Capítulo 139 Candela
(Tiempo aproximado de lectura: 13 minutos)
El mismo perfil, el mismo cabello algo más largo, la misma figura, tal vez más pecho, las piernas tan largas y esbeltas como ella. Con un vestido negro mínimo tan ajustado que le dejaba al descubierto gran parte de los muslos. Cogió el paquete de tabaco, se dio cuenta de que la estaba mirando y sonrió con descaro, encendió el cigarrillo, soltó el humo y volvió a mirarme con los ojos guiñados. Tomé mi copa, bebí, ¿alguna vez vería a Carmen haciendo la calle? Sabía que me observaba y la miré; ahí estaba, esperándome. Se parecía tanto, tanto que perdí unos segundos comparando a dos mujeres. Al fin me separé de la barra y fui a su encuentro.
—Me recuerdas a una persona.
—¿Por eso no has dejado de mirarme ni un segundo?
—Por eso y porque eres preciosa.
—Gracias. —Tenia la copa casi vacía y le hice un gesto a la camarera para que nos atendiera—. No eres de aquí, ¿verdad?
—Tú tampoco —repuse; negó poniendo en danza su negra melena y bajó la mirada con un gesto coqueto que reconocí—. Soy de Madrid —continué—, he venido unos días por trabajo.
—A ver si adivinas de dónde soy.
—No has hablado lo suficiente, pero por el acento diría que eres castellana, de Madrid seguro que no. —Levantó el pulgar.
—Premio.
—Te pareces mucho a una chica que conozco, una amiga de Madrid, es… trabaja en la noche —Elevó la cejas al escucharme—. Ya sabes.
—¿Una puta?
—Bueno sí, no quería…
—Ofenderme; ¿de dónde sales?
Me quedé absorto mirándola. Podría ser ella, en realidad la imaginaba a ella trabajando; había puesto a funcionar toda mi maquinaria para crear una fantasía en la que Carmen, ataviada con ese minivestido que apenas le tapaba el culo, hacía la carrera en un pub. Se parecía, pero no tanto como en un principio creí ver; sus rasgos eran menos delicados y detrás del maquillaje se adivinaban las huellas del cansancio bajo los ojos y en las comisuras de la boca.
—¿Y esa amiga te trata bien?, parece que no la olvidas.
—Nos vemos con frecuencia, es ya una amiga como dices. Os parecéis mucho, por eso me quedé mirándote.
Traté de no centrarme en Carmen. Le pregunté por su vida, aunque sabía que lo que me contase sería una historia inventada, y enseguida logró desviar la conversación hacia mí.
—Soy psicólogo, me dedico a hacer hablar a la gente, un poco como tú.
—Qué casualidad, cuando era joven pensé estudiar psicología, luego no pudo ser.
—Nunca es tarde, podrías hacerlo a distancia, poco a poco; con lo que te ha enseñado la vida seguro que tienes madera de psicóloga.
—Gracias pero no, ese tren ya pasó, además no creo que pudiera cubrir mis necesidades con un sueldo de psicóloga recién salida de la facultad, si es que llegase a conseguirlo.
—Bueno, todo es tener los contactos adecuados.
—Claro, y ahora es cuando me vas a decir que tú podrías ayudarme. ¡Princesa Vivian! No gracias, no necesito que nadie venga a rescatarme.
—No me veo de Richard Gere. En serio, no era esa mi intención.
Me sentía cómodo charlando con ella y se notaba que había dejado a un lado la máscara de cazadora de clientes. Ambos dábamos por sentado cómo acabaríamos, ¿por qué no dejar que lo que había derivado en una conversación agradable continuara un poco más?
Diez minutos después se impuso la realidad, pagué las consumiciones y demostré mi impericia en estos asuntos. «¿Dónde vamos, a mi hotel?». No debíamos de estar lejos, comencé a moverme hacia la puerta y me detuvo. «Son veinte mil. Griego, veinticinco»; «Está bien».
La entrada al hotel mostró de nuevo mi falta de experiencia; «Déjame a mí», dijo al verme vacilar, se enganchó a mi brazo y entramos, otra vez tuve la emocionante sensación de llevar a Carmen la puta a mi lado, más alta que yo pero no tanto como ella; eso sí, igual de decidida, tomó el control y atravesamos la recepción sin prestar atención a la fugaz mirada que nos dedicaron.
—¿Ves como no tenías de qué preocuparte? —dijo cuando se cerraron las puertas del ascensor.
—No estaba preocupado. —Me acarició la mejilla.
—Qué tierno eres.
Entró en la habitación con poderío, dejó el bolso al lado del televisor y echó un vistazo mientras la recorría. Era Carmen, al caminar movía las caderas como ella, con la misma indolencia, con el mismo paso largo, como si el mundo tuviera que adaptar su ritmo al de ella. Se volvió y elevó una ceja. Claro. Me acerqué al armario y saqué el maletín; veinte mil, no sabía si después surgiría…
—Toma, si acaso más tarde…
—Ya, hacemos cuentas.
Carmen cogiendo el dinero, Carmen guardándolo en el bolso; me miró algo incómoda, puede que estuviera siendo invasivo.
—¿Una copa?
—Después, voy a pasar al baño.
Si pudiera retroceder en el tiempo hubiera querido regresar al cuarto de mi hermano y ser tan dulce con ella como lo fui con Candela. No me dejó besarla pero trató de darme todo el placer que pudo; no podía ignorar las diferencias, era Carmen aunque sus pechos dejaban un tacto más blando, era ella y mis manos decían que ese vientre no resistía la presión como siempre, que el aroma de su sexo era otro; pero era ella, la miraba y quería que fuera ella. Por eso acepté que no fuera tan buena, porque me ayudó a confirmar lo que ya sospechaba, Carmen es la mejor. Tras una mamada que sin duda fue buena si no tuviera el listón tan alto le pedí que se pusiera encima, quería ver a Carmen en acción; y funcionó, hizo un buen trabajo, se dedicó a fondo y yo viví mi sueño.
—Ahora te toca a ti.
Le hice tumbarse y estudié en detalle el paisaje al que me iba a dedicar; un mechón cuidado dejaba despejadas las ingles, me extasié un rato acariciando la tensión de los muslos, ella esperaba curiosa; por fin me acerqué y aspiré antes de besarla, se estremeció, recorrí los labios con besos breves hasta que la escuché suspirar, era el momento de seguir por los muslos, regresar al pubis, enredarme en esa madeja de vello y buscar la humedad que ahora brotaba libre; lamí desde abajo y se resistió, no se lo iba a permitir, moví la cabeza para que supiera que por nada del mundo iba a dejar sin acabar lo que había empezado, me hundí entre sus labios, se enderezó y con la voz ahogada dijo: «No». Abandoné la presa, desde abajo le aguanté la mirada. «Yo pago». No dije más, no iba a consentir que me negara lo que era mío. Un «No» firme y acabé con su última rebeldía. Se rindió. Volví a besar los hinchados labios y se dejó caer, atrapé los finos velos que daban paso al infierno, bebí y saboreé su aroma; hollé la hendidura con la lengua buscando el origen del mundo y me detuve; había hallado la joya que salía al paso de mi lengua y entramos en combate, un duelo suave, fuerte, despiadado, hasta que la quebré.
…..
—No suelo dejar que me hagan estas cosas.
—Gracias por el privilegio.
—Eres extraño, no sé qué pensar de ti.
—¿Bueno o malo?
—Todavía no lo sé.
—Entonces tendré que verte otro día. —Se incorporó y miró el reloj.
—Cuando quieras, ya sabes dónde estoy.
Se levantó y fue hacia el baño.
—¿No tienes otra forma de contactar, un teléfono?
Escuché el bidé, me quedé con ganas de acercarme a verla. No me respondió hasta que volvió. Qué hermosa estaba. Carmen de nuevo la había poseído; ahí estaba después de follar con un cliente y lavarse, dispuesta a irse, tal vez lista para cazar a otro solitario. Miró la erección sonriendo, se acercó al televisor moviendo el culo, cogió un bolígrafo y un cuadernillo del hotel y anotó un número.
—Toma —dijo lanzándomelo al pecho—, si te apetece me llamas.
No perdí detalle mientras se vistió. «¿Eres un poco mirón, no?», protestó divertida. Si supiera que no la miraba a ella sino a la puta de mi mujer tal vez me habría despreciado; aunque a mi dinero no, claro que no.
Me hubiera gustado hablar con Carmen, podría decirle tantas cosas. Que no se merecía el trato que le di, ninguna puta lo merece, ninguna mujer. Podría decirle que la he visto trabajar y se me han despejado todas las dudas; soy el marido de una puta y hoy la he visto ejercer, puede que fuera lo que necesitaba porque mientras la veía comprendí que la emoción que me desbordaba no era otra sino orgullo. Se lo diré, le diré que estoy orgulloso porque, ahora lo sé, es mejor que la mejor.
Si Irma pudo liberar de prejuicios a Jack Lemmon era previsible que al final Carmen lograse sacarme de mis incertidumbres.
…..
—Hombre, estás vivo.
—No estaba muy seguro de que quisieras hablar conmigo.
—Si lo estás diciendo en serio, entonces es que me conoces menos de lo que creía.
—Pensé darte un poco de tiempo para que…
—Para que se me pasara el cabreo. Qué bonito.
—Es lo que me aconsejó Elvira, dijo que si hubiera sido ella me habría mandado a la mierda.
—¿Y desde cuándo necesitamos que nos digan cómo resolver nuestros problemas? ¿es que ahora no se te ocurre a ti solito cómo acercarte a mí?
—No he querido decir eso; le conté lo que había pasado y me puso verde. Solo me aconsejó que te diera un poco de tiempo, nada más. ¿Ves?, otra vez estoy metiendo la pata.
—No, es igual, tampoco es tan grave. Estaba deseando que volvieras y fue una desilusión tan grande…
—Y yo me expliqué fatal, no sabes cómo lo siento, parecía otra cosa.
—Tiene razón Elvira. En ese momento te habría mandado a la mierda, da gracias a que me contuve.
—Dice que me debes de querer mucho para no haberlo hecho.
—¿Eso dice? Pues sí, aunque no te lo merezcas.
Así firmamos el armisticio, entre mimos y arrumacos. Nos echábamos de menos, nos teníamos ganas y lo confesamos abiertamente. Nos quedamos en un limbo en el que el deseo se movía sin intención, bastaba con querernos y decirlo, añoramos momentos que pasamos juntos, sonreímos sabiendo que el otro sonreía. Pero me faltaba algo, deseaba compartir con ella lo que había vivido.
—Hoy te he echado mucho de menos, te veía… por todas partes.
—Claro, se ha ido tu chica y te encuentras solo,
—No es eso, no me entiendes; es a ti a quien necesito.
—No nos vamos a desesperar, cariño; eso es lo que busca Santiago, no le des el gusto.
No podía dejarlo ahí, no encontraría otra ocasión. Sin duda la había llamado para esto.
—¿Estás ahí?
—Sí, aquí estoy.
—A ver, ¿qué te pasa?
—He estado contigo.
—¿Cómo?
—Acabo de estar contigo. —Un hondo suspiro me llegó como si la tuviera al lado.
—Cuéntame eso.
Qué decir: Un paseo solitario por Sevilla evitando los lugares que recorrimos juntos, un encuentro incómodo que terminó mal, un saxo que me lleva a un oscuro bar y ahí estás tú, otra vez tú. Te he creído ver tantas veces que no me sorprendo, pero esta vez casi eres tú. Son tus ojos, tu figura, son tus piernas, es tu pelo, la manera de encender el cigarro, tu sonrisa, la insolencia al sentirte observada. Ella es tan tú que…
—Me acerqué, le dije que me recordaba a una amiga que también trabaja en la noche.
—De puta.
—Justo lo que me preguntó.
—¿Y qué le dijiste?
—La verdad. Dijo que debes de tratarme muy bien porque parece que no te olvido.
—¿Y… te trató bien?
—Sí, pero después de haber estado con ella puedo decir que tú me tratas de lujo.
—Vaya, has necesitado comparar para saberlo.
—En absoluto, solo quería que lo supieras.
—No hace falta, ya sé que soy muy buena.
—La mejor.
—No te emociones, tampoco tienes tanta experiencia.
—No me hace falta para saberlo.
Nos pasaron de largo unos segundos. Yo no quería pensar en qué estaría pensando.
—¿Tanto se me parece?
—En las distancias cortas, no. Tiene más pecho, se le nota el cansancio en el rostro, y después encontré otras diferencias. En realidad estuve contigo. Al principio debió de pensar que era un poco raro porque no dejaba de observarla, estaba viéndote a ti trabajar, luego se acostumbró, me imagino que tendrá clientes más extravagantes.
—¿Por eso lo hiciste, para verme trabajar?
—Así es. Candela se parece tanto a ti que no lo pude evitar.
—¿Cuánto cobra mi doble?
—Veinte mil; veinticinco con griego.
—No está mal para una puta de barra de bar.
—Es que tú juegas en otra liga, cariño.
—Lo sé, pero tengo la impresión de que te volvería loco verme haciendo la carrera en un bar. ¿No contestas? Si no te conociera tan bien…
—No deja de ser una fantasía.
—Todo comenzó como una fantasía, cielo, y mira a donde nos ha llevado.
—No te enfades.
—¿Parezco enfadada? Venga, confiésalo, ¿me ves o no me ves sentada en una barra? ¿No es por eso por lo que te has follado a Candela?
—Lo reconozco, me volvería loco verte en el bar donde trabaja.
—¿Y después qué? Ya me tienes de puta, si quieres puedo ponerme en la calle. ¿Y después?, ¿qué viene después?
«Me asusta pensarlo.»
—Mario, no voy a estar ejerciendo siempre, cuando encuentre lo que busco lo dejaré.
—Nunca te había oído decirlo tan claro.
—¿Estás seguro? No es la primera vez, lo que pasa es que a veces no me escuchas.
—Pero dime una cosa, y se sincera: Ahora que llevas ya un tiempo metida en esto y te has hecho al ambiente y a tus compañeras y te mueves con soltura y ganas una pasta, no me negarás que te gusta.
—Mario: sigo pensado lo mismo que siempre sobre la prostitución, lo que no tengo tan claro es lo que piensas tú.
—Te refieres a…
—Yo sé muy bien lo que busco, pero tú… Dime una cosa, cuando un día llegue a la meta y lo deje, ¿podrás aceptar a la mujer que regrese? ¿No echarás tanto de menos a la puta que ya no te baste conmigo?
Buff buena pregunta fe Carme
ResponderEliminarAlgo así me había imaginado. Parece que Mario hace con Carmen lo que la humanidad ha hecho con dios, lo ha construido a imagen y semejanza del ser humano con sus virtudes y sus defectos pero a lo grande. Pues eso es lo que trata de hacer con ella, moldearla a su gusto hasta convertirla en lo que tiene en su cabeza. Aunque me parece que ella ya se ha dado cuenta hace tiempo y en cuanto termine de descubrir que hay detrás de su trauma me parece que va a volar por su cuenta porque Mario hace tiempo que le ha perdido el ritmo y no me refiero al sexual.
ResponderEliminarHay dos preguntas sobre la mesa, la primera la ha hecho Mario: le pregunta si le gusta lo que hace, ya no es como la primera vez, lleva un tiempo, tiene amigas, gana un pasta.
ResponderEliminarLa segunda pregunta la hace Carmen, ¿Echarás de menos a la puta cuando deje de ejercer?
Ese es el riesgo, que una vez que los dos lo han probado se conformen con menos.
Buen relato. Mario a través de Candela ve y ratifica lo buena que es Carmen.
ResponderEliminarPara finalizar como dice Mia hay dos preguntas, las cuales ninguno de los dos responden y con el tiempo conoceremos la respuesta.
Jugando a adivino y por la situación actual de ese momento en la pareja, creo que Mario aceptara bien a la futura Carmen y que a Carmen le costara saber cuando dejar de ejercer. En principio era por curiosidad, por un trauma, ahora por necesidad económica para ser socia del gabinete y después siempre puede tener otras metas o retos.
Los capítulos siguientes nos irán aclarando cosas de esta nuestra pareja ya que en algún momento tienen que tocar fondo y comenzar a remontar.
TORCO
ResponderEliminar"Cuando un día llegue a la meta y lo deje, podrás aceptar a la mujer que regrese? . No echarás tanto de menos a la puta que ya no te baste conmigo?"
A esta duda de Carmen, tenemos algo que Mario escribió: "El placer está en el camino, es el camino, la meta solo significa el final del placer".
Según él, el deseo es el motor que nace de la expectativa de conseguir una meta.
Según se verá con el correr de la historia si esa duda de Carmen tiene respuesta, aunque todos ya sabemos que sí.
En realidad se han planteado tres preguntas. Carmen le dice al Mario de entonces: «Ya me tienes de puta, si quieres puedo ponerme en la calle. ¿Y después?, ¿qué viene después?». Lo que está haciendo es recordarle que, desde el principio la ha estado empujando para dar pasos adelante sin esperar a que estuviese preparada o ni siquiera convencida. Es lo que ella llamó acertadamente "Efecto Karajan".
ResponderEliminarLa segunda es una refutación al argumento de Carmen sobre su idea de dejar esta vida cuando encuentre la solución a su dilema. «Se sincera; ahora que llevas ya un tiempo metida en esto, no me negarás que te gusta». De nuevo el Mario sordo que se empecinaba en no escuchar. Cuánta soledad genera en la otra persona este tipo de conducta.
Y la tercera cuestión, tras una toma de posición implícita sobre la prostitución: «Cuando un día llegue a la meta y lo deje, ¿podrás aceptar a la mujer que regrese? ¿No echarás tanto de menos a la puta que ya no te baste conmigo?
¿Cuál creéis que era la respuesta que tenía en mente Carmen a esta pregunta?
No lo se amigo Mario pero me da que en el siguiente capítulo lo averiguaremos
ResponderEliminar
ResponderEliminarTORCO
Las tres alternativas forman parte de este presente. La insistencia de Mario para que ella se despoje de prejuicios y preconceptos de esta sociedad. La "sordera" de Mario para con ella y esa pregunta "No echarás tanto de menos a la puta que ya no te baste conmigo?" .
La respuesta de Carmen está en lograr que él comprenda y la escuche. Porque en este tipo de relación se avanza a la par.
Torco tienes la razón, que es lo que definitivamente pasa, pero estoy seguro que a Carmen le costó un esfuerzo titanio conseguirlo porque Mario es tozudo de verdad.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con el comentario de Torco.
ResponderEliminarPero creo también que esa pregunta, se la pueda estar haciendo Carmen a si misma en voz alta, ya que ella se da cuenta que los pasos que esta dando y todo lo que ha cambiado desde el viaje a Sevilla, ni ella misma sabe como acabara. Una cosa tenemos todos clara. La Carmen que conocimos al principio no creo que vuelva.
Pero jugando a adivino y seguro que fallo como topo que soy. Creo que Mario si soportaría la Carmen que resulte al final del camino. Es cierto que en estos momentos no dirige ni controla nada. Carmen a tomado las riendas de su vida que era lo que en parte Mario quería desde el principio. Que Carmen volara sola aunque a su lado.
Seguro que Mario nos ira descubriendo poco a poco las respuestas.