Underboob
Tiempo estimado de lectura: siete minutos.
El aire de la habitación del hotel es denso, cargado de aroma a ambientador y expectación.
Carmen se ajustó el top frente al espejo del baño, un modelo underboob que exhibe la curva inferior de los pechos a modo de escote invertido, un modelo de manga larga en tejido de punto de red de color marfil, de estilo "cropped" con un diseño de malla calada. Precioso, y muy sugerente. Es más una provocación que una cobertura. Un modelo que, hace quince años, con su medida de busto, no habría elegido. Hoy es otra mujer, más madura y la prenda parece hecha para ella. Debajo, una minifalda tan escueta que el tanga de encaje negro asoma sin pudor al menor movimiento. No hay facturas que pagar, ni deudas que la aten a este mundo. Carmen está ahí porque quiere, porque pasada la frontera de los cincuenta, el placer de sentirse deseada, de jugar con el poder y la sumisión, el morbo de venderse por un dinero que no necesita la enciende como nada más lo hace. Esta noche, el top reducido al máximo y la falda exageradamente corta pedidas específicamente por un cliente del que no tiene demasiada información, le hacen sentir más expuesta de lo habitual. Y eso, incluso para ella, es un desafío.
“No aparentas más de cuarenta”, le dijo Leandro al verla probarse el conjunto. Leandro es su manager, un eufemismo con el que se dirige al hombre que, desde hace unos cuantos años, le proporciona clientes selectos. Con el paso del tiempo se han hecho amigos y cuando lo necesita es el refugio donde descarga tensión. No exageraba, el espejo tampoco miente. Sigue conservando ese aspecto juvenil y esa figura que tanto gusta y por la que muchos pagan una fortuna. Mientras dure, lo va a vivir a tope.
Respiró hondo, dejando que el cosquilleo de la anticipación recorriera su piel. No es vergüenza lo que siente, sino una mezcla de adrenalina y desdén. La ropa le hace parecer una muñeca de exhibición, pero ella sabe cómo tomar el control, siempre lo hace. Se alisa la minifalda que apenas cubre la curva de su trasero del que tan orgullosa se siente y sale del baño con pasos firmes haciendo bailar las caderas, marcando los tacones como un latido en el suelo de mármol.
El cliente, un hombre de unos cuarenta, regordete, más bajo que ella (pidió una mujer muy alta) con la camisa desabotonada y una mirada que destila hambre, la espera reclinado en un sillón de cuero con una copa. Está contento, el Barça ha ganado la copa del rey anoche frente al Madrid, no ha dejado de hablar de la hazaña mientras ella se arreglaba. Ahora enmudece, sus ojos se han clavado en ella, recorren cada centímetro de piel expuesta; repasa con avidez el modelo que muestra la base de los pechos hasta insinuar el tono de los pezones cuando ella, descuidadamente, retira un mechón de la cara; detecta el vértice de encaje negro bajo la falda que, al caminar, ha quedado al descubierto. Carmen siente el peso de esa mirada, y en lugar de retroceder, lo usa en su favor. Se mueve lentamente dejando que la luz de la lámpara lo resalte, el dibujo del fino encaje se difumina sobre otra textura más densa y mullida del mismo color azabache, sabe que cada paso es una provocación deliberada.
—Joder, qué espectáculo —dice él con la voz ronca, inclinándose hacia adelante. Sus dedos tamborilean en el brazo del sillón como si ya estuviera imaginando dónde va a poner las manos.
Carmen sonríe, un gesto ensayado que destila falsa sumisión. —Me alegra que te guste —responde, su tono grave es un murmullo seductor. Se detiene a un metro de él girando ligeramente para que la minifalda se levante lo justo dejando que el tanga capte toda su atención. Odia esta ropa, aunque no es por pudor. Es demasiado obvia, demasiado evidente. Prefiere la sutileza, el juego de insinuar sin mostrar. Pero el cliente ha pagado por lo explícito, y ella le dará lo que quiere... a su manera.
—Esa falda... —dice levantándose del sillón con una lentitud depredadora. —Quítatela. Quiero verte solo con el top y el tanga.
Carmen alza una ceja manteniendo la máscara de complicidad. Por dentro, una chispa de irritación se enciende. No le gusta que le digan cómo jugar su propio juego, sin embargo el vicio, el placer de controlar la situación incluso cuando parece que no lo hace la empuja a obedecer. Desliza los dedos por la cintura de la minifalda bajándola con una lentitud exasperante, dejando que caiga al suelo como una provocación. El tanga, negro y mínimo, queda expuesto marcando el volumen de la vulva, siente la mirada como un toque físico. La prenda underboob, ajustada y reveladora, completa el cuadro que el cliente ha pedido.
—Así está mejor —murmura él, acercándose. Su mano le roza la cadera, recorre el vientre firme y baja deteniéndose en el borde del tanga. —Esto es exactamente lo que quería.
Carmen inclina la cabeza dejando que el cabello caiga sobre un hombro, un movimiento calculado para mantenerlo enganchado. —Siempre doy lo que piden —miente, su voz es un ronroneo que oculta el desprecio que siente por la obviedad de sus deseos, por la vulgaridad de sus maneras. El beso sabe a alcohol, no es nuevo, está acostumbrada. Le recorre los glúteos sin apreciarlos, como quien apura de un trago un Château Margaux. Le gusta el juego, sí, pero este tipo es predecible, casi aburrido. Aun así, su cuerpo responde al desafío, al placer retorcido de ser el centro de su obsesión, aunque el top y el tanga le hagan sentir como una caricatura de sí misma.
Se sienta en el borde de la cama cruzando las piernas con deliberada lentitud, haciendo que el encaje perfile los labios y absorba la humedad naciente. Él se acerca, y sin pedir permiso sube hasta el borde del top. Con un movimiento rápido, levanta la prenda exponiendo sus pechos por completo. Se sorprende con los zafiros que adornan los pezones, a juego con los pendientes, la gargantilla y el adorno del ombligo, pero es incapaz de decir nada. Sus dedos, fríos y ansiosos, los tocan con una mezcla de torpeza y avidez que hace que Carmen apriete las mandíbulas. Mantiene la sonrisa, la piel se le eriza, no por placer sino por la invasión. Ella es buena en esto, en fingir que cada roce es bienvenido, que su cuerpo está ahí para él.
—Eres perfecta —gruñe, sus manos ahora más atrevidas, se deslizan hacia abajo. Engancha los dedos en el tanga y, de un tirón, lo baja por sus muslos dejándola completamente expuesta. Él sonríe al ver confirmada su sospecha y ella redobla su aparente vulnerabilidad. Él comienza a frotar con movimientos torpes e insistentes buscando una reacción que ella está obligada a darle.
Carmen deja escapar un gemido suave, perfectamente ensayado. Inclina la cabeza hacia atrás arqueando la espalda para vender la ilusión mientras sus manos se aferran a las sábanas, no por éxtasis, sino para anclarse a la realidad. Por dentro, su mente está en otra parte, contando los segundos, controlando cada detalle de su actuación. Él sigue frotando, hundiendo los dedos en su cuerpo sin delicadeza convencido de que la tiene a punto. Se desabrocha con torpe urgencia y le muestra su orgullo, ella interpreta el papel que corresponde: admiración y deseo. Lo enfunda y lo dirige a su encuentro. Carmen se siente mal usada, no importa, soportará unos cuantos zarandeos con la respiración acelerada mientras orquesta cada jadeo, cada temblor fingido. Finalmente, un grito exagerado simula un orgasmo con la precisión de una actriz consumada dejando que su cuerpo se relaje como si hubiera alcanzado el clímax que él buscaba.
—Joder, eso fue increíble —dice él con la voz cargada de satisfacción como si hubiera conquistado algo.
—Me alegra que lo disfrutaras. —responde concediéndole unos últimos segundos de exhibición obscena. Se ha vuelto a engolfar entre sus labios; está un poco harta, pero le deja, casi han terminado.
—¿Escondes alguna piedra más en algún otro sitio?
Carmen sonríe. Si supiera…
—Eso lo dejo a tu imaginación. —responde con un tono dulce pero vacío. Se levanta para recoger la ropa esparcida por el suelo. Antes, se ajusta el top sólo hasta donde debe. Por dentro, su corazón late rápido, no por el esfuerzo, es por la adrenalina de caminar en la cuerda floja. Adora esto, sí, pero también lo detesta. El top como un velo a mitad de sus pechos, el tanga y la minifalda por los suelos: todo es un recordatorio de que, incluso por su placer, hay un precio que pagar. Y mientras finge comodidad, mientras le hace creer que la ha satisfecho, Carmen se promete a sí misma que la próxima vez elegirá ella la ropa, tiene que decírselo a Leandro. Porque este juego, este vicio, es suyo, y nadie más decidirá cómo jugarlo.
Carmen con 50 sigue siendo igual de deseable que cuando tenía 30, se podría decir que incluso más porque aquí se suma la experiencia que te dan los años y juega totalmente a su favor.
ResponderEliminarOtra cosa que queda clara es que ya no es la Carmen sumisa de antaño, tiene que fingir esa sumisión ante el cliente cuando lo que ella más desea es controlar la situación.
Clitoris, pezones, ombligo, ¿donde llevará ese piercing que no se ve a simple vista?, menuda curiosidad me a entrado.
Carmen es una mujer increíble.
A CO JO NAN TE
ResponderEliminarBrutal bestial
Ya tenemos piercing en el clítoris se veía venir
Si tú supieras…. No veo a Carmen con un piercing de lengua es el único sitio donde esconderlo
Apuesto por el chupete nadie ha hablado de otro piercing sino de otra piedra
Acojonante. Quiero más. La verdion de Mario cuando vuelve a casa
Hostia es verdad en la lengua, jajaja, que burro soy, jajajaja.
EliminarA mi también me gustaría conocer la versión de Mario, se ve claramente la evolución de Carmen, me gustaría ver si Mario también a evolucionado en todos estos años.
ResponderEliminarGracias Mario por regalarnos este presente de Carmen y Mario, se ve que Carmen es feliz interpretando eses papel.
ResponderEliminarLa adrenalina que le provoca un nuevo cliente "Hoy es otra mujer, más madura y la prenda parece hecha para ella. Debajo, una minifalda tan escueta que el tanga de encaje negro asoma sin pudor al menor movimiento. No hay facturas que pagar, ni deudas que la aten a este mundo. Carmen está ahí porque quiere, porque pasada la frontera de los cincuenta, el placer de sentirse deseada, de jugar con el poder y la sumisión, el morbo de venderse por un dinero que no necesita la enciende como nada más lo hace. Esta noche, el top reducido al máximo y la falda exageradamente corta pedidas específicamente por un cliente del que no tiene demasiada información, le hacen sentir más expuesta de lo habitual. Y eso, incluso para ella, es un desafío."
Quien o de dónde salió Leandro, entiendo que es persona de su entera confianza, y que le proporciona clientes, será amigo de ambos ?
Mi juego mis reglas, me gusta mucho esta Carmen.
ResponderEliminarLeyendo con mi compañera, escuchando cuando un hombre ama a una mujer, en una habitación de hospital. Estamos re locos.
ResponderEliminarAh, amiga 116.500 kg.
¡Kilo y medio! ¡Bien! Vamos a por otro kilo!!!
EliminarY de locos esta el mundo lleno, lo dirigen, lo destrozan, se pelean entre ellos. Vosotros no estáis locos.
EliminarMario me va a entender y algunos otros también: Detesto la palabra “empoderada”, es un anglicismo mal traducido que ni de lejos consigue expresar el sentimiento que tiene, que tenemos las mujeres seguras de nosotras mismas, capaces de afrontar cualquier vicisitud, y preparadas. Empowerment. Aunque empoderar existía en español, estaba en desuso. Hablemos de mujeres fuertes, seguras de sí mismas, potentes, llamadlo como queráis menos empoderadas. Al menos es mi opinión ya que detesto los anglicismos innecesarios.
ResponderEliminarLo digo porque veo a Carmen fuerte, segura de sí misma, potente. Podrá ser más o menos discutible su conducta, pero fuerte y segura, sin duda lo es.
Mientras dure la energía y la belleza, lo va a vivir a tope. Bien por ella.
Totalmente de acuerdo contigo.
EliminarSegún mis datos en abril cumplió 54 años y Mario 67
ResponderEliminarLa final de la copa del rey que ganó el barça fue el 26 de Abril
Carmen se pegó un homenaje para celebrar su cumpleaños?
67 años no son 54 pero supongo que ha seguido haciendo deporte y le sigue el ritmo
Ya dijo que había aprendido mucho de Tomás
Sería interesante conocer la versión de Mario.
Carmen desprende un aura imponente en este corto relato, como nos cuenta este relato Carmen no lo hace por dinero lo hace por placer porque le gusta.
ResponderEliminarComo dice al final nadie le volverá a decir como vestirse, estoy convencido que que llega a ir vestida de forma diferente a lo que quería el cliente y este una vez hubiera visto a Carmen no hubiera dicho absolutamente nada,absorto por la belleza y sensualidad que desprende se de ella.
Qué me gusta de las mujeres, como mi compañera, esa hermosa contradicción: la fortaleza de una roca y la fragilidad de un cristal.
ResponderEliminarTampoco me gusta ese término. Que tiene de malo decir mujeres seguras de sí mismas. Nos faltarían siglos de evolución para estar a su nivel.
Este capítulo confirma todas mis teorías Hay vida después del Penta
ResponderEliminarAlternativas? Ya han salido en el diario hay que hacer memoria.
Y por si os sirve de pista — buscar a Wally para encontrar el capítulo clave.