05 febrero 2009

Capítulo 38  La entrega(II)

(Tiempo aproximado de lectura: 67 minutos)


Recorrimos el largo pasillo en un silencio tal que nuestra respiración se podía escuchar claramente, los tacones de Carmen resonaban en el parquet marcando un ritmo lento; detrás, los pies descalzos de Carlos parecían responder a contratiempo. 


Entramos en la alcoba que el día anterior habíamos preparado cuidadosamente; Observé que  la persiana había quedado levantada y tan solo un leve visillo cubría el cristal, era ya de noche y me inquietó que alguien pudiera vernos; Apenas tuve tiempo para pensar en ello, la tensión que vivíamos me hizo centrarme en lo que estaba sucediendo. 


Durante unos segundos se produjo un vacío, un instante de vacilación, un momento de duda en el que faltaba alguien que diera el siguiente paso; inesperadamente fue Carmen quien rompió ese bloqueo. Cuando volvió su mirada hacia Carlos y le vio casi desnudo pareció  sorprendida, luego se llevó una mano a la boca, parecía abrumada por la inminencia del desenlace, era como si no hubiera pasado una hora desde que estuvo en la habitación del hotel en sus brazos, casi desnudo también. Aquella sensación actuó como un detonante que liberó lo que había conseguido refrenar en el hotel, se soltó de mí y se arrojó a los brazos de Carlos, sus manos recorrían con deseo desatado el cuerpo masculino, corrían por su piel hambrientas de sensaciones, él estaba tan sorprendido como yo y se dejaba hacer sin poder reaccionar. Carmen le besaba con ansia las mejillas, los ojos, la boca, el cuello, le acariciaba nerviosamente el rostro con una mano, mientras con la otra recorría su pecho, los costados, la espalda, las nalgas; su respiración agitada se asemejaba a un jadeo que iba aumentando en ritmo e intensidad.


Necesitaba ver la escena con claridad y me situé a su lado, justo en ese momento la mano que vagabundeaba por el cuerpo de Carlos  y acariciaba su vientre se deslizó ante mis ojos hacia abajo hasta recoger en la palma ahuecada el gran bulto que se marcaba en su slip, él reaccionó a ese gesto besándola con más intensidad, Carmen acariciaba su polla a través del boxer y yo no salía de mi asombro ante la insólita conducta de mi esposa. 


Carlos estaba sobrepasado, apenas podía reaccionar ante aquella mujer que dominaba la situación y dejaba poco espacio para que pudiera tomar la iniciativa, nunca había visto ese furor en Carmen, jamás, ni en sus momentos de mayor excitación se había comportado como lo estaba haciendo ahora; “como una ninfómana”, pensé, parecía una ninfómana descontrolada.