20 abril 2009

Capítulo 42  Cruzando límites

(Tiempo aproximado de lectura: 37 minutos)



- “Llámale”

- “Si, claro”


Carmen sonrió con escepticismo, no se había tomado en serio mi petición. Mantuve su mirada sin inmutarme y, al ver mi expresión la sonrisa cayó de su boca.


- “¿Estás de broma, verdad?”


Pausadamente negué con la cabeza, mis ojos la retaban y su rostro comenzó a mostrar la incredulidad y la sorpresa que mi petición le causaba. 


- “¡Venga ya!" – dijo intentando rechazar lo que yo le planteaba.


Yo continuaba acariciando su estómago por debajo del pijama, el pulgar extendido rozaba insistentemente la base de sus pechos, tan duros, tan firmes; la tentación era demasiado poderosa y no hice nada por detener a mi mano cuando ésta comenzó a deslizarse en diagonal hacia arriba separándose de su cuerpo y elevando la tela del pijama. La palma estirada apenas rozaba sus pezones marcando círculos y líneas, un irresistible cosquilleo recorría mi mano hasta el punto de casi obligarme a retirarla de la puntiaguda cima que coronaba su pecho. Durante un breve tiempo Carmen intentó encontrar una respuesta adecuada, sus ojos continuamente viajaban desde mi rostro hacia algún punto en la pared posterior o en el techo, se esforzaba pero no conseguía hilar una frase. De pronto la tensión se transformó en risa y rompí a reír, una risa nerviosa producto de la excitación que me provocaba la posibilidad de que llegase a llamarle; Me miró extrañada.


- “¿Y ahora de qué te ríes, si puede saberse?” – Me agaché hacia su rostro con la actitud del que se sabe ganador de una partida.

- “La idea te atrae tanto como a mí, posiblemente mas, y no encuentras la forma de negarte, ¿acerté?”


Cambié bruscamente el rumbo que mi mano marcaba sobre su pezón y observé cómo sus ojos se entornaban, atacada por el placer que la invadía; yo utilizaba toda mi artillería para debilitar sus defensas y para ello nada mejor que atacar sus sensibles pechos; no he conocido a ninguna otra mujer que pueda llegar al orgasmo tan solo acariciando sus pezones.


Carmen hizo un esfuerzo para dominarse y volvió a abrir los ojos.


- “Claro, y yo voy y te hago caso, le llamó y le digo ‘hola cariño, estoy aquí con mi marido y se me ocurrió llamarte’… ¿qué sencillo, verdad?”

- “Dile que tu marido está de viaje, pero no le digas que está en Coruña porque se acordará que yo me voy mañana”

12 abril 2009

Capítulo 41   La resaca

(Tiempo aproximado de lectura: 32 minutos)


Estrenamos el fin de semana envueltos en una borrachera de felicidad y romanticismo adolescente, durante todo el día nos comportamos como dos chiquillos que acabaran de enamorarse. Tras ducharnos desayunamos en la cocina mirándonos a los ojos y rompiendo a reír sin motivo aparente, no hacían falta las palabras, ambos sabíamos en lo que estaba pensando el otro.


Almorzamos en un restaurante del centro, comiéndonos con los ojos, uniendo nuestras manos cada vez que había ocasión; intentábamos no hablar de ello pero era inevitable que cuando nuestras miradas se hacían demasiado intensas, uno de los dos rompiera el silencio.


- “Me vas a desgastar de tanto mirarme” – dijo ella coqueta.

- “Es que me parece un sueño estar ante una mujer tan… increíble” – bajó los ojos intentando encajar mis palabras – “aun me cuesta creer que hace apenas veinticuatro horas tu…” – me detuve, no sabía cómo expresar lo que sentía, su mirada me interrogó, yo no encontraba las palabras adecuadas y ella no dudó en acudir en mi ayuda.

- “¿Yo qué? ¿estuviera follando con otro?”


Su apuesta por provocarme me hizo sonreír satisfecho, no había indicios de pudor en su conducta, no había signos de censura ni arrepentimiento.


- “Eso es, aun me parece mentira que hayas follado con Carlos” – Carmen me miró intensamente, su cuerpo reaccionaba y me adelantaba lo que sus palabras estaban preparándose a decir.

- “Pues ha sido real cariño, no te imaginas lo real que ha sido”  su voz sonó sensual, coqueta, explícitamente sugerente. Jugaba conmigo con total libertad.

- “Me gusta”

- “¿El qué?”

- “Que seas así”

- “¿Y cómo soy?”

- “Me gusta que seas tan puta” – sonrió de una manera lasciva, su mirada se volvió sucia.

- “¿Si? Te gusta verme follar ¿es eso, verdad?