Capítulo 204 Entropía
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Entropía: Es una medida de la magnitud del desorden, también, de la falta de comunicación.
La entropía mide cuán impredecible o aleatoria es una fuente de información.
"La verdadera Babilonia no fue la torre, sino la renuncia a escuchar. La confusión comenzó en el corazón, antes de llegar a la lengua."
La llegada
Estoy agotada, sé que me va a ser muy difícil conciliar el sueño. Además, Mario estará esperándome. Adolfo permanece de pie al lado del auto como un eficaz guardaespaldas, y hasta que no estoy dentro del portal no monta y arranca. Órdenes de Tomás.
Subo envuelta en un denso silencio, en mi cabeza resuenan sus ultimas palabras antes de despedirnos: “Te quiero entera, has dejado atrás momentos muy difíciles, estás preparada para superar éste”.
El ascensor para en seco, lo siento como un brusco latido que me expulsa de mis pensamientos y provoca un amago de huida. "Ojalá hubiera tardado el doble". Salgo al descansillo con las llaves ya en la mano. Abro la puerta con una cautela impropia en mí. El silencio aplastante y el vacío me golpean.
Entro al salón. La única luz de la lámpara de rincón apenas ilumina un círculo de polvo dorado en la oscuridad. No hay música, no hay vida, sólo la tenue luz y el vacío.
Allí está él, una silueta a contraluz. Pienso en la tensión que ambos hemos vivido, pierdo un lamento y corro a sus brazos. —¡Oh, Mario! —. Él me acoge con una presión tan débil que es casi una ausencia. No es lo que necesito. Tomo distancia y en la penumbra lo veo.
No hay vida en sus ojos, no hay fuerza cuando me abraza, su sonrisa nace muerta; no hace falta que diga o haga nada, lo percibo:
Se ha roto, lo que había entre nosotros se ha roto.
—Debes de estar agotada.
—Ni te imaginas.
Dejo caer el abrigo a un lado, estoy tan cansada… Me hundo en un rincón del sofá y lo observo, tan inseguro, sin nada que decir. Ya está, ha sucedido, se ha acabado. Me sorprende que no duela. Ya dolerá.
Mario se arrodilla para quitarme los zapatos. —Te quiero. —grito en mi cabeza. Alza la mirada y me regala la sonrisa que un día me enamoró. Se levanta, está inquieto, se mueve por el salón como una sombra sin destino, huye de mí, me ofrece zumo, un refresco, café. Yo me quedo sentada esperando, parezco una extraña en mi propia casa.
—¿Cómo te enteraste? —pregunto en voz alta para cubrir la distancia, para llenar el vacío.
—Candela me llamó de madrugada.
Nada más, silencio. ¿Por qué? ¿Acaso espera una explicación? El silencio me hace sentir culpable. Al rato vuelve y me ofrece el zumo.
—No tenía que haberme ido, Carmen, lo siento, lo siento mucho.
—Yo también lo siento. Te dije cosas horribles, no sé cómo pude… —Una oleada de imágenes a las que no puedo poner palabras aparecen en tropel— ¡Oh, Mario, estoy tan avergonzada…!
No se acerca, no me abraza.
Lo he perdido.
El inicio
—Teníamos un plan, me comprometí a apoyarte y te fallé. Mi actitud fue un tremendo error, ¿cómo se me ocurrió decirle eso? Oí tu reproche y supe que las consecuencias serían… desastrosas.
—Siéntate, ven, siéntate. Los dos nos equivocamos. Cuando le dijiste que soy la nueve, me cegué, quise castigarte y me tiré a sus brazos. Si hubiera mantenido la calma le habría dicho a lo que íbamos. —No, déjame hablar—lo detengo con firmeza—. No sé qué me pasa con él, me hace sentir tan vulnerable que me convierto en un reflejo de lo que él quiere, pierdo mi esencia por completo, me arrastra de una manera que me anula.
—A mí también me sucede algo parecido, me envuelve con su palabrería, es como si perdiese mi capacidad de argumentar. Me ocurre cada vez que hablamos de ti, como aquella vez cuando estabas en Londres, ya te lo he contado. “Me hubiera gustado verla. Estuvo una noche mano a mano con Candela hasta el cierre”. —repite gesticulando—. No fui capaz de contestarle nada coherente. Pero siguió, tenía ganas de provocarme. “Es una mujer de bandera, lo pasó muy bien, salió contenta. Todos salimos contentos”. Con ese todos quería decir algo y se lo pregunté directamente: “¿Todos?”. Caí en la trampa. “Tu mujer, Candela y unos amigos, no sé cuántos, una jartá, y yo por la recaudación, esa noche triunfamos. (1)
—Es un cerdo.
—Me quedé como un pasmarote.
—No hagas caso, él es así.
—No puedo ignorarlo, tiene la habilidad de irritarme y hacer que parezca que no soy nadie, que sólo eres suya. Menos mal que se ha acabado. Porque se ha acabado, ¿verdad?
—Si no hubiera intervenido Tomás, estaría rumbo a cualquier país árabe. ¿crees que me quedan ganas de volver a verlo? ¿Te haces una idea del miedo que he pasado?
—Perdona, no sé lo que digo, todavía no he tenido tiempo de asimilarlo.
—Es increíble cómo ha ido tejiendo la red para hacernos caer sin que nos diésemos cuenta.
—Diego puede ser un mierda que si le quitas el Penta no tiene donde caerse muerto, pero conoce a la gente, tiene ese ojo que se adquiere detrás de una barra. Me dijo dos verdades, la primera fue que estás cumpliendo el sueño de nuestra vida. “Deberías estarme agradecido” —imita su acento— “se ha estrenado de puta en una barra de bar y te juro por mis muertos que lo ha hecho de sobresaliente”.
—¿Es cierto?
—El qué.
—¿Le estás agradecido?
—¿Por qué, por darte la oportunidad? Nunca se lo diría.
—Pero es verdad, en el fondo le estás agradecido al miserable que por poco me vende. —respondí conteniendo la crispación.
—Son dos cosas distintas. El Diego que te manejaba en el Penta era…
—¿Qué?, dilo.
—Tú misma querías seguir trabajando para él. —lo dice tirándomelo a la cara—. El otro, el que te vendió es un miserable. Ojalá se pudra en la cárcel.
—Dijo dos cosas, cuál fue la otra.
—Fue sobre Tomás: “Lo del empresario ese para el que trabaja se le ha quedado pequeño, Carmen está en otra onda, como no espabiles, vuela”
¿Qué pretende? Actúa como si tuviese una mano ganadora. Tal vez la tenga, pero yo también sé jugar mis cartas.
—No sabe lo que dice.
—No estoy tan seguro. La forma de ejercer en el Penta te estimula más que tu trabajo con Tomás.
—Lo cual no quiere decir que vaya a tirar por la borda mi vida, estaría loca.
—Pero es cierto, reconócelo.
—Eso no viene al caso.
—También dijo que eres la mejor hembra que ha pasado por el local. Me gusta que te llamen hembra, ¿no te lo he dicho nunca?
—Mil veces.
Me estimula el giro que ha tomado la conversación, pero no se lo voy a decir.
—Dice que siguen preguntando por ti, por 'la madrileña'. Está convencido de que, con tu clase y tu cuerpo, podría darle un vuelco al negocio. Quería que fueras la imagen del Penta, su 'buque insignia'.
—Deberías haber sido rotundo, Mario, negarte en redondo, ¿por qué no lo hiciste?
—Le dije que tenia que pensarlo.
—Eso es como un apretón de manos.
—Tienes razón, debería haberle mandado a la mierda.
—Pero no lo hiciste porque la idea te entusiasma. Verme en la barra alternando con unos y otros dejándome tocar el culo te pone, ¿verdad? Lo de asociarte con él y cobrar parte del dinero que gano ejerciendo de puta es lo máximo, lo que ni en tus mejores sueños creíste posible, por eso aguantaste. Reconócelo, vi la expresión de tu cara cuando te dio tu parte.
—Y yo te vi cuando repartimos las ganancias de Candela, estabas cachonda.
—Qué dices.
—Cabreada y cachonda.
Me desconcierta. Quedamos en tablas, no podemos mentirnos, ambos sabemos la verdad.
—Teníamos lo que queríamos, nos habríamos perdonado todo, Mario, todo…
Mirándonos en silencio nos perdemos en lo que pudo ser y se truncó.
—Es una pena —digo saliendo de la ensoñación—, si al muy idiota no lo hubiera dominado la ambición…
—¿Qué me quieres decir?
Le miro a los ojos. Él ya lo sabe, por qué no reconocerlo.
—Podíamos haber continuado, ¿no crees? Estábamos… tan bien…
Nos besamos con una urgencia feroz, un beso tan sincero como cruel, el más desgarrador que jamás nos habíamos dado. Por un instante, creí que la distancia entre nosotros desaparecía, pero abrió los ojos y me atravesó con un destello de rechazo. La llama de su deseo se apaga. No me ve a mí, sino las sombras de quienes han pasado por mi cuerpo. Retrocede, vuelve a la fría distancia con que me recibió.
—Te fallé.
—Oh, Mario, déjalo ya, el final habría sido el mismo. Si nos hubiéramos mantenido firmes, habría cedido en lo del tatuaje a cambio de que siguiera trabajando para él. Lo habría aceptado... aunque habría encontrado otra forma de engañarme.
—Pero no habrías pasado todo esto por mi culpa.
—Probablemente no. Da igual, no podemos cambiarlo.
Se levanta un silencio tan espeso que el aire se podría cortar. Apenas me mira. La distancia entre nosotros es más profunda que cualquier herida.
—Estuve a punto de ir a Sevilla, pero pensé que Tomás lo solucionaría mejor que yo.
—Supongo que no fue una conversación fácil.
No lo dice, la resume con una sonrisa amarga.
—Hice lo que tenía que hacer. Él tiene los medios y la experiencia. Llamó para decir que estabas a salvo y que pasarías por, por su...
—Por su oficina de Majadahonda. Quería verme.
—Volvió a llamar para decir que te quedabas a descansar.
—Estaba agotada, no te imaginas la tensión que viví. Me eché un rato y me quedé dormida.
Reacciona con un gesto de desagrado, señal de que no le gustó. Acabará por echármelo en cara.
—Diego me ha tenido drogada.
—Debí haberme dado cuenta. Tú no eres así. Debí haberte sacado de allí en lugar de marcharme como un imbécil.
—No te atormentes. Solo quiero que sepas que, si no hubiera estado drogada, nada de lo que pasó después, nada, nada habría sucedido.
Sus ojos, fríos y esquivos, lo dicen: no me cree.
El silencio vuelve sin que nada lo impida, nos movemos a golpes de silencios navegando entre vacíos.
—Dice Candela que te han tatuado.
—Me engañó. Iban a arreglarme el que llevaba porque la henna estaba dañada, y en cuanto perdí el conocimiento, me tatuó.
Otro silencio crea un vacío agobiante donde debía haber apoyo y confianza. Caminamos sobre un campo de minas.
—Estuve aturdida todos esos días, Mario, no era yo.
No contesta. Escucha, pero no dice nada. ¿De qué sirve confesar si no obtengo consuelo?
—Tomás dice que te hizo varios. Además del de la espalda.
La Revelación
Me levanto del sofá con intención de acabar con el tema de los tatuajes, arrojo la blusa al suelo como si fuera una piel vieja de la que quiero desprenderme. Mario no aparta la mirada de mi pecho, recorre con mal disimulada curiosidad la forma de los tres pentágonos. El silencio se vuelve insoportable.
—Según Diego, es mi rango —la voz me sale en un susurro áspero—. A Candela le tatuó sólo dos.
Imagino el juicio que ha formado y la distancia que abre entre nosotros. Las palabras se sienten como una defensa, un muro que no quiero construir. Desabrocho el pantalón, se resiste a bajar por mis muslos, las botas caen dando un golpe sordo, termino de sacarlo y lo aparto de un puntapié, las bragas terminan en el sofá. ¿Era necesario? Sí, para mostrar el mechón flamígero, aunque no es una justificación coherente, bastaba con enseñarle los dos corazones, el foco de su atención.
—Tomás dice que son el símbolo de nuestro amor.
La incredulidad aparece en sus cejas alzadas, en la forma en que tensa la boca. Su escepticismo hiere. No está resultando como esperaba. Me doy la vuelta negándome a mostrarme vulnerable y le enseño el pentágono mayor, el que adorna mi espalda a la altura de los riñones.
—Ahí lo tienes, por fin. Tanto desearlo, ya lo has conseguido.
—No es así como lo quiero.
Giro el cuello para mirarlo por encima del hombro. La respuesta escapa cargada de amargura.
—Ah, ¿no?
Se acerca despacio; cuando sus manos se posan en mis hombros, siento el calor familiar que anhelo, un bálsamo que tal vez no merezco.
—Quería que lo desearas, que fuera algo elegido. Esto se siente... forzado.
Me levanta la melena. Sabe de antemano dónde buscar el siguiente tatuaje.
—Tomás me ha hecho buscarle sentido. Dice que es la única forma de no vivir con rechazo a mi propio cuerpo. El nueve simboliza nuestra pareja porque nos conocimos un nueve de julio y nos fuimos a vivir juntos un nueve de enero, ¿te acuerdas? Los corazones representan nuestro amor, aunque no lo creas. En el pentágono, me ha hecho poner en cada vértice a una de las cinco personas fundamentales de mi vida, para que cuando lo vea no piense en el atropello que he vivido, sino en vosotros. Y funciona, poco a poco voy reconvirtiendo lo que veo en mi cuerpo.
—Por si le faltaba alguna cualidad, ahora también es tu coach emocional.
Su voz es un susurro lleno de dolor y sarcasmo. Es una acusación disfrazada de ironía.
—¡Mario, por favor! Me ha ayudado a dejar de despreciarme por algo que no puedo arrancar de mi piel, ¿no lo entiendes? Ojalá pudiera frotarme hasta hacerlos desaparecer, aunque sangrara, da igual. Tomás ha conseguido que estos tatuajes pierdan su carga de espanto y signifiquen algo bonito: nuestro amor, nuestra pareja, nuestros aniversarios… ¿Por qué no puedes apoyarme?
—¿Y eso? —Señala hacia el sujetador. Esa es su respuesta, el sujetador, el último refugio de mi secreto. Intento desabrocharlo, no lo consigo y lo arranco, lo rompo de un tirón. A Mario le sobresalta mi reacción. Ahí está, la flecha clavada en mi pecho. No hay dolor ni vergüenza, solo un gesto de libertad desesperada.
—No irás a decir que no lo sabías. Y no, esta vez no estaba drogada.
Para qué decirle que no me atreví a contrariar a Diego. Para qué justificar que estaba bajo el efecto del sexo violento con Nieves y de los ojos grises de Manu. No había excusa, fue decisión mía.
No hay desprecio en su mirada, sino una conmoción que me rompe por dentro. Tal vez me lo perdone todo, pero ver esto… esto es demasiado.
—Vamos, tócala.
No pretendo provocarlo, quiero convencerlo de que es real. Obedece, roza la punta de la flecha, la acaricia como si quemase. Pronuncia mi nombre, un susurro que me derrite, un nombre que suena a hogar. En ese instante las barreras se desvanecen.
…..
La habitación, envuelta en una penumbra cómplice, apenas revela su silueta sentado al borde de la cama. Mi voz, afligida, corta el silencio.
—¿Por qué no me has hecho caso?
No quiero explicaciones, quiero entender. Me acerco buscando una respuesta.
—Nuestro destino está sellado —dice sin titubear—. Lo que tenga que ser, será.
La tensión se palpa en el aire. La necesidad de protegerlo es más fuerte que mi propio miedo.
—Cariño, no tengo por qué arrastrarte a…
—Calla. —Su mano se posa suavemente sobre mis labios—. Nuestra suerte está echada. Juntos, hasta el final.
Mi mente es un torbellino de preguntas sin respuesta. ¿Qué somos? ¿Una alianza, una vía de escape, una equivocación? ¿Qué hay en su pasado que lo enlaza al mío? ¿Y yo? ¿Acaso me precipité al unirme a él?
Me abruma la gravedad de la situación. No hay vuelta atrás.
—Mañana voy a llamar a Ramiro. Le pediré que me reciba de inmediato.
Mario traza una mueca irónica que no alcanza a sus ojos.
—Lo hará, está loco por ti.
La frialdad de su comentario me hace retroceder. Me siento expuesta, no como mujer, sino como una pieza en un tablero que él mueve a su antojo.
—No es para tanto. —respondo intentando sonar indiferente.
—¿Tomaste precauciones con Tomás?
La conversación ha sufrido un cambio abrupto que me inquieta.
—No. Fue un descuido imperdonable.
Se levanta, vaga por la habitación y se mesa el cabello.
—Él no pasa por alto ciertas cosas. —pronuncia como quien dicta sentencia.
Un escalofrío me recorre. ¿Sabe algo que yo desconozco?
—¿Crees que…?
—No lo sé. —se encoge de hombros—. Estoy pensando en voz alta. Tomás te quiere, no imaginas cuánto.
Sonrío al pensar en mi amigo, en mi amante, en el hombre que me ha salvado la vida.
—No te va a faltar nada con él.
—¿Quién dice que necesite algo? —le pregunto extrañada.
—Protección, consejo, apoyo. Lo que siempre ha sabido darte sin esconder ningún interés.
—¿Como tú, quieres decir? —ironizo descaradamente— ¿A qué viene esto?
Me levanto. La presión se ha vuelto insoportable, flota en el ambiente un temor sombrío que aparto enseguida. Necesito un cigarrillo, aire, un momento para ordenar los pensamientos. Recorro la alcoba sintiendo su mirada sobre mí.
—Estás preciosa.
La sinceridad de su voz me toma por sorpresa.
—¿Sí? ¿de veras?
—¿Te lo diría si no fuera cierto?
—No, tú no.
Recorro la habitación buscando la cajetilla, enciendo un cigarro. Me mira, observa cada uno de mis gestos y lo prolongo. Es una forma diferente de mostrarme, una que no he tenido con Tomás. A él me ofrecí por culpa, por la necesidad de redimir un error. A Mario me ofrezco como la mujer en la que me han convertido, una obra de unos y otros. No me arrepiento de la mujer que soy ahora, aunque a veces desearía que mi pasado no existiera. Pero una vez aquí, no tengo más remedio que aceptarme.
Mario me ha hecho el amor con la pasión de quien ha esperado demasiado tiempo. Cada caricia, cada beso, ha sido una pregunta, una confirmación incrédula de que soy real, de que estoy aquí. Era la pasión del sueño que se hace carne, y por eso no durará. El mismo frío que sentí al entrar en casa, el que acechaba en los silencios volverá, lo sé, y el hechizo se romperá. Habrá que hablar. De nosotros, del futuro que parece demasiado abierto para caber en esta habitación. Pero ahora me permito ser su fantasía, una pieza de porcelana frágil que él admira en silencio.
Regreso de la cocina con un vaso de agua fría. Se lo ofrezco, bebe por compromiso y me lo devuelve casi sin probarlo. Lo pongo sobre la mesita de noche, recupero el cigarrillo y me acomodo en la cama con la espalda contra el cabecero, las piernas relajadas. Mario aparta la vista de la ventana y me mira. Una mirada intensa, sin pestañear, en la que me pierdo y me encuentro.
—Así estabas cuando entré en el despacho de Diego —dice, la voz le sale baja y ronca—. Estabas igual. Sentada en el sillón, con las piernas dobladas. Me impactó, tenías la… vulva… hinchada, tumefacta.
¿Y si aprovecho e intento un acercamiento?
—A ver, acababa de estar con los dos, con Diego y con Curro, es normal que la tuviera… ¿cómo has dicho? Tumefacta. ¿Tanto? —Lo confirma con un leve movimiento de cabeza—. Y ahora, ¿cómo me la ves?
Sus ojos volaron al centro, al origen. Temblé.
—Bonita, como si todavía fueras… una niña.
—No exageres, está muy baqueteada.
El silencio se vuelve tan denso que casi puedo paladearlo. No ha funcionado, puede que haya invocado al demonio. Me ve a mí, pero en realidad está viendo a la mujer que fui ese día, sentada en la oficina de Diego. Una mujer que no era un sueño, sino una resaca de alcohol y humo, una mezcla amarga de placer y olvido. Había estado con los dos y el mundo se me había caído encima. La sorpresa de verlo aparecer me había paralizado por completo.
—Estaba… no estaba bien. Había fumado, estaba agotada, apenas había dormido.
—Me lo contó. ¿Fue verdad todo lo que dijo? ¿Lo recuerdas?
Me veo en su reflejo, la imagen de un fantasma. Él, frente a mí, yo, desnuda con las piernas abiertas, como aquel día. La herida se abre de nuevo.
—No del todo. La noche empezó en el Penta después de estar con un cliente. Luego fuimos a su casa, había un montón de gente, bebí más de la cuenta, fumé, me hizo tomar unas pastillas para estar despierta. Eran otra cosa, por lo que he ido recordando.
—¿Lo del récord Guinness?
Lo afirmo con un gesto. Si pretendo que esto funcione, debo darle mi versión, la otra cara de la moneda que Diego le ha contado.
—Recuerdo trazos. No es agradable.
—Si quieres, lo dejamos.
—No. Tienes la versión de Diego. Te mereces la mía.
Me ahogo en la vergüenza. ¿Por dónde empezar? ¿Por la atracción enfermiza de Rosalía? ¿Por mi respuesta ambigua a los lentos avances de los perros? ¿Por ese orgasmo en el que mis manos y mis pies fueron pasto de sus ávidas lenguas mientras mi cuerpo le pertenecía a sus amos? Las palabras se me atragantan. Mario me somete a un intenso escrutinio, una mezcla de dolor y compasión.
—Déjalo, ya hablaremos.
—Dame un momento, estoy intentando poner orden a los recuerdos. No es fácil.
La huida hacia la autodestrucción
No debí haber vuelto al Penta, el instinto clamaba que volviera a casa de Candela, pero mi necesidad de huir era más fuerte que la voz de la razón. Quería ahogar los recuerdos de aquella tarde, la mirada de desprecio de Mario, el asco que sentía por mí misma. Sobre todo, quería borrar a Rosalía, su perversión camuflada en un mal entendido amor a los animales se clavaba en mi memoria. Regresé al Penta para huir de todo eso, para sumergirme en el torbellino de la fiesta y caer rendida esperando que el cansancio trajera el olvido.
Bailé hasta que mis pies ardieron, bebí sin parar, me entregué a la ligereza de las drogas, los rostros se difuminaron, la música se fundió en un pulso constante y obsesivo, esquivé a los que merodeaban en busca de carne fácil; pero Diego persistía en la sombra. Me ofreció pastillas una y otra vez, presionó con sus pullas sobre “chicas adictas” que picaron mi orgullo. Yo no era como ellas. Cedí convencida de que el miedo a lo desconocido era una excusa para negar mi propia oscuridad.
El caos de la memoria fragmentada
La noche se convierte en un apagón. Me arrastraron fuera del local, entramos en un coche y, en una casa en mitad de la nada, me metieron algo en la boca. A partir de ahí, sólo hay imágenes sueltas, fragmentos que mi mente se niega a unir. Me veo bailando desnuda sobre una mesa ante un coro de gritos y un océano de cuerpos y manos ávidas. Me masturbo con furia rodeada de hombres que eyaculan sobre mi piel. No hay detalles, sólo la palabra “lefa” reverberando como un mantra, un término que nunca he usado, una palabra que ahora me persigue, un eco de la brutalidad de la noche.
La oscuridad se rompe en destellos. Estoy en el suelo en el centro de un círculo de sombras masculinas. Monto a uno con rabia salvaje, desesperada por recuperar algún tipo de control, por sentir algo más allá del abismo. Lo agoto y paso al siguiente sin pausa, con la misma hambre voraz. Sudor, gemidos, el “¡Eh! ¡Eh! ¡Eh!” de la multitud como un ritual primitivo me engulle. El ciclo se repite en un bucle de humillación y éxtasis entrelazados.
Luego, me veo en un sofá raído, dos sombras me invaden: uno en mi boca, el otro entre mis piernas, ¿son Mario y Salif o quizás son otros a los que he puesto sus rostros?, las personas importan menos que la sensación de ser atravesada, de sentir la plenitud de dos presencias en mí, ser llenada a un ritmo sincronizado, a un vaivén que culmina en un estallido de puro gozo y lágrimas. Me siento completa, absolutamente saciada.
No acaba ahí. Una figura familiar, la de él, el que siempre vigila desde los márgenes me agarra del pelo, fuerza mi mirada hacia la suya y empuja su rigidez en mi garganta. Intento resistir, pero su brutalidad me doblega. Ahora son tres: uno en mis entrañas, otro en el ano, el tercero en mi boca cada cual con una cadencia discordante. Me convierto en una bestia azotada por un temporal, me deshago en oleadas de espasmos, me corro, me orino, río y lloro a la vez, me atraganto, trago semen, me ahogo, toso, lo expulso por la nariz y la boca. “Guarra”, corean al unísono. “Guarra, guarra”.
La noche se evapora en niebla. Los recuerdos emergen a cuentagotas, sé que ocultan un abismo mayor. El verdadero horror yace en los huecos censurados por mi mente. Quedan las huellas de la brutalidad: moretones, arañazos, dentelladas, el vacío, el terror. El rastro de una noche que no sé cómo contarle a mi marido.
Mi marido.
¿Qué ha visto en mi rostro que no insiste?
—No me has dicho nada del cliente con el que te marchaste del Penta. Candela me advirtió que habías cerrado un servicio de dos horas, pero que no te esperase en toda la noche. Me tranquilizó, dijo que eran de confianza.
—Lo son, pertenecen a la alta sociedad sevillana, educados, amables, no tuve ningún tipo de queja.
Quiere saber más, ¿acaso lo sabe?
—Ella se marchó con uno, el otro me llevó a su casa, una mansión enorme a las afueras. Su mujer es encantadora.
—Ah, ¿sí?
Él sigue sin parpadear. Me intimida, a mí, la mujer fuerte.
—Te gustarían —digo tratando de aparentar aplomo—, él es extremadamente educado, ella es tu tipo. Mantuvimos una conversación insólita para ser quienes éramos.
—¿Y quiénes erais?
—¿Tú qué crees? Una puta hablando con sus clientes nada menos que de pintura. Impresionismo, arte flamenco…
Gesticulo dando énfasis al despropósito, él asiente con una expresión indescifrable. Ha obtenido lo que buscaba, hacerme sentir insegura. Me inclino para poder coger el vaso de la mesita y vaciarlo de un trago, al hacerlo, separo las piernas mostrando sin intención lo que más desea. Tiene la estampa completa: mi vulva húmeda y abierta, los dos corazones a un lado del mechón recortado, los tres pentágonos sobre el pecho, y la flecha atravesada en el pezón. Sin haberlo planeado, he dado un vuelco al pulso; lo tengo rendido. Ahora puedo continuar.
—Tienen dos preciosos ejemplares de pointer ingleses parecidos a uno que tuvimos en casa cuando era niña, del mismo pelaje, idéntico. Grandes, fuertes, bien educados.
Se produce un silencio revelador mientras escojo las palabras adecuadas.
—¿Qué me quieres contar?
—Son… algo más que unas mascotas. Es… difícil de explicar. Mantienen una relación con ellos.
—¿Los dos?
—Cada uno tiene preferencia por uno de los machos, o son los perros quienes los han elegido, no sabría decir…
—¿Qué clase de relación?
Qué clase de relación va a ser. Me saca de quicio.
—Phobos es el macho de Rosalía; la monta, ¿lo entiendes? Se la folla.
—Lo he entendido, no hace falta que seas tan…
—Deimos es de Alonso, le he visto lamerle la polla hasta hacerle eyacular.
—Te repito que no hace falta ser tan vulgar.
—¿No querías saber qué clase de relación tienen?
—¿Cómo lo supiste?, quiero decir, te lo contaron, viste algo…
—Me vi envuelta en una situación que no sabía manejar. Todo se desarrolló entre insinuaciones. A poco de llegar, aparecieron los perros, Rosalía trató de sujetarlos, yo le resté importancia, dije que estoy acostumbrada, he tenido perros toda la vida, desde pequeña. “¿Y juegas con ellos?”, me preguntó dándole un matiz deliberadamente ambiguo. La velada continuó en esa línea, entreabriendo puertas.
—¿Qué hiciste?
—¿Qué querías que hiciera? Esperar, ver, moverme con cautela. Me invitó a su cuarto para, en teoría, lavarse donde la habían lamido, porque había dicho que jamás permito que los perros me laman más allá de las manos. La cosa escaló rápidamente. Subimos a su dormitorio…
—¿Tienen dormitorios separados?
—No, es una forma de hablar. ¿Quieres dejar de interrumpirme?
—Perdona, continúa.
—Ella, sin decir una palabra, se desnudó. Yo no sabía qué hacer, me sentía expuesta, un poco asustada, pero algo dentro de mí me empujó a seguirle el juego. Nos quedamos en ropa interior, la diferencia entre mi lencería sencilla y su encaje negro me hizo sentir aún más vulnerable. Es tan segura de sí misma, tan resuelta… Yo, a su lado, me sentía como una niña.
—No entiendo por qué.
—¡Yo qué sé, Mario! Me condujo al baño, que era inmenso, y se quitó el sujetador. No sé cómo explicarte lo que sentí. Admiración, deseo, y a la vez, una vergüenza profunda. Ya ves, vergüenza yo. Se enjuagó los pechos "para evitar suspicacias" y bromeó con ello. Me sentí desnuda, no sólo física, sino emocionalmente, como si estuviera poniéndome a prueba.
Entonces vino lo más difícil. Intenté usar el bidé para tener un momento de intimidad y recobrar algo de control, pero no se retiró, me dijo sin rodeos que quería saborearme "sin aditivos ni perfumes químicos". Me quedé helada, nunca me había sentido deseada de una manera tan cruda. Ella esperaba una reacción y yo sabía que no podía echarme atrás.
—Podías, otra cosa es que quisieras.
—Es cierto, podía, siempre se puede. —le replico con tanta vehemencia que le hago bajar la mirada—. Me quité las bragas y oriné; el chorro resonaba en el silencio del baño. Me limpié sólo con papel, como ella quería. Me aguanté un…
—Un…
—Un… gas.
Tuerce el gesto. ¿Por qué me hace esto? Obligarme a decirlo, hacerme sentir un pudor absurdo que no tengo por estar expuesta delante de él y en cambio sentirlo por pronunciar una simple palabra. Qué pueril es esto.
—Un pedo. Ya está. ¿Contento?
¿Es posible? Me he sonrojado.
—Después, la miré hacerlo a ella.
—Hacer qué, ¿tirarse un pedo?
—¡Idiota! Orinar. Se abrió de piernas y meó sin pudor, mostrándose completamente. Fue un momento de intimidad tan brutal y extraño que no tengo palabras para describirlo.
Sonríe y me vuelvo a ruborizar. No sé cómo consigue hacerlo: me siento como si fuera una niña. Por cosas como esta le odio y le quiero.
—Luego, me preguntó si se lo iba a contar a mi marido. Me encogí de hombros, no sabía qué decir, me acarició la cara y dijo: "Son cosas de chicas". Y me besó.
—Dos mujeres bonitas meando juntas. Cosas de chicas.
—Búrlate, pero te pone.
—¿Qué más hicieron las chicas?
—Lo que pasó después no es algo de lo que me sienta orgullosa, aunque tampoco me arrepiento. No es una historia fácil de contar.
—¿Y qué pasó, exactamente?
¡Dios, si lo cuento todo, qué va a pensar de mí!
—Cuando bajamos, Alonso me presentó al sirviente como un regalo para la señora. Me sentí como un objeto de lujo. Aquella escena me devolvió a la realidad, había perdido la noción de quién era y dónde estaba, no era una invitada sino una prostituta contratada para satisfacer a una pareja hastiada de los placeres cotidianos. Me enfadé conmigo misma, parecía que en todo ese tiempo no había aprendido nada, Claudia me hizo pasar por lo mismo ofreciéndome cercanía para, a continuación, ponerme en mi sitio.
—No debería sorprenderte tanto, te habían pagado por una noche, podías ser cualquier cosa, el regalo para su mujer o un capricho para él. Es tu oficio.
Mi oficio… qué despiadado puede llegar a ser.
—Tienes razón, es a lo que me dedico.
—El problema es que, por mucho que trates de actuar como una puta, en cuanto te descuidas aparece tu auténtico ser, no lo puedes evitar.
—Te equivocas. No estoy actuando, no finjo ser lo que no soy. Mírame, soy una puta, ¿cuándo lo vas a aceptar?
No puede, se resiste, reniega de lo que él mismo ha creado.
—Es igual, ¿puedo seguir?
—Por favor.
—Alonso se había desnudado durante nuestra ausencia y se cubría con un batín corto, se lo quitó y pude apreciarlo desnudo. Le gusta exhibirse y lo hizo mientras abría el vino, preparaba las bandejas y servía los platos.
—¿Qué tal?
—No está mal: buena polla, vientre trabajado, nalgas algo caídas, bien depilado… Aceptable.
—¿Sólo aceptable?
—Un siete y medio sobre diez. La verdad es que estaba más interesada en su mujer. Comimos y bebimos charlando de cosas intrascendentes y otras menos. Rosalía se había deshecho de las bragas, yo también, los aros la tenían enamorada y durante los preparativos los estuvo “estudiando”, preguntó las obviedades de rigor y aprovechó para acariciarlos sin ningún reparo. Terminada la cena informal, volvimos a ponernos serios. Tiene un pequeño tatuaje en el pubis, una flor de lis y le devolví las simplezas típicas que había preguntado, si dolió, como lo cuidaba; mientras hablaba, sus manos ya estaban explorando sin disimulo, directa a mis pechos; me encanta esa desfachatez. Lo hice sobre todo porque mi insistente mirada a una zona tan íntima la estaba poniendo nerviosa y quise levantar el pie del acelerador. Imposible, seguía interesada en el piercing y, de paso, en endurecerme los pezones, yo correspondí repasando el tatuaje mientras me contaba el significado de la flor de lis, exploré más allá del perímetro del dibujo, rocé el vello y detuvo el discurso, atacada por un súbito temblor. Cómo me gusta esa pequeña zorra viciosa.
—¿Una zorra viciosa? ¿así la ves?
—Zorra y viciosa como yo, por eso congeniamos tan pronto. Desde que la vi quitarse el sujetador deseaba dedicarme a fondo a esas tetas y tomé la iniciativa, le besé los pezones y usé la lengua para sacarle los primeros gemidos antes de mordisquearlos. Alonso observaba nuestro juego y se masturbaba con calma, incluso con cariño, se nota que le gusta su polla. Nos habíamos sentado en una enorme chaisse longue, el perfume que la envolvía me tenía embriagada, su voz, rota por el deseo, era una melodía afrodisíaca, sólo los perros tocando aquí y allá con su fría nariz ponían el punto discordante, uno de ellos se acercó más de la cuenta, me lamió por sorpresa y lo sentí en lo más profundo de mi ser.
—¿Dónde?
—¿Qué importa ahora? La insistencia del perro me ponía nerviosa. Alonso observaba todo con una sonrisa cómplice, era evidente que para ellos forma parte del juego. Me dijo que, si me molestaba, lo echaría. Rosalía intervino: “Déjalo, amor, no hace mal a nadie, añade un toque salvaje”. Y ahí estaba la tensión real: parte de mí quería apartarlo, mantener el control, pero otra parte… era sólo curiosidad.
—¿En serio?
—En serio, pero no era capaz. Alonso, atento a todo, percibió la tensión y detuvo a Deimos. Les confesé que no podía concentrarme con los perros a mi alrededor, ella no lo quiso entender. “Relájate, no pasa nada si te olfatean o te lamen un poquito”. Pero yo no lo soportaba. Me garantizó que no estaba obligada a nada, aunque ellos no se iban a privar. ¿Podría seguir a pesar de la cercanía de los perros o me marcharía si lo que insinuaba se hacía realidad?
Alonso finalmente los llamó, pero la atmósfera ya estaba cargada con esa posibilidad. No lo hice, claro, me contuve. Pero esa tensión… me dejó pensando en límites, en lo que nos excita en lo más oscuro de nuestro yo. ¿Te molesta que te lo cuente así, tan…?
—En absoluto. Quiero que seas sincera.
—Era imposible mantenerlos apartados, más aún cuando Rosalía no quería echarlos. Confesó después que a ellos les gusta esa dinámica, que los perros son “compañeros” en sus juegos privados.
—Por si te quedaba alguna duda.
—Los escuchaba merodear, Alonso se encargaba de controlarlos, pero era inevitable sentir su presencia, su jadeo, el repiqueteo de las uñas en el suelo, y eso bastaba para mantenerme en alerta. Phobos entró en mi campo de visión, le lamió la muñeca a Rosalía y me acordé de ti, de cuánto te gusta besarme ahí. Se me erizó la piel, pensé cómo sería sentir la lengua potente de un perro.
—¿En la muñeca?
—¡Sí, Mario, en la muñeca! Me miró como si hubiera leído mi pensamiento. Se arrimó y me besó como solo una mujer sabe besar, con una dulzura y una sabiduría que me hicieron desfallecer; estaba completamente rendida, mi cuerpo pedía más y me volqué en ella, la recorrí con los labios, con la lengua, desde sus senos al clítoris, su sexo era… uff, era un charco y yo, me sacié, exploré cada rincón, cada senda, cada pliegue. Hacia tanto tiempo que no estaba con una mujer… Sentí la húmeda voracidad de uno de los perros en la planta del pie y la dulce voz de Rosalía pidiéndome calma. No pude, mi amor, no pude evitarlo. Cedí, cedí a las mil sensaciones que me atropellaban, a la furia que no se extinguía, que no perdía ni un solo rincón de mi pie, la planta, el tobillo, el empeine, los dedos.
Aire, necesito aire.
—Exploté, Mario. Exploté por ella, o por él... no lo sé. Estiré los dedos abriendo resquicios para que la lengua potente entrara donde nada ni nadie había logrado entrar y me hundí entre sus labios temblando. Fue una locura, una auténtica locura. Y ahora no puedo dejar de pensar en eso.
—¿Tanto te ha afectado?
—No sentí lo mismo que siento cuando tú lo haces, ha sido cien veces más fuerte, mil veces, no hay medida. La lengua de Deimos es gruesa, larga, es rugosa y potente, consigue separar los dedos con facilidad, los llena de baba, recorre la planta haciéndome temblar, es incansable, dispara terminaciones nerviosas cuya existencia desconocía. Ascendió por los tobillos, por las piernas; joder, Mario, disparó corrientes eléctricas hasta lo más profundo de mi cuerpo. Lo sentí subirse a la cama, lo temí y a la vez lo deseé. ¿Cómo pude desear tal aberración? Fue un instante, lo juro. Llegaron los primeros lengüetazos más allá de las rodillas, tuve miedo y grité «¡No!» sin poder contenerme. No a lo desconocido, no a lo que pudiera pasar después. Alonso lo detuvo.
—¿Y si no lo hubiera detenido?
—No lo sé, Mario, ¿qué quieres que diga?
No lo sé, no lo sé. Es el reconocimiento de una flaqueza que debería haber guardado para mí, porque Mario no va a poder con ello.
—¿Ocurrió algo más?
—Después de, bueno, de nuestro orgasmo, se sinceró conmigo. Me contó su iniciación. Siendo una cría, sorprendió a su tía: la encontró con el labrador entre las piernas en pleno orgasmo. No fue una situación embarazosa, lo consiguió bajar de la cama, se sentaron y hablaron largo y tendido, tenían mucha confianza, ella tenía quince años, su tía, treinta y dos. Dice que no podía verla como una degenerada y le guardó el secreto. No pudo quitarse de la cabeza la expresión de éxtasis de su tía mientras el perro le daba un placer envidiable, porque eso es lo que sintió: envidia, temor y envidia y decidió probar, acudió a ella y en lugar de quitarle la idea la ayudó. Lo define como entrar en otro mundo, un mundo secreto que durante muchos años sólo compartió con ella porque no es algo que se pueda contar a cualquiera.
—Desde luego.
—Tras esta confidencia, me dieron la oportunidad de marcharme o, al ser tan tarde, pasar la noche sola en una habitación individual. Yo les dije que sería una descortesía por mi parte, daba por hecho que los perros están sanos, dada la relación íntima que mantienen. Acepté continuar lo pactado con la condición de no tener contacto con ellos más de lo que ya había habido.
—Te refieres a los perros.
—¡Por supuesto!
—Porque con los amos, imagino…
—No tenía intención de privarme. —le digo con una sonrisa cómplice. Pero no conecto.
—Estoy desconcertado.
—Espera, hay más. Su contestación fue: “si no te importa que nosotros lo tengamos…”. No estaba segura de estar preparada para verlos interactuar con aquellos soberbios ejemplares. Observé a uno de ellos, se había tumbado en sus piernas mirándola como los perros miran a sus dueños, ella le rascaba la frente, el can meneaba la cola, a veces le lamía el muslo a un paso de alcanzar su zona más íntima.
—¿Y?
—Sería la coca, no encuentro otra explicación, la escena me pareció hermosa y le dije que no tenia objeción.
—¿Me vas a decir que…?
—Espera. Deberías confiar más en mí. Me lo planteé como tantas otras cosas.
—¡Te lo planteaste!
—¡No, eso no! Me refiero a verlo como un trabajo de campo.
—¡Venga ya! —exclama con desdén.
—¿Tanto te cuesta creerlo? Recordé aquella frase: «Se debe observar sin implicación, tomando una objetiva distancia». ¿Te suena?
—Vale, te creo.
—Ver a Phobos martirizar a Rosalía y a ella sacudida por descargas eléctricas cada vez que la inmensa lengua entraba doblada en la vulva fue fascinante, pude imaginar lo que le sucedía, no quería pensarlo, de verdad, no quería, pero su rostro era un canto al placer más profundo, más envidiable que una mujer pueda desear. —¡No me mires así!—. Estalló en un orgasmo nunca visto hasta entonces sin que el bruto cediese en la tortura; lo observé todo sometida a una lucha de emociones contradictorias que me tenía paralizada, ella fue, con la ayuda de su marido, quien lo apartó para poder ofrecerle la grupa y a la vez buscarme; ni lo pensé, me acerqué bien abierta para ponérselo facil.
—No te entiendo, o no te quiero entender.
—Joder, Mario, está bien claro. ¡Para que me comiera el coño mientras el perro la follaba!
—¡Ah! —exclama aliviado.
— Eso no es todo. Vi a Deimos en acción en la verga de Alonso mientras ella me devoraba. Fue apoteósico, me liberé de prejuicios, de reglas y normas, un animal le lamía la polla a otro macho con auténtica pasión, él me miraba, yo lo miraba, él se la meneaba despacio demorándole el premio y me miraba; el perro también me miraba estimulado por mi atención. Alonso detuvo la masturbación, la sujetó por la base para mantenerla erguida, se la ofreció y el can se lanzó a lamer con avidez toda la longitud envolviéndola en su ancha lengua. Era hipnótico. Alonso aguantaba los potentes envites, la mantenía erecta como un mástil en mitad de una galerna, me miraba y yo lo miraba… extasiada, abierta ciento ochenta grados, porque su esposa me lamía el clítoris al mismo tiempo que el otro macho trataba infructuosamente de montarla, el frustrado animal desistía, me rondaba, competía por ocupar el lugar de su ama y yo me apresuraba a ahuyentarlo; el noble bruto renunciaba, volvía a subirse a la grupa y lo intentaba de nuevo. —¡No me interrumpas!—. La escena se repitió varias veces, viví una lucha entre el abandono a la boca experta de una mujer y la resistencia a los asaltos de una bestia. Alonso terminó a borbotones en las fauces del can y acudió a ayudarle a montar a la hembra. Rosalía gritó como sólo haces cuando por fin te han dado lo que necesitas.
—O lo que te mereces. —murmuró. Fingí no haberlo escuchado y continué.
—Ahí la tenía, dedicada a mi clítoris con un perro sobre la espalda que también me miraba culeando como un desesperado. Rosalía agonizaba anudada al can, yo no podía apartar los ojos de ella, de su tormento, de la bestia subida a la espalda. No podía, Mario, no podía. Rosalía descansaba la frente en mi regazo aguantando el peso del animal, yo sentía su aliento en la vulva, el jadeo agitado de Phobos, su expresión de deseo hacia mí, ¡a mí!
—No te confundas. Las expresiones las interpretamos nosotros a la medida de nuestro interés, deberías saberlo. No creo que un animal…
Lo interrumpí.
—¿Recuerdas la carita de lástima que ponía Luna cuando estábamos comiendo algo que le gustaba?, tú mismo lo decías. O la expresión de alegría cuando le enseñabas la correa para sacarla a la calle. Te aseguro que ese perro me miraba con deseo mientras se follaba a Ros, era como si estuviera diciéndome: Tú serás la siguiente.
—Qué atrocidad.
—Será una atrocidad, pero ese animal tenía la misma mirada que alguno de los hombres que han follado delante de mí prometiéndome sin palabras ser la siguiente, tú mismo, sin ir más lejos; conozco esa mirada, tiene poco de racional. Sí, es una atrocidad, no lo niego, pero en esa situación es muy difícil controlar las ideas que te vienen a la cabeza. Rosalía, anudada a las puertas del cielo, temblaba, reposaba con la mirada ebria y volvía a temblar, yo lo contemplaba aturdida, incapaz de moverme, ¿qué le hacía por dentro? ¿qué sería tan fuerte para hacerla estremecer de tal forma? Me deslicé apoyada en talones y codos y los dejé solos, Alonso parecía decepcionado, me excusé diciendo con una risa nerviosa que, por esa noche, prefería lo humano. La realidad era que no podía seguir siendo partícipe, no estaba bien.
Se ha quedado mudo, sólo un gesto delata lo que piensa: “Un poco tarde, ¿no crees?”, pero no lo dice, no me mira, aún no ha podido asimilar todo lo que he confesado en un arranque desbordado que debería haber contenido. Porque lo he arrollado, no sé cómo va a reaccionar. Debería decirle que una cosa es pensar y otra muy distinta es aceptar los pensamientos que surgen sin que nadie los haya invocado, o fustigarse por haberlos pensado. Pero eso él ya lo sabe.
—¿Te arrepientes de no haber parado antes?
—No, arrepentirme no. Fue más bien una mezcla de fascinación y desasosiego. De vuelta, en el avión, reviví el momento en que Deimos se acercó tanto: esa lengua áspera en mi piel, el calor inesperado, y cómo mi cuerpo respondió con unas contracciones que no esperaba. Me sentí vulnerable, expuesta de una manera que no manejaba del todo. Normalmente, en estos encuentros, soy yo quien marca el ritmo, pero ahí… fue como si el instinto del animal me recordara que no todo se puede domar. Me dejó con una adrenalina residual, pero también con una especie de vacío emocional, preguntándome si eso era sólo curiosidad o… —te va a parecer una locura— algo más oscuro que llevo dentro.
—¡Dios, Carmen!
—Ya te he dicho que te iba a parecer una locura. Me pediste sinceridad.
—Lo mire como lo mire, es una aberración, Carmen, es…
No consigue terminar la frase, o no se atreve. Mueve la cabeza negando lo que piensa, lo que no quisiera saber que ha ocurrido.
—Lo sé, es una aberración.
—Sin embargo, tú…
Se detiene en seco, la prudencia le impide continuar. Está afligido, consternado, está escandalizado. ¿Qué más veo? Dolor, enfado, incomprensión.
—Tengo que… necesito tiempo para pensar en todo lo que me has contado, es demasiada información, comprenderás que no puedo ahora mismo decirte nada.
—Lo entiendo, quizás no era necesario contarlo con tanto detalle, lo siento.
Le resta importancia, pero su rostro dice lo contrario. El impacto es enorme. De repente, me invade un pudor inmenso que convierte mi desnudez en insoportable, porque él continúa vestido.
—Voy a vestirme.
—¿Ahora? ¿de pronto? Te recuerdo que has sido tú quien se ha desnudado sin que yo te lo pidiera con la excusa de enseñarme los tatuajes. No, de eso nada, quédate tal cual estás, es lo apropiado cuando quieres mostrarte como eres.
—¿Por qué te portas así?
Se avergüenza de su arrebato, pero no rectifica y yo suelto la ropa. Me lo merezco.
—¿Diego no te había advertido?
—Eso mismo me preguntaron ellos, les pareció muy mal que no me advirtiese, porque habían hablado de mi a fondo cuando les ofreció mis servicios. Lo sabían todo de mí, no tenía sentido que no me pusiese sobre aviso.
—¿Qué sabían de ti?
—Todo, absolutamente todo. Les ha contado mi vida completa, incluso cosas que no debería saber, por cierto.
—¿Como qué?
Tomo aire antes de lanzar la acusación.
—¿Qué le contaste de aquella vez que estuvimos en la casa rural de Fidel?
La inesperada pregunta le ha ensombrecido el rostro. No esperaba tener que enfrentarse a un desliz tan incómodo.
—No sé qué te habrá dicho…
—Diego no, fue Rosalía. Según ella, tengo una especial afición por desvirgar jovencitos.
—Te aseguro que ni de lejos le insinué nada parecido.
—Pues no es lo que entendió. Joder, Mario, parece que no lo conoces.
—Lo siento, no recuerdo por qué salió ese tema.
—¿Tú sabes cómo me sentí?
—¿Como una degenerada? ¿Como una… ¡pervertida viciosa!? En fin, no creo que sea para tanto, eres una prostituta, Carmen, una… furcia, sí, eso, una furcia. Te codeas con un matrimonio que se folla a sus perros y, tal como lo cuentas, no te desagrada, no del todo. Lo tuyo con el hijo de Fidel, de haber sido cierto, sería una minucia en comparación con tu trayectoria.
—Baja la voz, te van a oír los vecinos.
—¡Ah, los vecinos, ahora te preocupan! Pues que sepas que el vecino de abajo, Eloy, está empeñado en conocerte, dice que eres… ¡interesante! —enfatiza, gesticulando—. Me abordó según llegaba de viaje para asegurarme que ellos no tienen nada que ver con los rumores que hay en el edificio sobre nosotros, ¿lo sabias? Dice que cada cual en su casa es libre de hacer lo que quiera. Como tirarse a un puto culturista y aullar como una perra.
—¡Vale, me rindo!, no soy la mujer que esperabas cuando empezaste con tus juegos, he traspasado tus límites, aunque nunca he sabido cuáles eran. Te avergüenzo, lo siento, pero no olvides nunca una cosa: fuiste tú quien empezó lo que yo he terminado de destrozar.
—No entiendo por qué te ofende tanto que me escandalice tu conducta, Carmen, qué pronto has olvidado cómo reaccionaste cuando te conté mi incursión en la bisexualidad. Fuiste tan dura o más de lo que he sido yo.
—No tergiverses los hechos. No me contaste nada, me enteré yo, tarde y mal. Te reproché que me lo ocultases, te eché en cara que asumieses una conducta de riesgo sin protección, poniéndome en peligro. Lo que hiciste en esa sauna no me gustó, podías haber escogido otra vía para probar tus gustos sexuales, lo hubiera aceptado; fue la mentira lo que te recriminé. Además, yo no he traspasado ningún límite como hiciste tú. No me mires así, no lo he hecho, podrá gustarte más o menos lo que te he contado pero he sido sincera contigo, cosa que tú no eres. Te he contado todo: lo que he visto, lo que he vivido y lo que he sentido. Y hasta ahí, nada más, porque no hay más ni lo va a haber. Creí que estaba hablando con la persona con quien tengo o tenía más confianza, o con el colega con quien siempre he podido cotejar casos clínicos y experiencias. No ha sido así, te has comportado como un retrógrado cargado de prejuicios.
—No quería decir eso, me he dejado llevar de…
—Y otra cosa: procura ser más prudente con lo que vas contando, no hay necesidad de divulgar nuestros trapos sucios. —terminé sin ganas de seguir hablando.
—Si te refieres a lo de Fidel, te vuelvo a repetir que no le dije nada.
—Déjalo. Voy a ducharme. ¿Arreglas tú esto, por favor?
Mario
«¿Has pensado alguna vez dejarla libre? Si de verdad la quieres tanto como dices, es lo mejor que podrías hacer por ella, porque si no lo haces tú, ella no va a dar el paso, Mario, todavía cree en ti, a pesar de todo. A corto plazo sufrirá por tu pérdida, con el tiempo comprenderá que liberarse de ti y de tus obsesiones fue la mejor decisión. Es una gran mujer, te recordará sin rencor, incluso con cariño.»
«Apártate ahora que estás a tiempo. Carmen va a sufrir, pero a la larga saldrá adelante, conseguirá ser feliz.»
«Ella no va a dar el paso, debes ser tú quien lo haga, no se merece esto.»
«Apártate. Déjala libre. No se merece esto. Es lo mejor para ella. Liberarse de ti es la mejor decisión. Apártate. Es lo mejor. Déjala libre. Saldrá adelante. Será feliz.»
El rumor de la ducha traspasa la puerta del cuarto de baño mientras estiro las sábanas, coloco las almohadas y el edredón, estoy atrapado en un fuego cruzado en el que la voz de Tomás insiste en alejarme de Carmen, por su bien. El rumor de la ducha me llama. Hubiera deseado irrumpir por sorpresa, desnudarme y entrar con ella como en tantas otras ocasiones; pero esta vez no, he perdido los nervios y le he dicho cosas terribles, por lo visto soy un experto en dinamitar el diálogo entre nosotros. Además, algo me lo impide, es un deber auto impuesto, estoy decidido a marcar distancia con ella, por su bien, por su futuro. «Si de verdad la quieres tanto como dices, es lo mejor que puedes hacer por ella, si no lo haces tú, ella no va a dar el paso.». Tomás tiene razón, por amor debo renunciar a ella, mi presencia no hace sino dañarla, lo acabo de hacer con mi maldito carácter y lo que me ha contado corrobora esta idea: todo lo que le ha ocurrido durante esta semana es consecuencia de mi mala influencia, de mi conducta o mis omisiones. Ella es el producto de mis fantasmas, la he convertido en la mujer que interpreta mis sueños más oscuros. Y todavía me atrevo a juzgarla. Aunque visto de otro modo, esta salida de tono que he tenido ha sido el primer paso para crear la imagen que necesito, la del marido desengañado que no va a perdonarla.
«Apártate ahora que estás a tiempo. Carmen va a sufrir, pero a la larga saldrá adelante, conseguirá ser feliz.»
—Mario, ahora no puedo.
—Es importante.
—Te llamo en diez minutos.
Esperé dándole vueltas a una idea que había germinado mientras la escuchaba: Si sigo a su lado volveré a hacerle daño; si la dejo en manos de Tomás continuará sumida en una vida de sexo y prostitución sin llegar a encontrar el origen del trauma. Tengo que establecer un pacto con la única persona dispuesta a luchar por ella y apartarla de raíz del problema. El problema soy yo.
—Tomás, gracias por devolverme la llamada.
—Dime, estoy con la familia, no tengo mucho tiempo.
—Carmen está descansando, no hemos parado de hablar y lo que me ha contado es tremendo, lo que ha sufrido esta semana ha sido brutal, la han sometido a vejaciones insoportables, lo de los árabes podía haber sido muy grave, pero antes ha pasado por absolutas aberraciones.
—¿De qué estás hablando?
—No lo sabes, ¿verdad? Ese cerdo la tuvo drogada todo el tiempo, la vendió a una pareja de pervertidos que mantienen prácticas sexuales con sus perros y no se lo advirtió.
—¡Qué coño me estás diciendo!
—Después, cuando pudo salir de allí, volvió al Penta huyendo de lo que había visto.
—Espera, ¿quieres decir que la han obligado a hacer…? ¡No me jodas!
—Creo que no llegó a hacerlo, no estoy seguro. Después volvió al Penta tan asqueada que se sumergió en una fiesta de alcohol y drogas para olvidar, no lo recuerda bien pero hubo de todo, incluso una especie de gag bang en la que ella era la pieza a subastar, luego se la llevaron a casa de Diego y allí siguió la orgía, se la pasaron unos a otros. Eso fue antes de que la prepararan para los árabes, yo no estaba enterado, si no, lo hubiera evitado.
—¡Hijo de puta!, la dejaste sola e indefensa, ¡miserable, te voy a…!
—Estoy dispuesto a hacer lo que hablamos, me apartaré de su vida, completamente, lo haré de forma que no le quede otra opción que aceptarlo, fingiré que lo que ha sucedido durante esta semana es intolerable y no la perdono, pero necesito un compromiso por tu parte.
—¿Un compromiso? ¿a mí, me pides un compromiso?
—Apártala de la prostitución, mantenla bajo control, dale un puesto de responsabilidad en tu organización, lo que sea, pero lejos del sexo y de las demás chicas. Oblígala a ponerse en tratamiento psicológico, yo te diré con quién. Tiene que recuperarse, pero para eso debe lograr una estabilidad emocional y sexual.
—Ya me encargo yo de elegir los mejores profesionales, aquí o fuera de España, tú limítate a hacer tu papel, repúdiala, finge que no la soportas por lo que ha hecho y sepárate de ella. Yo hago el resto.
—De acuerdo, lo haré.
—Voy a estar detrás de ti hasta la firma del divorcio, no lo olvides.
—Contaba con ello.
—Escúchame bien: no hay marcha atrás, como vuelvas a aparecer, acabo contigo.
—Déjate de amenazas, está decidido. Ya he dado los primeros pasos.
—No te precipites, es una mujer muy inteligente, que sea ella quien llegue a la conclusión de que se ha acabado, si no, sospechará.
—Descuida, no soy estúpido.
—Sólo un estúpido sería capaz de perder a una mujer como Carmen.
— Cuídala, por favor, cuídala.
Dejé el móvil a un lado y rompí a llorar como no había hecho nunca, lloré sin consuelo. Tomás tenía razón, sólo un estúpido tiraría por la borda la felicidad. Había destrozado mi vida. ¿Qué me esperaba a partir de ahora? La soledad, el remordimiento. Me llevé las manos a la cabeza como si pudiera borrar todo un pasado de despropósitos y volver al punto en el que estábamos antes de viajar juntos al seminario de Sevilla donde comenzaría todo. “¡No, no, no!”, murmuré desesperado deseando poder retroceder en el tiempo y desistir de aquel viaje que cambió nuestras vidas. “¡Maldito idiota, tú y tus fantasías, mira donde nos han conducido!”, me increpé dando un manotazo al aire que encontró en su camino el vaso y lo estrelló haciéndolo añicos. El estrépito me sacó de mi desesperación para ocuparme en saber si la habría despertado. Crucé el salón y llegué a la alcoba con sigilo. Me asomé, seguía dormida, a medio cubrir con el edredón. Tan bella, tan serena. Me acerqué a admirarla. Dormía profundamente. “Te quiero, te quiero, te quiero”. Las lágrimas corrían por mis mejillas. Salí de la habitación roto sabiendo que mi sacrificio era lo único noble que podía hacer por ella.
Candela
I'm so tired, I haven't slept a wink
I'm so tired, my mind is on the blink
I wonder should I get up and fix myself a drink
Estoy tan cansada que no he pegado ojo.
Estoy tan cansada que no puedo concentrarme.
Quizás debería levantarme y prepararme algo de beber. (2)
El cansancio no tuvo alivio. Mal dormí un par de horas, inquieta, dando vueltas entre sábanas revueltas sacudida por espasmos involuntarios. La lengua, seca, se me pegaba al paladar. Rendida, abandoné la cama, oriné, bebí agua con avidez y deshice el equipaje con movimientos mecánicos. ¿Estaba evitando salir de la habitación? No se escuchaba ruido en la casa, sólo el aroma que llegaba de la cocina me daba una pista de lo que andaba haciendo.
Me dirigí hacia allá. Mario, sin decir palabra, deslizó un plato frente a mí. Verduras a la plancha, impregnadas del aroma de hierbas frescas, justo como me gustan. Era un gesto tan suyo, tan cálido, que me estremeció. Pero al instante se apartó como si temiera que su ternura lo delatara. No lo entendía. Decidí darle espacio, dejar que el tiempo desentrañara sus silencios.
Hablamos lo indispensable, con frases cortas, casi forzadas. Su palidez era evidente; sus ojos, enrojecidos, delataban lágrimas recientes. Me sobrecogió verlo así. ¿Tanto le había herido mi confesión? Su actitud esquiva, como un muro invisible, me impedía acercarme.
Sin embargo, yo no podía quedarme en lamentaciones. Apenas probé el primer bocado saqué el móvil. Necesitaba saber de Candela, busqué su número y la llamé sin pensármelo.
—Carmen, ¿estás bien?
No pudo ocultar la angustia que le había estado persiguiendo desde que nos separamos. Su aliento agitado era audible a través del auricular. Me obligué a calmar la respiración.
—Sí, cariño, estoy bien.
Le conté a grandes rasgos mi salida de Sevilla. Hablaba rápido, a ráfagas, consciente de que cualquier segundo de esa llamada podría ser crucial. Cuando hube terminado, el silencio se hizo pesado al otro lado, roto sólo por el lejano rumor de una sirena.
—Ahora dime tú —dije, bajando la voz hasta un susurro, como si la cercanía del teléfono nos permitiera compartir un secreto físico—. ¿Cómo están las cosas por allí? ¿Qué me he perdido?
—No sé qué va a pasar. El Penta está cerrado y no tengo noticias. Es como si se los hubiera tragado la tierra.
—¿Qué pasó cuando me fui?
—Un caos. Los clientes se fueron marchando, ¿quién está cómodo con la policía moviéndose por allí? No se separaban de Diego, lo acosaban pidiéndole documentación. Y no usaron el despacho; hicieron el registro allí mismo, delante de todos. Querían humillarlo, hundirle la noche. Yo temía que en cualquier momento se dieran la vuelta y empezaran con nosotras.
Su voz se quebró antes de poder continuar.
—Curro nos dijo que nos fuéramos cuando vio que aquello no iba a remontar. —Tragó saliva. El sonido de su pánico se hizo más claro que nunca—. Pero antes, se encaró conmigo. Me dijo: “Tú y yo ya hablaremos”. Estoy muerta de miedo, Carmen. ¿Qué voy a hacer si el Penta no reabre? Mis ahorros... no dan ni para dos meses.
No tenía nada para reconfortarla. Ni un sólo argumento. Me tragué el ahogo y traté de calmarla con palabras que sonaban vacías. Pero ella, en medio de su propio miedo, sólo pensaba en mí. O quizás prefería concentrarse en mi bienestar para no tener que enfrentar la otra verdad: que el padre de Patri ya se había encargado de esquilmar lo poco que tenía.
—Pregúntale a Tomás —dijo Mario al colgar—. Él sabrá qué va a pasar.
—No puedo abusar, ya ha hecho bastante.
—Sí que puedes. No va a permitir que sufras por esto.
Tal vez tuviera razón. Me sentí mal por pensar en usar a Tomás, pero me urgía saber a qué se enfrentaba mi amiga, a qué nos enfrentábamos las dos.
—Mañana le llamo. Al menos, estoy tranquila. Diego no la ha utilizado en mi lugar.
—Mayor motivo para conocer el paradero de Diego. Y de Curro. Todavía podrían... No, qué tontería. —rectificó al ver el efecto que su sospecha me causaba.
Intentamos comer, pero la comida no bajaba. La ansiedad de mi amiga había encendido un mal presagio. Tenía que enterarme, no podía permitir que esa sombra se cerniera sobre nosotras.
Recuerdos
A media tarde, Esther interrumpió una convivencia plagada de silencios que empezaba a ser agobiante, sólo quería charlar un rato, saber cómo me había ido en Sevilla. Estaba sola, como de costumbre, así que lancé un salvavidas para ambas y la invité a casa.
—Estoy sin coche, se lo ha llevado Daniel.
—No importa, Mario puede ir a por ti.
No podía dejar escapar mi único punto de apoyo para mantenerme a flote. Mario me miró extrañado. Cuando colgué, lo justifiqué diciendo que estaba cansada porque propuso salir a tomar algo los tres. Enseguida entendió que era una excusa, ambos necesitábamos una tregua.
Se marchó después de mostrar mi mejor expresión de tranquilidad. Luego, el silencio me acosó.
El silencio, la ansiedad, un desasosiego insidioso.
Debería haberme ido con él.
…..
Los recuerdos más amargos son como truenos descomunales que reavivan la furia de la tormenta. Cada estruendo hace temblar la tierra bajo mis pies, y cuando el ruido se apaga, sólo queda un pesado silencio que me deja sin aliento a la espera del próximo golpe.
Los recuerdos más sucios, los que hacen palidecer los excesos cometidos que se agitan en mi memoria gritando que aquello fue real son impactos brutales, arrasan con todo, me dejan a merced de mi propia vergüenza y dominan la escena sin que haya fuerza capaz de controlarlos.
Los recuerdos no cesan.
Recuerdo el álbum de tapas gruesas que ella, sentada a mi lado, repasó conmigo, contando la historia que había detrás de cada foto.
Rosalía sentada en el suelo. A su lado, el potente animal, noble, arrogante. Los collares son idénticos, en cuero y acero, con sus nombres grabados en las chapas: Phobos y Ros. Los dos tienen la misma expresión serena. «Nos la hicimos el día que recibí el collar y la placa con mi nombre: Ros», me cuenta con la ilusión brillando en los ojos.
Rosalía echada en la alfombra sobre un costado y al lado, una escudilla de agua; detrás, sobresale Deimos en la misma postura, ambos miran al frente. Macho y hembra reposan. «Esta está tomada la tarde que me montó por primera vez. Mira qué satisfecho parece, ¿no crees?», dice con una sonrisa de orgullo.
En la siguiente foto, una mujer de unos cincuenta y tantos camina desnuda por el jardín. «¡Mira, esta es mi tía!», exclama contenta por poder presentármela. La acompaña un magnífico pastor belga de pelo frondoso y porte imponente sujeto con una correa corta. Ambos desprenden vitalidad, pero mis ojos se detienen en ella. Su figura revela el paso del tiempo: antaño esbelta, conserva un atractivo innegable aunque su cuerpo muestra las huellas de la edad. La mirada, marcada por profundas ojeras, habla de soledad; el vientre, ligeramente relajado, ha perdido la firmeza de la juventud; sus pechos, generosos, ceden al peso de los años con naturalidad, las caderas ensanchadas por una incipiente celulitis, los muslos van ganando volumen. El cabello gris, rizado, apenas llega a los hombros, aporta un toque juvenil a su madurez serena.
«Ha criado a Robe desde que era un cachorrito y lo quiere con una pasión doble, la del amante y la del incesto, ¿tú te crees?», dijo con una risita, aunque sus ojos brillaron con una chispa de complicidad. Luego, su voz se tornó más seria: «Y mira, Carmen, en esto no miente: dice que ningún hombre te da la lealtad de un perro. Ellos no nos juzgan por estar poco arregladas, cansadas o mayores, nunca nos dejan a medias ni nos cambian por otra más joven, ¿verdad, cariño?». Giró la cabeza hacia Alonso, que andaba cerca; su pregunta flotó en el aire removiendo las brasas de un mal recuerdo que aún ardía en silencio.
Pasamos pagina. Phobos sentado sobre las ancas. Rosalía detrás, de rodillas, abrazada a su lomo. Ambos miran a cámara. «Aquí, estábamos jugando y Alonso le dio la orden de sentarse, quiso comprobar si la obediencia prevalecía por encima del instinto. Al oírlo, se paró en la posición correcta y yo lo imité. Es una foto bonita, a que sí».
Un perfil de Rosalía en el porche una tarde nublada. Sentada en el suelo, las piernas cruzadas, el cabello empapado, la piel chorreando por la lluvia que sigue cayendo fuera. Le acaricia el pecho a Phobos, el pelaje húmedo, sentado sobre las ancas frente a ella, la mira, se deja hacer. «Una tarde de perros», bromea, «Nos sorprendió el chaparrón jugando en el césped y no nos dio tiempo a refugiarnos». En la siguiente, le lame el rostro; en otra, la ha vencido en el suelo, juegan, se enreda con brazos y piernas bajo él. No hay más. La curiosidad me mata.
Alonso, ataviado con traje campero posa sentado en un banco de jardín. Deimos está tumbado a los pies. A un lado, Phobos, erguido sobre los cuartos traseros. Al otro, Ros, en la misma postura, sentada sobre los talones apoya los nudillos en los muslos. Alonso empuña las correas: la de Phobos en una mano, las de Deimos y Ros en la otra. «Esta fue en la finca de unos amigos, nos juntamos todos: los hombres posaron con los perros y las hembras. Qué bien lo pasamos», cuenta con un toque nostálgico.
Ros a los pies de Alonso que empuña la correa junto a una pareja vestidos de campo, la mujer sujeta un mastín. «Esta es en la misma finca, con Julio y su esposa, los propietarios. Ese perro es tan cariñoso, y tan potente… Cuando Julio le propuso a Alonso que me cruzase con su mastín tuvieron que llevarse a Phobos porque se puso como loco; mi niño…».
Recuerdo que le pregunté por la mujer de la foto, gesto altivo, ataviada con botas altas, pantalones de pana y camisa de franela. «No, ella sólo mira», respondió entendiendo el trasfondo de mi interés.
Terminamos el álbum, había escuchado multitud de confidencias entre sonrisas y muestras de añoranza. Pensando en la serie de la lluvia, no pude reprimir la curiosidad.
«—No he visto ninguna foto… ya sabes, quiero decir… explícita. No es que me importe, es que me resulta extraño. —Me dio un par de palmadas en el muslo y me miró con indulgencia.
—Cariño, este álbum está lleno de recuerdos preciosos. Nosotros no hacemos pornografía.»
No supe qué responder.
No consigo quitármela de la cabeza. Rosalía serena, en paz; Rosalía desnuda con el collar rodeándole el cuello y la mirada tranquila; Rosalía emparejada con Phobos, el macho que la cuida, el semental que la monta.
Ros, la hembra.
Parece feliz, es feliz.
Un impulso ciego me mueve, subo al ático sin pensar lo que hago. Voy al fondo del altillo donde recuerdo haberla guardado: una caja de cartón gastada por los años. La bajo con cuidado, aparto los objetos acumulados hasta que mis dedos lo encuentran. El corazón se me encoge.
Ahí están, intactos. Los recuerdos de Luna convertidos en reliquias: Su escudilla abollada, el frasco de champú a medio usar, los juguetes de cuerda y goma. La manta doblada con esmero aún conserva su olor. Me abruma. Debajo, mis manos palpan cuero y metal frío: su collar y la correa.
Los tomo y, de repente, me siento como si habitara el cuerpo de otra persona. El brillo de la hebilla es un destello hiriente. El tacto desata una avalancha de recuerdos: la fuerza imparable de Luna al salir a la calle, sus jadeos ansiosos, el tintineo alegre de la chapa. Me lo pongo, me he puesto el collar de Luna; no lo ajusto, sólo quiero sentirlo, sólo quiero… no sé lo que quiero. La simple presión en mi garganta se convierte en una vibración que me recorre el cuerpo entero. Dudo de lo que estoy haciendo. Es mi última oportunidad de dar marcha atrás.
No hay retorno. Me desnudo con torpeza; los nervios. Recupero el collar y me lo pongo alrededor del cuello. Lo ajusto y miro el reflejo en el ventanal. Respiro con dificultad, me falta el aire.
Bajo a la cocina impulsada por algo que no pienso cuestionar. Lavo la escudilla a conciencia, la lleno de agua cristalina y regreso al ático deprisa, todo lo hago deprisa, será para no pensar. Arriba, extiendo la manta en el suelo, ajusto el collar a tope, casi a mi medida, engancho la correa y coloco la escudilla a un lado. Me tumbo. La postura me resulta extrañamente natural: echada sobre la cadera, las piernas estiradas una sobre la otra, apoyada en los antebrazos, como en las fotos de Phobos, como recuerdo a Luna, como he visto hacer a Rosalía, a Ros. Todo es tan ilícito, tan prohibido, tan irreal… no pienso, no quiero pensar. Sólo quiero sentir.
Algo falta, lo sé. Anudo el extremo de la correa a la estantería y me echo de nuevo. El aire entra y sale con dificultad y me concentro en eso: en el jadeo tan parecido al de ellos, en la presión del collar en mi garganta, en la aspereza de la manta en mi piel. ¿Es esto lo que siente Ros? ¿Este vacío, esta asfixia, esta conexión con lo primitivo?
Me incorporo sobre los antebrazos y bebo. Es difícil; el agua escurre por la barbilla y empapa la manta, yo sigo lamiendo con dificultad. Permanezco así, atada, una réplica burda de algo que no entiendo del todo guiada por la necesidad de sentir cada detalle de ese modelo animal que vivo en mi mente.
—¿Qué estoy haciendo?
Un destello de lucidez me arranca de la ensoñación. Recojo todo, vierto el agua en la terraza con cuidado de no ser vista, porque estoy desnuda con un collar de perro al cuello. Qué escándalo. Guardo los objetos uno a uno, y, casi a regañadientes, me quito el collar. Qué vergüenza, qué vergüenza.
Deambulo por la casa sin rumbo apretándome los nudillos, con el rostro ardiendo. Pero algo me empuja a volver al ático, una urgencia incontrolable, como si el tiempo, a punto de que lleguen, se me escapara sin haber cumplido un deseo acuciante convertido en necesidad. Miro el reloj, todavía es pronto. Subo, recupero la caja de cartón, me desnudo y extiendo la manta en el suelo. El corazón se me va a salir del pecho. Me coloco el collar. Ah, se me olvidó llenar el bebedero. Bajo las escaleras a trompicones, lleno el cuenco y vuelvo a subir envuelta en una ansiedad que necesito sofocar cuanto antes.
Me tiendo de costado sobre la manta; la correa, atada a la estantería imitando la postura de una perra obediente, los brazos extendidos hacia adelante. No estoy cómoda. Reflexiono. No soy Luna, debo encontrar mi postura. Me apoyo en un codo. Así está mejor. Soy una perra humana, tengo mi propia anatomía. Bebo a lametones con los puños apoyados a ambos lados del bebedero. Resisto la tentación de secarme la boca con el dorso de la mano —ellos no lo hacen—. Las gotas resbalan por mi barbilla…, por mi morro. Me tumbo de nuevo y me concentro en sentir: la aspereza de la manta, la perspectiva desde el suelo de los muebles, los sillones, los cuadros, la puerta. Todo parece diferente desde aquí abajo, más grande, más imponente.
Suelto la correa del collar y me desplazo a cuatro patas. “Es un experimento”, le digo a esa voz crítica que intenta rescatarme de este disparate. Uso las rodillas cuando gatear sobre manos y pies se vuelve incómodo si intento mantener la vista al frente. El frescor en la vulva y el ano me advierte de que estoy expuesta, soy vulnerable. Si estuvieran aquí, me olfatearían. ¿Lo deseo o es sólo curiosidad? Son preguntas que me hago, sólo preguntas. ¿Cómo reaccionaría? Recuerdo a Luna: a veces se quedaba inmóvil mientras un macho le olfateaba la vulva; otras, gruñía y lo alejaba. Nosotras, las dueñas, charlábamos en el parque ignorando el ritual a menos que hubiera un intento de monta. ¿Qué haría yo? Me conozco: probaría ambas reacciones. Me quedaría quieta, en tensión, receptiva al roce de un morro frío y húmedo. También lo rechazaría.
Mi cabeza vuela a la velocidad de la luz. Recupero la imagen del mastín, un macho adulto de proporciones titánicas, lo imagino merodeando a mi alrededor con una presencia que llena el espacio, recuerdo la foto, conozco esa raza, en la Sierra tienen uno cerca de casa. El mastín es una fortaleza viviente, su cuerpo es un mosaico de músculos compactos, envueltos en un pelaje leonado, grueso y salpicado de manchas oscuras, cada paso resuena con un golpeteo sordo, sus patas, anchas como puños, aplastan la hierba con una autoridad natural, su pecho, amplio como un barril, se expande con cada respiración y su cabeza, descomunal, parece esculpida en granito: un cráneo ancho, ojos oscuros que brillan con curiosidad y un hocico cuadrado, tan grande que podría sostener un tronco. La cola, gruesa como una cuerda de barco, barre el suelo con un movimiento lento levantando pequeñas nubes de polvo. ¿Por qué me acuerdo de esto ahora? Lo imagino rondándome, dando vueltas, ocupando el espacio como una montaña en movimiento, sus músculos ondulan bajo el pelaje. Me quedaría paralizada sintiendo su aliento cálido en la vulva, no me atrevería a moverme. ¿Y si me lame? Estaría a merced de un gigante que podría, de un empujón, abatirme y quedar bajo sus patas. ¿Me protegería Alonso de una monta no deseada?
—¡Qué estás diciendo! Jamás, ¿me oyes? Jamás.
Bajo a la alcoba y me miro en el espejo. Soy yo, sigo siendo yo con un collar de perra al cuello y sin un ápice de remordimiento, sólo una necesidad clara, palpitante. Recorro el collar con los dedos, los tres pentágonos, los dos corazones, el vello enredado. No puedo apartar la vista, no puedo. Miro el reloj, todavía hay tiempo.
—Rosalía, hola, soy Carmen, perdona que te moleste.
—¡Carmen, qué sorpresa! Cómo estás, querida.
—Bien, muy bien. Verás, llamaba para agradeceros el trato tan cariñoso que tuvisteis conmigo.
—¡Ay, qué encanto! Fue un auténtico placer tenerte con nosotros, no hemos dejado de pensar en ti. Estoy segura de que a ti te sucede lo mismo, a que sí.
—No lo voy a negar, ha sido una experiencia que me ha… cambiado.
—Los niños tampoco se han olvidado de ti; cuando vuelvas, comprobarás cómo te reconocen desde lejos y te reciben más cariñosos que la primera vez. Porque vas a volver, ¿verdad?, por eso llamas.
—No lo tengo decidido aún, acabo de regresar a Madrid, como quien dice, y me apremian las obligaciones.
—Estoy segura de que lograrás organizarte para terminar de disfrutar como no pudiste hacerlo.
No le dije que no, me mantuve en una ambigüedad calculada que dejaba las puertas abiertas a cualquier cosa. Seguimos hablando, de Alonso, de lo mucho que se acordaba de mí, de Phobos y sobre todo de Deimos, el que según ella se había encaprichado conmigo. “Cuando vuelvas, se tirará a por ti como si no hubiera otra hembra cerca”. Yo la dejaba hablar y hacer planes mirándome al espejo, palpando el collar en mi cuello, mordiéndome la lengua para no confesarle lo que estaba haciendo.
—Me gustó tenerte cerca cuando Phobos me montaba. ¿Y a ti?
—No sé qué decir. —confesé delatando mi propia inseguridad.
—Sí lo sabes, cariño, lo que pasa es que aún no estás preparada. —dijo con tanta dulzura que estuve a punto de echarme a llorar, porque sonó a promesa. Creo que de algún modo intuyó lo que me estaba sucediendo mientras la escuchaba recordarme lo delicioso que fue probar mi sabor al mismo tiempo que su macho la abotonaba. —¿Sabías que se llama así? Abotonar. Es la experiencia más brutal que puedas vivir, te lo aseguro. Nada te va a llenar tanto como el nudo de un buen perro, ya lo verás.
“Ya lo verás” sonó a profecía, a sentencia, a condena, y otra vez un ahogo me puso al borde del sollozo. Siguió tratando de ganarme para su causa, esforzándose en inocularme el deseo perverso de quedar abotonada, y mientras me lo describía con tanta pasión, recordé el efecto del plug y pensé que, estar abotonada a un macho como Phobos, debía de ser algo parecido, más invasivo y descontrolado. ¿Qué fervor ponía esta mujer en sus palabras que era capaz de arrastrarme con ellas sin cuestionarla? Rosalía interpretó a su favor mi silencio sembrado de monosílabos e hizo lo imposible para contagiarme la fiebre animal que había observado de cerca. Yo asentía o callaba envuelta por su pasión. Nos despedimos como si fuéramos un par de amigas que comparten un mismo secreto, me obligué a recordar que yo era la puta y ella la clienta para no excederme en efusividad.
Finalizada la llamada, recuperé la cordura. Libre del vértigo al que mi conducta irreflexiva me había conducido, planté cara a mis actos y mis renuncias, a lo que pude decir y no dije, lo que debí rechazar y callé, lo que hilé en mi cabeza al filo de sus argumentos llevada por su entusiasmo sin freno ni límite más allá del puro hedonismo.
Qué vergüenza.
Esther
El agua helada caía sobre sus hombros arrastrando no sólo el jabón, sino también el peso de la aberración. Carmen se frotaba con saña el cuello intentando borrar una huella invisible, un rastro adherido a cada poro de piel donde aún podía notar el tacto áspero de la manta de Luna. El esfuerzo era inútil; no había una mancha tangible sino una sensación que se había filtrado hasta el tuétano de los huesos. Un temblor ajeno al frío le recorrió el cuerpo, era la respuesta a una profunda repugnancia que había ganado presencia a medida que recobró la cordura.
El sonido de la puerta principal la sacó del trance. No tardó en oír la voz de Esther con un matiz de lamento que le resultaba familiar. Carmen aceleró enjuagándose el pelo; después, cerró el grifo. Con manos temblorosas se secó y se enfundó unas bragas, un pantalón y una sudadera.
Los encontró en el salón. Esther, con el rostro demudado, estaba sentada en el sofá refugiada en el hombro de Mario, él le hablaba con una voz suave y paciente, una voz que le resultó insoportablemente melosa. Al verla aparecer, le soltó la mano y se irguió con un matiz de incomodidad. Una extraña mezcla de emociones la invadió: envidia, celos. Temor.
—No sé qué hacer, chiqui —gimió Esther, levantando la vista—, lo he intentado todo, pero… ¿qué sentido tiene? A pesar de todo, no me imagino la vida sin él. Lo sigo queriendo.
Carmen se sentó a su lado y le ofreció una mano, Esther la agarró con fuerza. Mario se mudó al brazo del sillón frente a ellas con una expresión de compasión en el rostro, fruto de la confidencia que sin duda le había hecho por el camino.
—¿Qué ha pasado esta vez? —le preguntó sin ocultar cierto cansancio. Mario le hizo un reproche mudo.
—Tienes que ser valiente, Esther. —intervino él con la mirada fija en su cuñada. —No te mereces esto. Tu vida no puede seguir así.
Esther contuvo un sollozo y asintió secándose las lágrimas.
—Con el tiempo, las heridas se cierran. Reharás tu vida y, con los años, incluso podrás recordarlo con cariño como parte de un pasado que te hizo más fuerte.
Carmen lo escuchaba y un frío súbito le invadió la espalda. Miró la mano de Mario que se posaba protectora sobre el hombro de su hermana y la mente se le iluminó con claridad diáfana. "No te mereces esto", había dicho, las palabras le martilleaban en la cabeza. No estaba hablando del matrimonio de Esther. Estaba hablando de ellos, de Mario y ella.
¿Cómo no lo había visto antes? Su degradación era un proceso tan absorbente que la había mantenido ciega ante lo que estaba ocurriendo. Era ella quien había tendido el puente entre Mario y Esther, su propia hermana; justo ahora la escena que acababa de presenciar cobró un nuevo sentido, ¿cómo era posible? No se trataba de un tropiezo, ni siquiera de un desliz puntual. No era un momento de debilidad, tampoco era, como había querido creer, un simple error. Era algo más sólido, una verdad gestada en las sombras que él acababa de confesar sin darse cuenta.
Allí estaba Esther, su hermana, destrozada por un matrimonio roto, buscando un hombro. Pero no buscaba consuelo; sino un sustituto.
No, no puede ser.
Y allí estaba él, la encarnación de su vida, su seguridad, con esa voz suave, con ese matiz de compasión. Era la evidencia de una ternura reservada para otra mujer, de una intimidad que le había sido robada. Le estaba diciendo a la mujer amada que sería fuerte sin él.
¿A cuál de las dos? ¿A Esther o se lo estaba diciendo a ella?
«Serás fuerte sin mí.»
El aire se le atascó en los pulmones. Era la sentencia de su propio matrimonio. Esas palabras no hablaban de un apoyo presente, hablaban de un futuro compartido que ella no pisaría. Mario le habría confesado a su hermana su plan de marcharse, y lo habría hecho con la seguridad de quien cierra una puerta y abre otra.
La traición, afilada y doble, le cortó la respiración. Sintió un mareo y un frío hueco en el estómago. No era sólo el engaño; era la complicidad entre dos de sus pilares. No sólo la habían herido, la habían reemplazado.
El aire se volvió irrespirable. Carmen soltó impulsivamente la mano de Esther que la miró extrañada. La verdad, limpia y cruel la golpeaba con una fuerza insoportable. Y mientras Mario seguía consolando a su hermana, sintió que la aberración no era otra que la propia vida que había construido, una mentira perfecta que acababa de deshacerse ante sus ojos.
No, no puede ser.
Un juguete roto
Al caer la noche, Mario se ofreció a llevar a Esther a casa, Carmen renunció a acompañarlos. “Id vosotros, yo me quedo”. Esther no le insistió, y él apenas la miró. Fue como si su decisión les aliviara, y enseguida se recriminó por pensarlo, aunque bien mirado, ¿qué estarían tramando para que les resultara tan oportuno?
Se marcharon sobre las nueve. Dio por sentado que antes de despedirse tomarían algo, unas cervezas, unas tapas. Mario le haría reír, Esther le contaría alguna confidencia, ellos son así. Volvería cenado. A ella, en cambio, los nervios le habían cerrado el estómago. No tenía apetito. El bullicio, tanta conversación cruzada, tantas frases en las que descubría una doble intención la había agotado. Ahora, en el silencio de la casa, por fin podía respirar, aunque no lograba sosegarse. La quietud se mezclaba con una amarga sospecha.
Se sentó en el sofá con la mirada perdida en la pared. El silencio en el salón era un eco de la distancia que se había instalado entre ellos, un profundo silencio que olía a fracaso y a promesas rotas. Lo que había sucedido en Sevilla era una sombra que los perseguía. La culpa, una losa que le oprimía el pecho. La frialdad de Mario, su mutismo, no era más que la prueba de lo que ya sabía: no había perdón posible. No para ella, la mujer que había destrozado lo que un día fue perfecto.
No podía imaginar que Mario, mientras charlaba con Esther tomando unas cañas fingiendo un desenfado contagioso, se sentía igual de culpable. Se veía a sí mismo como el responsable de lo que le ocurrió en esa fatídica semana. Recordaba continuamente la pregunta de Tomás cuando la rescató del Penta: “¿Has pensado alguna vez dejarla volar libre?”. Esas palabras le habían taladrado el alma. La única forma de que Carmen fuera feliz era lejos de él. Su frialdad no era producto del rencor, sino el dolor de un sacrificio. Un amor que se cerraba para que otro pudiera abrirse algún día.
Subió con Esther al piso para asegurarse de que Daniel no estaba, luego se despidieron con un gran abrazo y un beso en la mejilla. “Gracias”, le dijo enganchada al cuello. “Siempre me vas a tener”, le contestó él con una sonrisa triste —pase lo que pase, pensó—. De camino al lugar donde había aparcado, recordó que una vez, en un momento de desesperación, Carmen le había dicho que rehiciera su vida. "Yo ya no soy la mujer que deseas", había afirmado, "no soy más que un juguete roto". Mario se resistió a aceptarlo. Ahora, al pensar en ella, sólo podía verla con una tristeza infinita, porque él también había aceptado que la separación era inevitable. (3)
Carmen no entendía la frialdad de su marido sino era desde la posición del hombre asqueado por lo que ella había vivido en Sevilla. Pero lo que vio aquella tarde entre Mario y su hermana le revolvió el estómago: ¿Un simple gesto de cariño, una mirada furtiva, un roce de manos? No. Una cercanía que iba más allá de lo prudente, más allá del cariño fraternal. ¿Cómo no lo había visto antes? La pregunta se le clavó en el alma. ¿Desde cuándo sucedía? ¿Hasta dónde habían llegado? ¿Es posible que no hubiese visto las señales y en cambio el cabrón de Daniel los hubiese descubierto? “Le tienes ganas a la hermanita”, le lanzó a Mario en Navidad en plena bronca en casa de sus padres. ¿Tan evidente era? Puede que lo fuera y ella tan ingenua que no lo vio. Como cuando estuvo a punto de mandarlo al hospital por maltratarla delante de él, ojalá hubiera mostrado las mismas agallas delante de Diego para defenderla en lugar de quedarse encogido viendo como la abofeteaba. Qué infeliz, cómo no se había dado cuenta. Y Esther haciéndose la mosquita muerta babeando por su cuñado, a saber desde cuándo se lo estaba tirando. ¡Dios, qué mierda!
No, qué estaba diciendo. ¿Esther?, imposible.
Su mente lanzaba conjeturas a una velocidad endiablada sin detenerse a valorarlas con mesura, se movía inquieta por el salón adelantando un futuro que ya daba por cierto. Mario tenía derecho a rehacer su vida, sí, aunque no con su hermana. Se querían, eso es cierto, pero el dolor de un divorcio y la posterior unión con su propia cuñada era un escenario que sus padres no soportarían. Las convenciones sociales estallarían y sus vidas se harían pedazos.
Salvo que ella se presentase como la culpable. Tendría que echar sobre sí el peso de la responsabilidad, hacer que la vieran como la mala, era la única forma de que la futura unión de Mario y Esther fuera bien aceptada.
Por otra parte, la certeza de ese futuro la llenaba de incertidumbre y angustia porque tarde o temprano Mario volvería a sacar a relucir las obsesiones que habían carcomido la convivencia como termitas invisibles. Su hermana no estaba preparada para soportarlo, no después de lo que había pasado con su matrimonio frustrado. Era demasiado vulnerable, demasiado frágil.
Tenía que evitarlo a toda costa. La única salida, la única manera de proteger a Esther y a su familia y darle a Mario la paz que necesitaba, era redirigir su camino. La solución tenía nombre: Elvira, su primer amor de juventud. La única mujer a la que había amado con la pureza del primer enamoramiento.
Carmen encendió el enésimo cigarrillo y marcó el número, le temblaban tanto las manos que estuvo a punto de tirar el aparato al suelo, el corazón le latía desbocado.
—Hola, Elvira. Soy Carmen. ¿Cómo estás?
La voz al otro lado de la línea sonó distante, cautelosa.
—Bien, ¿y tú? No esperaba tu llamada.
—Es sobre Mario. Necesito hablar contigo.
Elvira guardó silencio un momento.
—Hace tiempo que no lo veo. La última vez... la última vez no fue bien. Estaba muy mal, terminamos discutiendo.
—Es mi culpa —dijo Carmen, tragando saliva. La confesión le quemó la garganta—. He hecho cosas imperdonables.
La mentira se sentía extrañamente liberadora. Le insinuó que su matrimonio estaba acabado, Mario lo estaba pasando muy mal y ella era la única que podía ayudarle. La única que lo amaba de verdad, sin el peso de los errores, sin las cicatrices del tiempo.
—¿Me estás diciendo que Mario y yo podemos…?
Elvira apenas pudo terminar la frase, le costaba superar el recelo. Carmen vio peligrar su plan.
—Os queréis. Daos una oportunidad, lucha por él.
El silencio al otro lado del teléfono fue largo y significativo. El corazón de Carmen se contrajo. Si Elvira no daba el paso, la oscura alternativa de Esther volvería a cobrar fuerza. No lo iba a permitir.
—Carmen, no sé cómo agradecerte tu franqueza —respondió al fin con la voz quebrada por la emoción—, creí que se había terminado. Sabía que algo no funcionaba entre vosotros, no imaginé que fuera tan grave. Si cuento con tu apoyo, voy a intentarlo con todas mis fuerzas, porque le quiero como no he querido a nadie.
Carmen trató de contener las lágrimas, aun así el alivio fue inmenso. La mentira se había convertido en su verdad, su mejor salida.
—Eres su único amor, el más limpio y verdadero que ha conocido —dijo Carmen sin dudarlo—. Y voy a luchar por vosotros aunque duela, aunque me cueste lo que más quiero.
Colgó el teléfono y se dejó caer en el sofá. El plan estaba en marcha. Tenía que convertirse en la villana de su propia historia para que ellos pudieran ser los héroes. El divorcio, el escándalo… todo sería culpa suya. Se presentaría como la mujer frívola que ya no amaba a su marido, la que había cumplido sus fantasías y ahora buscaba otros horizontes. Para todos sería el segundo error en la vida de Mario que, al tercer intento, encontraba en Elvira el auténtico amor de su vida, la mujer que nunca debió dejar pasar de largo.
Psicosis
Y de ese modo, Carmen empezó a tejer la red en su cabeza. Ausencias de fin de semana, trabajos ineludibles con Tomás, su amante y jefe. “Queda con Elvira”, le dirá con una sonrisa forzada, “¿cuánto hace que no os veis?”. Mario, confundido y herido por su aparente indiferencia, lo hará. Las citas se volverán cada vez más frecuentes, más largas. Un día, Elvira, sintiendo que la oportunidad no cuaja, le propondrá un fin de semana juntos en un parador o en un balneario. Mario dudará aún. “No puedo dejar sola a Carmen, no es un buen momento”, le dirá.
Encendió otro cigarro, si tuviera un porro… ¿Por dónde iba?
Elvira, que entiende su papel en todo aquello, le pedirá ayuda. “Déjalo de mi mano”, le dirá ella. Se inventará una actividad con Tomás durante todo el fin de semana, la coartada perfecta para dejarles el campo libre. Cuando Mario llegue a casa y le dé la noticia, tomará la decisión en un arrebato de tristeza y desilusión y se lo comunicará con fingida indiferencia: “Da igual, yo me voy de viaje, ya sabes con quien”. Ella, mostrando despreocupación aunque le parta el alma, le mirará a los ojos y le dirá: “Pasadlo bien”. Y así, la mujer que una vez lo tuvo todo, se quedará sola luchando por un amor que no es el suyo, pero que, en el fondo, sentirá que lo es. El juguete roto habrá encontrado un propósito: armar un nuevo juego, aunque ella no pueda participar.
—Una copa, necesito una copa.
Las semanas siguientes construirá una farsa meticulosa. Se esforzará por ser una esposa distante, fría, obsesionada con el trabajo y los “encargos especiales” de Tomás. Se retirará de las reuniones familiares, pondrá excusas para no visitar a sus padres ni a su hermana. Mario se distanciará cada vez más, pensará que no le perdona su abandono en Sevilla, que el amor se ha apagado. Nunca sabrá que es ella quien lo incita a verla, a "hablar de sus problemas", a buscar consuelo en el hombro de su ex-novia.
—Ve a ver a Elvira —le dirá con una sonrisa forzada—. Ella te entiende. Siempre lo ha hecho.
Mario, confundido y dolido, lo hará. Las conversaciones con su antigua novia serán un bálsamo para su alma herida. Le hablará de su infancia, de sus sueños, de los miedos que lo asediaban. Elvira, a su vez, le contará lo que ha sufrido por un amor perdido, le dirá que lo entiende. Poco a poco, la relación se afianzará en una profunda intimidad, la intimidad en algo más intenso capaz de desplazar lo que siente por ella.
—Joder, ¿cómo no va a quedar nada? Juraría que había algún porro guardado en la mesita de noche. ¡Mierda, no lo encuentro!
Una noche, Mario llegará tarde a casa con los ojos brillando de una manera que no ha visto en mucho tiempo.
—Carmen, Elvira y yo…
—Lo sé —le diré aparentando un aplomo que no siento—. Queréis más, esto se os ha quedado pequeño.
Mario se quedará de piedra.
—¿Cómo lo has sabido?
—Veo cómo os miráis. Sabía que no eras feliz conmigo.
La mentira me costará un esfuerzo tremendo, pero es necesaria. Cualquier cosa con tal de que se olvide de Esther. Es vital que se convenza de que no lo amo, es la única manera de que se dé la oportunidad de ser feliz con Elvira.
—Quiero que nos tomemos un tiempo. —le diré con la voz fría y distante—, un tiempo para pensar y decidir sobre nuestro futuro.
Será la frase más dolorosa que jamás he pronunciado en mi vida. Me mirará, herido y confundido, pero en cierto modo aliviado por no ser él quien tome la decisión.
—Como quieras. Mañana cuando vuelvas a casa, ya no estaré.
….
I'm so tired I don't know what to do
I'm so tired, my mind is set on you
I wonder should I call you, but I know what you'd do
You'd say I'm putting you on
But it's no joke, it's doing me harm
Estoy tan cansado que no sé qué hacer.
Estoy tan cansado, mi mente está puesta en ti.
Me pregunto si debería llamarte, pero sé lo que harías.
Dirías que te estoy vacilando
Pero no es broma, esto me está matando (2)
Mario entró en casa, estaba cansado, sin fuerzas. Quería intentar arreglar las cosas, todavía estaban a tiempo, estuvo tentado de llamarla cuando dejó en casa a Esther, pero temió que no le creyera. “Voy para casa, amor, tenemos que hablar”, y le contaría el plan que había establecido Tomás para reorganizar sus vidas. No le creería, después de su comportamiento durante todo el día, pensaría que le estaba tomando el pelo. Sería mejor no entrar en detalles, pedirle perdón y prometerle cambiar. La idea de perderla lo estaba matando.
No la vio en el salón y siguió los sonidos que lo llevaban a la alcoba. Allí la encontró agachada frente a la mesita de noche, su contenido revuelto y esparcido y en un estado de agitación preocupante.
—¿Qué estás haciendo?
—Nada, déjame.
—Carmen, para, ¿qué buscas?
—¿Te has fumado tú los porros que había en la mesita?
—No, Carmen, yo no toco ahí.
—Pues ya me dirás, tienen que estar en algún lado.
—Te los habrás fumado. Cálmate.
—No me trates como si fuera una yonki, ¿eh? He pasado una semana jodida entre lo que me he metido y lo que me han dado sin que me diera cuenta. Necesito algo, lo que sea para bajar la ansiedad, no es otra cosa.
—Estás muy nerviosa.
—No me mires así, no es un puto síndrome de abstinencia, joder, lo soluciono con un porro. ¿No me crees? Joder… No estoy tan mal, es que me estás poniendo de los nervios, lo que me faltaba.
—Vámonos a…
—No voy a ir a ningún lado. ¡No me toques! Déjame, ya me arreglo yo sola. Haz algo útil, prepárame una tila, valeriana, lo que haya, y tráeme tabaco. Y déjame sola. Apaga la luz.
—Ya estamos como siempre, la autosuficiente, tú sola te arreglas.
—¡Para de una vez! Si no quieres ayudarme, déjame, pero no estorbes. Hemos visto esto cien veces, sabemos cómo va y te aseguro que es bastante más suave de lo que parece.
—Porque tú lo dices. Voy a llamar…
—¡Que me dejes! ¡Vete! Si fuera Esther bien que estarías calmándola en lugar de ponerla de los nervios.
—¿Qué tiene que ver Esther en esto?
Se acercó hasta plantarle cara. Mario retrocedió.
—Desde cuándo te la estás follando, ¿eh?
—No sabes lo que dices, ya hablaremos cuando estés normal.
—¿Normal? Incluso el imbécil de Daniel se ha dado cuenta, te lo dijo en la cara delante de mis padres: “te quieres quedar también con la hermanita”, y poco faltó para que te metieras debajo de la mesa. Confiésalo, estás loco por ella, la defiendes a muerte como no haces conmigo, casi lo matas a puñetazos. Y a mí quién me defiende, ¿eh?, te quedaste paralizado viendo cómo Diego me daba de hostias. ¿Esto es lo normal?
—Voy a hacerte una tila.
—Sí, vete, ¡vete!
Lunes de cenizas
Los rayos de un sol pálido intentaban colarse por la ventana, pero Carmen no se atrevía a correr las persianas. Recorría el despacho como un animal enjaulado, con las manos temblorosas y una taquicardia que le golpeaba el pecho. ¿Cuándo comenzó? Se insinuó tras la marcha de su hermana, una consecuencia, pensó, de la sucia revelación que había tenido, luego se fue haciendo sentir como un depredador que acecha y finalmente se lanza a por la presa. No había dormido, o al menos no de una manera que mereciera llamarse descanso. La semana de excesos le estaba pasando factura y afrontaba el lunes con una devastación que le entumecía el alma y los huesos.
Recién iniciada la treintena, doctorada en psicología, directora de área y socia de un prestigioso gabinete, se sentía como una adolescente pillada en falta. Cada correo, cada llamada, cada rostro de sus compañeros le resultaba amenazante. La irritabilidad era un veneno que le subía por la garganta. Se miró en el reflejo de la pantalla: ojeras profundas, un rictus de dolor, la piel tirante. La imagen de una mentira a punto de romperse.
No quería pensar en Mario, estaba tan avergonzada… Apenas se habían dirigido la palabra aquella mañana, sólo para insistir en su decisión de acudir al trabajo y aceptar el consejo de no coger el auto. Ni siquiera se ofreció a traerla al gabinete, le pidió un taxi y esperó hasta que la vio marchar.
La impotencia le hizo desplomarse en la silla. No podía seguir así, tenía que hacer algo. La desesperación la empujó a la única opción que su mente nublada podía concebir.
El teléfono sonó varias veces antes de que una voz fría respondiera.
—Carmen, qué sorpresa. Pensaba que ya no te acordabas de mí. —La reprochaba con un tono que le encogía el estómago. Carmen se disculpó, balbuceó algo sobre el trabajo, la vida, el caos. Pero su interlocutora no estaba para rodeos.
—Mira, estoy ocupada. ¿Qué quieres?
La pregunta fue una bofetada. Carmen tragó saliva.
—Necesito verte, Claudia. Es importante.
El silencio se hizo eterno. Claudia, con su melena platino y el porte de una aristócrata, era la viva imagen de la madurez bien llevada. Proveniente de la alta burguesía madrileña, era la esposa de su amante, también su propia amante en fugaces y contadas ocasiones. Un secreto a voces en su pequeño y selecto círculo. También era quien le suministraba cocaína y otras sustancias, un peligroso cordón umbilical que Carmen, en su momento más bajo, no se veía capaz de cortar.
—¿Y por qué debería verte? Hace meses que no das señales de vida. No respondes mis mensajes. A Ángel le dices que estás ocupada cuando él sabe que no es cierto.
La voz de Claudia se llenó de un dolor sordo. Era un reproche que se había ido acumulando con el tiempo, una deuda emocional que Carmen había ignorado.
—Lo siento, de verdad. He estado mal. —La excusa sonó hueca. Carmen no supo qué más decir. Al final, Claudia suspiró.
—Está bien, pero que sea rápido. A las siete. No te retrases.
El alivio le aflojó los hombros, pero la ansiedad no se marchó. La tarde se le hizo infinita, un tormento de segundos interminables. La idea de volver a verla le incomodaba, le avergonzaba, le humillaba. La relación era un campo de minas, pero la urgencia era más grande. Necesitaba el empujón químico que la sacara de ese pozo de angustia.
A las siete, el timbre de la mansión reverberó en todo su cuerpo, un sonido que a Carmen le heló la sangre. Cuando la puerta se abrió, el olor le trajo recuerdos de noches pasadas con ella, noches que abrieron la puerta a una ruta de excesos que no había acabado. Claudia le hizo entrar sin saludarla, ya en el salón, la miró con una mezcla de resentimiento y una profunda ternura. Le tendió una bandeja con dos rayas perfectamente alineadas.
—Toma —le dijo sin más—, y luego hablamos.
Citas
1 Capítulo 191 El futuro nos lo dirá Octubre 2024
2 I’m so tired The Beatles 1968
3
Potente
ResponderEliminarNecesito volverlo a leer con tranquilidad en casa porque tiene mucha miga
Vaya pasada
Se le ha ido la olla a los dos un huevo
Creo que es el mejor capítulo que has escrito, la espera a merecido la pena incluso hubiera esperado otro mes mas si hubiera hecho falta, pero este capitulo me a roto, he sentido el dolor de Carmen y Mario dentro de mi y como duele.
ResponderEliminarLucia tenía razón, he flipado, pero sobretodo he llorado, te has superado Mario, este capítulo no a tenido que ser fácil para ninguno de los dos.
Por último y no menos importante, Carmen, Mario GRACIAS por todo lo que nos dais capítulo a capítulo.
gracias Mario por este nuevo capítulo, lo empecé a leer, pero el tener que ir a trabajar me ha impedido seguir leyendo, apenas empecé y por lo que veo esto apenas comienza.
ResponderEliminarMás tarde continuo leyendo y comento al respecto
Mario a tomado una decisión, a dejado el morbo a un lado y está luchando por Carmen, a entendido que el es el culpable de que Carmen haya acabado así y a tomado medidas.
ResponderEliminarCreo sinceramente que Tomás debería aplicarse el cuento y hacer lo mismo, el tío es un miserable, por los extractos del futuro que nos ha ido enseñando Mario sabemos que incumple todo lo que le a prometido a Mario.
Ni Carmen deja la prostitución, ni deja en meterse en líos, creo que está separación va a dinamitar la relación entre Mario y Elvira, espero que Mario sea sincera con ella y le diga la verdad porque si no Elvira será otra víctima más.
¿Alguien más cree que Carmen visitará a Phobos y Deimos?
No creo que llegue a lo de Rosalía, pero si que incursionara un poco más en lo que sintió aquella noche.
Carmen vuelve a donde Claudia, sale de la boca de un lobo para meterse en la boca de otra loba.
¿Alguien más cree que Mario a sido demasiado duro con Carmen?
ResponderEliminarMario!! no he podido evitar leerlo estando en el trabajo! el capitulo es SUBLIME. Se nota que lo has mimado mucho (los otros también ehh) pero sabiendo lo que ha costado lo he visto de forma especial.
ResponderEliminarTe diré que me esperaba un capitulo más duro, que esperaba cabrearme con el mario del relato, pero me ha sorprendido ver el cariño de ambos protagonistas, como se entienden sin entenderse, como quieren protegerse sin saber cómo y pesar de lo que sea.
También veo en este capítulo mucho diálogo a posteriori entre Carmen y Mario, y como esa mirada hacía atrás juntos les alimentan aún hoy a mirar en la misma dirección.
Mario, quiero felicitaros tanto a Carmen como a ti por desnudar vuestro interior en el diario de esta forma tan generosa. En este capitulo no veo pasado (de hace 20 años) veo también presente.
Lo he podido leer con calma pero seguro que este capitulo da mucho de si en los comentarios. Tanto avisar esperaba que se iban a tirar a la cabeza de todo y que iban a terminar como el rosario de la aurora.
Por cierto, se me había olvidado el tatuaje de la flecha, al leerlo he tenido que hacer esfuerzo en recordarlo.
Enhorabuena!
A pesar de que ya lo conocía, la emoción se mantiene por verlo publicado. Después de leerlo sin la presión de ser una observadora que busca errores y redundancias, he podido ser yo y dejar ibes las emociones. He terminado con el corazón bombeando a lo bestia y los ojos húmedos.
ResponderEliminarNo puedo continuar, tengo trabajo, ya seguiré porque hay mucho que decir.
Gracias, Mario.
Lo que engrandece este capítulo es escuchar la voz interior y pensamientos de ambos, es decir, lo que no expresan uno al otro.
ResponderEliminarMe parece brutal como trastoca a Carmen lo de los animales, y la resaca de las drogas.
Y me cae mal Tomas, ya me caía mal, pero ahora peor, como es capaz de manipular a los dos sin que lo vean. A Diego por lo menos se le ve venir pero tomas es más peligroso, un puro estratega que quiere a Carmen desde el principio y que no ha entendido ni quiere entender lo importante que es Mario en su vida.
Si Mario despues de dejar a Esther le confiesa a Carmen lo de tomas, ella no le hubiese creído. Ahora mismo es su salvador y no ve más de eso, no se imagina ni por asomo lo que le ha pedido a Mario. Tomas se comporta con Carmen de una manera y con el resto de otra, cuánto tiempo tardará Carmen en darse cuenta?
La separación queda anunciada pero no resuelta, qué curiosa es la mente humana, como es capaz de transformar la realidad.
Hostias, acabo de volver a leer el capítulo y ya no tengo tan claro de qué se vayan a separar, ninguno de los dos quiere, pero de ser así los dos van a tener que renunciar a cosas y empezar a remar juntos como un puto equipo de remo.
ResponderEliminarTomás es más falso que una moneda de tres euros, esas palabras bonitas que le dice a Carmen sobre los tatuajes y después anenaza con hacer desaparecer a Mario, no lo dice directamente, pero el mensaje queda implícito.
ResponderEliminarComo ya he dicho en un anterior comentario Tomás no es mejor que Diego son igual de miserables, ahora mismo Carmen tiene una venda en los ojos, pero tarde o temprano esa venda caerá.
Elvira correeeee, que estas a punto de entrar en un huracán de categoría 5.
ResponderEliminarYo, sinceramente, la separación no la veía clara. No tan siquiera pienso que les venga bien. Lo que realmente necesitan es soltar ambos todo lo que tienen dentro y no se atreven a expresar.
ResponderEliminarTambién me paro a pensar y poniéndome en los zapatos de cualquiera de los dos , no sé si hubiese actuado diferente. Los dos han sido honestos asumiendo su parte de culpa (a sabiendas que falta mucho por hablar).
Teniendo en cuenta el carácter de ambos hubiese sido peor, o mejor dicho, esta conversación se da meses antes y no hubiese acabado igual, hubiera saltado más de un plato y vaso por el suelo. Creo que el amor que ambos se tienen los siguen sosteniendo, aunque aún no saben bien cómo canalizarlo.
Han pasado demasiado en un corto periodo de tiempo.
EliminarTampoco creo que el Mario que conocemos se escandalice de la experiencia de Carmen con los perros, es fingida y le va a servir de excusa. Lo mismo que el ha sembrado en Carmen otras cosas, Rosalía lo está haciendo de otro modo. Carmen simplemente se está dejando manipular.
ResponderEliminarSi a Mario lo llamas Daniel y a Carmen Gemma, no pasa nada.
ResponderEliminarEn el momento en el que Carmen piensa que Mario y Esther la traicionan, no son los celos los que hablan si no la desesperacion y el sentimiento de culpa de ver que lo que más quieres se está desmoronando y sabe que ella tiene parte de culpa de que eso ocurra.
ResponderEliminarEste capitulo esta para mucho análisis, primero que nada, felicito a Mario y a Carmen por contar esta historia, desnudarse ante los lectores y que sepamos algo íntimo de ellos.
ResponderEliminarNo debe de ser fácil pasar por esos momentos, y seguir juntos muchos años, y hasta la fecha, aunque de seguro siguieron pasando muchos momentos incomodos.
Sobre el relato, la Carmen del final, es lo que pasa después de haber ingerido tantas drogas en un lapso de tiempo tan corto, solo unos días, parecía ya una drogadicta, ese comportamiento fue para mi gusto por la cruda, el seguir intoxicada, le hace falta ese empujón para sentirse bien, la Carmen de este momento ya esta muy enganchada a la coca y a la mariguana, lo demuestra que cuando ve a Claudia, la recibe con dos líneas. Da mucho que pensar.
No se si pronto va a ver reconciliación, pero no se separan, los dos están muy dolidos, y los dos sienten que son culpables, Mario recula, no quiere perder a Carmen, y Carmen sabe que sin Mario el mudo se le viene encima, por mas fuerte que aparente ser, creo que es más débil de lo que cree.
Sobre de que si Carmen visitará a Phobos y Deimos, no lo creo, lo que narra es producto de la imaginación y de la impresión que se llevo al estar con la pareja, pero mas adelante sabremos.
Le daré otra leída y seguiré comentando
Lo he vuelto a leer despacio y se ve desde el principio que Carmen se va poniendo peor poco a poco
ResponderEliminarEsta nerviosa, las manos temblorosas, le entra una paranoia absurda sobre el rollo entre su hermana y Mario con eso se dispara y monta una historia que está en su cabeza
Lo de llamar a Elvira es una mala decisión se va a arrepentir
Mario llega a casa en pleno pico del síndrome de abstinencia espero que siendo psicólogo lo entienda y la ayude aunque no se deje
No sé si será como se lo monta en su cabeza Carmen pero está cantado que se van a separar. Mario está muy influido por Tomas pero se ha pasado un huevo con ella y eso no es por culpa de Tomas.
Contrasta la inmediata sinceridad de Carmen con el ocultamiento de Mario. Ella se tiene que enterar por errores o por otros mientras que Mariose entera de todo a través de Carmen.
ResponderEliminarComo siempre, se debate entre el morbo y el rechazo. Se muestra escandalizado por lo que ha sucedido y al mismo tiempo le mueve el morbo por lo que Diego le dijo, le hizo o le podría hacer. Como dice ella, nunca sabe cuales son sus límites.
La escena del pedo es, o a mi me lo parece, tierna. Son esos pequeños pudores que todas tenemos y que chocan con otras conductas transgresoras que realzamos sin ningun vergüenza. A mi me ha resultado una escena bonita.
Lo de Esther, cuando se le pase el mono, recapacitará y comprenderá que ha sido una idea loca. Espero que Cláudia se comporte como debe y la saque ilesa del síndrome de abstinencia.
Mario, si necesitas que le dé un repaso al siguiente, yo, encantada. Jajaja.
Bruto.
EliminarCompletamente de acuerdo, pero Mario siempre ha sido así desde el primer capítulo hasta ahora, no creo que cambie en ningún momento, pase lo que pase, al igual que Carmen es exhibicionista tanto físicamente como de sus sentimientos, aparte de visceral.
Bruto.
EliminarEs simplificar lo sé pero es así, Mario siempre se ha guardado todo y ha ido induciendo a Carmen a lo que ha querido, y Carmen ha interpretado lo que Mario le quiere contar, eso sí barriendo para casa.
Contesto a Apasionado. Yo también creo que se ha excedido con Carmen, por eso vuelve a casa con la intención de pedirle perdón.
ResponderEliminarCuando terminé de leer el capítulo me imaginé a Mario publicando y esperando con miedo un aluvión de comentarios apaleandole pero no es lo que me inspira la lectura como ya he dicho.
ResponderEliminarY a propósito del comentario anterior, me surge una curiosidad. Con la vida tan convulsa y el imán que tiene esta pareja para los problemas, con la amantes de Carmen que han reclamado exclusividad (y seguro que no conocemos aún ni la mitad)…. Me pregunto si alguno de estos seres “peligrosos” descubre el diario y lo aprovecha para hacerlos daño, o si en estos años de diario alguien conocido os ha reconocido.
No se si me explico, imaginad que Gerardo o Diego se ven retratados, o alguien que utilice estas intimidades de forma perversa.
He estado a punto de responderte: “”Todo a su tiempo”, pero no lo sé.
EliminarHace unos días vi en televisión una entrevista a Pérez Reverte. En ella confesaba que tiene en mente media docena de novelas por lo menos y las ideas para varias más, pero que, a sus setenta y tres años, es consciente de que el tiempo no le va a dar para tanto y le va a tocar elegir cuáles salvar y cuales dejar morir con él.
Me sentí identificado. Tengo escrito en borrador infinidad de documentos, horas y horas de lectura que apenas cubren unos cuantos años. La mayoría se quedarán sin ver la luz. Tendré que elegir. Por eso a veces hago un salto al futuro (que ya es pasado) y cuento lo que sucedió más allá del curso natural del diario.
Es la vida. Hace dieciocho años, cuando comencé el diario, no podía imaginármelo. En lo que si puse especial cuidado fue en preservar nuestras identidades.
Era lo más lógico usar seudónimos, pero es una pena porque el nombre de Carmen me gusta mucho para el personaje de Carmen valga la redundancia.
EliminarCasa perfectamente con el carácter de ella, en cuanto a Mario ya son muchos años leiendo el diario y me he acostumbrado pero no es un nombre que me guste especialmente.
Bruto.
Eliminar¿La Carmen de Merimee?
Gracias Mario! Podías no haber respondido y estuve a punto de indicarte en el comentario que te lo quedarás para ti si así lo considerabas. Deduzco que algún susto habréis tenido, ya llegará cuando corresponda!
ResponderEliminarGracias por tu honestidad y generosidad
Bruto.
ResponderEliminarQuerido Cayo la entropía es total, vaya guirigay de sentimientos estáis montando, no sabéis donde ir, que hacer, ni como reaccionar.
Buenos días, Mario
ResponderEliminarEs la primera vez que te escribo, a pesar de estar siguiéndote durante todos estos años.
Primeramente, agradecerte mucho por la mejor narrativa que he leído en internet.
No me propongo comentar tus personajes, son tuyos y muy tuyos y fluyen libremente sin necesidad de mis comentarios.
La narrativa es muy psicológica y has usado la caja de pandora, en muchas ocasiones, y el contenido supera muchas veces nuestra más fantasiosa imaginación, entrando en un mundo fuera de la zona de confort, que supongo es un mundo fascinante para un psicólogo.
Tus personajes son seres atormentados, por los resultados de sus decisiones, pero también están morbosamente encadenados a ellas.
Exploras con maestría el subconsciente y me parece que todavía nos darás muchas sorpresas.
De todos modos, me gustaría leerte con más frecuencia, un mes para cada capítulo. Es desesperante, y si no fuera por el contenido habría dejado de leerte hace ya mucho tiempo.
De todos modos, te felicito por tu imaginación i/o realidad, una vida aburrida, no lo es, al menos, la de tus personajes y todo lo que tienes que ver con ellos.
Gracias, una vez más y por favor sigue escribiendo.
Tengo todos tus capítulos en un Word y un PDF y, cuando puedo, me releo algunos.
En fin, una "delicatessen"
Un abrazo.
Querido Mario! Aquí nadie dudamos de los hechos que nos expones, no dudo que toda precaución es poca, personalmente me encantan los saltos al futuro que ya es pasado, pero por los hechos os pueden reconocer y el salto temporal es otra de las cosas que protegen vuestro presente. Gracias de nuevo por tu generosidad
ResponderEliminarQué capitulo duro. Mucho de lo que se cuenta viene con el sabor de lo inevitable. La desviación profesional de ambos los hace querer estar todo el tiempo anticipando lo que piensa el otro, sin saber si es realmente así. Bien titulado uno de los capítulos, Psicosis
ResponderEliminarGracias!
Después de leer el capítulo 204 tres veces me hago una pregunta, ¿realmente Carmen estaría mejor separada de Mario?
ResponderEliminarLa misma pregunta vale también para Mario, cada vez estoy mas convencido de que lo que los dos necesitan es hablar y seguir poniendo sobre la mesa los errores que han cometido e ir poniéndoles solución juntos.
Si se separan Mario queda en buenas manos, pero en el estado que quedará Mario y ¿cuanto tiempo parada para que su relación con Elvira salte por los aires?
La que peor parada queda es Carmen, en manos de un Tomás que sólo sabe usar la fuerza y amenazar, en mi opinion ese Tomás amable que muestra a Carmen es un personaje que se a inventado Tomás, no existe.
Luego están Claudia y Angel, otros dos que tal bailan, Tomás de verdad se a creído que es el dueño de Carmen y creo que terminará fracasando, porque cada vez tengo más claro que no sabe querer, para el Carmen es un trofeo.
Tal vez me equivoque, el tiempo lo dirá.
Maldito autorrector del móvil.
EliminarSin ninguna duda. En cuanta se recupere de los estragos de la semanita que ha pasado tiene los ovarios para imponerse y salir adelante, al menos hasta queMario recapacite y se de cuenta de de lo que está punto de perder.
EliminarVeis a Tomas como un canalla, yo lo veo como alguien sinceramente preocupado por ella que ha entendido el papel tan patético que representa Mario en su vida y trata de sacarla de ahí. ¿Que además le gusta a rabiar, se acuesta con ella y remueve ser trsuma con su hija? Por supuesto, pero ante todo ha intentado evitar que se mezclara con gente como Diego. No es un santo, quién lo es, pero tampoco es un cabron como Diego.
Se separan, es inevitable, tardarán uno o dos capitulos porque como le ha dichoTomas no se puede precipitar, pero yo los veo una temporada separados, hasta el verano o el otoño, viéndose como amigos porque eso no lo van a perder nunca. Pero que se separan no tengo duda, porque los dos están en esa onda.
No seré yo el que defienda el proceder de Mario hacia Carmen, pero Tomás es mala persona, exactamente igual que Diego, solo que Tomás tiene más escuela y sabe ocultarse mejor.
EliminarLo de la separación seguramente se de, pero yo ya no lo tengo tan claro.
Carmen tiene los ovarios bien puestos de eso no hay ninguna duda, pero esta separación no es como una separación que ves como se va degradando con el tiempo.
EliminarCon sus idas y venidas estaban bien y en un fin de semana la relación se a ido por la borda, Carmen está convencida que a perdido a Mario y está dispuesta a dejarle el camino libre a Elvira.
No va a ser nada fácil para Carmen, porque tiene un gran sentimiento de culpa.
Estoy de acuerdo que la separación le vendrá bien a Mario, tiene muchas cosas que corregir en el mismo y ahora es el momento, mañana ya será tarde.
Difícil describir los sentimientos que surgen de la lectura de este capítulo. En especial porque los protagonistas no son seres inventados por el autor, son seres de carne y hueso que uno conoce, más allá de cómo se origina ese conocimiento. Y duele, duele mucho. Hay falta de comunicación, fantasmas que nublan la razón. Hay una semana que cuesta digerir para los dos.
ResponderEliminarAmbos coinciden, erróneamente y por motivos diferentes, que lo mejor es terminar con el matrimonio. Se equivocan, porque el verdadero combate empieza cuando uno debe luchar contra una parte de sí mismo.
Queda mucha tela por cortar. Pero en este momento una hermosa enana de tres años requiere insistentemente mi presencia, y a las damas no se las debe hacer esperar.
Bruto.
ResponderEliminarCabrones estuve todo el capítulo anterior abogando por qué la separación no aporta nada y vosotros diciendo que era lo mejor, ahora os jodeis.
NO APORTA NADA.
Jajajaja, es verdad, somos unos cabrones, jajaja.
EliminarPues yo la separación no la veo del todo claro, los dos han llegado a la misma conclusión pero ninguno la quiere, Mario ya ha querido echarse para atrás y Carmen está con la resaca de las drogas…
ResponderEliminarEl encuentro con claudia no va a mejorar la abstinencia, pero despues de estar con ella siempre recula un poco, no le gusta a donde le lleva
Otra cosa, ¿quien es Tomás para exigirle a Mario que se divorcie de Carmen?, eso es algo que le incumbe a wllos el ni pinta ni comenta en esa decisión.
ResponderEliminarRelatos atrás Dosoctavas comentó que en cuanto se le pasara el susto a Carmen, ella buscaría una prostitución como la que ejercía en el penta.
ResponderEliminarEn aquel entonces lo dude, pero hoy en día esa teoría cada vez tiene más peso y entonces ¿que hará Tomás culpar a Mario?
Porque si se separan y Carmen queda a cargo de Tomás que es lo que el pretende, la responsabilidad será suya.
Carmen no es un perrito al que se le dan órdenes y el perrito obedece, ella toma sus propias decisiones, más acertadas o menos acertadas, pero sus decisiones en definitiva.
Mario en Sevilla no hubiera podido parar nada, porque Carmen se hubiera rebelado y todo terminaría pasando exactamente de la misma manera.
Tomás con el tiempo comprenderá que Carmen es un alma libre y que intentar ponerle barreras será exactamente igual que intentar tapar el sol con un dedo.
Estoy de acuerdo contigo respecto a Tomas, el es una mala persona igual que Diego, pero con más tablas y muchas influencias y mucho capital, pero no entiende la relación entre Carmen y Mario. y más tarde entenderá que ella es una alma libre, y que entre Carmen y Mario hay algo que a veces creo que ni ellos mismos entienden bien que es o como es esa relación.
EliminarLa resaca o síndrome de abstinencia que tiene Carmen, la hará comprender que ya ha abusado mucho de la droga. aunque la hayan inducido a ellos. Entiendo que las pastillas fueron para doblegar su voluntad, eso espero que entienda que ir al penta le va a costar someterse a los caprichos de Diego, el peligro que en ello conlleva
EliminarTe contesto Es verdad que creo que cuando se le pase el susto va a buscar una alternativa al Penta, lo han dicho muy clarito al comienzo
Eliminar“ —Tienes razón, debería haberle mandado a la mierda.
—Pero no lo hiciste porque la idea te entusiasma. Verme en la barra alternando con unos y otros dejándome tocar el culo te pone, ¿verdad? Lo de asociarte con él y cobrar parte del dinero que gano ejerciendo de puta es lo máximo, lo que ni en tus mejores sueños creíste posible, por eso aguantaste. Reconócelo, vi la expresión de tu cara cuando te dio tu parte.
—Y yo te vi cuando repartimos las ganancias de Candela, estabas cachonda.
—Qué dices.
—Cabreada y cachonda.
Me desconcierta. Quedamos en tablas, no podemos mentirnos, ambos sabemos la verdad.
—Teníamos lo que queríamos, nos habríamos perdonado todo, Mario, todo…
Mirándonos en silencio nos perdemos en lo que pudo ser y se truncó.
—Es una pena —digo saliendo de la ensoñación—, si al muy idiota no lo hubiera dominado la ambición…
—¿Qué me quieres decir?
Le miro a los ojos. Él ya lo sabe, por qué no reconocerlo.
—Podíamos haber continuado, ¿no crees? Estábamos… tan bien…”
La respuesta es doña Ana
Estoy totalmente de acuerdo.
EliminarTu comentario con respecto a Carmen de "no ser un perrito..." Más la insistencia de mencionar a Tomás, me hizo acordar a un capítulo anterior donde Mario nos adelanta que Tomás la hace participar de reuniones empresariales con sus empleados estando desnuda. Más "objeto" no se consigue, diríamos en Argentina
EliminarNo sabemos el contexto del porqué Carmen se comporta así, pero si no recuerdo mal Carmen se entregó a Tomás, sin embargo eso no convierte Carmen en un perrito obediente, porque también tenemos indicios de que Carmen puede terminar trabajando para Doña Ana y lo hará en los mismísimos morros de Tomás.
EliminarCon Gerardo paso igual, Tomás le puso unos límites y Carmen se los salto todos.
Carmen puede que tenga comportamientos sumisos, pero eso no la impide hacer lo que ella desea en cada momento.
Tomas es muy listo y sabe jugar sus cartas, le conviene que Carmen no se entere de esa decisión y lo sabe. Carmen y el ya se distanciaron por lo de Gerardo y ninguno daba su brazo a torcer… los dos tienen su carácter.
ResponderEliminarRespecto a claudia, sabe perfectamente a qué va Carmen, porque ella misma ha provocado esa situación, es una forma de que Carmen la busque cada vez que necesite, las dos lo saben.
A Carmen no le gusta recurrir a eso para claudia y siempre que ha ido ha sido por una necesidad extrema. Pero luego la resaca emocional es peor… si hay separación creo que aún falta alguno capítulo de por medio, no creo que se revuelva en el siguiente.
Hay una cosa que me a decepcionado de Mario, a manipulado la situación para que sea Carmen quien de él paso y sea ella quien corte la relación.
ResponderEliminarEntiendo que no es nada fácil tomar esa decisión, pero me esperaba un Mario más valiente yendo de cara y argumentando la decisión tomada.
Mario empezó todo esto y tendría que ser Mario quien le pusiera fin.
Ojo que lo que se cuenta en este capítulo sobre la ruptura es lo que Carmen se monta en su cabecita repleta de coca todavía no sabemos si es es así o no aunque yo lo doy por hecho estos se separan si o si.
EliminarPinta tiene de que se van a separar, no por mucho tiempo, porque después del divorcio de Esther Carnen y Mario están juntos y viendo el estado de Esther en este capítulo no creo que el divorcio se demore mucho.
EliminarTanto como divorcio, no, pero que se separan por semana santa o Mayo, seguro. Está por ver cómo lo llevan porque, como ya se dijo, estos dos son de los de “ni contigo ni sin ti, tienen mis males remedio” (estoy coplera hoy)
EliminarTienes razón, no son capaces de vivir el uno sin el otro, eso es lo que le ha exigido Tomás a Mario, que se divorcie de Carmen, tampoco creo que Tomás toque un pelo a Mario si este decide no hacerlo, si a Mario le ocurriera algo y saliera a la luz que Tomás ha tenido algo que ver que tiemble con la ira de Carmen.
EliminarHay maestros con un volante en las manos, encima de una moto, con una raqueta o un balón y con las palabras, en este punto tenemos a Mario, aunque también lo podríamos englobar en el de los magos.
ResponderEliminarCuatrocientos mensajes entre un capitulo y otro, dejándonos despotricar, sobre la dureza de la discusión que iban a tener Carmen y Mario y en más de 60 minutos de lectura y ni una discusión, algún conato por ambas partes que dejaron sin arrancar pero comparada con otras situaciones no ha sido nada.
Otra cosa es la dureza del capítulo, es duro ver como los dos se echan la culpa por la situación en la que se encuentran y parece que ninguno tiene el valor de afrontar esa conversión.
Carmen tiene celos de como Mario defiende a Esther, pero para que alguien te defienda te tienes que dejar defender y Carmen para eso es muy suya.
Las aguas bajan revueltas, y ya se sabe que a mar revuelto ganancia de pescadores, y hay dos que en estos momentos son muy malos para Carmen.
Veremos que precio paga Carmen por la droga de Claudia. Puede ser la oportunidad de Mario para ayudar a Carmen a comenzar a salir del pozo, ser el apoyo que Carmen necesita para comenzar poco a poco a salir del pozo.
Ahora esperaremos el siguiente capítulo que aun quedan curvas.
Mario va a sufrir un golpe muy duro, porque es consciente que pierde a Carmen por su culpa, durante todo el Diario hemos podido comprobar como han ido pasando distintos hombres y Carmen siempre a elegido a Mario por encima de ellos.
ResponderEliminarDomenico lo intento en su momento cuando Mario y Carmen se separaron, pero Carmen tenía clarisimo que no estaba dispuesta a perder a Mario por nadie, Mario podía perder a Carmen solo por culpa de Mario y eso se a terminado dando.
Perder a tu pareja porque se a enamorado de otro o de otra es duro, pero no sé compara con saber que han sido tus propias acciones la que han provocado esa pérdida.
Mario tiene que ser muy sincero con Elvira y contarte la verdad, porque esto es como dejar de fumar, si no estás mentalizado y convencido de que quieres dejarlo recaes otra vez y ni Mario ni Carmen están ni mentalizados ni convencidos de que quieren dejar la relación.
ResponderEliminarPara muestra un botón, en el regalo que nos hizo Mario sobre Esther, Mario y Carmen vuelven a estar juntos y el divorcio de Esther no creo que se dilate mucho en el tiempo.
Carmen conoce mejor que nadie a Mario, pero ahora mismo entre que tiene los sentimientos a flor de piel y el mono por la droga no es capaz de percibirlo, pero cuando el mono haya pasado y pueda repasar todo lo que a pasado, es muy posible que se dé cuenta que el Mario que se a encontrado no es su Mario.
ResponderEliminarMario siempre a sido cercano y pasional con respecto a Carmen y ahora se está comportando frío y distante, no creo que ese hecho pase desapercibido para Carmen.
Me pregunto cómo va a reaccionar Mario después de la acusación de estar liado con su cuñada. ¿Se enterará Esther de esto? Espero que no porque podría acabar con la relación entre las hermanas.
ResponderEliminarComo siempre me ocurre, después de publicar, al siguiente capítulo le cuesta arrancar. Mientras tanto, trabajo aquí y allá, en escenas que formarán parte de un todo, en redondear borradores inacabados y en personas a las que dedicar una serie completa de capítulos.
ResponderEliminarO en reencuentros. Ahí va una pincelada de lo que estoy corrigiendo a la espera de que el 205 se haga ver.
—Ven aquí. —susurró Carmen, extendiendo la mano. Ella se subió a la cama con gracia felina. Sus cuerpos se entrelazaron, piel contra piel, reviviendo la pasión perdida. Irene tomó el control, como siempre, guiando las manos de Carmen sobre su cuerpo, recordándole los puntos sensibles: el interior de los muslos, la curva de la espalda, el hueco detrás de las rodillas.
Hicieron el amor lentamente al principio, saboreando el reencuentro. Carmen besó cada centímetro que había descrito en su mente, desde los pezones erectos hasta el vello púbico que rozaba su lengua. Irene gemía, pedia más con su voz ronca y exigente, arqueando la espalda para ofrecerse por completo. El ritmo aumentó, convirtiéndose en una danza frenética de deseo acumulado. Alcanzaron el clímax juntas en un estallido de placer que las dejó temblando en los brazos de la otra.
Después, yacieron en silencio envueltas en sábanas húmedas. Irene trazaba patrones en la espalda de Carmen, mientras esta reposaba la cabeza en su pecho escuchando los latidos de su corazón.
—No te vayas nunca más. —murmuró Carmen.
—No lo haré. —respondió Irene, besándola en la frente—. Esto es solo el comienzo.
Me acabas de alegrar la mañana Mario, vuelve Irene una buenísima noticia entre tanta tormenta.
EliminarLe abra avisado Mario como forma de compensar a Carmen o a sido la propia Carmen la que la ha llamado.
ResponderEliminarSe me desvelará la duda en el siguiente capítulo.
¡Qué alegría! Mi lesbiana favorita vuelve y además, en el mejor momento, porque doy por supuesto que aparece en plena separación y lo que más necesita Carmen es a mujer a su lado que le devuelva la alegría.
ResponderEliminarNo le va a resultar fácil confesarle todo, desde su aborto hasta su carrera como escort para Tomas y luego como puta de barra de bar. Pero ella siempre va con la verdad por delante y me niego a pesar que vaya a reconstruir esta preciosa relación sobre mentiras.
Lo de “mi lesbiana favorita” va a tener consecuencias. Menuda es mi chica
ResponderEliminarBuenas! Por contextualizar un poco temporalmente, alguien sabría decirme cuánto tiempo ha pasado desde lo de Irene? Aunque pensándolo bien, esto de ahora tampoco podemos situarlo
ResponderEliminarCapítulo 166
EliminarEl desayuno acabó mal. “Pues si tanto te gusta Irene, le dices a Mario que te dé un papel protagonista en el diario y quedáis en el Antlayer, pero a mi ni te acerques”.
ResponderEliminarDile a tu chica que te perdone y a cambio le concedo el deseo.
EliminarLucia McFly
Estaba tomando el café de media mañana donde siempre, pero esta vez no me sentía cómoda. Llevaba un buen rato notando la presencia de una chica de mi edad que no cesaba de mirarme como si me conociera. Al principio no le di importancia, pero su insistencia empezaba a resultarme molesta. La miré fijamente para darle a entender mi malestar y ella, por toda respuesta, se levantó de la mesa que ocupaba y se acercó a la barra.
—Perdona, eres Carmen.
—¿Nos conocemos?
Me miró de arriba abajo, parecía que estuviera viendo una aparición. Sonrió y dijo:
—Eres más alta de lo que imaginaba.
—¿Quién eres?
—Claro, verás, no te lo vas a creer, es que, bueno, me han hablado de ti.
—¿Quién?
—Mario.
—¿Lo conoces?
—No en persona. Me estoy liando; es que, si te lo cuento, no te lo vas a creer.
—Eso ya lo has dicho, ¿por qué no pruebas y salimos de dudas?
—Yo misma no termino de entenderlo, estaba tan tranquila con mi chica hablando de Irene.
—¿La conoces?
—No exactamente. Escribí en el blog: “qué alegría, ha vuelto mi lesbiana favorita”, y mi chica se mosqueó, me dijo que, si tanto me gusta, le pida un papel a Mario y así la conozco.
—¿En qué blog has escrito eso? ¿Dónde se está hablando de nosotras?
—Claro, tú aún no lo sabes, para ti no ha pasado.
—Mira…
—Lucia, me llamo Lucia, soy correctora de textos, trabajo en una editorial y…
—Mira, Lucia, si se trata de una broma, le dices a quien sea que no me hace gracia. Y ahora, si no te importa, tengo prisa.
—¡Espera, por favor! Te va a parecer una locura, a mi me lo parecería si se me acercase alguien y me dijera que viene del futuro. Pero es lo que me ha pasado. Después de que anoche mi chica me dijera que le pidiera un papel a Mario en su relato para poder conocer a Irene, me he despertado sola en otra época pasada. Lo primero que he pensado es que estaba soñando, pero todo esto es demasiado real. No tomo drogas, no es eso, he tenido el periódico en las manos, sé el día en el que estoy y te aseguro que no es el mes ni el año en el que me acosté anoche. Eres psicóloga, si esto es un brote psicótico o una esquizofrenia o la mierda que sea y estoy hablando con un fantasma, dímelo porque no entiendo nada.
—¿Tienes dónde ir?
—¡Claro, mi antigua casa!, es de donde vengo.
—Mira, Lucia, lo más probable es que, por tu trabajo, estés pasando por una etapa de estrés que te ha provocado…
—Sé lo de Roberto, sé lo de Carlos, Doménico, la terapia de puta, sé lo de Tomás, lo de Diego y los árabes, los tatuajes que te hizo a la fuerza.
Me caí de culo en el taburete, había perdido la temperatura de mi cuerpo y el pulso estaba bajos mínimos.
—¿Quién eres? —pronuncié en un soplo de aliento.
—Te lo he dicho, no sé cómo coño ha sucedido. Vengo del futuro que para mi es presente, aunque ya no sé lo que es presente, pasado o futuro.
—Tranquilízate, vamos a sentarnos. ¿tomas algún tipo de medicación? ¿quién te ha contado eso?
—No me crees, piensas que estoy loca. —dijo abatida. Se detuvo a pensar, de repente, miró al frente como si hubiera descubierto algo, seguí su mirada hasta un calendario con una gran foto de una carrera de Fórmula 1—. Vamos a hacer una cosa. No sé si es coincidencia o es algo premeditado. Tú no sueles coger el tren para ir a trabajar, ¿verdad?
—Rara vez, ¿por qué?
—Mejor. Mañana no es un buen día para coger el tren de cercanías. Hazme caso, ni se te ocurra cogerlo.
—¿Por qué, qué día es mañana?
—Ya lo verás. Si después, quieres que sigamos hablando, pasado mañana estaré aquí, suponiendo que no me haya despertado.
—¡Espera!, ¿por qué no me dejas que te acompañe?
Jajaja, el texto es muy bueno, pero no sé yo si con esto estas ayudando mucho a Lucía.
EliminarEn serio, no sé cómo agradecerte este auténtico regalazo. Se me han saltado las lágrimas y eso que soy dura. Cuando lo lea mi chica esta tarde le va a encantar. Me has dibujado como si me conocieras. Me he visto pasmada tratando de explicarle a Carmen lo inexplicable.
EliminarSi es por exigencia del guion, acepto participar en una escena de cama con ellas, porque mi bisexual favorita me trae a mal traer. ♥️
La aparición de Irene será el refugio necesario para Carmen mientras dure la separación. Habrá que ver como Tomás tome la decisión de Carmen de quedarse con Irene.
ResponderEliminarPor otra parte, no creo que Irene la juzgue cuando Carmen le cuente su historia desde que se separaron.
Yo tampoco creo que la juzgue, pero es mucha información que puede hacer que Irene de dos pasos atrás si Carmen se lo suelta a bocajarro.
EliminarYo también pienso que la vuelta de Irena le vendrá bien a Carmen, en cuanto lo de contarle todo a Irene, yo también creo que le confesara todo sin guardarse nada, veremos como se lo toma Irene, es demasiada información que procesar.
ResponderEliminarHay que recordar que en ocasiones la soledad el peor enemigo es la soledad, y aunado al síndrome de abstinencia, su mente empieza a elocubrar, cuando se queda sola porque maro fue a recoger a Esther, su mente la traiciona trae el recuerdo de los perros, se calienta, piensa que se sentiría, hasta le marca a Rosalía, cuando llega Mario con Esther, esa familiaridad con la que Esther recarga su cabeza sobre el hombro de Mario , a Carmen se le mete en la cabeza que Esther y Mario están enredados, y cuando Mario lleva de regreso a Esther, el síndrome de amstinencia empieza a cobrar factura. Se mete en la cabeza que Esther y Mario son amantes, y toma la decisión de separarsrlos a como de lugar, habla con Elvira y le plantea la idea de su relación de Mario y Elvira, se pone muy nerviosa buscando un cigarro de marihuana, está pasando por momentos muy difíciles.
ResponderEliminarHasta hace planes para que su separación de Carmen y Mario, como hacerlo para que no cause mayores broncas, aquí me pensar es que tanto Mario como Carmen, están pensando que son los culpables, de la situación que atraviesan, Mario por el morbo de ver a Carmen y Carmen porque cada vez quiere dar un paso más. porque le ha gustado mucho la vida de puta. cada vez son más los riesgos que toma. por eso Carmen cree que lo mejor es separarse, pero entiende que si lo hace de una manera abrupta, Mario sufrita mucho. así que pretende hacer una separación lenta donde no haya malos sentimientos, quiere enfriar la relación poco a poco.
Pero sabemos que no hay tal separación por los adelantos que ha puesto Mario
Si nos ponemos a pensar Irene y Carmen no terminaron en muy buenos términos y si ese encuentro de Carmen e Irene se da en un sueño.
ResponderEliminarCarmen no está en su mejor momento por el síndrome de abstinencia y el subconsciente puede jugarle una mala pasada.
De verdad espero equivocarme.
No se entiende lo que quieres decir lo he leído 5 veces y no me aclaro
EliminarTodo viene de que a la mañana al leer el fragmento que nos ha regalado Mario he pensado que en el siguiente capítulo era cuando aparecía Irene, como soy imbecil me he emocionado y no he vuelto a leerlo para confirmarlo, pero más tarde he pensado que con el síndrome de abstinencia de Carmen tal vez lo había soñado y ese encuentro solo se había dado en su mente.
EliminarSi es que ya me vale.
Dais por hecho que el fragmento de Irene es en el próximo capítulo y yo no lo tengo tan seguro…
ResponderEliminarTienes razón, menudo bajón, lo he leído esta mañana mientras rellenaba las hojas de trabajo y me he hemocionado pensando que veríamos a Irene en el siguiente capítulo.
EliminarNota mental la siguiente vez leeré los fragmentos cuando no este haciendo nada más, va a ser verdad que los hombres no podemos hacer dos cosas a la vez.
Mario te lo digo en serio espero que lo de Irene no sea como el final de los Serrano que al final todo era un sueño, si no será un gran chasco.
ResponderEliminarSi te refieres a “Lucia McFly”, es un divertimento sin más pretensiones. Con respecto al extracto sobre Irene, te diré que no seguí esa serie.
EliminarNo hombre no, lo de LuciaMcFly a sido una idea buenísima, además se nota que te has divertido y eso es bueno.
EliminarHablo del fragmento que has publicado antes, en el que describes el reencuentro entre Irene y Carmen, yo tampoco seguí esa serie, pero el final se hizo muy famoso y fue muy comentado.
Estoy con Dosoctavas, deberías sacar más capítulos de Lucía McFly.
Lucia Mcfly que bueno
ResponderEliminarPara cuando la continuación?
Espero la continuación, por favooooooor!
ResponderEliminarLas cosas se van a poner muy interesantes en los siguientes capítulos, la vuelta de Irene, Carmen conoce a un francés (mira que hay países en el mundo y tienes que elegir a un francés Carmen), todo indica que se van a separar, ninguno de los dos lo desea, pero están empeñados en ello.
ResponderEliminarMi pregunta es, ¿aprenderán algo de esta experiencia vivida?
Yo espero que si, sabemos que vuelven a estar juntos, pero no sabemos cuando, pongámonos el cinturón que vienen curvas.
Mario con miedo a que le cayera la del pulpo y al final va ser uno de los capítulos menos comentados jaja
ResponderEliminarLa verdad es que nos ha dejado sin palabras, al menos a mi, poco debate y todo bien clarito… a la espera de más!
También podría ser un indicador de aceptación, no lo descartes.
EliminarOpino igual, creo que todos nos hemos quedado bastante conformes con el capitulo 204
EliminarBruto.
EliminarLo siento pero no estoy conforme, simplemente expectante.
También lo he pensado Mario! Sal de debajo de la mesa y ponte con el siguiente que ya has visto que no hay chaparrón
ResponderEliminarMario, una pregunta, según el adelanto que pusiste respecto a los capítulos que se publicarán en diciembre que será una saga de 7 capítulos si no mal recuerdo, entre este que acabas de publicar y el primero de esa saga cuántos capítulos serán.
ResponderEliminarno sé si logré explicarme
O nos hemos vuelto prudentes, tenemos la impresion, por lo menos yo, que no ha llegado todo el pescado a la lonja, por lo que hay mucho por vender, y a eso le sumo que Carmen esta con Claudia y esta no se caracteriza por cuidar sus juguetes, sino todo lo contrario, por lo que no sabemos como saldra Carmen de esta visita a los dominios de Claudia.
ResponderEliminarO tambien que no queremos distraer a Mario para que trabaje en la siguiente entrega para comenzar la venta en la lonja.
Chicos tened un poquito de paciencia que publico el capítulo hace 6 días, Mario te veo atado a la mesa mientras el portátil echa humo, jajajajaja.
EliminarClaudia es tóxica para Carmen, Carmen quiere pasar el mono lo antes posible, pero si se queda en Casa de Claudia y se sigue drogado conseguirá todo lo contrario.
EliminarSoy consciente apasionado pero sin debate ni comentarios la espera se hará más larga jeje pero no quiero presionar en absoluto
ResponderEliminarReconozco que ando un poco disperso, estoy trabajando en varios frentes, entre ellos, Lucia McFly II, Esther, Claudia…
EliminarNo me centro, no es nuevo, es el síndrome del nuevo capítulo, siempre me cuesta arrancar.
Tomate este fin de semana libre Mario, te diste un buen tute con el capítulo 204, te lo has ganado.
EliminarMe alegra mucho que hayas decidido seguir contándonos la historia de Lucía McFly, se de alguien que se va a poner muy contenta.
Bruto.
ResponderEliminarSi queremos debate tendremos que proponer algo para debatir.
Hoy es un día memorable. Hoy venimos a un mal parido, misógino y abusivo de su metro cuadrado de poder, que deshonra el cargo de juez. Hoy venimos al grandote del barrio.
ResponderEliminarAsí que queridos amigo lo único imposible es lo que no se intenta.
En lugar de venimos es vencimod
ResponderEliminarLeo y Leo cada capítulo y descubro que el morbo que me enganchó al diario ha disminuido, sin embargo, sigo aquí, la calidad es monumental y se mantiene, me alienta esta calidad, al grado de pretender copiarla en mis escritos, espero tener una mínima parte a la expresada por Mario.
ResponderEliminarEspero seguir escribiendo en el grupo, quiero compartir con otros amigos, para que conozcan esta idea sublime de escribir.
Carro.
Javier SantaCruz me está dando más trabajo del que esperaba. Si hubiera sabido lo que sé…
ResponderEliminar¿Que es lo que sabes?
EliminarLo siento, mi parte curiosa no a podido resistirse a preguntar.
EliminarPues después de leer que Mario no comentó nada del adolescente con Diego, me reafirmó en mi teoría de que Santacruz y Alonso/Rosalía se conocen y que fueron estos los que encargaron la vigilancia en la casa de Carmen/Mario a Santacruz. Menuda sorpresa se tuvo que llevar Santacruz al ver la doble vida de Carmen.
ResponderEliminarMotero
Madre mi! Y como se van a separar con todos los frentes que tienen abiertos! Están destinados a enfrentarlos juntos o no?
ResponderEliminarY lo harán, pero me temo que la separación es inevitable, pero la última palabra la tienen Mario, Carmen y el teclado.
EliminarCreo que el eje sería Gerardo--Santa Cruz- Alonso/Rosalía. Quizás Gerardo no esté enterado de la "ayuda" que Santa Cruz le dio a la pareja de los perritos, porque el dueño del gimnasio juega también su propio juego.
ResponderEliminarNo creo que Gerardo se mueva en el circulo de Santacruz o Alonso, de buena familia y con educación.
EliminarGerardo tiene más pinta de macarilla al que le han ido bien los negocios.
Motero
Estoy encallado con el nuevo capítulo. Mientras tanto, estoy dando cuerpo a viejas ideas ajenas al diario. No os creeríais lo que estoy escribiendo. Supongo que, a lo largo del 2026, si no me arrepiento, verán la luz.
ResponderEliminarJajaja, ya no vale echarse atrás.
EliminarAlgún adelanto para ir abriendo boca?
EliminarS te estás refiriendo a los proyectos que tenías en pandemia, me alegro de que te hayas decidido. Son originales y potentes. Siempre he pensado que el diario te limita, tienes mucho más que darnos además de vuestra historia. Animo y no lo dejes,.
ResponderEliminarElvira no es tonta y estoy seguro que sabe que Mario no va a olvidar a Carmen y si Carmen no puede vivir sin Mario a Mario le ocurre exactamente lo mismo y estoy convencido que Elvira llegará a la misma conclusión que llegó Domenico con Carmen.
ResponderEliminarSin Carmen la relación de Elvira y Mario se va a piqué.
Luego esta el famoso empresario Sevillano, tengo el palpito de que si ese hombre chantajea a Carmen que tiene toda la pinta, Carmen no le contará nada a Tomás he intentará solucionarlo por si misma.
Tal vez me equivoque, pero Carmen no quiere decepcionar más a Tomás, porque si se lo cuenta tendría que volver a ayudarla, Carmen no puede esperar nada de Angel, este sabe que ese empresario le proporcionará veneficios y dejara que Carmen se sacrifique por el bien de su bolsillo.
Para mi esa va a ser la puerta de entrada para la reconciliación de Carmen y Mario, Carmen le pedirá consejo y ayuda a la persona en quien más confía y este no es otro que Mario.
Aquí os dejo mi nueva fumada para que debatamos un poco.
No sé me hace descabellada tu propuesta,
ResponderEliminarBruto,
ResponderEliminarNo creo que Alonso y Rosalía sean los responsables del seguimiento que se les ha hecho a nuestra protagonista, me gusta llamarla así, podría ser pero me parece que que el seguimiento está más en la línea espionaje y no saber con quién me trato o quién es pero todo es posible, yo apuesto por qué no, pero me puedo equivocar.
Apasionado estas un poco paranoico con nuestros personajes, no todos intentan joderles la vida, piensa en positivo y te ira mejor la vida y en la historia, te lo digo con todo el cariño de mundo, me encanta que propongas pero creo que no es el mundo contra nuestros protagonistas, aquí espero tener razón.