Capítulo 191 El futuro nos lo dirá
Tiempo estimado de lectura: ochenta y cuatro minutos.
Con la inestimable colaboración de Torco en los diálogos argentinos y el diccionario de términos adjunto.
Londres: Indolencia
Aterricé en Heathrow a las once, un Mercedes enviado por Tomás me llevó directamente al hotel, a unos diez minutos de donde se alojaba. Viajaba ligera de equipaje, lo justo para pasar unos días de turista, quería aprovechar este viaje, entre otras cosas, para contemplar las vistas del London Eye, desde que lo inauguraron sentía curiosidad por ascender a lo alto del cielo de Londres. Tenía pensado encontrarme con una compañera de facultad que, recién doctorada, aceptó una oferta en una prestigiosa clínica, no la veía desde entonces, aunque manteníamos el contacto inquebrantable a través del tiempo. Había hecho el propósito de visitar a mi tía Frauke, llevábamos dos años sin vernos. Tenía una preciosa casa en Candem Town en la que me había alojado en numerosas ocasiones. Frauke era la hija menor de unos primos de mi madre, de niñas pasábamos las vacaciones con ellos en Alemania, era como una hermana. El Covid pudo con ella.
Tomás reservó las tardes para mí, entonces recuperaba al hombre tierno, cariñoso, amable que había añorado. Aproveché para completar mi vestuario y el viernes por la noche lucí galas en una cena especial: comenzábamos nuestro fin de semana tantas veces soñado, solos los dos en pareja, un fin de semana entero para nosotros.
…..
Descanso, duermo tal vez. Floto, desaparezco.
Estoy tumbada en el sofá, mi cabeza topa con el reposabrazos izquierdo, los pies sobresalen del derecho, el vientre descansa sobre las piernas de Tomás, en esta posición ofrezco el culo sin pretenderlo, él lo acaricia, yo… desaparezco. «Mi niña», murmura en un suspiro. Me mantiene abierta separando las nalgas, no intenta forzar nada, le basta con lo que ofrezco: la vulva, los labios hinchados y húmedos. Le resulta fácil hacerse hueco, alcanza el esfínter, lo acaricia, lo doma, dibuja el contorno con la yema del dedo, presiona, aflojo, recoge humedad entre los labios y regresa, apunta más fuerte, aflojo y se hunde.
—mmm… cualquiera diría que está sin estrenar.
Se retuerce dentro como una lombriz. Mi cintura se agita movida por un calambre.
—¿Cuántos te han penetrado por aquí?, dime.
—Ah… he perdido la cuenta.
—No tienes vergüenza.
—Ninguna.
Le gustaba tenerme con el culo a su disposición. Acabábamos de hacer el amor, me había llevado al orgasmo usando las manos y la boca y cuando ya no pude más consumó su exiguo placer. Después, tumbada sobre sus piernas, acariciaba tenazmente los glúteos, yo me ofrecía dejando el resquicio suficiente para que hurgase entre los labios resbalando hacia el ano.
Después de la cena, mientras preparaba unas copas, entré en el baño, sabía lo que esperaba de mí. Me desnudé, eliminé todo rastro de maquillaje, me deshice de cualquier adorno —pendientes, gargantilla, pulseras, sortija, piercings, todo—, por último, sujeté el cabello en dos coletas. Con el corazón martilleando en el pecho, salí a su encuentro.
Quedó lívido. Recorrió con la mirada mi figura de niña, con un gesto me hizo girar. Enlacé las manos detrás del cuello para alzar el busto, lo atrapó con cuidado midiendo la presión, cerré los ojos, dejé que mi piel y sus manos hablaran. «Vamos», ordenó después de encenderme en llamas.
Lo encontré inusualmente vigoroso. Durante la cena apenas probó el vino y en la cama faltó a la costumbre de darme un largo preludio con sus finos dedos, pasó a penetrarme con violencia, se estaba poniendo a prueba a costa de su salud. Un cigarro y cien confidencias después me levanté para calmar la sed, el vino que Tomás no había probado resultó ser algo fuerte para mi paladar.
Me llevó de la mano al salón, se sentó en el centro del sofá y tras recorrer mi figura, dos toques secos en la tapicería ordenaron la postura habitual. Respondí al instante: subí, apoyé el vientre en sus piernas, la cabeza topando con el reposabrazos, los pies sobresaliendo. «Mi niña», murmuró en medio de un suspiro. Dedicó su talento a erizarme la espalda, frío, calor, podría estallar en un derroche de sensaciones. Poco tardó en alcanzar el objeto de su deseo.
—Qué preciosidad. ¿Lo has cuidado para mí?, dime la verdad
—Sabes que sí. —concedí faltando a la verdad.
—Es perfecto. —dijo mientras lo acariciaba obstinadamente, yo mostraba el resquicio suficiente para tentarle. Un suave cachete entre los muslos y, obediente, los separé.
—A ver qué tenemos aquí, ¡Pero bueno!, la nena está mojada, ¿te parece bonito?
Mojada, dijo… Recogía en los dedos lo que él mismo había sembrado. Le seguí el juego: Sí, me parece bonito. Fue excusa suficiente para azotarme, por respondona; yo meneaba el culo —el culito, como solía decir—, los azotes saltaban la barrera del dolor y el fuego me trastornaba, luego calmó el ardor untando aceite con sus manos, yo ronroneaba, tumbada en el sofá descansaba, dormía tal vez, flotaba, desaparecía.
Así es como, dejándome llevar por la indolencia, entraba en el papel de nena seductora, porque el recelo que al principio me produjo participar en esta historia perversa había desaparecido, cada vez con más frecuencia y mayor intensidad, un morboso placer me nublaba la razón y hacía de mí una cómplice sin paliativos de la culpa que lo atormentaba. Si en algún momento pensé que podría ayudarle a encontrar paz, si en algún momento creí que podría resolver mi propio dilema me perdí por el camino.
Después, volvimos a jugar a ser adultos.
—Cuando regreses, deberás ocuparte de Javier.
—Das por hecho que vuelvo a trabajar para ti.
—Para mí, no. Conmigo.
—Con dos condiciones.
—Tú dirás.
—La primera: quiero ser algo más que la puta de mayor rango.
—No hables así de ti.
—Puedo hacer mucho por la empresa, lo he demostrado.
—De acuerdo, lo estudiaré y te haré una propuesta formal. Qué más.
—Antes dime por qué me conocen como la alemana.
—¿Cómo te has enterado? Morelli, ha sido él, seguro. Desconozco de dónde parte el rumor, se dice que tengo una ayudante muy cualificada que me asesora, una universitaria altamente preparada con dominio de varios idiomas, alemán, inglés, francés…
—Non dimenticare l'italiano, (1) no lo domino, pero me defiendo. Sigue.
—Bueno es saberlo. El rumor varía según quién lo cuenta. Una mujer ambiciosa con unas dotes de persuasión imbatibles y un físico demoledor. Hay quien dice que es alemana, otros, holandesa. Eso es lo que me ha llegado. Como ves, te deja lejos de ser descubierta.
—No estaría tan segura. A poco que se corra el rumor, alguno de nuestros clientes puede atar cabos.
—¿Nuestros clientes?
—Tus clientes, quise decir.
—No, está bien. Me agrada tu implicación.
—¿Crees que soy ambiciosa?
—Decidida. Cuando te propones algo no descansas hasta conseguirlo.
— A partir de ahora intentaré no hacer alarde de mi don de lenguas, por precaución.
—Va a ser más difícil ocultar tu inteligencia, y tu físico.
—Agradezco el orden de prioridades. Acaba con ello, desmiéntelo, haz lo que sea.
—Si esa es tu segunda condición, me temo que no puedo complacerte, cualquier movimiento por mi parte provocaría mayor interés por conocer la identidad de la alemana. Déjalo correr, los rumores mueren si no se les presta atención.
—Tienes razón, además, en el fondo tampoco me desagrada.
—Te otorga un halo de misterio. La alemana, ¿será real o fruto de la fantasía de algún afortunado con demasiada imaginación? Es bueno crear leyenda.
—Das wird erst die Zukunft zeigen. —sentencié—. El futuro nos lo dirá.
—En cuanto a Javier…
—Me pondré con ello a la vuelta.
Nada me apetecía más.
Madrid: El presagio
El AVE llegó puntual a Atocha. Un taxi me llevó a casa, con tráfico fluido en media hora estaba abriendo la puerta. Solté la maleta en el salón, al instante apareció alisándose el cabello aún húmedo.
—Ya estás aquí, qué pronto has llegado.
—Salí de la estación y enseguida cogí taxi.
No pude continuar, me abrazó y selló mis labios. Cómo nos habíamos echado en falta.
—Termino de secarme enseguida.
Volvió al cuarto de baño con mis ojos pegados al trasero, llevé la maleta a la habitación auxiliar, fui a la alcoba, me desnudé y, sorteándola, entré en la ducha. El agua tibia masajeó cada centímetro de mi cuerpo, apoyé las manos en lo alto de la pared, el caudal golpeó mi nuca, corrió por los hombros, el pecho, la espalda; un reguero envolvió el contorno de la verga, se tiñó de amarillo y descargué con fuerza un chorro potente, el placer del agua la terminó de despertar, la calibré con la mano. Orgullo de macho.
—¿Qué tal el vuelo?
—Tranquilo —respondió después de valorar el misil que portaba entre las piernas—, al llegar me estaba esperando un auto de parte de Tomás.
—Tratamiento VIP.
—Ya te contaré, mi posición ha cambiado. Anda, sécate y tápate eso. Vamos a tomar algo rápido, vendrás harto de tren.
—He venido leyendo, ni me he enterado. ¿Qué pasa, no la vas a saludar?
—Después —sonrió—, guárdatela. ¿Cómo está Candela?
—Muy bien, libró el sábado, tuvimos todo el fin de semana para nosotros.
—¿Viste a Patri?
—Estuvo en casa hasta el viernes, luego se la llevó la tía Toni.
Toni, una compañera argentina, morena, entrada en los cuarenta, con cuerpo de guitarra. Se había arrogado el título de tía de Patri. Todo un carácter. Si no fuera por ella y alguna otra, Candela lo tendría muy difícil para compaginar su faceta de madre soltera con el trabajo de puta.
—¿Qué? —respondí a su mirada insolente.
—Suéltalo ya, cómo te ha ido con mi doble.
—Fantástico, tenía muchas ganas, la última vez apenas pude verla.
—Ahora nada os lo ha impedido, no se ha caído el mundo.
—Afortunadamente.
—¿Le dijiste lo que te pedí?
—Claro, dice que cuando quieras. ¿Qué tal por Londres?
—Monté en el London Eye, qué gozada, las vistas son espectaculares, tenemos que subir juntos.
—A mí, las alturas…
—Miedica. Estuve con una amiga de la facultad.
—¿Paula?
—La misma, también vi a mi tía Frauke, te envía saludos.
—¿Y Tomás?
—También te envía saludos.
—¡Idiota!
—Tomás… feliz como un niño el día de reyes.
—¿Jugasteis?
—¿Qué…? No sigas por ahí, joder, puedes preguntar cualquier cosa menos sobre eso.
—Lo siento, era una broma. Día de reyes… juegos…
—No intentes arreglarlo.
Tiré la toalla al bidé.
—Ya, materia reservada, cómo se me ocurre…
—No te cabrees, lo sabes de sobra.
—Vale, lo retiro. ¿Ha entendido tu estrategia con Gerardo?
—Sí, aunque desapruebe alguna que otra cosa; no lo ha dicho, pero lo conozco. Si me hubiera escuchado antes, habría podido gestionar mejor… Es igual, no te voy a aburrir con asuntos de trabajo.
—No me aburres, estoy intrigado.
—Gerardo ha vuelto a la carga con un proyecto goloso, demasiado fácil, según Tomás, un… pastelito con poco riesgo y gran beneficio. El instinto le dice que hay algo detrás y la contraprestación aparecerá después de firmar el acuerdo. Por eso tenía tanta prisa en hablar conmigo.
—¿Qué piensas tú?
—No sé tanto de los negocios que se traen entre manos para aventurar una hipótesis; en su lugar, yo desconfiaría, así se lo he dicho.
—¿Él, qué opina?
Desvió la mirada, señal suficiente para confirmar mi sospecha: el depredador volvía a por la presa a cualquier precio.
—Joder, ¿otra vez?
—No se trata de eso, Mario, lo nuestro acabó. —afirmó al tiempo que lanzaba la melena a un lado.
—¿Seguro?
—Quedó zanjado con mi jugada.
—El gambito de patrón.
—Qué rebuscado eres. Gerardo ya no me valora, asunto resuelto. Tengo dudas de sus intenciones, me da mala espina.
—Tomás es perro viejo, no se dejará sorprender, y te tiene a ti.
—Habrá que estar atentos.
—Bueno, aparte de eso…
—Aparte de eso, cotilla, qué quieres que te cuente, Tomás en estado puro: tierno, cariñoso, sensible… sabe tocar la tecla adecuada en cada momento, es un amor.
—¿Contenta?
—Mucho, habría sentido perderlo.
—Me pidió ayuda.
«—Haz lo que sea para que las cosas vuelvan a ser como eran, es bueno para ella y para nosotros.
—No has contestado.
—Limítate a conseguir que Carmen recapacite, lo demás no te incumbe. Estoy dispuesto a pedirle perdón y a escucharla, para eso necesito tu colaboración.
—Te lo vuelvo a repetir: ten paciencia, déjame hacer a mí.
—Lo pongo en tus manos, no me falles.» (2)
—Lo sé, por una vez en la vida no te inmiscuiste.
Por falta de oportunidad, pero eso ella no lo sabía y me cuidé de descubrirme.
—¿Vuelves a… trabajar para él?
—Con él, es diferente. Ya lo dije después de encontrarnos en el club, ¿lo recuerdas?
«—Ha sido cosa tuya, ¿verdad? —me dijo con una dureza insólita.
—¿De qué hablas?
—De Tomás, le avisaste, no lo niegues.
—Te estás equivocando.
Carmen dirigió la mirada a Doménico.
—No he tenido nada que ver.
—¿Seguro?
—Tomás tiene sus propios métodos para informarse.
—En cualquier caso, ha merecido la pena, die Deutsche kehrt zurück.
—La alemana regresa —tradujo él. Al ver que ni así me estaba enterando, dijo—: Que te lo explique ella.» (3)
—Por lo visto se habla de que tiene una asistente de alto nivel que le asesora en los negocios, la apodan la alemana, corren rumores sobre su capacidad para influir en las decisiones.
—¿Quién te lo ha contado?
—Doménico. Lo ha oído en Ginebra o en Zúrich, no recuerdo. La alemana, así es como me llaman.
—A ti, ¿qué te parece?
—En el fondo, no me disgusta.
—Lo imaginaba. Por eso cuando dijiste que la alemana regresa de nuevo…
—Quería decir que habíamos dejado el terreno allanado, solo faltaba hablar a fondo.
—Entonces vuelves a estar en activo, me alegro por ti.
—Para empezar, voy a llamar a Javier, he de solucionar el desastre que organizó con Lorena.
—Estarás encantada, el bodeguero es tu cliente favorito.
—Me gusta, para qué voy a negarlo.
—Ya que vas a verlo, te podía regalar unas botellas de buen vino.
—Sí, hombre, un detalle para mi marido.
—Qué menos, se va a beber toda tu producción, podía corresponder.
Se echó a reír.
—Y lo hace, yo también me bebo la suya, en eso salgo ganando.
—Parece que lo echas de menos.
—Un poquito. Vaya, esto no baja, habrá que hacer algo. Vamos a ver si ha dejado algo mi amiga Candela para mí.
Qué hábil es, en un abrir y cerrar de ojos la tenía dentro de mis pantalones, como una experta carterista se había apoderado del botín y lo estrujaba entre los dedos buscando poner más duro lo que ya estaba duro como la roca.
—¿Te he dicho alguna vez lo zorra que eres?
Se le heló mirada, apretó los testículos y pensé en el mensaje que el perro envía cuando marca al amo con las fauces: podría hacerte daño si quisiera, pero no quiero. ¿Era ella o la otra que a veces la poseía? Si una de las dos quería vengar las afrentas, sin duda era el momento.
—Muchas, demasiadas, hasta conseguir que me lo creyera.
Un segundo de incertidumbre. Era ella, soltó y me besó furiosamente.
—Si no estás conforme puedo revertirlo. Repite conmigo: Soy una mujer decente.
—¡De eso nada!, me gusta mucho cómo soy ahora. Además, tú ya tienes esa parte cubierta con Elvira.
—No digas bobadas.
—Míralo de esta forma: si algún día te hartas de tanto zorreo, carpetazo y vida nueva.
Un aluvión de emociones me vapuleó al recordar el presagio de Carmen.
«No me extrañaría que en algún momento Mario se plantee pedirme el divorcio, ya no soy la mujer que quería, he cambiado y la culpa es compartida, qué digo, puede que sea más suya, pero es igual, merece ser feliz y ahora tiene alternativas que le permitirán recuperar la paz. Ha reencontrado al amor de su juventud, también está Graciela, ¿por qué desperdiciar esas oportunidades para mantener un amor que se ha quemado?» (4)
—¡No vuelvas a decir eso, me oyes!
—Venga, tampoco te pongas así, es broma.
—Ni en broma, no quiero volver a oírlo.
—Cálmate, ¿dónde vas?
Sevilla: El pacto con el diablo
La situación internacional había complicado el panorama, el temor a una guerra de larga duración creaba un clima de incertidumbre nada bueno para las inversiones y esto en principio tenía pinta de afectar a nuestro proyecto de fusión. Sorprendentemente, las clínicas involucradas, salvo una, tomaron el acuerdo como una especie de paraguas que fortalecería al conjunto para aguantar los tiempos venideros. Unidos somos más fuertes, ese era mi principal argumento y había calado. Firmamos el acuerdo sin otras objeciones. Emilio me felicitó y yo me preparé a pasar los días restantes con Candela. Aquella misma noche aparecí por el Penta, para ser un día de diario estaba más concurrido de lo habitual. Eché una ojeada buscándola, no la vi y me dispuse a esperarla. Elegí una mesa alejada de la barra, Norah Jones cantaba la emoción de descubrir el amanecer en los ojos de la pareja. Si había algo que me atraía de aquel tugurio, además de Candela, era el buen gusto de Diego para la música.
Hablando del proxeneta camuflado de barman, en cuanto me vio salió de la barra.
—Doctor Suárez, cuánto tiempo, ¿qué le trae por Sevilla?
—Buenas noches, Diego, asuntos de trabajo. ¿Todo bien por aquí?
Se sentó sin ser invitado, hizo un gesto a la camarera que merodeaba cerca y respondió:
—Viento en popa. La gente viene a olvidarse de las preocupaciones, por algo parecido van al psicólogo, digo.
—Todo lo contrario, en la consulta tratan de recordar, se enfrentan a los problemas.
—¿Hablando? Lo mismo que aquí, además les sirvo copas mientras los escucho. ¿Buscas a alguien? —preguntó pasando al tuteo, yo no había dejado de mirar a la entrada cada vez que notaba movimiento.
—¿Está Candela?
—Ha salido con un cliente, no tardará. ¿Has venido solo o has traído a tu mujer?
—Está en Londres por temas de trabajo.
—Me hubiera gustado verla. Estuvo una noche mano a mano con Candela hasta el cierre, ¿te lo ha contado?
—Mi mujer y yo nos lo contamos todo.
—Como debe ser. Hacen buen equipo, ya me entiendes. Lástima que no se deje ver más a menudo.
—En otra ocasión.
—Es una mujer de bandera, lo pasó muy bien, salió contenta. Todos salimos contentos.
Hizo un silencio un tanto estudiado recordando quién sabe qué cosas sobre Carmen.
—¿Todos?
Mi curiosidad le provocó una sonrisa cínica.
—Tu mujer, Candela y unos amigos, no sé cuántos, una jartá (5), y yo por la recaudación, esa noche triunfamos.
Hijo de puta…
—Invita la casa. —le dijo a la camarera según llegaba con mi whisky. A medio camino, dio la vuelta—: Me dejó muy buen sabor de boca, dile de mi parte que vuelva cuando quiera.
Media hora más tarde, con la segunda copa en las últimas, Candela seguía sin aparecer, Diego no me quitaba ojo de encima. Diez minutos después pedí la cuenta, la camarera insistió en que estaba invitado. Miré hacia la barra, estaba al teléfono, poco después se acercó.
—Viene de camino, se ha entretenido, ya sabes cómo va esto.
Le di las gracias, ¿a santo de qué?
La tercera copa llegó sin pedirla, iba a rechazarla y se me paró el corazón. La mujer que esperaba irrumpió levantando miradas, llegó a la barra, Diego le señaló mi mesa, me localizó y se acercó marcando muslo con sus andares en el tejido elástico del vestido. Pedazo de hembra.
—¿Cómo no me has dicho que venías?
—Quería darte una sorpresa.
Estaba impaciente por sacarla de allí, pero antes debía hacer caja. Pedí una botella de champán, Hablamos de Patri, de la vida fuera del Penta, de lo que quiso contarme, le hablé de cosas alegres, de lo bien que había ido todo, lo cual suponía volver a Sevilla con frecuencia. Me preguntó por Carmen, le dije lo que me había pedido que le dijera y prometió pensárselo. Apenas probamos el champán, lo pagué y salimos de allí, nos quedaba toda la madrugada por delante, al día siguiente había que recoger a Patri, llevarla al colegio y vivir, vivir.
…..
La tenía sujeta por las caderas, bombeaba frenéticamente haciéndola gemir al ritmo de mis embestidas. No podía apartar los ojos del tatuaje que dominaba las últimas lumbares, un pentágono con el vértice hacia abajo, en su interior dos curvas contrapuestas y en el medio un trazo parecido a una tilde invertida. El símbolo del sexo femenino. Sobre la base horizontal superior, unos pequeños caracteres, VII. La siete aguantaba mi furia jadeando, gemía expulsando el aire por la boca a punto de desfallecer. El tatuaje me convertía en un auténtico salvaje.
Estar de nuevo en su cama era volver a puerto seguro después de una larga travesía. Los sonidos del barrio, viejos conocidos, me devolvían la serenidad; el cierre metálico de un local cayendo pesadamente, unas voces tranquilas en el silencio de la madrugada, unos pasos firmes acompañados por unos tacones alejándose hasta perderse, un vecino sin fuelle en el descansillo de la escalera antes de emprender el siguiente tramo, una llave en una cerradura, un portazo. A mi lado su olor inconfundible, el aroma a sudor y sexo, el roce de su pelo en mi piel, la cadencia de su respiración. El nirvana.
Conmigo Candela lograba desprenderse del papel de prostituta, le costó bajar la guardia, suponía exponerse a sufrir más dolor del que ya soportaba por darle un futuro a su hija. Se había acostumbrado a protegerse tras una máscara con la que interpretaba el oficio: escenas de placer y deseo. No le fue fácil mostrarse tal cual era sin desconfiar del hombre que parecía no querer nada a cambio de sus emociones sinceras. Lo consiguió, juntos lo conseguimos, aunque a veces el miedo hiciera acto de presencia. Como cuando perdía el control mirando la grupa tatuada y me convertía en un animal como tantos otros. Candela no hablaba de sus clientes, alguna vez le pregunté —es lo que hacía con Carmen— y se revolvió. Conmigo Candela lograba olvidar y aprendí a respetarla.
—Lo siento.
—Tranquilo, no es la primera vez que me machacas a lo perro.
—No sé qué me pasa, veo el tatuaje y me ciego.
—No eres el único.
—Guardo una réplica en papel.
—¿En serio?
—Lo copié para no olvidarlo.
—¿De memoria?
—De la espalda de Carmen.
—Del culo, dirás. Serás vicioso, seguro que te la meneas viéndolo.
No le presté atención, me había quedado absorto dándole vueltas a la conversación del Penta.
—¿Te ha molestado lo que he dicho?
Podía ser tan tierna… Le coloqué un mechón deslizando después los dedos por la mejilla.
—Diego ha estado hablando sobre aquella noche en que vosotras…
—A ver qué ha dicho ese gilipollas.
—Que hacéis buen equipo, dice que salió muy contenta, y él también por la recaudación, fue de récord, ¿es cierto?
—Menudo cabronazo.
—Dime, ¿tan bien se os dio la noche?
—¿Qué te ha contado Carmen?
—Todo, absolutamente todo.
—Entonces, ¿qué más quieres saber?
—Cómo la viste.
—Decidida, sin miedo. Muy profesional, si no te molesta oírlo.
—Tú nunca me molestas.
—Al principio no la entendí, ella misma me lo dijo, «pensarás que soy una burguesa aburrida jugando a ser puta». Nos lo contamos todo, es la primera vez que le cuento mi vida a alguien. Nadie me ha escuchado como ella. No sé si se va a estrellar, pero ha conseguido que la respete.
—¿Como puta?
—No seas gilipollas. Es una tía de puta madre. Si acaba mal, será culpa tuya.
…..
Desayunamos “en casa”, hice café, pan tostado, trituré un par de tomates, limpié de restos del día anterior el mantel y lo llevé todo a la mesa.
—¡Sal de aquí! —protestó haciendo aspavientos. La sorprendí sentada en la taza del cuarto de baño.
—¿Sabes que te pones muy guapa cuando te ruborizas?
—¡Vete!, por favor… —Le hice caso y cerré.
—El desayuno se enfría —dije desde el otro lado—. Termina de hacer caquita y lávate bien las manos.
—Serás imbécil. —Algo blando se estrelló contra la puerta, un rollo de papel higiénico, seguro.
Tú y yo, tú y yo volando en una nube con la imaginación, cantaba Chiquetete por el patio. Recogimos la casa entre los dos, hicimos la cama, lavé las tazas, dejamos preparada una lavadora, memoricé cada detalle: su ropa, la ropa de Patri, sábanas, el mantel, las toallas que habíamos usado... Me embargaba una emoción difícil de expresar, ella lo captaba en mis silencios. Tú y yo, tú y yo amando cada noche hasta que nace el sol.
A las once vino Toni con Patri, se me echó a los brazos después de trepar por los de su madre. Toni observaba la escena. Cuando Candela entró en la habitación a cambiarse, mandó a la niña a jugar.
—Cuánto ha crecido desde la última vez. —dije para romper el hielo.
—Oíme vos, chabón —dijo bajando la voz—: jodela a la Candela o a la borrega que te voy a buscar y te corto las bolas, ¿quedó claro, boludo?
—Tiene suerte de tenerte cerca, está muy sola. Créeme, sé hasta dónde llegar para no hacerle daño a ninguna de las dos, sería tan fácil hacernos falsas ilusiones, pero es bueno que estés vigilando, a veces no basta con la intención.
—¿Por qué no la dejan tranquila vos y tu jermu? Está joda no puede terminar bien, o sos gil?
—¿Qué nos impide ser amigos? Hablas como lo haría la gente de nuestro círculo, «Apartaos, es una puta, no puede salir bien». Me niego a pensar que, más allá de pagarle por acostarme con ella, no podamos ser amigos, despertar juntos, pasear con Patri.
—Y contale el cuento de Caperucita cuando no puede dormir. Enterate, chabón, que Candela ya no compra espejitos de colores. Patri es una pendejita linda que está creciendo sin su viejo, y ahí aparecés vos, de la nada, la abrazás, le contás cuentitos, le hacés regalos, venís a los pedos cuando te enterás que tiene fiebre, ¿qué va a pasar cuando te tomes el palo? (9)
—No lo sé, Toni, déjame hacerlas felices el tiempo que dure. No voy a desaparecer, te lo aseguro.
Candela entró vestida de calle, parecía otra, nada que ver con la provocativa belleza que se vendía por las noches en el Penta.
—¿Nos vamos? —preguntó irradiando ilusión.
El altercado con Toni me amargó el día porque reavivó una advertencia que Carmen me hizo una vez.
«—Creo que estar con Candela, conocer su vida, convivir con ella y verla ejercer la prostitución me sirve para reconciliarme contigo, si es que ese es el término que identifica mi conflicto.
—¿La ves con frecuencia?
Levanté los hombros.
—He estado en su casa, me quedé a dormir una noche.
—¿Pagando?
—Claro.
—Dime una cosa: ¿te gusta?
—Me serena, me ofrece la compañía que necesito, me recuerda a ti, eso es todo.
—¿Te das cuenta de que le puedes hacer daño?
—Ambos sabemos lo que estamos haciendo.
—Asegúrate bien de que sea así.» (6)
¿Sería cierto que nuestra relación estaba condenada al fracaso? ¿Candela y sobre todo Patri iban a sufrir por mi capricho?
…..
Era la última noche, al día siguiente partiría de regreso. A las once franqueé la entrada del Penta, ocupé la misma mesa, la camarera se acercó. Whisky solo con hielo.
—Buenas noches, doctor, pensé que te habrías ido.
—Tenía un asunto pendiente.
—¿Ese asunto, si no es indiscreción, está relacionado con Candela?
Tomó asiento a mi izquierda. Vi pasar a una exuberante pelirroja hacia la barra que me hizo perder el hilo de la conversación.
—No la conoces, no te esfuerces. La cuatro ha estado fuera una temporada. ¿Te lo he dicho?, todas mis chicas están marcadas y numeradas, lo llevan tatuado en el lomo en números romanos. Candela es la siete: uve, palito, palito.
—Conozco la numeración romana.
—No lo dudaba de un hombre tan culto. Estás enganchado a la siete, se nota a la legua; no me preocupa, al contrario, mis mejores clientes son los que se encaprichan de alguna de mis chicas. Lo que me gusta menos es que vayas por libre, ¿lo pillas?, llegas y encima de que te invito, te la llevas todo un día y yo, comiéndome los mocos. No es justo, Mario, no está bien.
No pude evitar un gesto de desagrado.
—¿Cómo has dicho?
—Comiéndome los mocos. Toda una jornada en blanco porque a la señora le sale del coño tomarse el día libre.
—Pagué una botella de champán, si no recuerdo mal, a las copas invitaste. Por lo que sé, tenía derecho a tomarse el día. Lo que haga en su tiempo libre no es cosa tuya.
—A menos que me levante un cliente.
—Yo no soy tu cliente.
—No me jodas, ¿vamos a entendernos o la vamos a liar?
—De acuerdo, ¿qué quieres?
—Que nos llevemos bien. Yo tengo algo que te interesa y tú tienes algo que me interesa. Hablemos claro: Tu mujer me contó al detalle vuestra historia: la aventura que os trajo a Sevilla, tus ganas de verla montándoselo con otro tío, el rollo con el italiano y sobre todo la obsesión que tenéis los dos con la prostitución. Lleva un año de rodaje con un empresario que le está enseñando el oficio. Se nota, está poco trabajada pero se maneja con soltura, la suficiente para venir a mi territorio a llevarse un cliente por toda la cara. Volvió para disculparse, a salvarle el culo a Candela, decía, en realidad vino a venderse; joder, qué bien lo hizo, pocas veces me fallan las piernas durante una mamada, qué bestia. Le propuse trabajar por la noche, la tuve que convencer a mi manera, mano dura y caricias a partes iguales, es infalible, las deja suaves como un guante, así me enteré de quién es, dónde vivís y todo lo demás. Tenía que verla en acción antes de soltarla en la cancha, comprenderás que me juego el prestigio. No me defraudó, es buena en la cama, muy buena; lo de la cama es un decir, lo hicimos sobre el escritorio.
—Es suficiente.
—Muy buena, sí señor, llamé a Curro para que le diera un repaso a ver cómo reaccionaba, Curro es muy heavy y aguantó sin rechistar, es lo que te digo, tiene madera.
—¡Ya está bien, estás hablando de mí mujer!
—¿Qué cojones haces?, siéntate. ¿A qué vienes ahora haciéndote el ofendido? Carmen está cumpliendo el sueño de vuestra vida, joder, deberías estarme agradecido, esa noche se estrenó de puta en una barra de bar, como Candela y te juro por mis muertos que lo hizo de sobresaliente.
Me dejé caer en la silla.
—Te digo una cosa: lo del empresario ese para el que trabaja se le ha quedado pequeño, Carmen está en otra onda y como no espabiles vuela.
Puede que tuviera razón, Tomás le había abierto un mundo en el que la prostitución es un servicio ofrecido por escorts de alto standing en entornos de lujo a clientes de cierta posición. De alguna manera seguía en su ambiente. El Penta la arrojaba al barro y una vez probado, Carmen se sintió fascinada por el territorio sórdido en el que se movía Candela. ¿Y después? ¿qué sería lo siguiente?
—…luego pasó lo de las bofetadas, no tuve más remedio, intentó dar coces, eso no se lo aguanto a nadie y menos a una mujer; un par de hostias bien dadas y mansa como un corderito. Todo porque se negaba a dejarse poner la puta marca. Lo dicho, dos meneos y asunto resuelto. Me faltaba intentar una cosa, quería verlas juntas, se parecen un huevo, pensé que podía sacarle partido, las gemelas se cotizan; las probé con un tipo y funcionó, se entienden bien, encima tu mujer baila de la hostia, el pack completo. Hablando de entenderse, esa noche hicieron algún servicio juntas, da mucho morbo ver a un par de tías montándoselo, ¿verdad? ¿eh?
—Sí. —balbuceé abrumado por tanta información. «Es lo único que me falta por verle hacer», pensé.
—Hombre, si quieres verla comiéndose un coño, puedo arreglarlo, déjalo en mis manos.
Mierda, había revelado mi más profundo deseo sin ser consciente de lo que hacía.
—No te metas, es cosa mía.
—Tú mismo, aunque si crees que lo has visto todo es que estás muy verde, ni te imaginas lo que llega a hacer una mujer en esta profesión, pregúntaselo a Candela, o mejor todavía, a la argentina que le cuida la niña, esa sí ha tragado sapos por no hacerme caso. Menuda jaca, daba mucho juego, las argentinas funcionan muy bien con su acento meloso. Volverá, no se vive igual trabajando por libre. En cualquier caso, es cosa vuestra, si a tu mujer le da morbo hacer la carrera a espaldas de su otra vida y a ti te pone saberlo no tengo nada que decir, yo pongo el local, la puta a la que te has enganchado y los tíos para que tu mujer satisfaga sus vicios; ha funcionado bien una vez sin ponernos de acuerdo, imagínate como nos puede ir de ahora en adelante.
—¿A dónde quieres llegar?
—Tu mujer vale para esto, es, con diferencia, la mejor hembra que ha pasado por el local, además de un cuerpo de escándalo, tiene clase, puede darle un vuelco al negocio; todavía me preguntan, ¿cuándo vuelve la madrileña? Carmen puede ser el buque insignia del Penta, no digo que os vengáis a vivir a Sevilla, es mucho pedir, pero en cuanto pase por aquí, que te digo yo, dos o tres veces cada quince días, para empezar, y se corra la voz nos hacemos de oro. Los tres, no me olvido de ti, a la siete le podemos sacar mucho más jugo si se la educa, para eso tienes mano. Trabájatela, haz una segunda Carmen, eres psicólogo, coño. Encima, estás colado por ella, reconócelo. Carta blanca, lo que quieras, olvídate de pagar sus servicios.
No podía creer lo que estaba escuchando. Y siguió, estaba embalado.
—Le advertí que todas mis chicas llevan mi marca, no había tiempo, lástima, por eso se la hicieron con henna, ¿la llegaste a ver?
—La vi.
—¿Seguro? ¿Sabes quién es tu mujer cuando entra por esa puerta?
—La nueve.
—Bien, nos vamos entendiendo, porque en tu casa será la señora Suárez.
—Rojas, utiliza su apellido de soltera.
—Me la suda, como si se quiere hacer llamar Cher o Halle Berry, en tu casa es la señora Rojas, en mi casa es la nueve. ¿estamos de acuerdo?
—Si ella lo está, yo no tengo nada que decir.
—Haces bien en llevarla con la correa suelta, para tirar siempre hay tiempo. De lo otro me ocupo yo.
—¿De qué estás hablando?
—Del tatuaje, no te mosquees. El trato es este: dispones de la siete a tu antojo, sin restricciones, barra libre. A cambio quiero a la nueve dispuesta a trabajar, encárgate, eso incluye la marca de la casa, esta vez sin pijotadas, ya me arreglo yo para quitarle la tontería.
—¿A base de hostias?
—Lo dices por las bofetadas; ya te lo he dicho, se puso farruca y tuve que bajarle los humos, tenías que haber visto la cara que puso, no se le cayeron las bragas de gusto porque las había perdido. Prueba alguna vez a cruzarle la cara, le va la marcha, pero con decisión, que no te vea titubear.
Lo había enterrado en lo más profundo de mi cerebro, bastó una alusión a la violencia para traer al presente uno de los actos más vergonzosos que he cometido en mi vida. No hacía tanto, sucedió el día que conocí a Graciela e ignoré sus llamadas de auxilio buscando consuelo por la ruptura con Carlos. Perdí la cabeza, se me fue de las manos.
«—No he querido decir eso, Carmen, estás sacando las cosas de quicio.
—Yo soy la que saco las cosas de quicio, tiene gracia, tú llevas un año sacando las cosas de quicio y ahora te atreves a criticarme.
La amargura con la que habló me alarmó, pero pudo más el enfado.
—¡Ya está bien, por Dios, deja de comportarte como una histérica!
—Vete a la mierda. —Se dirigió al pasillo, cuando estaba a punto de dejarme atrás, intuí que si no aclaraba todo en ese instante aquello no sería un simple enfado. Extendí el brazo para cortarle el paso.
—Déjame pasar. —Su voz era firme, cortante, fría, intentó apartarme de un manotazo, pero resistí y la sujeté por los hombros.
—Espera, hablemos…
—¡Te he dicho que me dejes!
Me había estado debatiendo entre la culpa y la irritación, un instante antes quería dialogar, explicarme. Aquel conato de violencia rompió el difícil equilibrio que mantenía y estallé. Con mis manos aún en sus hombros dominé los intentos por liberarse y la empujé con rudeza hasta la pared. Luchaba por soltarse, pero no lo iba a tener fácil, yo empleaba la fuerza de mis brazos y la presión de mi cuerpo para impedírselo, sus protestas quedaban ahogadas, mis palabras, repetidas como un mantra, apenas tenían ya sentido.
—Cálmate, ¡estate quieta, ya!
—Suéltame, ¡qué estás haciendo!
Carmen no se podía creer lo que estaba pasando, en apenas unos segundos la situación se había descontrolado como nunca antes. Mas allá del terrible enfado que sentía se encontraba desconcertada, insegura, transitando un camino desconocido. Intentó separarse de mí, pero nada podía hacer contra una fuerza física a la que jamás se había tenido que enfrentar. A pesar de la violencia de mi conducta no se sentía en peligro, seguía siendo yo después de todo. Pero a medida que se encontraba más forzada el enojo se convirtió en ira, ¿cómo me atrevía a tratarla de esa manera? La presión de mi cuerpo sobre ella, la agobiante sensación de estar maniatada, despertaron ideas olvidadas. Por momentos se sintió como una niña a la que regañan, inmediatamente la rabia de la opresión le hacía verse como una mujer maltratada, humillada, a punto de ser violada.
A punto de ser violada.
No supo cuando empezó, se sentía como en un sueño, la vista nublada parecía mirar a través de un cristal esmerilado, los sonidos se volvieron lejanos, ya no sabía con quién ni por qué luchaba, solamente la sensación de peligro, la intuición de estar perdiendo una batalla dominaba sobre todo lo demás. Ahogada la conciencia, las imágenes se mezclaban en su mente sin orden ni control desdibujando la realidad, poco a poco se fue sumergiendo en una pesadilla, estaba luchando, resistiéndose a un acoso del que no podía escapar, creyó sentir manos que buscaban apoderarse de su cuerpo, se sintió desnuda, expuesta al acosador, le resultó tan familiar que por un momento creyó estar en otra parte, con otra persona que no atinaba a identificar.
Y entonces, un nuevo enemigo se sumó al combate. Una intensa excitación sexual la arrolló sin previo aviso, una oleada de lujuria la inundó, unos fuertes latidos en su sexo pusieron en tensión todos sus músculos, seguía luchando, pero ahora la lucha le provocaba más placer aún, más vicio, pensó.
Tenía que evitarlo, no podía mostrarle al acosador su excitación porque si lo intuía, entonces…
—¿Me vas a violar?
…..
Había notado un cambio en su forma de resistirse, peleaba, pero su cuerpo me rozaba de una manera más intencionada. Lo negué pensando que era mi imaginación alimentada por mi propia excitación, ahora sus palabras lo confirmaban. Apenas hacía fuerza, había logrado inmovilizar sus manos que ya no ejercían ninguna presión. La miré, sus ojos me mostraron a una desconocida; era su rostro, sus facciones, pero ni la mirada ni la expresión pertenecían a mi esposa. Una media sonrisa provocadora nació en sus labios, una sonrisa que jamás había visto en ella.
—Es eso lo que quieres, ¿eh? Violarme.
Elevé sus brazos por encima de la cabeza y le sujeté las muñecas con una sola mano, estaba loco, furioso, estaba excitado. No entendí lo que le sucedía y lo interpreté bajo el filtro de mi propia excitación.
—Eso es lo que quieres tú, puta. —respondí al tiempo que mi mano libre se dirigía a la cintura del pantalón y lo bajaba con brusquedad.
Carmen recibió mis palabras como una explosión que atronase sus oídos, sintió caer los pantalones hasta los tobillos y las bragas enrolladas a mitad de los muslos. Su mente se hundió en una ensoñación de algo ya vivido que se cerró en falso, de nuevo estaba semidesnuda frente al agresor intentando defenderse del ataque, pero también de su propia excitación que nunca quiso reconocer. Cuando mis dedos la penetraron de golpe sintió que por fin sucedía aquello contra lo que tanto luchó.
Hundí los dedos sin clemencia, afortunadamente estaba tan húmeda que no la dañé, aunque el gemido desgarrado que profirió parecía decir lo contrario. Tenía los ojos cerrados, colgaba de sus manos apresadas por la mía, sus rodillas forzaban la braga para poder abrirse ante la invasión de mis dedos. Aquella imagen de mi mujer sometida, humillada y rota me llevó al límite de la cordura.
—¡Así, zorra, ahora vas a saber quién manda!
La locura me dominaba, creía estar jugando un juego con ella sin saber que en realidad estaba reviviendo una violación no consumada en la que el desprecio del violador había sido lo más humillante, tanto como para convertir su resistencia en necesidad, en deseo, un deseo nunca reconocido que ahora se expresaba sin trabas. La solté para poder despojarla de la ropa, sus brazos cayeron sin fuerza. Cuando intenté bajar las bragas que se enrollaban en sus muslos detuvo mi mano, enseguida me soltó y rodeó mis hombros. Mi boca mordía su cuello, mis manos hambrientas recorrían su cuerpo.
—Eres una zorra, una calientapollas.
Cada insulto me devolvía su voz quebrada aceptando todas y cada una de las cosas que le decía. Seguía luchando por zafarse, pero su lucha era diferente, ya no había el rechazo de los primeros momentos.
Profirió un quejido.
—¡Cabrón, me haces daño!
Tenía cogido uno de sus pechos sin ser consciente de que la estaba lastimando, su mirada era puro fuego, desde luego no reflejaba dolor. No solté mi presa, nos desafiamos.
—¡Cabrón! —repitió.
—¡Puta! —Una sonrisa casi obscena apareció en sus labios.
—Eso es lo que quieres, ¿no? que me comporte como una puta.
No encontré palabras para responder, la excitación me tenía descontrolado, mi cabeza hervía con imágenes de ella debajo de Carlos. Puta era la palabra que me venía a la boca, puta, deliciosamente puta.
—¡Zorra! —Aumenté la presión en su pecho, se quejó, pero no aflojé— ¡Zorra!
Se revolvió para liberarse de mi mano y su lucha me encendió. La agarré por las nalgas y la pegué más a mí.
—Y tú, ¿qué? ¡Cornudo! —Saltó con los ojos encendidos.
Una avalancha de excitación descendió hasta mi sexo. Cornudo, sí, cornudo, me gustaba verla con Carlos, me gustaba saber que lo deseaba, que follaba con él.
—Cornudo —repitió provocándome—, te he puesto los cuernos, ¡eres un cornudo!
—¡Hija de puta!
Sus palabras, en lugar de herirme, desencadenaron un placer arrollador, un placer como no recordaba haber sentido nunca. Aprovechando mi estupor, Carmen trató de zafarse, intentó formar una barrera contra mi pecho. La cogí con fuerza por las muñecas y apresé sus brazos contra la pared. En la refriega nos habíamos desplazado por el pasillo, ¿cuándo habíamos tirado el pequeño óleo que compramos en Venecia? Sujeta, crucificada sobre el tenue beige de la pared la miré a los ojos, nuestras respiraciones agitadas resonaron en el silencio de la casa. Su melena revuelta le tapaba el ojo izquierdo. Me retaba, su mirada me desafiaba burlona, lejos de protestar o de rogar, mostraba determinación, resistencia, ¡Dios, como la deseé!
—Qué pasa, ¿te ha dejado caliente esa golfa y ahora quieres desahogarte?
—Estás celosa, eso es. —Le lancé una mirada de triunfo a la que Carmen respondió con una risa corta y despreciativa.
—¿Estás de coña? ¡Follátela si te da la gana, me da igual! —ahora fui yo quien rió, su semblante se endureció, la había vuelto a enfadar e intentó de nuevo librarse de mí.
—¡Estate quieta, coño! —Ya ni siquiera sabía por qué la intentaba retener.
—Pues si necesitas desahogarte vete al baño y te la meneas, pero a mí me dejas en paz.
—¿Contigo aquí me voy a hacer una paja? ¡tú sí que estás de coña!
La solté y con rapidez elevé su chándal para quitárselo. Tras la sorpresa intentó evitarlo, pero ya tenía su cabeza tapada por la prenda. ¿Por qué coño se había puesto sujetador para estar en casa? Sin duda era una barrera más que interponía.
—¡Déjate, joder! —Dio un traspiés y perdió el equilibrio. Fue suficiente para acabar de despojarla del chándal. El pantalón, enrollado en sus pies, le entorpecía el movimiento. Intenté acceder al cierre del sujetador en la espalda, Carmen lo adivinó y se apretó contra la pared. La rabia se apoderó de mí, cogí el sostén por el centro y lo levanté de golpe liberando los pechos. Sin soltar la prenda la amenacé—: Me dejas o te lo arranco.
—Suéltame, no tienes derecho…
Tiré del sujetador y la atraje hacia mí, llevé mis manos hacia el cierre y su reacción fue inmediata. La fuerza del impacto contra la pared me aplastó los dedos, un escozor lacerante me recorrió la mano y ascendió como un relámpago por el brazo, Carmen cerró los ojos, un rictus de dolor apareció en su rostro. Sin saber lo que hacía tiré con todas mis fuerzas del cierre que se rompió con un crujido. Una parte de mí no se creía lo que estaba sucediendo, pero no atendí a ese retazo de cordura y le bajé los tirantes para terminar de quitarle el destrozado sujetador.
—¡Lo has roto, animal!
Sus manos golpearon mi pecho una, dos veces. La inmovilicé y la llevé arrastrando hasta nuestra habitación sin atender las protestas. Una vez allí la solté haciéndola caer en la cama.
Carmen no daba crédito a lo que estaba sucediendo. Por un instante pensé que estaba asustada pero no fue eso lo que vi en su mirada. Tirada en la cama, con el pelo revuelto y la respiración agitada, apoyada en los brazos me miraba con ansiedad sin saber bien lo que iba a suceder, en sus ojos había también deseo, un deseo salvaje, la expresión de su rostro mutaba en segundos desde la provocación soez de una furcia a la que no conocía hasta la expectación anhelante que me devolvía la imagen de mi esposa. Saltando de una a otra, me alertaba sobre lo que estaba sucediendo en su quebrada mente, pero mi excitación me impidió hacer caso a lo que intuía.» (7)
—Qué pasa, ¿te has quedado dándole vueltas? No te lo pienses, hazme caso, a todas les gusta que les calienten la cara de vez en cuando.
Recobré la atención, en mi cabeza seguía oyendo el trato, «…dispones de la siete a tu antojo, sin restricciones, barra libre. A cambio quiero a la nueve dispuesta a trabajar, encárgate, eso incluye la marca de la casa»
—Hablas de ellas como si su opinión no contara.
—Porque no cuenta. La siete hace lo que yo diga, se saca un buen jornal, la trato bien, no tiene queja. En cuanto a la nueve, te voy a ser franco: se pondrá cachonda cuando se entere del trato. Va a ganar una pasta por follar, es lo que más le gusta después de mamar pollas como una campeona.
—Carmen no hace esto por dinero.
—En eso te equivocas, el precio por abrirse de piernas le importa tanto como su salario de doctora, por mucho que sea. El patrón oro se le queda chico, te lo digo yo que de putas entiendo un huevo. Las hay, como la siete, que follan por necesidad, para sacar adelante a su hija, puta mierda de vida. Luego están las otras, las viciosas como esa de ahí, la pelirroja, o tu mujer que lo hace porque le tiembla el coño de solo pensar que va a chupar una polla nueva y se la va a tirar un desconocido. Guapo, feo, gordo, flaco, le da igual con tal de ponerse debajo a cuatro patas. No dices nada, ¿eh? A tu mujer le pone cobrar un dinero que no necesita por follar, ese dinero la calienta más que un cipote metido en el culo, si lo sabré yo.
Cerré la boca, qué podía decir si no había argumento para rebatir la jodida realidad.
—Venga —apretó para terminar de convencerme—, es mi última oferta: los días que tu mujer trabaje en el Penta te pagaré un porcentaje de lo que saque con la siete y con ella, tengo que hacer números pero saldrás satisfecho y con ganas de repetir, fíate. Ya lo sé —dijo anticipándose—, a ti el dinero tampoco te importa. Verás lo que pasa cuando tengas en las manos los primeros billetes por vender a tu mujer. Lo he visto en otros, es tan adictivo como la heroína.
«Tu mujer, tu mujer», repetía machaconamente sabiendo el efecto que provocaba. Me levanté de la mesa, no podía soportar tanta presión.
—Tengo que pensarlo.
—Por supuesto, consúltalo con la almohada. Y cuéntaselo a tu mujer.
…..
—Te lo advertí, está obsesionado con Carmen. No vuelvas por el Penta, podemos vernos a la salida.
—No pienso ocultarme, le he dicho que lo pensaré, no va a insistir.
—¿Es cierto? ¿Lo vas a pensar?
—A Carmen, trabajar contigo le ha dejado huella. Ya sé, resulta grotesco, incluso insultante; lo que para ti es algo a lo que has llegado por necesidad se convierte en una experiencia trascendental para una universitaria con la vida resuelta.
—No me ofende, hemos hablado mucho, nos conocemos bastante bien.
—Tal vez se lo cuente.
—Hazlo, acabará por enterarse.
—¿Tú crees que desea repetir?
—Lo que quiera es cosa suya, eres tú quien está deseando que lo haga.
—Me tienes calado. Una vez le dibujé el tatuaje con un rotulador.
—¿Tanto te gusta? A mí no dejas de mirármelo.
—Me impresionó verlo en su cuerpo. La nueve. A ella también le gusta, aunque diga lo contrario.
—Habrías querido que se lo hubieran tatuado.
—Seguramente.
—Reconócelo.
—Daría cualquier cosa porque lo tuviera grabado en la piel como tú.
—Lo sabía. Sigues viendo a Carmen cada vez que me pones de culo, a que sí.
—Eso era antes.
—Qué mal mientes.
—Te lo digo en serio, vengo a verte a ti.
Me besó, sabía que era sincero.
—Si vuelve, ese cabrón se lo va a tatuar.
—Me lo ha dicho. Qué estoy haciendo, Candela.
—Cálmate, aún no has tomado ninguna decisión, además, no depende solo de ti.
—¿Sabes lo que me ha propuesto para convencerme? Compartir ganancias.
—Hará cualquier cosa por conseguirla.
—Me ha ofrecido repartir los beneficios que obtenga con vuestro trabajo. Está desquiciado.
—Ten cuidado, no es de los que aceptan un no por respuesta.
…..
Habíamos quedado en pasar la última noche en su casa. Fui a recogerla al Penta de madrugada, estaban cerrando, no había música, las luces estaban apagadas, solo la iluminación de la barra permitía al personal barrer, colocar las mesas y reponer las cámaras.
—¿Una copa?
La voz procedía del fondo. Diego salió de la penumbra con paso lento.
—No, gracias, he venido a buscar a Candela.
—Míralos, como una pareja de novios.
—Como dos buenos amigos.
—Con derecho a roce.
—No me jodas, Diego.
—¿Has podido hablar con tu mujer de mi propuesta?
—Esto es para hablarlo en persona. Escúchame, mañana salgo para Madrid, no quisiera que te hubieras hecho una idea equivocada, voy a meditarlo a fondo antes de decírselo, no esperes una respuesta a corto plazo y, por supuesto, no hagas ningún movimiento por tu cuenta.
—Déjate de chorradas, si quisiera ya lo habría hecho, sé dónde vivís y dónde trabaja, he tenido tiempo de sobra para cometer una torpeza de tal calibre. No, Mario, no es mi estilo, conozco a las personas, sé esperar. Esta partida la tengo ganada.
—No estés tan seguro.
—¿Apostamos?
Desolación
Mi madre no estaba bien, el catarro que había cogido en el chalet no acababa de curarse, la tos persistía, tenía décimas. Cabezota como yo, se resistía a ir al médico. Me fui a Londres intranquila, hablaba con Esther y notaba que no quería preocuparme. La primera llamada al volver fue a mi hermana.
—Tiene una tos de pecho muy fea y la fiebre ya es algo más que unas décimas. A ver si entre las dos logramos convencerla. Además, papá está asustado.
Aparqué todas mis obligaciones. Papá parecía un niño desvalido, poco le faltó para echarse a llorar. Traté de calmarlo, pero en lugar de atenderme se refugió en mi hermana. Pasa a verla, me dijo Esther. Entré en la alcoba, muy mal se debía de encontrar para permanecer en la cama. Me sonrió y un golpe de tos la vapuleó sin piedad. La encontré demacrada, débil, sin la fuerza que la caracteriza.
—Es un mal catarro, no te preocupes, —dijo al ver mi cara de preocupación.
—Claro, y yo soy la reina Isabel II. ¿Qué ha dicho el médico? No lo habéis llamado, como si lo viera.
—En unos días estaré bien.
Me senté a un costado, tenía las manos calientes, le tomé la temperatura en la frente: ardía.
—Mamá, si estuvieras en mi lugar y me vieras hecha un asco como estás tú —un asco, sí—, ¿qué harías? Hazlo por papá, está muy preocupado.
Con paciencia, negociando entre las dos la convencimos, llamamos a urgencias, el doctor confirmó nuestras sospechas e inició los trámites para el traslado en ambulancia. No protestó, se rindió a la evidencia que había tratado de negar hasta el último instante.
Los días siguientes fueron un trasiego entre la clínica, la casa, el gabinete... Intentamos que mi padre se mudara a casa porque con Esther no era posible dada la falta de sintonía con Daniel, pero se negó en rotundo a abandonar su hogar, lo entendimos y formamos un comité de crisis, nos turnamos los tres para acompañarlo en todo momento. No era tan mayor, pero estaba sobrepasado, jamás se habían separado y la incertidumbre que la enfermedad le daba al futuro había minado su resistencia.
El diagnóstico fue neumonía, si se hubiera intervenido a tiempo no habría llegado a tanto, el tratamiento comenzó a dar frutos hasta que inesperadamente sufrió un revés y la trasladaron a la UCI. De vuelta a planta, nos organizamos para pasar las noches con ella y con mi padre. Una vez pasado lo peor, era cuestión de días que le dieran el alta.
Las noches se hacían eternas, no conseguía dormir y dedicaba el tiempo a vigilar el descanso de mi madre. También sirvieron para volver a conectar, la enfermedad la había dejado menos combativa, podíamos hablar de cualquier cosa sin temor a que me sometiera a un interrogatorio sobre los aspectos de mi vida que le preocupaban. Estaba demasiado débil todavía o había decidido aparcar de momento las inquietudes sobre su hija mayor, esa a la que le bastaba mirar a los ojos para descubrir hasta el último de sus pensamientos. Fuera lo que fuese, disfrutaba de su compañía como cuando era una adolescente. La observaba dormida y me preguntaba qué pensaría de mí si conociera la verdad, cómo reaccionaría si supiera en lo que se había convertido su hija. No era vergüenza sino temor a provocarle un dolor inmerecido.
Mi padre parecía haber vuelto de una guerra, estaba agotado física y emocionalmente, por primera vez se enfrentaban a una crisis en la que se veían obligados a separarse. Ninguno, salvo él, temimos por un desenlace fatal, dudo que lo creyera con certeza, aunque la mera posibilidad bastó para desestabilizarlo. Mario y Esther hacían turnos para acompañarlo y me dolió, siempre había sido su preferida y al surgir una situación de emergencia percibí con claridad que elegía el apoyo de otros. Me centré en acompañar a mi madre.
Andrés vino a interesarse por su estado, estuvimos hablando, sobre todo me escuchó y conseguí unos minutos de alivio.
—Si necesitas cualquier cosa, cuenta conmigo, lo que sea, tómate el tiempo que haga falta.
—Te lo agradezco, prefiero estar con la mente ocupada.
Una noche, a punto de marcharse Esther, apareció Ángel, fue la gota que rebasó mi nivel de resistencia, los médicos nos habían dicho que las próximas horas eran críticas; me derrumbé, Ángel trató de calmarme, luego dejó que descargara la tensión. Es lo que necesitaba, desahogarme con una de las personas más importantes en mi vida. Terminé de volcar mis temores, escuché sus consejos y le besé, no pude evitarlo, le besé como llevaba deseando hacer desde su regreso del infierno.
Entonces la vi con dos cafés en la mano mirándonos boquiabierta. Retiré la mano de su mejilla y me separé de su boca sin apartar los ojos de ella, lo cogí del brazo y nos acercamos.
—Es Ángel, mi jefe y un buen amigo. Esther, además de mi hermana, es mi mejor amiga y confidente.
Rompí el hielo, no podía hacer otra cosa. Esther sería capaz de reaccionar en medio de un cataclismo, le saludó como si no hubiese visto nada, hablaron de la recuperación de nuestra madre, poco después se despidieron, Ángel amagó con besarme a mí también en la mejilla, le planté mi boca en la suya, seré cualquier cosa menos hipócrita.
—Conque este es tu jefe.
—Uno de mis jefes.
—¿Y a todos los tratas con tanto cariño? ¡Por Dios, Carmen, tiene la edad de papá!
—No es tan mayor, es… es una historia muy complicada, ya te lo contaré.
—No lo dudes.
Tres semanas después de ingresar le dieron el alta, el peligro había pasado, mi padre volvía a respirar tranquilo, todos estaban felices, me sentí orgullosa de Mario, sabía de sobra el cariño que le profesaba a mi madre, en esta ocasión se había desvivido por ella.
Yo salí de este episodio cargando una tristeza imposible de compartir con nadie.
Confidencias
Do you believe in life after love?
I can feel something inside me say
I really don't think you're strong enough, no
¿Crees en la vida después del amor?
Puedo sentir algo dentro de mí decir
No creo que seas lo suficientemente fuerte
Believe. Cher 1998
—¿Cómo la has encontrado? —preguntó nada más salir.
—Está muy desmejorada.
—Le han caído diez años encima.
—Ya sabes cómo es, en cuanto coja fuerzas y recupere un poco de peso volverá a ser la misma.
—Ha estado muy mal, no sé tú, yo estaba muy asustada.
Nos alejábamos de la casa de nuestros padres cogidas de la mano como cuando éramos pequeñas, al llegar al lugar donde tenía aparcado el auto, le dije:
—¿Tienes prisa?
—Ninguna, hay partido, voy a estar sola hasta que se digne a aparecer.
—Vamos a casa, nos pedimos algo y hacemos una merienda cena.
—¿Y Mario?
—Cuando llegue, que se apunte.
Enfilamos a casa, en media hora estábamos cambiadas con ropa cómoda, ron con coca y gin tonic, charlando sin parar de temas que nos ayudaran a olvidar las preocupaciones, sin embargo, no podía ignorar la sombra de tristeza que empañaba la mirada de Esther.
—¿Me vas a decir qué te pasa?
Barajó qué contarme, yo esperé paciente.
—Me preocupa papá, está desconsolado como si hubiera estado a punto de perderla.
—Es normal, llevan toda la vida juntos y es la primera vez que se enfrenta a una situación tan grave. Se recuperará en cuanto vea a mamá bien.
A mí también me preocupaba, pero por otro motivo, lo había visto refugiarse en Esther y sin poderlo evitar me embargó un absurdo sentimiento de celos; a mí, su ojito derecho, esta vez me dejaba de lado y se volcaba en mi hermana. Qué bobada, pensé cada vez que los vi cogidos del brazo sentados en los sillones de la sala de espera de la clínica o en la habitación; mi hermana ejerciendo de cuidadora y yo, rondando alrededor mendigando un poco de atención. Exageraba, sin duda, pero ya se sabe, las emociones no atienden a razones. Pasada la crisis mi padre seguía distante, era un hecho incuestionable, sin rastro de enfado, eso sí, no obstante su trato conmigo no era el mismo y no podía hablarlo con nadie a riesgo de que me tildasen de ñoña.
Esther llevaba un rato hablando de Daniel y yo había perdido el hilo, me esforcé en ponerme en situación: era lo de siempre, la apatía, el abandono, el exceso de alcohol, el mal carácter que iba en aumento… Una velada insinuación de agresividad encendió las alarmas. ¿Debería contarle lo que pasó en el chalet?
«—No me soportas, nunca me has tragado sin que te haya dado motivos.
—Deberías tenerlo claro; ahora, si no te importa.
Se interpuso en mi camino. En absoluto soy una persona cobarde, sin embargo, lo que vi en su rostro me llegó a intimidar.
—Ten cuidado conmigo.
Me sobrepuse, ya no era la misma a la que ese miserable le provocaba tanto asco como para rehuirlo.
—¿Tú quién te has creído que eres?
—No te equivoques, puedo hacerte mucho daño donde más te duele —dijo y amagó un gesto hacia su derecha. Al otro lado de la piscina, Esther charlaba con papá.
La cólera me nubló la vista, no tenía palabras, ni siquiera una idea concreta; el instinto más primario de huida o ataque me empujó a avanzar y le planté cara.
—No te atrevas, como le hagas daño a mi hermana te hundo la vida, ¿me oyes?
Dio un paso atrás y una vez guardada la distancia recuperó la chulería.
—Venga tía, ¿qué película te estás montando?
Los oídos me zumbaban, tenía la sensación de ver su rostro a través de un túnel, lo demás quedaba fuera de foco.
—Te lo advierto. Como la toques, acabo contigo.» (8)
La prudencia me hizo pensar que era pronto para contárselo.
—Te llamé hace un par de noches, ¿te lo dijo?
—No, ¿cuándo?
—Me lo figuraba. No es la primera vez; según él, estabas en la ducha, le pedí que te dijera que me llamaras.
—Se le olvidaría.
—Te lo he dicho, no es la primera vez que lo hace, y ahora me dices que se está volviendo violento.
—Yo no he dicho eso.
—Tienes que dejarlo, chiqui, estás cosas siempre van a más.
—Oye, no ha pasado nada, ¿eh?, a ver si vas a pensar…
—¿Que te pega?, ni se le ocurra, por lo que cuentas y no cuentas, va camino de hacerlo.
—No exageres.
—Por desgracia conozco de primera mano demasiados casos de violencia de género y todos, absolutamente todos, comenzaron como lo que estás contando.
—Vale, ya está, si lo sé no te digo nada.
—Eso sí que no. Siempre juntas, para lo bueno y para lo malo.
Parecía abatida, nunca la había visto así.
—Nos queríamos. ¿Qué nos ha pasado?
—No te culpes, es él quien ha dejado de tirar del carro, te lo vengo diciendo hace mucho tiempo.
—Ya lo sé, pero me negaba a verlo, ¿ahora qué? Se ha acabado, nuestro amor está muerto y no encuentro las fuerzas para comenzar una nueva vida sin él.
—Eres fuerte, chiqui, podrás levantarte y empezar de nuevo.
—No soy tan fuerte como os creéis todos, me imagino la vida después del amor que he tenido y no me veo capaz de afrontarla.
Nos abrazamos antes de que las lágrimas brotasen incontenibles, no soportaba verla así. Propuse otra copa, fuimos a la cocina, cambiamos de vasos, sacamos hielos, cortamos unas rodajas de limón; un ritual para alejar los ¿malos espíritus? En ese momento sonó el telefonillo. Serán las pizzas, dijo Esther.
—¿Sí?
—Paquete para la señora Morelli.
Abrí el portal con el corazón desbocado, llevaba días sin saber nada de Domi y ahora, esto.
—¿Esperas a alguien?
—Es un paquete.
Tenía que ser discreta. Sonó la puerta, le pedí que llevara la cubitera al salón, debió de notarme algo porque se quedó en la cocina cerca de la entrada. Abrí con intención de acelerar el trámite.
—Un paquete para la señora Morelli.
—Eh, sí… sí.
—¿Es usted?
—Sí, soy yo.
—¿Me dice el DNI?
Se lo dicté dígito a dígito mientras leía el nombre impreso en la etiqueta del pequeño paquete: Carmen Morelli. Lo adoré por ese guiño.
—Firme aquí.
Iba a hacer un garabato cuando lo pensé mejor, firmé con mi nombre: C.Morelli y añadí una rúbrica. El repartidor me dio la copia.
—¿Señora Morelli? —escuché a mi espalda. Me brotó una enorme sonrisa, se acercó y me quitó el resguardo de las manos—. Carmen Morelli. ¿Se puede saber de qué va esto?
…..
—¿Os casasteis? Estás rematadamente loca, lo sabes, ¿verdad?
—Fue una ceremonia sin ningún valor legal, chiqui, Mario y yo seguimos tan casados como siempre e igual de enamorados.
—¿Entonces?
—Fue una locura, lo reconozco, pero es tan bonito…
—Es, no fue, dices es.
—Es. —reafirmé—. Es bonito, es maravilloso, Domi y yo nos queremos con locura y jamás haríamos nada que perjudicara a Mario.
—Como no te expliques…
—Tendrías que haber estado allí. Mejor no, porque te habrías escandalizado.
—Qué habrás hecho.
—Después de ponernos las alianzas…
—¿Alianzas? ¡si vosotros no lleváis alianzas!
—Ven, te la enseño.
La llevé al dormitorio y le mostré el anillo con el nombre grabado, me lo puse y lo lucí.
—Después de ponérnoslas, lo celebramos… —vas a decir que estoy loca—, consumando el matrimonio ante todos.
—¡¿Follaste delante de todos?! ¿He oído bien?, estás como una puta cabra.
—Tampoco eran tantos: el oficiante, una pareja majísima y nosotros.
—¡Ah, bueno!, eso es otra cosa, solo has follado delante de tres. Lo normal en cualquier boda.
—No te cachondees.
—¡Cómo has sido capaz! Y mi cuñado, ¿qué dice de esto?
—Fue el promotor de la idea.
—¡No me lo puedo creer!
—¿Te acuerdas del viaje relámpago a Barcelona? El motivo era entrevistarse con Doménico, tenían temas pendientes por resolver sobre mí, no te jode, dos machitos organizándome la vida; mejor lo dejo porque me enciendo. Al final Mario le pidió que me considerara su mujer, no te voy a dar los detalles.
—Y tú, encantada.
—Imagínate. ¡Oye, nos hemos olvidado del paquete!
Volví a la cocina, Esther se mantuvo en el salón, lo abrí, había una nota y un estuche de joyería, en su interior encontré un piercing para el clítoris con dos rubíes tallados en cada extremo, una joya preciosa. La nota decía: «Guárdalo hasta mi regreso y entretanto decide qué quieres hacer». Me llegó al corazón, lo dejé en la encimera y fui a la alcoba a por el móvil, allí mismo le respondí: «Mio caro, ¿me sujetarás de la mano mientras me perforan para ti?». Volví y no la encontré, ¿sería posible? Allí estaba, en la cocina leyendo la nota.
—¿Es lo que creo que es?
—Un piercing para el clítoris, ¿te gusta?
—¡Qué dolor!
—Si estás con la persona adecuada y lo deseas, no es para tanto.
—¿Estás segura?
—Se lo pedí antes de Semana Santa, los del pecho me los hice sin contar con él y se sintió engañado, solo me falta éste, se lo debo.
—No le debes nada.
—Lo sé, quiero hacerlo.
—¿Se lo has dicho? Se lo has dicho. —afirmó con rotundidad al ver la expresión de felicidad en mi rostro. Le enseñé el mensaje. Mio caro, repetí mentalmente mientras Esther lo leía, ¿me sujetarás de la mano mientras me perforan para ti?
—Di algo.
—Qué envidia me das.
Se me cayó el corazón, me abrazó con tanto cariño...
—Es precioso —dijo volviendo a admirar la joya—, pero yo no podría.
—Quién sabe, el futuro nos lo dirá.
Por un instante debió de creer que su hermana tenía el poder de adivinar el porvenir.
—Además, tiene que molestar.
—Al contrario, es muy… estimulante.
—Qué sabrás tú. ¿Lo sabes?, no jodas, sí lo sabes.
Le conté mi experiencia con Piera, pensé que se le iban a salir los ojos de las órbitas, no dijo ni una palabra mientras relataba cómo jugué con la joya que escondía entre los labios, le conté sus sensaciones por llevar atravesado el clítoris, también le hablé de los riesgos que entrañaba una mala praxis.
—A pesar de todo, lo vas a hacer.
—Lo voy a hacer, estoy decidida.
—¿Me lo enseñarás?
—Y te dejaré tocarlo.
—¡Calla, guarra!
Algo pasó por su cabeza que hizo desaparecer el buen humor de su rostro.
—¿Qué pasa?
—Estas distinta. Carmen Morelli, señora Morelli. Jamás te he oído decir señora de Suárez.
—Cuando estoy con Doménico soy otra, soy su mujer, aunque en un sentido distinto. A su lado me siento suya, es un sentimiento que he visto en otras mujeres y he menospreciado hasta que lo he experimentado. Es mi hombre, ojalá pudiera transmitirte lo que se siente.
—Se me hace raro escucharte, no pareces tú.
—Sigo siendo yo, chiqui, de otra manera. Me excita colgarme de su brazo, verle orgulloso de lucirme.
—Como su deportivo o su traje de Armani.
—Es algo más, pero también. Me exhibe, soy suya, su…
—Su mujer florero. Joder, quién te ha visto y quién te ve.
—Su mujer florero, ¿y qué, si lo disfruto y le hago feliz? Cuántas veces nos hemos disfrazado y hemos hecho locuras, ¿eh?, y después hemos vuelto a ser las mismas. Me disfrazo de la Signora Morelli, lo vivo a tope y cuando se va, vuelvo a ser Carmen.
—Carmen Suárez.
—¿Cuándo coño me has oído decir señora de Suárez?, jamás. Ni a Mario ni a mí se nos ha ocurrido nunca. Con él soy… sumisa, no es la palabra adecuada, pero no encuentro otra mejor. Con él soy sumisa, dócil, entregada, obediente, llámalo como quieras. No pongas esa cara, no estoy trastornada, lo disfruto a lo bestia. Después vuelvo a ser la misma, me quito el disfraz y soy la de siempre, cañera, tocapelotas, mandona, independiente.
—Me dejas a cuadros. A saber cuántas otras Cármenes escondes.
—No escondo nada, tampoco puedo ir por ahí exhibiendo mi…
—Tu vida privada, por supuesto, la de la Carmen que tuvo un aborto. Si no me llego a enterar de rebote, tu hermana se habría quedado fuera, ¿verdad?
—Chiqui…
—¿Averiguaste al final quién era el padre?, porque tu marido está descartado.
Como si yo lo supiera.
—O la otra Carmen que se acuesta con una tía, ¿has probado con otras? Ah, sí, la italiana a la que le comiste el chocho.
—Vale ya, Esther, no seas borde.
—Uf, cuando me llamas Esther con ese tono es que te estoy cabreando.
—No me estás cabreando, ¿a qué viene esto?
—Creía que conocía a mi hermana, que nos lo contábamos todo.
—Lo de Irene se terminó.
—Vaya, he tocado una herida sin cerrar. ¿Qué me dices de la Carmen que se morrea con su jefe en medio del hospital sin importarle una mierda quién la pueda ver?
—Estaba hecha polvo, necesitaba… No lo entiendes, Angel estuvo desaparecido durante el 11S, lo pasé muy mal, temí por su vida. Se sumó todo, lo de mamá, lo suyo…
—¿Te lo estás tirando? Di, ¿te lo follas?
—¿Por qué estás tan enfadada?
—No estoy enfadada, estoy sorprendida y un poco triste porque, a la hora de la verdad, toda esa historia de que contamos mucho la una con la otra es mentira.
—Será porque cuando empecé a contarte mi vida, te escandalizaste y me dejaste plantada, ¿o lo has olvidado?
—Lo siento, estoy rabiosa y lo pago contigo, no es justo.
La llegada de Mario puso punto y final, se alegró de encontrar a su cuñada en casa, poco después llegó el pedido.
—Con un par de pizzas no hacemos nada. ¿Preparo algo y te quedas a cenar?
—No sé qué hacer…
—Venga, tu marido, con el Madrid jugando, llegará tarde.
Le censuré con la mirada, no hacía falta hurgar en la herida.
—Mira lo que me ha mandado Domi.
Le pasé el estuche, lo abrió y se quedó sorprendido.
—Por fin te has decidido.
—Esperaré a que vuelva. Mira qué detalle.
Fui a la cocina y volví con la caja para enseñarle la etiqueta. Sonrió. Esther nos miraba embelesada.
—Carmen Morelli. Se te habrán caído las bragas al leerlo.
—Tenías que haberla visto cuando el repartidor ha preguntado si era ella Carmen Morelli. —le chivó su cuñada.
—Va, ya está bien. —protesté encantada de ser el centro de atención.
—¿No le vas a enseñar el mensaje que le has mandado?
Estaba deseando hacerlo, solo necesité el empujón de mi hermana para coger el móvil, abrir el mensaje y pasárselo, Mario lo leyó en voz alta:
—«Mio caro, ¿me sujetarás de la mano mientras me perforan para ti?» —me miró con tanta dulzura que, de haber estado solos, lo habría empujado a la alcoba—. ¿Te ha contestado?
—Debe de estar ocupado.
Como si nos hubiese presentido, el móvil notificó un mensaje entrante, Mario lo miró.
—Aquí está.
—Dámelo.
—Espera, déjame leerlo. ¡Oh, qué bonito! —exclamó enternecido hasta caer en lo ridículo.
—¡Dame!
—¡Dáselo!
Casi se lo arranqué de la mano, en la pantalla tenía la respuesta del mio bambino.
«Haré algo más que sujetarte la mano, calmaré tu escozor con mis labios. Ti amo»
—¿Qué dice?
Incapaz de hablar, le pasé el móvil a mi hermana. Nos comunicamos con la mirada, los tres nos estábamos diciendo sin palabras mucho más de lo que podríamos expresar con ellas.
…..
Esther se hubiera quedado a tomar otro café, pero estaba intranquila. A las doce Carmen me propuso llevarla a casa, hicimos el camino en medio de un silencio inusual en nosotros roto a veces por frases forzadas sin continuidad posible, sería el cansancio, sería encontrarse con alguien a quien creía conocer y al que querría desbordar a preguntas.
Aparqué cerca del portal y la acompañé, al llegar vimos venir a Daniel.
—Hombre, don perfecto, tú por aquí, cuánto honor. —dijo con la lengua de trapo propia de un borracho.
—He venido a traer a Esther. Tú, de copas.
—Celebrando que ha ganado el Madrid. Y la hermana que salió bien, ¿la habéis dejado en casa?
—Vete a la mierda, Daniel, un día de estos me vas a encontrar.
—Uy, mira qué miedo me das, don perfecto. Tú, tira para casa.
—¿Quieres que me quede?
—No hace falta, Mario y perdona, no le digas nada a mi hermana.
—Nooo, a ver si se va a disgustar la princesa. ¡Tira a casa! —le ordenó a empellones.
Perdí el control, lo empujé con ambas manos contra la fachada, el ruido sordo de la cabeza rebotando en el ladrillo sonó como un balón de basket, sin atender los gritos de Esther le di la vuelta y lo pegué a la pared sujeto por las solapas. Sangraba por la nariz.
—Escúchame bien porque solo te lo voy a decir una vez, si le vuelves a poner las manos encima, te mato. ¿lo has entendido? Te mato. Di que lo has entendido.
Daniel asintió aterrorizado, lo solté, la mirada de espanto de Esther me devolvió la cordura. «Lo siento, lo siento», le respondí avergonzado, no sé lo que me decía, me fui huyendo de mí mismo.
Las cartas sobre la mesa
Roberto no volvió a ocupar ni un minuto de mi tiempo, estaba demasiado atareada para prestarle atención, si alguna vez recordaba el desagradable incidente ocurrido en mi despacho lo apartaba y seguía con mi rutina.
Hasta que se produjo la reestructuración.
Martes tarde, seis y media, sala de juntas. Estábamos casi todos, solo faltaban Andrés y Moreta, Ángel había excusado su asistencia. Los oímos llegar hablando por el pasillo, al entrar vi a Roberto detrás de Andrés, luego llegó Moreta al teléfono, colgó y cerró la puerta. Tomaron asiento y dio comienzo la reunión. Andrés anunció el primer punto del orden del día: la reestructuración tantas veces comentada, la marcha inesperada de Palacios había precipitado la decisión, presentó los cambios en los que se incluía la figura del doctor Huete como responsable de un nuevo departamento que asumía las funciones del que dejaba vacante el doctor Palacios y parte de las que hasta ahora eran competencia del doctor Larrea, el cual no mostraba su mejor cara. Continuamos con el resto de los puntos del día y en menos de una hora se dio por terminada una tensa reunión. Salí sin detenerme en el corrillo en torno a Roberto y aceleré el paso para alcanzar a Andrés.
—Espera un momento.
—Tengo prisa, si no es nada urgente hablamos mañana.
—¿Cómo se te ocurre hacerle esto a Larrea? Lo estás poniendo en la pista de salida.
—Te equivocas. Tengo que irme.
—¿Por qué a Roberto?, pensaba que no lo querías aquí.
Andrés miró a ambos lados.
—Lo hablamos en otro momento. —dijo con evidente incomodidad. Tenía razón, el pasillo no era lugar apropiado.
—No, ahora. —insistí. Resopló y me llevó al despacho cogida del brazo.
—Siempre te tienes que salir con la tuya, un día me voy a cansar y…
—No estoy dispuesta a seguir así, o haces algo o lo hago yo.
—Tranquilízate, vamos a sentarnos.
—Estoy bien de pie. Se ha enterado de lo mío con Ángel, ¿sabes lo que ha hecho? Entrar en mi despacho como un energúmeno y ponerme a parir, de zorra para arriba, dice que si no terminó la faena conmigo fue porque soy fría como el hielo.
—¡Qué cabrón! Le pondrías en su sitio.
—Por supuesto, pero el ambiente se ha vuelto irrespirable, ha optado por usar su careta de simpatía arrolladora y tiene a todo el mundo otra vez encandilado, cuando paso cerca enmudece y pone cara de acelga. Ha emprendido una guerra contra mí a base de hacer que se creen rumores sin fundamento. Pretende minarme, no sé con qué fin, pero lo está consiguiendo. Y ahora llegas tú y le das más poder.
—Cómo iba a saberlo.
—No tengo por qué soportar esto, si no haces nada presento mi dimisión, esta vez no me vas a hacer cambiar de idea.
—De eso nada, tú no te vas, ¿me has oído? Dame dos días, solo dos días y lo soluciono, te lo prometo.
Me había cogido por los hombros, estábamos demasiado cerca, la idea de mi marcha lo había conmocionado.
—De acuerdo, dos di…
Hice intención de separarme, me retuvo, enmudecí, Andrés estaba temblando, ¿qué podía hacer?, le rodeé con mis brazos.
—Tranquilo, no me voy a ir.
Levantó el rostro de mi pecho, debió de darse cuenta de lo que estaba haciendo. Sin mirarme emprendió una confusa disculpa.
—Perdona, no quería… lo que te ha hecho ese malnacido me ha… lo siento.
—No te disculpes, además de mi jefe eres mi amigo, me ayuda que te preocupes. En un momento en el que todos me critican es reconfortante tener cerca a alguien que me cuida.
Mis palabras le cambiaron el semblante, volvió sobre sus pasos y me acarició la mejilla.
—Confía en mí, ese cabrón no va a volver a hacer de las suyas.
Me volvió a abrazar, esta vez con ternura. No lo impedí, le devolví el abrazo temiendo que en cualquier momento Ana entrase en escena. Fue breve, nos separamos y me dirigí a la puerta.
—Carmen, ¿por qué no hacemos una cosa?, dentro de una semana voy a Cantabria a impartir unas lecciones en el aula magna de la universidad, vente conmigo, podría ser la ocasión para que desconectaras,
—No sé qué pinto yo en eso.
—Sí, mujer, puedo convertirlo en un seminario en el que tú lleves una parte. Ven, siéntate y te lo cuento.
A regañadientes le escuché. El contenido de las lecciones —como él llamaba a una clase magistral que estaba dispuesto a transformar en un seminario— entraba dentro de mis competencias y me daba carta libre para añadir lo que deseara con el fin de convertirlo en un proyecto de mayor calado. Lo pensaría, la idea de pasar unos días en Santander, alejada de todo y de todos, cada vez me atraía más.
Al día siguiente, tras consultarlo con Mario, estaba decidida, aún me tomé veinticuatro horas para pensarlo bien y sobre todo para no parecer ansiosa. Se lo comuniqué a las siete, cuando no quedaba nadie en la planta.
—¿Tienes un momento?
—Pasa, ya me iba.
—Entonces no te entretengo, hablamos mañana.
—No seas boba, pasa y siéntate.
—Te estás aficionando a insultarme —bromeé—, aunque boba es lo más suave que me has llamado últimamente.
—Irás a decirme qué te he ofendido.
—¿Con lo de boba?, no.
—¿Y con lo otro?
Levanté las cejas fingiendo ignorancia, quería ver si la osadía quedaba en un simple amago.
—Zorra. —remató con un tono de estudiada ambigüedad.
—¿Es una aclaración o una afirmación?
Contuvo una sonrisa y lo pensó bien antes de responder.
—¿Qué quieres que sea?
—Yo ya lo sé.
—Una aclaración no necesitas, yo tampoco. Estoy seguro de que no te ofendo si te llamo… zorra.
—No me ofendes, aunque tampoco me has contestado.
—Eres una zorra: hábil, estratega, inteligente, siempre un paso por delante de los demás.
Bien capeado, era el momento de dejarlo.
—Tú sí que eres hábil. Acepto.
—¿Aceptas?
—Acepto. Vamos a hacerlo.
Me fui antes de que se perdiera el efecto de la ambigüedad. Quedaba la incógnita de lo que quiso decir con la amenaza lanzada contra Roberto.
Al día siguiente me llamó a su despacho.
—Anoche no me dejaste dormir. Tenías razón, esta mañana he hablado con Larrea, me ha expuesto su malestar y hemos llegado a un acuerdo. Voy a revertir la reestructuración.
—No sabía que te quitaba el sueño. —Andrés se mordió la lengua—. En este caso, me alegro, has tomado la decisión correcta. Y Roberto, ¿cómo se lo va a tomar?
—Déjame a mí que me encargue, la remodelación de esos dos departamentos estaba tomada antes de que Palacios plantease su salida.
—Tú verás, va a pensar que ha sido cosa mía.
—Olvídate, de momento intenta evitarlo.
—Tampoco puedo andar con pies de plomo esquivándolo si bajo a la otra planta. O actuamos con naturalidad o daremos pie a más comentarios.
—Ese es el otro tema: se muda a esta planta, va a ocupar el despacho de Jacinto.
—Mejor me lo pones, lejos del foco de los cotilleos, aquí arriba estamos más a lo que hay que estar.
—Ya veremos.
Dijera lo que le dijese a Andrés, tenerlo cerca no me gustaba, Roberto pasaría por mi puerta constantemente, sería inevitable tropezarnos.
El traslado se produjo dos días después, es cierto que Jacinto no era personal de Dirección ni cumplía una función que justificara su presencia en la planta «noble», pero su salida no fue bien entendida y se sucedieron diversas especulaciones a cuál más absurda, algunas relacionadas con la proximidad a mi despacho. Sin el dique de contención que suponía Julia me encontraba desprotegida y opté por hacer oídos sordos a lo que Itziar me contaba.
Una mañana, en principio tranquila, escuché una acalorada discusión, abrí la puerta y reconocí la voz de Roberto. La bronca provenía del despacho de Andrés, ya se había formado un grupo de curiosos, al verme llegar desviaron la atención hacia mí; no me detuve ni un minuto para evitar cotilleos. Poco después escuché un tremendo portazo. Me costó poco deducir el motivo de la agria disputa.
Los acontecimientos se sucedían a la velocidad del rayo. Los cambios se anunciaron en un comunicado: Larrea mantenía sus funciones y asumía parte de los cometidos de Palacios; Roberto ocupaba la vacante con funciones recortadas. No era una mala propuesta si no partiera de la anterior. Andrés le estaba mostrando la puerta de salida.
Quedaban horas para la reunión de dirección, se esperaba un ambiente tenso, Ángel me llamó para que le pusiera al corriente de los últimos acontecimientos.
—A ver si me entero, se quiere librar de Roberto, va a esperar a que sea él quien se harte y se vaya, ¿lo he entendido bien?
Debía actuar con cautela, no sabía las maniobras que podía estar haciendo Roberto, tal vez Ángel era uno de sus nuevos aliados.
—¿De dónde sacas una idea tan retorcida? Si Andrés quisiera prescindir de él iría de frente.
—Cómo lo defiendes, se nota que eres su ojito derecho, ¿o ha pasado algo entre vosotros y no me he enterado?
—Ya estás con lo mismo, ¿no puedes pensar en otra cosa?
La reunión se celebró en medio de una abierta tensión hábilmente gestionada por Andrés y observada con ironía por Ángel, el curso de la reunión me hizo descartar cualquier alianza con Roberto. Al terminar, hicimos por encontrarnos. Ángel mostraba un aspecto relajado muy distinto al que tenía recién llegado de Nueva York.
—¿Cómo sigue tu madre?
—Está en casa recuperándose.
—Me alegro. Tú estás estupenda, ¿cómo lo llevas?
—A qué te refieres?
—No te hagas la loca, sabes de lo que hablo.
Encendí un cigarrillo sin apartar la vista, si quería decir algo tendría que explicarse.
—Roberto. —dijo por fin—, ¿Se ha soliviantado mucho el corral con su aparición?
Sonreí restándole importancia.
—Lo esperado, pero igual que se alborotan terminarán por apaciguarse.
Miró hacia ambos lados antes de hablar.
—¿Vamos a mi despacho?
—Ni lo sueñes.
—¿Al tuyo?
—¿Estás tonto? Nos están mirando, para ya.
—¿Cuándo nos vemos?
—Saluda a Claudia. —le dije a modo de cortafuegos.
—Le he comentado que iba a verte, ¿sabes lo que me ha respondido? No seáis malos.
—¿En serio?
—Claudia ha pasado página, sabe que no puede ir contra corriente.
—Ya lo hablaremos, ahora no podemos seguir.
—Te echo de menos.
«Y yo a ti». Pero no se lo dije.
Ángel se sumó al grupo en el que estaba Amelia. Roberto nos había estado observando y cuando quedé sola se acercó.
—Lamento lo que pasó en tu despacho.
—Mira, Roberto, vamos a tener que convivir a diario, no nos queda otro remedio que disimular. Intenta olvidar el pasado, ignora los rumores, yo lo he conseguido, si no fuera así habría presentado la dimisión, pero no pienso hacerlo, no les voy a dar el gusto. Si ellos ganan yo pierdo y no estoy dispuesta. No vengas a añadir más leña al fuego.
—No volverá a ocurrir, te lo garantizo y en cuanto a ese grupo, les ha quedado clara mi postura.
—Quién lo diría. Ten cuidado, solo pretenden utilizarte.
—¿Firmamos la paz? —propuso extendiendo la mano.
—¿Qué quieres?, suéltalo ya.
—Muchas veces he recordado lo bien que trabajábamos juntos. Lo estropeamos, Carmen, qué pena, si pudiéramos olvidar y fuéramos capaces de…
—No sigas. Voy a ser clara: no confío en ti. Yo también lo recuerdo, a veces daba gusto trabajar contigo hasta que lo fastidiabas con alguno de tus comentarios machistas o te acercabas con intención de ponerme la mano encima usando el cuento de que mi ascenso dependía de ti. Tampoco entiendo cómo puedes fiarte de mí, yo intenté sacar tajada, dejé a un lado mi dignidad y aguanté tu acoso con tal de conseguir el ascenso que en teoría estaba en tus manos y te daba largas porque lo último que quería era acostarme contigo. Nos engañamos mutuamente, ¿qué crees que puede salir bien? Nada, a no ser que no sea eso lo que estás buscando con este acercamiento.
—Por fin te has destapado, lo sabía, pero me reconforta oírtelo reconocer. No me equivoqué en nada de lo que dije cuando te eché medio en pelotas de mi despacho. Tanta arrogancia para esconder a una furcia que se abre de piernas en cuanto le ofrecen un buen negocio.
—Aquí está el auténtico Roberto, ya ves qué poco me ha costado quitarte la piel de cordero. Ahora que las cartas están sobre la mesa, espero no volver a cruzarme contigo.
Epílogo
Este es el último capítulo que publico hasta dentro de una temporada. El café La humedad cierra por obras, confío en que no sea un cierre por derribo. Dentro de poco entro en boxes para una revisión en profundidad, crónica de una… avería anunciada, que diría Gabo. No escribáis al blog, no queda nadie al mando, sabéis dónde escribir si es que os apetece decir algo. Cuando sea, mi compañera me transmitirá vuestros mensajes.
Gracias a todos por vuestra compañía, ha sido un placer, sin vosotros esto no habría llegado tan lejos.
Mario
Citas
(1) No te olvides del italiano.
(2) Capítulo 183 Los ausentes Febrero 2024
(3) Capítulo 189 En el ojo del huracán Julio 2024
(4) Capítulo 189 En el ojo del huracán Julio 2024
(5) Una jartá: en Andalucía, un montón.
(6) Capítulo 149 Otra vuelta de tuerca 1 Julio 2021
(7) Capítulo 54 Disociación Abril 2013
(8) Capítulo 178 Septiembre negro Septiembre 2023
9 Diccionario de términos argentinos
Chabón: persona cuyo nombre se ignora, o juzga indiferente.
Modo displicente o familiar de referirse a alguien.
Equivale al español tío.
Jodela/joder: engañar, estafar, dañar.
Borrega: nena.
Joda: situación.
Gil: alguien ingenuo o incauto.
Venir a los pedos: rápido.
Tomarse el palo: huir.
¿Os he dicho alguna vez que practico Zen? Desde hace treinta y algunos años. Fin se semana de silencio mental, preparación y limpieza para la próxima semana. Puede que este sea mi último comentario.
ResponderEliminarSed buenos. Mejor no.
Mario
Te deseo mucha suerte en tu revisión a fondo Mario, lo siguiente que espero saber de ti es que estas bien, eso es lo más importante y si para eso tienes que dejar el diario para siempre no lo dudes.
ResponderEliminarTienes todo mi apoyo amigo.
Se me olvidaba. El texto contiene un pequeño gazapo intencionado para hacer que mováis las neuronas, es una especie de Oricios 2.0 aunque, en esta ocasión, no tiene nada de gastronómico. Es, más bien una asincronía (y ya estoy hablando más de la cuenta)
ResponderEliminarComo siempre, premio para los acertantes a mi regreso de Plutón.
Ahora ya sí, corto y cierro.
Vuelvo de viaje y me encuentro esta bomba. Todavía no sé cómo reaccionar. Me cuesta creer que estemos condenados al silencio hasta que se recupere.
ResponderEliminarLo primero es eso, recupérate, es lo más importante.
Pienso que el mejor homenaje que podemos hacer es seguir adelante como hacemos con todos los capítulos contando lo que nos ha parecido, lo que sentimos con cada escena aunque no podamos ponerlo en común. Pienso que cuando vuelva le gustará encontrar nuestros mensajes en el blog , los publicará y los contestará, yo me sentiría contenta por tener amigos que en mi ausencia han seguido pasando por mi casa a dejar una nota de apoyo.
Yo, por lo menos, pienso hacerlo de vez en cuando.
Buena suerte y buen viaje, Mario.
Mucho ánimo Mario y suerte en tu revisión, espero que vaya todo
ResponderEliminarBien y pronto sigamos leyéndote!
Ganas de leer el capituló con calma! Ahora que me estaba acostumbrado a seguir vuestras tertulias… las voy a echar de menos!
Que pena no poder tener noticias de Mario para saber que todo este bien! Los que lo tenemos otro método tendremos que cruzar los dedos y desear y esperar que todo vaya bien en Plutón
Gracias Mario por este nuevo capítulo, y esperemos que este no sea tu último comentario
ResponderEliminarHola. Espero que descanses, Mario y comentarle a Apasionado que el que Mario abandone el Diario........ni se menciona.
ResponderEliminarUn saludo a ambos.
Wiru
Cuídate y como le dice Andrés a Carmen, tómate todo el tiempo que necesites.
ResponderEliminarSe veía venir desde hace tiempo, nos habías ido dando señales de que pasaba algo, tienes todo el derecho del mundo a guardar tu intimidad y no divulgar detalles, ni falta que hace. Perdona si en algún momento me puse gilipollas intentando saber más de la cuenta, soy así y es tarde para que cambie, las hostias me las merezco.
El capítulo que nos dejas es una salvajada, me gustaría comentarlo a fondo pero respeto tu decisión y esperaré tu vuelta para hablar sobre cada escena. No tiene desperdicio.
Un abrazo, amigo, échale huevos.
Lo de que deje de escribir el relato lo digo para que se centre exclusivamente en su recuperación, yo soy el primero que quiere seguir leyendo el diario y mas después de leer el ultimo capitulo.
ResponderEliminarQue quieras guardar tu intimidad es normal, por lo menos por mi parte puedes estar tranquilo que lo entiendo perfectamente, como ya te dije en el comentario que te envié al email, leer el epilogo me hizo sentir como si perdiera a un amigo, pero se que eres fuerte y volverás con energías renovadas.
En cuanto al relato demasiada información que analizar, pero diré que por lo menos esta vez Mario no se dejo llevar por lo que sentía cerrando un trato con Diego a las espaldas de Carmen, todos sabemos lo que va a pasar, pero me a parecido lo correcto que Mario le haya dicho a Diego que tomar esa decisión le corresponde a Carmen.
Mucho animo Mario, tienes el apoyo de todos, como a dicho Lucia seguiré escribiendo comentarios, para que los leas mientras te recuperas, así entre todos tal vez consigamos animarte y seguro que acerté reír.
Ánimo Mario, siempre se necesita un poco de chapa y pintura para volver a lucir bien.
ResponderEliminarTe esperamos pronto con energía renovada.
Supongo que ya estarás en Plutón, el viaje habrá sido como el de los astronautas de 2001 yo he hecho un par de viajes de esos y siempre pensé que lo de la anestesia era igualito a lo de la película para mí la mejor. Espero que solucionen pronto lo de tu revisión y te saquen de boxes a toda velocidad como los campeones.
ResponderEliminarHas dejado dos o tres enigmas mira que eres cabronazo, Uno, qué le dice a Candela de parte de Carmen? Lo de los oricios 2.0 me cogió despistado y tardé en localizarlo pero todavía no encuentro el gazapo. Sigo buscando. Cuídate.
Excelente
ResponderEliminarExcelente
ResponderEliminarEl silencio es angustioso, espero que el correo tenga alguna respuesta algún día. Ojalá todo vaya bien. Te deseo lo mejor. Cuídate.
ResponderEliminarMario, te mando mis mejores deseos para que te recuperes lo mejor posible
ResponderEliminarOtra semana. Te añoramos.
ResponderEliminarEspero que te recuperes, si es lo que creo tómalo con calma, de esto se sale más fuerte, te lo digo yo. Suerte.
ResponderEliminarBatman
Gracias a todos. Estoy preparado para el segundo round la próxima semana. Nos vemos pronto.
ResponderEliminarMario
Un asiduo lector desde Argentina te saluda y te desea una pronta recuperación querido Mario.
ResponderEliminarBruto.
ResponderEliminarBuenos días Mario, una alegría verte por aquí se te echaba mucho de menos en el día a día.
Soy Apasionado
ResponderEliminarMario ya he terminado el relato, estoy terminando de depurarlo, en cuanto lo termine te lo paso, veremos que te parece y si es digno de ser publicado.
Me alegro mucho de tu vuelta.
Bueno parece que ya puedo comentar con mi nombre, esta pajina siempre dándome problemas.
ResponderEliminarEspero que te recuperes pronto y podamos seguir disfrutando de tu relato lo antes posible
ResponderEliminarQué alegrón, por favor, espero que el segundo round salga tan bien como el primero, te estaremos esperando con ilusión y ganas de volver a la normalidad. ¿Para Navidad o antes?
ResponderEliminarBesos de Lucía y Eva.
Gracias, me cuesta fijar la vista en el iPad, por eso no me esperéis ver mucho por aquí. He descubierto el dictado por voz en Word y aprovechó el tiempo avanzando lo que puedo el diario. Mi compañera se ríe cuando transcribe lo que el Word ha entendido, a veces no tiene ningún sentido pero nos sirve para pasar un momento de humor. Al menos puedo avanzar lo que leeréis a mi regreso. Mi chica le va dando forma. Ahora más que nunca el diario es un trabajo de equipo
ResponderEliminarMe alegro que te vaya bien la reentrada en la atmósfera, cómo te fue por Plutón? Las plutonas son tan verbeneras como se cuenta o es una leyenda urbana? Coge fuerzas y vuelve pronto esto no es lo mismo sin ti
ResponderEliminarQué cachondo eres, no creo que todas las plutonianas sean unos plutones verbeneros, digo yo, ni tampoco Mario ha ido de caza. El gazapo costó pero está localizado, habrá que esperar a que vuelva y declare a los ganadores. Y en cuanto al misterio de lo que le encarga a Candela, es otra de las maldad es de Mario
EliminarQue bueno que está encaminado para seguir disfrutando de relatos tan bien escritos!!!
ResponderEliminarNada me alegra más que encontrar actividad de nuevo en el blog y constatar que tu recuperación sigue adelante. Sigo pensando que vuestro relato es uno de los mejores que he leído si no el mejor. Felicidades de nuevo. Un abrazo a los dos. Espero leeros pronto.
ResponderEliminarIL GUARDIANO DIL FARO
ResponderEliminarHola, soy el mismo que estuvo al mando otra vez que Mario se ausentó. Lo del guardiano es una broma entre los dos, un músico italiano de los 80 que nos gusta. Soy el guardián del foro, faro. Ya salió para Plutón y me encargó de darle vidilla al blog, porque no le ha gustado verlo mustio, siente que se equivocó al pediros que no escribierais. Estaré poco tiempo, dos o tres semanas porque este viaje es más breve.
A mandar,
El guardiano dil faro.
IL GUARDIANO DIL FARO 2
ResponderEliminarhola, Si no he hecho ninguna picia, mañana saldrá en Todorelatos este capítulo 191 por fin, es un encargo de Mario y después de pelearme con el sistema de gestión he conseguido cargarlo. A ver qué sale.
Bienvenido farero, aprovecho que estás al mando y planteo una cuestión, De que están hablando Carmen y Mario en este diálogo misterioso?
ResponderEliminar“—Le dijiste lo que te pedí?
—Claro, dice que cuando quieras.”
Y luego sigue con Candela.
“Me preguntó por Carmen, le dije lo que me había pedido que le dijera y prometió pensárselo.”
Yo creo que se trata de un viaje de Candela a Madrid invitada por Carmen.
¿Un viaje a Madrid pagado por Carmen, cómo encaja lo de “cuando quieras? Más bien parece un viaje de Carmen a Sevilla para hacer cosas juntas las dos, Candela le dice, cuando quieras.
ResponderEliminarNo se, si leemos con atención el fragmento del comentario de dosoctavas, Candela le dice a Mario que se le pensara y sin embargo en el fragmento donde Carmen le pregunta a Mario si se lo a dicho, este contesta que cuando queras.
EliminarA ni me parece que es otra maquinación de la mente calenturienta de Mario.
Aún recuerdo la primera vez que tuviste que desaparecer, hace ya mucho tiempo. Aún recuerdo los momentos en los que te abrías con tus sensaciones y tus miedos. Aún me acuerdo cuando ella estaba ajena al Diario y cuántas veces te pedí que se lo dijeras.
ResponderEliminarNo, no te he escrito durante todos estos días en los que no estabas entre nosotros, pero te puedo asegurar que todos, todos los días me he acordado de ti. Y grande ha sido la alegría de saber que ella, cada día más, es parte activa del Diario.
Gracias por volver, gracias por vivir ya entre nosotros.
Un beso enorme.- C
Ha llovido desde entonces, ¿eh?
EliminarSuponía que estabas ahí y que, en cualquier momento aparecería.
El tiempo pasa a una velocidad que asusta y con él, los acontecimientos buenos y malos. Éste ya pasó. A otra cosa.
Besos,
Mario
Me pregunto que tal le estará yendo a Mario, de verdad espero que todo haya salido bien y pronto podamos seguir disfrutando de su compañía.
ResponderEliminarMucho ánimo amigo.
(De la página de T.R.)
ResponderEliminarHola Gatacolorada.
Soy Wiru. No suelo prodigarme en escribir aquí en T.R. contestando a Mario o a otro participante, pero, te aseguro
que tanto aquí como en el blog de Mario siempre leo todos, todos vuestros comentarios.
Efectivamente este capítulo, y el anterior, han sido brutalmente buenos.
No deja de sorprenderme y de encantarme la nueva faceta de placer descubierta por Carmen y Mario.
Donde ya crees que ellos han recorrido todos los modelos de sexualidad habidos y por haber llega lo nuevo y a la vez excitante al máximo.
Me explico:
Mario pone en práctica (por fin, por fin, por fin, como él piensa de rodillas delante de Doménico) su bisexualidad, pero aún más morboso, el descubrimiento de que le excita sobremanera su falta de erección durante el "sandwich" que practica con Carmen y Domi. Él debajo ella, Domi encima o detrás de Carmen, con su polla a centímetros de la vista y la boca de él. Así pasa lo que pasa.......... termina haciéndole una mamada de campeonato y tragándose su leche.
Pero sobretodo, la excitación que siente al comprobar que los dos amantes se regocijan en su flacidez de polla.
Todo llega hasta tal punto que a posteriori busca repetir esa sensación con Carmen medicándose con algún inhibidor de la libido para evitar una erección.
Mario ha descubierto el placer de la sumisión y la humillación y creo que ya mismo lo veremos con una jaula de castidad colocada por Carmen.
Carmen descubre el extraordinario placer de ver a su marido sin poder empalmarse y disfruta de esa sensación de humillación (cariñosa, eso sí), en la que Mario es el pobre macho beta, picha-corta, frente a un amante macho alfa con un pollón como los que a ella le gusta.
Ambos están disfrutando de lo lindo y Domi...........ni te digo.
Creo que no muchos lectores del Diario, quitados quien lo leen desde el punto de vista de un cornudo, como es mi caso, y algunos otros, pueden
apreciar la sutileza y el morbo que plantea Mario en esta nueva situación que les está ocurriendo ahora.
¿Hasta dónde llegará el morbo de esta vivencia tan tan erótica y, por qué no decirlo, viciosa y excitante?, porque lo del piercing en el clítoris está al caer para regocijo y placer de todos.
(Sigue...)
Espero que a Mario no le ocurra nada grave y que le veamos pronto por el blog.
ResponderEliminarPor otra parte:
Intervine en el capítulo donde se habla por primera vez del tatuaje del Penta para Carmen. Pregunté algo sobre esto sin mucho éxito de respuestas y, como ha vuelto a aparecer dicho tatuaje y una pequeña descripción en el capítulo 191, quisiera comentar de nuevo que tengo mucho interés en saber el diseño exacto del mismo.
La descripción que hace Mario no deja claro, al menos para mi, cómo es dicho tatuaje.
Del pentágono con el vértice hacia abajo no tengo dudas. Está claro como es.
Habla de dos curvas contrapuestas y quisiera poner dos ejemplos usando los paréntesis:
Opción A
serían dos curvas así: ( )
Opción B
serían dos curvas así: ) (
Entiendo que es algo así a menos que ambas vayan en horizontal.
Luego habla de la tilde invertida. En el teclado español hay varios de tipos de tildes, acentos o virgulillas, como queráis llamarlos.
Está la tilde de la palabra "camión" que se escribe (las personas diestras) de izquierda a derecha con sentido ascendente.
La tilde para expresar decimales como por ejemplo 9'54, que se escribe completamente vertical.
La tilde que creo no se usa en castellano "`" que se escribe de izquierda a derecha en sentido descendente.
Y luego están las virgulillas de la letra Ñ, el signo "^", y algún otro.
No sé a cual de ellas se refiera Mario y menos aún "invertida".
Sea cual sea, ¿donde va?, ¿entre las dos curvas?, ¿centrada entre ellas?, ¿invertida cómo?, ¿abajo?, ¿arriba?, ¿fuera de las curvas? ¿qué representa dicho icono? ¿un sexo femenino?
A ver si alguien se anima y la describe con palabras muy muy claras y si no, mejor, si alguien se anima a dibujarla y subir una foto a alguna página de
alojamiento de imágenes dejando aquí la dirección.
No sé si T.R. admite poner enlaces, pero quizás no sería óbice ponerlo sin el htt...etcétera, o ponerlo abreviado, o separado por espacios.
Siempre hay formas para enmascarar una dirección de internet si es que T.R. no permite poner enlaces.
Bueno, creo que ya está bien por hoy.
P.D.
Acabo de ver ahora mismo que se está escribiendo de nuevo en el blog e, incluso que Mario, ha escrito algo así que voy a pegar ahí también este mensaje.
Me alegra saber de ti, Mario. Espero que sea lo que sea que ocurre, pase pronto y con buen final.
Gracias a todos por vuestra paciencia al leerme.
Un saludo.
Yo de momento no veo a Mario con un cinturon de castidad, el el futuro quien sabe, pero no creo que vayan por ahí los tiros.
ResponderEliminarAtención, Spoiler:
ResponderEliminarTengo los días contados como administrador del blog, que se sepa.
Tampoco es que haya tenido mucho trabajo, sosos.
Si hemos sido un poco sosos.
ResponderEliminar¿Cuándo vuelve? Puedes dar más datos?
ResponderEliminarQue buena noticia, a ver si no te has adelantado y nos tienes en ascuas esperando
ResponderEliminarBruto.
ResponderEliminarBuenas tardes Il Guardiano, sosos es poco esto ha sido un erial, pero entiéndelo estaba todo el mundo pensando en el jefe.
Hola a todos los que leen este blog.
ResponderEliminarMe da gusto el saber que pronto podremos tener de nuevo al autor de este diario desde el 2007 que publico el primer capítulo, y a la fecha son 191.
En este capítulo hay mucho que analizar, el reencuentro de Carmen con Tomas en Londres, el viaje de Mario a Sevilla donde se reencuentre con Candela, y La patica en el Penta de Mario y Diego, el cómo quiere involucrar a Mario para que convenza a Carmen de que trabaje para él y se deje tatuar.
Queda la incógnita de que le pidió Carmen a Mario que le dijera a Candela y cuál fue la respuesta de Candela.
Sobre la enfermedad de la Mama de Carmen y el comportamiento del papá.
Estoy releyendo por tercera vez el tremendo capitulo y no quise dejar de comentar hasta el momento lo que he leído. ya con mas tiempo hare los comentarios con mas profundidad.
«Decíamos ayer…», dicen que dijo Fray Luis de León cuando la Inquisición por fin le dejó en paz y volvió a la Universidad de Salamanca, frase que repitió Unamuno en similares circunstancias de represión.
ResponderEliminarDecíamos ayer, digo después de estar explorando Plutón y otros inframundos que no le recomiendo a nadie. He vuelto y, por citar a otro grande diré aquello de "¡Mi caaaasa….!», qué bien se está en casa.
Seguiré una temporada e tomándomelo con calma, sin aparecer por donde mis colegas y amigos me han prohibido la entrada y poniendo orden en todo lo que he dictado al Word por voz para el diario y otros papeles más serios. Por cierto, que poco me gusta hablar con el iPhone, si jamas me hice amigo de Siri estaba claro que no iba congeniar con el dictado de Word.
Gracias a todos, poco a poco iré resoondiendo a todos los que me habéis escrito durante este largo viaje.
Mario
Bruto.
ResponderEliminarNo te preocupes demasiado, con verte de vez en cuando por aquí, por lo menos a mí me sobra.
Ahora que Mario está de vuelta y tendrá ganas de participar, no me resisto a compartir algo que me preocupa desde que apareció por primera vez.
ResponderEliminar“ Ha reencontrado al amor de su juventud, también está Graciela, ¿por qué desperdiciar esas oportunidades para mantener un amor que se ha quemado?”
Parece que Carmen o el autor anuncian algo que va a suceder tarde o temprano, todos sabemos que en el futuro del diario siguen juntos pero puede que leamos una separación de la pareja y la vida de cada uno por su lado hasta que se reconcilien. ¿Voy encaminada?
Bruto.
ResponderEliminarBuenas tardes querido Cayo, aunque te tengamos a medio gas voy a comenzar a normalizar, en lo que se ha comentado sobre el recado a Candela para mi es quedar para algo, es la contestación que da, "dice que cuando quieras" eso no es lo que se contesta cuando hay algo importante y hay que pensarlo, que es lo primero que pensé yo, le ha propuesto que se venga a Madrid y que la ayuda.
Pero por otro lado no es que Carmen vaya a pasar por Sevilla para zorrear porque si no la propuesta de Diego no le habría hecho pensar, aunque después lo haga. Vamos un lío.
Se admiten sugerencias.
Enhorabuena, estamos bien portaditos todos, demasiado creo, lo que me alegra es que estés de vuelta ya de tan largo viaje lo único que espero es que el dedo no tenga linterna.
ResponderEliminarSaludos para todos
A medio gas todavía, a ver si este fin de semana empiezo a ponerme al día, disculpadme, en cuanto nos descuidemos esto será solo un recuerdo.
ResponderEliminarY gracias al GUARDIANO, siempre cerca en los momentos difíciles. Te quiero, amigo.
ResponderEliminarVolvió el clavo enmohecido, que viejo y ruin vuelve a ser clavo. Él procede como Dios que no llora, y como Lucifer que nunca reza. Él es como el robledal cuya grandeza precisa del agua y no la implora.
ResponderEliminarHaz vuelto, porque Plutón supo que peleas hasta que muerda y vocifere vengadora, ya rodando en el polvo tu cabeza.
Encantado de que podamos en algún tugurio tomar unos mates amargos. Bienvenido camarada y amigo.
Si no habéis entrado en TR hoy, daos una vuelta. Encontrareis un relato de nuestro compañero Apasionado, un regalo que me hizo durante mi tiempo de banquillo y que permitió animar unas horas conociendo a unos personajes que, como le he dicho, tienen suficiente personalidad como para dar pie a varias historias más.
ResponderEliminarGracias otra vez, Apasionado, me lo pasé muy bien haciendo de Miyagui.
Mario
No hay de qué Mario.
ResponderEliminarHola a todos.
ResponderEliminarPor mi tierra se dice con frecuencia este dicho:
¡Oído cocina......!
No se me volverá a ocurrir.......
Saludos
Wiru.
Mira que me hiciste buscar en internet qué diablos era ese dicho. La verdad Wiru, no lo entiendo hablamos el mismo idioma, nuestro origen tiene que ver con España, en qué momento tenemos una distancia en el habla mayor que el océano que nos separa. Por suerte he encontrado su significado, por lo tanto ¡ Oído cocina ! Wiru.
ResponderEliminarSi no me equivoco, creo entender por dónde va nuestro compañero Wiru, y parte de la responsabilidad es mía, porque fui yo el que en el epílogo del capítulo, pedí expresamente que no escribierais porque no iba estar. Fue un error motivado por la idea de que no iba poder publicar los mensajes, más tarde surgió mi amigo el guardián del faro, pero ya era tarde y este capítulo ha quedado vacío de comentarios, por este y otros motivos, puede que esa sea la razón por la que un planteamiento interesante como el que hizo Wiru a primeros de Octubre haya pasado sin debatir.
EliminarMea culpa.
Ni mucho menos, Mario. Nadie tiene la culpa. Un libro, una película, un poema, un comentario, gustan e interesan o todo lo contrario.
ResponderEliminarNo pasa nada.
Gracias
Que fino hiláis, no había entendido nada de nada en el mensaje de Wiru pero si Mario lo dice será verdad.
ResponderEliminarEl mensaje del que habla se me había olvidado, lo he repasado y hay otra opción que las dos curvas vayan hacia el mismo lado CC y en medio la comilla, tendrían que ser unas curvas menos cerradas que la C mayúscula para que parezcan los labios mayores.
Ahora vais y me ignoráis y dentro de un mes os mando un OÍDO COCINA!!!
Antes de nada, quiero reiterar mi alegria por tenerte de vuelta y mi agradecimiento por tus cariñosas palabras, no hemos hecho otra cosa que pensar en ti, que diría tu admirado Serrat, y por eso hemos estado dándote la vara por mail.
ResponderEliminarAhora te toca a ti, supongo que seguirás de baja un tiempo, podías contarnos en qué andas metido porque no eres de estar mano sobre mano mirando los pajaritos. ¿Para cuándo el próximo capítulo? ¿Qué son esss “otras cosas” dee las que hablabas en uno de los correos? Nos has tenido mucho tiempo sin saber nada de ti, aunque sea para decirnos que te tocas la barriga, escribe.
Lucía, la que lee (lo que le echen)
Acabo de escuchar al Nano, mi Nano, nuestro Nano, cantar acompañado por un violín Aquellas pequeñas cosas y no sé si por mi situación actual, por los años que cargo y cada vez pesan más, porque no hay arena bajo los adoquines, que se me han escapado varias lágrimas.
ResponderEliminarNo hay nada que hacerle, me convertí en un viejo sensiblero.
Cambia, todo cambia. Era a finales de los noventa, yo escuchaba a Mercedes Sosa en el CD del auto recordarme que todo cambia irremisiblemente, incluidos nosotros. Esa y otras canciones de la gran poetisa argentina me llevaban al límite de la emoción, sería por el momento personal atravesaba, sería que la música me emociona.
EliminarNo, querido amigo, soltar las emociones no es una cuestión de edad, es una cuestión de sensibilidad y madurez para perder prejuicios.
Un abrazo,
Mario
Un frío domingo de Octubre en la sierra madrileña, desde la terraza veo caer las hojas secas movidas por una imperceptible brisa, en cuanto el sol se ponga por detrás del tejado tendré que abandonar la posición, no vaya a ser que lo que no pudo Plutón lo consiga una gripe.
ResponderEliminarPor fin he logrado que mi amigo, el guardián del faro, y su mujer se lleven a mi compañera de fatigas a dar una vuelta por el monte que tenemos a un paso de casa; le hace falta, también yo necesito un poco de intimidad, eso de estar continuamente bajo vigilancia estresa un montón.
Cada vez estoy mejor, las secuelas del viaje a Plutón han sido menos serias de lo esperado y ya trabajo a tope, no soy de estar mano sobre mano. Tengo tres capítulos en marcha: el próximo, prácticamente a punto, en proceso de encerado y pulido; otros dos, muy avanzados y, por si fuera poco, estoy tallando un regalo de mi chica, algo que tenía en mente hace años: un glosario de todos lo personajes del diario que ha estado construyendo durante mi viaje y que ahora me dedico a pulir para publicarlo en cuanto esté terminado. Además, no abandono el trabajo académico, proyectos que tenía aparcados para cuando tuviese tiempo.
Si todo progresa adecuadamente, dentro de poco, todo esto será solo una experiencia de la que aprender: No merece la pena vivir tan deprisa detrás de objetivos deslumbrantes cuando a cambio estás dejando pasar la vida. Como decía Ramón Trecet al cerrar cada día su mítico programa «Diálogos 3»: Buscad la belleza, es lo único que merece la pena en este asqueroso mundo.
Bonito párrafo! Que terminen muy bien el finde y mejor inicio de semana!
EliminarMario. espero que tú recuperación esté viento en popa, que pronto tengas la fortaleza de siempre. y puedas seguir con tu vida como siempre.
ResponderEliminarEspero empezar a estar en circulación a mediados de Noviembre, a medio gas por supuesto pero ese es mi objetivo, empezar a aparecer unas horas por el despacho será parte fundamental de la recuperación. Mientras tanto, continúo con la vida tranquila, paseos por la montaña, leo con voracidad y escribo, parece que estoy en plena explosión y produzco páginas y más páginas . Veremos qué queda de todo cuando me ponga a depurar.
EliminarTómalo con calma, pero no tanta, primero tu recuperación, pero si te sirve escribir como terapia pues que bueno, así espero que pronto tengamos un nuevo capítulo.
ResponderEliminarCompañeros lectores, los que comentamos por este medio, hay que seguir escribiendo algún comentario. estoy se ve muy triste con apenas algunos comentarios y el capítulo da para mucho más.
Animo
Estaba viendo hace un rato Las imágenes de lo ocurrido en Valencia y se me ha caído el alma a los pies, espero que los que están desaparecidos hayan podido ponerse a resguardo y puedan volver con sus familias.
ResponderEliminarTodo mi apollo para, Valencia, Castilla La Mancha y Andalucía.
Una recuperación lleva su tiempo y cada persona es un mundo, yo prefiero a un Mario al cien por cien aunque tengamos que esperar más tiempo.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte Señor Miyagi.
Parafraseando a un viejo colega de Miyagui: Gracias, gran saltamontes.
EliminarNo hay de que, has parafraseando al maestro ciego de Kung Fu, muy bueno jajajaja.
EliminarPidiendo pista de despegue a Torre de control. Abróchense los cinturones.
ResponderEliminarRecibido AR1135... Autorizado rodaje a 18L... Viento en calma y 15 °C de temperatura... Buen tiempo en ruta... AR1135 autorizado despegue!!! Buen vuelo!!!
ResponderEliminar