Capitulo 203 Sacrificio
Tiempo estimado de lectura: cincuenta y tres minutos.
«El padre de Armand entonces se sentó, me tomó la mano y me dijo: 'Marguerite, soy el padre de Armand. Él te ama y tú lo amas. Pero este amor no puede durar. Tengo una hija que debe casarse, y el buen nombre de nuestra familia no puede estar manchado por este escándalo. Sé que eres una mujer de buen corazón y que te sacrificarás por el bien de mi hijo. Si lo amas, lo dejarás. Es el único camino para su salvación y la nuestra.'»
La dama de las Camelias. Alejandro Dumas hijo
Día cinco (Sábado)
El teléfono rompió la quietud de la madrugada. No podían ser buenas noticias y menos con el infierno que estábamos viviendo. El reloj digital marcaba las cuatro. En la pantalla del móvil, el nombre de Candela me hizo temer lo peor.
—Cálmate, respira. —le dije, aunque mi propio aliento se había atascado en el pecho. Al otro lado del teléfono, la voz de Candela era un murmullo roto por sollozos desesperados. Me contó la noche de horror: los tatuajes, la agresión, la piel herida. Lo más grave era la entrega pactada, Diego la había ofrecido a unos árabes. Una venta sin retorno.
—¿Cuándo? —logré articular; la cabeza me iba a estallar.
—A mediodía, no sé la hora exacta. ¡Date prisa, haz algo! ¡Se la van a llevar!
—Eso no va a pasar, ¿me oyes? ¡No va a pasar! ¿Está contigo ahora?
—Sí, la he traído. Consiguió dormirse hace un rato. Mañana… bueno, hoy por la mañana, Curro viene a recogerla para llevarla al centro de belleza. Diego quiere dejarla perfecta.
Un escalofrío me recorrió la espalda acompañado de una ira creciente.
—¡Hijo de puta! ¡Hijo de la grandísima puta! Tranquila, Candela, yo me encargo.
Colgué.
La idea de volver a Sevilla, enfrentarme a Diego y rescatarla se presentó como la opción inmediata, pero la descarté. Conducir en ese estado, agotado y al borde de la desesperación era una locura. Me quedé inmóvil en la oscuridad con el corazón golpeando descontrolado mientras una idea, la misma idea que me había asaltado al principio de la llamada, cobraba fuerza.
El tiempo avanzó pesadamente. Me levanté, preparé un café y lo vomité. Me duché esperando que el agua helada calmara la tormenta que tenía dentro. A las ocho y media no pude aguantar más. El plan estaba decidido.
—Tomás, soy Mario, necesito verte.
—Mario… Buenos días. Si es por algo relacionado con Carmen, habla con ella, no quiero interferir.
—Escúchame por favor, no cuelgues. Carmen está en un serio peligro.
Tomás quedó en silencio. El eco de sus palabras resonó en la línea.
—¿De qué estás hablando? ¿Qué has hecho esta vez?
—Fui un idiota. La llevé a Sevilla, estaba empeñada en ver lo que pasa en ese mundo, pero algo salió mal. La vio... la vio en la barra. Y… quería ser ella. La perdí de vista.
—No entiendo nada, qué mundo, quién.
—Candela, su doble, la conocí en el club. Se metió en el papel, Tomás.
—¿Qué papel?
—Quería ser una prostituta en una barra.
Escuché una risa seca y breve.
—Estáis locos. ¡Joder, Mario! ¿Cómo se te ocurre, con lo frágil que está? Qué hiciste, ¿la dejaste sola con una prostituta en un burdel?
—No, no. Fue por mi culpa. Nos separamos un momento, las dos se movieron por el local y acabó yéndose con un cliente. El dueño se enteró, y ahora están...
Mi voz se quebró, pero logré continuar.
—La violó en el despacho. O eso creo. Ella no se defendió, Tomás, ella se entregó.
—A un proxeneta, cómo has podido. ¡Y yo, tratando de evitar que eso pase desde que la conozco! ¡Coño!
—Ocurrió hace mucho, después ha vuelto más veces, está enganchada a ese hombre, a esa vida. Hemos ido a acabar con esto de una vez por todas, pero le fallé, he vuelto anoche convencido de que la he perdido, y todo es mi culpa, porque le fallé y se sintió tan traicionada que se vengó entregándose como nunca la había visto hacer.
—Eres un miserable, no la mereces. Has tirado por la borda todo el esfuerzo que he puesto para que no cayera en manos de gentuza peligrosa.
No había ofrecido un relato coherente, estaba tan nervioso que solo fui capaz de reunir unas cuantas frases inconexas y desordenadas y aún faltaba por contar lo más grave.
—Escúchame. Hoy llegan unos árabes a Sevilla para llevársela. Si lo hacen, no la volvemos a ver nunca, nunca.
Hubo un largo y desesperante silencio.
—¡Tomás, sigues ahí!
—¿Te das cuenta de lo que habéis hecho? —Le escuché marcar en otro teléfono y hablar con alguien:
—¿Dónde estás? ... ¡Da la vuelta, te quiero aquí, ya!
Enseguida su voz volvió a sonar potente:
—¿Qué has hecho, Mario? Teníais todo para ser felices y te empeñaste en cambiar su vida a gusto de tus perversiones. Querías convertirla en una puta; ya lo tienes, mira qué has conseguido, la has puesto en un peligro que ni te imaginas. Si sale de esta, espero que no vuelva a acercarse a ti.
—Y lo dice el hombre que se acuesta con ella fantaseando que es su hija. ¿Te atreves a llamarme pervertido tú?
—¿Crees que quería llegar a eso? Le mostré el lado más duro para disuadirla, pero no funcionó. Entendí que, si la dejaba sola, cualquier oportunista se aprovecharía de ella. Era mejor tenerla controlada.
—Lo sé, lo sé, tienes razón y te lo agradezco.
—¿Me lo agradeces? Eres un imbécil. En lugar de poner todo tu conocimiento a trabajar para sacar a la luz su trauma, has preferido mantenerla como está para alimentar tus obsesiones. Estás enfermo. Si no supiera que le iba a causar un daño irreparable, hace tiempo habría acabado con esto.
—Muy bien, amenázame, venga, haz lo que quieras, pero antes ayúdala.
—Te estoy advirtiendo. Ponte a trabajar, mi paciencia tiene un límite. Yo voy a hacer mi parte. Haz tú la tuya.
—Hay más. Si consigues sacarla de ahí, Diego se va a cebar con Candela. Es... Si la vieras, son como dos gotas de agua, parecen gemelas. Tomás, ese cabrón va a intentar salvarse canjeándola por Carmen. No lo merece, es una buena mujer, tiene una hija de dos años...
—¡Tú quién te has creído que soy! Voy a hacer todo lo posible por ponerla a salvo, pero no me pidas más. No soy un mafioso.
—¡Déjate de cuentos, joder, a mí no me engañas! La libraste de Solís, el socio que le hacía la vida imposible, no lo niegues. Y cuando salieron en la prensa las putas fotos te las apañaste para retirar la revista del mercado y hundir a la periodista que las había hecho, ¿o te crees que soy tonto? ¡Te estoy pidiendo que salves a una mujer inocente!
—Supones muchas cosas.
—Vale, niégalo. Pero si Candela ocupa su lugar y termina vendida en algún emirato, Carmen no se va a recuperar jamás de la culpa y me encargaré de que sepa que no hiciste nada por evitarlo.
La preparación
Candela me arrancó de la cama a las nueve en punto. Mis párpados pesaban como el plomo; la noche en el Penta había sido agotadora y cada minuto de sueño era un refugio al que me aferraba. Cuando por fin abrí los ojos, la realidad me golpeó de nuevo, una ola cruel me recordaba el giro amargo que había dado mi vida.
…..
El turno había sido un infierno, no tanto por el trabajo sino por lo que llevaba arrastrando desde mi llegada a Sevilla. Los clientes, un par de peces gordos de una conocida cadena de supermercados, resultaron ser menos canallas de lo que esperaba, pero mi cabeza estaba en otro sitio. Candela tomó las riendas, la seguí como un autómata, no podía fallar si no quería enfurecer a Diego.
A medida que entraba en el papel me olvidé de todo, sólo existía la polla que tenía delante; la trabajé con un fervor casi religioso, un tótem al que le susurraba mi única plegaria: sálvame, sácame de aquí. La falta de concentración tuvo consecuencias, explotó en mi cara sin previo aviso, una ofrenda que él vio como algo intencionado y tan erótico que me cubrió con su semen frente, pómulos, nariz, labios… mientras yo, por dentro, seguía gritando el mismo mantra: Sacadme de aquí.
Unas copas y unas rayas de cocaína fueron el combustible necesario para continuar la función. El cliente, a pleno rendimiento, me maltrató el culo sin piedad, nosotras les ofrecimos el espectáculo lésbico por el que habían pagado un plus, fue lo único sincero de toda la noche. Después nos tocó volver al Penta, poner buena cara y seguir trabajando hasta el cierre. En viernes y con buen tiempo, los servicios de media hora se suceden sin descanso. De no ser por Candela, no habría aguantado. Los tatuajes ardían, un látigo de tinta marcado a fuego que me recordaba todos mis pecados.
…..
Candela me había apurado para que estuviera lista a tiempo, pero Curro llegó una hora tarde. Me metió en un taxi que nos llevó al centro de Sevilla a un gabinete de estética impecable. Allí, una mujer de unos cuarenta, con cuerpo de treinta y cinco y rostro de cincuenta nos recibió, me miró de arriba abajo como quien evalúa una mascota y me condujo a una cabina espaciosa. "Desnúdate", dijo, y se quedó a mirar.
Cuando una mujer mira con deseo lo sé, y Nieves me miraba con lujuria. Sus dedos rozaron la piel mal rasurada del pubis. "¿Quién te ha hecho esto, chiquilla?", susurró, y los dejó ahí, con ganas de más. Luego, esponjó el único mechón que quedaba y sentenció: "Habrá que arreglarlo".
Y lo arregló, vaya si lo hizo. Entre toque y toque, le dio al vello un corte en forma de penacho, evocando la punta de una antorcha. Después, anegada y exhausta, con el sabor acre de su sexo en la boca, me aplicó una loción y cuidó las zonas recién castigadas por los tatuajes. Me hablaba, pero yo estaba lejos. Mi mente volaba hacia el pasado, a la época en que era una chica inocente. Ojalá pudiera volver.
—Pasa, Manu, mira qué pastelito.
Abrí los ojos y me topé con su mirada. Era un joven de mi edad, con ojos de un gris penetrante, labios gruesos y pelo rubio y lacio. Sostenía una bandeja con instrumental. Me sentí expuesta. Por puro instinto, cerré las piernas.
—Tranquila, no muerde, trae un regalo de Diego, mira.
El joven cogió una pieza de acero oscuro o titanio y nos la enseñó, una especie de flecha redondeada, corta, con una base oblonga en el extremo.
—¿Qué es eso?
—Ya te lo he dicho, un regalo. Manu te lo va a poner donde tú digas, en el derecho o en el izquierdo. Elige.
Lo miré de nuevo con aprensión, la barra de la flecha era algo más gruesa que los aros.
—No te asustes, ni lo vas a notar. —dijo el tal Manu tratando de tranquilizarme.
—Venga, decídete. —me apremió Nieves.
El chico guapo de los ojos grises lo sostenía en posición vertical con la punta hacia abajo pinchada en el pulgar sugiriendo la posición que ocuparía.
—¿Así? —pregunté, la voz no me salía del cuerpo, apenas fue un susurro apagado por el estupor y el miedo. Manu se limitó a sonreír. Negué con la cabeza, una vez, dos veces, con la urgencia desesperada de quien se está ahogando. Por nada del mundo quería sentir de nuevo el frío metálico de la aguja, el dolor punzante, la sangre tibia. Nieves chasqueó la lengua, un reproche sin palabras que me hizo sentir aún más pequeña.
—¿Quieres que llame a Diego para decirle que te resistes a ponerte el piercing, eso es lo que quieres? —preguntó en un tono amenazador.
—En el izquierdo. —cedí.
Desde que entró en el estudio, una mezcla de nervios y emoción me invadió. Era joven, increíblemente guapo, yo estaba desnuda, tumbada en una camilla y Nieves acababa de darme algo más que un masaje. Me incorporé, él quería enderezar la camilla a cuarenta y cinco grados, y en ese movimiento casi nos tocamos. Estábamos tan cerca… yo olía ... sí, olía a ella. El perfume del aceite con el que cubrió mi cuerpo no conseguía ahogar el aroma que impregnó en mi rostro ni mi propio olor, aún húmedo y reciente. ¿Sería por eso que no se apartaba de mí?
Manu tenía un aire tranquilo y profesional. Me explicó cada paso con calma, mirándome a los ojos. Le escuché atentamente, aunque ya tenía experiencia. Me mostró la aguja estéril y me habló del cuidado posterior. Se enfundó las manos en guantes de látex y, sin pedir permiso, me retiró los aros con sumo cuidado, empapó una gasa en alcohol y limpió ambos pezones con una meticulosidad innecesaria, ya que sólo trabajaría en uno. Mis pezones, de por sí sensibles, se encresparon en el acto. Fue exactamente lo que pretendía. Sin dejar de mirarme, se dedicó a pellizcar el izquierdo, cada presión era una descarga que me cerraba los párpados obligándome a bajar la mirada, volvía a subirla para encontrarme con sus ojos grises y, de nuevo, la misma sensación me hacía sucumbir. Era un ciclo incontrolable. Cuando consideró que había terminado de ponerlo como una roca, me insertó una barra parecida a las que uso, algo más larga, sin cerrar los extremos. “Es para que sirva de guía”, dijo, no entendí lo que quería decir, luego hizo unas marcas de rotulador en la parte superior e inferior del pezón.
Había llegado el momento. Cogió unas pinzas de puntas redondeadas y abiertas y atrapó el pezón. “Coge aire”. Tomé una respiración profunda y me aferré a la camilla. Sentí un pellizco inicial, más bien un pinchazo intenso, y luego una presión fuerte y constante que se resolvió con la entrada brusca de la aguja. No fue un dolor agudo como el de un corte, sino una sensación de penetración lenta y segura. La aguja, guiada con precisión, pasó de un extremo al otro, pude sentir cómo traspasaba la base del pezón venciendo la resistencia de la piel, una punzada que se extendía hasta los tejidos internos. El silencio en el estudio era absoluto, roto por el sonido de mi propia respiración. La salida de la aguja fue una liberación instantánea. El dolor agudo se convirtió en una sensación sorda y pulsante, como si la zona estuviera ardiendo lentamente. Manu presionó con el extremo de la flecha desde abajo, una vez que la joya estuvo insertada, retiró la cánula y colocó la base en la parte de arriba, retiró la barra guía y volvió a pasarme una gasa con alcohol por la zona.
Me dio un espejo de mano. Al mirarme, el dolor pareció desaparecer reemplazado por una inesperada ola de orgullo. El pezón estaba enrojecido e hinchado, la joya brillaba con un destello oscuro que le confería a mi pecho un aspecto completamente nuevo, una flecha lo atravesaba de arriba abajo. La zona palpitaba, una sensación que, sabía por experiencia, me acompañaría durante las próximas horas.
Me acerqué al espejo de cuerpo entero. La transformación era un hecho, formaba parte de mí. La mujer que tenía delante asemejaba un lienzo y cada detalle contaba una historia. Durante aquella semana había adelgazado, las costillas se dibujaban como un tenue relieve bajo la piel, las crestas de las caderas definían la cintura, las clavículas, ahora más marcadas, parecían dar sustento al cuello. Los tres pentágonos declaraban mi rango. La flecha oscura y el mechón llameante atrajeron mi atención, qué absurdo, me hacían sentir poderosa. Los dos corazones dulcificaban el cuadro.
Volví a ponerme en sus manos para el maquillaje y el peinado, confiaba plenamente en ella, en sus manos expertas que jugaban con la ambigüedad de la profesional y la mujer ardiente.
—Lista. Mírate.
Centré la mirada en el rostro de esta nueva yo.
Las cejas mostraban un sombreado suave, que rellenaba cualquier pequeño hueco, y un delicado trazo de lápiz definía el arco dándoles una forma impecable. Una sombra de ojos en tonos tierra, suavemente difuminada, realzaba la forma de los párpados. Un tono más oscuro marcaba la cuenca dándole profundidad a la mirada. El delineador, una línea precisa y fina, se estiraba en un rabillo sutil que alargaba mis ojos resaltando el intenso color negro. Las pestañas habían ganado longitud y espesor gracias a varias capas de rímel. Un contorno ligero definía los pómulos esculpiendo mi cara sin exagerar; aunque no llegaba a estar demacrada, los pómulos destacaban sobre unas mejillas afiladas, un toque de rubor color melocotón les aportaba un aspecto saludable. Los labios, perfilados y cubiertos de un rojo mate vibrante, eran toda una declaración de intenciones. Mi melena, color negro azabache y habitualmente lisa, había cobrado vida, los rizos no eran apretados sino ondas que le daban volumen y movimiento. Los mechones caían con naturalidad alrededor de la cara. como si hubieran estado siempre ahí.
Recorrí cada centímetro de mi nueva imagen. No era yo, parecía otra persona y resultaba liberador.
Detrás de mí vi la silueta de Manu y de Nieves mirándome en silencio. No era absurdo, no. Me sentía poderosa.
Curro quedó boquiabierto al verme salir, por una vez no soltó ninguna de sus barbaridades, se limitó a decir, “Joder, qué guapísima estás”. Me llevó directa al Penta, faltaban dos horas para el encuentro con los árabes.
El rescate
Estaba encerrada en el despacho desde que llegué al club sin que nadie diera explicaciones. Me había vestido y calzado para la ocasión con ropa traída expresamente de una boutique del centro de Sevilla, no sé quién la habría elegido, desde luego tenía un gusto exquisito, la lencería era preciosa. Curro me había asegurado que enseguida vendría Diego. La cita era a las dos y media, pero ya pasaba de las tres y no había rastro de nadie. Alrededor de las cuatro, entró una camarera con una bandeja y la depositó sobre la mesa baja, había un sándwich, un vaso de agua y una servilleta. Le pregunté por Diego y se encogió de hombros. Me comían los nervios. Diez minutos más tarde, abrí la puerta y me topé con uno de los ayudantes haciendo guardia. "No puedes salir", dijo con un tono tajante. Me invadió tal sensación de estar recluida que ni siquiera intenté protestar.
Poco después entró Diego.
—Come, los clientes van a tardar.
—Me han dicho que no puedo salir del despacho. ¿Por qué?
—Será idiota. Dije que me avisara si querías algo, es mejor que estés tranquila hasta que lleguen.
—¿Van a venir aquí, al despacho?
—No, tonta, cómo piensas que van a venir aquí. Pasarán a recogerte y te llevarán a conocerlos. “A su presencia”, como dicen ellos, qué ridículos. Hostias, te han dejado divina.
—¿Los conoces?
—Déjate de preguntas, estate tranquila y come. Y procura no mancharte.
—Ya, pero…
—Nada de peros, si necesitas cualquier cosa, se lo dices a ese inútil.
—Tengo que ir al baño, necesito curarme el pecho.
—¡Es verdad!, ¿Qué necesitas, alcohol, gasas?, ¿algo más? Ahora mismo te lo traen.
—¡Diego, necesito orinar!
Conseguí que me dejara salir. En el baño, descubrí unas gotas de sangre en el sujetador que la gasa no había podido contener, afortunadamente no se había echado a perder el vestido. Volví, Diego me esperaba en el despacho con el alcohol y un paquete de algodón.
—Han ido a comprar gasas, esto es todo lo que tenemos aquí.
—Me vale.
Entendí que no iba a dejarme sola, me bajé la parte superior del vestido.
—¿Te duele?
—Podías haber preguntado antes de obligarme a hacerlo. —rezongué como una niña.
Me quité el sujetador y retiré con cuidado la gasa. No era tanto como parecía. Diego se enfadó por haber arruinado el sujetador, no era culpa mía pero le dio igual. Había preparado un algodón empapado en alcohol. “Quita”, dijo cuando traté de cogerlo. Me limpió él mismo con una delicadeza que me sorprendió; en mitad de los cuidados, tomó distancia.
—¡Buá, ha quedado genial!, ¿Te gusta?
—Mucho. —confesé sin poder reprimirme, me gustaba más de lo que hubiera querido reconocer. Le nació una amplia sonrisa mientras seguía curándome. ¿Por qué no sería así siempre?
Repentinamente, una sombra hundió mi estado de ánimo.
—¿Qué me va a pasar?
Diego se detuvo con la gasa en el aire, aún tardó un segundo en mirarme a la cara.
—No seas boba, haz lo que te digan y procura tenerlos contentos —tragó saliva—, ya verás cómo se portan bien contigo.
No hablamos más, se marchó y me quedé sola, con una sensación de vacío difícil de explicar.
A las cinco y media seguía sin venir nadie, el pecho me palpitaba, me consumían los nervios y me decidí a abrir la puerta.
—No puedes salir.
—Dile a Diego que venga, ¡ya!
Cerré dando un portazo. A los pocos minutos apareció con el sujetador, apenas se notaba la mancha, pero ahí estaba, visible a unos ojos exigentes, no le dije nada para no enfadarle. Volvía a ser el mismo de siempre, esa sonrisa era la de quien viene dispuesto a embaucar.
—Se van a retrasar, siempre hacen lo mismo, pero pagan bien. Tú espera, verás cómo compensa. ¿Quieres un trago? Así no te agobias mientras llega la hora.
—No sé, Diego, esto no me gusta.
La puerta se abrió de golpe con un sonido brusco. Una de las camareras traía una bandeja con dos copas. Qué extraño, solía preparar los combinados él mismo con su ritual de hielos y cítricos. Hizo ademán de chocar los vasos. Brindamos. El primer sorbo fue un alivio, no estaba tan fuerte como esperaba y la ginebra amarga me recorrió la garganta sin molestar.
Entonces, como de costumbre, emprendió una de sus conversaciones envolventes, esas que utilizaba para enredarme y esquivar cualquier pregunta incómoda. Dos o tres tragos más tarde, la ansiedad inicial había volado como por encanto, el nerviosismo se transformó en una extraña calma, en una docilidad que no reconocía en mí misma, me había llevado al sofá, incluso le dejé meterme mano con la pasividad de una marioneta. Sonreí, le aparté la mano del pubis, le regañé, coqueteé. Me comportaba como una mala puta, sí, una de esas no tan preparada como yo para clientes selectos. ¿Qué me pasaba?
Me ofreció una pastilla, "para que te relajes", me susurró. Era de otro color, se lo hice notar. Él contestó algo que no recuerdo, pero lo di por bueno y me la tomé, apuré el último trago mientras él jugaba con el borde del escote, se las apañó para bajarme las hombreras y los tirantes del sujetador dejándome los pechos desnudos, reí como una loca, casi me atraganto. Luego, tocó la flecha, apenas me molestó, intentó deslizarla, pero no se movió.
—Gíralo. —le dije, recordaba las recomendaciones de Manu: “Muévelo de vez en cuando para que no se adhiera a la costra que se va formando”. Es lo mismo que hacía después de que Erika me pusiera las primeras barras. (1)
Diego la cogió por la punta y la intentó rotar, enseguida se despegó, parecía un niño con un juguete nuevo. “¿Lo ves?, ahora puedes moverla”, le animé y lo intentó, la flecha, tras una mínima resistencia, se desplazó por el canal. Era bueno para la cauterización de la herida.
—¿Cuántos días estaré fuera...?
Se detuvo en seco. La ligereza de sus gestos se desvaneció reemplazada por una desconfianza que me hizo dudar de todo.
—¿Cómo sabes que vas a estar fuera?
—No lo sé… lo supongo. — dije algo confusa.
Una sonrisa lenta y astuta se dibujó en sus labios, pero sus ojos permanecieron serios.
—Siempre fuiste la más lista. Los que hagan falta, princesa, los que hagan falta. —Y, sin darme tiempo a reaccionar, inclinó la cabeza y me besó en la base del cuello, un toque tan suave que me sorprendió. No quiso estropearme los labios, interpreté que guardó el beso para un momento más íntimo, un gesto que me hizo sentir aún más importante. Qué pérdida estaba.
Sus ojos, intensos y hambrientos, recorrieron mi rostro antes de bajar a mi pecho. Con el pulgar, apretó la punta de la flecha que sobresalía de mi piel. “¿Te duele?”. Su voz era un susurro ronco, apenas audible. Negué con la cabeza, incapaz de articular palabra, pero él ya lo sabía. No sentí nada, no había dolor, la herida no sangraba. Volvió a presionar, esta vez el pezón, con más fuerza, hundiendo la yema del dedo. “¿Y ahora?” La respuesta fue la misma: nada, ni un atisbo de dolor. Una expresión de profunda satisfacción le cruzó el rostro y, en un instante fugaz, me alegré por él, me alegré de que no doliera, de que no hubiera sangre y de complacerlo. En ese segundo, sólo existía la calma extraña que había sucedido a su llegada, y la inquietante quietud de su mirada.
Había vuelto a ser él, olvidé mis temores, bebíamos, nos acariciábamos, sabia donde tocarme. Pero no podía esquivar una preocupación que volvía una y otra vez a acecharme.
—Dame mi teléfono, no sé dónde lo he puesto.
—No lo necesitas.
—Tengo que hablar con mi jefe, no puedo faltar el lunes sin avisar.
—Tranquila, yo me ocupo.
—¿Tú?
—Bebe.
La puerta se abrió de nuevo, entraron la misma camarera y Curro. Le sonreí, en el fondo no era un mal tipo. “Acojonante”, exclamó. “A que sí”, respondió Diego al ver cómo su hombre para todo me cogía el pecho como si fuera una fruta —lo que no me molestó, al contrario— y examinaba la flecha. Pero no me besó, joder, no me besó, quizá para no arruinar el maquillaje, un buen trabajo, según él. Lo afirmó cuando me dejó el tanga enrollado en un tobillo y me separó las piernas de par en par, sin duda le gustó lo que vio, lo digo por la cara que puso, le faltó relamerse. No me extraña, estoy orgullosa de mi coño, es bonito, me lo han dicho tantas veces… Se bajó los pantalones y me la metió de una vez, ni me enteré, ¿tan mojada estaba? No vi en qué momento se había puesto el condón. "Date prisa en despedirte", le ordenó su jefe. Ni que me fuera a China.
Lo hizo de rodillas en el suelo con los puños hundidos en el sofá, me miraba a los ojos mientras me follaba con la brutalidad de un animal. Como los perros de Rosalía. Luego, sacó un paquete de kleenex y lo gastó en limpiarme. “Dame más, deprisa. ¡El vestido, corre!”, alertó al otro metiéndole prisa. Yo estaba ida, perdida en el vacío. No sé cuántos pañuelos gastó conmigo, yo le dejaba hacer porque, además, me estaba dando gustito. “Que no pare, por Dios, que no pare”. Curro me subió las bragas en vista de que yo no atinaba a hacerlo. Diego me puso algo en la nariz. "Aspira", ordenó. Sentí un chasquido eléctrico en el cerebro, vi un destello y volví a ser yo de golpe. La imagen de Claudia en los lavabos del Antlayer haciendo eso mismo regresó a mi memoria.
—Vamos a la sala, a ver si te aireas hasta que lleguen.
—Que se lave antes, y se cambie de bragas, estas las ha echado a perder. Yo me encargo de limpiar el sillón. —dijo Curro palpándome la entrepierna. “Vamos, machote —le insinuó mi mejor expresión de puta pensando con el clítoris—, ¿nos echamos otro?”
Había perdido la noción de la realidad. Sé que después caí en manos de Diego, le agité la polla, pero no me dejó metérmela en la boca, ¡joder! Me trataban con un cuidado impropio de ellos, sería para no estropear el trabajo de Nieves. Aun así, eran incapaces de contener la lujuria que les provocaba, eso me hacía creer que tenía el control, ingenua de mí. Me folló sin parar de mirarme.
—Voy a echarte de menos —murmuró como si supiera que, después de este viaje, no iba a volver a Sevilla en una larga temporada, yo sólo pensaba en el día después, cuando estuviera de vuelta en Madrid, en casa, segura.
Luego, Curro me limpió, creo, ¿o fue antes?
Vamos a la sala, había dicho. ¿Qué hora podía ser?
Pasé por el baño, tenía que orinar y asearme en condiciones. Mierda, ¿y esto? ¿para qué están los condones? Bah, ya, qué más daba. Me limpié envuelta en temblores, atacaíta. “Si tuviera tiempo me hacía un dedo, mira que me he vuelto guarra”. Me miré al espejo. Estaba guapa, no parecía yo con esos rizos y ese vestido tan llamativo. Salí y allí estaban, esperándome como si fuera a escapar. «Qué par de idiotas», pensé. Me acompañaron a cambiarme de bragas, qué pasa, ¿no podía ir sola? Ah, y el sujetador también, estaba manchado.
La sala estaba poco concurrida aún. Las luces brillaban demasiado lanzándome destellos a los ojos. Candela se acercó a recibirme y pude librarme de ellos.
—¿Cómo estás?
—¡Bieeeen! Ufff, ¿por qué lo dices?
—¿Seguro que estás bien?
—¿Me ves mal?, estoy un poco aturdida.
—Cógete de mi brazo.
—¿Me han dejado guapa?
—Estás preciosa, cariño.
—Tú también, te quiero.
—¡Qué haces! —dijo en plena retirada cuando me vio la intención de plantarle un beso en los morros, porque estaba con ganas de comerle la boca a quien fuera, Diego y Curro me habían dejado con las ganas. Joder, qué sosa.
—Tienes que ver lo que me han puesto, tíaaa.
—Dónde, ¿abajo? —preguntó con cara de terror y me hizo reír.
—No, tonta, abajo ya voy servida, jajaja, en una teta, ven.
—Anda, cálmate un poquito.
La conduje a una esquina y dándole la espalda a todos, me saqué el pecho y le enseñé la flecha.
—¡Tápate, estás loca! —me regañó mirando hacia los lados
—¿Te gusta?, es un regalo de Diego, qué mono es.
—¿Qué has tomado?
Candela se apresuró a subirme el vestido y yo terminé de colocármelo. Qué exagerada, si sólo había sido un segundo.
—Vas a venir conmigo a lo de los árabes, ¿verdad?
—No pienses en eso ahora.
Nos movíamos por la sala del Penta como de costumbre, saludando, dejándonos ver. Esa noche, Candela no quería detenerse con nadie, unas palabras de cortesía y seguíamos el recorrido. No me dejaba hablar, evitaba cualquier conversación que pudiera abrir una puerta a algo más. Con las ganas que tenia yo de marcha. Llamábamos la atención más que nunca, los escotes mostraban el rango que ostentábamos, dos y tres pentágonos, Candela lucía espléndida, como siempre, pero yo esa noche arrasaba con el exquisito maquillaje y el vestido tan llamativo que marcaba mis curvas como si estuviera pintado a pincel sobre mi cuerpo. Prácticamente me arrancó de una mesa donde un par de tíos cachas me comían con los ojos y querían algo más que darme conversación.
—Qué les has dicho a esos dos, ¿que estoy comprometida? Ni que fuera a casarme con los árabes. Jo, tía, vaya cara, ¿qué he dicho? Estás un poco muermo, ¡espabila!
Diego nos observaba atento a cada uno de nuestros movimientos. La inquietud me carcomía, pues la inminente llegada de los árabes me mantenía en vilo. Justo cuando nos disponíamos a preguntarle si tenía alguna noticia, unos recién llegados se le acercaron. Candela se detuvo y me apretó el brazo con fuerza.
—¡Inspector Ortega! ¡Dichosos los ojos!
—Déjate de hostias. No estoy de humor.
—¿Algún marrón?
—Tú eres el marrón, gilipollas. Le estás tocando los cojones a quien no debes.
—¿Qué coño estás diciendo, Manuel?
—¿Esa es la madrileña?
—¿Te gusta? Te dejo el despacho.
—Señora Bauer, recoja sus cosas. Se viene conmigo.
—¿Esto qué es? No me jodas, Manuel.
—Para ti, inspector Ortega. Y cierra la puta boca o te vienes tú también. Morales, acompáñala.
No era capaz de procesar lo que sucedía. A Diego lo vi abatido como nunca antes lo había visto. Acompañada por el policía, pasé al interior. “Recoja todo, documentación, todo”. En el cuarto de las taquillas recuperé la lucidez de golpe, estaba asustada, no dudaba de que, si me hacían un análisis, encontrarían quién sabe qué drogas en sangre. Podían acusarme de prostitución y consumo, como mínimo; qué vergüenza. Mi carrera, tirada por la borda; quedaría fichada. Y mis padres, ¿qué pensarían de mi? Me cambié, recogí el bolso, el abrigo y salí. El policía me estaba esperando.
—¿Estoy detenida? —pregunté de camino a la sala.
—Eso se lo dirá el inspector.
La actividad se había paralizado en la sala, el silencio era sepulcral. Diego parecía hundido, el inspector y otro policía no se despegaban de él. Al verme llegar, recuperó su actitud arrogante.
—Ya me enteraré de lo que está pasando.
—Tú no vas a mover un dedo o me voy a convertir en tu peor pesadilla.
Salimos del Penta entre las miradas y los cuchicheos de los clientes. En la calle me terminé de despejar, el inspector le dio instrucciones a Morales que volvió a entrar al Penta, me hicieron subir a un coche sin distintivos, él se montó detrás, a mi lado, en lugar de sentarse delante.
—¿A dónde vamos? —me atreví a preguntar.
—Lo primero, a recoger todas sus pertenencias.
No me detuve a pensar cómo sabían dónde me alojaba. El trayecto se hizo eterno, un silencio agobiante que solo se rompió al llegar al portal de Candela. El inspector usó un juego de llaves para abrir la puerta. Por suerte, Patri estaba en casa de Toni.
—Haga el equipaje. Rápido, por favor.
—¿Qué está pasando? Esto es muy irregular. ¿A dónde me llevan?
—No está detenida, tranquilícese.
—¿Entonces, qué?
—Se marcha a Madrid.
El alivio me golpeó con una fuerza abrumadora. Las lágrimas que no había podido soltar antes brotaron sin control. No había tiempo que perder.
El viaje al aeropuerto fue un monólogo de preguntas que se estrellaban contra el silencio inexpugnable del policía. Al principio intenté romper el hielo, pero su silencio fue tan férreo que me obligó a rendirme. Era como hablarle a una pared de hormigón: no iba a conseguir nada de él.
El auto no siguió las indicaciones a la terminal principal, sino que se desvió por un camino secundario. "No entiendo nada", pensé mientras pasábamos de largo las luces brillantes de la mole de cristal y cemento de la terminal. Quedaron atrás los carteles de aerolíneas comerciales que destellaban en la oscuridad y se detuvo frente a un edificio elegante y discreto, iluminado sutilmente, que parecía la recepción de un hotel de lujo. Un guardia nos dio acceso y, de repente, me encontré en un mundo de silencio, sin el bullicio habitual, sólo el suave murmullo de una música de fondo. Unas cuantas personas esperaban sentadas en sofás de cuero a la tenue luz de unas lámparas. Aquí no había filas interminables, ni pantallas gigantes, ni el eco de un centenar de voces. Me recibieron por mi nombre y, en menos de un minuto, el personal me condujo a una puerta lateral. Afuera, la noche era fresca. Me subí a un coche que nos llevó a la plataforma. Allí estaba un jet pequeño, reluciente bajo la luz de los focos con la propia escalerilla ya desplegada esperando por mí mientras las estrellas brillaban arriba. No había tenido ocasión de darle las gracias al inspector que me había rescatado de una esclavitud cierta.
Cuando entré al avión, lo primero que me sorprendió fue el silencio. El espacio era increíblemente amplio y estaba todo pensado. En lugar de un pasillo estrecho, había un recibidor como el de un piso elegante. Luego, la cabina principal se abría en una especie de salón. Había dos sofás enfrentados de un cuero tan suave que daban ganas de echarse a dormir ahí mismo, la luz era cálida, no la típica iluminación de tubo de un avión comercial, y las ventanas eran enormes, perfectas para ver el paisaje. Un poco más allá, había una mesita de madera preciosa con dos sillas, como si estuviera en un restaurante privado. Al otro lado, había una zona de trabajo, parecía una oficina de lujo volando a 10.000 metros de altura. Y la joya de la corona, al fondo del avión. Pasé una puerta y apareció un dormitorio completo con una cama de verdad y al lado, un baño con ducha. ¡Una ducha en un avión! La grifería era de auténtico lujo y las toallas, superesponjosas. Todo en el interior del jet se sentía personal, hecho a medida, era como estar en una suite de un hotel de cinco estrellas en el cielo.
El piloto y el copiloto se encargaban de los últimos detalles en la parte delantera mientras yo seguía las instrucciones del asistente de vuelo, daba por terminado el recorrido y me acomodaba. La puerta se cerró con un sonido de sello perfecto. Sentí un empuje, suave al principio y luego más enérgico contra el asiento. A diferencia de un avión comercial, no hubo una larga rodadura vibrante, sólo la sensación de una aceleración constante y poderosa, las luces de la pista se convirtieron en una línea borrosa y nos elevamos de forma sorprendentemente rápida. El ascenso fue tan abrupto que el paisaje de Sevilla se encogió en segundos. Una vez arriba, todo fue una calma absoluta. El motor no rugía, emitía un silbido suave. A través de la ventana, vi una capa de nubes densa y blanca debajo de nosotros y un cielo azul infinito arriba. No había turbulencias, sólo una quietud serena. Viajar así no es sólo un medio de transporte, es una experiencia íntima, como flotar en una burbuja de silencio por encima del mundo.
…..
—Mario, Carmen está volando a Madrid.
—¡Oh, gracias, Tomás, qué alivio!, no sé cómo voy a poder pagarte…
—Cumple tu parte. Encárgate de hacer que la salud de Carmen recupere el rumbo, ponla en manos de los mejores profesionales y déjate de experimentos, ya has jugado bastante con ella.
—Te lo prometo.
—No prometas, hazlo. Ya sabes cómo es, habrá que ir paso a paso, con paciencia y mucha mano izquierda.
—Por supuesto, no se la puede forzar.
—En media hora estará en Barajas, la va a recoger un chofer y me la trae aquí, tengo que hablar con ella y calmarla, después te la devolveré.
—De acuerdo.
—Mario.
—Dime.
—Nada de reproches, lo que necesita es mucho cariño y descanso, nada de sobresaltos.
…..
En poco más de media hora, el piloto anunció el inminente aterrizaje en el aeropuerto de Madrid Barajas, el aviso me arrancó de una espiral de pensamientos sin tregua; apenas había tenido tiempo de asimilar los sucesos que me habían librado del oscuro e incierto destino que me esperaba. Quizás era mejor así, porque la voz del piloto detuvo el inicio de una interminable serie de reproches sobre un telón de fondo de espantosas escenas de las que no lograba escapar. La vergüenza, el asco y la pena pugnaban por tomar el control de mis emociones. Tenía un rastro de fuego repartido por todo el cuerpo y un dolor pulsante en el pecho que atribuí a los apretones y manoseos de Diego, temí que me hubiera provocado algún daño o infección y me propuse decírselo a Ramiro, porque, entre los propósitos hechos durante el vuelo, había priorizado acudir a la consulta. Tantos días de relaciones descontroladas me habían puesto otra vez en el filo de la navaja.
El descenso sobre Madrid fue más tranquilo que en un vuelo comercial, sin la brusca sensación de frenado al final. El avión tocó pista y rodó suavemente. Sin embargo, nos desviamos de las terminales. En su lugar, el jet se dirigió a una zona del aeropuerto que nunca había visto. Aparcamos en una plataforma vacía, a pocos metros de un edificio moderno y discreto. A los pocos segundos de detenerse los motores, la puerta del jet se abrió. Unas escaleras pequeñas y elegantes ya estaban en su sitio.
No hubo pasarela, ni autobuses, ni rastro de las multitudes de las terminales. Bajé directamente a la pista donde el aire frío de la noche me golpeó la cara. A escasos metros, un hombre con traje azul oscuro sostenía un cartel donde se leía mi nombre. A su lado, un sedán negro y brillante esperaba con la puerta trasera abierta. El chofer me saludó, tomó mi equipaje y me acompañó al auto. Lo conocía. Subí y, en cuestión de minutos, el vehículo se estaba incorporando a la carretera que sale del aeropuerto. No pasé ningún control de seguridad ni por un control de pasaportes. No hubo espera, no hubo colas. La experiencia completa, desde el aterrizaje hasta estar en camino, no duró más de diez minutos. Era la culminación de un vuelo que había reescrito por completo mi experiencia de viajar en avión.
El auto se dirigió a Majadahonda y, aunque no me sorprendió, el peso de la situación me abrumaba. Me había liberado del yugo de un proxeneta y de una inevitable esclavitud para volver a caer bajo la tutela de otro hombre, me sentía más vulnerable que nunca ante la inminencia de ver a Tomás, mi protector. El miedo me atenazó el estómago.
El chófer me guió a la recepción, donde un desconocido me recibió y se hizo cargo del equipaje con una profesionalidad distante. Me condujo a una sala de espera donde pasé cada segundo en una agonía interminable. ¿Qué podía esperar de él? Lo había defraudado, tenía motivos de sobra para sentirse engañado. Con seguridad me reprendería y daría por terminada nuestra relación.
Mis cavilaciones se interrumpieron cuando el empleado regresó. "El señor Rivas la espera", anunció. El camino hasta el despacho fue corto, sentí que caminaba hacia mi propio cadalso. Al entrar lo vi de pie, imponente detrás del escritorio. Se acercó a recibirme y me cogió de las manos; con ese simple gesto, el nudo de mi pecho se desvaneció.
—Cómo estás? —preguntó con una voz tan suave que me rompió por dentro.
—¡Oh, Tomás! —exclamé sin poder contener la marea de emociones que me había acompañado desde mi llegada a Sevilla. Me aferré a él, al único hombre que podía darme consuelo y me desmoroné, lloré a lágrima viva descargando cada temor y cada traición. Era un llanto que lo decía todo sin necesidad de palabras.
Recuperé la calma en sus brazos, vacié la tristeza y la pena, olvidé la vergüenza. Fueron largos e intensos minutos durante los que me abrí a sus preguntas, le conté cuanto quiso saber y, en un arranque de desesperación, le mostré las huellas indelebles que el pasado reciente había dejado en mi piel.
Me escuchó en silencio, yo me expuse a su mirada sin reservas, desnuda, esperando el veredicto. De pie, en el centro del amplio despacho, esperaba ser juzgada. Tomás completó un lento circuito a mi alrededor, sus ojos recorrieron mi cuerpo marcado. Nada en su rostro, nada, ni un indicio de lo que pasaba por su cabeza. Una imperceptible reacción de dolor le bastó para retirar el pulgar de la flecha. Habría dado la vida por seguir sintiendo el resto de sus dedos en mi pecho. Le perdí de vista, levantó la melena para ver el tatuaje del que le había hablado: un nueve encerrado en un pentágono en la nuca. Sostuvo mi pelo unos segundos antes de soltarlo.
—Nunca me han gustado los tatuajes —murmuró, su voz era un susurro batiendo el aire en mi cuello. Se detuvo frente a mí y trazó con delicadeza los pentágonos de mi pecho—. Pero en tu piel cobran un nuevo sentido, son más que tinta, los dos corazones en el… pubis, los pentágonos en el pecho, el nueve en la nuca. Y sobre todo el de la espalda, es abrumador.
Me encogí bajo su tacto.
—No los soporto —mi voz se rompió en un sollozo ahogado—, me recuerdan que fui forzada. Son cicatrices que me torturarán el resto de mi vida.
—No tiene por qué ser así, amor.
Fue la primera vez que Tomás me llamó amor y creí desfallecer.
—Están grabados en tu cuerpo, luchar contra ellos es como luchar contra tu propia sombra, es un sufrimiento innecesario. Acéptalos, reconviértelos. Dales otro significado.
—¡No puedo hacer eso! —grité, y las lágrimas que tanto había contenido se deslizaron por mis mejillas.
—Sí puedes —me giró por los hombros para mirarme a los ojos—. Claro que puedes. Piénsalo conmigo. ¿Qué significa para ti el nueve?
—Ya te lo he dicho. Soy... soy la prostituta número nueve de un burdel cualquiera de Sevilla, ni siquiera de los más distinguidos. ¿no te doy asco?
Tomás me sostuvo la mirada con una intensidad que me impidió retirarla.
—Olvida el burdel, Carmen. Hablo de ti, de tu vida. Piensa en el nueve, búscalo en tu pasado.
Hubo un largo silencio, solo se oía nuestra respiración: la de él, calmada; la mía, agitada. Busqué, desesperadamente.
—No sé... tal vez... Sí. Conocí a Mario un nueve de julio.
Una leve sonrisa se dibujó en sus labios.
—Eso es. ¿Algo más?
—¡El nueve de enero! —exclamé, y un hálito de esperanza iluminó mi rostro—. ¡Fue cuando nos fuimos a vivir juntos!
—¿Lo ves? El nueve que llevas impreso en la piel ha dejado de ser el número de una víctima, es el número de vuestro amor. Los corazones unidos representan la fortaleza de la pareja que formáis. Vamos a por el pentágono. Dime cinco cosas, sucesos o personas importantes en tu vida. Cinco motivos que te anclen a la tierra.
—Déjame pensar... Mis padres... mi hermana... Mario... y tú.
Tomás frunció el ceño.
—Yo no soy tan importante.
—Lo eres, cariño —sostuve su mano—, no lo dudes. Sois mis cinco personas fundamentales.
—De acuerdo. Ahora, quiero que las ordenes. En los dos vértices superiores, las más importantes. En los dos laterales, las siguientes. En el inferior, ponme a mí.
—Lo tengo claro. Abajo, mi hermana. A los lados, mis padres. Arriba, Mario y tú.
—Muy bien —asintió—. Cada vez que mires los pentágonos de tu cuerpo no los rehuyas, piensa en tus cinco personas fundamentales y sitúalas en cada vértice. ¿Lo harás?
—Lo haré.
—Sigamos con el de la espalda. ¿Qué simboliza?
—El sexo femenino. Los labios mayores y el clítoris —formé los paréntesis invertidos con las manos y tracé un pequeño zigzag con el dedo. Me sentí avergonzada de mi propia sexualidad por motivos inconfesables.
—Ah, no lo había entendido —musitó, sus ojos brillaban con una nueva comprensión—. Me parece un símbolo muy poderoso. La feminidad. La vida. ¿No crees que, vistos así, los tatuajes son hermosos?
—No sé si seré capaz de olvidar su origen.
—Inténtalo. La feminidad, tus seres queridos, la fecha del inicio de vuestro amor, dos corazones, símbolo de la pareja. Inténtalo, es la única manera de que puedas convivir contigo misma sin desesperarte.
Me eché a sus brazos envuelta por una oleada de alivio. ¿Cómo podía ser tan dulce? El tacto de sus manos, el roce áspero de la ropa en mi cuerpo desnudo, su aroma, la presión de su abrazo, todas esas sensaciones despertaron a la mujer que había enterrado en Sevilla.
—Vámonos a donde sea —murmuré pegada a su pecho—. Al picadero, a un hotel, a...
—Carmen. No. Esta noche, debes estar con tu marido. Arregla lo que tengáis que arreglar, hablad. Dentro de unos días te llevo donde tú quieras.
—Por favor... no me dejes, quédate conmigo.
—Escúchame. Hoy tu lugar está en tu casa. ¿Has estado en Praga? Te prometo que pasaremos una semana de ensueño. Ahora, por favor, lávate la cara, vístete y prepárate. Adolfo te llevará a casa cuando estés lista.
—Estoy tan… cansada.
—Está bien. Una hora, luego te vas con tu marido, ¿prometido?
—Prometido.
Adosado al despacho disponía de un pequeño dormitorio donde descansar si la jornada se hacía interminable, me llevó entre sus brazos y me arropó, empezaba a tiritar. Enseguida vengo, dijo. En medio de una nebulosa que me arrastraba muy hondo, le escuché hablar bajito.
—Sí, está bien. …. Todo. Ya te lo contará ella. …. Tranquila, pero agotada. Va a quedarse un rato más a descansar, lo necesita. …. Una hora, dos a lo sumo; en cuanto despierte, te la devuelvo.
Sacrificio
La llamada me tomó por sorpresa, el temor me encogió el estómago al pensar que las noticias serían malas, que no regresaría a casa. Afortunadamente, no fue así. No podía exigirle nada al hombre que la había rescatado, si decía que necesitaba descansar, así sería.
Le había contado todo, ¿qué podía ser todo, más allá de lo que yo mismo había visto? Estaba a punto de darle las gracias y colgar cuando un impulso me hizo formular la pregunta más estúpida que un marido puede hacerle al amante de su mujer.
—Tomás, ¿llegaste a ver los tatuajes? —Me sentía patético.
—Sí, los vi.
—¿Y son… tan…? —mi voz se quebró, no sabía a lo que me enfrentaba, sólo que la habían tatuado.
—Tiene varios, la mayoría discretos, no están a la vista. —dijo con calma—. Uno en la nuca, otro sobre el pecho, otro en el pubis. El más… llamativo…
—El del culo lo conozco. —abrevié. Qué mal planteado, podía haberlo situado en los riñones—. Los otros, ¿podrías describírmelos, por favor?
—Los vas a ver dentro de poco.
—Por favor —insistí, y oí un suspiro incómodo al otro lado de la línea.
—El de la nuca es un nueve encerrado en un pentágono, no es grande, la melena lo oculta por completo. El del pubis son dos corazones enlazados, muy pequeños. El del pecho consta de tres pentágonos en la curvatura del seno, hacia el centro. Con el tipo de escotes que gasta, apenas se verá. El de los riñones ya me has dicho que lo conoces.
El de los riñones. Qué manera tan retorcida de humillarme.
—Gracias —logré murmurar.
—También le han puesto un piercing nuevo en el pecho, te lo digo para que no te coja desprevenido, es una flecha de metal oscuro, no sé si te haces a la idea, es una especie de arpón corto, le atraviesa el pezón… izquierdo, sí, el izquierdo de arriba abajo; no es lo que estamos habituados a verle, pero para una chica joven como ella no resulta de mal gusto.
—¡¿Por qué, por qué se ha dejado?! —grité desesperado.
—Descansa, estarás agotado con tanta tensión —me dijo—. Yo me voy a echar con ella un rato, a ver si consigo que se relaje. No para quieta en la cama.
—Si se siente acompañada, se relajará.
—En cuanto despierte, te la mando.
—Déjala descansar, puede que esta noche esté mejor contigo.
—No digas eso, intenta calmarte.
—Hazme caso, necesita… tú mismo lo has dicho, lo que necesita es cariño, nada de reproches ni sobresaltos. Déjala tranquila por una noche.
—Como quieras. Si te soy sincero, no creo que seas la compañía que más le conviene ahora mismo, y perdona que sea tan directo.
—Opino lo mismo. Hasta mañana, Tomás.
—¿Has pensado alguna vez…? Bah, no importa, hasta mañana.
—No, ¿qué ibas a decir?
—Da igual, déjalo.
—Dilo, por favor.
—Esta bien, si insistes. Has pensado alguna vez… A ver cómo te lo digo: ¿no se te ha pasado por la cabeza dejarla libre?
—Muchas veces, Tomás, muchas veces.
—Si de verdad la quieres tanto como dices, es lo mejor que podrías hacer por ella.
—¿Crees que no lo sé?
—Porque si no lo haces tú, ella no va a dar el paso, Mario, todavía cree en ti, a pesar de todo.
Habíamos pasado a convertir la despedida en una confidencia inmersa en un susurro. El silencio se extendió a través del tiempo y el espacio con un duro alegato de fondo frente al dolor, la pena y los remordimientos. Lo que siguió a continuación fue un diálogo desigual entre mi desesperación y su firmeza.
—Te alegras de verme derrotado, ¿no es cierto?
—Qué equivocado estás. No había planeado decirte nada. En realidad, has sido tú quien me ha dado pie.
—Perdona, no sé lo que digo. La has salvado y lo único que se me ocurre es atacarte.
—Ojalá pudieras reaccionar —continuó, ignorando mi disculpa—, pero no te veo capaz. Tú mismo has labrado tu propia ruina, no escribas la suya. Apártate ahora que estás a tiempo. Sé que Carmen va a sufrir y es lo último que quiero, pero a la larga saldrá adelante, conseguirá ser feliz.
—¡No, no!
—Intenta rehacer tu vida, Mario, aunque no lo creas, te deseo lo mejor.
—¿Y por qué no, en vez de darme por perdido, me ayudas a recuperarla? Nos queremos, podemos volver a ser felices.
—Porque no confío en ti y lo que no voy a tolerar es que vuelva a pasar por todo lo que le has hecho pasar. Los que le han hecho esto lo van a pagar, dalo por seguro; si tú quedas impune es por no causarle más daño, pero no te cruces en mi camino, Mario, no lo hagas. Mi único objetivo es que se recupere y sea feliz. A corto plazo sufrirá por tu pérdida, con el tiempo comprenderá que liberarse de ti y de tus obsesiones fue la mejor decisión. Es una gran mujer, te recordará sin rencor, incluso con cariño.
Aquello fue el golpe de gracia. Tomás me sentenció y no me dejó ninguna posibilidad de defenderme.
—Mario.
—Dime.
—Los dos queremos lo mismo.
—Lo sé.
—Ella no va a dar el paso, debes ser tú quien lo haga, no se merece esto.
—Es cierto, no se lo merece. Tengo que darle solución. Buenas noches.
—Buenas noches.
«Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla, mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.» (4)
Día seis (Domingo)
Como el mar picado azota el acantilado levantando la espuma al cielo en medio de un potente trueno, así llegan los peores recuerdos: bramando. Golpean, estallan y se apagan dejándome exhausta hasta el próximo choque.
Desperté con la conciencia nítida de haber estado reviviendo Sevilla en un caos sin orden ni piedad. El pasado regresaba a ráfagas, cada flash era un latigazo que me hacía encogerme. Sonidos lacerantes, risas huecas, ojos airados, sonrisas sucias. La lluvia pegajosa de tantos hombres sobre mi piel sudorosa, sexo, mucho sexo. Mi cuerpo, invadido por todos los orificios, porque en eso me veía convertida, en un cuerpo con mamas, boca y agujeros, agujeros lubricados de los que emanaba el potente olor del celo.
Y yo, incapaz de despertar, me sabía atrapada en un mal sueño, y aun así, seguía allí, perdida en medio del caos.
Tomás dormía a mi lado. Era lo único bueno que me había pasado en los últimos cinco días. Lo besé, se removió, entreabrió los ojos y me devolvió una sonrisa de oreja a oreja. Lo besé de nuevo, mi mano subió sola por su cuello, palpé el filo de la mandíbula, la barba incipiente raspaba, mis labios no se despegaron de su boca mientras mis dedos descendían por el pecho que se inflaba y se desinflaba con una calma que me anclaba al presente. Me conocía bien para entender el lenguaje de mis manos. Se desperezó.
—¿Has descansado?
—Lo suficiente —mentí y lo besé de nuevo, atrapé su mano y la guié hasta mi pecho herido. Intentó resistirse, un gesto fallido que se desvaneció al sentir el pequeño dardo en sus dedos. «¡Oh, Carmen!», murmuró como una plegaria. Dejé que se entregara a mi carne y avancé a comprobar que teníamos preparado ahí abajo. Entre la erección de madrugada y mis pechos, el asalto estaba ganado. No quería follar, quería hacerle el amor.
Le ayudé a deshacerse de la poca ropa que conservaba, le acaricié la polla con mimo empapándome de su excitación, llevé mis dedos mojados a la boca para provocarlo, palpé los testículos como a él le gustaba. Hubiera querido seguir, pero la urgencia del deseo me hizo apresurar el ritual. Lo cabalgué apoyada en su pecho, frotándome con la verga para darle el placer de masturbarme sobre ella. Sus manos sabias me acariciaban como pocos hombres han sabido hacer, recorrían mi cuerpo de una forma que me hacía sentir segura y deseada. Cuando no pude más, lo ensarté y me dejé llevar permitiendo que el momento transcurriera como tuviera que ser con el único objetivo de purificar el caos en el que había estado atrapada.
Cómo lo quería. Cuánto lo echo de menos.
A falta de una ducha juntos, me aseé lo imprescindible. Mario lo entendería. Después me enfrenté al veredicto del espejo, por primera vez los tatuajes no me resultaron abominables, luego me enjuagué la cara, las axilas, los pechos y al terminar se ofreció a curarme la herida, sabía cuánto lo deseaba y yo anhelaba su trato exquisito.
El espejo mostraba una imagen desaliñada. El cabello mejoró con el trabajo de mis dedos engarfiados, el rostro necesitaba ocultar los estragos de tanto exceso. "Pásame el neceser rojo de mi maleta, por favor", él atinó a la primera, lo abrí y comencé a aplicarme sombra, rímel y maquillaje.
Mientras me concentraba en arreglarme, su voz llenó la habitación poniéndome al día de la vida de las chicas. De reojo, noté cómo su mirada evitaba mi cuerpo, la tensión entre nosotros era innegable, me erguí como hacen las gacelas cuando intuyen el peligro. Habló de Luca, mi "rubia de bote", mi amiga y mentora, una mujer explosiva con un corazón de oro. Luego siguió Alba, demasiado joven para este trabajo, demasiado madura para su edad. Por supuesto, Lorena, que me seguía viendo como "la pija". Y Lauri, con su fachada de dureza que se convirtió en mi protectora y me enseñó más de lo que nadie haría, incluso algo tan íntimo como poner un condón con la boca. Mis chicas.
Lauri, de alguna manera, me recordaba a Candela. La misma dureza en la mirada, la misma protección sin pedir nada a cambio. Fue una conexión extraña, la imagen de Candela se superpuso en mi mente, paralizándome por un instante.
—Te has acordado de tu compañera de Sevilla.
—¿Cómo lo sabes?
—Mario me ha hablado ella.
—Temo que le ocurra algo.
—Dice que sois como dos gotas de agua.
Dejé el perfilador de labios y me volví.
—La conoció una noche, entró en un pub y se encontró con que, además de buena música, había chicas buscando algo más que compañía, así me lo contó, le sorprendió el parecido de una de ellas conmigo.
«Andaba bastante perdido, aunque no debía de estar lejos del hotel. La noche había calmado el sofocante calor que durante todo el día había caído sobre la ciudad. Cerca de una plaza que me resultó familiar vi las luces de un pequeño local del que salían las notas de un saxo: John Coltrane me estaba llamando y no pude rehusar su invitación; traspasé la puerta y entré en un oscuro garito cargado de humo; unas pocas mesas cercadas por una baranda de madera de roble marcaban el camino hacia una barra alargada tras la que una camarera joven con maneras expertas se afanaba en preparar un cóctel. Me miró avanzar tratando de catalogarme. No tardó en servirme un Jack Daniels como se lo había pedido: un solo hielo en vaso bajo, un agradable vaso labrado, ancho. Entonces la vi. Al otro extremo de la barra, subida a una banqueta alta, estaba Carmen. (2)
El mismo perfil, el mismo cabello algo más largo, la misma figura, tal vez más pecho, las piernas tan largas y esbeltas como ella. Con un vestido negro mínimo tan ajustado que le dejaba al descubierto gran parte de los muslos. Cogió el paquete de tabaco, se dio cuenta de que la estaba mirando y sonrió con descaro, encendió el cigarrillo, soltó el humo y volvió a mirarme con los ojos guiñados. Tomé mi copa, bebí, ¿alguna vez vería a Carmen haciendo la calle? Sabía que me observaba y la miré; ahí estaba, esperándome. Se parecía tanto, tanto que perdí unos segundos comparando a dos mujeres. Al fin me separé de la barra y fui a su encuentro.
—Me recuerdas a una persona.
—¿Por eso no has dejado de mirarme ni un segundo?
—Y porque eres preciosa.
—Gracias. —Tenía la copa casi vacía y le hice un gesto a la camarera para que nos atendiera—. No eres de aquí, ¿verdad?
—Tú tampoco —repuse; negó poniendo en danza su negra melena y bajó la mirada con un gesto coqueto que reconocí—. Soy de Madrid —continué—, he venido unos días por trabajo.
—A ver si adivinas de dónde soy.
—Por el acento diría que eres castellana, de Madrid seguro que no. —Levantó el pulgar.
—Premio.
—Te pareces mucho a una chica que conozco, una amiga de Madrid, es… trabaja en la noche. —Elevó las cejas al escucharme—. Ya sabes.
—¿Una puta?
—Bueno sí, no quería…
—Ofenderme; ¿de dónde sales?
Me quedé absorto mirándola. Podría ser ella, en realidad la imaginaba a ella trabajando; había puesto a funcionar toda mi maquinaria para crear una fantasía en la que Carmen, ataviada con ese minivestido que apenas le tapaba el culo, hacía la carrera en un pub. Se parecía, pero no tanto como en un principio creí ver; sus rasgos eran menos delicados y detrás del maquillaje se adivinaban las huellas del cansancio bajo los ojos y en las comisuras de la boca.
—¿Y esa amiga te trata bien?, parece que no la olvidas.
—Nos vemos con frecuencia, es ya una amiga como dices. Os parecéis mucho, por eso me quedé mirándote.
Traté de no centrarme en Carmen. Le pregunté por su vida, aunque sabía que lo que me contase sería una historia inventada, y enseguida logró desviar la conversación hacia mí.
—Soy psicólogo, me dedico a hacer hablar a la gente, como tú.
—Qué casualidad, cuando era joven pensé estudiar psicología, luego no pudo ser.
—Nunca es tarde, podrías hacerlo a distancia, a tu ritmo; con lo que te ha enseñado la vida seguro que tienes madera de psicóloga.
—Gracias, pero no, ese tren ya pasó, además no creo que pudiera cubrir mis necesidades con un sueldo de psicóloga recién salida de la facultad, si es que llegase a conseguirlo.
—Bueno, todo es tener los contactos adecuados.
—Claro, y ahora es cuando me vas a decir que tú podrías ayudarme. ¡Princesa Vivian! No gracias, no necesito que nadie venga a rescatarme.
—No me veo de Richard Gere. En serio, no era esa mi intención.
Me sentía cómodo charlando con ella y se notaba que había dejado a un lado la máscara de cazadora de clientes. Ambos dábamos por sentado cómo acabaríamos, ¿por qué no dejar que lo que había derivado en una conversación agradable continuara un poco más?
Diez minutos después se impuso la realidad, pagué las consumiciones y demostré mi impericia en estos asuntos. «¿Dónde vamos, a mi hotel?». No debíamos de estar lejos, comencé a moverme hacia la puerta y me detuvo. «Son veinte mil. Griego, veinticinco»; «Está bien». (3)
—Se pusieron a hablar y, bueno, ya sabes lo que pasa en estos casos. Luego la vio más veces. Siempre que volvía a Sevilla, iba a verla. Una noche se quedó en su casa, conoció a la niña, una cría de dos añitos preciosa. Cuando me lo contó, quise saber qué pasaba, porque aquello se estaba convirtiendo en algo más que una historia con una puta. Antes del verano, aprovechando un congreso, me planté en Sevilla. Me la presentó una noche en el pub. No sé qué me ocurrió, sería el ambiente, la manera de entrarle a los hombres… Necesitaba conocerla más. Nos fuimos juntas a un hotel turbio donde ella iba con los clientes. El recepcionista me confundió con una puta o una clienta lesbiana. La forma en que nos trató me produjo una subida de adrenalina como pocas veces. En aquella habitación destartalada y mal ventilada, me contó su vida y yo le conté la mía, adivinó lo que necesitaba y me animó a que volviera a por Paco, un cliente al que había dejado colgado por atenderme. Lo hice, volví al pub con el corazón en la garganta. Lo traje al hotel, me folló por cuatro perras que me supieron a gloria. Después me aseé en una ducha mugrienta procurando no poner los pies en según qué sitios y volví feliz, Tomás, feliz.
—Mario me ha dicho que el dueño del pub se enteró y tomó represalias.
—Había invadido su territorio. Antes de que la emprendiera con Candela, nos adelantamos.
—Un momento. ¿Por qué la iba a emprender con ella?
—Me había visto charlando con unos y otros como si fuera de la casa, nos vio salir juntas, después me vio volver sola y llevarme a un cliente. ¿Qué podía pensar? Una intrusa en su local que había venido de la mano de Candela. Ella sería quien iba a pagar por mi atrevimiento, por eso fuimos a verlo y le contamos una milonga. Se hizo el duro y me ofrecí a compensarlo. Me llevó al despacho, tuve que hacerle una mamada y darle parte de lo que había cobrado, una miseria. Creí que sería suficiente, pero no se conformó. Mi estilo y mi forma de expresarme no le cuadraba con lo que espera de una puta y quiso sonsacarme qué hacía allí, quién era, de dónde venía. Traté de salir con evasivas, pero en un descuido me cogió el bolso y vio mi documentación, supo quién soy, dónde vivo, a lo que me dedico. Además, encontró una foto mía con Mario, lo reconoció y se montó una película: la esposa de un hombre infiel decide investigar lo que hace cuando viaja, descubre el lugar donde pasa las noches, quiere conocer a la puta con la que se ha enganchado y terminan haciéndose amigas.
—¿Cómo acabas trabajando para él?
—No sabría decirte. Por puro morbo, porque esta forma de prostitución es mucho más potente que la que practico contigo.
—Y más peligrosa, lo acabas de comprobar.
—Lo sé, ahora lo sé y además he puesto en peligro a Candela, porque Diego no se va a quedar de brazos cruzados, si no puede cumplir el compromiso con los árabes, le ofrecerá lo más parecido a mí que tiene. ¡Es horrible!
No pude contener las lágrimas, ¿qué sería de ella? ¿Y Patri, qué sería de Patri?
Tomás me recogió en sus brazos y me dejó desahogarme.
—¿Por qué no me lo contaste? Te habría ayudado.
—Temí… defraudarte. Lo siento, lo siento mucho.
Me volvió a acoger en su pecho antes de que el llanto me dominara. Sus caricias fueron un bálsamo reparador hasta que sintió mi respiración calmada, después volví a recomponer los estragos de la culpa en mi rostro. Él estaba al teléfono en el despacho, me había llamado amor por primera vez y yo le había correspondido arrastrándole conmigo al filo de la navaja. Qué irresponsable.
Nos despedimos con el beso más auténtico que había dado en mucho tiempo. No fue un beso de pasión, sino de amor, de despedida, una promesa. Un empleado de toda confianza me esperaba en la puerta y me acompañó al garaje, donde el chofer ya estaba al volante de un imponente Mercedes negro de lunas tintadas. Viajé a oscuras con Tomás en el pensamiento y la certeza de ser inmensamente afortunada por haberlo encontrado. Al llegar a mi destino, de amanecida, el chofer se apresuró a sacar mi equipaje del maletero.
—Gracias, Armando.
—Adolfo, señora. ¿La acompaño al portal?
—No es necesario, Adolfo. Buenas noches.
Citas
1 Capítulo 83. Entre mujeres. Septiembre 2014
2 Capítulo 138. La venganza se sirve en plato frío. Enero 2021
3 Capítulo 139. Candela. Enero 2021
4 Poema número 20 Pablo Neruda
Lucia tenía razón el ganador se queda con todo, de hecho he buscado la cancion the winner takes il all, la he escuchado con cascos que no era plan de despertar a los vecinos, el ganador definitivamente a sido Tomás.
ResponderEliminarY si hay un ganador tiene que haber un perdedor y este es sin ninguna duda Mario, ¿se merece acabar así? La respuesta es si, Tomás le a dicho verdades como puños, verdades que solo un amigo de verdad te dice.
Pero me surge otra pregunta, ¿es Mario el único culpable de lo que a ocurrido con Carmen?, Mario va a pagar un precio muy alto, un precio que se a ganado a pulso, pero Carmen también a puesto de su parte para que ocurriera lo que a ocurrido.
La conversación que tendrán Mario y Carmen va a ser desgarradora, Mario va a hacer el mayor sacrificio renunciar al ser que más ama sabiendo que hace lo correcto porque sus obsesiones van a terminar por destruirla.
Tomás se a portado y en esto también le tengo que dar la razón a Dosoctavas, Mario se libra de la venganza de Tomás porque Carmen lo ama, pero ya le a dejado clarito que por su bien no se cruce en su camino.
La ambición de Diego a terminado de deborarlo, ya no tengo claro quien le va a dar su merecido, si los Árabes o Tomás.
No tengo ninguna duda de que Candela estará a salvo y más cuando Tomás a escuchado lo preocupada que está Carmen por lo que le pueda ocurrir.
Carmen como me he alegrado de saber que se encuentra en Madrid y a salvo lejos de esa panda de cabrones sin escrúpulos, pero Tomás se a equivocado en algo, el y Mario han vuelto a tomar una decisión que le compete a ella sin tenerla en cuenta.
En esta ocasión Mario poco podía hacer puesto que el no a tomado esta decisión, la han tomado por el.
Por ultino Mario eres un cabronazo
—Gracias, Armando.
—Adolfo, señora. ¿La acompaño al portal?
—No es necesario, Adolfo. Buenas noches.
Ya nos has vuelto a dejar otra perlita y los dientes largos, pero se te perdona porque este capítulo a sido soberbio.
Buenas noches a todos que descanséis.
Creo que ya ha salido alguna otra vez el nombre del conductor de Gonzalo, parece que en cuanto está en un contexto similar se le disparan las conexiones pero no acaban de abrirse. Es cuestión de tiempo, creo yo pero Mario lo saque ahora no es casual
EliminarEstoy totalmente de acuerdo.
EliminarOpino como tu Lucía, Mario no da puntada sin hilo.
EliminarSe me olvidaba, el título encaja a la perfección.
ResponderEliminarGracias por publicar, lo leere y despues comento
ResponderEliminarEn lunfardo se habla de "dorar la píldora". La expresión se origina en la práctica de los boticarios de cubrir las pastillas medicinales con una capa de caramelo para disimular su sabor amargo, haciéndolas más fácil de tomar.
ResponderEliminarEn ese lenguaje arrabalero significa suavizar o disfrazar una mala noticia o situación desagradable o menos negativa o bien adular a alguien para conseguir algo.
Ahora bien, si Diego hubiese sido un poco más inteligente, cuando presenció el abandono de Mario por Carmen, hubiese utilizado la segunda parte del significado arrabalero. La hubiese tratado con dulzura, no la hubiese hecho trabajar y mantenido a su lado, como un amante comprensivo.
Al aparecer los árabes, debería aplicar la primera parte del significado. Pero como todos sabemos, Diego puede ser muchas cosas menos inteligente.
Diego se a caído con todo el equipo, acaba de crearse un enemigo nuevo y este es de armas tomar.
EliminarEs muy complicado, mucho, saber quien es más indeseable de los 3, Tomás un mafioso proxeneta, Mario un manipulador sin escrúpulos y Carmen un ser egoísta y manipuladora, nadie la engañó, nadie la manipuló, me recuerda a los Borbones, en fin como diría mi suegra antzeko parecido. La puesta en escena de la historia es insostenible, ni un mínimo de información útil, lo del burdel de Sevilla es de traca, lo de los árabes de telenovela ... El mundo de la prostitución no tiene nada que ver con lo que aquí se ha escrito al menos en España y MUCHÍSIMO MENOS con españolas, cada quien se prostituye donde quiere o donde puede. Lo dicho ahora que se acaba, sólo eso, comentar que está bien escrita pero sin criterio ni investigación alguna, el final ... Puede valer cualquiera, todos compraron mucha lotería para que les tocara el gordo.
ResponderEliminarSuscribo al cien por cien el comentario de Apasionado Nada que añadir A Mario le han dicho unas cuantas verdades que ya estaban tardando y un par de amenazas para que no lo tome a broma
ResponderEliminarMe cuesta creer que Tomas vaya en serio con la idea de echar a Mario me suena un intento de hacerle reaccionar O eso o es un falso porque se contradice con lo que la dicho a Carmen para hacerle aceptar los tatuajes
ResponderEliminarPor cierto el piercing nuevo es una pasada
Yo creo que Tomás no quiere a este Mario consumido por sus obsesiones cerca de Carmen, yo también creo que quiere hacerle reaccionar y que se centre en ayudar a Carmen.
EliminarLa imagen de los recuerdos que estallan como el mar picado contra las rocas y suenan como un trueno y se levantan al cielo y después hay un momento de calma hasta que ves venir la siguiente ola y sabes que va a estallar con la misma fuerza. Es una metáfora tremenda porque cuando los recuerdos te persiguen es así como te atormentan.
ResponderEliminarCarmen se enfrenta a un problema serio, hacer las personas que la conocen acepten su cambio físico, empezando por su familia porque en algún momento la verán en bikini. ¿Que dirá su madre, su hermana, el baboso de su cuñado, su padre.
ResponderEliminar¿Cómo reaccionará Cláudia, y Ángel, les gustará?
¿Y Domenico, que le va a explicar?
Lo he escrito yo
EliminarComo siempre impecable.
ResponderEliminarCon respecto a Tomas, me dio la impresion de que a Mario no lo quiere cerca de Carmen, quiere el trofeo para él solo.
Hay un detalle que me llamó la atencion cuando le dice las cinco personas mas importantes para ella y en principio Tomas se pone en el vertice inferior del pentagono, como el menos importante, pero solo, y Carmen lo pone en el punto de arriba con Mario. Hasta ese momento la conversación con Mario ers dura y le pedia que trabajara con Carmen que buscara los mejores para ayudarla, pero despues de ese punto le hace una invitación para que se separe de ella ya que según Tomas es la unica forma de ayudar a Carmen, y si no es suficiente le dice que no se cruce en su camino, con lo que poco camino le deja a Mario.
Tendremos que esperar a leer la conversación entre Carmen y Mario y si Carmen esta dispuesta a sacrificar a Mario o se quieren ayudar los dos.
La forma en que Tomás le habla a Mario tiene un sentido especial, que despierte de una vez y que pueda "dominar" su morbo.
ResponderEliminarPara mi lo más justo sería que Carmen, Mario y Tomás se sentarán y estos dos le explicarán sus razones de porqué es mejor que Mario salga de la vida de Carmen.
ResponderEliminarLa vida de Carmen es suya, ni Mario ni Tomás tienen derecho a decidir sobre su vida a sus espaldas y ademas soltarle, hemos decidido que lo mejor es que Mario corte contigo.
Tal vez Carmen lo acepte o tal vez no pero tiene derecho a decidirlo ella y eso es lo que le están volviendo a quitar.
No sabemos si se va a dar esa separación, tal vez Carmen tenga otros planes al respecto, pero pongamos que al final se separan.
Aunque Mario lo pase mal al principio puesto que lo va a pasar solo y todo por culpa suya puesto que no a sabido estar a la altura de Helena, Irene, Macarena, Elvira, Candela, pero sobre todo de Carmen.
Opino que esta separación le puede venir bien para mirar todos esos fallos de frente y corregirlos y de esa forma mejorar como persona para crear un Mario 2.0.
Con Carmen no lo tengo tan claro, sacamos a Mario de la ecuación, pero en su vida siguen personas llenas de obsesiones, Carmen también necesita estar sola y poner en orden esa vida que se a puesto patas arriba.
Tomás le a dado La oportunidad de mejorar y crecer como persona a Mario, pero sin embargo se la ha negado a Carmen porque está convencido de que todo es culpa de Mario y no quiere ver que Carmen porta sus propios demonios, demonios que tiene que enfrentar y superar para poder hacer frente a todas las garrapatas que pululan a su alrededor.
No se si e sido capaz de plasmar bien Todo lo que quería comentar, si no es así me disculpo por ello.
Claro y meridiano aunque creo que también sabe qué Carmen a metido la pata pero espera el momento de decírselo
EliminarTienes razón, nos esperan unos capítulos muy interesantes.
EliminarQue pedazo de capítulo, Tomás la salva, como se comentó mucho por aquí, sin el quien sabe dónde estaría Carme, y le tienen que dar gracias a qué los árabes no se presentaron a tiempo. que se hayan retrasado, haciendo quien sabe que, salvó a Carmen de que desapareciera de la faz de la tierra.
ResponderEliminarLa conversación de Mario y Tomás, alucinante, a Mario como se ha dicho le dijeron varias verdades que dicho se de paso, tenían que habérselas dicho desde hacía mucho tiempo, pero no creo que el dejar a Carmen como lo dice Tomás. sea lo correcto. y también de acuerdo con lo que alguien comento. se toman decisiones por Carmen sin tomarla en cuenta, y si Carmen se da cuenta la va a tomar contra Mario y Tomás. Sabemos que Carmen no soporta que tomen decisiones que solo le incumben a ella.
Respecto a Candela, creo que está a salvo de de los árabes y de Diego. al menos por el momento, "Salimos del Penta entre las miradas y los cuchicheos de los clientes. En la calle me terminé de despejar, el inspector le dio instrucciones a Morales que volvió a entrar al Penta, me hicieron subir a un coche sin distintivos, él se montó detrás, a mi lado, en lugar de sentarse delante". Este pasaje es la clave, Para mí que las instrucciones que le dieron al inspector Morales, fueron precisamente hacerse cargo de que no le pasará nada a Candela, por ese lado creo que de momento candela estará bien.
Carmen está rota. y tiene que enfrentar a Mario.
Tomás la rescató, le apapacho, le hizo sentirse bien, se emociono cuando le dijo mi amor, pero va a tener que enfrentar la realidad y esa realidad es Mario, y aquí me viene un pasaje que se leyó hace varios capítulos donde se dice que Carmen ya tiene un despacho en las oficinas de Tomás, y que se pasea desnuda por la oficina de Tomás sin importar que entre la gente de confianza de Tomás.
Aquí me preguntó, si Tomás no pone en peligro a Carmen exciviendola de esa manera, y luego se queja de Mario por exponer a Carmen
Mario no es solo el culpable. tambié lo es Carmen y en cierta medida Tomás.
Tendré que darle una nueva leída porque es mucho lo que hay que analizar.
Este capítulo marca un antes y un después
ResponderEliminarCarmen y Mario se dan un tiempo lo más probable es que sea Mario el que lo proponga motivado por la tunda que le ha metido Tomas, se debe sentir muy culpable y pensará que la forma de ayudarla es dejarla libre
Tomas la toma bajo su protección le da más trabajo más responsabilidades también la convierte en su querida delante de todos porque es inteligente resuelve asuntos de negocios y encima está buenísima
No se cuando se recuperará el sentido común a corto plazo yo lo veo así negocios y placer para olvidar la tristeza
Más o menos yo también lo veo de esta manera.
EliminarOtra cosa que me ha llamado la atención es que Domenico no forma parte de ese pentagrama, los padres, Esther, Tomás y Mario en lo más alto.
ResponderEliminarTambién es posible que haya sido por la emoción del momento.
Federico ha hecho alusión a una escena en la que Carmen actúa de asesora en una reunión de la empresa de Tomás completamente desnuda al lado de éste, dando a entender que se ha convertido en una práctica habitual aceptada por todos. ¿Alguien me puede decir en qué capítulo se menciona esto? No lo encuentro y creo que no fue hace mucho.
ResponderEliminar¡Dos Octavas, haz tu magia!
EliminarCapítulo 193 Todo el mundo tiene algo que ocultar
EliminarBruto.
ResponderEliminarBuenas tardes a todos y sobre todo a ti querido Cayo, gracias por publicar aunque estés de conferencias, espero que disfrutes el viaje y las conferencias y que estas sean un completo éxito, el capítulo me ha encantado y lo veo como parte de un todo que me he titulado a mi mismo como “Sevilla tuvo que ser…” sabes que me gustan los apartijos y los títulos, no me lo tengas en cuenta.
Estoy de acuerdo con Lucía y le veo más potencia a ciertas partes del relato, no solo a la que menciona si no al desvalimiento cuando la están arreglando para venderla y otras muchas de este episodio, que supongo que poco a poco iremos desglosando y eso es lo que le da tanta fuerza y como este a los anteriores.
El relato de estos capítulos visto en su conjunto es una autentica locura, y falta la traca final, cuando al final se reúnan por fin Carmen y Mario, quiero esperar un poco y madurar lo que pienso sobre el momento de los dos pero en general estoy muy de acuerdo con lo que voy leyendo en los comentarios, y hay tres líneas sobre las que me gustaría reflexionar antes de seguir comentando, la decisión de Carmen que le hurtan o intentan hurtar Tomás y Mario, la necesidad de tratamiento y el sacrificio de Mario.
Resumiendo enhorabuena por el capítulo y voy a parar con los elogios que hasta mi ya me está pareciendo y peloteo y no es verdad. Por lo menos en los diez o doce próximos capítulos, ahora como la cagues a degüello.
Quiero decir en defensa de Carmennque si no la hubieran drogado con drogas que inducen a la sumisión no se habría comportado como lo ha hecho en muchas de las escenas más fuertes No parece ella
ResponderEliminarC193 Todo el mundo tiene algo que ocultar
ResponderEliminarDiciembre 2024
«Carmen Bauer, la consultora encargada de establecer los perfiles de los directivos de las grandes cuentas, un título que dejaba mucho campo abierto. Estaba en todas partes cuando se trataba de establecer estrategias, siempre cerca del omnipotente Rivas, si había rumores sobre mi poder ni me llegaron ni me importaban, el respeto que levantaba a mi paso era suficiente. Procurábamos mantener las formas, solo en el despacho de Boadilla nos permitíamos ciertas libertades porque el reducido círculo que accedía era de la absoluta confianza de Tomás, se jugaban algo más que el puesto de trabajo y unos ingresos desmedidos si violaban la lealtad prometida. Traspasar la puerta de aquel recinto era entrar en otra dimensión en la que, comparado con lo que allí se cocía, el picadero era un juego inocente; se hablaba sin tapujos de operaciones que lindaban la frontera de la ilegalidad, pagos donde las facturas ni se mencionaban, gestiones para obtener información privada de esposas adúlteras, hijos drogadictos, empresarios endeudados hasta las cejas en casinos de todo el mundo y cualquier otra información que pudiera inclinar la balanza a favor del grupo Rivas. Pasado el primer shock, acepté que era lo habitual en ese mundo y, sobre todo, no iba conmigo, yo seguía haciendo mi función ajena a tanto chanchullo, si estaba allí era para…
Para darle prestigio, para aumentar su imagen, Rivas disponía de la mejor asesora, la más cualificada, la tía más buena y, además, se la cepillaba cuando le venía en gana, ¿o no vieron cómo me comió la boca en mitad de una reunión decisiva para celebrar mi aportación sobre los puntos débiles de cierto consejero delegado difícil de manejar hasta ese momento? Me acostumbré porque, a pesar de todo, me respetaban, mis opiniones valían oro, lo que hiciera Tomás con mi cuerpo en su presencia era cosa nuestra.
Aquello fue a más. Una tarde de verano, con la noticia fresca de la adjudicación de un importante contrato, follamos en el despacho como desesperados, me aseé con varios kleenex y quedé derrengada en el sillón bajo el foco directo del aire acondicionado con una pierna sobre el reposabrazos ofreciéndole la mejor vista de mi vulva abierta y húmeda mientras él discutía descuentos por teléfono. No te distraigas, le dijeron mis ojos con un estudiado parpadeo. Eran las nueve de la noche, quién podía esperar a Román, el responsable del área de industria. Entró sin llamar con la urgencia de quien viene a anunciar algo grave, ni siquiera me vio, fue directo a Tomás que, en pelotas, negociaba con un saudí, le dio un folio y mientras esperaba, me vio o, mejor dicho, se perdió en mi coño, le saludé agitando suavemente los dedos, Román me devolvió el saludo y se dio la vuelta, pero el panorama no era mejor: su jefe, desnudo, con un hilillo colgando de la polla, seguía al teléfono; giró de nuevo, me miró azorado, sonreí, no sabía qué hacer y desvió la atención a la gran cristalera a su izquierda.
—¿Quién ha visto esto? —preguntó sacándolo de su incómoda situación.
—Nadie, solo tú.
—Échale un ojo. —me dijo extendiendo el brazo, fui hacia ellos, el mensajero buscaba un punto en el infinito. Cogí el documento y lo leí.
—¡Vamos Román, parece que no has visto nunca un par de tetas! —lo azuzó señalándome, porque yo trataba inútilmente de devolverle la hoja.
—No puede hacer esto —dije—, la demanda le va a costar…
—Le va a costar un huevo —me interrumpió—, pero entretanto nos enredamos en pleitos, se paraliza el proyecto de Cádiz y nos hace perder una fortuna.
—A este tío le están pagando por esta maniobra.
—Convoca reunión mañana a primera hora. —le ordenó, Román salió escopetado.»
(Sigo)
« Fue la primera vez que participé en estas condiciones en una discusión de trabajo, a partir de ahí se encaprichó con tenerme desnuda y meterme mano mientras despachaba, decía que le cargaba las pilas; no era ninguna novedad, la primera vez que me tuvo lo hizo, fue en el picadero, me pagó y antes de follarme se la mamé mientras resolvía un asunto por teléfono, ese fue mi primer trabajo de puta. (2) En el despacho de Boadilla se volvió habitual, la diferencia es que por allí entraban y salían los más cercanos y dejaron de sorprenderse, yo era un objeto decorativo más en el despacho, el cargador de batería, el depósito de cafeína, el chute (en palabras mías), salvo cuando Tomás requería de mis consejos, entonces, desnuda o no, los presentes escuchaban con atención mis palabras, porque lo que yo proponía quedaba refrendado por Rivas. Si estábamos a solas y nos apetecía, descolgaba y decía «no me pases llamadas», era la clave para que nadie nos molestase, una cosa era entrar y encontrarme en pelotas, otra muy distinta sería sorprender a Rivas follándose a la consultora encargada de establecer los perfiles de los directivos de las grandes cuentas.»
ResponderEliminarYa, me voy, que me están esperando. Como dirían los Ronaldos, no puedo vivir sin ti, sin vosotros, es lo que parece. Il guardiano se va a quejar de que no le dejo hacer su trabajo.
ResponderEliminarDiego jugo muy sucio con Carmen, estoy con Dosoctavas de no estar drogada Carmen no se hubiera comportado como lo hizo en ciertas escenas, es verdad que no parece ella.
ResponderEliminarMi cuñada me preguntaba si es conveniente de que Carmen pierda a Mario estando tan vulnerable como esta, le he contestado que no lo sabia, pero si echamos la vista atrás hay un capitulo donde Diego y Mario negocian y en ese momento Mario podría haberlo parado todo anteponiendo la seguridad de Carmen ante todo, pero se dejo llevar por el morbo y de aquellos polvos estos lodos.
ResponderEliminarMario es consciente de esto y de ahí el sentimiento de culpa que le a llevado a decidir que Carmen estará mas segura lejos de el.
Dos Octavas y Apasionado, gracias, sois los más rápidos a este lado del mississipi (he visto mucho western de pequeñita con mi padre)
ResponderEliminarEsta escena me hace pensar. Verano separada de Mario?
Yo guardo todos los capítulos que traen referencias al futuro así que he hecho un poco de trampa.
EliminarEs posible que pasen el verano separados.
Por qué Doménico no está en el pentágono? Porque no está presente en esta etapa, como si lo está Tomás el heroico caballero que rescató a la princesa de las garras del dragón.
ResponderEliminarMi querido Torco mi novia no se termina de fiar de Tomás y suele acertar con estas cosas, me a dicho que en los siguientes capítulos comprobara si su desconfianza está fundada o no.
EliminarIl guardiano
ResponderEliminarNo me quejo al contrario, estoy encantado de echar una mano.
Augusto Monterroso es especialmente conocido por su cuento "El dinosaurio", considerado uno de los más breves de la literatura universal, con solo siete palabras: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.". Nuestro compañero Kiko me acaba de obligar a escribir mi propia versión a costa de una escena del capítulo: Cuando lo escribí, la T4 aún no estaba allí.
ResponderEliminarTodo viene a cuento de que, como Kiko ha detectado, la terminal T4 de Barajas se inauguró en Febrero de 2006 por lo que no tiene lógica mencionarla en una escena fechada en 2002. Como le decía por mail, ha cazado un gazapo más grande que el dinosaurio de Monterroso. Lo corrijo de inmediato.
La verdad es que no tenía ni idea cuando construyeron la T4 así que porque lo has dicho, si no jamas hubiera descubierto que eso era un gazapo.
EliminarHecho. La frase original “ No hubo pasarela, ni autobuses, ni rastro de las multitudes de las terminales T1, T2 o T4.” Queda así
ResponderEliminar“No hubo pasarela, ni autobuses, ni rastro de las multitudes de las terminales”
Otra cosa de la que no hemos hablado es de Candela, es una mujer muy valiente y a demostrado ser una amiga de verdad para Carmen.
ResponderEliminarCreo que, cuando el compañero de Ortega volvió a entrar al Penta fue para recordarle al pobre de Diego que Candela ni pesque un resfriado o su hija. Puede que sea un idiota con poco cerebro, pero ese poco sirve para entender cuando le plantan una amenaza verdadera.
ResponderEliminarReconocer en público los errores que te han advertido en privado no solo es de agradecer sino de admirar. Gracias a Kiko por su buen ojo y a Mario por contarlo, no tenia necesidad pero lo ha hecho.
ResponderEliminarA Mario, el protagonista, le va a acompañar cada mañana al despertar un enorme dinosaurio al que tendrá que enfrentarse más pronto que tarde, cumplir lo que el diálogo con Tomas se le plantea como un deber para salvar a Carmen de sí mismo o buscar una alternativa que no es más que alargar un proceso conocido, usarla para satisfacer sus perversiones, en palabras de Tomás. Por los adelantos que conocemos, la pareja sigue unida, lo cual induce tener esperanzas. No creo que haya sido un camino de rosas.
Mario está vez le ha visto las orejas al lobo, pero de verdad. No se lo que pasará cuando Mario y Carmen hablen, pero si Mario decide cortar la relación es porque de verdad cree que es un peligro para Carmen, lo de Tomás a sido el último empujón para que Mario se arme de valor.
ResponderEliminarPara Mario renunciar a Carmen no sólo es perder al amor de su vida, es renunciar al deseo que se a convertido en una droga para Mario, no va a ser nada fácil.
Sabemos gracias al regalo de Mario que en el futuro Carmen y Mario están juntos y que en apariencia Mario es un apoyo para Carmen incluso cubriéndole delante de Esther.
También sabemos que su relación con Elvira va bien, va tan bien que incluso a cambiado el lenguaje de Mario sorprendiendo a Carmen.
Para Carmen tampoco va a ser fácil, porque ella también se culpa por lo ocurrido, no veo yo a Carmen dando su brazo a torcer sin intentar todo para reconducir la relación.
Luego esta Tomás, el capítulo 193 aunque fuera de contexto, no da ciertas pinceladas de como será la relación de Tomás y Carmen y en mi opinion Tomás no es mejor que Mario.
Tal vez debería aplicarse en si mismo los consejos que da a los demás, porque a priori no parece la relación más sana del mundo.
Pero hay una cosa que es inegable, Carnen junto a Mario es libre, no tiene ataduras ninguno de los dos las tienen.
ResponderEliminarTomás, Angel, Claudia, incluso Domenico le dan libertad pero una libertad repleta de interés, puede follar con gente a parte de ellos, pero solo con los que ellos puedan sacar veneficio.
Me voy dentro de un par de horas con mi chica a París. Voy a intentar centrarme solo en ella porque cumplimos años juntas. Me despido hasta el lunes diciendo que, poniéndome en el lugar de Carmen, ojalá Mario tuviera el coraje de dejarla volar libre. Ya sabemos que no ha sido así y que, aparentemente no les ha ido mal del todo pero no me creo que no haya sido sin sacrificar parte de ella.
ResponderEliminarBuen fin de semana, os quiero a todos.
Disfrutad del viaje, París es una ciudad especial.
EliminarEn cuanto a lo que dices, es una posibilidad muy factible, hacer lo correcto y renunciar a lo que más deseas o ser egoísta y seguir sacrificando a la persona que más amas.
En esta ocasión no tengo nada claro por cual se decidirá Mario.
Y Mario cuando se despierte por las mañanas" tendra que enfrentarse a el gigantesco dinosaurio " y golpearse la cabeza con la mesilla en señal de arrepentimiento ¿¿¿¿¿¿¿ ???????, por que, si nos remitimos a Sevilla, deberíamos de tener en cuenta que a Carmen , Sevilla la embruja, la primera vez quitando la de Carlos, si, si la del la convencion o lo que fuera, ella llego el jueves se instalo en otro hotel que no era el de Mario, que medio comieron el vienes / sábado y que hasta el domingo a ultima hora de la tarde no se volvieron a encontrar. También Mario es el culpable ?.
ResponderEliminarNon es justo entrar a matar a Mario y creer que Carmen es un angelito indefenso caído del cielo. A cada uno lo suyo.
Y que conste que no soy familia de Mario, ni lo conozco ni se donde vive ni que coche tiene o si tiene escopeta o no. No se como describir esto, no tengo ni la literatura ni la soltura para poder muchas veces comentar ciertos temas, `pero la vida me enseño a saber donde mirar. E
ResponderEliminarEsta pareja, perdón aprete una tecla que no devia, es rara de cojones, solo decir por ahora que como dice Apasionado, son tal para cual, se auto alimenta el uno del otro, y me da la sensación que si los separas mucho terminaran desconectándose
ResponderEliminarAmigo anonimo, si lees con detenimiento lo que a ocurrido en Sevilla, Carmen a sido una victima en todo momento y que conste que yo pienso que Carmen tiene su parte de responsabilidad, pero Mario tuvo en sus manos poner en su sitio a Diego en la reunión que tuvo con el, pero no lo hizo porque le pudo el morbo.
ResponderEliminarDespués Diego se impaciento y amenazo con pagarlo con Candela, otra vez Mario tuvo la oportunidad de pararlo y plantarle cara a Diego, pero en vez de eso le facilito el nombre del hotel donde se hospedaba Carmen en Cantabria.
Por ultimo al llegar a Sevilla y reunirse con Diego si Mario no hubiera soltado la palabra nueve vendiendo definitivamente a Carmen, tal vez las cosas se hubieran dado de otra manera.
Carmen llevada por el enfado y decepción porque Mario le hubiera fallado otra vez se le fue las manos y Diego aprovecho la oportunidad, Carmen se a pasado casi todos los días de su estancia en Sevilla totalmente drogada, es verdad que nadie le obligo a tomarlas, pero estoy seguro que de no estar totalmente drogada Carmen no se hubiera dejado llevar como lo ha hecho.
Carmen es victima de las obsesiones de Mario y este lo sabe, sabe que estaba en sus manos haber encarrilado esto y ayudar a Carmen, pero eso le hubiera negado ese morbo y placer que a terminado siendo una droga para Mario y su perdición.
Carmen a sido victima de la manipulación de Mario, eso es innegable.
Se me olvidaba, es verdad que Carmen se transforma en Sevilla, pero es Mario quien hace de Pepito grillo susurrándole cosas a Carmen porque el deseaba ver a Carmen como una puta de barra de bar con el tatuaje en la espalda y no dejo de dar por culo con lo del tatuaje hasta que al final a ocurrido, pero al final no a resultado como el lo había soñado, la realidad es mucho mas cruda y brutal.
ResponderEliminarEs portante saber cómo sigue la situación en el gabinete. Con respecto a Ángel y el empresario, como también el tema de Andrés y Berta, su señora.
ResponderEliminarCreo que nos esperan capítulos intensos.
Eliminarsencillamente creación literaria de enfermo sexual , llena de absurdos despropósitos y échos surrealistas que ni el propio Andre Breton , Dali, o cualquira de ellos realizaria, ¡increible!
ResponderEliminarLo dicho, infumable.
ResponderEliminarRetomo el control durante el fin de semana, estoy demasiado lejos para hacer una escapada a casa, así que me dedicaré a hacer turismo.
ResponderEliminarEste último debate que se ha iniciado en el blog, ni es nuevo ni tiene recorrido, como éste los hemos tenido a puñados en TR. Se agradece la opinión y a otra cosa. Por mi parte, nada que añadir.
Hay una chica en parís que está dando mucha envidia
ResponderEliminarEstoy deseando leer la escena donde Mario vea los tatuajes No estoy seguro de la reacción porque por un lado va a querer comerse a su mujer y por otro va a pesar mucho lo que le ha dicho Tomas — si la quieres de verdad déjala libre y vete de su lado
Cuando mi ex me fue infiel mi cabeza tenía claro que tenía que cortar esa relación, pero el corazón lleno de recuerdos se negaba.
EliminarFue una noche muy larga donde tuve que luchar contra esos bonitos recuerdos de cuando éramos felices.
No es una decisión fácil, además Mario no sólo tiene recuerdos, si no también obsesiones y como Carmen se desnude y Mario vea los tatuajes, tengo mis dudas de que sea capaz de dejarla libre.
Dos no juegan si uno no quiere (o algo así)
ResponderEliminarLo divertido es buscar un culpable, y ultimamente se esta convirtiendo en el deporte nacional, echar la culpa a otro intentando minimizar o eludir nuestra responsabilidad. Para mi la culpa es compartida uno por proponer y otro por aceptar, y gracias a eso tenemos una gran historia que nos tiene enganchados, disfrutamos y sufrimos a partes iguales.
Lo triste es que con lo que han vivido y estan viviendo no han aprendido. A los dos les sigue donimando el morbo y el vicio y ninguno levanta el pie del acelerador.
Y con respeto a las drogas es curioso la evolución de la pareja, la primera vez que Mario toma droga, Carmen tenia unos principios muy solidos en contra del uso de las drogas. Y ahora tiene una dependencia de ella, a pesar de todo lo malo que le ha pasado por culpa de la droga.
Los dos necesitan ayuda.
Mis padres fumaban como carreteros y yo siempre me enfadaba por ello, cuando cumplí los catorce era yo el que tenía un cigarro encendido entre mis dedos y fue así hasta que cumplí los treinta cinco.
EliminarTe aseguro que me creía en posesión de unos ideales férreos contra el tabaco, esos ideales se icieron añicos en cuanto me fume el primero.
No estoy de acuerdo contigo en lo de las drogas
EliminarCarmen empezó a consumir para intentar que Mario reaccionara y la parase No lo consiguió
Después ha consumido en algunas ocasiones sin que haya un patrón de enganche
Lo que ha ocurrido aquí es otra cosa La han drogado para someterla quitarle la voluntad y poder manejarla.
Me olvidaba del episodio en que sangró por la nariz Que yo sepa no ha vuelto a pasar
Yo no veo un patrón de consumo compulsivo
Mi cuñado me comentaba a la mañana que para el sin ninguna duda Carmen es víctima de las obsesiones de Mario, que poco a poco la empujaba a llegar más lejos, eso no quita para que Carmen accediera y fuera parte activa.
ResponderEliminarTambién cree que Mario llegado al punto donde han llegado, que han mirado al abismo y le han visto los ojos a la bestia será capaz de dejar esas obsesiones a un lado para ayudar a Carmen.
Estimado Kikotou, hay una gran diferencia entre culpa y responsabilidad. La primera es un sentimiento de remordimiento por algo que se considera que se hizo mal o que causó daño.
ResponderEliminarPor su parte, la responsabilidad es una actitud activa, de hacerse cargo de las consecuencias. de las propias acciones o o acciones y buscar soluciones.
En una relación, la culpa arraigada en la acusación y el reproche puede fácilmente fomentar posiciones de defensa y evasión.
La responsabilidad se basa en el aprendizaje de las propias acciones para así poder crear confianza y crecimiento.
Estás líneas las leí hace ya 47 años, cuando mi inmadurez casi lleva a mi flamante matrimonio a fracasar.
Puede haber un "campeonato" como vos decís, pero es otro juego.
Il Guardiano
ResponderEliminarPerdonar que hoy no he podido entrar en todo el dia
No te preocupes por eso.
EliminarUno de los tragos más fuertes que le va a tocar pasar a Carmen es contarle a Mario lo que hizo en la mansión de Rosalía
ResponderEliminarCreéis que va a contarle la verdad? Va a ser capaz de mirarle a los ojos y contárselo?
Yo creo que le va a contar un cuento
Si algo nos ha enseñado el Diario es que la verdad sale a la luz tarde o temprano, si yo fuera Carmen iría con la verdad por delante, es mejor que Mario se entere por ella que no por un tercero.
ResponderEliminarCreo que con los tatuajes, la fiesta en el Penta, la orgía en casa de Diego ya sería una carga muy pesada. Por lo tanto lo ocurrido en la casa de Rosalía no tendría la misma fuerza. Si serviría para odiar un poco más a Diego por ocultarle este dato a Carmen.
ResponderEliminarDe todas maneras Mario no debería enfadarse por lo menos no mucho, porque el sabía que estando Diego de por medio algo iba a pasar, tal vez no algo tan bestia, pero de que iba a pasar algo si.
EliminarOtra cosa de lo que me he dado cuenta es que Mario cuando se pone nervioso se atora y no es capaz de explicarse, ya veréis como le pasa lo mismo con Carmen.
ResponderEliminarEl tema principal de la charla que se deben debe girar sobre las responsabilidades. Sería negativo que Mario le ofrezca a Carmen espacio y tiempo, para volver a estar juntos.
ResponderEliminarCreo que una separación les vendrá bien, porque creo que si Mario ve los tatuajes no podrá resistirse al morbo y Carmen está demasiado vulnerable.
ResponderEliminarTal vez me equivoqué, pero tanto Mario como Carmen necesitan espacio para pensar en lo sucedido y decidir que quieren para el futuro, seguir siendo esclavos de sus obsesiones y deseos o superarlos y evolucionar.
Y me jode decir esto, porque se que si se separan los dos lo van a pasar muy mal.
Opino lo mismo la separación es inevitable y saludable
EliminarEn cuanto Mario vea los tatuajes se le dispararan los tics que le tiene dominado y verá a la mujer que siempre ha tenido en la cabeza
Pasarán una luna de miel que durará poco porque Mario está muy tocado por lo que Tomas le dijo y en el fondo es un tío responsable y manda en el el deber. Está convencido de hacer lo que sea para que Carmen sea feliz
Otra cosa es que la separación dure más o menos.
De vuelta y con ganas de quedarme en París, que gozada de viaje.
ResponderEliminarVeo que algunos opináis como yo. Carmen sería más feliz lejos de Mario, y digo lejos porque la amistad entre ambos después de tanto vivido sería difícil. Pero la historia nos dice que no va a ser así y les deseo lo mejor. Ahora queda la duda sobre si la separación será larga, si dar buenos resultados y si no día aprovechará para sacar tajada de ellos.
El problema que veo yo es que una vez separados, Mario si va a tener tiempo y oportunidad para digerir y pensar lo que quiere para el futuro, pero ¿Carmen en manos de quien queda?
ResponderEliminarEn manos de Tomás, de Angel con ese misterioso cliente venido de Sevilla, Claudia y demás alimañas.
Carmen al igual que Mario necesita tiempo y distancia para dijerir todo lo que ha vivido ese fin de semana, pero me temo que no lo va a temer.
Los tatuajes han sido traumatismos para Carmen, pero Tomás le cuenta un cuento de hadas para que los empiece a ver de forma positiva, esos tatuajes deberían de ser una advertencia para que en el futuro Carmen no vuelva a confiar en personajes como Diego.
Espero equivocarme, pero en un futuro inmediato que Carmen quede libre de Mario no va a marcar ninguna diferencia, no hasta que tome distancia y tiempo para sanar sus heridas, distanciandose de todo su entorno tóxico.
Yo no se si Carmen va a ser más feliz estando lejos de Mario, porque Mario no es el unico problema que tiene Carmen, siguen existiendo parasitos que van a intentar seguir nutriendose de ella, pero lo que si tengo claro es que la separación es necesaria.
ResponderEliminarMario y Carmen deberían protegerse mutuamente y ya no lo hacen, espero que la separación sirva para que los dos vean que por mucho que cambie una relación hay cosas dentro de ella que jamás deberían cambiar.
Cambiando de tema, me he pasado el fin de semana buscando un capítulo donde Mario describiera a Esther, pero no he dado con nada.
ResponderEliminarMe imagino a una Esther con una belleza equivalente a la de Carmen, tengo esperanzas de que en algún Capítulo del futuro Mario consiga saciar mi curiosidad.
Estamos de acuerdo en la necesidad de que se separen por lo menos una temporada y de que la primera beneficiaria es Carmen
ResponderEliminarPero ojo. No me olvido de una frase de Diego
Lo del empresario ese para el que trabaja se le ha quedado pequeño, Carmen está en otra onda y como no espabiles vuela
Verdad como un templo A Carmen se le ha acabado el chute de trabajar en el Penta y ya sabemos lo duro que es el síndrome de abstinencia
Cuando se recupere del susto, lo de Tomas se le ha quedado pequeño.
Se me ocurren cosas y están en el diario
Totalmente de acuerdo.
EliminarDos Octavas, te lo advierto en forma de acrónimo: N.M.D.E.D
Eliminar¿La de los acrónimos no era Diva?
EliminarJuegas con ventaja, como tienes esa base de datos superchula, así cualquiera.
LUIGI
ResponderEliminarNos contamos, o nos decimos, que esta pareja tiene que separarse, por lo menos durante un tiempo- ¿cuanto?, a saber , unos que poco, otros que un poco mas, otros que mucho y ya los hay que para siempre y que queden como amigos - no se especifica si con , derecho a roce o sin el, el caso es que se tiene que separar si, o si, y por otro lado todos tenemos miedo de que Carmen caiga en manos de cualquier depravado, que haga con ella lo que quiera, - Tomas, Diego, Angel, etc.
La verdad es que a mi no me gusta esta separacion . en la anterior se comento que fue larga y fue, si no recuerdo mal, en tu tierra Apasionado, de todas las formas Carmen es, en este momento una persona muy vulnerable , espero que no caiga en manos de cualquier desaprensivo, y en ese caso Mario no tendrìa ninguna culpa, - que sus veo venir.
n.
En un capitulo antiguo, en otra o en esta separaciòn ella - siempre ella-
No tiene porqué ser para siempre, pero Mario tiene que aprender a controlar esos impulsos que lo ciegan y le impiden ver el riesgo que está corriendo Carmen.
EliminarCarmen también tiene que ver que el deseo también le ciega, tanto como para aceptar unas drogas que la anularon completamente dejándola a merced de personas que no conocía de nada y podrían hablar hecho mucho daño.
Otra cosa que tiene que ver Carmen es que no siempre tiene la cosa bajo control como ella cree, esta vez se a librado por el canto de una pestaña.
N.M.D.E.D ? Mario? En serio? La D tiene que ver con Destripar?
ResponderEliminarHostias que curiosidad me ha entrado con el acronimo jajajajaja.
ResponderEliminarYo siento que antes de separarse a pensar que pasó como están y que puede pasar, tienen que hablarlo largo y tendido, que lo hablen todo, pero todo es todo, que no se escondan cosas o que digan medias verdades o verdades veladas, que se sinceren, y después si es necesario estar un tiempo. una do semanas a lo sumo y volver hablar de lo que recapacitaron.
ResponderEliminarPara mí Tomás quiere a Carmen para el y nada más para el, actúa de forma ipocrita, le dice a Carmen que valla con Mario que el la está esperando y que hables y que todo se va a arreglar. pero Tomás le dice a Mario que lo mejor que puede hacer es dejarla libre que ya le hizo mucho daño y que con el no va salir adelante. pero también le comenta que de una vez por todas la ayude a superar su trauma, para mí son contradicciones.
Sabemos que siguen juntos pero no sabemos cuál fue el trasfondo de lo que pasó en su reencuentro, después de Sevilla.
espero que Mario no tarde mucho en darnos la alegría de subir el siguiente capítulo y así despejar dudas