Capítulo 167 De dualidades y dilemas
Tiempo aproximado de lectura: 45 minutos
Tenemos que hablar
—Tú dirás.
—Ven, siéntate.
—¿Tengo qué preocuparme?
—Quería haber hablado contigo antes, si no hubiera sido por el aborto.
—Supongo que es sobre lo que dije de Elena y todo lo demás. Verás…
—No, déjame a mi. He estado pensando mucho, sobre todo en algo que dijiste. Para ti soy un sueño, lo he sido desde que me conociste; has tratado de moldear ese sueño a imagen de un ideal que ha ido creciendo en tu cabeza y has actuado para que no se esfumara costase lo que costase. Ahí está el problema, el coste que acarrea mantener vivo un sueño. Esa obsesión ha provocado un desgaste enorme, tanto que no lo hemos visto hasta que ha sido demasiado tarde. Yo lo he entendido ahora, pero tú lo escondes, te niegas a verlo y solo lo muestras cuando los nervios te traicionan o cuando el alcohol te desata la lengua.
—No, no es cierto.
—«Carmen y yo formamos una órbita heliocéntrica, si me acerco me quema, si me alejo la añoro», ¿lo recuerdas? Se lo dijiste a Emilio en mitad de una borrachera; admítelo, eras sincero. Y el otro día, en plena explosión de ira, por fin sale a la luz lo que piensas: has sacrificado tu deseo de ser padre con tal de tenerme a tu lado. Sí, Mario, reconócelo. Al mismo tiempo me consideras un obstáculo para el desarrollo de la relación con, las que consideras, tus mujeres. Ese es el dilema que te impide alejarte de mí y que te perjudica si estoy demasiado cerca. Parece ser que has construido un proyecto de vida conmigo sobre una base poco sólida y ahora, cuando lo hemos sometido a una tensión extrema, se tambalea. No podemos continuar así, yo no puedo.