Capítulo 34 El encuentro
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A medida que se acercaba la fecha en la que Carmen se encontraría con Carlos empecé a notar como la seguridad que hasta entonces había demostrado ante ella y ante mí mismo comenzaba a resquebrajarse; Seguía pensando de la misma forma, me excitaba sobremanera la idea de verla entregada a otro hombre y seguía confiando ciegamente en su amor, pero visceralmente la cercanía de aquel encuentro me producía en ocasiones una agobiante angustia ante la que nada podía hacer. Era un temor irracional que parecía inmune a todos los argumentos que hasta entonces habían bastado para alejarlo.
Luchaba contra estos miedos, intentaba tranquilizarme argumentando que era lógico que me sintiera así, iba a ser la primera vez que estuviese a solas con Carlos desde la frustrada noche sevillana; Habíamos hablado mil veces de él y mis presiones en la cama en momentos álgidos de gran carga erótica habían logrado que Carmen acabase por reconocer que le deseaba, que, -literalmente -, deseaba follar con él; Sabía que aun no estaba madura y que cuando hablaba así en realidad se movía en el terreno de la fantasía, pero las circunstancias parecían ponerse a favor de que aquella escena pudiera convertirse en realidad.
Si al menos pudiera estar presente; La idea de no saber durante varias horas si Carmen habría cedido a sus propios deseos y a las presiones que yo mismo le había hecho me provocaba una desazón que me paralizaba, quería confiar en ella, no me cansaba de repetirme a mí mismo que no tenía intención de acostarse con Carlos, que solo era una cita para charlar y entregarse unos regalos, “tú eres el que no sabes diferenciar la fantasía de la realidad” me había dicho en más de una ocasión; eso me debía tranquilizar, sin embargo…
Sin embargo yo sabía que aquel día habría algo más que un intercambio de regalos; Carmen me había confiado, sin ocultar su emoción, la intención declarada de Carlos de besarla nada más verla y yo temía que no tuviera la suficiente capacidad de resistencia ante tanta ternura, si apenas le pudo contener en Sevilla donde ya estuvo a punto de dejarle alcanzar su sexo ¿cómo iba a detenerle ahora, después de tantas conversaciones intimas y tanto deseo confesado?