03 diciembre 2008

Capítulo 36  La preparación

(Tiempo aproximado de lectura: 24 minutos)


El despertador interrumpió mi breve descanso y la pereza inicial, que me hubiera tentado en otro momento a apagarlo y ganar una hora más de sueño, se disolvió instantáneamente cuando recordé que aquel era el día en el que se iba a negociar la entrega de mi esposa.


Me levanté de un salto y arrastré a Carmen a la ducha, ambos estábamos agotados por la falta de sueño y el agua fría nos ayudó a despejarnos.


Cuando nos despedimos, antes de montarnos cada uno en nuestro coche, me retuvo un momento de la mano.


- “¿Estamos haciendo lo mejor?” – me dijo preocupada.

- “¿Para nosotros? Sin duda, para Carlos por supuesto, nunca en su vida va a estar con una mujer como tú” – sonrió y me dio otro beso.

- “¿Estás seguro de lo que vas a hacer?” – insistió una vez más

- “Dime que no quieres follar con Carlos y cancelo el almuerzo”

- “¡Qué cabrón eres!”  - dijo riendo.

- “¡Dilo, venga!” – vi esa expresión traviesa en sus ojos, preludio de alguna maldad; Se acercó a mi oído.

- “Quiero saber si con la lengua es tan bueno como con los dedos” – la abracé, me volvía loco escuchar esas palabras de su boca, dejaba a un lado los miedos y se lanzaba a disfrutar excitándome.

- “¡Pero qué puta te has vuelto!” – me miró con la lujuria brillando en sus ojos.

- “Y a ti te encanta”


Aquella mañana nuestras habitualmente breves conversaciones por Messenger fueron más tórridas y mas continuas, cada vez que algo nos interrumpía nos prometíamos volver tan pronto como fuera posible; Pasamos la jornada envueltos en sexo y deseo.


A media mañana la tensión era insoportable y apenas me dejaba concentrarme en mi trabajo, las imágenes se agolpaban en mi cabeza y me llevaban al escenario donde se había comenzado a fraguar la claudicación de Carmen ante sus propios deseos y ante mis continuas presiones.


La imaginaba desnudándose ante Carlos, reviví ese gesto suyo tan personal al liberarse del sujetador; los brazos echados hacia atrás soltando el broche y luego, tomando con una sola mano uno de los tirantes, arrastra la prenda que se desprende de sus pechos y los muestra altivos, firmes, erguidos, duros.