21 mayo 2009

Capítulo 44   Desilusiones

(Tiempo aproximado de lectura: 26 minutos)


La fría lluvia no consiguió despejarme y tan solo reavivó un intenso dolor de cabeza que me había acompañado desde la segunda copa. Cuando entré en la habitación del hotel eran ya las once de la noche ¿Cuánto tiempo había durado la paliza a la que me había sometido Roberto? 


Dejé el abrigo sobre la cama y me vi reflejado en el espejo del armario, una enorme mancha oscura se extendía hacia abajo abarcando medio muslo, sentí la pegajosa humedad que adhería la tela a mi piel y me despojé de toda la ropa dejándola esparcida por la habitación. Entré en la ducha y dejé que el chorro cayera sobre mi cabeza durante mucho tiempo, el agua templada me relajaba y parecía calmar el desprecio que sentía por mí mismo, luego me froté el muslo con la esponja compulsivamente, como si quisiese borrar hasta el último rastro de aquella indigna polución.


“Tu mujer es una puta… se comportó como una golfa… no esperaba nada decente de ella…” las palabras de Roberto se repetían machaconamente en mi cabeza, “…gana mucho en pelotas… vaya tetas que tiene…” 


No lograba arrojar de mi cabeza la voz de Roberto que se repetía machaconamente y sentí asco de mí cuando noté como mi polla comenzaba a crecer. A medida que el agua me rescataba de la ebriedad la vergüenza se fue apoderando de mi mente. Ya tenía lo que deseaba ¿no quería ser reconocido como cornudo? pues ahí estaba, Roberto lo había dicho muy claro “No, si al final me vas a dar las gracias por atender a tu mujer”.


Salí de la ducha, una violenta nausea me hizo correr hasta la taza y eché todo el alcohol que había consumido.

11 mayo 2009

Capítulo 43   La humillación

(Tiempo aproximado de lectura: 30 minutos)


No lo vi hasta el break de las diez y media, yo estaba sentado en una de las primeras filas y me levanté con calma, esperando que salieran antes las filas posteriores. Fue entonces cuando le reconocí caminando hacia la puerta; había olvidado por completo que fui yo mismo quien le puso al tanto del programa, los ponentes y  los trámites para la inscripción aquella vez que Carmen le pasó el teléfono para despejar mi incredulidad ante la idea de que estuvieran almorzando juntos.


De repente me encontré envuelto en una desagradable sensación de inseguridad, por un segundo me descubrí sopesando la absurda posibilidad de salir sin ser visto, abandonar el curso y volver a Madrid, cosa que inmediatamente rechacé de plano, aquella insólita reacción me sorprendió, no soy persona que rehúya los enfrentamientos, aun así me molestaba tener que  cruzar una sola palabra con Roberto. Asumí que era inevitable el encuentro y que lo debía enfocar de la mejor manera posible, pero… ¿Cuál era esa manera?


Le despreciaba profundamente, era difícil que no se me transparentara con claridad, tampoco tenía por qué ocultarlo, ¿debía mostrarme como el esposo ofendido o quizás era preferible aparentar que desconocía hasta dónde había llegado su abuso?


Decidí no aplazarlo más, no iba a mostrarme cordial pero tampoco pondría mis cartas sobre la mesa, le dejaría moverse en el terreno inestable de la duda,  Roberto no tenía por qué conocer lo que yo sabía.


Cuando entré en la sala habilitada para el break no le esquivé, me preparé un café y tomé dos pastas; enseguida me localizó, supuse que él si había ojeado la lista de asistentes y conocía mi presencia allí, me dirigió un leve saludo con la cabeza, yo le respondí de la misma manera, estaba en la zona de los zumos a donde yo me dirigía. Fue él quien inició el saludo.


- “Hola Mario, sabía que andabas por aquí”

- “Hola Roberto”