Capítulo 80 Sobre el dolor
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Miércoles
El chirrido de un cierre metálico me saca de mis pensamientos, me vuelvo y me encuentro con los ojos del dueño del bar en el que estuve anoche que me observa con recelo. Debe estar pensando ¿Qué hace éste otra vez aquí, a estas horas de la mañana medio oculto en el hueco de un escaparate?. Soy de la opinión de que la mejor defensa es un buen ataque y me voy de frente hacia él.
- ¿Va a abrir ya? – No le gusto, es evidente
- Todavía no – capta mi incertidumbre al vuelo, de cerca le debo parecer inofensivo porque suaviza el gesto, incluso puede que recuerde la generosa propina que le dejé anoche – ande, pase.
Me siento en la misma mesa, el local está frío y huele mal, a grasa refrita una y mil veces. El dueño da las luces, enciende aparatos; no sé por qué lo hago pero cojo el móvil y otra vez como anoche finjo una llamada, hablo de negocios, “¿vas a venir? trae los contratos”, añado; digo algo sobre un atasco en el que supuestamente anda metido mi interlocutor; improviso pero no sé si parezco creíble, de todas formas el hombre se afana con su trabajo, tampoco creo que le preocupe demasiado mi coartada.
Me ofrece el periódico del día mientras se calienta la cafetera, lo acepto, es una buena excusa para estar ocupado y disimular las miradas al portal.
Aquí estoy otra vez, haciendo guardia en este bar andrajoso, frente a la casa de Doménico, tomando un café mediocre.