Capítulo 40 El día después (2)
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Cerró los ojos mientras intentaba que su respiración volviera a la normalidad, se sabía observada por Carlos que acostado a su lado no dejaba de mirarla en silencio. Le resultaba tan deliciosamente agradable esa mirada casi reverencial con la que recorría su cuerpo… era como una caricia, sus ojos aun mantenían la misma expresión de sorpresa de la primera vez y no podía por menos que sentirse profundamente halagada por esa mirada que siempre la descubría como un tesoro.
Esa sensación era quizás lo que más intensidad le daba a aquella aventura: Entregarse por primera vez, mostrarse desnuda por primera vez, ver el asombro en los ojos de un hombre por primera vez. La relación con Carlos le había devuelto a un tiempo único, a un instante irrepetible en el que la joven aun virgen se presenta ante el varón, ignorante del poder que su cuerpo tiene sobre el hombre, sorprendida ante el fulminante efecto que su desnudez causa en él.
De su coño brotó un reguero de semen que descendió entre sus nalgas, no se movió, estaba tan relajada, tan absorta en esos pensamientos…
…
Abrió los ojos y se encontró el rostro de Carlos sonriéndola; se sentía más descansada aunque le dolía ligeramente la cabeza a causa del intenso y seco calor del aire acondicionado; una uña rozó su ingle siguiendo la línea producida por su muslo flexionado y su piel se erizó instantáneamente. La luz que atravesaba el ventanal dibujaba en el techo figuras irreales y Carmen se quedó mirándolas, siguiendo su curso errático mientras disfrutaba de la suave caricia que vagaba por su vientre lanzando oleadas de placer hacia su sexo y sus pezones.
La claridad que bañaba la habitación le pareció entonces diferente, demasiado intensa, el murmullo del tráfico, amortiguado por el doble cristal, contrastaba con el absoluto silencio que reinaba en la habitación, entonces sintió algo indefinido que la inquietó, aquel ruido, aquella claridad le producían una sensación discordante, el tráfico que escuchaba parecía demasiado fluido para ser... De repente surgió la alarma, de un salto se incorporó en la cama y buscó un reloj: ¡las once y cuarto!
- “¿Cómo no me has despertado?” – le reprochó mientras se dirigía al baño, Carlos se sintió culpable.
- “Lo siento, estabas tan dormida que quise dejarte descansar”