02 abril 2022

    Capítulo 162  Puta de barra de bar segunda parte


Tiempo aproximado de lectura: 34 minutos


She says, "Hey, babe
Take a walk on the wild side”
Lou Reed 

 

Sábado


Me he levantado más tarde de lo habitual. Al despertar lo primero que sentí fue satisfacción. Dicen que la primera impresión es la que cuenta, si eso es cierto debo guiarme por la intuición. He bajado a desayunar y he llamado a Candela.

—No sabía si era pronto para llamarte. —contesta al ver que soy yo.

—¿Por qué no? anoche me pareció un poco tarde para darte novedades.

—No tienes por qué hacerlo.

—Al fin y al cabo Paco es tu cliente, creo que es lo mínimo. ¿Te apetece que nos veamos?

Consigo sacarla de su zona, aunque tampoco sé cuál es, y nos vemos en pleno centro. Me cuesta reconocerla vestida de diario sin maquillar.

—Qué tal te defendiste con Paco, ¿a que no es tan fiero como parece?

—Tenías razón, es brutote pero noble, no me dio problemas.

Saco el billetero del bolso, he pensado darle las veinte mil pesetas, creo que son más suyas que mías.

—¿Qué coño haces?

—Es tu cliente, cógelo.

—No me jodas, guárdate tu puto dinero.

—Perdona, no lo he hecho con mala intención.

—¿Ves lo que pasa? Estás en esto por capricho, o porque te pone. Te sobra el dinero, ¿crees que no se te nota?, pero no puedes pasármelo por la cara, joder.

—Espera, no te vayas. Por favor, no te vayas, no sé lo que hago. 

Se detiene, algo ha visto en mí que le hace volver a sentarse.

—Lo siento.

—Ya vale. Ahora escucha, tienes que pagar a Diego. Sí, mujer, el dueño del Penta. Hoy mismo; si no lo haces, me jodes viva.

Cómo no recordarlo, el camarero de ojos negros ya tiene nombre. 

—Claro, no te preocupes. No pensé que te cobrase.

—¿Qué te creías, que puedo trabajar gratis en su local? Ayer te habrá visto salir con Paco y si no pagas me metes en un lío por dejarte hacerlo sin contar con él; tendremos que decirle algo, que me puse mala, y de paso te presento. Ya ves que no todo es tan fácil, entre pagar la habitación y lo que me lleva Diego las cuentas no salen.

—Esta tarde… de acuerdo, ¿a qué hora?

Parece que me entiende como si nos conociéramos y esa seguridad me desconcierta.

—Depende de lo que quieras hacer. ¿Qué es lo que quieres?

No lo sé, puede que lo sepa y no me atreva a decirlo.

—¿Se lo has contado?

—Todavía no lo he visto, anoche volví a mi hotel.

—No sé qué coño os pasa a vosotros dos. Esta tarde ven bien arreglada, vamos a tener faena.

Está dando por hecho que voy a repetir y no la desmiento. Tengo todo el día para pensarlo.

—Qué, ¿no vas a decir nada?

—¿Cuánto tiempo estaremos?

—Joder, tía, qué verde estás, mejor pregunta cuántos clientes te vas a hacer, porque a eso es a lo que has venido, ¿no? ¿No?

—Sí, a eso he venido, a hacer la calle contigo.

—Entérate, guapa: yo no hago la calle y espero no tener que llegar a eso nunca, antes me pego un tiro.

Pago los cafés y nos vamos cada una por un lado, estoy emocionada, todavía no sé cómo se lo voy a decir a Mario, no me apetece nada ir al evento, dentro de dos horas es el acto con el consejero, después habrá un almuerzo, discursos, copas y despedidas. Mi cabeza estará en otra parte, en el hotel comiéndole la polla a Paco, quitándome su sudor en la ducha mugrienta, secándome con una toalla desgastada cuidando de no pisar una cucaracha. Me muero por volver.


…..


—¿Dónde estabas?

—Por ahí.

No me contesta, le ha molestado. ¿Acaso pretendía molestarle? No. Tengo que disculparme pero ahora está hablando con alguien, no sé con quién y para cuando lo encuentre libre la disculpa no tendrá ningún valor. Me mira y le devuelvo una sonrisa; no hay respuesta. Al cabo de un rato vuelve.

—¿Qué te pasa?

—¿Lo dices por lo de antes? Lo siento, es que todo esto me resulta insoportable.

—Pues imagínate a mí.

¿A qué he venido a Sevilla? Debería estar más a su lado.

—No he estado contigo, lo siento.

—No importa.

—Soy una egoísta.

No nos dejan seguir, le abordan con unos papeles que debe firmar, tengo un nudo en la garganta. 

—¿Dónde has estado?

—Desayunando con Candela.

—No me digas. Parece que habéis congeniado.

Quiere saber más pero no pregunta.

—¿Tienes un momento?

—Y si no lo tengo lo busco.

Entramos en la sala VIP, nos apartamos y me mira expectante.

—¿Te acuerdas del putero que se nos acercó anoche?

—¿El putero? ¿te refieres al tipo gordo que se te echó encima y te metió mano?

—Solo me tocó el culo. Es un cliente de Candela.

—Vaya elemento. Se sentó cerca, no te quitaba ojo. ¿Y eso de putero?, suena fatal.

No repara en el gesto de desagrado con que lo ha dicho y me hace aún más consciente de la distancia que nos separa.

—¿Te suena mal? Yo podré ser una puta como Candela, no lo niego; pero los hombres que pagáis por acostaros con nosotras sois unos puteros, lástima que nadie os lo haya dicho nunca, ya va siendo hora.

—Bueno, me ibas a decir algo de ese tío.

—De ese putero. Putero. No parece que te guste, ¿verdad?, no es agradable que te etiqueten. 

—Ahora resulta que soy un putero. ¿Qué te pasa hoy?

—Tú me dirás. La conducta que sigues cada vez que le pagas a Candela o —no quería recordártelo pero ya que estamos— la que tuviste conmigo cuando me pagaste es la de un putero. Es más suave decir eso de echar una canita al aire o que te desahogas. La cuestión, Mario, no está en ti, está en que el foco lleva demasiado tiempo puesto en las mujeres, nosotras somos las putas y vosotros pasáis desapercibidos. Resulta que también tenéis nombre, sois puteros. Apréndetelo.

—Como quieras, no hace falta que te pongas así.

—No me he puesto de ninguna manera, ¿te parezco enfadada? ¿no será tu mala conciencia?

—¿Y qué quieres que haga, eh?, no puedo cambiar de la noche a la mañana. Tienes razón, lo sé, estoy convencido; pero tendrás que darme tiempo.

—Cálmate. —Le acaricio la mejilla, he de bajar la tensión—. Creo que conocer a Candela me está cambiando, ahora tengo otra visión diferente del mundo en el que me muevo. No todo es tan fácil como lo vivo con Tomás.

—Te lo avisé.

Debo decírselo.

—Me acosté con él. Hice el servicio que debería haber hecho ella.

No lo esperaba, se echa hacia atrás sin dejar de mirarme, sin decir nada. Me cuesta descifrar lo que puede estar pensando; a mí, que lo conozco tan bien.

—No creí que pudiera hacerlo, Mario; el hotel es un tugurio, la habitación da asco, incluso vi una cucaracha en el baño. Pero me pasó algo, no sé decirte qué, me sentí… integrada, estaba en mi elemento. No comprendo cómo puedo estar diciendo esto. Candela vio que me pasaba algo porque le empecé a preguntar por Paco; cómo era, que tal se portaba con ella, cosas así y entonces me lo propuso, dice que se ha dado cuenta de que, independientemente de las razones por las que hubiera empezado en esto, se me ha metido en la sangre. ¿Tú crees que se me ha metido dentro? Bajé a la calle como una autómata, fui a por él y me comporté como si lo llevase haciendo toda la vida, no como lo hago con los clientes de Tomás, eso es otro mundo. Lo llevé al hotel, tenías que haberme visto, subí las escaleras delante con la intención de que me mirara el culo, ahora lo pienso y no me reconozco; me dio una palmada y, joder, cómo me gustó. Luego todo fue tal cual lo había descrito Candela; ya lo viste, un hombre gordo, descuidado, nada atractivo, pero estaba excitada como pocas veces. Me desnudé cuidando cada detalle, no creo que lo apreciase, me dio igual, lo estaba haciendo para mí, luego lo desnudé; le apestaba el aliento a alcohol, y olía a sudor, ¿crees que me importó? No sé qué me estaba pasando, cada vez me sentía más excitada, le acaricié la tripa fofa y sudorosa, Mario, ¿cómo pude?; me cogió las tetas, lo estaba deseando, yo le agarré la polla y empezó a besarme el cuello, me estaba raspando y…

—Se te nota —dice por fin, no había abierto la boca hasta ahora.

—Vaya, pensé que lo había disimulado mejor, ahora me maquillo un poco. Le puse un condón y le hice una mamada; no tiene una gran polla, tampoco quería algo espectacular, Candela me advirtió de que no me dedicara a fondo si no quería echarlo a perder. 

Me escucha pero no como otras veces, hay algo en su mirada que no consigo entender.

—¿Estás bien?

—Sí, sigue.

—Me eché y se puso encima, es un hombre muy simple, sudaba mucho, me puso perdida; no se entretuvo, me la metió y comenzó a culear con la mirada perdida. Creí que iba a romper la cama, qué bruto.—No dice nada. Me cuesta seguir, no puedo, no sé cómo lo está encajando—. No quería nada más, después se vistió y se marchó. Quedó encantado, dijo que quería repetir, no le conté que me voy.

—¿Y tú, cómo estás? —Le ha costado superar un ahogo.

—No sé cómo decirlo. Feliz, te parecerá absurdo, tengo la impresión de haber dado un paso adelante, no pensé que podría desenvolverme en un entorno tan sórdido. No es para mí, no te asustes, pero creo que lo necesitaba. ¿Y tú?

—Tengo que asimilarlo.

—¿No eras tú quien me querías ver como una puta de barra de bar?

—¿Eso dije?

—Escucha, ahora no tenemos tiempo de hablarlo. Esta tarde tengo que volver, debo ajustar cuentas con el dueño del Penta, si no lo hago Candela tendrá problemas por mi culpa.

—¿A qué te refieres? ¿Es algo peligroso?

—No, para nada. Ella paga un porcentaje por trabajar en su local y lo que hice ayer fue saltarme las normas, me vio entrar y llevarme al cliente y si no lo arreglamos hoy mismo va a tener problemas, podría dejarla fuera. Tenemos que ir juntas y explicarle lo que pasó, yo le pagaré.

—Voy con vosotras, no conoces ese mundo.

—Y tú tampoco, Candela me ha dicho que no me preocupe. Si apareces lo vas a complicar.


…..


Hemos quedado a las seis, antes de que abra. Me ha dicho que vaya arreglada, «tienes que entrarle por los ojos si queremos calmarle». Sé lo que significa y me preparo sin saber lo que quiere, tampoco pretendo parecer un putón.

—¿Qué, cómo me ves?

Candela me revisa, estoy nerviosa, a su lado creo que no he acertado.

—Estás estupenda, deja de preocuparte.

Entramos, el pub vacío parece otra cosa. Hay movimiento, detrás de la barra están reponiendo las cámaras y alguien anda por las mesas colocando ceniceros y limpiando.

—Mira, ahí está.

Diego es un tío duro, es lo que trata de aparentar delante de Candela y la otra chica a la que deja ejercer en el Penta. Lo he visto atender a la clientela y de duro no tiene nada, es el típico barman adulador con las mujeres y servicial con los hombres a los que llama «caballero», tiene el estilo que podría encajar en una película ambientada en los ochenta. Pero con nosotras va de duro, la cuestión es que no cuela y se me nota. Es guapo, tiene unos ojos que atrapan, negros como el carbón con pestañas densas que le hace parecer que los lleva pintados. Es difícil apartar la mirada de sus ojos. Pocas veces sonríe pero cuando lo ha hecho he sentido una flojera que me gusta y me preocupa a partes iguales.

—Vaya dos, la pinta y la niña, me falta una para el trío.

—Verás, Diego, quería explicarte lo de ayer.

—Te lo dije el primer día, preciosa; esto no es un puticlub, esto es un local con clase, intento mantener una clientela selecta, si te dejo estar aquí es porque tienes buena presencia, eres guapa y sabes ser discreta; además, qué coño, me dejas un buen dinero. Pero lo de ayer fue una cagada —y me clava los ojos en lo más profundo—. No puedes traer a tu colega sin contar conmigo y mucho menos dejar que se mueva con toda la chulería levantándome a los clientes. La has jodido.

Tengo que intervenir o esto le va a costar caro. Me adelanto, apoyo las manos en la barra y espero a que termine con mis tetas y me devuelva la mirada.

—Verás, Diego, anoche mi amiga se puso mala, una urgencia, ya te imaginarás; y yo, que estoy de paso, quise hacerle un favor. Había quedado con Paco, no iba a dejarlo colgado, ¿no crees? En esta vida hay que tomar decisiones y es lo que hice; la mandé a casa en un taxi, vine aquí, solucioné lo de Paco y santas pascuas. Yo de vuestros asuntos no tenía ni idea y a ella no le dije lo que pensaba hacer. Es mi culpa, lo siento.

—Mira nena, me importa una mierda lo que me estás contando. Ninguna tía, por muy buena que esté, puede entrar en mi casa y hacer negocio a mi costa, ¿Te has creído que esto es una ONG?

—Por supuesto que no, esto es un negocio muy bien montado, por cierto. —eché una larga mirada alrededor—. Tiene clase, no has reparado en gastos, se nota; está bien insonorizado lo cual es de agradecer, pones buena música al volumen justo para que los clientes puedan charlar sin tener que levantar la voz. —Aprovecho lo que la suerte me depara, alzo la mirada al techo algo teatralmente y pregunto—: ¿Esa que está sonando es Madeleine Peyroux?

—La conoces. —dice sorprendido. Ambos sabemos que la canadiense solo ha sacado un disco en cuatro o cinco años.

—Me encanta, lástima que no haya publicado nada más. ¿Ves?, no eliges la música al azar.

Tengo que echar el resto, me apoyo en la barra, sé lo que le estoy ofreciendo.

—Pago por lo de anoche y quedamos en paz, no me vas a volver a ver por aquí.

—Por supuesto que no; ni a ti, ni a ti. Sayonara, babies.

—Escucha, no puedes hacer que Candela cargue con mi error, dime cómo podemos arreglarlo.

Achina los ojos, creo que me he metido en la boca del lobo, no aparta la mirada ni un segundo de mi y dice:

—Curro, hazte cargo, está a punto de venir el pedido. Y tú, adentro.

Atravieso la puerta que da acceso al interior. «No te pases con ella», escucho decir a Candela. 

A la izquierda la barra, a la derecha una pequeña cocina, más allá los lavabos del personal, dos cuartos cerrados y al fondo una puerta con una placa dorada que pone «Privado». Entramos. El despacho sigue la línea de lo que he visto fuera, bien decorado en maderas nobles con varias reproducciones de impresionistas desplegadas por las paredes.

—¿Te gustan?

—Monet; uno de mis preferidos.

—Entiendes de jazz, te gusta el arte, ¿tú, de dónde sales?

—Ya lo sabes, de Madrid, soy amiga de Candela, he venido a…

—Ya, ya; ahora cuéntame algo nuevo.

—No sé lo que quieres decir.

—No tenéis nada en común, no se expresa como tú, ni mira igual, ni se mueve como tú. Cuéntamelo, ¿qué haces aquí?

—No hay nada qué contar,

—¿Os han dicho que parecéis hermanas?

—No es para tanto.

Se acerca, me mira con insolencia como si tuviera derecho a hacerlo. Huele a hombre y a tabaco. Me excita.

—En las distancias cortas se nota, no vienes de donde ella 

Se acerca hasta quedar a un palmo, cree que va a intimidarme y como no lo consigue sonríe.

—No, tú estás menos rodada. Y tienes menos tetas. Bájate el vestido, quiero verlas.

—¿Lo vamos a dejar resuelto? No quiero que Candela tenga problemas por mi culpa.

—Tú obedece y verás como todo tiene solución.

Deslizo los tirantes por los brazos para poder sacarlos y bajo el cuerpo del vestido hasta la cintura; no pienso enseñarlas por encima del sujetador, es humillante, lo desabrocho y lo arrojo a una silla.

—Bonito detalle —dice al ver las barras—. Lo que yo decía, estas tetas no están tan magreadas como las de Candela, están firmes… y duras. Llevas poco en esto, dos años, tres como mucho. 

—Por ahí. —No le vale.

—¿Dos o tres?

—Uno. 

Sonríe. Me las está tocando con calma, no vamos a salir del despacho pronto, me temo. Juega con las barras cogiéndolas con el índice y el pulgar y estirando sin forzar el pezón. Atiende a lo que hace y de vez en cuando me mira para ver qué efecto me provoca, porque me provoca, no lo puedo disimular. Sabe tocar, maneja bien las yemas de los dedos bordeando el volumen, y me provoca, claro que me provoca.

—Arrodíllate.

Me quiere doblegar a toda costa. De acuerdo, pero solo una rodilla en tierra. 

—¿Sabes lo que tienes que hacer o necesitas que te lo diga?

—No hace falta.

Paso la mano por el bulto, lo acaricio, lo calibro, le gusta. Desabrocho el cinturón, llevo el mismo ritmo paciente que marcó en mis tetas, sin prisas, corro la cremallera y entro en busca de lo que voy a tener que domar; sobre la tela es cálido y está duro, Diego me toma por la cabeza, lo tolero; la tiene rígida, parece gruesa, salgo y suelto el botón de la cintura, el pantalón cae, le acaricio los muslos, voy a los glúteos, están tensos, le beso el paquete, huele a limpio, me aprieta la cabeza, no me resisto, me suelta y bajo el slip, la verga salta libre, es bonita, me gusta; gruesa como esperaba y no tan larga como creía, mucho mejor que la que me comí ayer. Tiene el vello recortado. La recorro a besos sin tocarla nada más que con la boca y la mejilla. Es hora de comenzar, la empuño con una mano, en la otra tengo un condón, no sé de dónde ha salido; lo abro con los dientes y se lo pongo despacio mientras la meneo. Está listo. Le beso el capullo, es un buen ejemplar, ya que estoy voy a disfrutarlo. Me agarra del pelo y meneo la cabeza enérgicamente, suelta y busca apoyo en un sillón. Sujeto el tallo y me lo clavo hasta el fondo; que sepa quien manda. Se encomienda a la virgen, yo sigo a lo mío, vuelvo al glande, lo atrapo entre el paladar y la lengua, lo escucho quejarse y me atravieso la garganta despacio, se deshace en blasfemias e insultos a su puta madre, le sujeto las pelotas con una mano, juego con ellas y las siento encogerse, chupo el capullo hasta oírlo gemir, le masturbo, está dura como una roca, y caliente, me gusta, me gusta, ojalá pudiera quitarle la funda; me follo la boca con ganas y después de varias estocadas se corre machacando el cuero del sillón. 

Fumo de pie, me ha hecho quitarme el vestido; el fetiche de verme caminar desnuda en tacones y bragas es muy fuerte. Paseo por el despacho exhalando el humo.

—Esta noche vais a currar las dos un huevo, juega el Betis y esto se va a poner hasta la bandera. Os vais a forrar, pero sed discretas.

—No puedo quedarme, lo siento.

—Mira, Carmen: las dos juntas formáis un dúo cojonudo, esta noche os quiero aquí, me la suda lo que tengas que hacer, ¿me oyes? No me vas a dejar plantado.

—Diego, ya he pagado por lo de ayer, estamos en paz.

¿Qué ocurre?, me ha cogido por la cintura con una mano y me vence hacia atrás con tanto ímpetu que tengo que sujetarme a su cuello para no caer. Dios, cómo besa. No quiero que me suelte. ¿Qué es esto?

—Quédate, no me debes nada pero quiero que te quedes, morena.

—Esto no es en lo que habíamos quedado. —protesto débilmente. Vuelve a besarme, sigo en sus brazos, alguien abre la puerta, deja una frase a medio empezar y la cierra; y yo me entrego a sus besos.

—Eres un misterio, ¿quién eres?

—¿Qué más da? Dentro de unos días ya no estaré y no volverás a verme.

Me suelta bruscamente y se encamina hacia donde he dejado el bolso. —¡No tienes derecho! Me aparta, al segundo intento para quitárselo por poco me voy al suelo. Hago una nueva tentativa, me sujeta por la nuca y vuelve a besarme como lo hizo antes, vencida hacia atrás, sujeta por una sola mano que le basta para dominarme. Dejo de luchar y me rindo, le rodeo el cuello y lo olvido todo, que estoy semidesnuda, que pretende desvelar mi identidad, que mi bolso ha caído al suelo, y me aprieta un pecho hasta hacerme gemir. Cuando sabe que estoy domada me aparta, escucho mi jadeo, recoge el bolso y no hago nada, lo abre y no hago nada, busca dentro hasta dar con mi cartera y sigo sin hacer nada.

—Carmen Rojas Bauer, ya decía yo que no eras como Candela. Mira, mira, donde vives, conozco esa zona, ¿sabes que viví en Madrid unos cuantos años? Eso es Somosaguas.

—No es Somosaguas.

—Como si lo fuera; a ver qué tenemos aquí…

Sigue registrando mi cartera y no hago nada por impedirlo. Está violando mi intimidad.

—Doctora Carmen Rojas —me mira con respeto—, Directora de relaciones institucionales. ¿Qué hace una psicóloga trabajando de puta? ¿Tienes una vida secreta que alimentar en tus viajes?

Se guarda la tarjeta en el bolsillo de la camisa. Tiemblo, pero no puedo negar lo que siento: estoy entregada.

—A éste lo conozco —dice mostrándome una foto de Mario y mía—, viene mucho por aquí. Ahora lo entiendo, has venido a enterarte de lo que hace tu marido con Candela y al final os habéis hecho amigas, ¿es eso?

—No lo entenderías.

Lo he intrigado; mete todo de cualquier manera en el bolso y lo deja en una silla, me sujeta la cara con las dos manos y me besa con tanta pasión que anula mi sentido.

—Me lo vas a contar.

Lo espero sentada en uno de los sillones de cuero mientras sirve un par de copas. No me ha preguntado, cuenta con que tomaré lo que sirva en el vaso ancho labrado que llena hasta cubrir los hielos. Escocés. Bebo un sorbo, demasiado fuerte para mi gusto; apura el suyo de un trago y lo imito, me quema por dentro. Rellena los vasos. Sonríe, sonríe y se frota la polla, yo me he quedado alelada mirando un gesto que por una vez no resulta obsceno: la mano tratando la verga como lo haría con la testuz de un buen caballo. Se ha dado cuenta, viene y me la da a oler; ¿pretende que se la bese?, seguro. Obedezco, besuqueo los dedos, aspiro sonoramente, el fuerte aroma a macho me trastorna, y enseguida escabulle la mano, ¿por qué me la niega? La persigo, me rehuye, la busco; está jugando con mi deseo, la alcanzo y lamo los dedos húmedos; la aparta, me quejo, recoge baba del glande y me la unta en los morros; chupo un dedo, dos, me los da y me los quita, protesto como una niña, recoge más baba que gotea y se estira a punto de caer y me embadurna la cara, entreabro los labios y la aleja, trato de darle caza y escapa, escapa de mi boca ávida de su sabor.

—Serás guarra, mira cómo me pones.

—Y tú, cómo me has puesto. Me has pringado toda la cara, tengo que estar hecha...

—Una cerda, doctora, una auténtica cerda.

Cierro los ojos tras recibir esa bofetada de placer. No quiero ni imaginar cómo debo de tener el carmín embarrándome el rostro. Soy una cerda lo sé, no lo voy negar; lo miro y veo el deseo que provoco luchando por descontrolarse, la verga gruesa se alza a un palmo de mi cara, me la está ofreciendo, aparta mis dedos de un manotazo, será cabrito.

—Las manos atrás; a ver si eres capaz de descapullar con la boca.

No sabe con quién está jugando; enlazo las manos a la espalda, se pone en jarras y morreo la polla que no termina de remontar, la paseo por la mejilla a sabiendas de lo que está pasando con el carmín. Cerda, cómo me pone. La beso por los flancos y de este modo arrastro el pellejo haciendo que asome la punta brillante, ya está casi lista, hermosa, dura como una roca apuntando a mi frente, yo le haré bajar esos humos. Beso la punta, paladeo la pequeña grieta con el ápice de la lengua, apenas un roce que le hace temblar y decir de mi madre lo que no se merece. Cada toque en la abertura lo sitúa al borde de un precipicio, pero no pide que pare; chorrea y sacio mi sed de esencia de macho. —Qué hija de puta, exclama antes de amarrarme el cráneo y hundirse en mi boca. Me folla, solo soy un hoyo húmedo, cálido y carnoso brutalmente penetrado. Me zarandea, pierdo la conciencia, no veo, solo siento, siento una polla cada vez más rápida, más enorme, una polla bruta que penetra mi boca, se hunde en mi garganta, más y más adentro, se detiene, palpita y me inunda, me llena. Trago, trago. Qué locura, cómo lo he permitido.


…..


—Estoy esperando.

Recojo todo, las toallitas, los kleenex, el pintalabios; me miro al espejo y lo guardo en el bolso; no he dejado rastro de la batalla vivida hace unos minutos. 

Se lo voy a contar, no sé por qué lo voy a hacer pero no tengo ningún reparo. Le voy a contar una historia sencilla lejos de la compleja realidad que me ha traído aquí, es lo más sensato. Intercambios que se nos quedaron cortos, fantasías de prostitución que crecen día a día, el evento de Mario en Sevilla como excusa para liberarnos por separado, el parecido razonable con Candela y mi deseo de conocerla que se convierte en afinidad entre nosotras. Y lo de anoche, nuestra fantasía más profunda, ser puta en un lugar como éste.


…..


Otra vez estoy sobre una mesa, otra vez me atraviesan desde atrás, el porqué me dejo usar es algo que no entiendo si la deuda está pagada. Después de follarme la boca y hacer que le cuente mi vida me ha llevado sujeta del brazo, la ha vaciado meticulosamente, podía haber dicho que no, sin embargo he esperado a que la despejara; después me ha inclinado sobre el tablero cogida por la nuca, he visto como se ponía un preservativo a unos centímetros de mi cara y los segundos que han pasado hasta que se ha afianzado a mis caderas han sido eternos, tan eternos que lo he pedido: —A qué estás esperando, hazlo ya. No folla mejor ni peor que otros, es el control que ejerce sobre mí, su forma de sujetarme del cuello con la mejilla aplastada en el tablero y su manera de hablar lo que me tiene sometida, es…

Alguien abre la puerta, tengo miedo.

—Perdona, no sabía…

—Joder, Curro.

—Es que hay que pagar el pedido.

—No te muevas. Tú, cierra la puerta, coño.

Y no me muevo, me quedo quieta y vacía sobre la mesa mostrándome a alguien a quien no conozco.

—Perdona, es que no puedo esperar.

—No pasa nada, es la puta que se nos coló anoche, le estoy enseñando las normas de la casa.

Me arde la cara.

—Joder, no pierdes ocasión.

Se ríen, Diego pasa por mi lado, abre un cajón, saca algo, lo cierra de golpe y el sobresalto me hace estremecer; hablan detrás de mí como si fuese otro mueble más. Entonces pone ese algo sobre mi espalda, es una libreta alargada. No, es un talonario.

—Tío… —le recrimina.

—Qué, ¿no te gusta mi nuevo escritorio?

Escribe sobre mi espalda y firma. No lo entiendo, no estoy humillada.

—Ha venido Benito.

—Mierda. Quédate, enseguida vuelvo.

Se viste apresuradamente, no se me pasa por la cabeza moverme.

—Ponte una funda. Ahí, en el cajón; manténmela caliente. Venga, joder, no seas tímido.

Nos quedamos solos, oigo sus pasos.

—Conque tú eres el nuevo capricho del jefe, qué buen gusto tiene el jodío. 

Ya tiene un condón, se desabrocha y oigo todos los preparativos, me agarra fuerte por las caderas, con demasiada brusquedad y se me escapa un grito.

—No te asustes, corderita. Qué buen culo tienes.

Me la clava de un solo golpe y vuelvo a gritar, un chillido agudo que no reconozco.

—Levanta, a ver qué tenemos por ahí.

Me apoyo en los codos para que alcance las tetas, las amasa con una mano, con la otra me mantiene sujeta y bombea tercamente.

—Buenas tetas, sí señor, como a mí me gustan, nos lo vamos a pasar bien contigo.

Comienza a machacarme con fuerza, me suelta un azote y sofoco un grito; le ha gustado, creo que no se va quedar ahí, sigue follándome con intensidad y cuando menos lo espero me azota con la mano abierta y si no me escucha lo hace más fuerte; acelera, no quiere que nos encuentre su jefe en plena faena, arremete con violencia y se corre dando sacudidas que me hacen quejarme; no espera ni un segundo, me deja tirada y se sube la ropa. Me levanto y casi inmediatamente aparece Diego.

—Ya está.

Curro desaparece, Diego viene con ganas, se prepara enseguida, me coloco, tantea, lo que me frota no es ni de lejos lo que tuve antes, un trozo de carne floja que a fuerza de menear entre mis labios húmedos comienza a coger consistencia, consigue colarlo y es ahí donde alcanza de nuevo la turgencia que me hizo gemir.

—Vamos. —Qué querrá, supongo que se lo ha dicho a sí mismo, comienza una cabalgada más intensa que antes, cualquiera diría que quiere alcanzar al otro jinete. —Vamos, repite, me hinco de codos en la mesa y tenso las rodillas para tratar de darle más. Se vuelca sobre mi espalda, me abraza el vientre y cabalgamos juntos hacia una meta cada vez más cercana.


…..


—Mario, no cuentes conmigo, nos tenemos que quedar.

—Me estas preocupando.

—No pasa nada, luego te cuento. Mejor mañana, puede que vuelva tarde.

—Carmen por favor, dime que está pasando. 

—Tranquilízate, está todo bien, tengo que dejarte.

No le he dicho lo que estoy haciendo, creo que no he sabido transmitirle la tranquilidad que pretendía. No puedo perder más tiempo, Candela me llama, tiene dos clientes en la barra y me necesita, estos dos nos quieren juntas, eso tiene otro precio y aceptan sin rechistar; imagino lo que van a pedir, Candela me previene.

—Vamos a tener que montárnoslo delante de ellos.

—No me asusta.

No parece muy convencida. Puede que sea ella la que se asuste cuando me vea tan suelta, tengo la impresión de que no es de las que les va el rollo.

Hacemos buen equipo, en tres horas no hemos parado, he usado su estilo: nada de llamar la atención, mucha conversación y muchas copas caras para tener contento a Diego; sigo su consejo y de cada una me mojo los labios y dejo el resto, si no a estas alturas no me sostendría sobre los tacones. Estoy aprendiendo lo que no está escrito; la observo y copio su manera de tratar a una clientela a la que no estoy acostumbrada, a cambio ella absorbe mis gestos y mis expresiones y las hace suyas; nos mimetizamos, en poco tiempo nos basta una mirada para entendernos. Tenemos éxito y nos adaptamos, hacemos servicios más cortos, de esa forma veinte mil cunden más. No tengo tiempo de pensar pero cuando he podido parar un instante, bien en el Penta o en el hotel mientras veo cómo se lavan los clientes para asegurarme de que todo está bien, lo he sentido: este es mi mundo.


Domingo

Me despierto a las doce. Salto de la cama, a las dos es la clausura.

En la ducha pongo orden a los recuerdos. Llegué al hotel a las siete y media, antes desayunamos en una churrería que estaba abriendo, las calles desiertas y la brisa de la mañana ayudaba a mantenernos despejadas. Nada es igual a ayer, miro a Candela y nos entendemos sin necesidad de decir una palabra. Mañana me iré y siento un nudo en el pecho por tener que separarme de ella, mi amiga, mi compañera, la puta de Mario. 

—¿Cuándo te vas? —Es como si me hubiera leído el pensamiento.

—Mañana en el primer vuelo.

Se pone a dar vueltas al café; sé lo que piensa, lo mismo que yo.

—Te voy a echar de menos.

—Venga ya, no digas tonterías. A mí, ya ves, una…

—Una tía cojonuda. Voy a volver, lo sabes, ¿verdad?

—Sí, sí. Tómate el café que se te va a quedar frio.

—Lo que pasa es que no te gustó como te comí el…

—Cierra la puta boca. —me manda callar con una sonrisa en los labios.

—Lo que tú digas.

Nos despedimos en mitad de la plaza fundidas en un largo abrazo para ocultar la emoción que nos tiene al borde de las lágrimas. Ella está convencida de que es la última vez que me ve; yo, de que solo es el principio.

—Mario, estoy llegando, llámame si puedes.

Entro al recinto a las dos menos cuarto. Está a reventar, consigo que me acompañen a la zona reservada. Mario ya está en la tribuna. No me ve, al cabo de unos minutos me localiza, le sonrío, desvía la mirada con un gesto seco, me preocupa.

Termina la clausura y consigo acercarme. Apenas me atiende, sigue rodeado de personas que le reclaman, me mantengo a su lado un rato hasta que desisto, me alejo. No he estado a la altura. Santiago me saluda, está igual de ocupado, le respondo y sigo mi camino, no sé muy bien hacia donde. Veo a David que se hace hueco entre la gente para alcanzarme. Hoy no, David.

—Dile a Mario que me he ido.

—¿Te puedo llevar a algún sitio?

—Sería la peor decisión que podría tomar ahora mismo.

—Lo siento, si he hecho algo que te ha molestado…

—No tiene que ver contigo. Es por mí.


El encargo

—¿Dónde estás? Me han dicho que te has ido.

El ruido de fondo me indica que está en medio de la vorágine que sigue a un evento como ese, supongo que celebrando el éxito en alguno de los bares cercanos, sino es que había algo ya preparado.

—Escucha, siento no haber estado, supongo que te he defraudado.

—¡No digas tonterías! Vuelve, estamos al lado del restaurante donde comimos el día de la inauguración, lo tenemos reservado.

—En serio, no me apetece; disfruta del éxito, te lo mereces, luego nos vemos.

—Como quieras, esto sí que no me lo esperaba.

—No te enfades, voy a ver si resuelvo lo de Tomás y me quedo libre para…

—Ah, claro, Tomás, lo había olvidado. Pues nada, pásatelo bien.

—Venga ya, ¿a qué viene eso? ¿Mario? ¡Mario!

Ha colgado; no voy a consentir que me deje con la palabra en la boca. Marco y no responde, insisto un par de veces para dejar constancia de mi cabreo. Me arrepiento de no haber sido más flexible, podía haber hecho acto de presencia un rato. Me acerco a una parada de taxis y con el ánimo roto lo dirijo al hotel; al llegar como cualquier cosa en el bar, no tengo apetito para más y desde allí mismo llamo al contacto de Tomás. Emilio Costa resulta ser un hombre educado y de trato agradable, está al tanto de mi presencia en Sevilla y por la manera en la que se ha conducido la breve conversación tengo mis dudas sobre la idea que se ha hecho de mí. Nos hemos citado en una de las confiterías de más raigambre en el casco antiguo a las siete, lo cual me deja tiempo para llamar a Irene, hace varios días que no hablamos y la echo de menos, ya solo faltan dos semanas para su regreso y me cuenta por enésima vez los planes que tiene conmigo como protagonista. Al terminar descubro dos llamadas perdidas de Mario; no me apetece estropear el buen sabor de boca que me ha quedado con una conversación en la que abundarán las disculpas o los reproches. Llamo a Esther y nos ponemos al día, con lo que ya es casi la hora de empezar a arreglarme. 

A las siete en punto entro por la puerta de lo que es mucho más que una confitería, tengo una vaga descripción y enseguida nos localizamos, es el único hombre solo en una mesa y al verme entrar y quedarme buscando a alguien ha llamado mi atención. Poco antes de llegar se levanta. Es un hombre extremadamente educado y afable y me hace olvidar por un momento el motivo que nos relaciona. Hablamos de la ciudad, me pregunta si había estado antes, le cuento sin entrar en detalles hasta que aparece una camarera y nos interrumpe. No tiene nada que ver con el resto de contactos de Tomás y a medida que charlamos de temas intrascendentes me pregunto cuándo cambiará el guión y surgirá la propuesta que me obligue a cumplir la función habitual de obsequio. Pero sucede lo no previsto; una pausa da pie a pasar al objeto de la cita, le entrego la carpeta sellada que ha estado junto al bolso todo el tiempo, Emilio examina los documentos y guarda los talones en la cartera. No la entretengo más, dice, seguro que tiene otros planes; nos levantamos y salimos. Ya en la calle nos despedimos con sincera cordialidad, ha sido una reunión agradable, como no esperaba.


…..


Ahí viene, la veo caminar por la explanada que conduce al restaurante donde la espero. Aún no me ha visto y avanza con esa elegancia innata que la hace tan deseable. Es la mujer que ha renacido de las cenizas del incendio que yo mismo provoqué y estuve alimentando hasta que arrasé con la que había sido. Podía haberla perdido, sin embargo esta mujer nacida del dolor y el desprecio, no tan fuerte y segura como se empeña en aparentar, desde su libertad ha elegido continuar a mi lado.


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19 comentarios:

  1. Carmen me a dejado un mal sabor de boca en este capitulo, creo que no se a portado nada bien con Mario, a psado de el y encima no a llegado al congreso.

    Mario a metido muchas veces la pata, pero creo que en esta ocasión a sido Carmen la que a metido la pata, es la percepción que me he llevado con la primera lectura, tal vez con la segunda lectura lo vea desde otra perspectiva.

    un saludo muy cordial para los dos.

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  2. Yo tengo la misma sensación que Apasionado.
    Carmen en este capítulo me ha parecido una Carmen muy volátil. Ya al principio parece que le perdona la vida a Mario. Ella misma en esa conversación se pide calma.
    Después, en todo el fin de semana, ha dejado a Mario solo. El viernes por la reunión con Candela, y acaba con un cliente en vez de con Mario. El sábado, vuelve a quedar con Candela, con Mario solo comparte unos minutos y el domingo llega tarde a la clausura, se siente incómoda cuando se da cuenta que no ha estado a la altura y escaoa del acto. Cuando Mario la llama para comer no quiere saber nada y se ofende porque le cuelga el teléfono y después Mario no atiende sus llamadas. Hecho que ella le devuelve por la tarde.
    Me parece una actitud de una niña mimada y más cuando ella le sigue recriminado a Mario que no estuviera cuando ella lo necesitaba.

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  3. TORCO

    Este capítulo, como muchos otros es una verdadera montaña rusa de sentimientos, llega hasta el alma. Cómo ya dije, es más que un relato erótico, es una descarnada historia de vida.

    Estimados APASIONADO y KIKOTOU. Mario ya les ha contestado con el párrafo final del capítulo:

    "Es la mujer que ha renacido de las cenizas del incendio que yo mismo provoqué y estuve alimentando hasta que arrasé con la que había sido. Podría haberla perdido, sin embargo está mujer nacida del dolor y el desprecio, no tan fuerte y segura como se empeña en aparentar, desde su libertad ha elegido continuar a mi lado.

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  4. Mario lo dejó clarito cuando Carmen le anunció que se plantaba es Sevilla, le dijo “no creo que vaya a poder dedicarte demasiado tiempo”, cosa que entiende cualquiera que haya trabajado en una feria porque no te dejan ni respirar y si eres el jefe supremo no tienes ni un minuto libre, por eso quedaron en que tenían las noches para patear la ciudad. Ni Mario ni ella contaban con estar pegados el uno al otro todo el día, pensar eso es absurdo.

    A mí me parece que lo de Mario con Carmen es como lo mío con la montaña rusa, me entra un ahogo y un vértigo que me acojona pero en cuanto me bajo ya estoy queriendo volver a montarme.

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  5. TORCO

    Ese último párrafo es la declaración de amor perfecta, muestra el por qué aún hoy con el paso de los años se siguen eligiendo.

    Me mata "...esa mujer nacida del dolor y el desprecio". Es fuerte, te cae como un mazazo, te llega hasta el alma.

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  6. Torco Dosoctavas, no os quito la razón, Carmen me parece un ser humano sublime, tiene un objetivo y está dispuestisima a llegás hasta el final.

    Lo que para mí a sido una metedura de pata es que haya huido del congreso donde Mario estaba culminando un gran trabajo.

    Después hablan por teléfono y no quiere ir a la comida con la consabida decepción de Mario.

    Mario sabía que no podría estar mucho tiempo con ella y está claro que Carmen tenía otros planes, Mario lo sabía y lo aceptaba.

    Mi querido Torco lo que Mario siente por Carmen es solo amor o también hay cierta obsesión.

    Es una pregunta que os lanzó, porque yo no lo tengo nada claro.

    Un abrazo a todos.

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  7. Mi pregunta para el señor Mario. Volverá Mahmud a mirar a carmen? Habrá encuentro sexual?

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  8. TORCO

    Estimado APASIONADO si lees ese último párrafo verás que es amor no obsesión. En esos pocos renglones queda demostrado todo ese amor.

    Cómo digo siempre, en esa declaración de principios del Café La Humedad, comprender, entender, acompañar.

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  9. Vuelvo a coincidir con Apasionado.

    Es cierto que el que organiza un evento no tiene casi tiempo para nada. Carmen lo sabe, y va a Sevilla para apoyar a Mario, aún sabiendo que van a estar poco tiempo, y para molestar menos se va a otro hotel, cosa que no es fácil de entender.

    Ella no está prácticamente nada en el evento, el primer día llega y se va con el ayudante de Mario, el segundo llega y se va con Candela y el tercero se da cuenta que no ha estado a la altura y en vez de intentar mejorarlo, en mi opinión lo empeora, no solo marchando antes del discurso de clausura, que es una falta de respeto hacia el que está en el atril, sino que después le llama para que se acerque al restaurante a comer y da la espantada de nuevo. En ese tipo de eventos, la comida o cena de clausura se suele tener el número de comensales cerrado, por lo que Mario debió de decir que Carmen asistiría a la comida.

    Y tenéis razón con la frase del final, lo que no es menos cierto, que esa mujer nacida del dolor y del desprecio, no está siendo coherente con lo que le pide y con lo que le recrimina a Mario.

    Por lo que veo y respondiendo a la pregunta que lanza al final Apasionado, creo que Mario quiere a Carmen, pero en este momento de la historia hay mucha obsesión, necesidad y culpa por parte de Mario.

    Un abrazo

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  10. Lo se, lo sé, esque soy muy cabezón.no tengo duda que entre los dos hay amor, sino sería imposible pasar por todo lo que han pasado.

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  11. Pero opino como kikotou, Carmen tendría que haberse quedado. Carmen es una mujer con cultura que puede estar en cualquier sitio y no desentonar.

    Que conste que sigue siendo mi personaje preferido, pero creo que no le haría justicia diciendo lo contrario, en este mundo se aprende de los errores, sin errores no habríamos prosperado en este mundo.

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  12. Se echaban en falta los debates.

    Creo recordar que la historia con el compañero de Mario fue mas que consentida, yo diría que fue alentada por Mario, lo he vuelto a leer, Mario vuelve a la cola del restaurante y “Mario regresa e interrumpe mi examen encubierto tras una conversación intrascendente sobre el Museo Del Prado: no nos queda más remedio que esperar, dice y después de dedicarme una mirada cómplice —¿qué pensará que estoy haciendo?— vuelve a la charla con Luis”. No parece que le moleste que mientras el está ocupado en el congreso ella se entretenga con su compañero, además lo deja bien claro mas tarde, le dice que esta seguro de que no se va a ir de la lengua.

    Con respecto a Candela es algo que le ha organizado el mismo, ella quería conocerla pero mario se ha encargado de contarle desde que la conoce lo mucho que se parecen y lo mucho que le gusta por eso no me extraña que Carmen quiera ver a su doble. Candela acepta y tampoco me extraña que las chicas quieran charlar a solas. Lo que ocurre luego ya es otra historia.

    Es verdad que Carmen piensa que debería haber estado más pero yo creo que las cosas se le han presentado de una manera que no podía evitarlo. En el fondo es lo que mario quiere que ocurra por mucho que aparente protestar y si no ya veremos lo que dice cuando ella le cuente como le ha ido.

    Amor, obsesión, necesidad. Coño, como me pasa a mí con mi chica. Lo que pasa es que la culpa le pesa bastante y desde mi punto de vista con toda la razón.

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  13. Buen análisis dosoctavas, como siempre.

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  14. Me apetece un montón intervenir en el debate pero hasta el finde no voy a poder porque estoy hasta el cu... de trabajo. Coincido con dosochi en que los congresos son una p... mierda y no te dejan ni respirar lo sufro cada año, mi pareja se toma vacaciones si puede y se marcha unos dias a hacer senderismo que es lo que más le gusta y me libra de tener que ocuparme de ella ademas de todos los rollos de la feria, un horror.
    Nos vemos el fin de semana, besitos.
    Lucia, la que lee

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  15. Un abrazo muy fuerte para ti Lucía.

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  16. Nos vamos de vacaciones; unos días que no vienen mal para desconectar de todo, incluido el diario. De vez en cuando conviene tomar distancia para volver a retomarlo con la mirada fresca y eso es lo que pienso hacer: no tocarlo hasta la vuelta.

    Pero antes de irme os cuento cómo están las cosas:

    El capítulo 164 está terminado. No me he equivocado, no; es un texto que lleva cocinándose desde junio del año pasado (Torco puede dar fe de ello) y que ha costado mucho componer. El 163 está en marcha, avanza y de él se ha desgajado el 165; ambos “progresan adecuadamente” más o menos a la par y han sufrido el cierre del 164.

    Pues ahí quedan, en bodega mientras nos vamos de vacaciones; me llevo un par de libros de corrección y estilo literario que buena falta me hace y la cámara de fotos. Nos vemos a la vuelta.

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  17. Pasad unas buenas vacaciones, desconedtad de todo menos del uno y del otro.

    Aquí estaremos esperando el siguiente capítulo.

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  18. Buen descanso. que seas feliz estos días, y SIEMPRE!!!!!!!!!!!

    Un besazo

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  19. TORCO

    Por fin amigo se hizo la luz. Es el castigo a esa perversa mujer que tanto amo, que el problema para escribir en el blog desapareció.Je je ahora el que ríe soy yo.

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