Capítulo 178 Septiembre negro
Tiempo aproximado de lectura: dos horas veintidós minutos.
Te recuerdo Amanda
La calle mojada
Corriendo a la fábrica
Donde trabajaba Manuel
La sonrisa ancha
La lluvia en el pelo
No importaba nada
Ibas a encontrarte con él
Con él, con él, con él, con él, con él
Que partió a la sierra
Que nunca hizo daño
Que partió a la sierra
Y en cinco minutos quedó destrozado
Suena la sirena
De vuelta al trabajo
Muchos no volvieron
Tampoco Manuel
Víctor Jara, 1969
Prólogo
Creo en pocas cosas.
No creo en Dios ni en el destino y mucho menos en el karma; por eso, cuando Emilio irrumpió en la sala de reuniones con el rostro demudado pidiendo que encendiéramos el televisor y aparecieron las imágenes de las Torres atravesadas por los aviones y las vi derrumbarse consumidas por el incendio, no pude eludir las del Palacio de la Moneda en llamas otro once de Septiembre. Escuché en mis oídos a Víctor Jara recordarle a Amanda la calle mojada y los que, como su Manuel, en cinco minutos quedaron destrozados. De mi memoria surgió el rostro del atribulado padre norteamericano en busca del hijo desaparecido en el Chile golpeado por la recién nacida dictadura. (1) Esas y otras ideas pasaron a toda velocidad por mi cabeza mientras contemplaba la tragedia en directo y vaticinaba el cataclismo que se avecinaba.
No creo en el karma ni creo que el horror causado justifique causar otro horror, como pretendía vendernos un compañero al que hicimos callar.
Salí al exterior, no podía seguir viendo tanta atrocidad. Traté de localizar a Carmen por todos los medios. Llamé a mi hermano; estaba en shock, como Emilio, como yo. Fernando, mi suegro, no conseguía hablar con su hija; procuré tranquilizarlo, él también temía las consecuencias que esos actos iban a provocar. Aquello lo cambiaba todo.
Lunes, tres de Septiembre.
Ocho días antes nadie podía imaginar que el mundo estaba al borde del colapso. La civilización occidental, tal y como la conocemos, iniciaba su derrumbe y, como siempre que un imperio ha caído, el proceso se anunciaba lento, largo y convulso; el orden mundial comenzaba su transformación. Veinte años después, el proceso aún no ha concluido.
Ocho días antes, recién llegado de Conil, me incorporé al gabinete. Volver a la rutina diaria era el mejor antídoto contra los nubarrones que acechaban en mi horizonte. Emilio no tardó en llegar, satisfice su curiosidad sobre nuestras «fantásticas» vacaciones y a continuación entramos en materia, le puse al tanto de la reunión con Esteve: todo iba según lo previsto; hicimos planes para cerrar el acuerdo y a tal fin programé el viaje a Sevilla, lo que me daría la oportunidad de volver a ver a Candela; la necesitaba.
—¿Y Carmen, cómo está?
—Estupenda. Lo ha pasado genial, ni te imaginas. Le extrañó que no quisieras hablar con ella.
—Estabais de vacaciones, no quise molestar.
—¿Molestar, tú?, eres un buen amigo y además, uno de sus clientes favoritos.
—¿A qué ha venido eso?
Encogí los hombros restándole importancia. La tensión acumulada tras un domingo plagado de silencios había explotado por donde menos debía.
—¿Acaso no piensas en ella?
Mi socio apartó la mirada.
—A cada momento.
No insistí. Le hablé de Tarifa, de la villa, del yate; evité aludir a los detalles escabrosos. Casi todos.
—Estuvimos en una playa nudista. ¿Sabes a quién nos encontramos?, a Martos y a su mujer.
—¡No me jodas!
—Se quedaron tan sorprendidos como tú; ellos iban en bañador, curioseando. A él casi se le saltan los ojos cuando Carmen volvió de la orilla.
—Desnuda, imagino.
—En pelotas, con la melena encrespada por el viento y… —¿debería callármelo?— unas barras atravesándole los pezones parecía una diosa salida del océano; lo quedó sin habla. Si llega llevar los aros que le has visto se desmaya.
—Y que lo digas. —apostilló removiéndose en el asiento.
—Su mujer estuvo bastante desagradable. Vicente llamó después para disculparse, quedamos a cenar y nos propusieron volver juntos a la misma playa. En el fondo les apetecía probar.
—Y parecía tan serio.
—Ya te contaré, o mejor pregúntale cuando la veas, porque habrás hecho planes.
—Pensaba llamarla, si no te molesta.
—Es cosa vuestra. Para algo más que charlar, supongo.
—Me gustaría verla.
—¿Y?
—¿Tú qué crees?
—Emilio…
—Y acostarme con ella, ¿ya estás contento? —saltó desquiciado.
—No entiendo por qué te cuesta tanto hablar conmigo de Carmen.
Gesticuló como si quisiera quitársela de la cabeza.
—Todavía no me he hecho a la idea.
—Habla claro.
—No vas a parar, ¿eh? No me acostumbro a pagar por hacerlo con ella.
—Por hacerlo. Joder, Emilio, qué eufemismo.
—¡Por follar, Mario, por follarme a tu mujer!
—¿Ha sido tan difícil? Pues si lo pasas tan mal, no lo hagas.
—Ni de coña voy a renunciar a lo mejor que me ha pasado en la vida.
—Hoy va a tener un día complicado —le dije, haciendo intención de marcharme—, mejor llámala esta noche.
—Dime la verdad, ¿lo tienes tan asumido como aparentas?
Solté el pomo de la puerta.
—¿El qué?
—Tu mujer se prostituye. Cuando me lo contaste no parecías tan tranquilo; después lo hemos abordado de pasada y actúas como ahora, dando una imagen de normalidad pasmosa, un poco sobreactuada a mi modo de ver. Tenías que haberte visto aquel día en Sevilla.
—Había bebido.
—Y que lo digas. ¿Recuerdas algo?, ¿lo de la orbita heliocéntrica?
«Cómo no acordarme, estaba herido y le conté cosas que a la mañana siguiente no recordaba haber dicho. Varias veces me pidió que parara; yo seguí, empujado por esa tozudez que infunde el alcohol. Cuando quise darme cuenta estaba hablando de la terapia de puta, ya era tarde para callar, Emilio es más que un amigo y yo llevaba mucho tiempo sin poder compartir mi angustia con nadie. Autocrítica, confesión, da igual, necesitaba hacerlo; entonces vi la expresión de su cara y supe que algo iba mal, pero no quise atender a las señales.
Tomás, cómo no. Era uno de los temas para los que necesitaba una voz amiga que me escuchase. Le conté con todo lujo de detalles el tipo de relación que mantenían, incluso mis sospechas de una tendencia incestuosa que Carmen, de una u otra forma, permitía si no alentaba. El alcohol me desató la lengua hasta extremos que al día siguiente lamenté, aunque esa noche me alivió y pude por fin compartir con alguien los deseos, las emociones, las dudas, decisiones y pensamientos que llevaba cargando en solitario tanto tiempo. Emilio me dejó hablar, a veces trató de frenarme sin éxito, otras intentó hacerme entrar en razón. «No puedes hablar en serio», rechazó cuando confesé que mi mujer se vendía y a mí me excitaba.
—Sé que no lo entiendes, solo te pido que nos respetes, ¿podrás? Claro que puedes, eres mi amigo del alma, mi hermano.
—Dámelo, ya has bebido suficiente.
—Mira, Emilio, vivimos una relación conflictiva e intensa, no hemos dejado de amarnos en ningún momento, pasamos por ciclos en los que nos alejamos aunque siempre, siempre volvemos a encontrarnos porque nos necesitamos, por encima de todo nos necesitamos. A ver si soy capaz de explicarlo. Todo gira en torno al proceso de emputecimiento de Carmen. Como en una órbita heliocéntrica, mi vida gira a su alrededor. Me acerco y me quema, me alejo y la añoro. Y ella necesita de mi presencia más o menos cerca.» (2)
—Llevaba demasiadas copas; el alcohol enturbia las ideas y exalta las emociones.
—Mira a dónde nos ha llevado.
—Te quejarás.
—¡Vale ya! Me quejo de que te empeñes en disfrazar tus incoherencias entre sarcasmos que resultan hirientes.
—Lo lamento. Perdona. —Volví a sentarme, le debía una explicación—. Carmen está pasando una etapa difícil donde la prostitución es el medio, un tanto irregular, para investigar algo más profundo que la tiene trastornada. No puedo darte detalles por ahora y menos sin su consentimiento, bastante me he saltado su privacidad.
—Lo comprendo, aunque no lo considero un método seguro y mucho menos terapéutico para solucionar lo que le preocupa.
—Es más que una preocupación, no es momento para debatirlo. En cuanto a mí, tengo mucho de lo que arrepentirme; he cometido demasiados errores este último año y todos, todos, han tenido como diana a Carmen, he incidido en su, llamémoslo trauma. Ya lo sé, no te gusta ese término pero déjame usarlo. Mis obsesiones han exacerbado su trauma hasta dispararlo y provocar situaciones límite que nos han superado. Conoces el cuento del aprendiz de brujo, pues ese soy yo, un… pobre diablo al que se le van las cosas de las manos y pierde el control de su criatura.
—No sé si lo estoy entendiendo.
—Piénsalo con calma. El caso es que, a causa de mi torpeza, las experiencias traumáticas que estaban fuera del alcance de su memoria comenzaron a aflorar y se cruzaron con las prácticas en las que nos iniciamos el pasado verano provocándole un auténtico caos.
—¿De qué prácticas estás hablando?
—Pensaba que ya te lo habría contado.
—Lo que Carmen y yo hayamos hablado es cosa nuestra.
—Ya, y no creo que salga bien parado.
—No sé cómo, pero a pesar de todo, te quiere a rabiar; así que, si quieres contármelo, soy todo oídos.
Los hombres la miran
—Carmen llama la atención por donde va; tan alta, tan esbelta y con esos ojos negros es habitual que la miren. Nunca me ha molestado, al contrario, me hace sentir orgulloso. Ella siempre ha sabido parar a los babosos, se vale por sí misma. Hubo un momento, no sabría decir cuándo empezó, que el orgullo se transformó en otra cosa, supongo que fue progresivo. Una noche vi a unos tíos mirándola y me di cuenta de que estaba excitado, no hacían nada diferente a lo que yo mismo hice cuando solo era una estudiante recién licenciada y yo el profesor de un curso de verano incapaz de apartar la mirada de sus piernas distraídas que, bajo la mesa, mostraban sin intención las bragas. No vayas a pensar que fue eso lo que dio pie a nuestra relación. Carmen era la alumna más aventajada, solía quedarse al final de las clases a plantear dudas o a cuestionar aspectos con los que no estaba conforme, siempre ha sido muy guerrera.
—Y que lo digas.
—A veces continuábamos el debate tomando unas cañas. Un día fue una comida, luego una cena y una cosa llevó a otra.
—Y terminasteis casándoos.
—Contra todo pronóstico y venciendo las reticencias de Frau Bauer, entre otras personas que no veían con buenos ojos nuestra diferencia de edad.
—Todo un carácter.
—Una leona. Tendrías que haberla conocido entonces, con cuarenta y pocos era el vivo reflejo de lo que su hija es ahora; siempre ha aparentado menos años, ambas tienen una genética privilegiada y comparten el mismo temple con el que afrontan lo que se les ponga por delante, y en esa tesitura yo era el peligro que amenazaba a su cachorra.
—No te quejarás, te quiere como a un hijo.
—Lo sé, pero entonces, para quienes la rodeaban, Carmen era una cría de veintiún años y yo, un pervertido profesor universitario de treinta y cuatro; sin embargo ya era toda una mujer con una aguda inteligencia y una madurez impropia de su edad, es lo que me cautivó además de su imponente físico; no obstante, en algún aspecto seguía siendo la adolescente que veía su madre. Ya antes de casarnos me encontré a una mujer que, en el plano sexual, tenía muy poca experiencia; es cierto que no era virgen, venía de una relación con un compañero de la facultad que acabó poco antes de licenciarse y, por lo que sé, no fue nada satisfactoria, antes de eso tuvo algunos rollos sin importancia, no sé cuándo ni con quien perdió la virginidad, nunca me lo contó, deduzco que no debió de ser agradable. Estaba ante un terreno sin explorar al que debía dedicar toda la delicadeza posible; no sabía nada de felación, o al menos lo afrontó como un acto desconocido; el cunniligus fue un reto personal que le llevó meses superar y, cuando lo logramos, estalló como no he visto a ninguna otra mujer. Cada avance era un triunfo que culminaba con lágrimas de alegría.
Emilio escuchaba abrumado por la intensidad de mis recuerdos.
—Pero volvamos a lo que estaba contando. Aquel descubrimiento en la barra de una sala de fiestas cambió mi concepto de los hombres que la miran; me solidarizo, imagino lo que ven desde su posición, finjo no enterarme de lo que hacen para ponérselo fácil, me excito a la par con ellos.
—Joder, Mario…
—¿Te escandalizas? Gracias a mi desviación te la estás follando, cabronazo, no seas hipócrita.
—Tienes razón, no soy la persona adecuada para juzgar tu conducta.
—Todo lo que puedas pensar me lo he dicho mil veces, pero reincido una y otra vez; basta que un hombre la mire con esa… ya me entiendes, esa intención y necesito saber qué es lo que ve, dónde la mira; en pocas palabras, necesito ponerme en su piel. En aquella ocasión tuve la oportunidad.
«Celebrábamos nuestro quinto aniversario y como cada año, reservamos en uno de los mejores restaurantes de Madrid, después nos fuimos a bailar. Conseguimos mesa bien situada, cerca de la pista, enfrente de una de las barras. Estábamos charlando cuando las miradas de unos chicos empezaron a molestarme. Nunca me ha importado que la miren, estoy acostumbrado a que sea el centro de atención allá donde vamos, incluso me halaga; pero en esta ocasión creí percibir algo que no me gustó. Aproveché la tardanza en servirnos las copas y me dirigí a la barra para ejecutar un rito ancestral: el macho dominante haciendo frente a los machos jóvenes que le disputan la hembra, todo muy sofisticado y sublimado pero al fin y al cabo la mirada directa, los hombros extendidos y la forma decidida de caminar hacia ellos tenía ese sentido, un componente que se percibe no con la razón sino en las zonas más primitivas del cerebro.
Captaron el mensaje y se pusieron a hablar entre ellos. Reclamé las bebidas y mientras esperaba la miré. No era de extrañar, estaba hermosa con un sugerente vestido rojo ceñido a su espléndido cuerpo que, anudado al cuello, dejaba los hombros desnudos y toda la espalda al aire; el escote en pico dibujaba el contorno de los pechos. Entonces descubrí el motivo de las insistentes miradas de los tres hombres que estaban a mi lado: Carmen forzaba la postura en aquellas butacas tan bajas para poder observar la pista situada a su izquierda y el descuido dejaba las piernas lo suficientemente separadas como para desvelar el encaje blanco del ligerísimo tanga y la sombra del vello púbico recortado a la brasileña. Durante unos segundos me quedé enganchado a esa imagen, una postura nada obscena, era evidente la falta de intencionalidad. Recordé otra escena semejante durante el lejano curso del verano del noventa y uno; en esta ocasión eran otros quienes se perdían entre los muslos de mi mujer, aunque la excitación por ser espectador era tan arrolladora como cuando yo fui el mirón clandestino de mi alumna.
Debí olvidarme de las copas y volver para advertirle, debí darme por enterado de las miradas que habían vuelto a mi mujer; pero no lo hice, en cambio disimulé, fingí que no veía lo que veía y aparenté estar distraído con el ambiente de la pista de baile cuando en realidad andaba a la caza del menor detalle de lo que se insinuaba entre los muslos de Carmen; percibía la forma, el volumen, el pliegue vertical en la braguita, miré hasta la saciedad la línea oscura que se revelaba a través de la levedad del tejido mientras espiaba a los que miraban lo mismo que yo y sentían lo mismo que sentía yo.
El camarero me hizo reaccionar, recogí las bebidas y regresé sin apartar la mirada de su sexo, en la distancia corta el detalle era aún más nítido. Tomé asiento a su lado, ella sonrió y siguió absorta en la música que venía de la pista, la razón me instaba a advertirle que cambiase de postura pero algo me detenía; un segundo, me decía a mí mismo, solo un segundo antes de romper el hechizo; pero siempre callaba y conseguía más tiempo.
Charlábamos; por el rabillo del ojo captaba las miradas. Un poco más, solo un poco más, repetía en silencio, dedicado a cazar a los que al pasar se perdían en el interior de la breve falda de Carmen. Ella, ajena a mi perversión, continuaba hilando un monólogo apenas salpicado por mis escuetas respuestas.» (4)
—¿Lo haces con frecuencia?
—¿Estamos haciendo terapia?
—No me toques los huevos. Estamos hablando; si quieres, lo dejamos.
—A veces, cuando surge la ocasión y la situación es propicia no pierdo la oportunidad. Es más fuerte que yo, Emilio, me provoca un placer irresistible.
Tenía que continuar, ya no había marcha atrás. Cogí aire.
—El verano pasado me acompañó al cursillo de Sevilla, ese que llevaba persiguiendo tanto. Por el camino paramos a repostar y mientras llenaba el depósito, ella se encargó de comprar algunas cosas y pagar. La esperé dentro del auto con el climatizador a tope; poco después regresaba caminando con el estilo que la caracteriza: la espalda recta, la melena ondeando, los hombros atrás marcando el busto, los muslos desnudos mandando en cada paso una cadencia sensual a las caderas, y la mirada inocente hasta que me vio, sonrió y se cargó de turbias intenciones. Un hombre que repostaba no había perdido detalle desde que salió, otro que llegaba en un Land Rover se la comió con los ojos. Se me puso como una piedra. La miran, Emilio, los hombres la miran con hambre y a mí me excita, no lo puedo controlar; sé que no está bien, que debería evitarlo, pero no puedo, es más fuerte que yo. Entonces tuve una idea, ¿y si pudiera disfrutar en primera persona de esa potente sensación de la que solo era un espectador? No conocía a ninguno de los asistentes al seminario, tampoco entre los ponentes había nadie con quien me hubiera relacionado; eran unos días en los que el anonimato nos permitía hacer cualquier cosa, imagínate.
—Como no me lo digas…
—Le propuse actuar como si fuésemos amigos, no un matrimonio. ¿Desde cuándo no te sientes libre delante de un hombre cuando estás conmigo?, le dije, quería saber cómo la tratan sin que la figura de un marido ponga límites. Siempre nos ha gustado jugar; entiéndeme, fantasías en la cama, el top less en la playa, algo de coqueteo en público, poco más; sabía que si se lo razonaba acabaría entrando en el juego. Así fue, durante el camino terminamos de moldear los personajes que encarnaríamos; ella sería una colega soltera y en cuanto a mí poco había que cambiar. Acabamos muy calientes, ella quedó convertida en mi amante con la que compartía una escapada a escondidas de mi esposa, algo que debería quedar sobreentendido, nunca dicho explícitamente.
—Un juego comprometido, corríais el riesgo de tropezar con un conocido o, en el futuro, volver a coincidir con alguno de los asistentes; este mundillo es un pañuelo.
—Lo sé, pero entonces no mandaba la razón. Al principio fue bien, en la primera sesión busqué a un incauto que nos sirviera de conejillo de Indias.
—Joder, Mario, ¿en serio?
—Es una forma de hablar. Mi compañero de mesa, un colega de Cordoba, resultó ser un tío majo, hicimos buenas migas y en uno de los descansos tiré el anzuelo. No he venido solo, le dije, me acompaña una amiga y, por el tono, le di a entender de qué clase de amiga se trataba. A la hora del almuerzo se la presenté y funcionó como esperaba; porque no era mi esposa, solo una «amiga». Se cumplió mi sueño, viví el cortejo a Carmen en primera persona.
—¿Y?
—Un chute de dopamina a lo bestia, Emilio.
—¿Y ella, cómo lo vivió?
—Mejor de lo esperado. Según sus propias palabras, se sintió viva, libre como no se permitía serlo desde antes de casarnos, y tenerme a su lado lo hizo aún más excitante.
—Fue un éxito.
—En parte. Durante los siguientes días seguimos viéndonos, Carlos me hablaba de ella con total libertad porque yo le di licencia para hacerlo. Como era de esperar se sintió deslumbrado y yo, cada vez más excitado con el juego, le di alas. Aún lo recuerdo, le dije que no era ni mi hermana ni mi novia ni mi esposa; se lo puse bien fácil. Además, cometí un error imperdonable, le dije que se trataba de una mujer casada, rompí el acuerdo que habíamos establecido, no sé por qué lo hice y no tuve oportunidad de advertirle, se enteró a través de él y se sintió traicionada.
—No me extraña.
—Empezó a actuar por su cuenta para castigarme, exageró su papel, se mostró como si fuera mucho más procaz de lo planeado, nada grave pero hizo que Carlos se creara expectativas que a mí me contaba y en vez de frenarlo, me excitaba y lo animaba a avanzar. Estaba enloquecido, Emilio, se nos fue de las manos, y cuando estaba a punto de suceder algo irreparable que ninguno de los dos nos habíamos propuesto, regresamos a Madrid huyendo, lo dejamos plantado y, como no, se sintió engañado.
—Yo me hubiera sentido igual, jugasteis con él.
—No era lo que pretendíamos.
—¿Seguro?
—Pasamos el mes de septiembre entre remordimientos y deseos truncados. Pero la sombra de Carlos permanecía sólida y acabamos por retomar el contacto.
—Os volvisteis a ver.
—No de inmediato. Hablaban con frecuencia y ella me lo contaba. Manteníamos el mismo juego que iniciamos en Sevilla, alimentábamos el morbo con cada llamada. Luego… luego todo se fue a la mierda, Carmen se enfrentó a un conflicto muy grave en la clínica, yo no supe estar a la altura y se refugió en él, para entonces mantenían una relación afectiva que le ofrecía lo que yo no le daba, apoyo y comprensión, pasó por una etapa muy difícil, estuvo a punto de abandonar la clínica, al final lo superó, no gracias a mi ayuda, y dio lugar a que aceptase verle; Carlos llevaba tiempo deseando venir a Madrid, yo mismo apoyé ese reencuentro en nuestra casa de la Sierra en el que se consumó lo que se venía fraguando desde el verano.
—Estás diciendo que se acostaron.
—Fue la primera vez que Carmen tuvo una relación extramatrimonial.
—¿Y tú, qué hiciste?
—¿Yo? Cómo decirte. Aquella fue, con diferencia, la etapa más ilusionante de todas las que hemos vivido, creo que nada de lo que hicimos después ha gozado de la sinceridad y la complicidad que manteníamos entonces, estuvimos unidos en esa aventura como no lo hemos vuelto a estar nunca. (5)
—Me cuesta creerlo.
—Prefiero no seguir hablando de eso.
—Escúchame: si quieres que esto sirva de algo debes aprovechar la ocasión para expresar todo lo que…
—Gracias, Emilio. Quedamos en que esto no es una sesión de terapia.
—Lo que tú digas.
—La crisis por la que pasó en la clínica estrechó los lazos entre ellos, ahora eran amantes y la distancia no hizo sino inflamar aún más los sentimientos. Carlos se enamoró, tenía que pasar, ella lo vio tarde o no lo quiso ver, porque ¿cómo podía decirle que la relación se basaba en una mentira, que en realidad yo soy su marido? Cuando se declaró, trató de frenarlo; no sé exactamente qué ocurrió, se sintió despechado y rompió de una manera cruel que no merecía, o sí, tal vez sí, pero no por su culpa, sino por la mía. A partir de ahí todo fue un desastre; yo había conocido a una mujer, Carmen lo interpretó como una provocación y se volcó en otro hombre. No voy a entrar en detalles; hicimos un trío, en mi obsesión pensé que podría ayudarnos a recuperar nuestra pareja, bastante maltrecha, sin embargo para mí fue una experiencia tormentosa, Carmen se sintió sola, la había arrastrado a esa relación y de repente me inhibía mordido por un absurdo sentimiento de inferioridad ante la potente juventud de ambos. Aquella noche terminé de defraudarla y por mi desidia le entregó la última virginidad que yo deseaba con verdadera ansia.
—Cálmate.
—Tranquilo, estoy bien. Volvimos a casa, pero ya nada era igual, me reprochó tantas cosas con razón que no pude rebatir, me echó en cara mi falta de carácter, mi abandono, mi indecisión, me dijo que deseaba volver a verlo y yo… perdí los nervios, la insulté, sí, Emilio, la insulté, no sé cómo fui capaz. Y se marchó de casa para evitar un mal mayor.
—Por aquel tiempo andabas desquiciado.
—Tenía que haber pedido ayuda, en cambio me encerré en mí mismo.
—Lo intenté, pero era imposible acercarse a ti.
—Esa etapa es la que te conté a grandes rasgos en Sevilla, ya sabes de qué hablo.
—¿Te refieres a vigilarla, a sabotear cualquier intento de reconciliación y a la mierda esa de la terapia de puta? Me haces hablar mal. ¿Cómo se te pudo ocurrir algo tan disparatado?
—Calla, qué locura, cuánto daño le causé. Cuando quise recuperar el control ya no pude, aunque en realidad, si he de ser sincero tampoco quería, no quería perder a la nueva Carmen, la mujer libre, carente de prejuicios, dispuesta a emprender cualquier cosa que le propusiera por fuerte y amoral que fuese. Yo mismo estaba sumido en mi propio caos, unas veces deseaba acabar con aquello; otras, moría por verla…
—Con otros hombres.
Asentí en silencio.
—Quién eres ahora, dime: ¿el hombre arrepentido o el que acepta a la prostituta?
—Si yo lo supiera… Soy el que soy, incapaz de renunciar a mis deseos, de nada vale arrepentirme de lo que le hice; la amo por encima de todo y voy a acompañarla hasta el final del camino, pase lo que pase.
—¿Pase lo que pase? Me estás asustando.
—Adoro a la mujer en la que, para mal o para bien, la he convertido, me vuelve loco; si dijeras que esa puerta conduce a la vida que teníamos hace un año, dudo que la cruzase.
—Ten cuidado, Mario, estáis jugando con fuego, el daño puede ser irreversible.
Nuevos retos
Pasadas las vacaciones se reanudó la actividad en la clínica, era el inicio de un ejercicio en el que me enfrentaba a nuevos retos, el primero: mi inminente presentación formal a los socios. Andrés no concretó fecha, faltaba quorum; entre otros, Ángel.
Durante mi ausencia se aprobó la propuesta de alquilar la planta sexta del edificio, vacía desde la disolución del bufete de abogados que la ocupaba. Unos días antes de mi regreso, sobre plano, distribuyeron despachos; Dirección se trasladaba arriba, Andrés me adjudicó uno enorme de grandes ventanales y paredes forradas en madera, mi antigua ubicación pasaba a manos de Itziar, lo cual me produjo un sentimiento agridulce. La planta requería de pocos arreglos; en cuanto el cableado y el mobiliario estuviera listo, comenzaría el traslado.
Las comunicaciones empezaron a llegarme a través de Ana, la secretaria de Andrés, yo trataba de mantener mi vida normal pero resultaba difícil saber a quién dirigirme para según qué cosas; decidí guiarme por la intuición y Julia actuó de la misma manera, continuamos acudiendo a primera hora a la máquina de café ignorando los silencios y las miradas, a media mañana nos buscábamos para salir a desayunar como si nada hubiera cambiado, pero nadábamos contra corriente. Una empresa de mudanzas se encargó de realizar el traslado de planta durante la noche y aunque los primeros días traté de conservar las costumbres, la presencia de Andrés y Ángel me absorbió tanto que a final de semana casi no nos habíamos visto.
Pero eso pasó, ambos tenían otras obligaciones y volvió la normalidad al gabinete, Andrés empezó a dedicarle menos tiempo, Ángel estaba pero no estaba, yo me sentía en tierra de nadie, con mucha documentación por leer que dejaban encima de mi mesa en sus visitas relámpago, asediada por las consultas de Moreta o Amelia sobre asuntos de los que apenas tenía conocimiento. «Me ha dicho Andrés que te lo pregunte», era la consigna, entonces me veía obligada a tomar decisiones sin estar preparada fingiendo que lo estaba.
—Acostúmbrate, querías ser parte de la cabeza, ya lo eres, eso supone tomar decisiones. Implícate, aprende, debes conocer la empresa desde todos los ángulos.
—Pero Andrés, necesito tiempo.
—El barco no se va a detener hasta que estés preparada. Confío en ti más de lo que tú confías mí.
—No es cierto.
—Pasaré por allí un día de estos y hablamos.
La ruptura
Le había llamado varias veces sin éxito, ¿de qué me extrañaba?, era habitual encontrarlo en mitad de una reunión. A mediodía seguía sin tener noticias suyas, tal vez estaba precipitándome; esperé a las cinco para volver a intentarlo.
—Carmen, estoy ocupado, ya te llamaré.
No cabía duda, nuestra relación estaba en crisis. Durante unos minutos busqué en la última conversación las claves para haber llegado a esto.
«—…La casa es una maravilla; Conil ya lo conocíamos, pero movernos en barco por la costa y recorrer los alrededores en un deportivo es otra cosa. ¿Sabes?, estuvimos en una playa nudista, te va a gustar, estoy más morena.
—No he llamado para eso. Háblame de Gerardo.
Me molestó el tono y saqué las uñas.
—¿Desde cuándo he de dar cuenta de mis vacaciones?
—Desde que entró en juego Marcos Peña y Gerardo negoció contigo otros servicios, a partir de ahí dejaron de ser vacaciones. Por supuesto tienes que darme explicaciones.
Algo serio estaba pasando, había marcado distancias; cambié de registro y le informé de lo imprescindible, porque había cosas que incumplían el trato.
—¿Eso es todo?
—A grandes rasgos.
—Gerardo es muy hábil sonsacando información. No le habrás contado nada que me comprometa.
—Cómo se te ocurre.
—Piénsalo bien, no habrás cometido ninguna indiscreción, por pequeña que sea, nada.
—Nunca voy hablando por ahí de mi vida privada, y menos con tus amigos.
—No somos amigos, me debe muchos favores, no te confundas.
—Ni ha preguntado, ni ha insinuado nada; jamás hemos hablado de ti. Tiene claras cuáles son mis lealtades, y dónde están mis sentimientos.
—Eso no viene al caso.
—Te lo digo a ti, no a él.
—Asegúrate de que no traspase los límites del acuerdo; se estricta. ¿Lo estás siendo?
Vacilé y la duda atravesó la distancia.
—Me quedan por cumplir dos de las citas acordadas; luego, se acabó.
—No has contestado. Es igual, ya hablaremos.» (3)
Nuestra relación se basaba en la confianza mutua, debí haberle confesado la verdad: Gerardo rompía mis defensas y hacía conmigo a su antojo, lo cual no ponía en riesgo la confidencialidad que mantenía inquebrantable; lo habría entendido, me habría amonestado pero no habría dudado de mi lealtad. Fue la primera vez que me dejó con la palabra en la boca, ahora lo había vuelto a hacer.
Volví a casa desanimada, esperaba el mismo clima que arrastrábamos desde el domingo: frio, pero no tanto como para provocar un debate que a ninguno nos apetecía abordar; frases, las justas para alejarnos de la frontera de silencio que, una vez cruzada, sería difícil volver a traspasar. Para mi alivio encontré a un Mario locuaz, con ganas de recuperar el calor en el hogar. Si él ponía tanto empeño no sería yo quien lo impidiese. Le escuché mientras le veía descorchar una botella de vino, servir dos copas y cortar queso. No vamos a cenar, pensé. Al diablo con la cena; abrí un bote de aceitunas y llené un cuenco atenta a su plan para ir a Sevilla a mediados de mes, «o antes», matizó; iba a hacer una alusión a Candela pero no me pareció oportuno.
Sentado en una de las banquetas altas de la cocina hablaba sin parar, y entendí que estaba pidiendo perdón. Perdón por la crispación en el aeropuerto, perdón por ese ultimátum absurdo, perdón por no plantear las cosas con calma y darme la oportunidad de ser yo quien pidiera perdón por tantas cosas mal hechas.
Le quiero con locura. Podía haberlo hecho mejor.
Entonces el puñetero móvil vino a interrumpir aquel instante de profunda comunión tan necesaria.
—Es Emilio. —dije, no llegué a descolgar.
…..
La llamada rompió la carrera por recuperar la normalidad. Estaba en pleno ataque de verborragia camino a ninguna parte, no soportaba la idea de continuar otro día igual, necesitaba volver a puerto; fue una especie de bofetada que venía a decirme: Eh, para, cállate ya, respira.
—Cógelo, quedó en que te llamaría.
—¡Emilio! … Muy bien, ¿y tú, qué tal? …. Sí, han sido unas vacaciones fantásticas, conseguimos un chalet espectacular a través de un amigo, ya te lo habrá contado Mario.
Me apresuré a desmentirlo.
—¿Eso te ha dicho? —Carmen me fulminó, ¿qué le estaría diciendo?, seguidamente impulsó la banqueta hasta darme la espalda—, bueno, me dolió que no tuvieras ni un minuto para mí, ya veo lo que te importo. —respondió mimosa; no aguanté mucho sin verla, me levanté y acudí a su encuentro. Sonreía con malicia.
—Tengo la semana muy complicada, acabo de incorporarme…
—Yo voy a cenar con Elvira un día de estos —tercié—, podéis quedar aquí, volveré tarde, avisadme si…
Nos miramos con el deseo puesto en ese «si» repleto de expectativas.
—¿Has oído a tu amigo?, pues cuando me confirme la noche que se va con su chica, quedamos. Servicio completo con cena incluida por el mismo precio, no te quejarás.
Hablaron un poco más, cosas propias de una scort para halagar al cliente. Que si me apetece mucho volver a estar contigo, que si me has echado de menos, cosas así. Me abruma cuando se pone tan zorra. Colgó, giró el torso para alcanzar una aceituna y se puso a contarme lo de su nuevo despacho; yo, con el corazón desbocado y la verga como una piedra; ella, volviendo a ser ella, diciéndome lo enorme que era y lo raro que se le hacía tratar con Ana.
—¿Has visto a Ángel?
—No ha vuelto todavía.
—Y Andrés, ¿qué tal?
—Bien, como siempre. Tenemos reunión de socios en cuanto estén todos para mi presentación oficial. Estoy un poco nerviosa.
—Lo harás bien. ¿Sabes algo de Tomás?
Algo sabía, los gestos no engañan.
—No he tenido tiempo, ya le llamaré.
—Mujer, al menos para ponerle al día y darle las gracias.
—Si, bueno, mañana.
—¿Pasa algo?
—¿Qué va a pasar? —saltó desabrida—. Estoy cansada, ha sido un día duro. Voy a cambiarme; anda, ven conmigo. Trae las copas.
Miércoles, cinco de Septiembre
Ángel volvió el miércoles, lo encontré despachando con Ana, dejó lo que hacía para acercarse a saludarme. Un par de besos y su olor tan peculiar me inundó las fosas nasales. Hablamos cuatro cosas, «enseguida te veo», dijo y volvió a lo suyo; yo seguí hacia mi despacho sofocada, temblando como una doncella. ¿Es posible? Me recompuse, solo era… Ángel.
Pero el «enseguida» se convirtió en una espera intolerable. ¿Estás tonta?, me recriminé varias veces porque era incapaz de centrarme en el trabajo. Por fin apareció.
—Estás divina.
—Tú, en cambio, ¿has engordado o es cosa mía?
—Qué hija de puta.
Nos abrazamos, las sonrisas dieron paso a un beso y el beso derivó en morreo y manos por donde no debían.
—Para, estate quieto.
—Te he echado de menos.
—Suelta, aquí no.
Lo aparté justo a tiempo.
—Mira qué bien —exclamó Andrés entrando como un torbellino—, os pillo a los dos, así me ahorro un viaje: Reunion de socios mañana a las siete. ¿Ya has preparado lo que vas a decir?
—¡Es cierto!, ¡tu presentación en sociedad! —dijo Ángel divertido.
—No seas bobo. —le amonesté y atendí a Andrés—. Estoy trabajándolo, diré algo breve.
Cuando nos quedamos solos, le miré furiosa.
—¿Imaginas lo que podía haber pasado?
—Qué. Si te encuentra con el culo en pompa y a mí clavándotela a todo gas, se une a la fiesta; Andrés te tiene ganas, te lo digo yo.
—Déjate de chorradas, no tiene gracia
—¿Qué tal las vacaciones?
—Muy bien, Cádiz es una gozada.
—Ya lo veo, estás espléndida, se nota que has follado mucho.
Se me escapó una sonrisa delatora.
—No puedo quejarme. Cuéntame, dónde has estado.
—En Coruña, con la familia.
—¿Bien?
—Bueno, Galicia tiene sus encantos —dijo sin mucho convencimiento.
—Tú, sin embargo, pareces algo necesitado.
Nos interrumpió el teléfono e hizo intención de marcharse; antes de salir, llamó mi atención.
—¿Comemos juntos?
—Imposible.
La propuesta
Todo iba muy rápido, demasiado. Itziar almorzó conmigo para consultarme sobre un par de casos especialmente complejos, no había tenido tiempo de sentir la pérdida de mi querida consulta y volvía a verme ligada a ella. Ángel me esperaba para organizar la agenda de los próximos días, reuniones de presentación del gabinete en organismos públicos.
—Voy a proponer darle mayor estructura a tu dirección, pero has de empezar a obtener resultados, quiero que sea el proyecto estrella de este ejercicio.
—¿A qué viene tanto interés?
—Si las cosas marchan según mis planes, el gabinete va a crecer como la espuma.
—¿No sería mejor pensarlo con calma?
—Tu dirección va a ser autónoma —continuó sin escucharme—. He pensado incorporar a Elsa en el equipo, puede cubrirte la parte legal.
—Para eso está Moreta.
—Ya lo entenderás. Elsa parece una persona competente.
—No me hagas reír; qué competencias has tenido ocasión de evaluar salvo su habilidad para comerle el coño a Claudia. ¿Ya se lo has dicho a Gregorio? No, claro, se habrían oído las voces por toda la planta.
—Dime que no te apetece tenerla cerca y meteros mano a puerta cerrada. Lo sé todo.
—Vas a cargarte el buen ambiente del gabinete. No lo hagas; si insistes, hablo con Andrés y le advierto de las consecuencias.
Dio un violento palmetazo en la mesa, le eché tal mirada que reculó de inmediato.
—Eres tremenda, pensé que te gustaría la idea.
—Pensaste con la polla. Hazme caso, no te conviene crearte enemigos dentro.
—Tienes razón; descartada, buscaré otra alternativa.
—Déjame a mí que organice la estructura a mi modo.
—Está bien, está bien, hazlo como te salga del coño.
Ángel era un cabezota aunque al final hacía con él lo que quería.
—¿Qué tal vosotras? —dijo cuando se calmó.
—¿Nosotras?
—Elsa y tú. ¿Os seguís viendo?
—Conque es eso, quieres contrastar su versión.
—Qué mal pensada eres.
—Como si no te conociera.
—Olvídalo, tenemos cosas más importantes que hablar: El lunes nos vamos a Nueva York.
—¡Qué dices!
—Ya está todo organizado. He concertado una serie de reuniones para conocer de primera mano las últimas técnicas de intervención terapéutica; a corto plazo se van a extender por Europa, tenemos que ser pioneros, Carmen, terapias breves, coaching, no nos podemos quedar atrás.
—Coaching. ¿En serio?, ¿vamos a vender humo?
—Es algo más que humo, es un mercado emergente con un potencial incalculable, en Estados Unidos ha despegado, las previsiones de facturación a medio plazo son espectaculares. Tenemos que estar ahí, es el momento.
—Sé lo que es el coaching, no se oye hablar de otra cosa, y ¿sabes?, no hay nada detrás, solo marketing.
—Pues empieza a meterte a fondo porque lo vas a mover a partir de ahora.
—Dirás a vender; tú hablas de facturación y mercado, yo hablo de resultados terapéuticos.
—¡Carmen, basta ya!
—¿Sabe Andrés algo de esto?
—Todo a su tiempo, Andrés se enterará cuando presentemos un proyecto bien elaborado al consejo con cifras de negocio a corto y medio plazo, tú das la imagen, digamos… clínica, yo respondo de la parte económica y lo fundamental: pongo los contactos. Somos un equipo, nena, somos imbatibles.
—Conmigo no cuentes, no voy a jugarme mi prestigio en algo que considero un fraude.
—No seas tan estricta, cuando veas lo que Robert y su gente están consiguiendo…
—Escúchame: no pienso ir a Nueva York y menos con tantas prisas y sin haberlo hablado antes. ¿Cómo se te ocurre?
—La que no escucha eres tú. El proyecto va adelante contigo o sin ti, te estoy ofreciendo la oportunidad de formar parte de la nueva etapa del gabinete, no te quedes al margen por una lealtad loable pero trasnochada, no te conviene. Andrés es historia, tú y yo somos el futuro.
—Si crees que me vas a convencer apelando a la vanidad ya te estás olvidando. No voy a ir; si te supone un problema, ahora mismo le presento mi dimisión a Andrés..
—Tú verás lo que haces. De momento, tenemos una estrategia abierta, no me puedes fallar.
—¿De qué estás hablando?
—Eres la directora de relaciones institucionales, has adquirido un compromiso con los accionistas.
—Por descontado.
—Bien, porque me han encargado de tu transición.
—No lo sabía, nadie me ha dicho nada.
—Pues ya lo sabes. Te voy a presentar a Directores generales, jefes de servicio, Subdirectores, gente que puede abrirte muchas puertas. Si te sabes relacionar estarán dispuestos a escuchar cuanto les propongas; pero has de actuar con gran diplomacia, se trata de personas muy influyentes y de gran prestigio.
—He cogido la idea. ¿Y lo de Nueva York?
—Eso ya no es tu problema, quería hacerlo contigo pero si no estás por la labor, con un par de llamadas consigo los socios y el capital para arrancar el proyecto sin necesidad de contar con Andrés ni con el gabinete.
—En ese caso, mi compromiso con los accionistas sigue firme.
—Y conmigo, no lo olvides.
—Ya sé por dónde vas. Llegaste para apoyarme frente a Solís, no lo he olvidado, estoy en deuda contigo.
—Entonces, si está todo aclarado, empezaremos mañana; procura venir arreglada.
—¿Te parezco desaliñada?
—Ya me entiendes; vas a estrenarte con un alto cargo al que conozco bien, el perfil es el de un conservador, viudo, entrado en los cincuenta, aficionado al teatro, al ajedrez y a la ópera; no se le conoce ningún escándalo pero tiene una debilidad incontenible por las mujeres jóvenes, bien armadas y altas, cosa nada difícil porque no llega a uno setenta.
—Bien armadas, te refieres…
—Con las tetas bien puestas; en eso no das el perfil pero… No te ofendas, no digo que estés mal dotada.
—No sigas, no lo estropees más.
—Sabemos que a veces contrata la compañía de chicas.
—Putas.
—No te andas por las ramas. Putas, pero lo hace con discreción.
—Acaso pretendes…
—¿Por qué?, ¿porque he dicho que te vas a estrenar? No, mujer, relájate; lo único que has de hacer es... despertar sus obsesiones, bueno despiértale algo más, ya que te pones. —No me hizo ninguna gracia y dejó de reír—. Mira, Carmen, se trata de negocios, ya lo habíamos quedado claro, jugamos nuestras cartas para sacar el mayor beneficio, en este caso las cartas son tu estatura, tu juventud y tu cuerpo; pero si crees que solo aportas eso para ganártelo es que no te valoras lo suficiente, vas a dejarte la piel negociando con este tipo, además de viciosillo es astuto, no te va a pasar ni una, va a calar tu carácter de feminista progre en cuanto abras la boca, te pegará un repaso de cuidado porque sabe que así te desestabiliza y entonces atacará con argumentos sólidos para ver si te encuentra descuidada. Que yo esté allí no te protege demasiado.
—¿Piensas que no soy capaz de dominar a un viejo verde?
—Eso lo quiero ver. De momento esta ropa no me sirve, quiero escaparate.
—Qué entiendes por escaparate.
—Muy sencillo: debes esforzarte en mantenerlo centrado en ti mientras hacemos la presentación, en concreto en los estímulos que lo distraen.
—A ver si lo adivino: mis tetas.
—No te burles, parece mentira que no apliques toda tu experiencia a nuestro objetivo, a lo que nos exigen los socios: beneficios. Sigamos; los estímulos no son solo tus tetas. Por cierto, ¿has pensado alguna vez en operarte?, una talla más, con eso bastaría.
—¿Hablas en serio?
—Oye, a mí me gustan, pero el perfil con el que vas a relacionarte a partir de ahora prefiere el pecho más… exuberante.
—Ni lo he pensado ni lo voy a hacer, hasta ahí podíamos llegar. —respondí tajante al expresivo gesto de sus manos. Llevaba un buen rato sobrepasada, no podía creer que estuviésemos hablando del volumen de mis pechos.
—En fin, además de tus tetas juegas con otras virtudes: tus rasgos faciales, tu altura, el tipazo… Y el culo; ya puedes lucirlo mañana. Todo eso es la artillería de la que dispondrás mientras despliegas el catálogo de argumentos para convencerlo: somos la mejor opción para los proyectos que tiene en cartera.
—¿Y tú, cómo lo sabes?
—Lo sé.
—En otras palabras; quieres que me exhiba y coquetee mientras argumento.
—Si quieres plantearlo de ese modo…
Estaba indignada, por supuesto, aunque una potente imagen iba ganando terreno en mi cabeza, en ella me veía entrando en un restaurante del brazo de Roberto. Los recuerdos se encendían como bengalas, los interlocutores me observaban desde el otro lado de la mesa, el escote se ahuecaba porque él se ocupó de desabrochar algún botón de más y yo continuaba defendiendo la propuesta a sabiendas de que atendían más a mis tetas que a mis palabras, a pesar de todo conseguí superar la humillación, a partir de entonces controlé el alegato, era yo quien mandaba, era yo quien los tenía a merced de mis palabras dominados por la sugerente provocación de mi cuerpo mostrado con sutileza.
—Está bien; si piensas que es necesario, puedo hacerlo.
—Lo sabía, estaba seguro, eres toda una profesional. Ahora habrá que ver qué te pones.
Aún estaba digiriendo lo que había aceptado cuando le escuché hablar por teléfono.
—Oye. No, atiende; te necesito, es urgente. Mañana voy a presentar a Carmen, quiero que le cambies el look. —Inicié una protesta y me hizo callar con un gesto, ya sabía con quien hacía planes; le explicó lo que necesitaba sin contar con mi opinión para nada y yo, como cada vez que ella aparecía en mi vida, claudiqué—. ¿En una hora?, perfecto, allí quedamos.
—¿Sabes qué?, me basto yo sola para escoger mi vestuario.
—Hazme caso, déjate aconsejar; nunca te has visto en una situación parecida.
—Ángel, no quiero verla.
Mis protestas fueron inútiles, me vi arrastrada a mi megadespacho para recoger el bolso, sin hacer caso a razones me empujó hasta el ascensor; en el portal, mientras esperábamos un taxi, insistí:
—No tengo elección, ¿verdad?
—Ya es hora de que aparquéis vuestras diferencias.
Nos apeamos en Serrano esquina con la calle Goya, allí volvió a llamarla, nos condujo a una boutique en una bocacalle cercana, cuando llegamos ya tenia elegidos dos vestidos preciosos y varios conjuntos de lencería. ¿Lencería?
—Claudia, esto no es necesario.
—Pruébatelos, ya me dirás si es o no necesario.
Pasó conmigo al probador, una especie de salita con dos butacas y varios espejos. Me probé el primer vestido estampado en tonos verde pastel con una abertura a medio muslo y un profundo escote en pico; el tejido, tan delicado, transparentaba el sujetador. Entonces lo entendí: cada juego de lencería casaba con cada vestido. Tenía razón, se lo reconocí con una mirada.
—Ponte este, pero hazlo bien.
Me desnudé del todo, le di el gusto. Qué bien cogida me tenía la talla. El sujetador, un poco justo, sentaba de lujo y me deleité con el juego de espejos; Claudia me ayudó con el segundo vestido, tan vaporoso como el otro; el cuerpo, en tonalidades gris oscuro, casi idéntico al del sujetador, lo hacía apenas visible. Ese era el encanto además del diseño.
—No está mal, me gusta.
—Sí, pero no da lo que quiero.
Salió del probador, Ángel no tardó ni cinco segundos en tomarme por el talle y besarme. Nos separamos antes de su regreso, cualquiera diría que temíamos ser descubiertos.
—Pruébate esto.
Volvió con una camisa de manga francesa en tonos parecidos al vestido, también muy ligera, y una falda negra entallada con una caída preciosa. La camisa quedaba demasiado ajustada, objeté; me recogió el pelo en un moño alto para destacar el cuello e insistió: «Mírate con ojos de hombre». Lo hice, me marcaba el pecho y potenciaba el efecto push up del sujetador que se sumaba al contraste de tonos grises. Detrás de la imagen del espejo pude calibrar la mirada húmeda de su marido, mi amante. Me decidí por este conjunto. Escogimos unas sandalias escandalosamente altas; los complementos los pondría yo.
—¿Qué vas a hacer? —Estábamos charlando mientras terminaban de preparar los paquetes cuando le vi hacer ademán de pagar. —. De esto me encargo yo. —le dije a la cajera.
—Da igual tu tarjeta o la mía, es la misma cuenta de empresa.
—¿No estarás pensando pasarlo como gasto?, de ninguna manera.
Saqué una de mis tarjetas personales y la puse sobre el mostrador.
—Son gastos de representación, si quieres yo lo autorizo.
—Escúchame: no voy a cargar a la clínica una compra de ropa.
—No seas tan escrupulosa, si te quedas más tranquila lo consultamos con… cómo se llama.
—No hace falta, es un gasto personal, no consultes nada.
Ya en la calle, mientras esperaba su coche, Claudia me dijo al oído:
—Tenemos que hablar.
—No hay nada de que hablar.
Me besó en los labios fugazmente, en pleno barrio de Salamanca a la luz del día. Sin apenas separarse de mi boca, sujetándome la barbilla, dijo:
—Querida, me echas de menos tanto como yo a ti, tu cuerpo no miente.
Quid pro quo
Dicen que la primera impresión es la que cuenta, sobre todo si es inesperada. En mi caso fue una mezcla de ternura, deseo y gozo. Las palabras a veces no bastan para describir la certeza de haber alcanzado la cima con solo mirar a la persona amada.
—¿Ya estás en casa?, qué pronto.
Y qué bien besa el condenado.
—Quería prepararme con tranquilidad. Y tú, ¿qué haces aquí?
—Lo mismo que tú.
—Ponerte guapo para Elvira.
—Yo siempre lo estoy.
Cómo le quiero.
—Serás vanidoso. ¿Dónde vais a cenar?
—Ni idea, quiere darme una sorpresa. ¿Has estado de compras?
—Mañana tengo una cita a primera hora, Ángel sugirió que debía ir especialmente arreglada.
—Ángel… ¿con quién es la cita para tanto preparativo?
—Un alto cargo, maneja una barbaridad de presupuesto, es absurdo pero por no discutir…
—Vas a lucir palmito.
—Algo así.
—A que lo adivino: te acompañó de compras.
—Y Claudia.
—¿No decías que con Claudia ni a la esquina?
—Ya sé lo que dije.
—Está bien, no te mosquees. ¿Se puede ver?
—Ahora no, es tarde, quiero arreglarme para Emilio.
—Es cierto, en nada se presenta aquí.
—¿Han traído el catering?
—Estás en todo. Como no lo hayan dejado en conserjería. Voy a llamar.
…..
—Abróchame, anda.
Le ofrecí la espalda, llevaba un par de días con una molestia en el hombro fruto de un sobreesfuerzo en la piscina; tras ajustar el sujetador, apartó la melena y me besó en la primera cervical, como hace siempre.
—¿A qué hora viene?
—Sobre las nueve y media.
—Sobre, no. A la hora exacta; es puntual como un reloj suizo.
—Es cierto, seguro que aparece con una botella de vino.
—O un ramo de rosas, es todo un caballero; se va a cepillar a mi mujer pero es un caballero.
—¿Te molesta? Por lo que me contó, faltó poco para que lo trajeras a casa tú mismo.
—Lo echas de menos, te escuché.
—Trucos de puta
—En el fondo le aprecias. Déjame a mí. —dijo, cogiéndome el collar de las manos.
—¿En calidad de amigo o como cliente?
—¿Hay diferencia?
—Como amigo, siempre le he tenido cariño; como cliente, es de los pocos fiables, no va por ahí arriesgándose a coger cualquier cosa, es tierno, me hace sentir… persona, no como otros; creo que le hago bien y, qué coño, nos lo pasamos de puta madre.
—Qué elocuente.
—¿Te escandalizo?
—Me sorprendes, no sueles emplear esas expresiones.
—Tampoco solía follar con nadie y fíjate ahora, más puta que las gallinas. Quién me ha visto y quién me ve. —le respondí con un guiño.
—Cielo, estás desatada.
—Bah, calentando motores.
Le gusta, no cuesta nada ponerle un poco de picante a la charla antes de decirnos adiós.
—Fiable, quiere decir que lo hacéis sin condón.
—Ya me conoces.
Me envolvió en sus brazos y nos besamos con furia.
—Te encanta hacerlo a pelo.
—Para qué estropear un buen polvo.
Nos entregamos a un beso salvaje; si no fuera porque tenía trabajo y él una cita con su amor de juventud podía haber sido el inicio de una de nuestras noches bestias. Nos detuvimos a tiempo mirándonos a los ojos con la promesa de continuar.
—Le estás ayudando a sobrellevar la soledad que es incapaz de resolver de otra manera.
—Porque no quiere, dime qué problema tiene para encontrar pareja. Hablando de elocuencia, no creas que nos limitamos a follar, nuestros encuentros dan para mucho más.
—Vas a conseguir ponerme celoso.
—Tonto, siempre he tenido debilidad por Emilio; como amigo, no me mires así, y ahora que…
—¿Que le comes la polla?
—No iba a decir eso, pero ya que lo mencionas… el pobre no tenía experiencia. Estoy hablando de más, ni se te ocurra comentárselo.
—Descuida.
—Parecía un adolescente; fue tan tierno…
—Me alegra que esté contigo y no con otra fulana cualquiera.
—¡Serás cabrón! —Le lancé al hombro un manotazo bien esquivado—. Sé de alguna otra… fulana, que lo trataría con el mismo mimo.
—Lo dudo. En fin, dejémoslo, se hace tarde.
Le eché una ojeada, qué buena planta.
—Estás guapo.
—Tú también.
—¿Ansioso por ver a tu chica?
—Tú eres mi chica.
—Ya me entiendes.
—Sí, tengo ganas de volver a verla; la quiero un montón.
—Y ella a ti, se os nota. Si os apetece pasar la noche, no te prives.
—Eres un cielo.
—Dale un beso. ¡Y dile de mi parte que te meta caña!
Nos despedimos en la puerta como dos enamorados, así nos sentíamos, profundamente enamorados aunque pocos pudieran llegar a entendernos.
Llegó puntual y según lo previsto, trajo una botella de un Rioja excelente. Tan educado como de costumbre, me fue a dar un beso en la mejilla. Yo, que seguía caliente tras la inevitable partida de Mario, le corregí las maneras.
—Emilio, por favor.
Aún con la botella en la mano, le eché los brazos al cuello y le comí la boca; fue el pistoletazo de salida para soltar el freno y empezar a comportarse como el amante que recordaba, me besó sin pudor, acariciándome sin tapujos.
—Estás muy morena, me lo dijo Mario.
—¿Ah, sí?, ¿qué te dijo?
Se sentó frente a mí y se le fueron los ojos a los muslos.
—Que estuvisteis en una playa nudista.
—Vaya con tu socio, no se calla nada.
—Lo siento si he dicho algo que no debía.
—Es broma. Nos encontramos con un compañero vuestro y su mujer, ¿te lo dijo?
—Y que no fue muy correcta.
—Estaban cotilleando, al verse sorprendidos no supieron reaccionar.
—Me pongo en su lugar; darse de bruces contigo desnuda a pleno sol debe de ser todo un shock.
—Si mañana no tuviera que trabajar te quedabas a dormir y lo comprobabas en el ático.
—¿Otro día?
—Prometido. ¿Una copa?
—Espera, quiero darte una cosa.
Sacó del bolsillo un sobre con el membrete de un laboratorio.
—No es necesario, lo mismo podías exigirme a mí.
—Confío en ti plenamente.
—Entonces, guárdalo. Vamos a por esa copa.
Whisky solo con hielo para él, tónica con ginebra para mí. Volvimos a sentarnos, volvió a perderse entre mis muslos, no hice nada por impedírselo, tampoco para facilitárselo, éramos dos amigos charlando, dejando fluir el deseo con libertad, sin pudor; su socio, mi marido, consentía; él me deseaba mucho antes de saber todo sobre mí; los dos estábamos dispuestos a hacer que algo aparentemente sórdido tuviera un desarrollo limpio.
—¿Te pago ahora o…?
—Como quieras, no hay prisa.
Echó mano a la cartera. «Son…», vaciló, no quiso equivocarse; tal vez en mi casa, con cena incluida… ¿y si se quedaba corto? Ay, Emilio, Emilio.
—Sesenta mil, lo de siempre.
Sacó seis billetes nuevos recién cogidos del banco, los puse sobre la mesa y toda mi experiencia se vino abajo ante una situación inédita. Mi amigo, el socio de mi esposo frente a frente, su dinero a un lado, una cena pendiente y un polvo en el aire.
—Voy a por unos aperitivos, porque a palo seco nos va a caer mal, ¿no crees?
—Antes quiero pedirte una cosa.
—Tú dirás.
—Me gustaría que estuvieras desnuda; no te sientas obligada.
—Puedes pedir lo que quieras.
—Solo con los zapatos negros aquellos…
—Los stiletto.
—¿Puede ser?
—¿Solo los zapatos?
—Si no te importa.
—Al contrario, me agrada complacerte. Acabo de tener una idea, te va a gustar. Espérame aquí.
Se merecía un detalle, sabía lo que podía esperar estando con él: delicadeza, dulzura, un trato exquisito y sexo agradable; yo llevaría la batuta, me apetecía ser la maestra de ceremonias, guiarle, ser el objeto de deseo de un hombre delicado que además era mi amigo.
Dejé abierta la alcoba; los sonidos y los silencios, a ciegas, son un potente afrodisíaco. Guardé el vestido especialmente elegido para él, qué poco había durado puesto. La lencería, en la cama, al menos la vería. Me alcé sobre los zapatos para indicarle la deriva por mis dominios, a continuación, ruido de cajones dedicado al sufridor, saqué de la coqueta el estuche con el regalo de Gerardo, me puse la gargantilla de eslabones, ajusté las pulseras a la muñeca y el tobillo y por último cambié los aros de los pechos por las barras de las dobles cadenas. Nunca deseé tanto poder lucir la última joya; con ella sobrepuesta en el pubis, la mujer del espejo me saludó con una sonrisa. «Algún día», le prometí en un susurro. Salí marcando tacones a paso lento, Emilio se levantó al verme y quedó sin habla.
—¿Satisfecho?
—Estás impresionante.
—No te quedes ahí, puedes tocarme —le animé.
—Temo precipitarme.
—No lo harás, descuida.
Sus dedos cobraron vida, se acercaron a las cadenas de las barras con el cuidado de quien teme desbaratar un castillo de naipes y provocó una ráfaga de placer desproporcionada. Del metal pasó a la carne, los pulgares rozaron los pezones hinchados, duros, durísimos que se negaron a ceder a su paso. Envolvió los pechos con las manos suavemente y noté el tacto inquieto en busca de sensaciones. La cadena en mi cuello atrajo su atención, la sostuvo con las maneras propias de quien está acostumbrado a dominar una mascota.
—¿Te gusta?
—Es perturbador. —respondió tras pensarlo.
—Todo depende de cómo lo interpretes —Le mostré la muñeca—, son cadenas, es cierto, esta y la del tobillo podrían formar parte de unos grilletes, pero solo son un adorno.
Paseó a mi alrededor como se observa una estatua y actué como tal. No moví un músculo.
—Te da el aire de una esclava. ¿Te gusta?, ¿te gusta la idea?
—Tiene su morbo.
—¿Alguna vez te han tratado como si lo fueras?, quiero decir…
—Sé lo que quieres decir.
—Perdona, no es de mí incumbencia.
—Deja de pedir perdón.
Lo sentí venir; se pegó a mi espalda, el aliento en el cuello, las manos buscando hueco por los costados. Levanté los brazos y enlacé las manos en la nuca para ponérselo fácil, se apoderó de los pechos hasta lograr robarme un lamento pero no se entretuvo, ¿acaso sabía de mi debilidad por las caricias en las axilas?, suspiré y se quedó ahí mientras viajaba por el vientre. Volvió a sujetarme del collar.
—Yo creo que has sido la esclava de alguien.
—Sigue tocándome como lo estás haciendo y te lo cuento.
—¿Así?
—Así, no pares. Una vez. No fue un cliente. ¿Recuerdas al italiano?, ¿Doménico? Te hablé de él. Ahí no, más arriba, ¿ya se te ha olvidado cómo tocarme?
—Perdona. Cuéntamelo.
Me resultaba fácil hablar recostada en su cuerpo, sin verlo, como un confesor al que contarle los pecados.
—Ahí, despacio, con cuidado. Fue un amigo suyo, un argelino, ya sabes cómo son, tienen otra mentalidad y éste, además, tenía una personalidad muy fuerte. Sigue, no vayas a parar ahora. Yo acababa de abandonar a Mario, estaba muy confusa, vivía con el italiano y me sentía muy dolida. No tires tanto del collar, me vas a ahogar.
—Lo siento.
—No hace falta que lo sueltes; hazlo, me gusta, pero más flojo. Mahmud tenía mucho carácter, no estaba preparada para escuchar las cosas que me dijo, cosas que nadie me había dicho a la cara nunca, jamás pensé que aceptaría un discurso en el que equiparaba a la mujer con una yegua a la que domar.
—¿Cómo dices?
—Poco tiempo después de comenzar a vivir con él, Doménico organizó una fiesta para presentarme a su círculo; todos dieron por entendido que era su nueva pareja y yo no le di importancia, eran días difíciles, estaba confusa, dolida y me dejaba llevar por la única persona en la que encontraba consuelo. Fui bien recibida, aunque me sentía observada y tuve que sobreponerme a mi estado de ánimo porque él esperaba mucho de mí, entre otras cosas que no le pusiera en evidencia ante sus amistades. Por aquel entonces no estaba acostumbrada a ser el centro de atención.
—¿Cómo puedes decir eso? Acaparas las miradas de todo el mundo en cuanto entras en cualquier lugar, ¿no lo sabes?
—Yo, no hago nada.
—Ese, ese es precisamente el principal atractivo que derrochas. Pero sigue, por favor.
—Nos presentó al llegar. Tan engreido y serio, Mahmud me resultó inquietante. Después, durante la fiesta, no dejaba de buscarme con la mirada y se las ingenió para coincidir conmigo, me dijo que su amigo no exageraba, yo era un diamante en bruto. Se delató, era una frase que me había dicho a mí; ¿qué más le habría contado Doménico?
«—¿Aceptas un baile conmigo? —Tenía la respiración agitada, le miré, toda la noche había estado observándome como un cazador, me intimidaba y no podía demostrarlo.
—Claro.
Me tomó en sus brazos; en las distancias cortas su baja estatura se acentuaba más; le sacaba la cabeza pero eso no le restaba carácter, se notaba en su mirada, en su forma de dirigir el baile con mano firme en la cintura y la espalda, los ojos clavados en los míos como si quisiera ahondar en mi mente. Mantuve la mirada, si la retiraba habría perdido esta batalla.
—Llevaba toda la noche deseando un momento de intimidad contigo.
—¿Esto es intimidad, en medio de una multitud?
—Tú me entiendes.
—No estés tan seguro. —Mahmud sonrió, durante unos segundos se hizo el silencio, las miradas mantuvieron el duelo, él seguía inspeccionándome.
—Creo que Doménico no exagera ni un ápice.
—Lo dudo, Doménico exagera siempre cuando habla de mí.
—Dice que eres un diamante en bruto. —Esa frase me puso en tensión, temí que hubiera hablado de más.
—¿Ves? Exagera.
—No, es cierto, eres una auténtica joya, Carmen, se lo he dicho, lo que ocurre es que los diamantes no son fáciles de tallar.
—¿Y quién ha dicho que yo me vaya a dejar tallar?
—Tallar un diamante, darle la forma adecuada, quitarle las imperfecciones requiere a veces usar algo de violencia, no mucha, golpear en su justa medida. El camino a la perfección a veces está transitado por el dolor.
—Eso suena fatal. —respondí con fingida preocupación.
—Suena peor de lo que es en realidad. Placer y dolor a veces se confunden, se funden diría yo; los límites son difusos ¿quién decide lo que es dolor y lo que es placer? Todo depende de la motivación, de lo que te mueve a aceptarlo, a pasar por el proceso.» (6)
—Le escuché entre veladas ironías, pero he de reconocer que aquel discurso hizo mella, fue la primera vez que alguien me dijo que el placer y el dolor podían ir ligados, y una parte de mi mente se despertó aunque no lo supe hasta más tarde. Al día siguiente bajé a desayunar a la cocina, la casa estaba en silencio, todos dormían, me preparé un café y al rato apareció. Fue incómodo porque no debía de esperar encontrarse a nadie y solo llevaba un slip; yo tampoco estaba muy presentable con una bata ligera que apenas se mantenía cerrada por un cinturón. Me preguntó si me molestaba y le di permiso para quedarse.
«—Buenos días.
Es Mahmud, reconoce su voz que, en un susurro, la saluda. Se azora al descubrirle casi desnudo tan solo con un slip blanco que muestra una imponente erección. No puede evitar que sus ojos vuelen hacia el bulto un breve segundo. Se sonroja sin control, le mira, luego le da la espalda.
—Buenos días.
—Perdona, venía a por un vaso de leche, no imaginaba que estuvieras aquí, si te incomodo…
—No, es igual —se vuelve hacia él—, comprenderás que, a mis años, no me voy a asustar.
Piel morena, aceitunada, vello oscuro, tórax musculado; el contraste con la prenda blanquísima y ese bulto grueso, largo, en diagonal al que sus ojos impertinentes regresan sin que haya podido evitarlo.
—¿Puedo tomarme un café contigo, entonces?
—Por favor. —responde con un gesto ofreciéndole asiento a su lado.
Camina descalzo hacia la cafetera, pasa por su lado y percibe el aroma a varón, a macho recién levantado del lecho, olores que la excitan, que la perturban. Mahmud queda cerca maniobrando con la máquina, dejándose mirar, haciendo como que no se da cuenta. Carmen observa los brazos, la axila con la cantidad justa de vello. Aspira, captura el aroma que se difunde por el aire.
Se sienta a su lado; un pie en el suelo, el otro en el travesaño de la silla, le mira al rostro, amarrando bien sus ojos para que no deriven, para que no escapen y busquen ese bulto del que ya su visión periférica le está enviando bocetos borrosos.
—¿Sigues enfadada conmigo?
Mahmud deja caer ese amago de disculpa y dedica su atención a remover el café. Es el momento para hacer un barrido rápido del paisaje que se le ofrece. Los muslos cubiertos por un abundante vello oscuro, el blanco slip surcado de pliegues, la verga que no pierde tensión, enhiesta, arrogante y los gruesos testículos formando una gran bolsa blanca parecen constituir la base perfecta para la gran herramienta.
Cuidado, vuelve a mirarle a la cara justo en el momento que él abandona la cucharilla y se vuelve en busca de repuesta.
—¿Cumples tus promesas? —le responde por fin; prometió no contarle a Doménico lo que estuvieron hablando en la fiesta. Imita su postura, eleva un pie hasta alcanzar el travesaño de la banqueta, calcula mal, la zapatilla tropieza con la madera y cae al suelo. Su pie desnudo descansa sobre la redonda barra y el contacto en la planta del pie le hace sentir, qué extraño, como si estuviese toda ella desnuda. Para mayor desconcierto la bata cede y deja al descubierto el muslo. Bajo la fina bata de hilo solo lleva las bragas que acaba de estrenar, pero hasta ahora se ha sentido protegida ante este sarraceno que se exhibe impúdico. Ha sido el contacto de su pie en la madera lo que le ha hecho sentir desnuda. Los ojos del moro la escanean durante un rápido segundo, es consciente del agudo ángulo que se abre entre sus pechos, del contacto de la tela en los pezones, de la brevedad de la prenda que se acentúa al haber doblado la pierna en el estribo de la banqueta.
—Siempre cumplo mi palabra, nada de lo que hable contigo saldrá de nosotros, salvo que me autorices.
Usa el tiempo futuro, Carmen nota el matiz y va a hacer una puntualización: no tiene intención de volver a conversar en privado con él, pero lo deja pasar.
—Entonces, volvemos a ser amigos. —se limita a responder.
Mahmud extiende su mano, ella la estrecha. El contacto físico la inquieta, ¿por qué, si tan solo es una mano? Él la retiene más de lo necesario, Carmen aguanta el reto un instante y al fin la retira forzando la presión que ejerce sobre sus dedos.
—Aunque lamento haberte defraudado, pensabas estar ante un diamante y he resultado ser mera bisutería.
¿Por qué lo ha dicho? Nada más terminar se arrepiente, no le infunde confianza y menos tras ese juego sucio que se trajo a sus espaldas con Doménico; sin embargo acaba de lanzar una jugada que el argelino se apresura a recoger, de alguna manera enlaza con la charla que mantuvieron anoche y que terminó mal, muy mal. Mahmud la mira serio, deja la taza, toma la banqueta y la aproxima hasta quedar casi pegados, mueve el pie y lo traslada al travesaño lateral de Carmen y al hacerlo sus piernas entran en contacto, el vello le produce un cosquilleo en el muslo que le eriza la piel de todo el cuerpo, la cercanía la excita, la turba.
La sujeta del brazo.
—Si mis palabras te han llevado a sacar esa conclusión te pido disculpas, nada más lejos de mi pensamiento, eres una joya, un auténtico diamante en bruto. Está claro que no he sabido expresarme, soy tan torpe.
—Quizás soy yo quien no entiende tu forma de halagarme, tan pronto soy una joya como una golfa, comprenderás que me sienta confusa.
Todo ha sido tan rápido… la bata se ha deslizado arrastrada por la pierna de Mahmud y ha terminado por descubrir el pubis. No quiere mirar, sabe que la braga protege su intimidad, los ojos del argelino no se han desviado de los suyos, es un duelo, ambos tienen un imán entre las piernas que les atrae, los dos sujetan con firmeza la mirada y el morbo. ¿Quién saldrá derrotado?
—Anoche ambos perdimos los papeles, tu orgullo te traicionó y yo no calculé que aquel no era el lugar ni el momento para corregirte.
—Para corregirme, ¿ya empezamos?
Por esta vez lo tolera, una sonrisa condescendiente parece perdonar a Mahmud.
—Por tu bien, Carmen; estoy seguro de que ese aire altanero de princesa te ha tenido que costar algún que otro disgusto. —Una sombra cruza el rostro de Carmen antes de que pueda evitarlo—. No me equivoco ¿verdad?
—Dejémoslo estar.
—Como quieras, a eso me refiero cuando hablo de corregir. Domar significa someter y someter implica poner bajo control esos humos, bajo tu propio control o bajo el control de quien tú decidas, ¿me comprendes?
Carmen empieza a entender, una suave emoción crece lenta pero imparable en su pecho, quiere escuchar más.
—Creo que sí. —Es una señal para Mahmud, que continúa.
—En este contexto, someter, doblegar, domar, son palabras que cobran un nuevo significado y que se cargan de una fuerte motivación, ya no significan renuncia sino ganancia, apertura. Someterse, doblegarse, ser domada son más que verbos, son actos que inician el camino de la liberación, que te ofrecen el control de tu orgullo, de tu vanidad, esas emociones que ahora te controlan y que, después de pasar por el proceso de sumisión, dejan de dominarte y pasan a estar bajo tu control.
—Ser domada. Comprenderás que no pueda aceptar como liberador tal concepto.
—Piénsalo. La yegua salvaje, rebelde, que no atiende ni controla, que no es capaz de dominar sus propios impulsos, ¿tú crees que es feliz, que está serena? ¿No te parece más serena, más bella, más noble la yegua una vez que ha sido domada? Sí, habrá sufrido, habrá conocido la fusta, el dolor, la humillación, habrá tenido que rendirse y someterse a su amo, agachar la cabeza, sofocar el orgullo, sentir el látigo en su bella piel, sí; pero una vez doblegada ha aprendido, ahora ya sabe, recupera el orgullo, pero esta vez bajo su control, renace en todo su esplendor, sabe comportarse y es mucho más hermosa que cuando era una salvaje incontrolada ¿Cuál de las dos es más libre?
Jamás ha escuchado algo así, nunca ha pensado en la sumisión en estos términos. Tiene la respiración agitada, el corazón late con fuerza, lo siente en la garganta.
—Nunca lo había visto de esta manera.
—Naturalmente, porque la imagen que tenemos de esta disciplina ha sido adulterada por tanta literatura barata y tanta película seudopornográfica.
—Eso no quiere decir que comparta tu punto de vista.
Mahmud sonríe, se levanta y le hace una seña invitándola a seguirle hasta el centro de la cocina.
—El orgullo es una defensa, un escudo que nos protege de nuestra creencia de que somos débiles, pero no es así, no somos más fuertes cuanto más intentamos aparentarlo, al contrario.» (7)
—Te escucho y parece como si lo hubieses vivido ayer. ¿Tanta impresión te causó?
—Es que no hace tanto, sucedió poco antes de Semana Santa. No había vuelto a pensar en ello hasta ahora; qué curioso.
—Quién lo diría. ¿Y lo compartes?
—No del todo. La forma es inaceptable aunque el fondo tiene alguna parte de verdad, si lo analizas bien.
—¿Tú crees?
Lo creo, en serio, lo creo. Mahmud sacó una parte de mí que desconocía, era violento y dominante, no lo voy a negar, al mismo tiempo irradiaba serenidad y ese contraste me desconcertó. Yo había descubierto un placer extraño en dejarme dominar, en permitir que otro tomase las decisiones por mí, lo había experimentado con Domenico: qué ponerme, dónde ir a cenar, qué ver… lo ponía en sus manos y me sentía libre de responsabilidades, lo tomé como un experimento que terminaría cuando yo quisiera, eso creía, me causaba placer liberarme de pensar, probar qué se siente al ser una mujer sumisa dependiente de un hombre; duraría lo que yo quisiera. Además, Mahmud apareció en un momento muy delicado, yo me sentía culpable, estaba rota y desorientada y él ahondó en la figura de mujer adúltera que abandona al esposo y le hace daño. No me di cuenta del peligro.
—¿Qué pasó?
—Me azotó, lo hizo con una regla; me cogió desprevenida, salí escaleras arriba enfurecida; sin embargo, el escozor se transformó en un latido que pasó de doler a convertirse en un placer intenso; me masturbé azotándome yo misma para que el fuego no se apagara. Qué vergüenza sentí y qué ganas de volver a probarlo, Emilio, no imaginas.
«—Espérame aquí.
—Tengo que irme a trabajar, es tarde.
—Solo será un minuto.
Salió de la cocina, Carmen se quedó intrigada pensando en lo que habían hablado; miró el reloj, no disponía de mucho tiempo o llegaría tarde una vez más. Mahmud volvió enseguida con una regla metálica en la mano de unos cincuenta centímetros y un envase de crema que dejó sobre la encimera. Comenzó a caminar alrededor de ella.
—¿Qué haces?
—Recuerda, el orgullo es una defensa, una mentira para hacer creer al contrario que eres fuerte. —dijo cuando estaba detrás de ella. Nada más terminar la frase, Carmen oyó silbar en el aire la regla y escuchó un trallazo, a continuación restalló contra su nalga que comenzó a arder como si le hubiesen aplicado un hierro candente. Se volvió furiosa.
—¡Pero qué…! —Mahmud se interpuso en la trayectoria del brazo que se dirigía hacia su mejilla al tiempo que la hacía callar con un dedo en la boca, tenía los ojos exageradamente abiertos, su expresión era de total alarma, tanto que Carmen enmudeció, el culo le ardía cada vez más.
—¡Calla, no digas nada, no dejes que tu razón le ponga palabras a lo que sientes o lo estropearás! Tu orgullo lo puede joder, no le dejes, estate quieta, siéntelo, te acaban de azotar.
Carmen respiraba por la nariz, no dejaba de mirarle furiosa, a punto de saltar, ¿Qué coño estaba diciendo? Mahmud seguía mirándola, con el dedo sobre los labios, con los ojos muy abiertos, sujetando la mano que a punto había estado de estrellarse contra su mejilla. El pecho de Carmen subía y bajaba sin control, su mirada estaba cargada de furia.
—¡Suéltame ahora mismo!
—Atiende a tu cuerpo, escucha las sensaciones y las emociones y no hagas caso de tu orgullo, mujer. —había pasión en su voz, no tanta como para detener su cólera.
—Nadie me dice lo que tengo que hacer, no consiento que nadie me pegue. —Casi no podía hablar de la rabia que le atenazaba la garganta.
Con la desilusión en el rostro, Mahmud la soltó.
—Nunca, ¿me oyes? ¡Nunca me vuelvas a poner la mano encima! —Su voz sonó cargada de desprecio, le miró por ultima vez y salió del cocina cerrando la puerta tras de sí.
Comenzó a subir las escaleras, le dolía el glúteo, le palpitaba, le ardía. ¿Cómo se había atrevido ese imbécil a azotarla? Estaba temblando de indignación, haciendo esfuerzos por detener un irrefrenable impulso por sollozar. No, no iba a llorar, eso no. A media altura percibió la vibración que, bajo la rabia, recorría todo su cuerpo. Ascendió otro peldaño, la nalga le ardía cada vez más, le palpitaba, era una sensación confusa, es cierto, el límite con el placer no se distinguía bien, incluso su sexo parecía palpitar en la misma onda.
Ascendió un peldaño más, ¿qué coño estaba diciendo? Esas eran sus palabras, «placer y dolor ¿quién decide donde está el límite? A veces se confunden, se funden», Ahora el ardor comenzaba a ser incluso agradable. ¡Maldito moro!
¿Pero qué se había creído? Se detuvo, esto no podía quedar así, tenía que decirle cuatro cosas, no bastaba con haberle parado los pies.
Dio la vuelta, bajó un peldaño, dos. Sintió el ahogo que le impedía tomar aire, se agarró al pasamanos. El corazón se le iba a salir del pecho; entonces vio la sombra de Mahmud acercándose a través del cristal de la puerta de la cocina.
Corrió despavorida escaleras arriba.
…..
Subió corriendo a la alcoba como si la persiguiesen, cerró la puerta y se quedó pegada a ella temblando, escuchando el latido desbocado de su corazón. Temió haber despertado a Doménico con el portazo pero no, apenas se removió en la cama y volvió a su respiración profunda, pesada, ruidosa.
Reconoció los síntomas de un ataque de pánico pero ¿por qué? ¿Qué había pasado ahí abajo? Todavía podía sentir la huella ardiente del azote que le había propinado, doloroso, inclemente. No había sido un juego no, le había descargado el golpe con todas sus fuerzas, el sonido todavía permanecía en sus oídos y si hacía por recordarlo, su cuerpo volvía reaccionar como lo hizo cuando su nalga recibió el cruel golpe, se encogía instintivamente. Es cierto que ya iba remitiendo, que ya ni dolía tanto ni palpitaba como lo hizo al principio pero aún estaba presente.
¿Es posible? ¿Es posible que echase en falta la intensidad que ya comenzaba a apagarse?
Caminó hacia el armario; «Estás desequilibrada», pensó mientras escogía unas nuevas bragas; entró en el baño, colgó la bata y se despojó de las que llevaba puestas, se miró en el espejo, la nalga estaba enrojecida, como el rubor que empezaba a brotar en las mejillas mientras miraba la redondez del glúteo cruzado por una ancha franja rojiza. No podía apartar los ojos no, no podía dejar de mirarse.
Sus dedos viajaron solos a buscar el hueco entre los muslos, permaneció en esa torsión que le permitía ver su culo en el espejo, ¡qué abundante humedad encontró entre los labios! más de la que suponía. Llevó la mano izquierda hacia la huella del castigo y comprobó lo que imaginaba, el roce aumentó la sensibilidad de la zona y le erizó la piel de la espalda. Casi dolía y… qué placer. Sin darse cuenta los dedos se hundieron en su sexo cuando descubrió la imposible mezcla de placer y dolor que nacía al rozar la zona castigada. Acarició la huella varias veces para invocar esa sensación vergonzosa y cuando la piel se acostumbró al roce de la mano… ¿cómo lo supo?, un cachete reavivó el recuerdo del castigo, ¡Oh sí! y los dedos húmedos se excitan, aceleran y nadan más rápidos. Ya no mira, no necesita mirar, son otros sentidos los que la proveen de sensaciones, es la piel, el músculo herido y castigado quien la atormenta y la nutre del placer prohibido. Dolor, no te conocía, no sabía de ti ¿dónde estabas?
Inclinada, doblada hacia delante; la mano derecha se hunde entre los muslos, la izquierda la incita sin piedad a galopar por un sendero nuevo, desconocido; golpea la grupa allí donde el moro la marcó con la fusta improvisada, y cada golpe la hace gemir, envía el cuello hacia atrás, dibuja un rictus de dolor en el rostro, ¿o es placer?, ambas expresiones se confunden, se funden.
¡No, para!
Se detiene jadeando, apoya las manos en el lavabo, se mira al espejo y observa su rostro desencajado, sigue el ritmo de la respiración agitada que mueve su pecho ¿qué está haciendo con su vida? Y surge la pregunta que lleva haciéndose todos estos días ¿En qué se está convirtiendo?» (8)
—Mahmud me pudo tener en sus manos, podría haber hecho de mí lo que hubiera querido, sumisa, esclava, cualquier cosa; si lo pienso me aterra; pero nunca me valoró, para él era una mala mujer, una adúltera por haber abandonado a mi esposo y convivir con su amigo, solo era una golfa, ni siquiera daba la talla para ser puta.
—Qué cerdo.
—Es su cultura, eso me salvó.
—Te…
—¿Me forzó?, no, nunca llegamos a mantener relaciones sexuales, ¿te lo puedes creer? La última vez que coincidimos a solas me puso contra la pared con el culo desnudo para azotarme con una vara; yo estaba dispuesta. «Castígame», le pedí, «lo merezco»; la vara silbó en el aire varías veces en falso haciéndome temblar de miedo por el dolor que no llegaba, y de pronto dejé de oírle. Se había marchado, ni siquiera me consideraba digna de ser azotada.
—¿Cómo te sentiste?
—Si te soy sincera, frustrada.
—¿Y después?
—No lo he vuelto a ver.
—¿Mario está al tanto?
—Hasta el último detalle. Tienes el pantalón húmedo.
—¿Qué haces?
—Abrirlo para poder aliviarte. Ah, menos mal, pensé que había sido peor. Ven, vamos a la cama.
…….
Quedamos en su casa; en casa, dijo Elvira y ninguno de los dos le concedimos importancia, llevaba tiempo siendo nuestra casa aunque nunca lo hubiésemos verbalizado. «Quedamos en casa» fue la certificación de un hecho, el reconocimiento oficial. Por muchos rolletes que pasaran por su cama, Elvira no buscaba una relación seria porque, como confesaría esa noche, ya tenía una relación seria.
Llegué antes, abrí con mis llaves —otro signo de nuestra relación—, subí las persianas, abatí ventanas para que corriera el aire, puse música, me serví una copa. Estaba en casa, no solo por disponer de llaves, contar con mi whisky favorito o tener mi cepillo de dientes; es una cuestión de costumbres, de gestos no pensados, es hacer huecos propios donde guardar objetos personales, ropa, es dejar parte de uno mismo allí donde quieres volver, donde marcar tu huella. Le envié un mensaje: «He llegado». Tardó unos minutos en contestar: «Lo siento, tengo para rato». «Te lo haré pagar», respondí y fui a la cocina decidido a preparar la mejor cena posible con lo que hubiera. Allí me encontró, bajo el influjo del saxo de Morten Klein, cuidando una lubina al horno.
—Fifty ways to leave your lover. ¿Estás tratando de decirme algo? —bromeó apoyándose en el quicio de la puerta. Me limpié las manos y fue a por ella.
—Huele bien. —dijo después de besarme largamente.
—¿Tenías otros planes?
Volvió a besarme como si en vez de llevar quince días sin vernos hiciera una eternidad.
—Habría preferido sorprenderte en la cama rodeado de pétalos de rosas.
—Una escena bastante cursi, y si además la protagonizo yo…
—Estarías para comerte. ¿Le falta mucho a la lubina?
—Suficiente para lo que estás pensando.
—¿A qué esperamos?
….
Amo a esta mujer, la amaba antes de conocer a Carmen y la sigo amando, el tiempo no ha hecho sino reforzar el vínculo. Aquella noche nos amamos profundamente mirándonos a los ojos mientras desfallecía en mis brazos ofrecida al amor de su vida. Aquella noche nos amamos sin un ápice de egoísmo conscientes de que, por encima de nuestro amor, había otro más grande al que no hacíamos daño por darnos el uno al otro. Bebí de su sexo hasta hacerla desvanecer, mantuvo el mío en sus manos como se maneja un tótem y lo engulló como si fuera un manjar exquisito, me elevó al cielo y exclamé «Amor mío» tantas, tantas veces que lo convertí en una letanía dedicada a la mujer que nunca debí dejar marchar de mi lado.
—¡La lubina! —Saltó de la cama, salió corriendo y me dejó tirado, sin pétalos de rosa y con cara de bobo.
…..
La había notado diferente, descubrí una sombra de tristeza escondida tras un afán desmedido por ponerme al día de sus vacaciones en Italia, una semana, y unos días, pocos, en Sevilla. Si la hubiera tanteado no habría sacado nada; callé, escuché y observé. Ahí estaba, un velo de intranquilidad, un poso de amargura con nombre, sin duda. La ocasión llegó tras la cena, entreabrí el cajón de las confidencias, los miedos y las dudas; la sondeé cuando más rendida la tenía.
—Es Santiago, me preocupa.
—No debería.
—¡Mario, por favor!, sigue siendo mi marido, se está arruinando la vida; antes, al menos, estaba yo para frenarlo pero ahora parece decidido a hacerse daño.
—Quiere llamar tu atención.
—¿Seguro? Me han contado que está en boca de todos, se ha abandonado, presenta un aspecto deplorable, delega casi todas las funciones de representación y, por si fuera poco, tuvo un accidente, nada serio aunque superó con mucho la tasa de alcohol, no sé cómo logró librarse, todavía conserva amigos dispuestos a echarle un cable, pero se le acaban los apoyos, tiene el cargo en el aire.
—Lo lamento, no sabía nada.
—Me siento responsable, debería haberme quedado a su lado.
—¿Y hundirte con él?
—Nuestros amigos me tratan como si fuera la causante de su declive, es injusto.
—Y tanto que es injusto, qué sabrán ellos.
Era difícil confortarla, asumía un papel ingrato: la esposa que abandona al marido. Santiago debía de estar dando una versión miserable de la ruptura. Abandoné la alcoba y le escribí a Carmen.
«Paso la noche con Elvira, mañana te cuento, TQ»
Suficiente para darle a entender que había algo más que sexo en mí decisión. Volví a la cama.
—Me quedo a dormir, si te apetece.
—¿Y Carmen?
—Feliz por nosotros.
—Es una mujer increíble, sois afortunados a pesar de todo.
—Yo, por partida doble; hazme hueco.
—A tus orejas.
…..
Emilio venía preparado, la viagra se delata por sí sola. Pudo ser la visión de las cadenas o la revelación sobre el argelino lo que convirtió el primer polvo en un derroche de energía; descargó la excitación acumulada y corté de raíz la letanía de disculpas posterior. En compensación, llevaba un buen rato dándome un eficaz masaje en el hombro; sabía lo que hacía.
—Eres una caja de sorpresas. ¿Cómo te dio por aprender a dar masajes
—Un físio amigo mío me dio algunas nociones. Cuando mi madre enfermó de Alzheimer tuve que hacerme cargo de ella, los últimos años fueron difíciles.
—No lo sabía.
—No suelo hablar de esto.
Dejé que el silencio alejara mi intromisión. Emilio siguió trabajando el hombro con mimo. Estaba en la gloria.
—¿Lo has vuelto a ver?
—¿A Mahmud? No, ni quiero verlo.
—Sin embargo, lo buscaste por toda la casa.
—Le habría suplicado que me rompiera la espalda a latigazos. Hoy, no lo haría.
Se quedó rumiando una pregunta que le costó formular.
—¿Has vuelto a tener una relación parecida?
—¿Quieres saber si algún cliente me ha azotado?
—Lo que quiero saber es cuánto te gusta.
—Si me considero masoquista o simplemente disfruto con el dolor.
—No tienes por qué responder.
—Eres mi amigo y además colega, ambos sabemos de qué estamos hablando. Me gusta hasta hacerme perder la cordura; no con cualquiera, porque es peligroso. Necesito sentir cierta confianza que garantice una mínima seguridad, pero me atrae lo suficiente para asumir riesgos.
—Hasta qué límite.
Detuvo el masaje, me agarró a la altura de la clavícula para poder alzarme y plegar el brazo, a continuación afianzó la espalda en la cama y lo manejó como si fuera un ala herida; la lesión respondió con afilados dardos, soporté el dolor lacerante sin quejarme, soltando con fuerza el aire por la nariz.
—¿Duele?
—¿Dónde… has aprendido… a… joder de esta manera? —renqueé bromeando para ocultar el insufrible tormento.
—Aguanta, te va a venir bien.
Mantuvo la presión unos segundos eternos, repitió la operación varias veces y me dejó exhausta. Tenía la frente perlada de sudor. ¿Hasta qué límite?, no sabía si era una pregunta o había tratado de ponerme a prueba.
—Cuando el dolor se convierte en una parte del placer al que no puedes ni quieres renunciar, te acostumbras a convivir con el riesgo y los límites se transforman en algo dúctil y maleable; un día te dejas azotar y al siguiente toleras que te atenace el brazo en público hasta sacarte las lágrimas y te hable como si fueras una niña.
Apoyé los codos en el colchón. No sentí nada, apenas un rumor. Qué alivio. Le miré a los ojos, necesitaba contarlo:
—Me han llevado a la asfixia en pleno orgasmo.
—¡Qué dices
—No preguntes y escucha: Me han amenazado el clítoris a punta de tijera mientras me rasuraban. No me mires así. —Tomé aire y valor para continuar—. Emilio, me he arrodillado ante un hombre para recibir su orina en mi cuerpo como si fuera el mejor de los regalos.Sí, ya lo sé, ya lo sé.
—Eso no tiene que nada que ver con el dolor.
—No se trata solo de dolor, estoy hablando del placer desbocado, de dejar atrás los límites, hablo de explorar territorios nuevos. Qué más te puedo contar… He sido azotada frente a una cristalera en un hotel expuesta a las ventanas de un edificio idéntico que, quién sabe si tras alguna de ellas nos habían descubierto y observaban en la oscuridad. ¿Sabes lo que me hace superar el miedo, el dolor o la vergüenza? El deseo. ¿Qué crees que me mantenía sujeta al ventanal?, nada, solo el deseo, el deseo ineludible.
—¿Tan enganchada estás?
—No estoy enganchada, es más una necesidad de respuestas que otra cosa.
—Estoy hablando de Mahmud.
—¿Enganchada a Mahmud? No, por favor, no lo has entendido. Parecía satisfacer mis dudas, además de abrirme un mundo nuevo.
—El dolor.
—Y la sumisión, todo un descubrimiento.
—Sin embargo, yo aprecio un patrón de dependencia, supongo que coincidirás conmigo.
—En su momento lo intuí, afortunadamente se marchó. De todas formas la atracción por el dolor no me obsesiona ni condiciona mis relaciones.
—¿Y si vuelve?
—No lo hará, estoy tranquila.
—Porque piensas que cuando quieras lo puedes dejar, y una vez que se fue todo es más sencillo, los otros son más manejables, más… de usar y tirar, ¿me equivoco?
—Es un planteamiento muy canalla pero cierto.
—¿Y si vuelve?
—No volverá, te lo he dicho; en todo caso no soy la misma que era. Mahmud no forma parte de mi vida.
—No obstante, has tardado poco en hablarme de él en cuanto ha aflorado tu pasión por el dolor.
Tanta insistencia me estaba cansando, lo notó y volvió a centrarse en mi hombro, se podía palpar el silencio.
—Te debo de parecer una pervertida.
—Sabes la respuesta, como psicóloga la sabes.
—Quiero la opinión del amigo.
—Como hombre, estoy extasiado y asustado a partes iguales; como amigo, aún estoy tratando de reaccionar.
—¿Has acabado?
—¿Con el masaje?, sí, es suficiente.
Me recosté en el cabecero con las piernas cruzadas, froté el hombro incrédula, la erección apuntaba a mi torso, mi vulva le sonreía.
—Supongo que el amigo lo tiene complicado, dadas las circunstancias.
Los ojos se le fueron al objeto de deseo, volvió a mi rostro y sonrió avergonzado.
—Esto es muy difícil para mí. Cuando vine a tu casa, yo… yo nunca antes había estado con una mujer, entiéndeme, con una puta. Oh, perdona.
—Está bien, relájate, es lo que soy.
—A lo que iba: ese día vine para tratar de hacerte entrar en razón.
—Lo entendí.
—Mi experiencia con las mujeres se limita a una novia que tuve hace muchos años, nos queríamos, pero no lo supe llevar y acabó por dejarme; fue lo mejor que pudo hacer, te lo aseguro. Después de eso, nada, hasta ahora. Lo sé, doy pena.
—No digas eso.
—Es la verdad, lo tengo claro. Aquel día comenzaste a desnudarte y no supe reaccionar, eras una avalancha que se me venía encima. He pensado mucho en lo que dijiste cuando nos despedimos, aquello de tratar de normalizar nuestra relación cuando nos veamos en otras ocasiones. No sé, lo voy a intentar con todo mi empeño, porque la alternativa es no volver a verte y eso sí que no lo soportaría.
—Emilio…
—No te asustes, conozco perfectamente el lugar de cada uno. Me refiero a que has despertado deseos que nunca creí albergar, es como si hubiera en mí otra persona que ha permanecido oculta toda la vida.
—¿Qué quieres decir?
—Nada, da igual. Por favor, sigue con lo que estabas contando.
—No sé por dónde iba.
—Hablábamos sobre la atracción que te produce el dolor.
—Creo que está todo dicho. Al principio traté de negarlo, pero era incontrolable, el dolor y el placer fusionándose me atraparon de un modo imposible de evitar, luego empecé a estudiarlo y ahí estoy, buscando las causas; entretanto, si se dan las circunstancias adecuadas con la persona adecuada, lo disfruto.
—Como con el cliente de la cristalera.
—¿Qué te hace pensar que fue un cliente?
—Lo he supuesto, dices que sucedió en un hotel.
—Es cierto, fue un cliente, uno de los habituales, uno de los pocos en quién confiar para algo tan delicado.
—Tan delicado como la inclinación por la urolagnia, conoces los riesgos que asumes.
—Lluvia dorada, Emilio, habla claro, no estamos en consulta, y sí, soy plenamente consciente de los riesgos.
—Perdona, entenderás que me preocupe.
—Supongo que no lo esperabas…
—No estoy escandalizado, estoy asombrado. Eres más, mucho más de lo que imaginaba.
—Exageras, cuando te serenes lo verás de otra manera.
—En cualquier caso me sorprende, no debe de ser fácil identificar a la persona adecuada.
—No lo es; en ocasiones, tras un perfil amable, se esconde un carácter violento. Es mejor pecar de prudente.
—Aunque pierdas una oportunidad.
—Nunca se sabe.
—Supongo que Mario está al corriente.
—Supones mal.
—Pero si me dijiste…
—Que estaba al tanto de mi relación con Mahmud, nada más, hay cosas que no sabe, aún, y así tiene que continuar. Mira, Emilio; Mario y tú sois muy amigos, pero necesito que mantengas una total confidencialidad sobre lo que hacemos o dejamos de hacer y en especial lo que hablamos, si no puedes hacerlo tendré que plantearme seguir recibiéndote; no me sentiría cómoda, lo entiendes, ¿verdad?
—Si te lo he preguntado ha sido porque quiero saber a qué atenerme; ya sabes cómo es tu marido. Procuro evitar sus preguntas pero es muy insistente y a veces me agobia.
—No te preocupes por eso, ya me encargo. ¿Cenamos?
—Voy a lavarme.
—Será las manos porque lo demás, te quejarás de cómo lo he dejado. —dije con intención de relajar el ambiente—. Gracias por el masaje, me has dejado nueva.
Apagué el aire, abrí los ventanales de par en par, los toldos estaban bajados, puse música; la trompeta ahogada de Till Brönner inundó el salón. Serví la cena, abrió el vino. Logré desviar la conversación hacia otros temas, le conté algunas cosas de Conil, las travesías en barco, los paseos por Tarifa, el encuentro con Vicente y su mujer; omití cualquier referencia a Gerardo o al acuerdo alcanzado para disfrutar de la villa. Hablé el patrón, serio y arrogante, de los delfines en alta mar. No le dije que follamos como animales para neutralizar a su amo, esa parte debía quedar en secreto.
…..
Tomábamos café y licor entre besos y caricias; Diana Krall terminó de cantar y Dinah Washington entonó una de sus melodías más enternecedoras, What a diff’rence a day made. Lo tomé de la mano, Emilio es buena pareja de baile, nos habíamos tanteado en alguna ocasión. Nos mecimos al compás de Dinah, sus labios en mi clavícula, los míos en su cabello, las manos viajando por mi espalda con la delicadeza de un arpista.
Escuché la entrada de un mensaje, a esas horas no podía ser otro.
—Perdona, debe de ser Mario, quedó en avisar.
Leído el mensaje, regresé a los brazos de mi dulce amante, mi generoso cliente, mi fiel confidente.
—No va a venir. ¿Quieres dormir conmigo?
—Me encantaría.
Dos estrofas después…
—Prometo dejarme azotar.
—Pero si yo no he dicho…
—No hace falta, eres un libro abierto.
—No se lo digas a Mario.
—Será nuestro secreto.
Jueves, seis de Septiembre
Me había despedido de Elvira a regañadientes, le di un beso y siguió durmiendo.
Siempre me ha gustado pasear por la calle cuando la ciudad todavía duerme, el aire huele de otra forma, incluso puedes escuchar tus propios pasos. Conduje despacio sin poner las noticias como es mi costumbre, no quise romper el estado de plácida beatitud en que me hallaba. Los recuerdos de una noche de amor y pasión llegaban a oleadas, aún podía sentir su olor, el tacto de su cuerpo pegado al mío, el sonido de su respiración mientras dormía y yo espantaba el sueño para no perder ni un instante a su lado.
A esas horas tardé poco en llegar a casa. No esperaba encontrarme con mi socio, Carmen lo habría despachado pronto para no andar con la hora pegada al culo, cosa que odia. Al entrar oí ruido en la cocina.
—¿Ya estás en marcha? Vaya, si eres tú, no te esperaba.
—No pensé que volverías tan temprano, enseguida me voy.
—Tranquilo, me preparo un café. ¿Habéis dormido bien? Bien poco, supongo.
—Voy a terminar de vestirme.
—Espera, hombre, ¿puedes tomarte un café conmigo sin salir corriendo?
—¡Anda, estás aquí!
Carmen entró de repente, pasó por mi lado, nos besamos y le hizo una carantoña a Emilio en la nuca. Una escena intrascendente: dos viejos amigos desayunan en la cocina y en esto llega la esposa de uno de ellos; una escena intrascendente si no apareciera en pelotas ajustándose una toalla a la cabeza, si no hubiera pasado la noche con el amigo de ambos por una considerable cantidad de dinero y no nos tuviera a los dos encelados. Se apoyó en su hombro, bebió un sorbo de su café y se estiró como una gata.
—¿Tú no tienes una reunión con un alto cargo?
—De no ser por eso nos habrías sorprendido en la cama, ¿a que sí, Emilio?
Miró a su cómplice con expresión provocona, éste asistía boquiabierto al diálogo de la amiga, esposa y puta con el marido, amigo y consentidor; dudo que se le hubiera pasado por la cabeza intervenir y, desde luego, la invitación quedó en el aire.
—Y a ti, como no te des prisa, se te va a echar la hora encima. —me advirtió.
—No me marcho sin verte con lo que compraste ayer.
—Todavía tengo que secarme el pelo, pintarme… Venía a por otro café, pero ya que estás, prepara el desayuno, sé bueno. —me pidió poniéndome ojitos.
—Esta mujer me va a matar de un infarto, ¿has visto qué culo? —comenté cuando nos quedamos solos—. Por cierto, ¿se lo has…? —concluí con un gesto contundente de ambos brazos.
—¡Cállate!
—Eso es un sí. Joder, Emilio, somos amigos, compartimos la misma mujer, no seas melindres. Qué tal fue, ¿bien?
—Vale ya.
—Como quieras. —estaba desatado, mejor me concentraba en la tarea de cada mañana: tostadas, café, leche a calentar….
—Yo, me voy a ir.
—Si esperas un poco nos vamos juntos; además, va a venir a desayunar, no le hagas ese desaire.
Mi buen amigo, a merced de los acontecimientos, aceptó la sugerencia.
Carmen regresó a punto de sacar las tostadas. ¿Qué os parece?, preguntó ilusionada girando sobre sí misma para ofrecer una vista completa del conjunto de lencería recién estrenado; el sujetador comprimía su pecho más de lo habitual realzando la forma y el volumen, resultaba sorprendente, sobre todo por la novedad, era la primera vez que usaba un modelo de ese estilo, le sentaba genial. La atraje por la cintura.
—¡Pero bueno!, ¿esto qué es? Me encanta, te hace un pecho precioso, ¿no crees? —consulté a quien había compartido cama con ella y se resistía a opinar, aunque era evidente su entusiasmo.
—Estás muy callado. —le animó.
—Estoy impresionado.
—¿Lleva relleno?
Carmen me asesinó con la mirada; hubiera jurado que lo llevaba, el volumen no parecía suyo. Extendí las palmas de las manos pidiendo clemencia.
—Qué os ha dado con mi pecho, ¿ahora resulta que tengo poco?
—Yo no he dicho eso, cariño, jamás. ¿Quién lo dice? —. Emilio negó rotundamente con la cabeza.
—Ya te contaré. —zanjó enfurruñada.
Desayunamos sin perder mucho tiempo; Carmen de pie, entre los dos, pasando de mi brazo al de mi socio que mimetizó mis gestos y en cuanto pudo la enlazó por el talle. Tenía prisa, nos dejó recogiendo las tazas y corrió a vestirse. El resultado fue soberbio, estaba escandalosamente guapa, sugerente, para mi gusto poco discreta tratándose de una entrevista profesional.
Salimos un poco apurados; en el ascensor se despidieron con un beso en la boca que duró lo que tardamos en llegar a la planta baja. «Lo he pasado muy bien», le dijo al oído.
El depredador
Esteban González Asenjo era tal y como lo había descrito Ángel; un cincuentón enjuto, con aspecto de numerario de la obra, seco mas que delgado, con el pelo negro, ralo y brillante peinado hacia atrás. Desde su escasa altura me miró como si se le hubiera aparecido la virgen e hizo intención de besarme la mano; todo un caballero si no conociera su afición a pagar por el sexo que no era capaz de conseguir de otra forma. Su despacho era amplio; nos sentamos en unas rancias butacas tapizadas en terciopelo azul. Angel inició la presentación, después fue mi turno; nuestro hombre no me quitaba los ojos de encima, supuse que por el efecto de las transparencias y los tonos grises marcando el contorno del sujetador. Tomé la palabra, expuse con vehemencia las fortalezas de nuestra empresa, para las debilidades ni había tiempo ni interés, toda la atención estaba en otra parte, en mis muslos, cosas que pasan, quedaron en gran parte al descubierto por esa indiscreta abertura en la falda que, al cruzar las piernas se abrió como por descuido.
Apenas discutió, lo suficiente para prolongar la reunión sin otro motivo que tenerme ante sus ojos; Ángel se excusó y abandonó el despacho para atender una insistente llamada justo cuando nuestro hombre se aventuraba por la frontera de la indiscreción; salí como pude de una pregunta comprometida: que si una mujer como yo seguía soltera, ¿acaso los jóvenes están ciegos? Sin duda había visto que no llevaba alianza. No sé que contesté que le hizo tanta gracia, se echó a reír, me dio una palmadita en la rodilla culpable de haber desnudado las piernas y ahí la dejó, descansando sobre el muslo, mirándome a los ojos, calibrando mi reacción. Vio que no iba a protestar, sonrió y siguió hablando sobre la soltería, «bendito estado, aprovecha ahora que eres joven», me aconsejó reforzando sus palabras con un ligero masaje, siguió hablando y tanteando, hablando y dando palmaditas. Yo le miraba sin darle ninguna pista.
Escuchamos la puerta y se retiró con rapidez, parecía un chaval en casa de los padres de la chica.
Quedamos en volver, Ángel no perdió detalle de la despedida; le fui a dar la mano, la esquivó y plantó la suya en mi cadera para darme dos besos.
—¿Qué ha pasado mientras he estado fuera?
—Nada de particular.
—Venga ya, éste no se toma esas confianzas delante de testigos, le ha faltado poco para manosearte el culo.
—No exageres, nos hemos dado dos besos, nada más.
—Y nada menos; nunca le he visto tan suelto con una mujer, es de lo más estricto para esas cosas, trata de guardar las apariencias hasta limites increíbles; por eso lo sé, ha pasado algo, cuéntamelo. ¿Lo ves?, te estás riendo.
—Ha sido… parecía un adolescente. Me ha preguntado cómo era posible que continuara soltera; no sé que he contestado, se ha echado a reír, me ha dado una palmada en la pierna y ya no me ha soltado.
—¿Y qué has hecho?
—No iba a espantarlo, he esperado a ver cómo iban las cosas, ha seguido divagando sobre las maravillas de la soltería dándome apretones, te hemos oído volver y ha quitado la mano, eso ha sido todo.
—Muy bien hecho, ha sido un gran avance.
—¿Tú crees? A mí me parece un reprimido.
—¿Es un diagnóstico?
—Es… Bueno, ahora qué, no ha sido tan fiero como lo pintaste.
Entramos en una cafetería plagada de oficinistas. No había calculado el impacto del modelo elegido por Claudia porque fui el foco de todas las miradas.
—No te confíes, en la próxima reunión verás la auténtica cara de Esteban. Ahora, a seguir. Hay un montón de contactos que has de conocer y cuidar.
Durante el desayuno detalló el plan, una forma de trabajo que desconocía, algo nuevo alejado de mi vocación, una labor a medio camino entre lo vivido con Roberto en la reunión con los delegados del colegio y mi actividad como prostituta además de utilizar mis habilidades de psicóloga. Comenzaba a entender en qué quería convertirme Ángel; una especie de gestora comercial altamente cualificada con la capacidad para usar, si fuera necesario, la potencia de mi atractivo físico para conseguir resultados óptimos.
—Tus contactos son todo hombres, a las tías las manejo yo.
—¿Y eso por qué?
—Mujer, tú vas a tener que zorrear un poquito, hasta donde lo consideres necesario. Si me entero de alguna que sea bollera ya te la paso. ¿No comes?
—No tengo apetito.
—Siguió hablando y yo, mareando un trozo de croissant con el tenedor sin escucharle. Antes de que terminara, apuré el café.
—Me voy, quiero pasar por casa a cambiarme.
—No jodas, con lo buenísima que estás.
—No quiero presentarme en el gabinete con esta pinta; además, esta tarde hay consejo.
—A unos cuantos les daría un infarto. ¿Te acompaño?
—Déjalo, tendrás cosas que hacer.
—¿Mejores que acompañarte a tu casa?
—Ni lo sueñes.
La presentación a los socios
Para mi tranquilidad fue más sencillo de lo que pensaba; el ambiente cordial me sorprendió, esperaba un recibimiento frío y distante. Todo lo contrario; estuvieron encantados y dispuestos a escuchar cómo había conseguido encauzar el rumbo de una decisión fallida. Intenté defender la posición de Andrés, seriamente dañada, pero nadie pareció interesado en continuar hablando del «asunto Solís» y desistí atendiendo a una velada señal de mi mentor. Después de tratar diferentes temas volví a ser objeto de atención o, mejor dicho, mi flamante dirección de relaciones institucionales; Andrés inició la presentación y enseguida Ángel le robó la palabra, describió el proyecto como una iniciativa suya y desgranó los objetivos hasta que, harta de ser ninguneada, le interrumpí.
—Perdona, Ángel, si no te importa, esta parte debería exponerla yo; ha sido mi cometido durante los últimos años.
—Te has pasado de entusiasmo. —le amonestó cordialmente Valladares, una de las socias con más influencia en el consejo—. Carmen, por favor, nos gustaría escuchar tu enfoque.
Sintiéndome apoyada, ocupé la tribuna y desarrollé el plan que tenía en mente para cubrir los objetivos marcados, ideas sólidas con metas a medio y largo plazo basadas en la estructura ya establecida sin necesidad de realizar grandes inversiones. Observé un creciente malestar en Ángel y me desentendí. Al finalizar recibí la felicitación no solo de Valladares sino de la mayoría de los socios, favorables a un modelo de austeridad.
Sin noticias
—Me voy, ¿tienes llaves?
—Sí, Ana, gracias, hasta mañana. ¿Queda alguien?
—Ángel. Si te vas, avísale para que cierre.
Era tarde y seguía sin noticias de Tomás, lo cual no auguraba nada bueno; ya se habría celebrado la reunión con las chicas de la que había sido excluida. Me disponía a marcharme a casa y por fin el móvil cobró vida. Era él.
—Creí que no ibas a llamar nunca. —comencé en plan conciliador.
—Ayer no te dignaste a asistir a la reunión; si esa va a ser tu actitud a partir de ahora, tomo nota y reorganizo mi…
—Dijiste que esperase tu llamada.
—No me interrumpas. Parece que no nos entendemos, será mejor que te pienses con tranquilidad lo que quieres hacer de aquí en adelante y cuando lo tengas claro me lo dices.
—Tomás…
—No hay prisa, tómate el tiempo que quieras.
Colgó y con ello se cerraba una etapa de mi vida, tenía una sensación de desamparo como pocas veces había experimentado; no quería llorar, por nada del mundo podía permitir que la desolación ganase el pulso. Apagué el ordenador, cogí el bolso y salí del despacho dando un portazo. A punto de abandonar el gabinete escuché murmullos y sin darle más vueltas, tomé una decisión a la desesperada.
—¿Tienes un momento?
—Luego te llamo. —Dejó el móvil sobre la mesa y me miró sorprendido—. Para ti, siempre.
—¿Estoy a tiempo de aceptar tu oferta? Nueva York. —maticé.
—¿Estás bien?
Respondí con un gesto bastante explícito.
—¿Tú qué crees?
Bordeó la mesa, se detuvo a un palmo, me rodeó con los brazos y al encontrarme dócil, bajó las dos manos abiertas hasta mi culo para pegarme a su cuerpo donde empezaba a crecer una notable dureza. Me buscó la boca, yo le devolví todos y cada uno de los besos que ocuparon los siguientes minutos, besos dominantes y posesivos. Necesitaba ese abrazo, aunque fuera interesado.
—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
Levanté las cejas, tomé un cigarrillo del paquete que había sobre la mesa y lo encendí mientras pensaba una razón convincente para explicar mi repentina decisión de acompañarle, algo que a una persona tan perspicaz le resultara creíble.
—Sigo sin estar de acuerdo con el giro que pretendes darle al gabinete, pero no gano nada quedándome al margen, prefiero participar desde el inicio en el modelo que vamos a crear, porque espero tener voz y voto, de lo contrario no hay problema en presentar mi renuncia a Andrés.
—No lo entiendo, ¿precisamente hoy, que te has ganado al consejo? Por cierto: enhorabuena, me has dejado a la altura del betún.
—No estoy de humor, dímelo y te dejo el campo libre.
—Cuando estemos allí te convencerás; porque va en serio, ¿verdad?
—Va en serio, quiero ir.
—¿Seguro?
—¿Te lo tengo que firmar?
Apartó el cigarrillo de mis dedos y volvió a besarme a fondo explorando mi boca, buscando el nacimiento de mis pechos por los costados. Qué seguro estaba de mi derrota. Me soltó y se alejó sin desviar la mirada.
—Tendrás que ganártelo.
Lo esperaba.
—¿Qué quieres?
Muy fácil; te lo puse en bandeja y lo despreciaste, ¿sabes cómo sienta eso? Ahora vienes pidiendo que lo olvide como si no hubiera pasado nada.
—Dime de una vez qué quieres.
Me miró a fondo cavilando, deteniéndose en cada parte de mi anatomía para hacerme sentir vulnerable.
—Tus tetas por el billete de avión.
—Venga ya, Ángel. —Salté desabrida, estaba cansada de tanto jueguecito, no había sido un buen día
—No me hagas perder más el tiempo. —respondió irritado—. ¿Qué te has creído?, ya he movido ficha, tengo el asunto resuelto.
Me dio la espalda de vuelta al escritorio. La conversación había acabado; según me acercaba a la salida los pasos se fueron apagando. No habría otra oportunidad salvo que me humillara.
—¿Aquí?
Ojeaba un documento de pie cerca de la mesa. Levantó la vista.
—Ahora. —Miré hacia la puerta, abierta de par en par, y se anticipó a mi objeción—. Estamos solos.
—Todavía hay gente en la planta de abajo.
—Tú qué sabes. Vale, ciérrala.
—Ángel… —rogué en un último intento por hacerle entrar en razón.
—Ahora. Ya. No es negociable. El precio ha subido desde que lo rechazaste.
Me asomé y eché un vistazo antes de cerrarla, caminé de vuelta desabrochando la blusa lo suficiente para subirme el sujetador. Ángel chascó la lengua.
—Sin trampas.
No lo iba a poner fácil. La colgué en el respaldo de una de las sillas, el sujetador cayó al asiento, me volví y lo desafié con las manos en jarras.
—Hostias, cada vez estás más buena, ¿cómo lo haces?
Sonreí halagada; podía obligarme a cualquier cosa pero en el fondo lo tenía en mis manos. Plantada delante de él, dejé que me sobara a conciencia sin inmutarme. Se dio cuenta, retrocedió y recuperó el control.
—Venga; las bragas por pasar una semana en la mejor zona de Queens. —Le debió de parecer poco y añadió atropelladamente—. Y la falda, fuera.
Muy bien, si así tenía que ser, así sería. Metí las manos por debajo, podía haber empezado por quitármela pero quería ser yo quien mandase; con la falda arremangada y sus ojos vidriosos fisgoneando entre los muslos me costó sacar la braga sin enseñar más de lo que quería, primero un pie, luego el otro. De haberlo sabido por la mañana… porque era una prenda sencilla, gris perla, muy poco apropiada en una ocasión tan especial; pero a él le valía. La mantuve colgando de la mano, un péndulo listo para hipnotizar la mirada de cualquier hombre. La doblé ocultando la firma escrita con mi excitación y se la ofrecí; lo conocía tan bien que anticipé uno por uno sus movimientos: la desdobló, olfateó ruidosamente en busca del rastro y lo lamió mirándome a los ojos; ¿de qué me acusaba?, luego se la guardó en el bolsillo del pantalón. Era el turno de la falda; bajé la cremallera, solté el botón y con un par de tirones cedió. Como la mayoría de los hombres, Ángel sentía un fetiche especial por tenerme desnuda y en tacones.
—Qué cuerpazo tienes, ¡la virgen!
—¿Te gusto?
—Que si me gustas… —exclamó desbordado por la devoción.
Y a mí. Eso es lo que me emocionaba, su fervorosa entrega, ningún otro hombre me ha hecho sentir divina, probablemente es lo que llevó a que la relación con Claudia terminase como acabó.
Me estoy adelantando.
Ángel sabía acariciar, tenía la paciencia del hombre maduro y a mí me llevaba poco a poco al umbral del éxtasis solo con sus manos, el aliento en la piel y el sonido de su respiración agitada alterando la mía; podía detener el tiempo recorriéndome sin saltarse etapas, haciéndome morir de deseo. Como Tomás, casi como Tomás.
—Tu mejor mamada a cambio de que te presente a Robert, ya puedes esmerarte. —susurró al oído.
—No me interesa, lo voy a hacer porque quiero.
—Mientes, me la vas a chupar porque eres una hija de puta ambiciosa, no quieres quedarte fuera del proyecto que nos va a llevar lejos de este país de mediocres; Robert es la clave y si se la tienes que chupar a él me harás caso, se la sacarás y te la meterás en esa boquita que usas tan jodidamente bien, ¿para qué te crees que te llevo?
—Eres un hijo de puta, no sé por qué te aguanto.
—Decídete de una vez: ¿vienes o no?
—¡Que sí, joder, cómo te lo voy a decir!
Me llevó al centro del despacho como en una pieza de baile; pasos coordinados, un giro, una leve presión en la cintura… y caigo. Nunca caigo del todo de rodillas, a lo sumo planto una y aguanto un pie en el suelo, me resisto a doblegarme, qué le voy a hacer, es un resquicio de orgullo. Abajo esperaba una querida conocida apuntando al rostro. Como en una pieza de baile, una mano en la cadera y la otra empuñando, en este caso, el rabo terso, cálido; aún le faltaba por engordar. El prepucio semejaba unos labios asustados o quizá sorprendidos; fruncí la boca y lo besé, usé la punta de la lengua para trazar círculos ensanchando el hueco y asomó la cabeza. Ven aquí, bonita, ¿y ese lagrimón? Lo saboreé y me supo a poco; la ordeñé despacio con el pulgar abajo, desde atrás y apuré una gruesa gota transparente con trazos lechosos. No perdí más tiempo, la engullí y empecé a trabajar, lo tenía temblando.
Los acontecimientos se precipitaron. Un timbrazo anunció la llegada a planta del ascensor, alguien abrió con brusquedad, por la forma de caminar pensé en Elizondo. Ángel me apartó, llevó el índice a los labios y se arrimó a la puerta. Yo tardé en reaccionar porque mi atención se enfocó en su perfil: Encorvado, desnudo, con el oído pegado, destacaba el culo, más fláccido de lo que recordaba, además había echado tripa durante el verano; es extraño lo que la tensión puede hacer con nosotros. El intruso avanzó por el hall, se detuvo en algún lugar —la mesa de Ana, quizás— y siguió su camino. Ángel aprovechó para girar con cautela el mecanismo de la cerradura, al completar la primera vuelta emitió un chasquido que el silencio absoluto magnificó. El extraño se detuvo y no tardó en retroceder, Ángel regresó, yo me refugié en su pecho, quienquiera que fuese llamó a uno de los despachos, debió de mirar dentro antes de cerrarlo y repetir en el siguiente; se acercaba, probó con otro, y con otro. Dos golpes exigentes en la puerta nos sobresaltaron, accionó la manilla y al no abrir se ensañó. Ángel tuvo una corazonada, se alzó sobre la mesa, alcanzó el móvil, lo silenció y lo aplastó contra el vientre antes de que el aparato comenzase a vibrar ahogado en su cuerpo. El intruso desistió y siguió probando puertas, la mía entre ellas, después volvió hacia el ala norte. Ángel miró el aparato y vocalizó un nombre: Andrés. Perdí la sonrisa, mi bolso yacía a trasmano en uno de los sillones, pensé que si hubiera sospechado de mí ya habría sonado. Aturdida, me dejé conducir al sofá, se sentó con las piernas abiertas e hizo un gesto indecente; yo tenía el corazón en la boca, Andrés merodeaba, Ángel se meneaba la polla intentando devolverle la vida; la visión del miembro blando zarandeado recordaba un pez moribundo, esto y su mirada sucia se sumaron al temor por lo que pudiera pasar. No lo pensé, me arrodillé, le aparté las manos y atrapé el cadáver que solo yo podía resucitar; porque el peligro —es así, no lo puedo evitar— me pone muy burra. La meneé con furia, sin contemplaciones, mirándole con cara de guarra, la misma que le pongo a mis clientes en situaciones parecidas. No había tiempo, trepé a horcajadas y logré metérmela sin que se doblara, se agarró a las tetas como si manejase una moto encabritada; algo de eso había: una mujer desquiciada montando una verga a medio gas, atenta a mil cosas. ¿Y si el sofá no resiste tanta caña y empieza a crujir?, ¿y si con tanto meneo se cae un zapato al suelo?, ¿y si le da por machacar otra vez la manilla y de tanto darle, la cerradura salta?, ¿y si, y si…? Tanta caña, tanto meneo, tanto darle; ciento y un motivos para botar como una posesa. Seguí botando incluso cuando le oímos volver y cebarse con la manilla. El corazón me palpitaba en el cuello, Ángel se corría a borbotones y yo no le quitaba ojo a la puerta en la cumbre de un orgasmo incontenible.
Se fue, cerró con llave y después de escuchar la campanilla del ascensor estallamos.
—Qué pasada, eres una mala bestia.
—Muy amable. —pronuncié a duras penas. Derrumbada en su cuerpo, ensartada por una verga que se resistía a aflojar y soltaba sus últimos estertores provocándome unos irreprimibles latidos.
—Una grandísima zorra.
—Lo vas mejorando.
—Joder, Carmen, no te había visto nunca en este plan.
—El día menos pensado nos va a pillar.
—Nena, ese día te vas a mear patas abajo con solo verle la cara.
—Calla; hablo en serio, es la última vez.
—Eso lo dices con la boca pequeña; ah, que la boca pequeña la tienes ocupada con una buena tranca, ¿o no es una buena tranca?
—Sobre todo si hago esto. —Apreté con todas mis fuerzas, la sentí retorcerse dentro como una anguila intentando escapar y me puse a brincar sin control. ¡Aaaah, joder!, tenía que parar
—Qué cabrona, me la vas a arrancar de cuajo. Dame un respiro.
Me dejé caer en su hombro. Qué locura. Si seguía frotándome la espalda no respondía de mí.
—Anda que si logra entrar y te encuentra en plena cabalgada… —Me estremecí.
—Calla. —le dije a su cuello.
—Confiésalo, estabas deseando que forzara la puerta.
Lo noté, se le estaba hinchando solo de pensar en la versión porno de lo que hubiera sido un completo desastre; qué le iba a hacer, no podía luchar contra lo que crecía dentro de mí ni con las manos que magreaban tozudas mi culo. Me erguí, miré la puerta, juro que la vi abrirse de par en par y a Andrés mirar boquiabierto el trote desenfrenado sobre el sofá; se me erizó la piel, Ángel se apoderó de los pezones sin poner cuidado en los aros, me estiré como si los hubiera conectado a la corriente eléctrica, es lo que me faltaba, volví a galopar sobre la tranca que me atravesaba; quien lo iba a decir de este cincuentón, los dos mirándonos sin decir palabra, él, intuyendo lo que pasaba por mi cabeza, y yo….
…..
Nos levantamos, me dolían las piernas. Dios, cómo necesitaba una ducha. Salió del despacho en pelotas, me contagiaba esa irresponsable libertad con la que actuaba; miré por el ventanal protegida por las láminas entreabiertas del estor. Allí abajo la calle bullía: tráfico denso, aceras repletas de transeúntes. La vida recuperada tras la jornada. Yo debería estar ahí, camino de casa. Ángel regresó con una toalla de manos, la cogí al vuelo, me empapé el sudor y recogí todo el semen que pude; le gustaba mirarme mientras lo hacía. «Serás cerdo», le dije, él sonrió con la polla en la mano. De un tirón descorrió el estor y quedé expuesta frente a la cristalera, le daría el gusto de aparentar sorpresa, fingí pudor, no había nada que temer pero callé; qué inocentes son los hombres.
Abrió el mueble bar y sirvió dos copas, tuve la precaución de extender la toalla en el sofá. Chocamos los vasos.
—Por nuestra vida de pareja en Nueva York.
—No somos pareja, Ángel.
Me abrazó, nos besamos sin límite, sus hábiles dedos jugaron con mi vientre encendiendo de nuevo el deseo.
—Vas a ser mi mujer durante una semana, solo mía, recorreremos Manhattan, asistiremos a los mejores espectáculos de Broadway, dormiremos juntos; digas lo que digas eso es ser una pareja.
—Estás loco. —protesté sofocando una emoción inconveniente.
—Loco por ti; ¿te imaginas?, una semana despertando a tu lado, conviviendo minuto a minuto. No te lo he contado: tenemos una casa acojonante en una zona privilegiada de Queens.
—Espera, no vamos a compartir casa, lo último que faltaba es provocar un escándalo de este calibre en el gabinete.
—Tranquila, está todo pensado, Ana ha hecho las reservas de hotel; pero tengo otros planes: he conseguido una residencia en Bayside con vistas a la bahía; no digas nada, es de unos buenos amigos, nadie va a saberlo, a todos los efectos nos alojamos en el hotel.
No pude responder, me besaba superado por la emoción, yo estaba desconcertada, debía poner freno a tanto entusiasmo antes de que fuera demasiado tarde.
Pero ¿cómo hacerlo sin desairarle? Me encargaría de marcar los límites allí, cuando estuviéramos conviviendo, porque ahora, ahora lo tenía encima de nuevo con intención de volver a empezar. ¿Por qué no? Si él podía, yo estaba más que dispuesta.
…..
—¿Qué te has tomado?
—¿Qué pasa, no me creías capaz de echar dos seguidos?
—Tres, y no, no eres capaz sin ayuda.
—Es cosa mía, sé lo que hago.
—Anda, déjame ver qué es.
—Olvidas que soy psiquiatra, además de psicólogo.
—Me preocupas, no quiero que un día sufras un infarto y te desplomes sobre mí.
Sonrió, había temido que llegara a molestarle tanta insistencia.
—No es nada fácil seguirte el ritmo, cariño.
—¡No digas eso!, no todo se reduce a mantenerla empinada; me haces gozar de otras maneras.
Le besé, cómo podría convencerle…
—Piensa lo que nos harías si te pasa algo.
—¿Nos?
Ya era tarde para rectificar.
—A Claudia en primer lugar, y también a mí.
—¿En serio? Eres un amor.
Me abrazó con tanta ternura que tuve miedo. Lo aparté después de un tiempo prudencial, no quería ofenderlo.
—No podemos volver a hacer esto, Ángel, si se corre la voz, si se levanta la más mínima sospecha…
—Andrés no va a comentar nada con nadie, como mucho hablará conmigo.
—Me costaría la carrera.
—Puedes estar tranquila, tu mentor confía plenamente en ti.
¡Era cierto!, a Andrés no se le había pasado por la cabeza que yo estuviera allí; sentí un amago de remordimiento.
—Es tarde, me marcho.
—Lástima, diez minutos más y estaría recuperado. ¿Qué?, qué he dicho, no me mires así.
…..
—¿Te vas a Nueva York?, ¿así, de repente?
—Me lo comunicó ayer; hay contactos con varias instituciones oficiales y clínicas privadas muy metidas en nuevas técnicas de intervención, Ángel está decidido a implantarlas antes de que se nos adelanten, va a ser la tendencia dominante de aquí a un par de años y quiere que seamos la punta de lanza en Europa.
—¿Tú te estás oyendo? Es el discurso que lleva repitiendo desde que lo conozco.
—Lo sé, no me gusta pero tengo que adaptarme, Mario, o empezar a mover contactos donde pueda ejercer a mi gusto.
—Buena idea; tu etapa con Andrés, por mucho que lo aprecies, ha terminado.
—¿Tú también? Dejadme que lo decida yo, de momento no voy a abandonar; acabo de asumir un reto ante el consejo y voy a luchar por llevarlo a cabo.
—No te veo contenta.
—No lo estoy; en fin, ¿cenamos? Voy a cambiarme.
—¿Y por qué no me lo habías contado?
—Porque lo rechacé, pero esta tarde le he confirmado que iría.
—¿Y ese cambio?
—¿No ibas a hacer la cena?
—Ahora. Antes dime por qué has cambiado de idea.
—Ya te lo he dicho, lo he pensado mejor.
—No me cuadra. ¿Qué tienes ahí?
—¿Dónde?
—En el costado; parece un arañazo. ¿Qué habéis estado haciendo, aparte de hablar?
Estaba cambiándome de ropa, debí suponer que el furor de Ángel dejaría huella.
—Ayer, recién llegado de vacaciones, a duras penas le pude contener; menos mal, porque por poco nos pilla Andrés, pero esta tarde, cuando entré en su despacho a decirle que lo había reconsiderado lo interpretó como una capitulación, ya sabes cómo es, y se quiso cobrar mi anterior negativa. Yo, estaba mal.
—¿Por qué?
—Es igual.
—Para mí no lo es.
—Tomás.
—Qué pasa con él.
—Hemos roto.
—Eso suena fatal.
—¿Te parece gracioso
—No lo he dicho con mala intención, cariño.
—Perdona, estoy nerviosa.
—No pasa nada.
—Le llamé el lunes, tenía un mal presagio, me dio largas, «ya te llamo yo», y colgó, ¿tú te crees?, me colgó, pero no ha llamado en toda la semana; en estos días ha tenido la reunión con las chicas, nadie me ha avisado. Esta tarde llamó para recriminarme no haber asistido y decirme que me tome un tiempo para pensar qué quiero hacer y volvió a colgarme. Ha roto conmigo, Mario.
—Te está castigando por tu conducta con Gerardo; habla con él, explícale por qué has actuado como lo hiciste.
—Tomás es mi amigo antes que mi jefe, o lo era, no esperaba esto. Es igual, cuando ya me iba, oí movimiento en el despacho de Ángel y lo decidí sobre la marcha.
—El resentimiento te llevó a aceptar la propuesta.
—¡No digas bobadas! Lo siento, perdona. No ha sido por despecho, pero es cierto, unos días fuera me ayudarán a despejarme
—Y Ángel te encontró baja de forma y se cobró la pieza sin dificultad.
—Mira que eres… Lo vi venir, yo estaba presentando bandera blanca después de haber rechazado su oferta y rendirse siempre tiene un coste.
—Y un riesgo; hacerlo en su despacho… ¿y si os llega a descubrir alguien? Andrés, por ejemplo.
Andrés, Andrés, qué obsesión.
—Poco probable, era tarde,
—Además, no es la primera vez que os engancháis en un despacho.
—¿Qué quieres, Mario?
—¿Yo?, nada, solo he comentado algo evidente, que no es la primera vez.
—¿Que follamos en el gabinete?, si no lo dices tú, lo diré yo.
—Cómo te gusta el riesgo.
—No lo busqué.
—Pero te gusta.
—Me gusta, también lo resaltó Ángel, sois muy observadores los dos.
Esperé a que terminara de montarse una escena tórrida en su cabeza, vi cómo le crecía la bragueta y aproveché la pausa para deshacerme del sujetador y sacar de la cómoda una camiseta ligera y un short; no llegué a ponérmelo, antes debía asearme.
—¿Lo pasaste bien?
—No fui con esa intención, pero ahora que lo dices, sí, con Ángel siempre lo paso bien, muy bien. ¿Algo más?
—¿Cuándo os vais?
—El lunes; hasta el jueves, creo, lo tengo que confirmar.
Volví a mirar la tremenda erección, ¿en qué estaría pensando?
—¿Quieres follar? —le propuse.
—¿Tienes ganas?
—¿No dices que soy insaciable?
Nos besamos, el contacto de unos dedos inquietos en la vulva me hizo consciente del penoso estado de las bragas.
—Hueles a él. —dijo aspirando mi cuello.
—Necesito lavarme, ¿o prefieres encontrártelo ahí?
—Túmbate.
Parecía otro, cuando se excita tanto se le pone la voz ronca; me sacó las bragas y se quedó contemplando la raja húmeda de la que emanaba un potente tufo a semen, sudor y mis propios flujos.
—¿A qué esperas? Cómetelo todo, no dejes ni rastro.
—Guarra.
—¡Ay!, ¡me has clavado el hocico, animal!
…..
—¿Dónde vas?
—Tengo sed.
Pasé por el baño a limpiarme con una toalla de bidé. Crucé el salón a oscuras, por si acaso; las cortinas batían movidas por la brisa nocturna. Bebí un vaso de agua de un trago, lo rellené y, antes de volver a la cama, desbloqueé el móvil y escribí un mensaje; era medianoche, esperaba encontrarlo despierto.
«El lunes viajo a Nueva York por asuntos del gabinete. Supongo que ya no te hago falta. Si quieres, sabes cómo localizarme. Un beso.». La redacción era patética pero no estaba para darle vueltas. Antes de enviarlo, borré las dos últimas palabras.
—¿Qué haces?
—Me has asustado. Escribir a Tomás; mira, léelo.
—Te duele.
—Ahora mismo no siento nada, por eso quiero irme, para pasar el duelo lejos, donde nada me lo recuerde.
—Ven, vuelve a la cama.
—Un cigarrito y voy.
Viernes, siete de Septiembre
Dos golpes de nudillos con su característico tiempo de semicorchea, corchea, puntillo anunciaron a Ana.
—Pasa.
Cerró tras de sí y se acercó.
—Han traído tu billete.
—Gracias, Ana. Un momento, ¿qué es esto? —exclamé al examinarlo.
—Ha sido imposible encontrar plaza en el mismo vuelo, Ángel dijo que reservásemos en el primero que hubiera; es la única opción, sales a las once de la noche, con el cambio horario llegas a la una y medi
—A la una…
—De la madrugada, hora de la costa este.
—Sí, claro.
—Son ocho horas y media de vuelo, podrás descansar en el hotel. Lo siento, podía habértelo consultado, pero Ángel dijo
—Está bien, Ana, gracias. Una cosa —la detuve ya en la puerta—: ¿Quién viaja con Ángel?
—¿Cómo dices?
—¿Quién utiliza el billete que en principio iba a usar yo? Imagino que alguien le acompaña.
—Se anuló. El hotel es el mismo, ahí lo tienes.
—Gracias.
Tiré la documentación al escritorio. En conclusión: llegaba con retraso y él empezaría a reunirse sin mí. ¿Qué pintaba yo, entonces?
—Ángel, llámame en cuanto puedas, es urgente.
…..
Terminé una breve reunión con Amelia y volvieron a llamar a la puerta, me sorprendió ver aparecer a Elsa.
—¿Estás ocupada?
Los recuerdos de nuestra última vez a solas brotaron como una torrentera. Elsa me miraba como si hubiera entendido lo que pensaba. Puse distancia refugiándome al otro lado de la mesa y le ofrecí asiento.
—Tú dirás.
—Verás, Ángel me ha propuesto pasar a depender de ti, llevar una especie de… cómo lo llamó, subdepartamento legal o sección legal autónoma; lo adornó mucho, habló de un importante incremento salarial y otros incentivos; pero a mí, no te molestes, no me ha gustado nada, creo que hay gato encerrado aparte de las consecuencias que puede traer.
—¿Qué consecuencias?
—Moreta va a poner el grito en el cielo, llevamos trabajando juntos muchos años; además, un área legal fuera de su ámbito no le va a sentar nada bien, y si se lo imponen, imagínate.
—¿Por qué dices que hay gato encerrado?
—Antes, quisiera saber tu opinión.
—Elsa, eres tú quien ha venido a plantearme dudas.
—Mira, Carmen, siempre he sido franca contigo, te advertí del peligro que corrías dejándote ver con Claudia y Ángel en público.
—Y te lo agradecí.
—Ángel quiere tenerme cerca de ti para saber de primera mano lo que haces y dejas de hacer; yo no estoy dispuesta a asumir ese papel.
—¿Te lo ha dicho?
—No, pero estoy segura de que me presionará para ser sus ojos aquí dentro.
—Gracias, Elsa, a mí tampoco me gusta la idea, sería crear una guerra absurda entre departamentos.
—Me alegra oírlo, no sabría cómo rechazar la oferta.
—Ya me encargo.
La acompañé a la puerta, era evidente que le quedaba algo por decir.
—Después de lo que pasó entre nosotras, tendría que haber hablado contigo.
—Yo también, las cosas se complicaron; además, estuve fuera y, lo de Andrés…
—Sí, fue muy violento, ¿verdad?
—Mucho.
—¿Te apetece que nos veamos un día? —propuso.
—Claro.
Me plantó un beso en los labios, el sabor de su boca despertó el recuerdo fugaz de un encuentro inacabado. No era igual; respondí sin la misma pasión y respiré aliviada porque el teléfono viniera a resolverlo.
—Perdona, tengo que atender la llamada.
—Hablamos. —dijo antes de salir.
¿Qué había cambiado?, ¿qué se interponía entre nosotras?
Una sospecha.
—Ángel, ¿me vas a decir qué pinto yo allí cuando lleves ya un día haciendo y deshaciendo a tu antojo? No es lo que habíamos hablado.
—Cómo me gustas cuando te enfadas, cosita, ¿qué ha hecho esta vez ese hijo de puta?
—Mario, perdona, creí que eras…
—El que te pone mirando a Cuenca en cuanto te descuidas.—Cómo sabe sacarme una sonrisa.
—Y a ti te pone como un burro que te lo cuente, cornudín.
—Para qué vamos a negarlo, menudos polvos caen a su costa. Qué ha pasado.
—No hay plazas en su avión, salgo en un vuelo por la noche.
—¿Y cuál es el problema?
—No quiero que se dedique a cerrar acuerdos sin estar yo. Soy la directora y la que, en última instancia, decide.
—Relájate, ¿a qué hora llega? Como pronto a medio día.
—Tienes razón, solo dispone de unas horas.
—De todas formas, díselo, pero hazlo tranquila.
—Contaré hasta diez antes de empezar a hablar. Eres un cielo.
Ángel llamó, seguí el consejo de Mario y mantuve la calma. «No quiero que mi retraso en incorporarme a las conversaciones me ponga en una situación de desventaja operativa», le advertí, un argumento que a mí misma me resultó enrevesado.
—¿Desventaja operativa? Si tu temor es que, por incorporarte tarde, vas a quedar relegada a un segundo plano, quítatelo de la cabeza; la reunión con Robert está prevista para el martes, tiene la sede en el World Trade Center, ¿has estado alguna vez?
—No he tenido la oportunidad.
—Te va a impresionar, las vistas son espectaculares. Nos reuniremos a primera hora con su equipo.
Siguió contándome el plan de trabajo para el resto de los días, nos despedimos y me sentí ridícula por la manera de abordar la conversación.
—Tienes a tu marido por la línea dos.
—Gracias, Ana. Mario, ¿qué pasa?
—Nada, es que saltaba el contestador del móvil.
—Estaba hablando con Ángel, ¿qué es tan urgente?
—Se me acaba de ocurrir una cosa, te va a gustar: voy a hablar con Emilio para que trate de adelantar mi viaje a la próxima semana, así coincidimos los dos fuera y no estamos tanto separados, ¿qué te parece?
—Sería genial, si lo consigue se gana un premio especial, díselo de mi parte.
—Como se lo diga, remueve cielo y tierra.
Sábado, ocho de Septiembre
Míralos, ¿no sientes la paz que fluye? Papá está contando las zancadas de Mario para medir el largo de la piscina, cuando llegue al extremo torcerá a la izquierda y hará lo mismo con el ancho, luego se enfrascarán en una vieja discusión sobre el mejor emplazamiento para esa piscina que no nos decidimos a construir. ¿Cuántas veces los he visto entretenerse en esto? Mi hermana revisa los macizos de flores cogida del brazo de mamá; debería acompañarlas, en cuanto termine el cigarrillo iré con ellas. Mi cuñado está dentro durmiendo la siesta. Mejor, así aprovecho y me doy un chapuzón sin aguantar su mirada de hiena.
Se está bien, es uno de esos momentos que podría encerrarse en sí mismo y durar y durar, como aquellos discos viejos que, cuando éramos pequeñas, se volvían locos y repetían un surco una y otra vez sin parar haciéndonos reír hasta que papá ponía un dedo con delicadeza sobre el cabezal y salvaba el defecto, la música continuaba y yo lo miraba extasiada. Mi padre lo solucionaba todo.
¿Por qué me he puesto triste?
El agua está fresca, apetece, me dejo llevar con un leve impulso. Floto, detengo los pensamientos, floto.
…..
—Chiqui, no sé cómo lo haces.
—¿Qué hago?
—La forma de moverte que tienes, tía; joder, hasta a mí me pones cachonda.
—¡Qué dices! Anda ya.
—Me irás a decir que no te das cuenta, si te has movido así por la playa has debido de ir levantando algo más que pasiones.
Estallamos en una ruidosa carcajada y atrajimos la atención de los que jugaban a las cartas, en especial de Mario y, más lejos, mi cuñado, sentado en una tumbona, apartado de todos, con su segundo ron con coca de la tarde. Qué asco daba.
—¿Ves? Tienes a Dani soliviantado
—Con ese, ni una broma. —repliqué muy seria.
—Venga, Carmen, dale un respiro.
—Cuando te trate como una persona.
—No es tan malo como crees, lo que pasa es que las cosas le van mal.
—¿Te refieres a enfrentarse con todo el mundo con su aire de perdonavidas? Más le valdría tener un poco de mano izquierda y saber ganarse a la gente, así seguiría en la emisora y no viviría a tu costa.
—No seas cruel.
—De verdad, no sé qué le ves, a no ser que tenga una polla de lujo y la sepa manejar…
—Pero mira que te has vuelto guarra. —dijo dándome golpes en el hombro.
—Qué, ¿tampoco es eso? Bah, déjalo. —corté al ver que había pinchado en hueso. Nos quedamos calladas un rato, se estaba bien, la brisa mantenía una suave cadencia a oleadas imprevisibles que aliviaba la temperatura de un septiembre empeñado en alargar el verano.
—Dime una cosa. ¿Tú recuerdas que… alguna vez, de pequeñas, papá se enfadara… mucho?
—¿Qué quieres decir?
—¿Alguna vez, si nos portábamos mal… O a mí, no tuvo por qué ser a ti… recuerdas que me pegase?
—¿A qué viene esto?
—¿Te acuerdas de algo?
—No. ¿Papá?, jamás, ¡cómo se te ocurre!
Se removió molesta. Tomé aire, no sabía por qué había empezado pero no había vuelta atrás.
—¿Sabes?, nunca hemos hablado del pueblo, ¿porqué dejamos de ir?, ¿qué pasó?
—¡Y yo qué sé!
No debía haberle dicho nada. Se levantó. «Espera», le dije; «Déjame en paz» respondió como cuando de pequeñas le hacía daño sin querer, y se metió en casa.
…..
—¿Me concedes un baile?
Cómo unas simples palabras consiguen poner en alerta. Ahí estaba, contoneándose al ritmo de la música, con su desagradable sonrisa, desnudándome con la mirada.
—¿Ves a alguien bailando?
—Por eso; animamos un poco esto, parece un funeral.
—No, gracias. —respondí cortante y seguí hacia la casa; me detuvo sujetándome el brazo.
—Espera mujer, con lo bien que bailas, que lo sé yo, que te he visto alguna vez y no me vas a dar un capricho.
—Suéltame.
—No me soportas, nunca me has tragado sin que te haya dado motivos.
—Deberías tenerlo claro; ahora, si no te importa.
Se interpuso en mi camino. En absoluto soy una persona cobarde, sin embargo lo que vi en su rostro me llegó a intimidar.
—Ten cuidado conmigo.
Me sobrepuse, ya no era la misma a la que ese miserable le provocaba tanto asco como para rehuirlo.
—¿Tú quién te has creído que eres?
—No te equivoques, puedo hacerte mucho daño donde más te duele —dijo y amagó un gesto hacia su derecha. Al otro lado de la piscina, Esther charlaba con papá.
El miedo me cerró la garganta, pero no podía quedarme quieta. Inesperadamente, de algún profundo lugar surgió Mahmud como un arquetipo al que agarrarme y, de entre todos los posibles, el recuerdo de uno de sus abusos de poder cobró fuerza. «No tienes permiso para sentir placer, no quiero oír ni un susurro.». La voz enronquecida, amenazante, directa en mi oído; el aliento, tan cerca, me erizó el vello de la sien. Fue una orden tajante, no admitía réplica.
La cólera me nubló la vista, no tenía palabras, ni siquiera una idea concreta; el instinto más primario de huida o ataque me empujó a avanzar y le planté cara.
—No te atrevas, como le hagas daño te hundo la vida, ¿me oyes?
Dio un paso atrás y una vez guardada la distancia recuperó la chulería.
—Venga tía, ¿qué película te estás montando?
Los oídos me zumbaban, tenía la sensación de ver su rostro a través de un túnel, lo demás quedaba fuera de foco.
—Te lo advierto. Como la toques, acabo contigo.
Vaciló, la aparente seguridad se le vino abajo.
—¿Va todo bien?
La llegada de Mario me devolvió la conciencia.
—Sí, todo bien.
Mi cuñado se alejó sin abrir la boca.
—Qué está pasando.
—Nada, no es nada, ya lo he solucionado.
Pero el desasosiego permaneció; me preocupaban dos cosas: que la amenaza contra mi hermana no se quedara en eso y la irrupción de Mahmud cuando ya no formaba parte de mi vida. También la manera en que me había mirado Mario. Daniel se cuidó de mantenerse a distancia y yo traté por todos los medios de aparentar una normalidad que estaba lejos de sentir. No me reconocía en la mujer que hizo frente a la amenaza, ni las palabras ni el carácter me pertenecían.
Mi madre me conoce «como si me hubiera parido» y sentí el peso de su mirada cada vez que nos cruzábamos o cuando Mario y yo nos interrogábamos en silencio; allí estaba, analizando los gestos de su hija y de su yerno al que adora. No la pude evitar, los problemas hay que afrontarlos y ella ahora mismo era un problema. Atardecía, la abordé con dos tónicas, su refresco favorito, tomé asiento a su lado, los malos tragos cuanto antes pasen, mejor. Su presencia me restaba fuerza, era como enfrentarme a mí misma con veintitrés años más. Entré con suavidad, hablé de las vacaciones, le conté mi ascenso, los proyectos de futuro, el viaje a Nueva York; pero Frau Bauer no es de andar con rodeos.
—Estás haciendo todo lo que yo hubiera querido hacer, sin embargo tengo la impresión de que vas a echarlo a perder.
—Tú siempre a la yugular. ¿Y por qué no lo hiciste? Estudiaste una carrera, tuviste los medios y la oportunidad.
—Mírame a los ojos y dime si estoy equivocada.
—No sabes nada de mi vida, mamá, nada, no tienes ni idea de lo que he pasado.
Se me ahogó la voz, lo último que quería que sucediera delante de mi madre.
—Será porque tú quieres. Siempre has contado conmigo, no he necesitado preguntarte, has venido a mí, jamás me he inmiscuido en tu vida; pero últimamente no te reconozco, no sé quién eres y te voy a decir una cosa: tengo una sensación de peligro continua. No digas nada, lo prefiero a que niegues para tranquilizarme, porque tengo ojos en la cara y te conozco más de lo que quisieras.
—Mamá… —imploré, no sé exactamente qué.
—Mírame a los ojos, ¿Cuánto hace que no me miras de frente?, ¿qué pasa, hija, qué te sucede?
—Nada, mamá, estoy bien.
—¿Lo ves?, otra vez apartas la cara, no sé qué te pasa pero no es nada bueno. Has perdido la carita de niña que aún tenías, lo hemos dicho tu padre y yo muchas veces. Nos tienes preocupados, estás muy guapa, sí, pero estás distinta, más mayor.
—Porque soy mayor, mamá. —rezongué tratando de quitarle hierro.
—No es eso, hija. En fin, ya sabes que si me necesitas estoy para ayudarte, como cuando de pequeña hacías alguna trastada y venías a refugiarte en mí. Carmen, mírame, mírame: ¿has hecho alguna trastada?
Si no hubieran llegado Esther y Mario alborotando para liarnos con la barbacoa me habría echado a llorar, le habría confesado a la mujer más importante de mi vida todas mis miserias y le habría pedido que me rescatara, por mucho que, una vez superado el tsunami emocional, regresara al lecho de Ángel o me volviera loca por caer bajo la lluvia dorada a los pies de Doménico, si es que de una puñetera vez se dignaba a dar señales de vida. Pero entonces, si no nos hubieran interrumpido, habría llorado mis pecados en brazos de mi madre.
Lunes diez de Septiembre
Hubiera preferido el AVE, sin embargo Emilio puso como condición viajar en avión, nos enzarzamos en una absurda disputa sobre el supuesto ahorro de tiempo y al final cedí. No me gusta volar y aquel día estaba especialmente inquieto, si fuera supersticioso pensaría que una especie de mal presagio se empeñaba en amargarme el vuelo, pero insisto, no soy supersticioso, serían las preocupaciones que daban vueltas en mi cabeza.
El sábado se creó mal ambiente por culpa del cuñado de Carmen, siempre estoy en la frontera de tener que pararle los pies y si no lo hago es por respeto a mis suegros, él lo sabe y tensa la cuerda; me repugna cómo trata a Esther, no sé por qué lo aguanta; no tolero la forma en que mira a Carmen, ella se basta para mantenerlo a raya; pero el sábado traspasó los límites: tuvieron un cruce de palabras, por dos veces la bloqueó al tratar de dejarlo plantado y cuando me disponía a intervenir la vi dominar la situación con gestos contundentes; no sé que le pudo decir para hacerlo retroceder, todavía llegué a tiempo de escuchar cómo le amenazaba: «Acabo contigo». Daniel se escabulló en cuanto entré en escena y ella rehusó entrar en detalles; yo no quise insistir, estaba desconcertado.
—Qué callado vas, ¿estás dormido?
—Un poco.
—¿Tanto juego os ha dado la despedida?
—¿Ahora también quieres cotillear sobre nuestra vida sexual? —bromeé.
—Fuiste tú quien dio pie.
Hablamos, no demasiado, y me dejó «descansar». Yo seguía inmerso en mis pensamientos, recordando escenas que no invitaban a participar: una conversación entre madre e hija a la que no consideré oportuno unirme, otra con Esther en la que hubo más que tensión. Y la inquietud manifiesta de Fernando que las vigilaba de lejos.
El domingo nos acercamos a la Sierra, llevábamos demasiado sin ir y, con los viajes en ciernes, decidimos pasarnos a echar un ojo. Nos llamó la atención la actividad en el chalet colindante: una furgoneta de alquiler estaba aparcada con las puertas abiertas rodeada de muebles, cajas y mantas de embalar.
—Lo han debido de vender, por fin. —dije para romper el silencio que empezaba a ser incómodo.
Carmen parecía apesadumbrada, recorrimos el jardín haciendo una revisión en la que pesaba más lo observado fuera, los recuerdos se agolpaban a una velocidad pasmosa. Causa y efecto no siempre son lo que aparentan, le había dicho más de una vez para tranquilizarla aunque a mí mismo me resultaba difícil ignorar la relación entre el periodismo amarillo de nuestra vecina y la fulminante caída de la revista; me costaba identificar el brazo ejecutor: a priori, Gabriel de las Heras, el fotógrafo, no tan perjudicado como irritado por perjudicar a Carmen; sin embargo, llegar a tal ensañamiento me llevaba a postular otra teoría.
Entramos en casa, comprobamos que todo estaba en orden, bajamos alguna persiana, tiramos unos bricks caducados a la bolsa de basura. Veníamos con la idea de estar poco tiempo, comer en el pueblo y volver pronto para terminar de hacer el equipaje; pero cambió de idea y quiso que nos fuéramos enseguida. Apagamos luces, echamos la llave y al abrir la verja nos topamos con ella.
—Estarás contenta, lo has conseguido.
Demacrada, vestida de faena, con el pelo mal recogido y sin maquillar, solo el botox y algún que otro implante aguantaban en su sitio resaltando el acusado deterioro de nuestra vecina.
—Debes de estar disfrutando. —insistió.
—No sé de que hablas.
Laura esbozó un gesto de cansancio.
—Tú y el fotógrafo pijo con el que venías a follar —hizo una estudiada pausa para observar mi reacción— habéis conseguido hundirme la vida; me has arruinado, mi marido lo ha perdido todo con tal de sacarme del… pozo de mierda en el que me has metido, porque lo tengo jodido, nadie de la profesión quiere saber nada de mí, soy una apestada. Di, ¿te merece la pena haber llegado a tanto?
—Laura, en serio, no sabía nada de esto.
Nunca había visto tanto desprecio como en la mirada que le dedicó antes de que llegase su pareja y, sin dirigirnos la palabra, la hiciese regresar. Estaba sobrecogido. Carmen no era capaz de reaccionar, la conduje al auto y volvimos a casa en silencio. Y en silencio transcurrió el resto del domingo.
Tenía motivos sobrados para aislarme de mí socio, apenas hablamos el resto del vuelo, lo justo para planificar los encuentros previstos para la tarde. Tenía mucho en que pensar; era hora de empezar a tomar decisiones.
Once de Septiembre
Íbamos con retraso, deberíamos haber hecho el break del almuerzo media hora antes, algunos asistentes daban signos de impaciencia pero Esteve mantenía el enroque, sin su apoyo el proyecto de fusión era inviable; entré a describir la evolución de la delegación catalana, muy similar a lo que pretendíamos conseguí en Andalucía. Me faltaba el apoyo de Capdevila, no había podido adaptarse al cambio de fecha, él habría defendido mejor los beneficios de fusionar su clínica con nosotros, dos años atrás.
Emilio irrumpió con el rostro demudado pidiendo que pusiéramos la televisión, «¡Enciéndela, está pasando algo horrible!», insistió a voces. Ante nosotros aparecieron las imágenes de las Torres atravesadas por dos aviones, no podíamos creerlo, un murmullo se extendió por la sala; noticias de última hora informaron que otro avión se había estrellado en el Pentágono. Estaba abrumado, los atentados se sucedían sin que supiéramos cuándo iba a acabar aquella locura. No caí en la cuenta de que Emilio me hablaba hasta que empezó a zarandearme.
—¡Carmen, por Dios, dónde está Carmen!
Epílogo
Si la muerte me arrebata lo que más quiero sin tiempo a prepararme, tendré que seguir arrollado por los acontecimientos. Lo he visto en otros; la insensibilidad amortigua el impacto, las emociones se apagan, los sentidos se oscurecen. Mejor así porque, de lo contrario, qué harías, ¿romper a llorar?, ¿destrozar cuanto tienes a mano?, ¿arrojarte al vacío? Mejor aparentar que no sientes nada, que estás aturdido. Palmadas en la espalda, palabras de consuelo, personas que toman el mando, te guían, te llevan de un lado a otro. Mejor no sentir, no saber, no estar.
Si la muerte aparece por sorpresa, mi vida se derrumbará, todo lo que he aprendido no servirá para sostenerme. Dejaré a los allegados decir lo que se sienten obligados a decir, dejaré que me consuelen, se aflijan por mi y por ellos; porque les tranquiliza, porque están en su papel.
Se irán, todo acabará, vendrá la soledad y tendré que afrontar el vacío, acostumbrarme a vivir sin ella, desprenderme de su ropa, de sus objetos, perder lo cotidiano, no encontrarla, creer que la escucho.
Si la muerte nos golpea a traición, amor mío, seguiré como hubieras querido que hiciera.
(1) Missing, un film de Costa Gavras, 1982, con Jack Lemmon y Sissy Spacek
(2) Capítulo 156 Jaque a la reina, Noviembre 2021
(3) Capítulo 176 Lo que ocurre en la playa, parte 6, Marzo 2023
(4) Capítulo 2 El aniversario, Noviembre 2007
(5) Capítulos 36 La preparación, Diciembre 2008 y siguientes
(6) Capítulo 79 Decepciones, ilusiones, Julio 2014
(7) Capítulo 80 Sobre el dolor, Julio 2014
(8) Capítulo 80 Sobre el dolor, Julio 2014 y siguiente
Mario desde IPad.
ResponderEliminarEn el cincuenta aniversario del once de Septiembre de 1973
Pablo Milanés canta Yo pisaré las calles nuevamente.
https://youtu.be/e92-HUbGBSo?si=gHf3nfXzaRmq_IGO
en hora buena, ya era hora. me da mucho gusto saber que ya tenemos el capítulo,me dispongo a leerlo
ResponderEliminarJoder Mario, tengo un nudo en la garganta y lágrimas recorriendo mis mejillas, el epílogo me a roto totalmente, dime que Carmen está bien, Nadia se a levantado y al verme me a abrazado con fuerza.
ResponderEliminarMe alegro por la vuelta del diario, pero ahora mismo siento una profunda tristeza que no me deja ni respirar.
Mario este capítulo no me a decepcionado, confiaba en ti y no me has fallado, lo que has hecho es destrozame en mil pedazos, entiendo que hayas tardado tanto tiempo en publicar este capítulo, la pérdida de un ser querido es muy duro de plasmar, cada palabra escrita te desgarra el alma.
ResponderEliminarPor desgracia lo se muy bien, en este capítulo Carmen es una naufraga que se a quedado flotando en el agua rodeada de tiburones que nadan en círculos esperando el momento propicio para incar el diente.
Tomas, el que se dice amigo de Carmen, pero la ignora, no la habla sobre la reunión y encima le reprocha que no haya asistido.
Me a parecido el ataque de cuernos más infantil de la historia, se le debería caer la cara de vergüenza, un amigo de verdad te da la oportunidad de explicarte.
Angel un ser mezquino y despreciable, en su mente ni siquiera se a planteado que Carmen sea una psicóloga mejor que el, solo le interesa vender su cuerpo para ganar dinero.
Me a parecido un proxeneta de medio pelo, un personaje que utiliza su influencia para su propio veneficio, he sentido verdadero asco al leerlo.
Otra decepción para mí a sido Mario, es incapaz de controlar sus impulsos, Emilio se lo dice que las cosas no acabarán bien, el es el primero que utiliza a Carmen en su propio veneficio y lo único que lamenta es que ya no puede controlar a su creación.
Mario no se merece a una grandisima mujer como es Carmen a su lado, todos están tan ocupados en utilizar a Carmen como un objeto que son incapaces de ver lo sola que está, en el caso de Mario es más grabe porque es un reputado psicólogo.
Todos dicen que la colaboración de Carmen y Andrés está acabada, pero es el único que ve lo mucho que vale Carmen y lo buena que es en su trabajo, no se que abra pasado con Carmen en Nueva York, el epílogo no augura nada bueno, pero si en un casual a sobrevivido, tendria que plantearse dejar esa clínica donde prima más tener socios adinerados que clientes con verdaderos problemas.
Por último Emilio, con este tengo sentimientos encontrados, tengo que volver a leerlo para aclarar mis ideas sobre el.
Una parte de mi tiene esperanzas de que Carmen haya sobrevivido, eso espero con todas mis fuerzas.
Un gran capítulo que te arranca el corazón con el epílogo final, Mario gracias por volver, un abrazo muy fuerte para todos.
Parece mentira como situaciones de la vida como una discusión con un amigo, hacen que tomes decisiones que en un principio parecen intrascendentes y terminan siendo decisivas, en el buen sentido, pero también en el malo.
ResponderEliminarLUCIA.
ResponderEliminarLo tendré que volver a leer con tranquilidad, esta mañana me has hecho perder dos horas de curro.
Es una delicia, hay frases que te dejan chafada, como cuando aludes a una persona sin mencionarla pero dejándonos con el nombre en la punta de la lengua. “Y como cada vez que aparece en mi vida, claudiqué”. Qué elegancia.
Lo he disfrutado aunque leyendo con prisa, esta tarde lo voy a leer tranquila en mi sillón con un cafecito. Ya os contaré.
Lucía, la que lee
Estoy a medio capítulo y creo que es uno de los mejores. que mala bestia eres, como le dice angel a carmen.
ResponderEliminarpor cierto, a alguien le ha molestado el fallo de formato en TR y te ha puesto un terrible, que piel mas fina tienen algunos. o lo mismo no ha sido por eso, seguro. voy a seguir leyendo.
Lucia y Dosoctavas tienen razón, es tu mejor capítulo, ten bueno que pude ponerme en la piel del Mario del epilogo, sentí algo parecido la primera vez que abrí la puerta de mi casa después del fallecimiento de mi padre, sabiendo que jamás volvería a reír con el, discutir y llorar.
ResponderEliminarSe que seguramente Carmen esté viva, pero sentí cada una de las palabras de ese epílogo y no puedo ebmvitar emocionarme cada vez que lo leo.
Deberían de quitar las estrellas para poder valorar en TR, la gente valora los textos dependiendo como le caiga el autor, porque no me explico que alguien califique este capítulo como malo o mediocre.
ResponderEliminarBruto.
ResponderEliminarBuenas noches Mario, déjame digerirlo y creo que podré hacer un comentario racional.
He vuelto a leer el capítulo y el sentimiento es el mismo, la pérdida de Carmen sería devastadora, se que seguramente se salvará y volverá sana y salva, pero como autor de relatos no descarto nada.
ResponderEliminarTodos los escenarios son posibles, aquel día muchas personas perecieron, hermanos/as, esposas y maridos, padres, madres y lo peor de todo hijos/as.
Que Carmen hubiera fallecido entra dentro de un suceso verosímil, quien nos dice que pasados veinte años Mario no hubiera reecho su vida al lado de otra mujer, reconocerme que es un escenario muy real.
Ya hasta que no lea que Carmen está bien no descartare nada, la espera va a ser larga, pero espero de verdad un desenlace esperanzador.
Coincido con Apasionado, respecto a que Carmen es una naufraga, rodeada de tiburones a la espera de acometer. Tomas no pinta nada, se siente el amo y señor, por eso esta castigando a Carmen, lo de que Carmen haya puerto no lo creo, recordar el capitulo donde Carmen esta con la hija de Tomas, que ella le reclama el que hayan perdido contacto. asi que por ese lado estoy tranquilo.
ResponderEliminarRespecto a Ángel se me hace patentico, la forma en que trata a Carmen, y ella se siente que domina todo pero termina haciendo lo que le mandan.
Creo que de este viaje a Nueva York, vendrá una Carmen diferente, mas empoderada y con nuevas perspectivas de vida.
Seguiré analizando, volveré a dar lectura de nuevo porque se me escapan muchos detalles
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarYo personalmente no confiaría tanto en esos capítulos, el relato que publicó Mario en agosto parecía muy real y era ficción, hasta que no lea que está viva yo no estaré tranquilo.
EliminarHe borrado el anterior comentario, porque lo había escrito de forma incorrecta, ahora ya está bien.
Me he quedado a cuadros cuando he leido esto.
ResponderEliminar"Me han llevado a la asfixia en pleno orgasmo"
Alguien me puede decir en que capítulo sale esta escena? yo no la recuerdo.
Carmen, está viva, lo siento en mis entrañas, pero nos falta conocer cuán cerca o lejos estaba, de las torres, para saber que le pasó por su cuerpo. Normalmente en un caso de esta magnitud, la repercusion en tu cabeza suele ser bastante dura, se supone que piensas en tus seras queridos, le das gracias a Dios por salvarte y prometes por el Niñio Jesus, que en adelante te volveras mejor persona. No se trataria de volver lomantes posible, paero sabemos que hasta 3 disas mas tarrde no se abrieron los aeropuertos y no la localizaron por qué cortaron todas las comunicaciones, para que sólo pudieran comunicarse los encargados del salvamento.
ResponderEliminarEl negocio ue tenía preparado el proxeneta de Ángel se ha ido a la mieda ....pena no la esperará dentro de las torres
No digo que le caiga el edificio encima, recordar que mucha gente pudo salir, no seáis mal pensados.
ResponderEliminarYo estoy convencido que Carmen pondrá en su sitio a Tomás y a Angel.
ResponderEliminarEste es un capítulo donde Mario autor nos da una retrospectiva de ciertos puntos que serán importantes en la trama más adelante.
ResponderEliminarVeo además de Carmen dos protagonistas principales; uno presente, uno ausente, que de alguna forma han llevado a que el carácter de Carmen sea moldeado para salir de situaciones que en otro caso hubiera sido un desastre.
El primero Emilio, que prácticamente estuvo desde el principio del capítulo haciéndole terapia tanto a Mario como a Carmen y el otro fue Mahmud, cuyos recuerdos como dije en un comentario hace algunos capítulos podrían lograr que Carmen obtuviera la serenidad, la fortaleza pero sobre todo que las situaciones ya sean afectivas, de adversidad o sexuales no afectarán su razonamiento lógico y que pudiera hacer las cosas que necesitaba en su momento.
Hay muchas hipótesis por parte de mis compañeros comentaristas de si Carmen estaba en las torres, sí pudo salir, si fue una de las víctimas de aquel fatídico 9/pero todos sabemos que Carmen sigue viva. Ya Mario nos ha dado a probar algunos capítulos que salen de la cronología lógica del diario en los cuales Carmen está presente. No solo en aquel que tenía una conversación con la hija de Tomás y además se encontraba en una cafetería con el conserje del edificio que trató de ser su proxeneta. Hay un pequeño escrito que no es un capítulo y que habla de el inicio de la pandemia y el consiguiente tiempo de encierro en el que se habla de que Carmen tenía un viaje planeado para encontrarse con joseba un amigo que había conocido un tiempo atrás y que le había dado mucho apoyo para salir de un digamos problema con Mario.
De Ángel qué puedo decir, no me agrada el personaje así como no me agrada Claudia son hechos el uno para el otro y Carmen sufre un tipo de síndrome de estocolmo que aún diciendo que ella controla la situación y que le encanta saber que él está loco por ella siempre se deja avasallar y termina cediendo a cualquier locura o insinuación que Ángel le hace.
Tomás no es un problema, muchos piensan que Tomás siendo amigo de Carmen se iba a comportar de otra manera. Él nunca fue su amigo tenía una careta bien puesta el día que la conoció en el bar del amigo de Doménico cuyo nombre no recuerdo, ese día se mostró como un corderito Salvador ofreciéndole el picadero para que ella pudiera pasar la noche y todas las noches que necesitara. Hasta allí se comporta un amigo luego el amigo llama por teléfono para preguntar si necesitas algo, en cambio Tomás se presentaba a cada rato con cualquier excusa para estar en contacto con Carmen y hacerse el indispensable hasta que por agradecimiento y por el exceso de compañía Carmen termina en la cama con Tomás y comienza su historia de amantes. Luego cuando Carmen le pide dinero para un taxi Tomás cambia la programación y se convierte inmediatamente en el proxeneta que siempre ha sido. Me disculpan pero es la radiografía que trato de hacer de cada personaje cuando leo un nuevo capítulo y tengo mis favoritos y mis no tan favoritos.
A todos un fuerte abrazo la espera fue larga pero valió la pena un capítulo bien detallado una redacción excelente y sobre todo mucho morbo y emociones fuertes que nos hacen desear más.
Cada capítulo lo tengo más claro, entre mis queridos colegas comentaristas hay escritores en potencia y me gustaría poder leer un relato de su puño y letra algún día, shubert, Lucía, Dosoctavas, los tres seguro que creariais unos relatos de primera.
ResponderEliminarJejeje, solo es una sugerencia.
Tengo sensaciones muy fuertes con este capítulo. Porque en nuestro Café La Humedad hay una silla vacía hace ya 22 años y así quedará. Ese maldito día perdimos a un hermano de la vida. Alguien al que este
ResponderEliminarSe cortó por mi culpa el comentario. Perdimos a nuestro hermano de la vida, a nuestro Cholo Suárez. Alguien al que este país y su dirigencia lo fundió en su pequeña empresa y con lo que rescató del naufragio, partió hacia Estados Unidos en busca de una nueva oportunidad allá en 1995.
ResponderEliminarEse día fue a visitar a un amigo que trabajaba en la torre Norte, justo donde pegó el primer avión, así nos contó su viuda. Forma parte de ese conjunto de seres que se volvieron invisibles.
Entiendo a Mario por su estado de ánimo. La distancia lleva a la desesperación por la falta de certezas.
No me gusta cómo viene el tema con Ángel allá con el agregado de Roberto. No sé si no es esto parte de un juego con la pervertida de su mujer. No recuerdo si Carmen alguna vez haya hablado de lo que ocurrió con este mamarracho de tipo.
Lo de Tomas es una reacción de un hombre enamorado, que no pudo evitar que Carmen cayera en las garras de Gerardo. Él intuye que hubo algo más de lo pactado, porque conoce a su socio, pero más a Carmen. Sabe que ella le oculta lo que ocurrió y está dolido.
Mario, este capítulo ha hecho que abandone a Rosa Peral y al Cuerpo en Llamas. Pero te aseguro que ha valido la pena. Voto por los capítulos de larga duración.
Bruto.
EliminarEstoy completamente de acuerdo con lo de los capítulos largos, pero tengo un problema y gordo, también quiero que la frecuencia sea alta, cuando sacaba un capítulo cada veinte o treinta días era feliz.
No se puede tener todo amigo, si quieres capítulos en un intervalo de 20 a 30 días, tendrás que conformarte con capítulos mucho más cortos.
EliminarMario no es un Terminator de la escritura.
Yo no lo habría dicho mejor, Apasionado.
ResponderEliminarNo obstante, debo decir que lo de este capítulo no marca un cambio en la línea que he seguido hasta ahora, mi intención es publicar relatos «manejables» que no superen los treinta o cuarenta minutos de lectura. El 11S era un acontecimiento que no me permitía segmentar el relato.
Ahora, como ya he dicho, estoy en otras cosas: organizando un poco la nube, que andaba un poco desordenada; limpiando de archivos duplicados, copias y más copias de backup, documentando... cosas necesarias que he llevado siempre al día y de un tiempo a esta parte tenía descuidadas. Después retomaré el 179.
Mario desde IPad.
ResponderEliminar¿Habéis tenido ocasión de ver «El asesino de los caprichos? Es un thriller de 2019 en el que destaca el papel de Maribel Verdú, una inspectora de policía con unos rasgos característicos: individualista, adicta al alcohol y al sexo, con dificultad para establecer relaciones sociales. He tenido la oportunidad de verla en casa de unos amigos con varias parejas, todas en el entorno de los cuarenta y tantos a los cincuenta y muchos, universitarios algunos, emprendedores otros, con intereses dispares y, eso sí, nos aglutina el respeto por las ideas de los demás que nunca son motivo de disputa. Eso es lo que nos ha mantenido unidos a los largo de décadas: el respeto.
A medida que avanzaba la película, el perfil de la Verdú, sacó comentarios, era inevitable y la conclusión, al final, entre copas y risas, es que si en lugar de Maribel Verdú hubiera sido un actor masculino el que encarnase al personaje, no habría sorprendido que se tirase al comisario jefe (comisaria), que bebiera como un cosaco o que comprase tres botellas de vino antes de volver a casa para seguir trabajando en el caso. Pero es una mujer la que, al quedarse embarazada aborta, no es un hombre el que se desentiende del bombo.
Ved la película en pareja (quien la tenga), os la recomiendo, y luego, si os apetece, debatimos. La tenéis en la plataforma de tve rtveplay
Si os soy sincero Maribel Verdu no es de mis actrices favoritas, pero la veré porque lo coprotagonista es Aura Garrido una actriz que si me gusta.
ResponderEliminarJajaja la veremos Nadia y yo juntos como recomiendas, últimamente me he llevado chascos con el cine patrio, a ver si este cinta me sorprende.
Volviendo al relato, alguien a comentado que despues de que Angel le comente lo de el aumento de pecho, pronto veremos como Carmen pasa por el aro.
Yo no estoy de acuerdo, además eso de que a los hombres nos gustan más los pechos grandes, no es verdad, yo me fijo más en el conjunto, una mujer puede tener pechos pequeños, pero en conjunto tener un cuerpo armonioso y bonito.
Espero de verdad que Carmen no se opere el pecho, muchas mujeres se operan para contentar a la pareja y después se arrepienten con el resultado.
LUCÍA
ResponderEliminarViniendo el comentario de quien viene se puede decir aquello de que las tetas no le dejan ver el bosque. No es exactamente así pero me vale.
Mi cuñada, a estado acomplejada durante años por tener el pecho pequeño, yo siempre le he dicho que tiene un cuerpo muy bonito, ademas de ser tan guapa como su hermana.
ResponderEliminarEn su momento se planteo operarse, pero ella misma se terminó dando cuenta que no le hacía falta, hoy en día esta muy feliz con su figura.
Una amiga mía tuvo que operarse el pecho para disminuir el tamaño, porque le estaba creando problemas en la espalda, ahora está encantada.
Mi querido y admirado, Mario, de todo corazón, gracias por volver.
ResponderEliminarLlevo muchísimos años en .................., casi es parte de mi vida ya. Pues que conste que ha sido la primera vez que he valorado un relato, el tuyo, como EXCELENTE, sin haberlo leído; solo y exclusivamente por el hecho de haber vuelto a encontrarte, casi por casualidad pues desde que dejaste de publicar perdí buena parte del interés. De sobra sabes que eres parte de mí.
Bueno, ya he terminado de leerlo aunque me ha costado un poquitín porque era demasiado largo, aunque fuera necesario serlo. Y si la aplicación me volviera a permitir valorarlo nuevamente, ahora sí, el MARAVILLOSO Y EXTRAORDINARIO estaba garantizado. No lo puedo poner pero sí quiero que sepas que tu vuelta junto al maravilloso y extraordinario capítulo me ha parecido SOBERBIO, ADMIRABLE Y CASI INSUPERABLE. Gracias, de verdad, tal y como lo siento.
Buena parte de la historia ya la conocíamos, simplemente se ha profundizado en la misma, conociendo nuevos puntos de vista, nuevas motivaciones o nuevos caminos que estaban presentes pero que aún no se habían desarrollado.
Y así encontramos a Carmen, la persona por la que siento una admiración casi enfermiza, mostrándose tal y como Mario la quería. No cabe la menor duda que el amor que sienten uno por el otro no tienen parangón pero también es verdad que Mario hizo de Carmen su sueño, casi rivalizando con los Dioses. ¿Eso es justo? Seguramente no. Carmen debió ser lo que ella hubiera querido no lo que hizo de ella Mario.
Ah, Mahmud, siempre desee volver a tenerte cerca y ser para ti lo que fue Carmen. Siempre Carmen, mi espejo.
Un besazo enorme.- C
Mario desde IPad
EliminarQuerida Cris, mi compañera de viaje durante tantos años, no sabes la alegría que me has dado. No puedo entender el diario sin pensar en Cris, en tuperrita, en Sigrid, en la lectora amiga que me apoyó desde los inicios y durante los dos años de silencio, allá por dos mil nueve, cuando eras, si no la única, una de las pocas personas que insistía en traerme de vuelta a la continuación del diario. Me alegra volver a encontrarte, no imaginas cuánto.
Nadia y mi querida cuñada, por fin han podido leer el capítulo, yo me he entretenido limpiando la casa y empezando a preparar la comida, para dejarlas a ellas leer tranquilas.
ResponderEliminarLas dos han terminado llorando a mares, están convencidas que Carmen está sana y salva, pero eso no quita que el final del capitulo es desgarrador.
Mi cuñada opina que Carmen es uno de los mejores personajes femeninos que jamás haya leído en un relato erotico, poniéndola muy por encima de las que yo suelo escribir, no se lo voy a discutir, puesto que yo también opino que es da las mejores.
Ahora a esperar al siguiente capítulo, pues todavía quedan muchos días para que ese septiembre negro termine y veremos que sorpresas nos tiene preparadas nuestro querido autor.
Feliz fin de semana a todos.
No sé una idea para Mario El escritor la historia de septiembre negro debería finalizar en septiembre pero de este mismo año (mejor no sigo dando ideas porque nos deja esperando hasta el próximo)
ResponderEliminarSaludos y un fuerte abrazo
Mario desde IPad.
EliminarShubert, no acabo de entender lo que quieres decir, ¿podrías darme alguna otra pista?
Yo creo que lo que quiere decir es que el septiembre negro termine en el septiembre del 2001, porque si no sería un septiembre negro de 22 años, Mario te veo pidiendo la inmortalidad a los reyes magos para poder escribirlo.
EliminarLo que digo en mi comentario anterior es que la historia de septiembre negro debería finalizar este septiembre en el que estamos y en octubre comenzar con otra parte de la historia. De esta manera podemos estar seguros de lo que ocurrió en aquel fatídico día y en los días siguientes donde todo fue caos, falta de comunicación y mucha preocupación por todas las partes implicadas.
ResponderEliminarSé que tienes una vida y muchas cosas que hacer el capítulo fue excelente y sé que todas las cosas que ocurrieron no las terminaremos de conocer.
Un capítulo corto a medio de saber qué ocurrió en los siguientes días no sería de mucha ayuda para no terminar comprándole a Apasionado las pocas uñas que le quedan de las que compró en Amazon.
Saludos
Jajaja, ya no me quedan.
EliminarNo creo haber visto si existía un horario para que Carmen y Ángel visitaran a Roberto en una de las torres gemelas.
ResponderEliminarTampoco sabemos en cuál de ellas y en qué piso estaban sus oficinas.
Todas estas incógnitas las tuvo Mario, y entiendo la locura y desesperación que habrá sufrido.
LUCÍA.
EliminarHay un párrafo cuando Ángel llama a Carmen y ella le dice lo de la desventaja operativa, ahí le dice el día y a qué hora se van a ver en las torres.
“ —¿Desventaja operativa? Si tu temor es que, por incorporarte tarde, vas a quedar relegada a un segundo plano, quítatelo de la cabeza; la reunión con Robert está prevista para el martes, tiene la sede en el World Trade Center, ¿has estado alguna vez?
—No he tenido la oportunidad.
—Te va a impresionar, las vistas son espectaculares. Nos reuniremos a primera hora con su equipo.”
Martes día once a primera hora, justo en el momento del atentado.
Pues, lo veo negro de verdad.
EliminarNo se dice en la planta que estan pero da igual porque las torres se derrumbaron.
ResponderEliminarLo que pide Shubert es imposible, el capitulo 179 está muy verde, en él se cierra el 11S pero no estará disponible, como pide, para finales de mes. ojalá pudiera. Luego quedan las secuelas psicológicas en unos y otros que deberán resolverse y, por supuesto, las que quedaron abiertas antes del 11S.
ResponderEliminarY hablando de onces, pensaba anoche en otro once, el 11M del dos mil cuatro que no sé si llegaré a plasmar en el diario y tambien fue tremendo y no menos trascendental en la trama de esta... historia, o como la queráis definir. Veremos.
Mario, si no se puede para final de mes, no pasa nada, hemos esperado cuatro meses, esperar otro mes no nos matará, no te preocupes.
ResponderEliminarMario, que bien poder leerte de nuevo después de este paréntesis, yo tengo una sugerencia, que nos puedas relatar algo de la época actual a modo de paréntesis y sin cortar la trama del Diario. Recuerdo que en alguna ocasión lo has hecho si no recuerdo mal, o al menos has hecho alguna referencia en los comentarios. Aun tenemos un salta temporal bastante grande entre lo que cuentas y el hoy. Gracias!
ResponderEliminarEl homenaje a Raimundo Amador le ha salido bordado, lo habéis visto? Mario vuelve a la cama con Elvira y le dice, “hazme hueco” y ella contesta, “a tus orejas”. Que grande.
ResponderEliminarSon por cosas como estas que mereció la pena esperar cuatro meses y después de leer por cuarta vez el capítulo hubiera esperado otros cuatro más si hubiera hecho falta.
EliminarSi algo me a dejado muy claro es que esos cuatro meses no fueron por capricho, es el capítulo más completo del diario y conociendo a Mario este capítulo seguro que le robo muchas horas de sueño.
Acabo de llegar a casa, a sido un lunes intenso, espero que todos los demás hayáis tenido un lunes tranquilo, ahora me voy a duchar y después Nadia y yo veremos un capítulo de la serie de netflix The Sandman, si no la habéis visto os la recomiendo.
Mi chica y yo hemos bailado todas las baladas que Mario ha propuesto en este capítulo. La versión de fifty ways to leave your lover de tok, tok, tok Dinah Wahshington, Diana Krall, las hemos bailado y algo más. Si no se os ha ocurrido hacerlo ya estáis tardando.
ResponderEliminarAyer a la noche a Nadia le pareció muy buena idea la sugerencia de Lucía, yo bailando soy torpe con saña y le pise constantemente. Le deje los pies hechos polvo, en un momento dado paro me miró y me dijo que si algún día nos casamos, irá con las botas que uso para currar de punta reforzada puestas.
ResponderEliminarVoy a tener que tomar clases de baile.
Yo he llegado a la conclusión que debo tener una disfunción comunicativa cerebro plantar, dónde los pies desobedecen de manera expresa lo que el cerebro le ordena. Y pensar que a mí mujer la conocí hace 46 años en un baile.
ResponderEliminarHoy termine de ver un documental en Disney/ National Geographic, titulado 11-S, que narra lo ocurrido desde que estrellan el primer avión hasta que sacan al último superviviente vivo de los escombros.
ResponderEliminarCuando ves salir a la gente de las torres y observas sus miradas, me preguntaba ¿a dónde y a quien miraban ? o ¿o a quien buscaban?.
Sabíais, que al día de hoy ¿hay personas que tienen pesadillas después de 20 años?
Y todo el tiempo acordándome de Carmen y como lo pudo pasar.
Lo tenía que contar, perdón
Faltó poner mi nombre artístico LUIGI
ResponderEliminarNo me extraña, tuvo que ser realmente horrible, Asterix y Obelix decían que lo que más temían era que el cielo se les cayera encima, las personas que estubieron allí tuvieron que sentir algo muy parecido.
ResponderEliminarEl edificio se derrumba sin que puedas hacer nada, cada día me sorprende y me decepciona el poco valor que le damos a la vida y sobre todo a la vida de otros.
Espero y deseo que las generaciones venideras, sepan aprender de nuestros errores y demuestren ser mejores que nosotros.
Un feliz fin de semana para todos.
Mucho me temo que ni los que contemplamos ek horror ni las generaciones venideras aprendemos nada. Otros se encargan de que olvidemos. Al principio del capítulo digo algo que puede parecer excesivo, creo que no lo es.
ResponderEliminar« La civilización occidental, tal y como la conocemos, iniciaba su derrumbe y, como siempre que un imperio ha caído, el proceso se anunciaba lento, largo y convulso; el orden mundial comenzaba su transformación. Veinte años después, el proceso aún no ha concluido.»
El imperio romano tardó siglos en caer desde que dio los primeros signos de decadencia, otros siguieron el mismo proceso y éste lleva el mismo camino según yo lo veo. Eso sí el cambio climático no hace borrón y cuenta nueva antes.
¿Pesimismo? En absoluto, es simple realismo.
Totalmente de acuerdo con tu comentario Mario, aunque no creo que sigamos aquí cuando eso suceda.
EliminarNos viene una era glacial, ya la están baticinando.
ResponderEliminarLos domingos han empezado a poner un mercadillo en el barrio, allí que he ido con las dos hermanas, lo han recorrido de punta a punta por lo menos veinte veces, han comprado algunas cosas con una sonrisa de oreja a oreja, yo también he sonreído diciéndoles que hacen conmigo lo que quieren.
ResponderEliminarMe han abrazado y mi novia me a dado un señor beso, a sido una buena mañana de domingo.
« Son aquellas pequeñas cosas
EliminarQue nos dejó un tiempo de rosas
En un rincón
En un papel
O en un cajón»
Serrat tiene siempre un verso para cada cosa.
Bruto.
ResponderEliminarPuedo estar de acuerdo contigo, pero lo que sí sé es que ni nosotros, ni nuestros nietos lo verán, no es el denostado imperio yanqui el que que caerá si no nuestra civilización la que caerá, desaciendose y a no ser que el cambio climático lo aceleré y mucho, será un proceso de varias generaciones.
Hoy por hoy Occidente sigue mostrando músculo.
En líneas generales, Bruto, estamos hablando de lo mismo.
EliminarLa humanidad nació con la capacidad de destruirse a sí misma, si te pones a pensar es triste de cojones.
ResponderEliminarMis queridas novia y cuñada opinan, que seguramente Angel liaría a Carmen en una de sus locuras y llegarían tarde a la cita, libtmrandosrme de estar en el edificio cuando todo ocurrió.
ResponderEliminarQue opináis vosotros.
Son demasiado profesionales para perder una cita tan importante. Sabemos que Carmen sigue viva después del 11M, ha debido salir indemne de la tragedia de alguna otra manera. A ver qué nos cuenta Mario en el próximo capítulo.
EliminarAngel debería de comprarse un diccionario y buscar la palabra profesional, que para mí no la conoce y respecto a Carmen, cada vez que se junta con Angel la profesionalidad le flaquea.
EliminarLa única manera que veo yo de que Carmen saliera con vida es, no haber acudido a la cita o que esta fuera en los pisos más bajos, porque los que estaban en los pisos de arriba si la memoria no me falla, no se salvaron apenas.
Nota mental, no escribir mientras viajas en el autobús.
ResponderEliminarPueden haber ocurrido muchas situaciones, algo como la reunión la empezaremos con un desayuno al estilo Americano o un tranque de tráfico en las calles de la Gran Manzana. La incertidumbre de no poderse comunicar es lo que le da el sentido de misterio a esta parte del relato. Saludos
ResponderEliminarTuvo que ser muy angustioso, ver las imágenes y no poder contactar con Carmen, a mi me pasó una vez con Nadia, hubo un derrumbe en una carretera por la que solía pasar ella para ir a trabajar y no pude contactar con ella durante dos horas y casi me da un infarto.
ResponderEliminarY eso que fueron dos horas nada más.
Bruto.
ResponderEliminarSeguro que Mario lo cuenta mejor, pero yo tuve un familiar que trabajaba en la torre norte, la primera en recibir un impacto, la mayoría de las personas no tuvieron problemas para salir, fue peor en la torre sur, pero hubo dos cosas que fallaron estrepitosamente y fue culpa de la administración, la primera que les dijeron que no se movieran y esperasen a los bomberos y la segunda y esta sí que fue dramática es que cortaron toda la comunicación a través de teléfonos móviles por miedo a atentados, con lo que la gente no supo que pasaba ni que hacer, tampoco pudieron avisar a los familiares y lo que para mí es peor, despedirse de los seres queridos. Una gran cagada que fue dramática en muchos casos.
Una idea que se me cruzó, por la cual llegué a entender que Carmen pudo estar cerca de la zona del atentado, pero no en las torres.
ResponderEliminarLa colisión de los aviones ocurrió entre las 08:40 (torre Norte) y 09:17 ( torre sur) aproximadamente. Creo que el lado perverso de Ángel, conociendo la historia de ella con Roberto, habría arreglado un encuentro en algún local para un desayuno, a sabiendas que sería un lugar mucho menos formal que las oficinas.
Si fuera así, el costado perverso y morboso del esposo de Claudia habría salvado la vida a los tres.
Cambio de mes, espero que pronto tengamos noticias de cómo va el próximo capítulo y de para cuando se lo espera.
ResponderEliminarNo sé si os habéis detenido a pensar en la escena en la que la vecina se enfrenta a Carmen, le dice que le ha destrozado la vida y ella no lo entiende porque no se siente responsable y cuando se va, Carmen queda aturdida hasta el punto de que Mario se la tiene que llevar al auto y no hablan durante el camino a su casa.
ResponderEliminarMe he acordado de Solís acobardado, pidiéndole perdón a Carmen. Yo tengo clarísimo quién es la persona que mueve los hilos, por eso me temo que, cuando se pasa del amor al rencor, las consecuencias para Carmen puedan ser durísimas. Espero equivocarme.
“ su olor tan peculiar me inundó las fosas nasales. Hablamos cuatro cosas, «enseguida te veo», dijo y volvió a lo suyo; yo seguí hacia mi despacho sofocada, temblando como una doncella”
ResponderEliminarLo que hay entre Carmen y Ángel es puro deseo animal. Si Ángel ha salido vivo de esta dudo mucho de que Carmen sea capaz de desengancharse. No he leído que esté tan ciega por otro macho ( y digo macho a propósito) como lo está por Ángel, lo de estos dos es puro instinto.
Pues si lo que comenta Dosoctavas es verdad y yo confío es su criterio, va a ser la perdición de Carmen, Angel es puro egoísmo, un egocentrico capaz de cualquier cosa para saciar sus instintos.
ResponderEliminarIntentará exprimir a Carmen hasta que esta no sea más que una cáscara vacía, esta en manos de Carmen darse cuenta que eso que tanto le excita de Angel la esta consumiendo, esto es como dejar de fumar tienes que ser consciente de que te esta matando y tienes que desear dejarlo.
También estoy muy de acuerdo con el comentario de Lucía, del amor al odio solo hay un paso, la persona que más daño te puede hacer es esa que te a amado, porque se ama y se odia con la misma intensidad.
Me paso con mi ex, pero yo decidí no odiarla y quedarme con los buenos momentos, a día de hoy algunos me siguen hechando en cara haberla perdonado y ayudado en el peor momento de su vida.
Cuando me fue infiel lo perdió todo, su familia le dio la espalda durante mucho tiempo, perdió todos sus amigos, me imagino lo duro que tuvo que ser para ella tocar la puerta de la persona que tanto daño habia hecho.
Pues la ayude y volvería a hacerlo, aunque muchos creen que fui un débil sentimental, la debilidad es dar la espalda a una persona por cometer un error, la fortaleza radica en saber perdonar, no volví con ella, nuestro tiempo había pasado, pero hoy en día tenemos una bonita amistad.
Esta en manos de aquel del que habla Lucía en perdonar o odiar a Carmen, yo tengo muy claro lo que haría, perdonarla, todos nos equivocamos y el que diga lo contrario miente.
Ondo lo in (que durmais bien)
Hay que ver, Dosoctavas, que no seas capaz de librarte de la visión masculina de la lectura del relato. No quiero adelantarme pero ¿dirias lo mismo si fuera Angel al que el aroma de Carmen lo hubiera alterado y fuera a su despacho temblando como un toro?
ResponderEliminarQué catástrofe vaticinais a la pobre Carmen por desvelar lo que siente cuando se acerca a su amante despues de quince dias sin verlo, lo cual creo yo, no significa nada más que le excita su olor, su presencia y los recuerdos que todo esto le trae. Decir que está enganchada es mucho decir, me parece. Ya se ha comentado en otro sitio que los pensmientos intimos son libres, por eso son intimos, aquí tenemos la suerte de poder conocerlos como no podemos en la vida real. Porque a ver quien se atreve a decir en voz alta todo lo que se le pasa por la cabeza, para qué, ¿para que te tilden de estar enganchada por tener un calentón pasajero? Quita, quita. (aquí, un emoticono de sonrisa con ojo guiñado).
Divagante tiene razón en que Angel está enganchadisimo de Carmen, pero la diferencia que veo yo es que Carmen no le haría daño premeditadamente y menos después de lo que ocurrió con Carlos, ese fue una lección grabada a fuego en Carmen.
EliminarSin embargo en Angel es un ser humano sin escrúpulos y sin moral, teniendo a Claudia como cómplice de sus locuras, llegando esta, a amenazar a Carmen si se le ocurría dejar a su marido antes de que este se aburrirá de ella.
Todos nos hemos sentido atraídos por personas tóxicas, Carmen no es la excepción, como he dicho la diferencia entre los dos es que una tiene bondad y el otro hace mucho que la perdió, eso si llego a tenerla alguna vez.
Hay que ver, Diva, que no dejas pasar la ocasión de darme caña. Que poco me conoces a estas alturas o qué mal me expreso para que tengas esta pobre imagen de mí. Machista, misógino, que más?
ResponderEliminarPuro deseo animal, no lo retiro, puro deseo es lo que interpreto en las palabras de Carmen, “su olor me inundó las fosas nasales, yo seguí a mi despacho sofocada como una doncella”. Si me preguntas por Angel supongo que se pondría como un verraco, la tenía tan cerca y se tuvo que controlar para no engancharla y comerle la boca. Y encima sintiendo su olor. ¿Cómo creéis que estaría Angel? Pues eso, puro deseo animal, en ella y en él. ¿Visión masculina? Me parece que esta vez has patinado conmigo. Con cariño.
Yo sigo pensando que Angel es extremadamente tóxico, a la larga va a ser muy perjudicial para Carmen, sobre todo profesionalmente, yo no entiendo mucho de psicología, pero la sensación que me da Angel es que no cree en ella y para el es un negocio con el cual lucrarse donde los pacientes solo importan cuando depositan el pago de las sesiones.
ResponderEliminarDe verdad espero que a este matrimonio alguien le haya puesto en su sitio.
Cuando digo matrimonio me refiero a Angel y Claudia.
ResponderEliminarMis queridos Lucía, Dosoctavas y Apasionado, es cierto que no somos especialistas en psicología pero también es cierto que ni siquiera los psicólogos comprenden la capacidad que tiene nuestro cuerpo sin necesidad de razonamiento para actuar. Hay momentos en que hormonas como la adrenalina nos ayudan a salir de problemas. En otros casos son las feromonas las que actúan y como han dicho eso es puro instinto animal. Algo que nos atrae de una persona sin saber qué es, pero lo hace. El que nos desagrade otra sin ninguna razón. Son cosas que no comprendemos pero que nuestro cuerpo siente sin necesidad de que nuestro cerebro nos dé una explicación.
ResponderEliminarHay algo muy trillado que dice que a las mujeres les atraen los hombres malos. Yo más bien pienso que hay algún tipo de variación en las feromonas de los hombres con carácter fuerte con respecto a los que son más tranquilos.
Al igual que en el reino animal las hembras buscan aparearse con el macho más capacitado para defender a la manada. Aquel que demuestra mayor ferocidad, mayor capacidad para conseguir alimento y para defenderse de los ataques de otros machos.
Imagino que en los humanos queda algún pequeño resquicio de esta forma primitiva de comportamiento. Es posible que las mujeres se sientan atraídas para aparearse con este tipo de machos (recalco la palabra machos) y que no sepan exactamente por qué. Un olor, la forma de caminar, la forma en que miran directamente y sin dudar, la forma en que hablan dispuestos a comerse el mundo si es necesario. Creo que ya me estoy yendo por las ramas así que terminaré el comentario diciendo que, Carmen siente una atracción hacia personas de carácter fuerte como Ángel, Doménico, Gerardo, Tomás, Claudia e inclusive Mahmud.
Les deseo un excelente día a todos, un abrazo fuerte desde el otro lado del mundo.
Querido shubert, yo no veo a Angel con carácter fuerte, más bien lo veo como un manipulador, acostumbrado a hacer su voluntad, a Carmen no le pone Angel, sino las situaciones de extremo peligro en la que siempre termina cuando esta junto a él.
ResponderEliminarPor ejemplo cada vez que follan en el despacho, corriendo el riesgo de que les descubran.
Para Angel Carmen no es una persona sino un juguete con el que jugará hasta romperlo, constantemente subestima a Carmen y cree que la tiene comiendo de su mano, el viaje a Nueva York es otro jueguecito de Angel donde seguro estará Roberto involucrado, pero todo juego tiene su final y este deja de ser atractivo, llegará un momento donde Angel pase al olvido
Para mi Angel no tiene ningún atractivo, no veo absolutamente nada en el como para atraer a una mujer,
me gustaría saber la opinión de las mujeres sobre este respecto.
Reconozco que he podido precipitarme un poco en la valoración que he hecho de tu comentario, Dosoctavas, y te pido disculpas. Es cierto que lo mismo se podría haber dicho de Ángel. De lo que no me retracto, y no iba dirigido a ti, es de lo que escribí sobre la mala interpretación que se hace de la exposición de los pensamientos íntimos que aparecen en el diario. Sirven en la mayoría de los casos para hacer una crítica feroz, sin embargo deberían servir para entender que todas y todos, tenemos una vida interior que nos reservamos cuidadosamente y que raramente compartimos porque es nuestra parcela de libertad absoluta para pensar y expresar, en privado, lo que se nos antoja por crudo que sea, aunque ni nosotras mismas creamos en el fondo lo que en un arrebato pensamos en forma transgresora. Quien no haya pensado alguna vez una barbaridad que tire la primera piedra.
ResponderEliminarLeo los capítulos de la serie y los comentarios. A veces escribo lo que se me pasa por la cabeza y muchas veces me callo porque pienso que no tiene interés lo que digo.
ResponderEliminarDivagante a tocado un tema importante, lo que somos y no enseñamos por miedo a lo que puedan pensar de nosotros. El diario hace lo que no he visto en ningún otro relato y es mostrar el mundo interior de los protagonistas, es valiente por parte del autor si es que es verdad que es un relato auto biográfico, en todo caso a mí me identifica con los protagonistas y les entiendo.
La opinión de todo los lectores es valiosa e importante para el autor, no lo dudes, Batman. Que no haya habido una respuesta directa no implica otra cosa. Precisamente este comentario tuyo tocas un tema que considero importante y al que hecho referencia Diva: la exposición de los pensamientos de los protagonistas.
EliminarNo dispongo de tiempo ahora para continuar desarrollando este tema, pero prometo contestarte de forma adecuada en cuanto pueda.
Todos hemos pensado barbaridades, en eso tienes toda la razón Divagante, no se en el caso de los demás, en mi caso no pretendo hacer críticas feroces y si esa es la impresión que dan mis comentarios nada más lejos de la realidad.
ResponderEliminarTodos cometemos errores, Carmen y Mario no so la excepción, son humanos va en nuestro ADN, por ejemplo para mi el viaje a Nueva York es un error tomado en caliente después del despecho de Carmen por el comportamiento infantil de Tomás.
Las decisiones hay que tomarlas en frío no en caliente, Carmen decide irse a un viaje que no le va a veneficiar ni lavoralmente y mucho menos personalmente.
Carmen ya tiene una reputación labrada como psicóloga, gracias a su buen hacer, sin embargo Angel pretende usarla como mero reclamo pensando que de esa manera obtendrá más clientes.
¿Hechar de menos a un personaje como Angel?, no se porque, como persona no aporta nada, como jefe es nefasto, Carmen a tenido amantes que dejarían a Angel a la altura del betún.
En conclusión, va a ser interesante el día que Angel y Tomás se conozcan.
Siempre me he preguntado, ¿que ocurriría si los humanos no tuviéramos filtros y expresaramos todo lo que se nos pasa por la mente?
ResponderEliminar¿La humanidad seguiría existiendo de ser así?
Mi estimado Apasionado leo el diario lo más imparcial posible de esta manera puedo apreciar todas las aristas que pudieran surgir. Cómo Divagante estoy agradecido por la oportunidad de conocer aquellos pensamientos furtivos de nuestros personajes y que nos ayudan a comprender mejor la historia, en el contexto más íntimo. Cosas que a simple vista sin tener esa ayudita extra pasarían desapercibidas y entenderíamos la situación de una forma completamente diferente.
ResponderEliminarPor otro lado al incluir a Ángel entre los personajes con carácter fuerte al lado de Gerardo y Doménico no lo hago por la fuerza o el carácter, sino por aquellas cosas que lo hacen impredecible y peligroso. El matrimonio de Ángel y Claudia da para otro diario. Ella tiene un carácter fuerte, pero es gracias al apoyo y protección de Ángel.
El punto en el que me apoyé para poner en la lista al susodicho es aquel episodio donde Carmen lo lleva por primera vez al apartamento y el luego de disfrutar "marca territorio" en el cabezal de la cama del lado donde duerme Mario. Conducta de macho dominante en el reino animal (estudié Biología en la Universidad así que conozco un poquito del tema).
Claudia hace lo que le da la gana y si Ángel se aprovecha de la situación, es un macho viejo que ya no tiene la vitalidad y el poder de un Gerardo o un Doménico. Pero que como "Lomo Plateado" disfruta de su poder aún.
El sabe aprovechar las situaciones y tiene el conocimiento para descubrir la debilidad de las personas, ya descubrió que a Carmen le pone el peligro y se aprovecha. Eso lo vuelve más peligroso, si, pero siempre tiene bastante calculado el riesgo. Aunque pensemos que se le puede salir de las manos.
A Mario como siempre mi agradecimiento por tan excelentes e intensos momentos de lectura.
Un abrazo a todos los seguidores del diario.
Un comentario muy acertado shubert, ahora he entendido porque pusiste a Angel en esa lista.
EliminarEl problema que veo yo de jugar con el peligro, es que cada vez arriesgas más, lo he visto en la escalada, personas que cada vez arriesgan más convencidos de tener todo controlado.
Muchos han muerto durante los últimos años, en el caso de Angel en cualquier momento pueden ser descubiertos, Angel es el jefe, será Carmen quien pague los platos rotos.
Con muchas ganas de leer el siguiente capítulo.
Críticas feroces las hay y las ha habido pero no en este blog afortunadamente, no te des por aludido, Apasionado. Lo de la exposición de los pensamientos íntimos que se hace en el diario viene de lejos y ha dado pie, no aquí, a que algunos lo tomen como lo que no es, ese es el problema de no saber o no querer entender, o de solo querer buscar lo escabroso. Tema resuelto, acabo con el café y me voy a correr por el campo que hace una mañana de lujo.
ResponderEliminarY si la humanidad se está matando ahora, que se calla las cosas, si nos dijéramos a la cara todo lo que se nos pasa por la cabeza, no solo sobre los demás (eso ya lo hacen algunos en las redes sociales y en la tele) sino sobre nosotros mismos, habríamos desaparecido hace tiempo.
ResponderEliminarNo es que me sienta aludido Divagante, pero si este relato tiene algo y es que remueve sentimientos y a podido pasar que algún comentario se haya escrito llevado por el momento, por eso decía lo de que más lejos de la realidad.
ResponderEliminarOpino igual que tú Divagante, las mentiras piadosas han sido son y serán necesarias.
Hoy a la mañana hemos comentado el diario entre los amigos mientras desayunabamos, algunos decían que habían leído en muchos comentarios entre ellos míos que Carmen tenía un carácter fuerte, pero que a la hora de la verdad ella era sumisa con sus amantes.
ResponderEliminarMi respuesta a sido la siguiente, que una persona coja una postura sumisa con su posible pareja, no quiere decir que no tenga carácter, cuando Carmen y Gerardo están cenando y este le cuenta lo de sus planes con otro de los socios de Tomás, Carmen se enfada y le planta cara a Gerardo, haciendo que este regule.
Carmen tiene carácter y ese es un rasgo que me gusta mucho en las mujeres.
Voy a expresar mi opinión sobre la conducta de Carmen, sin por eso querer entrar en polémicas estériles.
ResponderEliminarEn su encuentro con Santos, cuando dialogan, parece una conversación, yo diría intersiglos, si me permiten la expresión. Carmen hablando desde el siglo 21 y Santos desde el siglo 18.
Y acá viene lo mejor. En un momento ella lo invita a ir a su casa de Madrid y le confiesa que él la vuelve loca con las cosas que le hace.
En un momento él le pregunta que pasará cuándo se le pase el capricho. Ella le contesta, lo habremos disfrutado.
Así es Carmen desde que el dique se rompió ese fin de semana. Ella explora sensaciones, pero ama aún solo hombre: a Mario. Con el resto llegado su momento pasarán a ser historia.
Ángel es el vértigo, el riesgo a ser sorprendidos. Doménico es su huracán, su tormenta . Cada uno de sus amantes tiene su importancia.
El problema de nosotros los hombres es que la naturaleza nos proveyó dos cabezas. Una está sobre nuestros hombros y la otra entre nuestras piernas. En algunos momentos de nuestra vida, pensamos y razonamos con la segunda.
Una gran amiga me regaló un libro, el cuál leímos con mi mujer: Caliban y la bruja. Lo recomiendo. Seguro que Santos no lo entendería. Lo lamento por él.
Qué buen libro y cuánto se puede aplicar a día de hoy
EliminarCuanta razón tienes querido Torco y la cosa no tiene pinta de mejorar con las generaciones venideras.
EliminarNo conocía el libro, este fin de semana me lo voy a coger en plan hermitaño, aprovecharé para hecharle un vistazo.
ResponderEliminarQuerido amigo, es un patrón cultural difícil de cambiar. En mi país en el 90 % de los femicidios existía una perimetral a favor de la mujer.
ResponderEliminarEn la universidad de Río Grande Do Sul, Brasil, ví un cartel que decía que toda resolución judicial que no solucionaba un problema se transformaba en una simple pieza burocrática.
Nunca entenderé el miedo que tienen algunos hombres a que las mujeres tomen sus propias decisiones, entre mis amistades se encuentran algunos que ven a sus parejas hablar con otros hombres y les salen sudores fríos.
ResponderEliminarMuchas veces me suelen decir que teniendo el monumento que tengo como novia, como me tomo con tanta calma que hable con otros hombres, si no tengo miedo a que me la roben.
Mi respuesta siempre es la misma, Nadia no es de mi propiedad y ella decidió compartir su vida conmigo, los cabrones me miran como si estuvieran mirando a un fantasma aterrador.
le volví a dar una leída a todo el capítulo, no caí en cuenta cuando Carmen le está comentando a Emilio,sobre su gusto por la sumisión, dónde describe la pequeña distancia que existe entre el dolor y el placer, el hecho de gosat con el dolor. aunque ella misma decide con quién si y con quién no, ya que se tiene que tener absoluta confianza en la persona a la que vas a confiar que te de algo de dolor, de hecho aunque no lo cuenta este Emilio le debió de dar algo por el estilo de a cuerdo a la plática.
ResponderEliminarpor otro lado le encanta el peligro que sería una continuación de sumisión, se entrega fácilmente a Angel. para mí un ser aprovechado que ve en Carmen una mercancía altamente lucrativa, le quiere prostituir, pero el único beneficiario sería el, al contrario de Tu Omar que los que ella cobre es para ella, aquí Angel, trata de aprovechar a Carmen para sacar raja, creyendo que tiene a Carmen en sus manos, y Carmen cree tener a Angel controlado pero no creo que sea así, Carmen regresará Nueva York, renovada
Mario para cuando el siguiente capítulo. danos una fecha aprox, al menos para sabe hasta cuándo deberemos esperar
Mañana es festivo en España y, como casi siempre que cae en jueves, hacemos puente los que podemos; es decir, cuatro días de descanso para hacer una escapada en plan mini vacaciones. Aprovecharé en ratos perdidos para darle los últimos retoques y ponerlo en pista de salida
ResponderEliminarQue suerte tienes Mario, yo los únicos puentes que veo, son cuando paseo por la calle.
ResponderEliminarSi no me equivoco vives en San Sebastián, anda que no tienes puentes para elegir. Qué lujo de ciudad.
EliminarAsí es vivo en San Sebastián, tenemos puestos para todos los gustos, pero los puentes importantes que son los que se dan en el trabajo, han desaparecido todos jajajaja
ResponderEliminarAcá también es feriado y el cielo nos ayude la peque se largó a caminar. Su madre, mi primera nieta lo hizo cuando yo tenía 46.
ResponderEliminarLos reflejos no son lo mismo ahora con 68 . Pero que me quiten lo bailado!!.
Puentes para todos los gustos, quería decir.
ResponderEliminar