Capítulo 120 Una nueva alianza.
(Tiempo aproximado de lectura: 46 minutos)
“No se puede desatar un nudo sin saber cómo está hecho”.
Aristóteles
No recordaba encontrarme tan mal desde la resaca que siguió al día de su marcha. No quería pensar en aquella borrachera, solo el recuerdo me ponía peor de lo que ya estaba. Me incorporé y el dolor de cabeza protestó con violencia. Estaba solo, supuse que se habría levantado temprano. Intenté ubicarme; todavía no eran las diez, mi reloj biológico andaba algo desfasado. Miré hacia atrás y enseguida supe que Carmen no había dormido conmigo. Bajé las escaleras descalzo, mi primer destino fue la cocina aunque el olfato me adelantó que no había pasado por allí. El silencio me preparaba el terreno; nadie en el salón salvo un vaso con los restos aguados de mi whisky, un cenicero lleno, el olor a tabaco… y el maldito estuche plateado. En algún momento de la noche tuvo que entrar en la alcoba a buscarlo, quizás guiada por la tenue luz del móvil tratando de no estorbar mi sueño.
¿Dónde estaba? Deseché la idea de que hubiera salido a correr; entonces la puerta entreabierta de la habitación de mi hermano atrajo mi atención, me asomé y en la penumbra la vi tumbada boca abajo cubierta apenas por un pico de la colcha; se había dejado caer sin llegar a quitarse la ropa, puede que solo llevase durmiendo tres o cuatro horas. Entorné la puerta y la dejé descansar.
Recogía los desechos de la noche cuando descubrí su cuaderno de notas en la mesa baja. Tenemos un acuerdo tácito que respetamos escrupulosamente; terminé de colocar los cojines, abrí las ventanas para ventilar y subí a ducharme, luego me prepare un café, cogí unas galletas y un analgésico y volví al salón.
Tomé asiento y abrí el cuaderno de Carmen.