22 octubre 2014

Capítulo 85 Mea culpa

(Tiempo aproximado de lectura: 49 minutos)



(Viernes mediodía)




“Jean-Marc tuvo un sueño: siente miedo por Chantal, la busca, corre por las calles y, por fin, la ve, de espaldas, mientras camina y se aleja. Corre tras ella y grita su nombre. Está ya a pocos pasos cuando ella vuelve la cabeza, y Jean-Marc, estupefacto, tiene ante sí otra cara, una cara ajena y desagradable. No obstante, no es otra persona, es Chantal, su Chantal, no le cabe la menor duda, pero su Chantal con la cara de una desconocida, y eso es atroz, insoportablemente atroz. La abraza, la estrecha entre sus brazos y le repite entre sollozos: ¡Chantal, mi pequeña Chantal, mi pequeña Chantal!, como si quisiera, al repetir esas palabras, insuflar su antiguo aspecto perdido, su identidad perdida, a aquella cara transformada.”


Milan Kundera, La identidad




Carmen conduce en silencio por la carretera de la Coruña haciendo de una manera automática la ruta hacia su casa, esa ruta que ha hecho tantas veces y hoy recorre sin ilusión, porque no va hacia su hogar. Desea llegar antes que Mario, prefiere recoger sus cosas en soledad y evitar un encuentro incómodo en el que podrían volver a saltar los desencuentros. No tiene fuerzas para discutir, está muy cansada, tan solo desea recoger algo de ropa, unos cuantos objetos personales y algunos recuerdos, estar el mínimo tiempo posible en un entorno que le duele y volver a casa de Irene.

Al enfilar la avenida que conduce al edificio en el que ha vivido tantos años se le encoge el corazón, tan solo una semana antes ese recorrido la hubiera llevado a su refugio, al confort de su hogar. Ahora la guía a un espacio ajeno en el que está de paso, en el que sabe que se va a sentir como si fuera una extraña.

08 octubre 2014

Capítulo 84 Ruleta rusa

(Tiempo aproximado de lectura: 56 minutos)


(Viernes)


Desde la mullida cama de Graciela escucho el rumor del agua en el baño. Me ha despertado el dolor de mi mano que se hace notar saliendo de una tregua que ha durado no sé cuánto, tres, cuatro horas quizás. 

Hace frío, echo en falta el calor que la calefacción central de casa, aún apagada, mantiene durante la noche y por otra parte agradezco estar arropado hasta el cuello, bajo el suave y ligero edredón que nos ha cobijado.

La luz entra a raudales a través de los visillos. Anoche no me percaté de la ausencia de persianas. Ella está duchándose y siento una débil tentación que destierro inmediatamente. No, no tenemos la suficiente confianza, no sé si rompería su intimidad. Prefiero esperar y quizás otro día ser invitado a compartir con ella ese placer.

El silencio que sucede a continuación se llena de murmullos que pinto con imágenes. La supongo desnuda envuelta en una toalla. Algunos sonidos me ayudan a recrear una pierna doblada con el pie sobre una banqueta o quizás apoyado en el borde de la bañera mientras ella seca el muslo. ¿Tendrá el cabello envuelto en una toalla? A lo mejor usa un gorro de baño como…

Un agudo dolor me atraviesa el pecho. Las imágenes se han transformado, ahora es Carmen la que suplanta a Graciela y seca sus pechos con esa gracia que conozco tan bien. Se enrolla la toalla en la cintura y al sentirse observada, gira la cabeza y me mira traviesa, “¿qué me miras?”