Página

25 abril 2022

 Capítulo 164 La niebla


Tiempo aproximado de lectura: 27 minutos


Que veinte años no es nada

Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida.

Tengo miedo de las noches que, pobladas de recuerdos, encadenen mi soñar.

Pero el viajero que huye, tarde o temprano detiene su andar.

Y aunque el olvido que todo destruye haya matado mi vieja ilusión, guardo escondida una esperanza humilde que es toda la fortuna de mi corazón.


Volver con la frente marchita

Las nieves del tiempo platearon mi sien.

Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que febril la mirada errante en las sombras te busca y te nombra.

Vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez.


(Alfredo Lepera / Carlos Gardel)



La niebla

—Seagram.

—Me vale.

«El escozor se transforma en un grito y el grito evoca una imagen: Lamentos, llantos, humo, un temor infrahumano.»

—¿Estás bien?

—Sí.

—Cuando quieras.

—Tenía una reunión en la Juan Carlos I a primera hora, la carretera iba bien, el atasco estaba en el otro sentido, de entrada a Madrid.

—Continúa.

—A mitad de camino empezó a caer la niebla, no mucha, la suficiente para encender las luces y aumentar la distancia con el auto de delante.

«Iba escuchando las noticias, cambié a una presintonía y saltó radio nacional clásica; quería algo más animado, volví a pulsar y apareció Juan Luis Guerra…»

—Perdona, me distraje. Todo sucedió muy rápido. La niebla se convirtió en un muro gris, no se distinguía nada. De repente vi el atasco, yo iba lanzada, no hubo opción a pensar; miré por el retrovisor, di un volantazo, todo al mismo tiempo; por la izquierda me adelantó una furgoneta, se estrelló contra un coche, lo mismo pasó con el que iba detrás de mí: se estampó contra el que llevaba delante; yo escapé al arcén, creo que aceleré pero no estoy segura. No pude seguir porque había coches parados. ¿Y ese zumbido?

—El aire acondicionado; lo apago. ¿Mejor así?

—Durante un rato, no sé cuánto, esperé recibir un impacto; el ruido de las colisiones sonaba extraño, como cajas que caen pesadamente y se rompen, nunca lo habría imaginado así; luego vi salir a alguien del auto que tenía delante, a unos veinte metros, y salí yo también.

—¿Quieres hacer un descanso?

—Quiero acabar.

—Dices que bajaste del coche, ¿hablaste con alguien?

—No. El panorama era dantesco, parecía un campo de batalla. Había un silencio sobrecogedor que presagiaba algo malo; los vehículos, aplastados unos contra otros, ocupaban los tres carriles y se extendían detrás de mí una barbaridad, el humo que desprendían se confundía con la niebla, algunas personas caminaban desorientadas, otras pedían ayuda a voces, acudí hacia donde reclamaban auxilio y traté de calmar el pánico. Fui consciente de que podía haber muerto y de pronto me acordé de ti; es raro, no pensé en mis hijos ni en mi marido, apareciste tú, tal vez porque no he dejado de pensar en ti durante todos estos años. Por eso estoy aquí.

—Hablas de la niebla, ¿cuándo ocurrió?

—Hará algo más de un año, fue antes de la pandemia, en Diciembre del diecinueve; después nos confinaron y seguí dándole vueltas a la cabeza.

—¿Qué te ha hecho venir? Es decir: durante casi veinte años no has intentado ponerte en contacto; el accidente es el detonante. Quiero que me cuentes qué ocurre después, una vez que, en pleno desastre, te acuerdas de mí.

—Para un poco. No he venido a hacer terapia, solo faltaba. Sigues siendo la mujer que nos arrebató a mi padre, la que hizo que mi madre se sintiera una vieja inútil no deseada por su marido, ¿entiendes? No sabes el daño que le hiciste a mi familia. 

—Entonces a qué has venido.

—No lo sé, te lo juro. Es demencial, te miro y sigo viendo a la misma que eché del cementerio, ¿cómo puede ser? No has cambiado y sin embargo fíjate, ¿qué tengo, tres, cuatro años más que tú? Nunca entendí cómo pudo acostarse contigo si podías ser mi hermana pequeña, y ahora parezco tu madre, joder. 

—Exageras.

—Me voy, estoy haciendo el ridículo. 

—No estás siendo objetiva. Espera. Antes de irte dime una cosa: Ya sé que no has venido a hacer terapia, creo que quieres saber cosas de tu padre, buscas conocerlo un poco mejor, ¿no es eso lo que estabais haciendo los últimos años?


Toma dos

—Llegó el covid y lo trastocó todo. Mi madre enfermó en Marzo cuando apenas se sabía nada. No nos dejaron estar con ella, ni siquiera nos pudimos despedir. Entretanto comenzó el confinamiento y me cambió la vida, empecé a trabajar desde casa, tuve que habituarme a vivir aislada y con mucho tiempo para pensar en lo que pasó el día de la niebla. Si no hubiera sido por el covid hace tiempo que habríamos tenido esta conversación.

—¿Habría sido distinta?

—Probablemente. Durante el confinamiento he mantenido multitud de conversaciones contigo, todas diferentes. Habría sido mejor que hubiera podido decírtelo entonces, con las ideas frescas. 

—Inténtalo.

—No. Le he dado demasiadas vueltas, ya no resulta convincente nada de lo que pueda decir. Será mejor que me vaya.


Toma tres

—Cuando aquel inspector vino a casa y nos contó lo tuyo con mi padre y el negocio de prostitución que tenía montado no lo podía creer. 

—No había ningún negocio de prostitución.

—Nos enseñó tu foto y pensé: si es una cría, podría ser mi hermana. Luego, mientras trataba de que mi madre no se derrumbase, comprendí que no eras como una hermana sino que eras yo, me había sustituido por ti. Dime, ¿alguna vez fantaseó conmigo cuando estabais en la cama?

—Quise mucho a tu padre, me ayudó en un momento difícil; estaba muy sola y se convirtió en mi amigo, mi confidente y consejero, Y es cierto, acabamos siendo amantes pero te equivocarías si lo redujeras todo a eso. Tuvimos algo más que una relación sexual, fue mucho más; sin pretenderlo construimos una especie de terapia mutua. Él sabía, por la experiencia que le había dado la vida, lo que yo aprendí en la facultad y establecimos un diálogo cruzado; yo le contaba mis traumas, él escuchaba y a veces bastaba con eso; otras su consejo me enseñaba el camino a seguir; luego él mostraba sus heridas, me hablaba de ti sin nombrarte, de tu madre, de su fracaso como esposo y padre, confesaba sus errores; yo calmaba su angustia y trataba de hacer lo que mejor sé: terapia con el hombre que me acogía. No sé si lo puedes creer, para ti soy la mujer que se entrometió en tu familia; solo te pido que escuches y veas otra imagen de tu padre, nada más. 


Toma seis 

—Yo sentía adoración por papá, lo acaparaba y eso también influyó en que Luis fuera cediendo terreno; él es tranquilo, desde pequeño le gustaba el arte, la pintura, la música y en eso coincidía con mamá; yo soy más inquieta, siempre estábamos montando alguna actividad en vacaciones a la que nos costaba enganchar a mi hermano, te estoy hablando de que a los nueve o diez años parecía un chico, siempre subida a los árboles con las rodillas llenas de costras pero viendo la sonrisa de satisfacción de mi padre.

—¿Y tu hermano?

—Luis, en su mundo; dibujando, escribiendo historietas, leyendo con mamá. Ahora entiendo que se sentía excluido. Reconozco que estaba cómoda sin tener que compartirlo con él.

—¿Hacía distinciones?

—Siempre fui su ojito derecho, Luis lo sabía y se refugió en mamá, no es que no lo quisiera o lo ignorara, no es eso, pero él notaba la preferencia y nunca se rebeló. No te voy a decir que yo no lo viera, solo era un cría y no hice nada por evitarlo, me aproveché, supongo que es normal.

—¿Cuándo se rompe el cuento de hadas?

—No hay un cuando, es algo que se va cociendo y estalla un día. Tendría trece años, sí, trece, a punto de cumplir catorce. Ese verano pegué un estirón tremendo, mamá se había empeñado en que usara la parte de arriba del bikini y mi padre decía que no hacía falta; eran los ochenta, ya sabes cómo iba la cosa entonces. Yo estaba casi tan alta como ahora y apenas tenía pecho aunque mi cuerpo debía de tener ya las formas de una adolescente; él seguía viendo a una niña, mamá tenía más visión para esos temas pero yo solo miraba por sus ojos: el enfrentamiento estaba servido. Jugábamos en la playa con las raquetas, yo no prestaba atención a los chavales que se paseaban como moscones; a veces mi madre se acercaba a espantarlos y lo único que recibía era una amonestación. «Déjala, si no hace nada malo», aquello se trasladaba al apartamento y se convertía en agrias disputas entre ellos en las que yo, en silencio, tomé partido y la niña se convirtió en una adolescente promiscua. Entre los catorce y los quince fui la zorra del instituto, no sabía por qué pero me dejaba hacer de todo y follé sin medida, supongo que equivoqué las señales que recibía de mi figura paterna. Un viernes en que mamá cuidaba a mi tía enferma salimos los dos «como si fuéramos un par de colegas»; de vuelta a casa, muy pasados de alcohol, dijo que me quería. «Yo también te quiero, papá». Estábamos en esa fase de la borrachera en la que se quiere a toda la humanidad y te vuelcas en los que tienes cerca, pero a quien tenía al lado era a su hija. «Eres perfecta, lo mejor que me ha pasado en la vida», dijo y nos abrazamos, tenía ganas de llorar de emoción, nos miramos a los ojos y me besó en la boca, fue lo más hermoso que podía pasarme, la persona más importante de mi vida me amaba, le devolví el beso y le eché los brazos al cuello; cuando sentí su mano por debajo de la camiseta estaba dispuesta a entregarme, nuestras bocas seguían selladas, alcanzó mi pecho, lo apretó con ganas y se apartó como si quemase. «Qué hago, estoy loco, perdóname». Se levantó y me dejó sola, completamente sola y confundida sin saber qué había pasado, sin saber si era culpable, sin saber si al día siguiente podría mirar a mi madre, si podría mirarlo a él. Reviví en un instante todo lo que había hecho los dos últimos años de mi vida en el instituto, los fines de semana y en las acampadas y me di asco; era yo quien lo había seducido, era yo quien había destrozado una relación limpia y no tenía forma de arreglarlo. Pasé la noche encerrada en mi cuarto sin conseguir llorar planeando cómo desaparecer. No lo hice, conseguí crear una máscara con la que viví a partir de ese día. Mi padre fue incapaz de hablar conmigo y yo seguí adelante caminando sobre un campo de minas hasta que salí de casa a la universidad. Con el tiempo conseguí entender lo que había sucedido e identifiqué al verdadero culpable.

—O a la otra víctima.

—No me fastidies.


Toma siete

—¿Agua?

—Prefiero algo más fuerte.

—Sigue.

—¿Sabes lo que no perdono? Los años de silencio, el tiempo que pasé pensando que había seducido a mi padre, no le perdono no haber hablado conmigo cuando estuvo a tiempo de hacerlo. Ese silencio no tuvo justificación, ese hacer como si no hubiera pasado nada y al mismo tiempo mirarme con cara de culpable un año tras otro. ¿Se puede convivir así? Cuando supe de ti me sentí traicionada, estaba sustituyéndome, tenia en ti lo que no había podido tener conmigo.

—Has dicho que de pronto cambió y empezasteis a comunicaros, ¿cuándo sucedió?

—No fue algo repentino, más bien un proceso, pequeños detalles, no sabría decirte.

—Intentaré situarte y dime si voy bien. Londres, a principios del verano del dos mil uno.

—Déjame que lo piense. Pero dime por qué, qué pasó en esa fecha.

—Luego, antes intenta pensar si es la época en la que comenzó a mejorar vuestra relación.

—No, estás ocultando algo. No voy a seguir con esto si no eres sincera.

—A su tiempo, confía en mí.

—Ni de coña.


Toma ocho

«¿Por qué me tiene tan obsesionada? Tal vez porque es lo único que queda entre mi padre y yo.

Ahí llega.»


—Pasa, siéntate.

—No hace falta, di lo que tengas que decir y me voy.

—Siéntate, por favor. ¿Quieres tomar algo?

—¿Vas a decirme de una vez lo que sea?

—La última vez que estuviste aquí dejamos un tema abierto: el momento en el que vuestra relación comenzó a cambiar, yo lancé una fecha y no dije por qué; lo hice para no influir en tus recuerdos.

—Déjate de historias, supongo que me has hecho venir para contármelo, de otro modo ahórrate las explicaciones y no perdamos el tiempo.

—Tomás estaba muy tocado, había estado en Londres y aprovechó para verte, llamaba casi a diario, estaba esperanzado, veía un importante progreso en vuestra relación; sin embargo se torció, creo que suspendió una cena contigo por culpa de una reunión de trabajo y provocó un retroceso en lo que llevabais avanzado. Volvió hundido, lo vi mal, se sentía fracasado.

—Motivos no le faltaban, ¿no crees? Y te lo contaba en la cama, supongo.

—Te voy a pedir una cosa: has venido a escuchar, pues hazlo; déjame hablar sin interrupciones y cuando termine di todo lo que quieras.

—¿Vas a poner condiciones?

—Te estoy pidiendo el mismo trato que has tenido cada vez que has estado en este despacho.

—Muy bien, adelante.

—Yo desconocía el motivo de vuestro alejamiento, nada hacía sospechar el origen hasta que algunas conductas que tuvo conmigo me llevaron a pensar en ello.

—¿Qué conductas?

—No viene al caso.

—Como empieces otra vez a callarte cosas, me marcho.

—Si es lo que quieres voy a descender al detalle, pero no admito ningún comentario hasta que acabe, por mucho que te desagrade.

—Somos dos mujeres adultas, no me voy a escandalizar a estas alturas por escuchar lo que hacíais en la cama mi padre y tú.

—Sería mejor que intentases verlo como un hombre y no como tu padre.

—Ah, no. Lo hice una vez y ya ves a lo que condujo. 

—Tomás era muy delicado, muy sensible, pero como sabes padecía una diabetes que no cuidaba y además tenía una dolencia de corazón, era consciente de sus limitaciones y en la cama las compensaba con una dedicación inmensa a dar placer; es la persona que más se ha volcado en hacerme sentir antes de llegar a la penetración.

—Vale, ya lo he entendido.

—No, ni de lejos lo entiendes, vas a escuchar hasta el final o acabamos aquí, tú eliges.

—De acuerdo.

—La primera vez que nos acostamos me tuvo al límite del orgasmo durante, no sé, una hora, tal vez más, y lo hizo usando solo las manos y la boca. Caricias suaves alejadas de las zonas que mi cuerpo pedía a gritos, roces con los labios bordeando los lugares que ardían hasta que al llegar me hacía explotar. Cuando me había saciado una y otra vez podía penetrarme y alcanzar su efímera satisfacción, y la mía de nuevo. Ningún hombre ha vuelto a dedicarse a mí como lo hacía tu padre.

—Lo sigues echando de menos.

—Como el primer día, pero esa no es la cuestión. También podía ser duro y exigente, y también tierno de otras maneras. Una tarde me tumbó en sus rodillas y comenzó a acariciarme el culo, le gustaba hacerlo pero nunca lo había hecho de aquella manera; no recuerdo qué habíamos estado hablando, terminó llamándome niña mala y propinándome un fuerte azote. Protesté aunque no me disgustó y volvió a azotarme más fuerte y repitió la frase, «Eres una niña mala»; esta vez había dolido, protesté y le encendió, siguió azotándome con más fuerza, sin dejar de llamarme niña; a estas alturas las lágrimas no dejaban de caer por mi cara, pero no lo evité aunque hubiera podido hacerlo, lloraba en voz alta y él me mandaba callar y seguía pegándome, hasta que debió de recuperar la cordura, ambos lo hicimos. Me untó crema, estaba dolorida y la hinchazón duró un par de días. Aquel episodio me dio mucho en qué pensar.

—A mí jamás me pegó.

—Nunca he pensado que lo hiciera.

—¿Entonces?

—Antes de pasar a interpretaciones déjame que siga con los hechos. 

—Espera, dime una cosa. ¿Se repitieron situaciones parecidas?, es decir, ¿te volvió a azotar o a pegar?

—Si lo que quieres saber es si era violento la respuesta es no. En cuanto a los azotes, sí; a veces le gustaba ponerme sobre sus rodillas y azotarme.

—¿Y a ti?

—¿Eso importa?

—Importa, claro que importa, formas parte de la vida de mi padre.

—Le quise mucho, no imaginas cuánto. Me gustaba ponerme en su regazo y sentir sus manos suaves en mi piel, disfrutaba la espera de cada azote, porque jugaba con la incertidumbre, pero como yo no lo temía encontraba el glúteo relajado y me hacía menos daño. 

—Dios…

—¿Quieres beber algo?

—Agua, por favor.

—¿Seguimos?

—No logro entender como pudiste dejar que te hiciera eso, no cuadra con la imagen que das.

—Verás, toda nuestra relación se fraguó en base a la empatía; le conocí en una época muy difícil, no tenía con quien desahogarme y Tomás sabia escuchar; no es que confiara de entrada en él, es que no pensaba volver a verlo y lo utilicé para descargar todo lo que necesitaba soltar. No te voy a aburrir, solo te diré que me mudé al piso de Retiro con la idea de estar solo unos días, hasta que pudiera organizarme; él se pasaba a veces con cualquier excusa, a enseñarme dónde estaban las cosas, o a traerme algo que faltaba y se quedaba un rato dándome charla; ahí encontré al hombre herido, y cómo no entenderlo si yo también lo estaba.

—Y os consolasteis en la cama.

—Comprendo que te empeñes en verlo así pero eso no te ayuda a conocer a tu padre. Ahora, déjame que siga, salvo que no quieras saber por qué tu padre cambió.

—¿Tiene relación con que te dejases azotar? Es decir, ¿tengo que escuchar vuestras perversiones?

—Creo que por hoy es suficiente.


Toma nueve

—No esperaba volver a verte.

—Ni yo pensaba que volvería.

—Toma asiento. ¿Agua, otra cosa?

—Mejor otra cosa, gracias.

—Han pasado…

—Mucho tiempo, no me lo reproches; sin embargo no he dejado de pensar en todo lo que hablamos. Sabía qué hacía mal en no volver y cuánto más tiempo pasaba más difícil resultaba llamarte.

—No eres la única, esto ocurre más de lo que te imaginas. 

—¿Podemos volver al punto en el que lo dejamos? Sin interrupciones, lo prometo.

—¿Por qué?

—Porque necesito conocer a mi padre y tú tienes las claves.

—Muy bien. Ha pasado suficiente tiempo como para que podamos mirar de frente a la realidad sin hacernos daño ni a nosotras ni a nadie de nuestro entorno. Tu madre lleva muerta casi dos años, no va a sufrir porque reconozcas que tu padre me quiso y nuestra relación le hizo mucho bien tanto a  él como a mí y además sirvió para reconciliaros ¿Puedes hacerlo?

—No queda otra. ¿Y tú, has podido? Hablas de no hacer daño a nadie de nuestro entorno. ¿Lo conseguiste?

—No vayas por ahí, no es relevante para el objetivo que te propones y lo único que puede hacer es distraernos. ¿Nos centramos?

—Era pura curiosidad, no quería molestarte. He pensado muchas veces en la vida que has llevado, le ha tenido que pasar factura a los tuyos; pero tienes razón, tu vida es cosa tuya. 

—Entonces sigamos, ¿recuerdas dónde nos quedamos?

—Contabas que te hizo tumbar sobre sus piernas y te azotó.

—Eso fue al volver de Londres, venia mal.

—Me dejó plantada una noche que íbamos a cenar juntos, yo tenía le esperanza de que pudiéramos terminar de sincerarnos; pero antepuso sus negocios, como siempre, y avisó a última hora.

—No sabes cuánto se arrepintió de haberlo hecho. Yo intentaba ayudarle, pero es muy difícil si no conoces las causas que han provocado el distanciamiento; trataba de hacer todo lo posible por calmar su angustia, tal vez por eso permití que sucediera. 

—¿Y? Venga, sigue, ¿qué pasa?

—Tienes que saberlo.

—Saber qué.

—Cómo pasó, por qué pasó y a lo que dio pie.

—¿Qué intentas decirme?

—Antes de que sucediera… verás, yo, salí de la cama, tenía que orinar. «¿Dónde vas?»,  «A hacer pis», dije en tono desenfadado para ver si le hacía reír, y lo logré, «¿Y eso?», «porque tengo ganas, me meo». Dijo que era una desvergonzada y me soltó un azote. Por fin había conseguido que dejara a un lado la tristeza y decidí seguir por ese camino; recuerdo que dejé la puerta abierta a propósito, sé que ahora puede resultar impropio pero en aquellas circunstancias fue lo único que se me ocurrió para mantenerlo alejado de los pensamientos que lo torturaban; sí, suena un tanto escatológico, tienes que entender que había agotado todos los recursos para entrar en su mente. 

—Déjate de rodeos, ¿qué hiciste?

—Tienes razón, voy al grano. Era consciente de que me estaba oyendo orinar, no sé qué sentido le encontré pero tuve la intuición de que podía sacar algo positivo, algo que le hiciera abrirse. En ese momento se me escapó un gas.

—Un pedo, joder, un pedo; ¿qué te pasa, ahora te avergüenzas de lo que hiciste?

—Para nada; es cierto, estoy censurando el lenguaje, es absurdo. Se me escapó y lo contuve;  sin duda lo tuvo que escuchar y pensé que… o no lo pensé simplemente lo dejé salir; un sonoro pedo se dejó oír durante unos segundos que me parecieron eternos. Esa bobada nos otorgaba un grado más de intimidad y... ¿Te vas?

—Necesito estirar las piernas. ¿Puedo abrir la ventana?

—Sí, cómo no.

—Continúa, te escucho aunque esté asomada.

—Me arreglé ante el espejo y vi que tenía el rímel corrido, fui al salón a por el bolso y de camino lo pensé. Por aquella época decían que aparentaba cinco o seis años menos y al desmaquillarme me sorprendí yo misma.

—No me extraña, nadie te echaría hoy más de cuarenta, hay que joderse.

—Entonces tuve una idea, fue una especie de fogonazo, así es como suelen ocurrírseme las hipótesis de trabajo; empecé a sospechar la naturaleza del trauma que os mantenía alejados y, sin darle más vueltas, decidí ponerlo a prueba. Sabía que llevaba unas gomas en el bolso y me hice unas coletas; la impresión que recibí al mirarme al espejo fue impactante, había vuelto a mi época de adolescente; pero sobraba un detalle: por entonces llevaba unos pequeños aros en los pezones que no encajaban con la imagen de una cria. Sin dudarlo me los quité y volví a la alcoba. Tu padre quedó en shock, le expliqué por qué me había lavado la cara. «Estoy echa un desastre», dije, y él lo rebatió, se deshizo en halagos, estaba extasiado, tocaba las coletas con auténtica veneración, me acariciaba las mejillas como si estuviese viendo una aparición, lo recuerdo como si hubiese sucedido ayer. «No parece que tengas…», «¿Qué sea mayor?», dije para ayudarle a completar la frase. «No eres mayor, es que pareces una niña». Una niña, esa era la clave. No sé por qué hice lo que hice, de verdad, no lo sé. «No soy una niña; mira, tengo tetitas».

—¡Oh, por favor!

—¿Quieres o no quieres saberlo?

—Venga, termina con esto.

—«Lo que no tienes es vergüenza», dijo y me sacudió un azote. Chillé y desvié el culo de su alcance, sabía lo que estaba pasando y tomé la decisión de seguir adelante. Amagó con darme otro y salí huyendo. «Ven aquí, niña mala, te vas a enterar». Había entrado en su papel sin darse cuenta, o si acaso era consciente no quiso dar señales de ello; me arrastró a la cama y me tumbó en su regazo. El primer azote restalló en el dormitorio, estaba desatado y no controlaba la fuerza, me quejé cuidando de no asustarle, el siguiente fue tan severo o más que el anterior, enseguida tuve el culo ardiendo. De pronto cesó, debió de ver el estado en que estaban mis nalgas y despertó. «¡Oh Dios! ¿estás bien?»; ¿qué podía decir, que estaba en la gloria? Creo que eso lo liberó de culpa. «Hija mía, eres una bendición en mi vida». Me ayudó a incorporarme y caí en sus brazos. «Mi niña, cómo te quiero», exclamó emocionado. Así estuvimos no sé cuánto tiempo, meciéndonos el uno al otro, hasta que volvió a preocuparse por mi culo. Tumbada boca abajo dejé que lo untara con crema y se extasiara masajeándome los glúteos. «Tienes un culito respingón precioso». Yo había asumido el rol que él quería. «¿Te gusta?», su respuesta fue besármelo con devoción, luego secó las lágrimas de mis mejillas y se acostó a mi lado, no dejaba de mirarme como si fuera un valioso regalo, sin decir palabra me acarició hasta que las caricias tomaron un cariz más sensual; del rostro pasó a los hombros y a los pechos. «Mi niña», no cesaba de murmurar, su excitación era tan evidente como la mía, sin embargo supe que no daría el paso y si mi hipótesis era cierta tenía que hacerlo, no debía volver a quedar reprimido. Si entonces lo hubiera sabido…

—¿Qué no llegó a violarme? No me interesan tus excusas, quiero que cuentes de una puñetera vez qué hiciste para que mi padre cambiara su conducta conmigo.

—Caí boca arriba, era una señal inequívoca, su niña lo llamaba. Se incorporó entre mis piernas. «Hija mía, mi pequeña». No podía ser más claro, comenzó a besuquearme los pezones, yo le acaricié el cabello para hacerle ver que todo estaba bien, que su pequeña lo aceptaba, separé las piernas y las flexioné para mostrarme dispuesta y me penetró muy despacio, no como otras veces. «Sí, sí», le susurré al oído, su niña lo animaba a poseerla sin oponerse, sin hacerle sentir un animal, sin horrorizarse como suponía que tal vez sucedió en un pasado no tan lejano. Hundido en mi cuello no era capaz de mirarme. «Sigue hablando», me pidió. Y le puse palabras a la redención que tanto necesitaba. «Sí, hazlo, qué bien, qué ganas tenía», le murmuraba al oído, «no imaginas cuántas veces he soñado contigo», no sé ni lo que decía. Fui incapaz de llamarle papá, lo intenté pero no pude, sé que lo esperaba pero no pude. 

—¿Sabes lo que creo?, que estás enferma; eres una zorra que se aprovechó de mi padre en un momento muy delicado, lo engatusaste con tu aspecto de niña, qué asco me das, ¿no te avergüenzas de lo que hiciste? No, solo hay que escuchar cómo lo cuentas. Y después empezaste a prostituirte, ¿o fue antes?, ¿qué pasó, te lo propuso o se lo pediste tú? No, cállate, no lo niegues, salías en las fotos que nos enseñó la policía, estabas con las otras, al menos ellas lo hacían por necesidad pero tú, tú, ¿qué falta te hacía venderte? 

—Déjame acabar, por favor.

—Cállate, no quiero oír nada más. Eres una degenerada; a pesar de la apariencia que das no creo que hayas cambiado, lo tuyo es vicio no es otra cosa, seguro que aún continúas haciéndolo, a que sí; te vi llegar la última vez que vine, ese auto que manejas no se paga con una consulta como esta. Dime, ¿cuánto dinero le sacaste a mi padre de las cuentas opacas que no llegamos a ver nunca? 

—¿Has terminado? Será mejor que hagamos una pausa.

—¿Eso es lo único que se te ocurre decir? No tienes vergüenza.

—Tranquilízate.

—No me toques; eres despreciable.

—Cálmate, respira.

—Vete a la mierda.


Epílogo

Carmen, lamento mucho cómo me despedí la última vez que nos vimos, no debí decir las cosas que dije, fueron comentarios muy desafortunados fruto de las emociones que me produjo descubrir una parte de la vida de mi padre que desconocía y también, por qué no decirlo, a causa de la crudeza con la que revelaste vuestra relación; no sé si era necesario, lo que sí sé es que surtió el efecto que con toda seguridad esperabas provocar: acabaste con mi resistencia a aceptar a esa otra persona que hasta ahora me había negado a reconocer. En ese sentido te lo agradezco. 

No nos volveremos a ver nunca más, no soporto tener delante a la mujer que eligió para consumar el incesto que hubiera querido llevar a cabo conmigo; no soporto pensar que cuando se acostaba contigo me imaginaba a mí y que si al final pudimos reconciliarnos fue porque consiguió a través de ti lo que no se atrevió a hacer con su hija. Sobre todo no soporto lo que me has hecho desear a fuerza de ser tan explícita, ¿de verdad era necesario exponer cada detalle de la relación que tuvisteis? Tampoco soporto ese pacto con el demonio que te mantiene como si no hubiesen pasado los años, me humilla y a la vez me hace reaccionar con una agresividad impropia de mí.

Gracias por todo.

A.



15 comentarios:

  1. MARIO: A veces los acontecimientos nos sobrepasan, por eso este capítulo llega antes de lo previsto, ante todo porque es un regalo para mí amigo Torco —como dice Lito Vitale, mi amigo del alma— en estas fechas importantes para él y su familia. llevábamos varios meses hablando de este relato, incluso a tres bandas, y esta era la ocasión para celebrarlo. Disfruta el momento, Torco.

    ResponderEliminar
  2. en este capitulo me he perdido, quevmal me han sentado las vacaciones.

    ResponderEliminar
  3. Saludos a todos a lo largo del tiempo. Muchas gracias, como siempre por el extraordinario relato.
    No suelo comentar en muchas ocasiones, aunque todos los capítulos merecen la enhorabuena al trabajo realizado, este es uno de los que te hace salir de la cueva, por las revelaciones que lleva implícitas. Creo que Carmen intenta llevar a la hija de Tomás a la terapia que ella no ha tenido hasta ahora en el diario, estamos ya en momentos actuales y se han demostrado los temores del descubrimiento de la doble vida de Carmen a través de la investigación de los negocios de Tomás y se revela la confusión de su familia y el desconocimientos de otra doble vida, sublime la trama, estamos probando la espuma, nos debía la ansiedad por llegar al fondo. Como siempre gracias y seguimos en suspense...

    ResponderEliminar
  4. El capítulo es buenísimo, lo he leidonotra vez, porque la primera vez me perdí, la verdad es quedes muy revelador.

    ResponderEliminar
  5. Y el capítulo 163. ¿Es un lapsus, Mario?. Gracias........Wiru

    ResponderEliminar
  6. MARIO: Como he explicado en un comentario anterior, he adelantado la publicación de este capítulo por motivos que me han parecido “de causa mayor” y que si el interesado cree conveniente hacer público es decisión suya. El 163 aparecerá a continuación en unos quince o veinte días.

    ResponderEliminar
  7. Hay poco más que añadir a este maravilloso relato.
    Una visión actual de unos hechos que ocurrieron muchos años atrás. Una mujer, antes niña que quiere saber, pero le duele cuando conoce. MARAVILLOSO.

    ResponderEliminar
  8. Por cierto, creo que saltamos u relato

    ResponderEliminar
  9. TORCO

    Voy a explicar los motivos de tan hermoso regalo. Hace dos días mi nieta Amara nos ha hecho bisabuelos.

    Con los años ha nacido entre Mario y Carmen con mi mujer y conmigo un vínculo que se fue afianzando con cada botella que llegaba a nuestras costas.

    Así nació el Café La Humedad y el vínculo fue creciendo con las afinidades y coincidencias.

    Gracias amigos del alma.

    ResponderEliminar
  10. Enhorabuena Tronco. Disfrutar del regalo de tu nieta. Y gracias por hacernos a todos un poco partícipes de vuestra vida y del Café La Humanidad.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. TORCO

      Perdón KIKOTOU es nuestra bisnieta. Gracias por tu comentario.

      Eliminar
  11. Felicidades Torco, una nueva vida siempre es motivo de celebración, me alegro mucho por vosotros.

    ResponderEliminar
  12. Magistral, Mario. Como siempre.
    A la espera del capítulo 163......recibe un saludo y transmítelo a Carmen, por favor. Es mi ídolo.

    Wiru

    ResponderEliminar
  13. DOSOCTAVAS: Pensé que no llegaba antes de que Mario publicase el proximo capítulo. Felicidades a Torco, eso de ser abuelo debe ser especial por lo que cuentan.
    Este capítulo me ha dejado mas preguntas que respuestas. Me habría gustado saber lo que se dijo entre la toma tres y la seis y por qué se nos ha escamoteado. No importa, a cambio nos deja tantas pistas de lo que nos queda por leer que podemos perdonarle. El entierro de Tomás, la expulsion violenta de carmen del cementerio, la policia me intranquiliza mucho, esa insinuación a las cuentas opacas. hay tanto por leer que dan ganas de pedirle que acelere y publique cada semana.
    Buen capítulo. A ver cuando puedo volver a pasar por aquí. Abrazos a todos

    ResponderEliminar