hasta que le bajó la fiebre y dejó de vomitar. Se presentó en casa sin avisar; me enfadé con él, no tiene derecho a meterse en mi vida, pidió perdón y se marchó pero lo detuve, es la única persona que se ha preocupado por mí en mucho tiempo; le dejé pasar, se sentó en su cama y le estuvo contando cuentos inventados, creo que le hizo sentirse mejor, estuvo con ella hasta que se durmió. Es un hombre bueno; luego se acercó a la farmacia y volvió con un humificador y un aparato para vahos. No te imaginas lo que significa sentir que importas y sobre todo, que tu hija tiene a alguien que se preocupa por ella aunque sea por unos días; no podía negarle eso a Patri.
Me desconcierta, ni siquiera estoy enfadada, solo quiero saber por qué me ha excluido.
—Estuvimos de acuerdo en no tener hijos —No sé por qué lo he dicho, la vergüenza me abrasa el rostro—, ya has visto lo niñero que es, nuestros sobrinos lo adoran.
—Todavía estáis a tiempo, podéis adoptar.
Lo sabe, ¿qué es lo que no sabe?
—¿Cómo te arreglas con la niña para trabajar?
Su historia es parecida a la de Luca, se lo digo y hablamos de mis compañeras: Luca, mi maestra; Lauri, todo un carácter; mi Candela, nada que ver con ella; Alba, una niña.
—Y tú, la exploradora que no sabe en qué se está metiendo. —dice.
—Sé lo que hago, no soy tan ingenua.
—Ni tu marido es tan santo como creía. Si yo tuviera lo que vosotros tenéis…
No quiero seguir esta conversación, ella idealizará mi vida y yo me esforzaré en vano para convencerla de que necesito hacer lo que estoy haciendo. No, Candela es la otra versión de mi viaje, la versión dura, sin seguro, la que viven Luca, Lauri o Marta, su compañera en el pub, o Toni, la que le cuida a Patri cuando trabaja; Candela es la versión de mí que vive su experiencia a diario en lugares como este hotel sin garantía alguna.
Quiero hacerlo. Necesito hacerlo.
Me levanto, enciendo un cigarrillo, suelto una bocanada de humo.
—Ese Paco…
—Qué.
—¿Lo conoces mucho?
—Un par de años, ¿por qué? —Me encojo de hombros.
—Por nada, me recuerda a alguien. ¿Cómo es, te trata bien
Me siento como si me hubiera quedado desnuda, qué horror.
—Es un poco bruto pero en el fondo es un buenazo. Nunca pide nada raro, va a lo directo, tetas, culo, una mamada rápida y enseguida me tumbo y para adentro. Suda mucho, le huele el aliento a vinazo, sabe que no me dejo besar y se conforma, a cambio me machaca el cuello, como no se suele afeitar luego paso unos días con él irritado; pero que todos fueran así. ¿Te interesa?
—¿A mí? no, que va.
—Venga ya, no hemos venido aquí solamente a charlar; me da a mí que tu vida de puta de lujo se te ha quedado corta y buscas algo más, ¿a que no me equivoco?
—¿Qué te ha contado de mi vida?
—Lo suficiente, sigo sin entender cómo habéis acabado haciendo esto cuando lo tenéis todo. Me da igual, si quieres ser puta no te voy a juzgar; Paco me está esperando en el pub, si tienes tantos ovarios como parece ve a por él, le dices que estoy ocupada, véndete, antes te echó el ojo, por veinte mil lo tienes, no más, ya me dijo Mario lo que sacas por un polvo pero aquí ni de coña; me da a mí que no estás en esto por dinero.
Cojo el bolso, no sé qué estoy haciendo.
—Ya le digo yo a Julián que vuelves. Paco protestará, tú ni caso, ya ha estado aquí alguna vez. —dice cuando salgo por la puerta.
Me tiembla todo, las pulsaciones se hacen notar en la garganta, recorro el camino de vuelta jadeando, pero al abrir la puerta estoy serena. Enseguida lo localizo sentado al fondo a la derecha y voy a por él. Me ve venir y se estira como un pollo.
—Me ha dicho Candela que te avise, se le ha complicado la noche, pero si te valgo yo…
Meto tripa, saco pecho, parpadeo, sonrío; el pack completo. Los ojos se le van a mis pezones que deben de estar apuntando como piedras, los noto.
—¿Que si me vales? cómo no me vas a valer si pareces su hermana gemela. Pili y Mili, ¿te suenan Pili y Mili?
—No, pero seguro que me lo vas a contar, a que sí. ¿Nos vamos?
Me lleva de la cintura. Es cierto, el aliento le apesta a alcohol, tendré que hacer de tripas corazón. ¿Por qué estoy tan excitada? ¿He mirado si llevo condones en el bolso? Paco se queja un poco cuando ve a dónde vamos. Ni caso. Llegamos al hotel, Julián no está, espero impaciente y enseguida aparece, le pregunto por la llave, se hace de rogar, le miro con dureza y me la da. Subimos, yo delante para alegrarle la vista, me da una palmada, protesto y le echo una mirada que lo desmiente. No estoy segura de que lo que sé hacer valga aquí. Tengo clara una cosa, lo primero el dinero. Trata de regatear, este no es el hotel al que lo suele llevar Candela, le digo que si no le gusta nos vamos y en paz; paga en cuanto me he plantado, veinte mil pesetas que me saben a gloria bendita, son un chute que me deja más tocada que cualquier otro pago de los que que he recibido. ¿Qué es esto? ¿qué me pasa? Me desnudo despacio dándole un espectáculo para el que no creo que esté preparado, sigue mis movimientos embobado con la boca abierta. —Hostias; es todo lo que se le ocurre decir. Estoy desnuda con los ojos de Paco clavados en las barras que atraviesan mis pezones, supero su parálisis y le quito la ropa, no merece la pena que me esmere, no lo va a apreciar, le acaricio la verga, una corta herramienta escorada a la izquierda que lagrimea en mis dedos y entonces reacciona, me coge las tetas y ensaya el repertorio que Candela detalló: la barba raspa, el aliento le apesta, el sudor se pega a mi piel, sus dedos cortos como porras tocan por todas partes, la tripa me aplasta, resopla, me empuja hacia la cama. Es el momento de usar el condón, le pido que espere y se muestra dócil, lo saco del bolso, Paco se ha sentado, hago que se tumbe y se lo pongo con la mano, me ahorro el numerito de la boca. Empiezo a mamar y tiembla, gimotea como un niño, no me resulta difícil tragarla entera, pero temo que se acabe antes de tiempo, él también y me aparta con brusquedad, me tumba y se pone encima, le ayudo a encontrar el camino, apenas lo noto dentro, culea deprisa, sin parar, suda, no deja de sudar, me está poniendo perdida, sigue follando con los ojos cerrados, jadeando, deseo que termine, se me está haciendo eterno, por fin acelera, chilla y se desploma; me va a asfixiar, aguanto un poco y lo aparto, es un peso muerto.
Está feliz, me ha dicho que quiere repetir la próxima semana, se viste sin asearse, tiene prisa, ni siquiera se pasa una toalla, empapa la camisa tanto que se le pega al cuerpo. No le digo que no volverá a verme jamás. En la puerta me da un cachete cariñoso en la cara y me llama bombón. Entro en el baño, necesito quitarme la capa de sudor que me ha dejado encima, el suelo de la ducha está amarillento, no hay jabón y el bote de gel escupe un moco blancuzco que prefiero no usar; dejo correr el agua y me froto con las manos, procuro no rozarme con la cortina ni las paredes. Soy una puta de barra de bar, la idea me conmociona, las manos van solas a mis pechos, un temblor me recorre la espalda, desciendo por el vientre, me hundo entre las piernas. Una puta de barra de bar. No lo evito, me hundo más adentro, me aprieto las tetas. Una puta de barra de bar. Me dejo caer contra la pared de baldosas escurridizas; qué más da, tal vez no sea la última vez que me duche aquí, no sé por qué lo pienso y al darme cuenta me excito más aún. ¿Podría ser? ¿Quiero hacerlo? ¿de verdad quiero hacerlo?
Termino en cuclillas. No me atrevo a más. Ahogada, sin aliento, la vulva hinchada y abierta y el índice rozando cada rincón para sacar los últimos espasmos. Oh, joder, qué locura, una puta de barra de bar.
Al salir veo corretear una cucaracha. Mierda.
—Adiós, Julián.
…..
—Mario.
—¡Joder, dónde estás!
—En el hotel.
—¿Y por qué no has venido aquí?
—Mira qué hora es, no quise despertarte.
—¿Y habéis estado hasta ahora?
—No exactamente. Mañana te cuento, estoy muerta .
Sabes perfectamente que yo también llevo en mi vida oculta, la de los sueños y las fantasías, una terapia de puta particular, por eso, cuando leo esta parte de la historia me veo reflejada en ella.
ResponderEliminarGracias, Mario.
Un beso
Lo sé, lo sé
ResponderEliminarBrutal, tarde noche dura para Carmen.
ResponderEliminarLa tarde comienza con Elena, en la conversación creo que tiene dos sensaciones, la primera pena por el comportamiento que Mario ha tenido con Elena, y la segunda de extrañeza, ya que se da cuenta del miedo que tiene Mario a la hora de tratar ciertos temas con ella. Bien por protegerla o bien por no enfadarla.
Y la noche con Candela.
Al final se convierte en una noche de descubrimientos. Descubre la dureza de la prostitución de supervivencia, aunque en el fondo le atrae. Noche de celos, el beso que les da Mario a las dos le enciende las alarmas. El miedo de ver la buena relación que tiene Mario con Candela. Descubre muchas cosas ocultas, como la relación casi personal entre Candela y Mario.
Candela ve ese miedo y no se cansa de decir que Mario no está enganchado y que solo ve en ella lo que no puede saborear con Carmen.
De todas formas para saborear el relato hay que leerlo alguna vez más.
Este capítulo me a dejado un sabor de boca raro, todavía no tengo claro si el sabor es bueno o malo, eso es culpa del puñetero Mario que nos deja otra vez con la miel en los labios.
ResponderEliminarGracias por el capítulo Mario un saludo para Carmen y para ti.
TORCO
ResponderEliminar"Qué hemos hecho? Ha merecido la pena? Un año después el resultado de un juego en apariencia inocente deja un balance desolador. Mi vida a la deriva, Carlos ha perdido el rumbo, a Elena no le quedan ilusiones. Y Mario ... sigue soñando".
Me impacta este pensamiento de Carmen. Y para entenderlo busco ayuda en el Derecho y la analogía.
Carmen habla del daño propio y a terceros ( Carlos y Elena). Ese daño para el Derecho puede ser con dolo, es decir el autor obra de forma intencional o maliciosa. O puede hacerlo con culpa, dónde su conducta es negligente, descuidada o imprevisora y no presta la atención debida.
Desde la analogía, vemos que Mario le propone un juego a Carmen. Lo hace, como él dice basado en que el deseo es ese motor, esa energía que nos mueve hacia un fin y el placer que eso produce.
Un juego que ninguno de los dos jugaron antes, del que desconocen reglas, límites, posibles peligros. Y entonces todo se sale de control y sobreviene el daño.
Desde el principio el objetivo de ambos no es dañar, ocurre que su obrar es negligente, descuidado.
TORCO
ResponderEliminarEn el anterior comentario, hablaba de una conducta descuidada o imprevisora. Carmen lo cuenta muy bien en su charla con Elena. "No sé porque tuvo que complicarlo, le dijo que estaba casada, eso no estaba pactado. Me enfadé y subí la apuesta: me inventé una orgía con unos amigos que no existían".
Acá se quiebra, por parte de Mario lo que tendría que ser un frente común.
En la historia que le venden a Carlos y luego a Elena al personaje de Carmen le cambia su perfil. Ahora la presenta como una mujer casada con un hombre al que quiere pero no ama y que a su manera consciente sus salidas y amantes.
Que tiene a Mario como un amigo con derechos más que como amante. Ella impulsivamente sube la apuesta ya inventa esa historia.
Para colmo luego de la huida de ambos a Madrid, Mario la convence y propicia el encuentro en la sierra.
Carlos lo acepta, porque para él era como tener una cabecera de playa para su desembarco con el objetivo de conquistar a esa mujer y darle una vida con otro sentido.
Para colmo Mario la convence para que le retribuya esas palabras cariñosas. Esto hace creer al sevillano que sus sentimientos son compartidos por ella y lo lleva a declarar su amor y descubrir esa triste realidad.
Por eso ella dice "No nos dimos cuenta de que estábamos jugando con los sentimientos de una tercera persona"
Si no supiéramos ya que se ha producido el reencuentro con Carlos pensaríamos que el final de la escena con Elena es definitivo porque vaya dureza, con que claridad cuenta Carmen el desastre de todos los protagonistas y su intención de no volver a verlo. Habrá que ver qué le hace cambiar de idea.
ResponderEliminarEl encuentro con Candela supone un choque tremendo, la pone ante un mundo diferente al ha vivido hasta ahora, menos protegido y más real. Me da la impresión de que se siente más cerca de lo que anda buscando y por eso se lanza a la piscina. No creo que vaya a ser la única vez que pase por ese hotel, ahora falta ver cómo se lo va a contar a Mario y como va a reaccionar porque es una caja de sorpresas, lo mismo se pone como una moto o le da por ponerla a parir. En cualquier caso, ole tus ovarios, se está metiendo en un avispero sin que le tiemble el pulso.
Se te echaba de menos lucialee, ¿dónde andabas metida?
ResponderEliminarMi percepción es que Carmen no mide las consecuencias y se lanza sin mirar. Espero de veras que Carmen encuentre lo que busca y lo haga sin ningún percance.
ResponderEliminarMario siempre va a destiempo, Carmen actúa y después cuenta y no toda la verdad, desde algunos capítulos atrás se calla algo y no sabemos que consecuencias traerá.
¿Carmen es valiente?, mucho, pero tengo la sensación que para cuando encuentre ño que busca. Termine dejando una tierra válida a su alrededor.
Como digo espero que no pase y pueda encontrar esa pieza del puzle que le haga feliz.
Trabajando a tope, pero tú has estado cerquita y no se te ha ocurrido acercarte por mi tierra, parece que te cuesta salir del anonimato. No muerdo.
ResponderEliminarTambién estoy de acuerdo con Lucía, a llegado el momento de que Mario se decida, siempre de encuentra delante de la puerta que tanto placer le da, pero cuando tiene que cruzarla parece que se acobarda y después mete la pata.
ResponderEliminarCarmen a su manera está intentando superar sus traumas, espero que Mario también de ese paso adelante y volvamos a ver esa pareja sincronizada, como un equipo de remo.