23 junio 2018

Capítulo 109 Viernes de pasiones (2)

(Tiempo aproximado de lectura: 60 minutos)



—¿Todo bien?

«Sí, todo bien», doy a entender mediante un gesto breve. 

Cinco minutos, el tiempo de un cigarrillo, lo que me llevó caminar pausadamente hasta el cruce que lleva al pueblo y regresar, tiempo suficiente para recuperarme. Intento no pensar, inspiro profundamente, escucho mis pasos, miro el cielo, me detengo a observar la lucha estéril de un insecto atrapado en una tela de araña. Tengo que volver.

Comenzamos.

—Cuando colgué, cuando te dije que no te iba a tolerar que me volvieses a insultar y acabé con aquella conversación me derrumbé. Hasta ese momento conservaba la esperanza de que… En fin, ya puedes suponer, me vine abajo. 

Se levantó en busca del tabaco que ha quedado olvidado en la mesa baja. Encendió un pitillo y volvió a tomar asiento.

—Claudia no es Irene, para mi desgracia. Aquel día aprendí a fumar. Si hubiera estado al volante posiblemente me hubiera matado pero no, estaba en manos de una mujer dominante, ególatra, con una cierta vena sádica que jugó conmigo como si fuera una muñeca. Probé tantas cosas que ni siquiera recuerdo. Follamos e hicimos cosas que prefiero olvidar. También me ayudó a olvidarte, eso se lo tengo que agradecer; no podría haber estado sola aquella noche y si ese fue el precio que tuve que pagar creo que las consecuencias de la soledad aquel día me dan más miedo que todo lo que hice y me hizo Claudia. Al final me quedé dormida de agotamiento, borracha, drogada y cuando desperté…

08 junio 2018

Capítulo 108 Viernes de pasiones (1)

(Tiempo aproximado de lectura: 135 minutos)


“Todos los hombres tienen algún lugar, alguna aventura o alguna fotografía que son la imagen de su vida secreta.”


W. B. Yeats


Desayunamos. Carmen se ha preparado para salir a correr. La veo ensimismada dando vueltas a la cucharilla.

—Tienes mala cara.

—¿Eh? Sí, no he dormido nada bien.

Lo sé, yo tampoco. Cuando regresó a la cama fingí dormir, ella se acostó con sigilo y permaneció quieta intentando conciliar el sueño; enseguida noté que, como a mí, le resultaba imposible, no conseguía encontrar la postura, estaba intranquila aunque procuraba no molestarme. Así llegó el alba y ambos interpretamos la comedia de un amanecer cotidiano.

—Vaya.

—No sé, el caso es que me desperté muchas veces y ya de madrugada me despejé. No te enteraste cuando bajé a beber y me quedé en el salón, no quería despertarte dando vueltas; me arropé con una manta y salí al jardín, se estaba bien pero al rato me quedé fría; volví dentro me tumbé en el sofá y estuve leyendo un rato, pensando. Al final hice una locura —entornó los ojos y sonrió—, cogí el móvil y…

—Lo sé.

Me he precipitado, ha sido un impulso irrefrenable. «Justo cuando iba a descubrir al interlocutor», me reprocho.

—¿Lo sabes, cómo que lo sabes? —pregunta asombrada.