Capítulo 29 El oasis
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Pasamos el fin de semana como si fuéramos unos recién casados, había una alegría en el ambiente, tal ilusión entre nosotros que nos ayudó a pasar página y olvidar todo lo malo que habíamos vivido durante la semana que finalizaba. El sábado amanecimos tarde, tras una noche intensa y pasamos el día en Segovia paseando, haciéndonos fotos, charlando y haciendo planes.
Salimos de regreso a las ocho de la tarde, Carmen estaba cansada y al poco reclinó el respaldo y cerró los ojos dejándose arrullar por el ruido del coche. Yo la miraba mientras dormía, la veía tan joven, tan inocente, tan niña… nada había cambiado en ella y sin embargo ya no era la misma persona; Eché la vista atrás, seis o siete meses tan solo y supe que aquella otra mujer ya no volvería, que todas las experiencias acumuladas en unos pocos meses la estaban transformado irreversiblemente, una transformación que no había hecho sino comenzar.
En silencio, al volante del coche, con su respiración acompasada por toda música, no pude evitar el desasosiego de la inseguridad, de la falta de referencias para saber si aquello que yo mismo había iniciado no se volvería alguna vez en nuestra contra. Apenas faltaban seis días para que se reuniera con Carlos, de antemano sabia que aquella cita no sería tan solo el encuentro de dos amigos, la deseaba intensamente y Carmen le deseaba más de lo que ella misma era capaz de reconocer. Tampoco iba a ser como yo pretendía; siempre había dado por hecho que estaría presente, que participaría en su primera vez. Sin embargo las cosas se estaban desarrollando de manera que yo quedaba excluido de aquella cita.
Su primera vez. Con esas palabras mi subconsciente se delataba, estaba dando por hecho que aquella cita irremediablemente la llevaría a la cama de Carlos, ¿cómo podía estar tan seguro?, aun recordaba la frase que me dijo Carmen cuando le hablé de ello: ‘¡Tonto! ¿Me crees capaz?’.
Esa era la cruda realidad, no la creía capaz de contener el deseo de Carlos, no la creía capaz de dominar el arrebato de excitación que sin duda provocaría en ella con su primer beso consentido y esperado, con su caricias añoradas, con sus palabras tiernas que, día tras día a través del teléfono ya habían hecho mella en su resistencia; Temía mas la sensibilidad de Carlos que la chulería de Roberto, ante la imposición Carmen reaccionaría con su carácter, ante la dulzura se derrumbaría.
No sé cuántos kilómetros llevaría mirándome, solo sé que cuando me volví a contemplar su dormir la vi sonriéndome.
- “¿Qué estabas pensando con esa carita de preocupación?” – me dijo mimosa.
- “Que no sería capaz de vivir sin ti”
Se acerco a mí, rodeó mi estómago con su mano y se quedó recostada en mi hombro.
- “¡Tonto!”