15 noviembre 2020

Capítulo 136  Confidencias

(Tiempo aproximado de lectura: 25 minutos)


Lunes, veintidós de Mayo de dos mil

Llegué a la estación de Santa Justa con media hora de antelación, entré en la cafetería huyendo del calor y me senté a hacer tiempo; esperaba que Emilio se hubiera calmado, lo conozco bien y tras un calentón siempre recapacita. Esta vez me equivoqué; cuando llegó la hora me acerqué al andén por donde había hecho entrada el AVE, poco después lo vi avanzar y supe que había tensado la cuerda demasiado. Se detuvo, dejó la maleta en el suelo y me miró de arriba abajo.

—Tienes todos los motivos para mandarme a la mierda. —le dije.

—La reunión es a las cinco, ¿qué hacemos hasta entonces?

—Te voy a llevar a un sitio donde podemos trabajar tranquilos y comer allí mismo; tenemos cuatro horas.

Apenas hablamos durante el trayecto; había elegido un restaurante en el que podíamos ocupar una especie de reservado. Tomamos unas tapas y unas cañas y comenzamos a preparar la reunión, todo parecía volver a la normalidad; una hora después comimos algo ligero porque íbamos a tener una tarde intensa. Con el café, Emilio bajó las armas.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Es algo personal, no te puedo…

Me detuvo en seco; no iba a admitir retórica ante lo que consideraba una quiebra de nuestra amistad. Me sentí mal pero ya no podía repararlo y concentré mi atención en la taza.

—No sé cómo me aguantas.

Me miró con ese gesto tan suyo de profesor.

—Últimamente me cuesta, no creas.

—Concédeme un voto de confianza.

—No me gustan las historias de misterio, ya lo sabes.

—Lo sé.

—Pues  no lo parece, hace ya varios meses que no te conozco, pero no seré yo quien te obligue. Tú sabrás lo que haces.

—En cuanto pueda, te prometo…

—Vete a la mierda.

Llegamos puntuales al edificio de la Junta y, como esperaba, Santiago nos hizo esperar. Veinte largos minutos. Tenía una llamada perdida de Carmen: «Hola, solo quiero desearte suerte, un besito». ¿Cómo no lo había oído?, y luego otro mensaje volviendo a desearme suerte y paciencia; la iba a necesitar. Estuve tentado de llamarla pero algo me detuvo: la idea de que estuviese en casa preparándose para su cita. Ya había vivido una conversación así. 

Por fin vimos aparecer al fondo del pasillo a la secretaria. Se acabaron mis dudas.

—El director sigue reunido, va a tener que posponer la reunión hasta las… — Echó una mirada al reloj. No le di oportunidad de continuar.

—Dígale que no se moleste; regresamos a Madrid y cuando tenga clara su agenda que nos llame. —Me di la vuelta, no atendí a Emilio, no iba a soportar un pulso de Santiago. Estaba en la parada de taxis cuando empezó a sonar mi móvil.

—Vuelve coño, nos va a recibir.

—Joder Mario, frena un poco —Caminábamos unos pasos por detrás de la secretaria que, de vez en cuando, se giraba para asegurarse de que no nos había perdido.

—Era un farol, me estaba echando un pulso, lo conozco bien.

—¡Hostias, yo así no puedo, no puedo!

Entramos en un despacho mucho más amplio que el que ocupaba en nuestra anterior visita. A la derecha, una gran mesa rectangular ocupada por seis personas y en la cabecera, de pie, Santiago, con una actitud condescendiente que no pensaba admitirle.

—Caramba Marito, cómo te pones porque te hago esperar un poco, ni que fueras…

—Nos conocemos hace muchos años, Santiago. Buenas tardes a todos.

—Tienes razón, nos hemos pasado de tiempo. Nuestros invitados vienen de Madrid para tratar el tema de su colaboración en el proyecto Albedo. Para los que no os conocen os presento: Emilio Fajardo, socio fundador de...

—Fajardo, Suarez y asociados.

—Eso es, y su socio y viejo amigo, Mario Suarez. —nos batimos en un duelo de miradas y supe que no me lo iba a poner fácil; de entrada me había dejado ante todos por intransigente—. Mario es… un antiguo camarada con el que en tiempos mantuve grandes diatribas políticas, ¿eh?, nos corrimos buenas juergas, incluso nos disputamos a la misma chica…

—Santiago…

Clavó los puños en la mesa alargando en exceso un pausa innecesaria.

—Y mira por donde, ahora se está tirando a mi mujer.

12 noviembre 2020

La libertad de las moscas 




Imaginad que nos vamos al campo y hacemos una barbacoa; recogemos leña, prendemos un fuego y cuando queda la brasa comenzamos a poner la carne y a charlar. Apasionado habla sobre cuál será la canción de Maná que he escogido para el próximo capítulo, Torco aventura algún titulo, la pelirroja se atreve con otros, Apasionado se mete con ella y su gusto por Bisbal y yo propongo a Bertin Orborne como candidato para algún capítulo. Me abuchean. Torco habla del duelo entre Clapton y Harrison por el amor de una mujer, Betito y Juanma se baten en duelo chuleta en mano pero no llegan a las manos. Signe nos recuerda que a veces el bosque no nos deja ver los detalles. Hay debate, hay debate. Entre medias, voy y publico, se deshace el misterio y se arma la trifulca: hay conflicto por una escena difícil. Y se discute, se debate, pero….

De pronto, al olor de la fogata y de la carne, aparece una nube de moscas y algunas avispas; se deshace el encanto y nos dedicamos a intentar espantarlas, pero ya sabéis como son las moscas, una y otra vez vuelven a posarse sobre la carne. Ya no se puede charlar ni debatir porque no hacemos más que dar manotazos y perder el buen humor. 

Si las moscas y avispas hablaran dirían que tratamos de privarlas de su libertad a estar donde les place y a soltar su caquita donde su derecho a expresarse le dicta; aunque sea encima de nuestra carne o nuestra tortilla. Santa libertad. Se acabó la barbacoa, la libertad de las moscas acabó con la charla serena. 

Y como la cosa no es nueva, ya no me apetece salir al campo y hacer barbacoas. Y me pongo a cocinar en casa, donde no hay moscas. Pero no saben igual, porque no puedo compartir con los amigos. 

Entonces decido volver a hacer las barbacoas allí donde puedo extender un mosquitero que deja a los insectos fuera y a los amigos y amigas dentro. Si las moscas y las avispas pudieran hablar dirían que eso limita su derecho a moverse por donde quieran y a extender su caquita por el mundo mundial. 

Ya me voy, que veo venir el enjambre.