31 enero 2018

Capítulo 104 La impúdica verdad


(Tiempo aproximado de lectura: 62 minutos)



He intentado subvertir su plan pero es implacable. Tiene un orden establecido y debemos mantenerlo, dice. No entiende mi interés en remontarme hacia atrás y tampoco puedo presionar demasiado. Debo encontrar el momento para mi confesión.

Encauza la sesión. Hace un quiebro que no esperaba. Claro, es muy hábil; cada vez la respeto más como profesional. Me cede la palabra, me deja al borde de otro abismo.

Cómo me enteré de que estaba en casa de Doménico. 

Se está soltando la mampostería de la chimenea.

Hay tanto que arreglar en esta casa…

Que cómo me enteré. 

No sé si necesito volver a pasar por esto.

—¿Cómo lo supiste?

Me ha concedido tiempo. Puede que haya seguido la deriva de mis ojos, que se haya fijado en cómo he acariciado la piel gastada del sillón, cómo he mirado al techo con ojos de Serrat. Sí, la verdad es que al techo le hace falta una mano de pintura. Y en cuanto al sillón, no lo pienso tirar, lleva tanto tiempo conmigo que es más que un viejo mueble, tiene mucha historia.

Que cómo me enteré.

11 enero 2018

Capítulo 103 Salté de la cornisa


(Tiempo aproximado de lectura: 52 minutos)


—Nada sucedió como esperaba, nada. Empezando por la droga ¿por qué aceptaste dime, por qué? ¿qué necesidad había de tomarla?

Si me hubiera recriminado, si hubiera elevado el tono de voz habría tenido una posibilidad de escape por la vía de la ira, del reproche, «tampoco tú le hiciste ascos». De inmediato rechacé entrar en esa dinámica. Por el contrario Carmen hablaba desde la calma, desde la perplejidad que le producía no entender cómo su compañero al que creía conocer, ese que había compartido su pena, su tristeza al perder amigos consumidos por la droga, el que la había acompañado al duelo de padres y hermanos muy queridos había tirado en un instante todo nuestro ideario sobre la droga.

—Yo, me sentí…

Mayor, viejo sí, por primera vez me había sentido viejo en comparación con su rabiosa juventud. Absurdo lo sé pero me dominó una cruel sensación de ser el perdedor en una ficticia carrera sexual en la que Doménico ganaba por goleada.

No, no podía decirle eso.

Agité la cabeza como si pudiera vaciar la mente y buscar nuevos argumentos.