Capítulo 91 La búsqueda
(Tiempo aproximado de lectura: 56 minutos)
¿Existe el silencio absoluto? Quizás, pero no en la montaña.
Saturada por los ruidos de la ciudad, Carmen paladeaba el contraste con ese silencio cargado de murmullos, de ruidos apacibles que poco a poco habían comenzado a cobrar presencia en su diario ascenso por el monte. Cada brizna de silencio que llegaba a sus oídos lo hacía cargado de sonidos y al tiempo que su olfato empezaba a percibir aromas olvidados, sus ojos descubrían luces, sombras, formas y figuras que quizás nunca había visto o que creía perdidas. Sus sentidos, ahora sí, comenzaban a reaccionar a la naturaleza.
El siseo constante que dominaba su paisaje sonoro los primeros días, cuando se alejaba del pueblo y se adentraba por los senderos que ascendía la montaña, había remitido. Ahora percibía con claridad el paso del viento entre las hojas de los arboles, el crujir de la tierra bajo las botas, el cencerro lejano de una vaca, el canto desconocido de un ave. Tantos y tantos sonidos que el primer día que se adentró por esos mismos caminos le pasaron desapercibidos y hoy conformaban un conjunto armónico.
Sonríe al recordarlo. Aquella primera jornada anduvo deprisa, como si pasear tuviera un objetivo, una meta, un destino. Ahora sin embargo se deja llevar, saborea la brisa, el sol de la mañana que entibia sus mejillas; escucha y encuentra el sentido a la melodía que va surgiendo, mira el paisaje y ve un esquema de luz y color impresionista.
Busca su lugar en lo alto del risco donde cada mañana se sienta a estar, a ser. Cierra los ojos, inspira profundamente para llenarse del olor a brezo y retama. Agudiza los sentidos y deja que de nuevo el silencio atronador la colme. Diez, quince minutos después saca el cuaderno y, como cada mañana, escribe.
……