05 noviembre 2010

Capítulo 49 El italiano

(Tiempo aproximado de lectura: 23 minutos)


Lluvia y frío, Febrero agonizaba y el invierno se resistía a morir. 

Durante un instante me detuve en el portal observando cómo la gente apretaba el paso intentando huir de las finas gotas que se clavaban como agujas en el rostro. Al fin me decidí a salir a la calle y caminé hacia el café donde acostumbro desayunar.

Agradecí el cálido ambiente, la suave música y el murmullo de los escasos clientes. Si algo me gusta de este lugar es la ausencia del sempiterno televisor vomitando basura aunque nadie le haga caso, solo por eso merece la pena tomar su más que mediocre café.

Respondí con un gesto al saludo de Julián, el dueño del local, y me dirigí a la misma mesa que aun hoy suelo ocupar cerca del ventanal en una esquina, protegiendo mi espalda contra la pared forrada de madera, arropado por un perchero a mi derecha que me da una sensación de confort inexplicable.

Miré a mi alrededor. Apenas tres mesas ocupadas y cinco o seis personas compartiendo en silencio la vieja barra de madera desgastada, memoria de tiempos mejores.

Julián me sacó de mi ensimismamiento con una rutinaria alusión al mal tiempo mientras dejaba sobre la mesa el café y “El País”. Repasé los titulares del día de un vistazo  mientras abría el sobrecito de azúcar.

Me eternicé dando vueltas a la cucharilla mientras mi mente viajaba en el tiempo. Formaba parte ya de mis hábitos, era inevitable para mi caer día tras día en la minuciosa revisión de las escenas en las que Carmen y yo dábamos un vuelco trascendental a nuestra vida. Había imágenes que me asaltaban con una fuerza arrolladora sin que pudiera hacer nada por evitarlo. Al principio trataba de contenerlas, intentaba volver a mi trabajo y apartarlas de mi cabeza, pero era imposible, cada vez me dominaban mas y acabé renunciando a luchar contra ellas.