Capítulo 89 La confesión
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(Sábado)
No hubo un motivo concreto que la despertase. De una manera suave y progresiva había transitado del sueño profundo hacia un estado de duermevela en el que ahora se encontraba cómodamente instalada, un estado de absoluta relajación. El siseo del aire acondicionado la hizo consciente del silencio y la soledad que la rodeaba, poco a poco se fue percatando de los sonidos que poblaban el ambiente; el ruido lejano de una moto, el murmullo de una conversación ininteligible al otro lado de la ventana, el tic tac de un reloj que hasta ese momento le había pasado desapercibido.
Se volvió boca arriba, estaba tan relajada… era una sensación agradable, muy agradable que abarcaba su cuerpo por completo. Se estiró todo lo que pudo en la cama, a continuación dobló las piernas y frotó sus muslos varias veces; llevó las manos a sus hombros y recorrió sus pechos. ¡Estaba tan sensibilizada!
Suspiró profundamente.
Placer. Si no fuera por el dolor de cabeza que le rondaba y la sequedad de boca…
Se deshizo del edredón que comenzaba a agobiarla, estaba demasiado arropada, casi hasta el cuello y eso le recordó que antes, ¿cuándo?, estaba desnuda y se intentaba tapar, ¿por qué? Porque alguien entraba en la habitación con Claudia. Un hombre.
Se incorporó de un salto hasta quedar sentada en la cama y la brusquedad del gesto despertó un intenso latido en las sienes. Debía ser tarde porque la oscuridad era total. Buscó a tientas la lámpara de la mesita y consiguió darle al interruptor. Las ocho menos diez marcaba el reloj. La última hora que recordaba eran las seis y media, fue cuando entró ese hombre con Claudia y la vio desnuda. ¡Oh Dios!
Las imágenes comenzaron a agolparse en su machacada cabeza que palpitaba dolorosamente. “¡Vaya cuerpo!”. Recordaba poco más, un mareo intenso, un intento por cubrirse, unas manos que la tocaban, que la destapaban.
“Eres preciosa”, sonó como un eco. Esa voz desconocida se superpone con la de Mario, se confunde con ella.
Un escalofrío recorrió su espalda, algo no encajaba.