29 septiembre 2008

Capítulo 33  Trauma

(Tiempo aproximado de lectura: 26 minutos)


Abrió los ojos. 

Durante unos segundos intentó ubicarse pero se sentía desorientada.

Miró hacia su izquierda, no reconocía la habitación en la que se encontraba, un intenso dolor de cabeza y un zumbido en los oídos le recordó que se había pasado con las copas.

En pocos segundos se situó; estaba en una cama extraña, el calor de la calefacción no evitaba que se sintiera destemplada al estar desnuda y sin cubrir. Su cuerpo salía del letargo y comenzó a enviarle señales, notó zonas de su piel endurecida por el sudor seco,  una sensación de humedad viscosa le llegó de su coño que percibió dilatado, rezumaba un flujo espeso que mojaba el interior de sus muslos y se deslizaba pesadamente entre sus nalgas empapando la sábana que se pegaba a su piel. Una molesta irritación  en su ano convirtió su preocupación en alarma. A su lado, percibió una respiración acompasada y un penetrante olor masculino que reconoció. Sobresaltada se volvió a mirarle.

- “Buenas tardes muñeca, por fin te has despertado” – Roberto acompañó esta frase poniendo una mano sobre su vello púbico.


Carmen comenzó a recordar; La comida de empresa de Navidad, esta vez en la mesa de dirección, alejada de sus compañeros con los que otros años compartió bromas y charla y que este año le dirigían miradas inquisitivas que le hacían sentirse  el centro de todos los comentarios.  Luego la copas, las conversaciones con los socios, siempre acompañada de Roberto al que tuvo que plantar cara varias veces para que no la pusiera en evidencia delante de todos con sus mal disimulados magreos.

¿Cómo había acabado allí? No recordaba que el restaurante en el que se había celebrado la comida estuviera en un hotel, porque aquello era evidentemente la habitación de un hotel. 

Mientras intentaba reconstruir los hechos que la habían conducido a aquella situación, la mano que descansaba pesadamente sobre su pubis se desplazó hacia abajo y uno de los dedos comenzó a hundirse entre sus labios, instintivamente pensó hacer algo para evitarlo pero comprendió que ya carecía de sentido, no tenía ganas de moverse y le dejó hacer; el dedo se movía despacio, hurgando entre sus labios cerca del clítoris y apenas le molestaba. 

Como en un fogonazo las imágenes se presentaron en su mente, mezcladas, confusas, sin un orden fijo; Se acordaba de un ancho pasillo, ella iba del brazo de Roberto, intentando caminar recto y ahogando la risa etílica que le producía su inestabilidad; Luego, besos en el ascensor, besos que aceptó sin que le provocaran el rechazo de otras veces; se vio a si misma protestando por aquella mano que le había bajado el tirante del vestido y descubría su pecho izquierdo arrastrando la copa del sujetador, recordó que en aquel mismo instante, atrapada contra la pared del ascensor, decidió sorprenderle y cuando se abrieron las puertas dejó su pecho desnudo y salió al hall, la emoción del riesgo disparó su morbo, mas aun cuando escuchó a su espalda la sorpresa ante su audacia expresada en un “¡pero qué puta eres!”; El alcohol le hacía sentirse libre, completamente desinhibida, quería acabar con aquella imagen de estrecha que suponía que Roberto tenía de ella; Caminaba con su pecho desnudo guiada del brazo por el mal iluminado pasillo hacia una habitación, deteniéndose a cada tramo para dejarse besar por  Roberto que aprovechaba para manosear su pecho cada vez con más intensidad.

22 septiembre 2008

Capítulo 32  Alienación

(Tiempo aproximado de lectura: 23 minutos)


Las lágrimas brotaban entre incontenibles sollozos que convulsionaban todo su cuerpo, apoyada en la piedra  del muro que da acceso a nuestra urbanización Carmen lloraba desconsoladamente.

El llanto cesó de improviso, en un instante toda la agitación que la sacudía dejó paso a una extraña calma que apagó el temblor que acompañaba sus sollozos anteriores, su respiración se fue normalizando, Carmen se irguió.

- “No puedo entrar así” – dijo en voz baja, respiró profundamente varias veces, de nuevo su fuerza de voluntad la recuperaba antes de hundirse del todo.


Buscó en su bolso un pañuelo con el que secar sus ojos y pudo comprobar que el rímel surcaba su cara, se limpió como pudo en la penumbra del jardín ayudada por un pequeño espejo que le devolvía la imagen de una mujer desolada que no era ella y a la que rechazó visceralmente; Después, cuando creyó haber paliado las huellas de su llanto, en lugar de entrar por el portal lo hizo por el portón del garaje; accionó el mando que llevaba en el bolso y se dirigió directamente a la plaza que ocupo yo con mi coche; comprobó aliviada que aun no había regresado, entonces aceleró el paso y tomó el ascensor esperando no encontrarse con nadie.


Al entrar en casa se terminó de producir la transformación, la serenidad que la había invadido eliminó todos los síntomas de la ansiedad anterior, era como si nada hubiera sucedido, su cuerpo reaccionó como si un interruptor hubiera desconectado todas las alarmas que la habían mantenido en estado de stress durante toda la jornada, Carmen se movía por casa como si regresara de un día normal, como cualquier otro; Se quitó la ropa tarareando una canción y la guardó cuidadosamente, entró en el baño, orinó y se lavó en el bidet,  cogió sus bragas del suelo y antes de echarlas al cesto de la ropa sucia las dobló, sus ojos se fijaron en la mancha dejada por la humedad que marcaba la parte interior, era la huella del abuso pero no la alteró. Se miró al espejo y se lavó la cara eliminando cualquier rastro del llanto. Su mente estaba en otra parte, decidiendo que hacer de cena, calculando cuantos días le quedaban para comprar los regalos de Navidad para las dos familias.

10 septiembre 2008

31

Capítulo 31

(Tiempo aproximado de lectura: 34 minutos)


El lunes amaneció nublado y desapacible; tras apagar el despertador me volví hacia Carmen y la besé en el cuello, ella aún amodorrada se volvió buscando mi boca

- “Buenos días cielo” – se desperezó en la cama estirándose como una gata, yo recorrí con mi mano su torso en tensión donde sus pechos parecían desaparecer.

- “Buenos días amor”

Mientras nos besábamos, los recuerdos de la pasada noche se agolparon en mi mente y la incipiente erección creció incontrolable, Carmen notó mi polla clavándose en su muslo.

- “¡Cómo nos hemos despertado!” – dijo bajando una mano y apretándola con fuerza– “pero tendrá que esperar a esta noche o llegaremos tarde”

- “¿Qué me hiciste anoche?” – Carmen se detuvo y me miró con ternura.

- “¿Amarte?”

- “Me follaste” – repliqué, ella entornó los ojos y sonrió.

- “No es la primera vez”

- “Sabes a lo que me refiero”

- “¿Tanto te gustó?”

- “Fue… no sabría describirlo, fue… nuevo, distinto, nunca me había sentido así”

- “Al final va a resultar que eres un poquito maricón”

- “¿Por qué? ¿por el hecho de que me hayas dado por culo con tus dedos? Eres una mujer, no un tío” – protesté intentando asimilar el placer que me había causado que me llamase ‘maricón’.

- “No cielo, lo de menos fue que te follara el culo, pero te tenías que haber visto, fue tu actitud la que me llamó la atención”

- “¿A qué te refieres?” –  sabía lo que quería decir pero necesitaba escuchárselo.

- “Es la primera vez que te he visto dejarte llevar, abandonarte a mis manos y no hacer nada” 

- “¿Y eso me convierte en maricón?” – Carmen negó con la cabeza.

- “No cariño, eso te va a permitir vivir el sexo desde otra perspectiva” 

02 septiembre 2008

Capítulo 30  La capitulación

(Tiempo aproximado de lectura: 59 minutos)


El amanecer nos expulsó del paraíso y nos devolvió a la realidad, Carmen salió hacia su trabajo, temiendo el encuentro con su jefe, presagiando su propia indecisión, luchando por compaginar su dignidad y su ambición.

Y yo, mientras me dirigía al gabinete, pensaba si no me habría extralimitado con mis palabras sobre Roberto, prácticamente le había aconsejado que se dejase llevar del placer que pudiera sentir cuando éste la metiese mano. Recordé algo preocupado mi respuesta a su pregunta sobre si debería dejarle ir más allá. Lo que le dije parecía una clara invitación a hacer lo que hiciera falta para no perder el ascenso.

……

- “¿Qué?” – Carmen llevaba ya un rato incómoda por las insistentes miradas de Roberto a sus piernas y se decidió a afrontar el asunto con la esperanza de que la dejara trabajar tranquila, se había sentado de lado para poder cruzarlas sin preocuparse ya que Roberto estaba al otro lado de la mesa, pero éste se las ingenió para acabar frente a ella; era como un niño, - pensó Carmen -, a veces su comportamiento rayaba lo infantil.

Prefería verlo de ese modo antes  que como un acosador, le resultaba menos difícil afrontar sus manoseos como la travesura de un chiquillo que como el abuso de un pervertido. Roberto la miró fingiendo no entenderla

- “Basta ya, no me dejas concentrarme en lo que leo”

- “¿Y yo qué culpa tengo de que tus piernas sean tan largas, tan perfectas…”

- “Ya, ya, ¿podemos seguir trabajando?” – Roberto no tenía intención de parar.

- “¿Te las has medido alguna vez?” – Carmen se quedó boquiabierta ante lo inesperado del argumento, no pudo evitar un golpe de risa que molestó visiblemente a Roberto, ella intentó suavizar el efecto de su gesto.

- “Nunca se me ha ocurrido tal cosa, eso de las medidas es mas cosa de chicos” – Carmen maldijo su tendencia a sacarle punta a todo, Roberto creyó ver en esa frase un resquicio y lo aprovechó

- “¿Quieres saber mi medida?” – su sonrisa resultaba casi sucia.

- “No gracias, no tengo el más mínimo interés, venga, sigamos trabajando”

- “Veintidós centímetros” – Carmen estalló en una carcajada, era un farol propio de un adolescente en plena sobredosis hormonal y no se pudo controlar, Roberto se levantó y echó mano de la cremallera de su bragueta.

- “¿Qué haces? ¿estás loco?” – Carmen descruzó las piernas y se irguió dispuesta a levantarse si a Roberto se le ocurría seguir adelante.

- “¿Juegas al mus?” – Carmen no le seguía – “he lanzado un órdago y tú has dicho ‘lo veo’”

- “No Roberto, no he dicho nada, dejémoslo ya, y si no vamos a trabajar me voy” – dijo recogiendo los papeles de la mesa, Roberto levantó las manos en señal de rendición

- “De acuerdo, se acabó el tema, pero reconoce que te he intrigado” – Carmen renunció a seguir alimentado aquel absurdo diálogo.

- “Venga, a tu sitio” – dijo indicándole con un dedo la silla al otro lado de la mesa, le trataba como a un chiquillo malcriado y Roberto obedeció sonriendo.

- “Luego dirás que no te hago caso” – Carmen había reanudado la lectura del documento y no  se dio cuenta de que había sonreído al escuchar este último comentario, Roberto vio el gesto.

- “¿Ves como en el fondo te lo pasas bien conmigo?”

Carmen subió la vista hacia él con expresión de incredulidad y volvió a la lectura; pensó que, a pesar de todo, había conseguido crear un buen clima entre ellos en el que le resultaba más fácil controlar sus excesos o soportarlos cuando no podía disuadirle. Aquella situación le resultaba más llevadera que la confrontación permanente en la que ella asumiría el papel de víctima y él sería el abusador.

Poco antes de terminar la reunión, Roberto le anunció un almuerzo para el día siguiente con miembros de la junta del Colegio para negociar una inserción no publicitaria en la revista con motivo de la reestructuración del gabinete.

- “Ponte guapa, ya sabes”