20 mayo 2022

 Capítulo 163 Lo recordaremos toda la vida 


Tiempo aproximado de lectura: 60 minutos


Love, love is a verb

Love is a doing word

Feathers on my breath

Gentle impulsion

Shakes me, makes me lighter

Feathers on my breath

Teardrop on the fire

Feathers on my breath


Massive attack, Teardrop



Ahí está, en la terraza del restaurante. Aún no me ha localizado y se mueve con esa soltura que lo hace tan atractivo. Al fin me ve, sonríe y se recrea en contemplar su pieza más valiosa. Disfruta conmigo como lo hacen los niños con su mejor juguete, no aparta la vista, no pierde detalle de mis andares; de ese que ha pasado por mi lado, muy cerca y seguro que se ha vuelto a mirarme; de los dos que han dejado de hablar para verme pasar. Los niños pueden ser dulces, imprevisibles, mentirosos, caprichosos hasta el punto de llegar a romper su más preciado juguete. Qué hago con él si mi vida no tiene sentido si no es a su lado.


…..


Pasa algo y no sé lo que es, lo he sentido desde la primera mirada, es esa sensación de haber sido descubierto. «Lo sé todo», parece decir, pero ¿qué todo?, porque en realidad no hay nada distinto en su conducta ni en sus gestos, tampoco ha aludido al desplante que le hice al colgarle e ignorar sus llamadas; venía dispuesto a excusarme pero he preferido no removerlo. No hay nada distinto sin embargo lo noto, son muchos años de convivencia como para no notarlo.

Está preciosa pero no quiero caer en tópicos; ¿es un tópico decirle a la mujer que amas lo hermosa que es? El traje de chaqueta le sienta como un guante, ¿se lo habrá quitado para complacer al contacto de Tomás? Qué cosas se me ocurren. Hablamos y persiste la imagen de Carmen frente a ese hombre al que ha de satisfacer, con el torso desnudo, mientras se baja la cremallera del pantalón. Hablamos, le cuento el fin de fiesta, las felicitaciones, el agobio, lo que la he echado en falta. No dice nada, cambia de tema. El encargo de Tomas se ha resuelto con una cita inocua en el centro de la ciudad, media hora de conversación intrascendente y un intercambio de documentos. No lo dice pero lo da a entender: le ha sorprendido no ser mercancía en esta ocasión. A mí también.

—Eres la mano derecha de Tomás, parece lo apropiado. 

Le cuesta creerme, diría que le busca un doble sentido a mis palabras, qué pena.

—Claro. ¿Sabes? he hablado con Irene.

Y prosigue, tal vez para no seguir por un sendero en el que no sabe qué va a encontrar. La escucho sin prestar atención, estoy a otra cosa, a la extraña sensación que percibo desde que llegó, al recelo que ha mostrado ahora mismo. 

—¿No me vas a contar qué tal te fue con Candela? —La he interrumpido en mitad de una frase y veo decepción en sus ojos. Aprovecha para hacer una pausa, bebe un sorbo del excelente vino que nos han recomendado y se entretiene más de lo necesario con la servilleta.

—Candela. Es todo un carácter, no es extraño que hayáis… encajado tan bien. ¿Qué quieres saber? Qué tontería; hasta el último detalle, como siempre. No ha tenido una vida facil, ¿te lo ha contado?, lo de su embarazo y la escapada de casa. No, ya veo que no. 

—Parece que habéis intimado. ¿Y tú, le has hablado de tu vida?

No me gusta la forma en que está yendo la conversación, pasa algo y no sé qué es.

—Poco quedaba que no le hubieras dicho, aunque a tu manera; pero bueno, le hice un relato tal y como lo veo yo. Creo que le ha quedado bastante más claro.

—Toda historia tiene sus matices y sus puntos de vista. 

—Si tú lo dices… Se quedó muy sorprendida con mi “punto de vista”, creo que te dejaste muchos cabos sueltos.

—Si tú lo dices… —le devuelvo. Sonríe, pero no hay sintonía y cambio de rumbo—. ¿Fue todo bien con Diego? ¿aclaraste lo que pasó con Paco?

—Me dijo que conoces a Patri, y cuánto la ayudaste cuando estuvo malita. No, déjame seguir; no estoy enfadada, estoy triste; no entiendo por qué me has mantenido al margen, podías haber compartido conmigo algo tan, bonito; sin embargo has preferido guardarlo para ti como si fuera a reprochártelo.

—No es eso, en serio, es que la distancia no ayuda, no encontraba el momento adecuado ni el ambiente propicio para hablarlo, pero pensaba hacerlo.

—Es igual. 

—Sé que resulta difícil de creer, pero quería contártelo, iba a hacerlo, no sé cuándo, a mi regreso. Esta situación ha sido tan complicada que… 

—Que has decidido seguir con tu vida al margen de la nuestra.

—No, por favor, no es eso.

—Pensé que los días que pasamos en Montoro servirían para cerrar los vacíos que has ido creando; me equivoqué otra vez, no solo no fuiste capaz de sincerarte conmigo sobre tu encuentro con Elena y Carlos sino que desaprovechaste la ocasión, el ambiente como tú dices, para contarme la relación que vives con Candela; ¿es que no has aprendido nada? ¿no sabes que tarde o temprano se acaba descubriendo?

—Esto no es…

—¿Lo que parece?

—Está bien, tienes todo el derecho a estar enfadada, aunque si seguimos por este camino no lo vamos a solucionar; he vuelto a cometer una estupidez y no puedo negar que lo veía venir.

—¿Te refieres a lo de Candela o a lo de Carlos?

—Empecemos por el principio. Cuando volví a casa estuve a punto de contarte el encontronazo con Carlos, no sé por qué no lo hice, recuerdo que me frenaste y…

—¿Te frené? ¿Yo? Esta sí que es buena. No estabas diciendo nada que no hubieses dicho ya, era la misma historia que escuché el fin de semana que estuve con Gabriel en la Sierra, tampoco entonces terminaste; quizás no era el mejor momento, lo sé, pero en casa nada te lo impedía. Estabas nervioso, incómodo, repetiste la historia de una forma tan extraña que llegué a pensar que te habías olvidado de que ya lo habíamos hablado.

—Qué dices.

—«No sé por qué no te lo he contado antes». ¿A qué te referías? Ahora lo entiendo, tratabas de encontrar la manera de confesar tu secreto, ¿es eso?

—No lo sé, supongo que sí.

—¿Tan difícil te resulta hablar conmigo? Porque enseguida te debiste de arrepentir y lo zanjaste con un «eso es todo». ¿Qué crees que pude pensar? Te frené, dices. Lo único que quería era no tirar por la borda los días que habíamos pasado tan felices y lo dejé pasar; pero después, en frío, comprendí que no podía tolerarlo, me ocultabas algo, grande o pequeño y no lo iba a soportar. Mentiste, Mario, si hasta entonces se trató de una omisión a partir de ahí fue una mentira.

—No, Carmen.

—«No hay nada que contar», esa fue tu respuesta. Mentiste. Y lo volviste a hacer en Montoro, te limitaste a dar más detalles de tus citas con Elena y volviste a callar el encuentro con Carlos.

—Está vez tuve mis motivos.

—¿Sí, cuáles?, dímelos.

—Ahora no, Carmen, por favor, necesito…

—Ya, necesitas tiempo, o tener el ambiente adecuado.

—Confía en mí.

—Que confíe en ti, cómo me puedes pedir eso. En fin, si es lo que quieres tómate el tiempo que te apetezca. 

—Carmen, por favor. —Una mano levantada zanja el tema.

—Querías saber cómo me ha ido.

—No sé si ahora…

—Sí, por qué no, lo estás pidiendo a gritos. 

—Voy a pagar, están esperando que nos marchemos para cerrar. Vamos a otra parte.

—Mañana madrugo, el avión sale temprano.

—Una copa, nada más, no podemos terminar así.

—Venga, va.

Recalamos en un pub no muy lejos, lo suficiente para calmar los ánimos por el camino; no puedo decirle la auténtica razón por la que aplazo una respuesta imprescindible; el riesgo de hacer o decir algo que encienda la chispa y muestre la otra cara de Carmen pesa más que cualquier opción. Ella escucha mis pobres argumentos sin rebatir ni aportar nada, parece resignada a esperar que algún día tome la decisión de sincerarme. Si supiera la verdad… 

—Ibas a decirme qué tal te fue con Diego, me quedé preocupado.

—No es para tanto, solo íbamos a aclarar las cuentas con él, mi asalto a Paco podía tener consecuencias para Candela. 

—¿Y?

—Quería darnos una lección, tuve que emplearme a fondo.

Qué insinúa, no puedo imaginarlo, no quiero. Se ha dado cuenta del efecto que me ha causado y lo estira; saca el tabaco, insiste tercamente con el mechero gastado y prende el pitillo con cierto deleite morboso.

—¿Voy a tener que sacarte las palabras una a una?

Se hace la sorprendida, expele el humo sin prisa, pide calma. Juega conmigo y no estoy para un juego en el que no piso firme.

—Estaba muy enfadado, nos repitió varias veces que en su casa nadie se salta las normas; procuré convencerlo de que no hubo mala intención pero nada, la veía con un pie en la calle y lancé un órdago.

—¿Qué hiciste? Vamos, sigue.

—Le dije: «Dime que puedo hacer para solucionarlo»; enseguida supe que me había metido en una ratonera.

Es el momento más inoportuno para que nos traigan las bebidas; el camarero se eterniza sirviendo el Bourbon y el combinado. ¿La mira en exceso o es imaginación mía?

—¿Por dónde íbamos? —continúo tras una pesada espera durante la que se ha desecho de la chaqueta y muestra una leve blusa de seda que desvela las formas del torso. Sí, la miraba en exceso—. Ah, ya; te metiste en una ratonera, ¿cómo es eso?

—Se estaba haciendo el duro, lo más probable es que, si no hacíamos nada, Candela estuviera sin trabajar unos días o unas semanas y tuviera que rogarle. Ya sabes cómo soy, le dije que hablásemos sin rodeos; «qué podemos hacer para resolverlo». No caí en la cuenta de lo que podía interpretar hasta que vi cómo me miró; porque tiene una mirada que te quita el aliento, Mario, no sé si te has fijado bien, tiene unos ojos negros y unas pestañas tupidas que atrapan.

—Qué me vas a contar, como si no supiera lo que es enfrentarte a unos ojos negros.

—Tonto. —y aletean los párpados, y los labios esbozan una leve sonrisa—. Dijo que pasase dentro, y con esa mirada clavada ni lo pensé.

Está serena, no veo vergüenza mientras confiesa que accedió a bajar el cuerpo del vestido hasta la cintura y decidió que no iba a dejar el sujetador ceñido por debajo de los pechos; «es humillante», dice, como si ceder al chantaje de un vulgar proxeneta no lo fuera. No espera ningún comentario y prosigue. Diego acaricia bien; muy bien, matiza. «Sabes que odio que me aprieten los pechos»; por lo visto este tipo lo hace de maravilla, aprieta lo justo, los recoge en la mano y juega con las barras estirando sin pasarse. «No veas cómo me tenía»

Nos interrumpe el móvil. Una mirada antes de contestar basta para que sepa quién llama a estas horas.

—Tomás, buenas noches …. No te preocupes …. No interrumpes, cuéntame …. Todo bien. Tu amigo, Costa, es muy agradable; me citó en una cafetería …. Bueno, no era cualquier cafetería …. Estuvimos charlando un buen rato, le entregué los documentos y eso fue todo …. Sí, ¿qué esperabas? …. Serás bobo … Dime.

He perdido el interés, mi atención se centra en esta mujer, hermosa como pocas, que ha dado un vuelco a su vida y ahora, además de ser esposa y una prestigiosa psicóloga, ejerce la prostitución y, como todo lo que se propone, lo hace rozando la perfección. Es una scort de lujo pero no le basta, necesita recorrer el camino que hacen mujeres como Candela que no lo tienen tan fácil y se lanza al barro con el mismo empuje que pone en todo lo que emprende. 

—Un beso, cariño, nos vemos el jueves, chao.

—Chao. ¿Desde cuándo? —preguntó burlón.

—No seas bobo, se me ha pegado de escuchárselo a las chicas. ¿Por dónde iba?

—Decías que ese tipo te pone. Lo entiendo, tiene esa pinta canalla que os gusta, lo he visto cuando sale de la barra y atiende a alguna pareja; las tías se derriten, tiene labia y sabe utilizar esos ojos negros.

—Ya te digo, me temblaron las piernas en cuanto empezó a dirigirse a mí.

—No te creo, con lo que tú eres.

—Pues créetelo. Si no, no hubiera hecho lo que hice.

—¿Y qué hiciste?

Inspira a fondo, se distrae con unos recién llegados que han ocupado una mesa cercana, parpadea y se arrima a menos de un palmo.

—Cuando se hartó de sobarme bien sobada, me ordenó que me arrodillara. «¿Sabes lo que tienes que hacer o te lo tengo que decir?». No hace falta, respondí y le hice una mamada que se tuvo que agarrar al sillón más cercano.

Tengo la sensación de que se ha escuchado por la megafonía, no logro contener una mirada alrededor; Carmen sonríe condescendiente y yo recupero la sensatez.

—Qué buena eres.

—Lo sé. 

—Bueno, y qué pasó.

—¿Estás bien?

—No, me estás poniendo malo.

Otra vez usa esa mirada con la que parece descubrir hasta mi último pensamiento.

—Todavía no sé qué te ha parecido que sustituyera a Candela con el putero.

—Ya te lo dije.

—Que tenías que asimilarlo, ¿te ha dado tiempo?

—Verás, no lo esperaba, cuando salimos del Penta y os marchasteis las dos solas pensé que os limitaríais a hablar. La propuesta que te hizo de ir al hotel fue una provocación que apoyé pensando que no serías capaz, no imaginas cómo pasé la noche.

—No me lo digas; preocupado, excitado, nervioso. En pocas palabras: como sueles esperarme cuando salgo.

—No te burles. Llegué a lamentar habértela presentado. 

—Ahora soy yo la que no te cree; además, ¿hubieras podido evitarlo?

—No, ya lo sé, te digo lo que se me ocurrió. Esto que has hecho es muy diferente a lo que tienes con Tomás.

—Eso ya lo sé.

—Es más peligroso.

—No soy una cría, conozco los riesgos. Sigue, todavía no sé qué te ha parecido.

—Una puta locura, no he dejado ni un momento de imaginarte haciéndolo. Me estoy matando a pajas, ¡parezco un quinceañero, por Dios!

Cómo me gusta hacerla reír, sus ojos destilan amor antes de volverse fuego.

—¿Eso quiere decir que he aprobado?

—Cum laude.

—Ven aquí.

Se abalanza, me rodea entre sus brazos y caigo rendido, sus besos tienen el poder de acabar con cualquier atisbo de resistencia, la tengo sobre mí, su cabello nos oculta, solo sus ojos, su sonrisa, lo demás desaparece salvo su aroma, el tacto de sus labios, la presión de su cuerpo; nada importa, ni el lugar, ni la gente que nos rodea, nada; me siento entregado a su abrazo, soy suyo, enteramente suyo, me posee.

…..

—¿Y ahora qué va a pasar? 

—¿A qué te refieres?

—A Tomás. Estás a otro nivel, has vivido una experiencia brutal. 

—¿Y? No te sigo.

—Tal vez te va a resultar insuficiente después de haber saboreado algo tan fuerte, puede que ahora lo que te ofrece te sepa a poco.

—No digas tonterías, ni se te ocurra pensarlo. —responde visiblemente afectada, le ha cambiado el semblante y me asusta que pudiera estar al borde de un arranque de ira como los que ya hemos vivido.

—Lo siento, lo siento.

—Eh, cariño, ¿qué pasa? —El enfado ha desaparecido y da paso a la dulzura movida por la sorpresa que le causa mi conmoción.

—No pretendía decir eso.

—Ya lo sé. Venga, no quiero verte así, he sido muy brusca, perdóname.

Sin duda he malinterpretado la reacción de Carmen y esta vez me equivoco; es ella, no es otra sino ella. Estoy demasiado sensibilizado por lo que he visto en otras ocasiones y el temor a que se repita me tiene en un estado de alerta permanente. Enseguida consigue que olvidemos el incidente; es hábil, me lleva otra cosa, algo ligero que acaba haciéndome reír. La quiero, Dios, cómo la quiero.

—No mires. A tu izquierda… ¡que no mires!  A tu izquierda está uno de los clientes que hice ayer.

—¡Que hiciste qué!

—Ha fingido que no me ha reconocido; qué situación más violenta.

—¿Quieres que nos vayamos?

—Claro que no. Venga, actúa con naturalidad. ¡No mires!

—¿Qué es lo que dices que hiciste ayer?

—Diego me propuso trabajar con Candela, dice que hacemos un tándem espectacular y como jugaba el Betis se iba a llenar; ni por asomo se me había pasado por la cabeza, pero ese hombre me pone muy cerda, Mario, no sé qué tiene.

Estoy en shock, jamás la he escuchado decir algo así de sí misma.

—¿Y lo hiciste? 

No responde, sus ojos negros adquieren profundidad de combate y con una sola mirada acaba conmigo.

—No sé, Carmen, te veo tan distinta…

—¿Tan distinta de quién, de la que era antes? ¿Por qué, porque hablo sin tapujos? Que va, soy la misma, cariño. ¿Crees que nuestros amigos me ven diferente? ¿ o los compañeros, o la familia? Ellos no saben nada de esto, para ellos soy la de siempre, solo tú y unos pocos conocen nuestra vida privada. Ay, si pudiéramos ver lo que ocultan los demás, qué sorpresas nos llevaríamos.

—Es cierto; de todas formas, ¿desde cuándo hablas de ti misma así? ¿Eres una cerda, lo eres?

—A veces, y me gusta mucho soltarme y ser algo más que… una golfa. ¿Piensas que eso me cambia tanto? Te equivocas, simplemente me dejo llevar, me libero de prejuicios y rompo barreras; ahora, sin embargo, soy tu mujer, no voy por ahí pregonando que soy una cerda; porque tampoco es cierto, ¿verdad? ¿Verdad? 

—No, no lo eres.

—Lo que ocurre es que algunos tíos me ponen… muy, muy cerda. —lo pronuncia marcando cada sílaba, la punta  de la lengua roza los incisivos y los labios quedan entreabiertos, el carmín brillando y yo dispuesto a lo que sea por esta mujer—. Además, ¿no fuiste tú el que se saltó todas las normas cuando te atreviste a entrar en aquella sauna gay? Por cierto, ¿has vuelto a hacerlo?

—Te lo hubiera dicho. 

El gesto de incredulidad con el que recibe mi respuesta escuece, pero la entiendo.

—¿Te disgusta? Que sea como soy.

Lo dice después de beber un sorbo con la vista puesta en la erección que amenaza con reventar los ya de por sí ajustados vaqueros.

—Me sorprende.

—Ya lo veo. No te apures, no pienso incorporar a mi lenguaje diario este tipo de expresiones, son solo para uso íntimo. La cuestión es que lo hice; acabó convenciéndome.

—No lo entiendo. ¿Quieres decir que pasaste la noche trabajando con Candela en la barra a riesgo de que pudieran reconocerte?

—¿Y quién iba a reconocerme?

—Cualquiera sabe. Mira lo que acaba de ocurrir, te has tropezado con un cliente. Pues esto es lo mismo; igual que pasé yo un día por la puerta del Penta pudo entrar anoche alguien de la junta, alguien que te haya visto en el congreso. 

—Tranquilízate, no es para tanto. —Me besa, derrocha sensualidad; si  lo que pretende es ahogar mis protestas tal vez lo consiga.

—Reconoce que ha sido arriesgado.

—Todo está siendo arriesgado en nuestra vida de un tiempo a esta parte, Mario.

—Más de lo que había previsto.

—No todo se puede prever; cuando fui al despacho de Diego no podía imaginar lo que iba a desencadenar.

—Porque te pone muy cerda, ¿no es eso?

Sonríe, se ha dado cuenta de lo que pasa: he descubierto el morbo que despierta llamarla cerda, por eso sonríe. Aún no soy capaz de decírselo a la cara pero así, de una forma velada como lo acabo de hacer me incendia. Por eso sonríe. No parece ella, tiene una expresión sucia que me excita y asusta a pares, mira de reojo al hombre que se la folló anoche, lo hace adrede para que yo la vea. Se la folló, Dios, se la folló.

—Ni te imaginas. El caso es que ahí estaba yo, esperando a que terminara de arreglar unos asuntos antes de que abrieran el pub.

—¿Se conformó con una mamada? Ya sé que son espectaculares, pero teniéndote medio en pelotas…

—¿Quieres saber si el tipo que te sirve copas cada noche se ha tirado a tu mujer? —Da una última calada y aplasta el cigarrillo—. Hizo algo más, le gusté tanto que estaba empeñado en saber quien coño soy; no le cuadro con Candela, dice que no encajamos, que no tenemos el mismo estilo ni los mismos gustos y como no respondí más que vaguedades me vació el bolso.

—¿Cómo se lo permitiste?

—Traté de impedirlo pero no pude. Sabe quien soy, dónde vivimos, dónde trabajo, lo sabe todo; te reconoció en una foto y se montó una historia sobre nosotros tres: Candela, tú y yo.

—¿Qué clase de historia? —Se encoge de hombros.

—Yo que sé, una paja mental.

—¿Una paja mental?¿Así es como hablas ahora?

—¿Qué pasa, te parezco demasiado vulgar?

—No, es que nunca has empleado ese tipo de expresiones.

—Pues vete acostumbrando porque puede que se me escapen alguna que otra vez, ¿o es que te avergüenzas?

—Al contrario, resultas muy sexy. 

Le gusta, se pega más, me acaricia el cuello con las uñas. Como lo haría una puta, pienso, y miro de reojo por si nos observan.

—¿Te pone cachondo que tu mujer hable como una arrabalera?

—Tampoco te pases, mi cuñada suelta cosas peores, ya la has oído.

—Pero tu cuñada no se ha pasado la noche follando en un hotelucho a veinte mil el polvo.

—Que sepamos.

—Que sepamos.

Rompemos a reír, nos arrimamos hasta que nuestras frentes se tocan, estamos a un aliento de un beso. Cómo la quiero.

—Sí, pero ahora me preocupa lo que está pasando.

—¿Y qué está pasando? —ronronea.

—Que el tío para el que has trabajado de puta lo sabe todo de ti, ¿te das cuenta de las consecuencias que puede tener?

—No te agobies, no va a pasar nada. —contesta recobrando la compostura.

—Te veo muy segura.

—Lo estoy, no te preocupes por él.

—Yo no lo tengo tan claro.

—Hablamos lo suficiente como para saber qué clase de persona es.

—¿Tanto te cundió?

—Tuvimos dos horas para nosotros hasta la apertura, dio para conocerle un poco; incluso se arrepintió de algo que hizo cuando estábamos en plena faena. Tiene buen fondo.

¿Cómo voy a mirar a Diego a la cara la próxima vez que pase por el Penta? No pienso cambiar mi actitud porque se haya tirado a mi mujer, estoy seguro de que sabrá guardar las formas; aunque para mí suponga un incentivo.

—¿Qué te hizo?

—Nada por lo que tengas que preocuparte.

—Dos horas dan para mucho.

Dos horas pueden ser la entrada a un universo. No lo entiendo, no hago nada especial y sin embargo la gente se abre conmigo; no tiene que ver con lo que aprendí en la facultad ni con mis años de práctica clínica, ha sido así desde siempre, la gente confía en mí. Diego no es la excepción, rompió la coraza con una facilidad pasmosa y mostró al niño hambriento de amor, muerto de miedo, la decepción de su padre; he visto al adolescente dispuesto a luchar por salir adelante. Demasiado dolor, demasiadas heridas. Envuelto en mis brazos, con la mirada perdida, sintiendo sus dedos jugar en mi piel se abrió sin reservas. 


«—No tenía que haberte dejado con Curro.

—¿Es una disculpa?

—Y una mierda, solo digo que no me gusta como os habéis mirado.

—No hemos dicho nada.

—No soy gilipollas. Qué pasó.

—Qué va a pasar, hizo lo que le pediste.

—¿Entonces qué es?

—No me cae bien, entra y sale de tu despacho como si fuera…

—Es mi hombre de confianza, ha venido a darme unas tarifas. Además, a ti eso ni te va ni te viene; no te metas en lo que no te importa.

—Has sido tú el que ha dicho…

—Ya sé lo que he dicho, cojones. Qué os ha pasado. ¡Joder, dilo ya!

No pienso decirle cómo me usó, lo mal que me hizo sentir. No voy a meter cizaña entre ellos, no.

Abandona bruscamente el sofá, va a la mesa y descuelga el teléfono. 

—Curro …. ¿Dónde está? …. Dile que venga.

—¿Qué vas a hacer? Déjalo, no merece la pena.

—¿Qué es lo que no merece la pena? ¡Mierda!»


—¿Qué pasó, qué te hizo?

—Ya te lo contaré.

—No, ahora.

—Estábamos… Me estaba follando sobre la mesa y Curro nos interrumpió por un asunto urgente, Diego le dijo que yo era la puta que se había colado la noche anterior y me estaba enseñando las normas.

—Qué cabrón.

—Qué cabrón, sí, qué cabrón. Tuvo que salir del despacho para atender a un proveedor y le pidió que me mantuviera calentita. Curro ocupó su lugar y, bueno, no se portó bien, fue bastante violento y muy desagradable; menos mal que no se me ocurrió oponerme y que Diego no se demoró.

—¿Te violó?

—No, Mario, no me violó, consentí, pero no era necesario que fuera tan agresivo y que me tratase como si fuera una mierda.

—Y Diego lo notó.

—Entró a darle unas listas de precios cuando estábamos charlando y se quedó mirándome mientras Diego les daba un vistazo; me molestó tanto que se dio cuenta. En fin, déjalo.


«Recorre el despacho enojado, puede que esté a punto de suceder algo grave por mi culpa. Me mira, le gusto y a mí me gusta cómo lo hace, a ráfagas cortas barriendo mi cuerpo; puedo sentirlo en la piel. Sigo desnuda, casi desnuda, en bragas y tacones. Curro no aparece y se impacienta; por fin se abre la puerta, entra y me pega un repaso que a Diego le termina de cabrear.

—Benito sigue aquí, está con Candela.

—¿A ti no te han enseñado a llamar a la puerta?

—Joder, qué te pasa.

—Ni joder ni hostias, es la tercera vez que entras en mi despacho sin pedir permiso, no tienes ni puta idea de lo que me jode, a ver si te vas enterando.

—Coño, Diego. —dice tratando de calmar las aguas.

—Que si te has enterado.

—Tomo nota.

—Pues ya te puedes ir. Otra cosa; ¿dices que Benito está con Candela?

—Le he puesto una copa, la ha visto y están de palique. 

—Dile que pase, y que se traiga a la chica. Venga, desaparece.

—Me voy a vestir.

—Ni se te ocurra.

Recoge la ropa esparcida por el suelo y aprovecha para ponerse el bóxer, después enciende el equipo de música, vuelve a mi lado y me rodea con el brazo, está muy claro lo que pretende. Enseguida se abre la puerta y aparece Benito seguido de Candela, es un tipo bajo, rechoncho, de pelo rizado, negro y brillante con unas patillas a la altura del lóbulo de la oreja, a Candela se le congela la sonrisa al encontrarnos desnudos, Benito deja una frase a medias y exclama:  —Coño, qué bien te lo montas. Diego se levanta a recibirlos y le acompaño.—Qué tenemos aquí, la joya de la corona. Diego me sujeta del hombro para hacerme girar, me siento examinada igual que un pura sangre y no puedo controlar un potente estallido de placer. Mi culo es objeto de valoración, también las piernas, —Vaya patas, empiezas a mirar y no acabas nunca. Doy la vuelta impulsada por un toque seco y admiran la calidad del vientre y los pechos, para ellos soy un animal de lujo. Nos olvidan, durante un rato hablan de un vodka de importación, de precios y cantidades con nosotras, sus mascotas, cerca, a mano. Candela y yo nos miramos y esperamos. Sin darme cuenta la música de Manu Chao me mueve y el tenue balanceo de mis caderas no pasa desapercibido. Diego me manda preparar unas copas, las sirvo y entre risas dice que nosotras también tenemos derecho a beber, yo no quiero más alcohol y se lo digo al oído. —No te preocupes por eso. Ya supongo a qué se refiere, claudico y preparo dos copas para nosotras. Candela y yo bebemos a pequeños sorbos. Diego chasquea los dedos y acudo; le enciendo un cigarrillo, más tarde relleno los vasos, le traigo un cenicero. —¿Qué coño haces?, me dice Candela. Es cierto, parezco dispuesta a servirle sin que haya motivo. Por fin cierran el trato y se acuerdan de que existimos, Diego le dice a Candela que se ponga a tono conmigo, no acaba de entender qué quiere, yo sí. —Que te despelotes, coño —aclara Benito y rompen a reír. Candela ríe también y se desnuda, ellos vuelven a enfrascarse en la conversación. —Sigue bailando, niña, no pares. Lo hago pero no es lo mismo, me siento cohibida; Diego le hace un gesto a Candela y se apresura a unirse al ritmo de Tina Turner. 

—Vaya par de go gos, podías montar una pista y hacerlas bailar, te forrabas. —Suelta una carcajada—. Y tú también te ibas a forrar. Menuda jaca, ¿de dónde la has sacado?

Jaca. Saco pecho, miro de reojo a Candela y creo advertir un brote de celos. ¿He sonreído? Jaca. La vanidad brota sin pudor. Diego me mira burlón. 

—¿Has oído? Te ibas a forrar bailando en pelotas, ¿qué te parece? 

Que qué me parece? Chrissie Hynde canta Don’t get me wrong, no me malinterpretes. Eso es lo que me parece, que se cree que me conoce y no tiene ni puta idea.

—No sé por qué te has empeñado en que le hago ascos al dinero. 

—¿Lo ves? Te lo he dicho, tendrías un número cojonudo, tío. 

Diego no escucha, está intentando entenderme. De repente se le hace la luz. 

—¿Te acuerdas de la mujer de Mauro?

—Joder, no me voy a acordar, vaya mierda.

—Lo tenía todo.

—Sí, estaba forrado el cabrón.

Bailo, mis brazos van por libre, se elevan como guirnaldas movidas por el aire.

—Vivía de puta madre, sin embargo…

—La jodió bien jodida, ¿a qué viene acordarte de Estrella ahora?

—Le dio por robar, maldita la falta que le hacía; Mauro no se enteró hasta que la pillaron en El Corte Inglés, qué mal lo pasó el pobre; lo convenció de que había sido una tontería y lo olvidaron, hasta que le llamaron de comisaria, la habían cogido en la joyería de la que eran clientes de toda la vida. No era la primera vez pero en esta ocasión la pieza superaba el cuarto de millón, la pararon en la puerta y armó un escándalo 

Giro, Candela vuela a mi alrededor, hay algo sensual en el ambiente.

—Que trago, se enteró todo el mundo. 

—Estuvo con psicólogos y parecía ir bien hasta que la detuvieron de nuevo. Le dijo a Mauro que no podía evitarlo, la emoción que le provocaba robar, aunque fuera una simple colonia, era lo más fuerte que había sentido nunca, más que el sexo. 

—No lo sabía. Mauro no ha levantado cabeza desde que se separaron.

—Pues aquí la tienes; esta es como Estrella.

—No me jodas.

No quiero que siga hablando.

—Cállate, Diego.

—Lo tiene todo, créeme, casa, marido, un título universitario, pasta para aburrir y aquí está, haciendo mamadas y follando por un dinero que no necesita, ¿sabes por qué?

—¡Que te calles!

—Porque ser puta le da un subidón de la hostia. ¿Como lo ves?

—Ya te vale. —escuche decir a Candela.

—Tú cierra la boca, que bien que te follas a su marido, por cuánto, ¿veinte mil?

No he sentido llegar a Benito hasta que noto su aliento en el cuello y me enlaza por el vientre.

—¿Es eso verdad, eres toda una señora y lo que te moja las bragas es ponerte en la barra con esta y sacarte un buen dinerito chupando pollas? 

Me besa en la oreja, no quiero pero no hago nada por evitarlo, sigue diciéndome cosas sucias; que si soy una zorra, que si no tengo vergüenza; habla del cornudo de mi marido, me soba las tetas y consigue arrancarme los primeros suspiros. Sí —le desafío—, me gusta follar por dinero, ¿qué pasa? Te ha salido respondona, le dice. Diego me echa una ojeada de arriba abajo y le contesta con sorna que ya se encargará de bajarme los humos; de sobra sabe que no estaré para darle la oportunidad de corregirme. No sé cuándo ni cómo me ha dado la vuelta, me muerde el cuello y no paro de quejarme; tiene una mano metida dentro de la braga apretándome el culo luchando por encontrar el agujerito. ¿Dónde tienes el agujerito?, repite; le ayudo con un quiebro de cintura. ¿Es que tu marido no te basta?, menuda golfa estás hecha, morena. ¿Te parece mal?, le digo al oído; hurga dentro con un dedo y tengo que sujetarme al cuello para ponérselo fácil. Por mí como si te follas a toda la plantilla del Betis. Siempre que paguen…, le suelto a la cara y se echan a reír.

—Y tú, jodío, sacando tajada a dos bandas, del marido de esta por lo que le cobras a Candela cada vez que se lo tira y ahora vas y metes a la zorrita en plantilla. Qué cabrón, siempre se te han dado bien los negocios.

Me suelta y apura la copa; necesito un respiro, miro a Candela y encuentro una aliada, se acerca a Benito y aprovecho para tomar distancia. —No, dice y extiende la mano; vacilo un segundo, Candela acude a un gesto de Diego y yo vuelvo sobre mis pasos; se pega a mi espalda, me muerde el cuello, sabe que es mi punto flaco. Nos balanceamos, con una mano palpa cada músculo de mi vientre, con la otra envuelve un pecho, lo amasa, juega con la barra que atraviesa el pezon. Y así, pegados, nos movemos al compás de Amaral. Vamos, mi niño, a perder la cabeza, como si fuera nuestro último día en la tierra. Me acaricia por todas partes, me besa la garganta, la oreja; apoyo mi cabeza en la suya, no puedo más. —Un par de go gos —murmura Diego—, no fastidies, esto no es un puticlub. Candela se pone mimosa, lo besa y se enganchan, hemos cambiado de pareja pero no presto atención, solo sé que esto va mucho más rápido de lo que esperaba. Bailamos. Muero de placer. Diego le habla maravillas de mis mamadas.

—¿Seguro que eres tan buena? 

—No hay otra como yo.

—Eso habrá que verlo. 

—Venga, chicas, a qué estáis esperando. —Es Diego el que, con un par de palmadas, pone a sus putas a trabajar. Nos arrodillamos. Cazamos al vuelo un par de condones. 

…..

—Da gusto hacer negocios contigo.

—Quédate, abrimos dentro de poco, corre por cuenta de la casa.

Nos señala con el brazo extendido. Benito nos come con los ojos, sigo buscando el sujetador y le devuelvo la mirada sin inmutarme. Le he convencido, soy la mejor y dudo mucho de que después de la oferta que le acaba de hacer mi jefe sea capaz de irse sin terminar de probarme a fondo.

—Hostias, si se entera mi mujer me corta los huevos.

—Tú te lo pierdes, no sabes cómo folla esta tía.

Diego lo despide en la puerta y regresa a nuestro lado. Está contento, me observa mientras recoge los vasos. Estoy mareada, he bebido más de lo que acostumbro y la mamada me ha revuelto el estómago.

—Vete al servicio y vomita.

—No, no puedo.

—Que vomites, te metes los dedos y echas la pota. Vamos, ve con ella.

No estoy tan mal como para vomitar pero no quiero enfadarle, Candela viene conmigo. Nos miran al pasar, no es extraño, camino insegura sujeta a su brazo y a ella se le nota la sombra oscura de los pezones bajo el vestido de punto que se ha puesto de cualquier manera para acompañarme. En el aseo fuerzo el vómito pero solo consigo una arcada. Le hago caso y me meto dos dedos en la garganta, al segundo intento arrojo todo el alcohol que he ingerido, no sé si ha sido buena idea porque estoy peor de lo que estaba, me enjuago la boca y volvemos. Diego está de espaldas en el escritorio, al cabo de un rato nos llama.

—Venid.

Sobre la mesa ha dispuesto unas rayas blancas perfectamente alineadas. Acerté.

—A ver, Carmen, lo vas a necesitar.—¿Pensará que me asusta?

—Lo sé. —Sin dudarlo aspiro la primera y enfilo la segunda. Como nueva.

—No paras de sorprenderme. Esta noche vais a trabajar las dos, ahora hablo con Marta y que se marche a casa. Ya sabéis lo que dice el refrán, dos es compañía, tres es puticlub.

Ríe a carcajadas su propio chiste y nosotras se lo reímos sin ganas; prepara otras rayas, Candela me guiña un ojo; leo en sus labios: «te lo dije». Diego se vuelve y nos ofrece la coca, Candela se adelanta y se las mete antes que yo.

—Si necesitáis más, me lo decís.»


—Y necesitaste más.

—La noche fue larga, Mario, no hubiéramos aguantado de otra manera. No te preocupes, sabes que no abuso.

—Y antes de empezar me llamaste.

—Te llamé.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque necesito mi espacio, no puedes estar presente todo el tiempo, cielo, tengo que sentir que soy yo además de nosotros.

—Tienes razón. A veces temo que el deseo que siento por ti se vuelva asfixiante.

—Si llega a pasar te lo diré antes de que sea tarde.

—No quiero agobiarte pero no sé bien dónde está el límite.

—Entre los dos lo encontraremos, lo importante es que a ambos nos preocupa. Mira; no, no mires: se van.

—Estará incómodo.

—Está nervioso. Ella debe de ser su mujer.

—O su novia.

—No, su mujer, seguro; él es mayor que tú y ella le saca unos años.

—Menudo papelón.

—¿Encontrarse en público con la puta que te has tirado? sí, qué faena.

Es tremenda, siempre sabe cómo provocarme.

—¿Estuvo bien?

—Ni me acuerdo.

—¿Seguimos en otro lugar? 

—Mi hotel está cerca; además, no has estado. ¿Te apetece que vayamos?

—Van a pensar que no paras de llevar tíos a tu habitación.

—Solo he llevado a David, y a quién le importa eso; a ti no, desde luego.

—Mientras me lo cuentes…

Tomamos un taxi, hacemos el viaje en un denso silencio, nada hay que decir, tenemos una conversación en suspenso, cualquier otra está de más. Cruzamos las calles admirando la noche iluminada, tratando de asimilar todo lo que he escuchado de boca de mi mujer, la puta de mi mujer, la persona que quiero tener a mi lado el resto de mi vida.

Atravesamos el hall del hotel con la sensación de ser el amante y no el marido. Le gusta, no puede remediarlo, le excita sentir la mirada del personal de recepción, mitad censura mitad deseo. Cuando desaparezcamos en el ascensor se pondrán a comentar; quien la haya visto subir a David se lo dirá a los demás; ¿la calificarán de furcia? Quien sabe, tal vez alguien la defienda, tiene derecho a hacer de su vida lo que le plazca, como por ejemplo disfrutar por ser la comidilla de unos empleados de hotel aburridos. 

Llegamos a la habitación, mantenemos las formas aunque preferiría perderlas, comerle la boca, desnudarla sin miramientos y tenderla en la cama; pero no hemos venido a eso, aún no. 

Se descalza y va a por el bolso, enciende un cigarrillo y vuelve. 

—Voy a cambiarme, ¿quieres quitarte esa ropa y ponerte cómodo?

La idea es buena aunque prefiero esperar a ver qué entiende por cambiarse. Abro el minibar en busca de cualquier cosa.

—¿Qué quieres? Voy a tomar una coca con Tanqueray, no hay nada que merezca la pena.

—Qué exigente eres. Lo mismo pero con tónica.

Para cuando termino Carmen ya se ha cambiado, un pantaloncito de pijama muy ligero, azul celeste y pernera ancha; lo conozco, le sienta genial, después de ajustárselo a la cintura hace lo propio con la blusa de dormir, una prenda delicada de tirantes con amplia sisa que me vuelve loco.

—¿Qué, te vas a quedar así?

Me deshago de la ropa, no puedo evitar el grueso bulto que deforma la única prenda que conservo y la mirada evaluativa que lanza no hace sino echar más combustible al fuego. Toma asiento en la cama con una pierna recogida, yo ocupo la única silla e intento adoptar una postura que minimice la escandalosa erección que porto. Fuma y le sonríen los ojos, será canalla.

—Es un chulo, sabe que tiene la sartén por el mango y abusa de ellas, de las dos; les hace ir cuando le da la gana y cuando quiere las manda a casa, les cobra todo, las copas, la coca, por cada servicio, todo; tiene un carácter fuerte que raya en lo violento.

—¿Te hizo algo? 

—No, pero podría haberlo hecho, la forma en que peleamos por el bolso estuvo a un tris de llegar a más; no me mires así, no pasó nada, me empujó para quitarme de en medio y cuando vio que no me amilanaba cambio de estrategia, siguió apartándome con energía pero si me derrotó fue por esa forma que tiene de besar y de comportarse.

—¿Qué pasó?

—Me doblegó, tiene tanto carácter, tanta personalidad… me cogió por la cintura con una sola mano y me besó lanzándome hacia atrás, creí que no podría sostenerme y no tuve otra que aferrarme a él, y ahí perdí la partida. Colgada de su cuello, dejándome besar me sometió, hizo lo que quiso conmigo, notó que me había rendido y registró el bolso sin que yo opusiera resistencia.

—No me lo puedo creer.

—Créetelo. Me dejó tirada, sin aliento, sin fuerzas; le veía sacar mis documentos de la cartera uno a uno, le veía desvelar mi identidad y era incapaz de hacer nada. 

—Pero por qué.

—No lo puedes entender, estaba totalmente entregada.

—¿Te… intimidó? ¿Te agredió?

—¿Lo ves?, no lo entiendes. No se trata de eso aunque estoy convencida de que, llegado el caso, puede ser violento, y es precisamente ese riesgo lo que me excita más.

—Qué dices.

—¿Te extraña? ¿a ti que te encanta rozar los límites, que corres a ciento ochenta, que te excita derrapar en carreteras de montaña? No me vengas con escrúpulos ahora.

—No es lo mismo.

—¿Seguro? Te diré lo que siento con Diego: un ahogo que me impide respirar con normalidad, taquicardia, una tensión cercana al miedo sin llegar a serlo, una descarga de adrenalina que me incita a parar y que sin embargo me hace seguir adelante a pesar del riesgo que corro. ¿Es o no es lo mismo?

Es lo mismo. Cómo no voy a entenderla, es lo mismo.

—Diego lo vio, era evidente, me tenía subyugada. Sabes que no me gusta el whisky, sin embargo me ofreció uno, con dos hielos, bien cargado y ni se me ocurrió rechazarlo; él lo bebió de un trago y qué te crees que hice yo, apurarlo de una vez. Después sucedió una cosa que jamás me había pasado: se rascó ahí abajo y acabó manoseándose la polla, un gesto vulgar que siempre me ha desagradado; esta vez quedé hechizada mirando como se tocaba, no sé qué emoción despertó que no podía apartar la vista de esa mano sobando la polla. Se dio cuenta, vino, me la puso en la cara y… Dios, Dios, fueron unos minutos deliciosos restregándomela, mojándome las mejillas, jugando con ella, olfateándola, persiguiéndola porque el muy cabrito la retiraba y yo tenía que rogarle que me la devolviera. Se puso como loco, me aprisionó la cabeza con las dos manos y me folló la boca, estaba frenético, me usó para descargar como podría haberse hecho una paja; un poco más y me atraganto.

Hace una pausa para beber y me mira, yo también tengo la boca seca pero no quiero hacer nada que le haga perder el hilo. Bebe y me mira tratando de saber qué pienso, qué siento. Tengo preguntas, ya habrá tiempo. Baja los ojos, sus ojos negros me delatan: ¿cuánto llevo tocándome?

—Mastúrbate, me apetece verte.

—¿Te apetece?

—Tienes una manera peculiar de hacerlo, la mayoría de los hombres lo hacen de una forma vulgar, tú no, tú lo haces como si manejases un instrumento de precisión, o un Stradivarius. Lo digo en serio, me encanta ver cómo te la meneas; anda, dame ese gusto y te sigo contando. Además, lo estás deseando.

Tiene razón, estoy que exploto. Con un rápido gesto me libero del bóxer, respiro hondo y la empuño. —Pero qué bueno estás, me piropea. Tú sí que estás buena, pienso, pero me muerdo la lengua. Me excita mostrarme desnudo ante mi mujer con la verga en la mano. No es solo por la desnudez; exhibo mi condición de consentidor que escucha el debut de su esposa como puta de un chulo. Meneo despacio mi virilidad, siento el calor que irradia, percibo la tensión del miembro, la dureza, la suavidad de la piel que se desliza con mi mano. Miro a la que alguna vez fue una mujer decente y le pido que continúe.

—Después de que me follara la boca, imagínate, estaba hecha un desastre, saqué el espejo del bolso y…

—¿Desde cuándo llevas un espejo en el bolso?

Calla. Siento que he invadido una zona privada a la que no he sido invitado.

—Un completo desastre: el rímel haciendo churretes, el carmín corrido y la cara pringada de babilla; una cerda, dijo él. Nunca me habían llamado cerda y la impresión fue la de recibir una bofetada de placer descomunal; también fue un baño de realidad, estaba portándome como una auténtica cerda y no sentía ningún reparo, al contrario.

—Así que ha sido tu chulo el que te ha llamado cerda, ya me extrañaba oírtelo decir. 

—Das por descontado que Diego es mi chulo, no lo había pensado; tú, como siempre, vas un paso o dos por delante. Puede que tengas razón, siempre has tenido buena intuición para estas cosas, me hiciste ver que disfrutaría acostándome con otros además de contigo y acertaste y lo mismo pasó con tu empeño en que me gustaría hacerlo a cambio de dinero, también tuviste razón; el morbo de cobrar por tener sexo es casi tan fuerte como el sexo mismo. ¿Qué va a ser lo próximo, vas a venderme a un jeque árabe?

—Qué cosas dices.

—No, si no me importa, lo que quiero es saber con antelación qué te propones. Tal vez esa idea no sea tan descabellada; si no con un jeque no me extrañaría que cualquier día asumas el papel de proxeneta y me consigas clientes, ¿por qué seguir tolerando que otros se beneficien de tu mejor creación? 

—¿Has terminado?

—He terminado; aunque por el efecto que te he causado parece que no ando desencaminada, nunca lo hubiera imaginado. Para, no consiento que te corras antes de tiempo. Por dónde iba, ah, sí; tenía la cara hecha una pena y me arreglé como pude a base de kleenex, toallitas y maquillaje; Diego insistía en saber mi historia y le conté una versión reducida: nuestro primer viaje a Sevilla, la fantasía de hacernos pasar por amantes, el rollo con un desconocido, cosas así.

—¿Qué cosas? Cuenta.

—Ve más despacio, ¿no me has oído? Cosas: Tu obsesión por imaginarme de puta, tu afán por hacerme follar con otros, esas cosas. Después me arrastró hasta el escritorio; no puedes ni imaginar lo que supone estar tendida sobre la madera con la cara aplastada por una mano que te sujeta con firmeza para que no te muevas; se aseguró de que no ofrecía resistencia y me soltó, no hice ni el más mínimo intento de levantarme, esperé quieta a que se preparara, sabía que me estaba mirando y sabía el espectáculo que le brindaba tumbada sobre la mesa ofreciéndole el culo. En ese momento lo supe, tuve la intuición de que voy bien encaminada.

—¿Por qué, qué te hizo pensar que vas bien?

—Déjame seguir. Fue demasiado, la sensación de riesgo e indefensión me sobrepasó. «Adelante, hazlo ya». Se me escapó, te lo juro, no soportaba esperar más. Me agarró de las caderas y perdí todo el aire de los pulmones, por fin iba a empezar. Me la metió de un solo golpe y creí que iba a ahogarme; sujeta por la nuca para que no me moviera sabía que estaba en sus manos y que podía ocurrir cualquier cosa y, en vez de querer liberarme, el miedo me hacía sentir más placer del que nunca he sentido. Estaba pasando, otra vez estaba pasando, se parecía mucho a lo que sucedió en casa de Doménico pero había algo más, ¿qué era? Hasta que nos interrumpió Curro. Me ordenó que no me moviera mientras hablaban, no lo hice, quedé expuesta, avergonzada y caliente como una perra.

—Joder, Carmen.

—Para, no te corras. Caliente y muerta de vergüenza. Ya sabes lo que le dijo, que yo era la puta que se había colado la noche anterior y que me estaba enseñando las normas; se rieron y siguieron a lo suyo conmigo tirada en la mesa, abierta, esperando. Luego tuvo que salir un momento a atender a un proveedor.

—A Benito.

—A Benito, sí, y le dijo que me mantuviera caliente hasta que volviera. Se portó como un cerdo, pero no es la primera vez que me pasa; en estos casos lo mejor es no protestar y dejar hacer. Menos mal que Diego volvió enseguida.

—¿Y terminó lo que había empezado?

Meneo despacio la polla hinchada, la imagino tirada sobre una mesa de despacho y al puto barman montado encima follándola furiosamente mientras la estrangula con una mano. Me voy a correr, por mucho que trato de evitarlo los primeros espasmos anuncian la eyaculación inminente. Me voy a correr.

—¿Sabes por qué el pub se llama Penta?

—Ni idea. —Acepto el giro de guion y espero a que encienda un pitillo; me lo va a contar, tiene esa expresión ilusionada que la aniña.

—Resulta que cuando lo alquiló llevaba cerrado mucho tiempo, había sido un tugurio de hippies, se llamaba Pentangle, en honor a la banda folk de los setenta.

—La conozco, mi hermano tenía discos suyos.

—Al principio mantuvo el nombre, unos años más tarde reformó el local y lo acortó para quitarle el aire inglés.

—Y se quedó en Penta.

—Eso es. ¿Has visto el tatuaje que lleva Candela en los riñones, cerca del culo?

—Es un pentágono. Ya veo, nunca lo habría relacionado.

—Un pentágono con el vértice hacia abajo, casi rozando el canalillo. ¿Te has fijado lo que hay en su interior?

—Una filigrana, no lo sé.

—Son unas curvas contrapuestas, y en el medio un trazo que asemeja a una virgulilla invertida. No, no te has fijado; simboliza el sexo femenino. Tanto Candela como Marta llevan el mismo tatuaje; Diego dice que es la marca de la casa.

—Ahora que lo dices, el pentágono está por todas partes, forma parte de la decoración del local. ¿Y les ha obligado a tatuárselo? Creía que no dependían de él.

Carmen se levanta y comienza a desnudarse, no aparta los ojos ni un segundo y yo no puedo hacer otra cosa que no sea mirarla; acaba, se vuelve de espaldas y gira el cuello para encontrarme. No tardo en descubrirlo cerca del nacimiento de las nalgas: el pentágono invertido y en su interior las curvas cruzadas con la pequeña muesca en medio. 

No sé cómo he llegado; estoy de rodillas pegado al tatuaje que luce mi esposa.

—Cuando Benito se marchó, Diego insistió en que trabajase con Candela y salió a ver si había llegado Marta para decirle que se fuera; al volver…


«—Vaya par de tías más cojonudas que tengo, esta noche vais a batir un récord.

—No sé, Diego, no estoy segura.

Me agarra el brazo, pega un tirón y por poco no nos damos de bruces.

—¡Me haces daño!

—¿De qué no estás segura? Yo te he visto muy segura comiéndole la polla a Benito, estabas muy entregada, no me vengas ahora con gilipolleces. Te pones guapa, sales a sentarte en la barra a enseñar muslo y a pedir copas, ¿está claro? 

—Suéltame, a mí no me digas lo que tengo que hacer.

Me estalla el oído, la mejilla empieza a arder y antes de que pueda reaccionar suena un segundo estampido que me deja sorda; la cabeza vuela hacia el otro lado, todo se vuelve negro, Candela grita, siento que me sujetan por los hombros a tiempo porque estoy perdiendo el equilibrio.

—Escúchame bien: en tu casa serás una señora pero aquí has venido a follar, ¿me oyes?, a follar como la puta zorra que eres; estás deseando que te paguen por poner el culo así que no me vengas con hostias; vístete, arregla esa cara y haz lo que sabes hacer, ¿entendido? No te oigo.

—Sí.

—Sí, jefe. ¿Estás sorda?

—Sí, jefe.

—Eso está mejor, ahora sonríe, cualquiera diría que vas al matadero; así, eso es. Espera, aún falta un detalle.

Me suelta y vigila hasta que consigo mantenerme estable. Le veo volver a la mesa y marcar.

—Dile a Ramya que venga a mi despacho.

Regresa más sereno, me sobresalto cuando veo que acerca la mano, susurra para calmarme como si fuera un perro; no me muevo, soy incapaz de mirarle a los ojos, me hace una caricia donde aún arde el rescoldo de la última bofetada, enjuga alguna lágrima suelta y se enreda en mi cabello. Me emociona, en el fondo no es malo, solo hay que saber llevarlo.

—Mis chicas no pisan el Penta sin llevar la marca de la casa. —dice con voz profunda que me acelera el corazón.

—¡Diego! —protesta Candela.

—Cierra la boca. —Se acerca y le obliga a dar la vuelta, me señala un tatuaje en la parte baja de la espalda al que no había prestado atención, un pentágono invertido con unos óvalos enfrentados y un trazo oblicuo en medio. Sobre la base horizontal superior, unos pequeños caracteres, VII, el siete en números romanos.

—¿Entiendes lo que representa? No, qué coño vas a entender. Es el logo del Penta y en su interior el símbolo del sexo femenino: los labios mayores y el clítoris. —dice recorriendo el dibujo con el dedo—. ¿Lo ves? Todas mis chicas están marcadas y tú no vas a ser la excepción.

—No, ni lo sueñes, no me he hecho un solo tatuaje en mi vida ni me lo pienso hacer. —contesto con rotundidad—. ¡No me pegues! —le suplico encogida al ver la mano levantada a punto de descargar.

—No vuelvas a hablarme en ese tono o te muelo a hostias. Me conformo con que Ramya te lo haga con henna, no tenemos tiempo hoy para hacerlo como Dios manda.

—He dicho que no, nadie me marca como si fuera una res. —Cierro los ojos por instinto y me preparo para el castigo.

—Fuera, márchate. 

—Diego, por favor, no me hagas esto.

—Vístete o te echo de aquí en pelotas, no me toques más los huevos.

—¿Tan importante es un tatuaje? No me gustan, me parecen…

—Lo que te parezca me la suda, a mis chicas las marco yo porque sois mías, tú decides pero deprisita.

—No soy tu chica.

—Lo eres, lo que pasa es que aún no lo sabes, eres demasiado rebelde.

Llaman a la puerta, entra una mujer gruesa, baja, de tez oscura, indú o pakistaní; cierra y se queda esperando.

—Te vas o te quedas?

¿Cuánto puede durar un tatuaje hecho con henna, cuatro o cinco días?, ni idea, tampoco es tan grave; lo que tengo claro es que no voy a moverme de allí.

—Me quedo.

—La última que te paso. —me advierte—. Esta es Ramya, nuestra cocinera y además una artista —la cara de la pobre mujer se ilumina con una amplia sonrisa de dientes blanquísimos—, tendrías que ver las obras de arte que le ha hecho a las chicas en alguna fiesta temática, ¿no es cierto? —Candela sonríe y asiente—. ¿Tienes todo para hacer un pequeño trabajito ahora mismo?

Se ha mostrado encantada de servir al jefe, en cinco minutos vuelve con un estuche y lo despliega sobre la mesa. Diego hace que Candela se incline para mostrar el modelo que debe reproducir y a mí me coloca a su lado. Qué estampa, las dos postradas en el escritorio ofreciendo el trasero, ¿quién sería capaz de resistirse? 

El tiempo ha volado, Ramya ha trabajado en mi cuerpo con delicadeza dejando trazos que me excitaron lo mismo que si estuviera acariciándome, porque he tenido la certeza de estar viviendo un ritual de iniciación en el que yo era la protagonista. Al terminar Diego se acerca y observa el resultado minuciosamente.

—Ya eres una de mis chicas.

Esta vez no le he rebatido.»


Me cuesta reaccionar; es fantástico, el tatuaje le da un toque de erotismo sublime; es la marca del amo, el signo que la identifica como la número nueve en el establo de Diego. ¿Cómo se me ocurre pensar semejante aberración? Me escandalizo, protesto pero una parte de mí se recrea en la imagen que mi yo más profundo ha construido.

—Está casi intacto. 

—Sí, ¿verdad?

Vuelvo a pasar los dedos por encima; sí, está intacto. Gira hacia el espejo del armario en una preciosa contorsión que realza su figura, parece orgullosa de llevar la marca del chulo.

—¿Cómo le permitiste que te pegara? —Es la primera vez que la veo bajar la mirada.

—No tuvo importancia.

Sé que no debo insistir, hoy no.

—¿Te gustaría que fuera permanente?

Abre mucho los ojos, como si le hubiera leído el pensamiento.

—No, qué dices.

—Yo creo que sí.

—Pues te equivocas, sería absurdo, no le voy a volver a ver nunca más.

—Por eso mismo, nadie sabría lo que significa, salvo nosotros.

Se ha quedado pensando hasta que se da cuenta de que la observo.

—Estás loco.

—Yo estaré loco, pero tú te lo has pensado.

La sorpresa da paso a una media sonrisa.

—Eres un cabrón.

—Lo que tú digas; ya te estás viendo con el tatuaje, a que sí.

—No. No. —repite en medio de un brote de risa incontrolado—. No, ¿estás tonto? No, nunca. Sabes de sobra lo que opino de los tatuajes, jamás en la vida me vas a ver uno.

—Eso decías del piercing y mira; primero fue el ombligo, luego las tetas. Cualquier  día apareces con un aro ahí abajo.

—No es lo mismo. —zanja e ignora mi insinuación.

—No sé por qué.

—No me fastidies, el piercing me lo quito cuando quiera, pero un tatuaje es una marca para siempre. No, de ninguna manera.

—Ya veremos. Te queda precioso, un pequeño coñito encerrado en un pentágono.

—Una vulva. —corrige fingiendo seriedad.

—Un chocho, un conejito; es un adorno que nos recordará toda la vida la aventura que viviste esta semana.

—Te la recordará a ti porque yo no lo veo.

—Cómo que no. Te lo has estado mirando ahora mismo, además, te pones preciosa, empinas el culo, giras el torso, levantas los pechitos… Divina.

—Los pechitos, eres un amor.

Me abraza con tanto cariño que podría estar así, en sus brazos, sin necesitar nada más. Pero el caso es que lo necesito.

—Ven, ponte aquí sobre la cama.

—Quieres verlo, ¿eh? Ah, claro, de espaldas no distingues a cuál de las dos te vas a follar. Cómo te conozco.

…..

—Dame unas bragas; ahí, en el segundo cajón. ¿Qué buscas?

—¿Dónde tienes un bloc?

—¿Ahora? ¿para qué?

—Dime dónde.

—En el cajón de la mesilla de noche, ¿qué quieres hacer?

—Dibujar el tatuaje antes de que nos olvidemos de él.

—Qué tontería.

—Quiero conservar el modelo por si algún día cambias de idea.

—No voy a cambiar de idea, no me voy a tatuar, ya te lo he dicho.

—Date la vuelta.

—Qué pesado eres.

Pierdo la noción del tiempo admirando la imagen que ofrece tendida en la cama. Apoyada en los codos la onda sinuosa de la espalda desciende hasta los riñones y parece cobrar fuerza elevándose en los glúteos, el falso tatuaje le confiere una belleza extraordinaria por el significado que tiene: el símbolo de pertenencia, la hembra de Diego.

—¿Estás a lo que estás? 

—Es que me vuelves loco.

—Como si no me hubieras visto el culo nunca; venga, empiezas o me quito. —protesta. Comienzo a plasmar el tatuaje en el papel guardando fielmente las proporciones; no soy un gran dibujante pero me esmero para lograr una reproducción lo más exacta posible. Al acabar se lo muestro y lo examina un buen rato.

—Ha quedado perfecto.

—Así cuando vayamos al tatuador no habrá dudas.

—Te estás haciendo falsas ilusiones, no va a ocurrir.

—Ya veremos; dentro de un mes, cuando se haya borrado de tu piel hablaremos.

—Otra vez Karajan moviendo la batuta.

—No digas eso.

Me besa y salta de la cama, no sé si ha sido un reproche o una forma de evitar reconocer lo que ambos sabemos que puede suceder.

Tarda, ¿qué hace en el cuarto de baño? Pensar, sin duda. Regresa y dice:

—Quiero que quede clara una cosa: esto que ha pasado no va a repetirse, ha sido una experiencia única, increíble y con la que he aprendido mucho, pero no pienses que vas a volver a verme en una barra de bar. Guárdate el dibujo como recuerdo pero olvídate de verlo algún día en mi espalda.

—No puedes saber lo que pensarás dentro de un mes o de un año, amor; como dices, has vivido una experiencia brutal. ¿Te acuerdas de lo que sucedió después de volver de Sevilla hace un  año? Pensamos que era agua pasada y sin embargo…

—No sigas, por favor.

—Dejemos que el tiempo actúe; mírate, por favor, mírate otra vez.

Se acerca al espejo y efectúa la misma contorsión de antes, solo que esta vez se entretiene mirando el grabado que le adorna la grupa.

—¿Lo ves? Eres otra, te ves diferente y si lo pierdes perderás parte de lo que has crecido estos días.

Me mira y sé que he ganado.

—No sé, Mario, no insistas, quiero pensarlo.

—Con eso me vale. ¿Seguimos?

—¿No me vas a dejar descansar? Mira qué hora es.

—Ya descansarás en el avión.

Sonríe, tiene tantas ganas como yo de recrear lo que ha vivido.

—Cuando abrió el Penta ya estábamos en la barra, me sentía inquieta, no era lo mismo que charlar con Paco, sabía que ahora me enfrentaba a una prueba de fuego y no tuve otra que tomar a Candela de modelo, me dejé guiar, seguí su forma de moverse, sus gestos, sus maneras. Al principio no pasó nada de particular y eso me ayudó a ponerme a tono, pedimos unas copas, charlamos, sondeamos el ambiente; es una chica estupenda, se dio cuenta de que, a pesar de mi experiencia, aquello era nuevo para mí y me apoyó. Enseguida nos abordaron, me sorprendió que me quisieran a mí, siendo ella la habitual; no le molestó y se apartó. Seguí el protocolo, una consumición cara, charla, no hacer ascos al manoseo y esperar a ver si la cosa llevaba a más. 

—¿Y llevó?

—Se hizo esperar y me costó aguantar un sobeteo penoso pero llegó; aceptó la tarifa y salimos hacia el hotel, no el cutre al que fui con Paco, no, uno bastante más decente, a dos calles de allí.

—Lo conozco. ¿Y? ¿Qué tal? No sería con el tipo que nos hemos encontrado. 

—No, ese fue más tarde, no sé cuándo.

—¿Tantos fueron que no lo sabes?

—Me acosté con… no sé, he perdido la cuenta. ¿Qué quieres, que te detalle cada polvo?

—Si tú quieres...

—Es que me estás agobiando, ¿no te das cuenta? Déjame que vaya a mi ritmo.

—Perdona, ya me callo.

—Como te decía, lo que hice fue seguir a Candela, copiar su forma de desenvolverse ya que para mí esto es nuevo, pero enseguida me sentí cómoda y fui a mi aire aunque siempre con ella cerca porque seguía necesitándola. Hubo de todo, ya sabes el tipo de cliente que frecuenta el pub: gente como tú, solitarios en busca de compañía; grupos con ganas de correrse una juerga  —estos, más complicados de manejar, pero ahí tuve a Candela de apoyo—; casados que van a echar una cana al aire y después de un par de copas y mucho hablar se arrepienten, o no… No tuve ningún problema con nadie, era lo que más temía, encontrarme con algún bicho raro y no saber cómo reaccionar; ya me había dicho que en el hotel están preparados para solventar cualquier incidente. 

—Cuidó de ti.

—Como una hermana, es un cielo, nos entendemos, formamos buen equipo, incluso hicimos un servicio juntas, creo que no se esperaba que fuera tan activa.

—¿Ah, no?

—Se deshizo en mi boca, te aseguro que no fingía.

—Joder, Carmen; Candela es una prostituta, cómo se te ocurre hacer eso, ¿te das cuenta del riesgo que corres?

—Ya, bueno, pero me aseguró que…

—¿Que tiene cuidado?

—No sé, lo di por supuesto. Ahora que lo dices es cierto, no debería haberlo hecho.

—Tranquila, no creo que haya problema.

—En cuanto llegue a casa llamo a Ramiro. Lo siento.

—Ven. No quería asustarte.

—No estoy asustada, eres tú el que lo está. 

—Siempre he mantenido unos límites con ella por precaución, por nosotros.

—¿Sí? ¿por nosotros? 

—¿Qué haces, dónde vas?

—A por un condón, si vamos a follar será mejor que pongamos esos límites, al menos hasta que vea a Ramiro, lo haremos como lo haces con ella, como lo he estado haciendo este fin de semana; o eso o nada.

—Dámelo.

—No.

—Dámelo.

—No hagas eso.

—No me voy a poner un condón para hacerte el amor nunca, ¿me has oído?, nunca. Mi destino está unido al tuyo lo quieras o no, pase lo que pase. 

—Mario…

—Bésame.

—Mario…

—Ven aquí.

38 comentarios:

  1. MARIO
    Un gazapo que no es gazapo

    Una infidelidad no es infidelidad si hay acuerdo por ambas partes, lo mismo ocurre con los gazapos, no lo son si el autor los incluye en el texto con la intención de mejorar el relato. Este es el caso y os animo a descubrir el gazapo que anida en este capítulo y que, ni con el condensador de fluzo a tope de carga, podría haber sucedido en el momento de los hechos.

    Como siempre, enviad a diariodeunconsentidor@gmail.com vuestras teorías (y no las publiquéis para no destripar la solución al resto de lectores). Los acertantes recibirán como obsequio un adelanto de uno de los próximos capítulos.

    ResponderEliminar
  2. Mejorar el relato, o complicarnos la vida vuscandolo jajaja.

    Un abrazo muy fuerte para Carmen y para ti.

    ResponderEliminar
  3. Me a resultado irónico leer los reproches de Carmen sobre ocultar cosas hacia Mario.

    Ella es la primera que le oculta cosas a Mario, el personaje de Diego me a sacado totalmente del relato, me a parecido muy repulsivo, no entiendo como a Carmen le puede encender una persona así.

    Por el capítulo anterior sabemos que la vida secreta de Carmen queda al descubierto, me gustaría saber como se sintió ella, como afecto ese hecho al matrimonio y que sintieron los dos con la pérdida de Tomás.

    Sabemos que termino siendo importante para Mario también.

    Mario, Carmen un abrazo muy fuerte.

    ResponderEliminar
  4. Muy bueno como siempre.
    Es curioso como la misma Carmen, que tiene atemorizado a Mario con sus cambios de humor, después se deje dar dos bofetadas y no se vaya.
    También deseo, que la comparación que hacen de ella y la ladrona, le sirva para ir controlandose un poco.
    Como siempre gracias por el relato.

    ResponderEliminar
  5. creo que ya lo tengo, ya me dirás si he dado en el clavo

    ResponderEliminar
  6. hola a todos. tengo mucho atrasado por leer, los examenes y las practicas me han tenido missing pero no pude dejar de leer el anterio capitulo. BRUTAL. No tengo otra palabra para describirlo. Y este aún o he podido leerlo pero no quería dejar pasar más tiempo sin dar señales de vida.

    Besos y achuchocnes como dice Mario.
    Lucía, la que lee.

    ResponderEliminar
  7. Mario, ignora a dosoctavas, es demasiado rápido, jajaja, es broma.

    ResponderEliminar
  8. Hola Mario, seguidores y contertulios.
    Quería preguntarte, ya que aun no he leido los capítulos 163 y 164 ,en que orden debo leerlos ya que los publicaste extraña aunque argumentadamente al revés (164 y luego 163).
    Gracias y como siempre enhorabuena por el mejor relato erótico que he leido nunca.
    Wiru

    ResponderEliminar
  9. A estas alturas, después de tantos capítulos y de tantos comentarios, ¿qué más se puede decir? Pues lo de todos los días, que es una historia que impacta, que provoca sensaciones y sentimientos ocultos que siempre han formado parte de los sueños y de las fantasías de cada uno pero que gracias a Carmen y a ti, se hacen realidad.

    Acabo de terminar su lectura y he tenido la angustiosa necesidad de cerrar los ojos, relajarme y dejar de empatizar con los personajes, y a la velocidad de la luz ver pasar por mi mente todas las imágenes que he recreado al leerte, me he sentido Carmen, como tantas veces, pero quizá en este momento con mayor intensidad, he hecho de este capítulo, el mío.

    A veces me he sentido algo perdida en los diálogos pero igual es que la complejidad de vuestra vida me supera, no estoy a la altura.

    Un besazo enorme, enorme para ti y para Carmen.

    ResponderEliminar
  10. Hola
    ¿Nadie me responde a la pregunta de en que orden leer los capítulos 163 y 164? . Como sabeis se publicó primero el 164
    Gracias.

    WIru

    ResponderEliminar
  11. MARIO
    Disculpa, Wiru. Mi consejo es que releas el final del 162 y continúes con el 163. El 164 se sale del orden cronológico y lo puedes leer a continuación.

    ResponderEliminar
  12. MARIO

    Hace unos días, respondiendo a Gato60 en TR sobre una supuesta discrepancia de fechas que había detectado, terminaba diciendo: “No es importante, lo importante, desde mi punto de vista, es si la historia, el relato y los personajes interesan. Si es así, te animo a que sigas leyendo el diario, en caso contrario, abandona; hay algún que otro autor que merece la pena».

    Y al acabar, me ponía en el papel de lector y me costaba mucho encontrar a ese autor que trataba de recomendarle. No me entendáis mal, los que me conocéis un poco sabéis de qué hablo. Echaba en falta un Gines Linares, un Holandés errante…., esos que poco a poco han ido abandonando TR y han dejado un vacío de calidad difícilmente reemplazable.

    Todo esto viene a que, de vez en cuando os recomiendo alguna lectura que aparece en TR y que, desde mi punto de vista, merece la pena. Es el caso de Juan, un autor que no conocía y hoy publica «Un fugitivo entra en la casa de Cabo de Gata», El texto muestra las condiciones de un buen escritor: está bien escrito, la trama argumental es correcta y se desarrolla sin urgencias, el vocabulario es adecuado y la redacción casi impecable. Me he tomado el tiempo de leer la saga de «Javier y su madre» y confirma la impresión que me ha dado: Juan es un autor que merece la pena seguir.




    ResponderEliminar
  13. Gracias Mario por la respuesta.
    Los leeré en ese orden.
    Por cierto, quería preguntarte si Carmen, como esposa tuya y protagonista del diario podría intervenir en esta sección del blog contestando, comentando o disertando en persona con los distintos visitantes que lo visitan.
    ¿Que os parece la idea a todos? y me refiero, por supuesto a ella, a ti y a los contertulios.
    Gracias por tu magnifico relato y por tus respuestas y comentarios en esa zona del blog.
    Adoro "el Diario".

    Wiru.

    ResponderEliminar
  14. Gracias apasionado.
    A ver si convencemos a Carmen y Mario de que la intervención de ella en este blog sería muy interesante.
    ¡WOW!, conversar con ella, mi ídolo, y leer de primera mano sus opiniones, preguntas, respuestas, sensaciones y sentimientos y lo que ella desee relacionado con su apasionante vida y caracter.

    Gracias.
    Wiru
    A ver si entre todos conseguimos esa colaboración.

    ResponderEliminar
  15. Y tú Diva, qué opinas de la propuesta de Wiru. Hace mucho que no dices nada y esta es una ocasión increíble para que des la cara. Dicho sea con cariño.

    ResponderEliminar
  16. Para mi Carmen y Mario fueron muy valientes, yo ya os digo que yo ni hubiera hecho ese salto al vacío.

    Estoy seguro que Carmen nos puede ofrecer datos que enriquezcan mucho más este diario.

    Mario, Carmen un fuerte abrazo para los dos.

    ResponderEliminar
  17. Gracias a los que os estais sumando a mi iniciativa de proponer a Carmen si tiene a bien participar en este blog.
    Me encantaría escuchar de sus labios opiniones y sensaciones sobre el Diario.
    Saludos

    Wiru

    ResponderEliminar
  18. TORCO

    Hola gente, disculpen mi tardanza en sumamerme a la charla de café, pero con la llegada de la peque la cosa está complicada.

    Sobre la campaña de sumar a Carmen, a mime parece que el Diario siempre se escribió con la pluma de Mario y si mujer la primera que ve el resultado.

    Creo que Carmen prefiere la distancia y que todo siga en esos términos. Pero claro es una opinión más.

    Con respecto al capítulo, la montaña rusa sigue atractiva

    ResponderEliminar
  19. Hola Mario.
    Lo siento. He tenido que detenerme, por primera vez en todo el "Diario" desde el capítulo número uno, en la lectura de este número 163.
    No puedo continuar ahora mismo. Lo haré otro día pero hoy no.
    No me puedo enfrentar a la idea de que Carmen se tatue nada en su precioso sexo.
    Nunca me parecieron especialmente atractivos los tatuajes. Quizás alguno pequeño en una zona discretamente visible, pero ni aun así.
    Me parece demasiado hermoso el cuerpo humano, en concreto el de la mujer y más especialmente el de Carmen, como para marcarlo con algo que se queda para siempre como un mal recuerdo.
    Cada cual es libre, evidentemente, de hacer con su piel lo que quiera, pero es un acto que, al contrario que su pequeño piercing en los pezones u ombligo, que, como Carmen mismo dice, se trata de algo ponible y quitable y cuyo rastro es un simple agujerito como al que estamos tan acostumbrados en el lóbulo de la oreja de las chicas, no tiene vuelta atrás y no lo entiendo en alguien con la clase que tiene Carmen.
    No. No quiero leer más adelante que lo ha hecho por complacer a un chulo de discoteca. Ni siquiera me gustaría saberlo en el caso de que sea a ella a quien le excita sobremanera ese marcaje y esa pertenencia a un hombre. Prefiero mil veces el marcado en su culito que con el cinturón le dejó Javier, su primer cliente como puta, en aquella habitación.
    Ese, al final de cuentas, con los cuidados tuyos, terminó borrándose de su piel.

    Un saludo y otro para Carmen, mi ídolo.


    Wiru.

    ResponderEliminar
  20. MARIO
    Me disponía a dar por cerrado el concurso del gazapo, pero al ver que aparecía algún habitual que andaba desaparecido he decidido dar un breve periodo de gracia, unos días más. Animo, no es tan complicado.

    ResponderEliminar
  21. Yo al final no he participado, entre en trabajo y el curso de mecanizado, no he tenido tiempo para nada.

    ResponderEliminar
  22. Veo a una Carmen descarnada, a ver si me entendéis, quiero decir sin complejos, sin trabas, sin limitaciones. Mario la describe tan visualmente pronunciando cerda que la puedo ver, es tremendamente provocadora, pienso que se ha liberado al cien por cien, ha quemado las naves y va a por todas, no sé a donde la llevara esta exploración suicida que ha emprendido pero en algun sentido envidio la valentia que tiene. Es dueña absoluta de sí misma, incluso cuando se deja abofetear por mucho que os parezca raro.

    ¿Desde cuando lleva espejo en el bolso? Mario no lo sabe ni tiene por qué saberlo, es cosa suya, personal, intima, no todo tiene que compartirlo. cada vez la veo mas poderosa, (perdonadme pero no soporto la palabra empoderada, me enerva).

    En cuanto a la Carmen de 2022, me iba a callar pero ya que ha salido Torco diré lo que pienso. Dejadla en paz, si estuvieseis haciendo conmigo lo que estáis haciendo con ella me sentiría agobiada y harta. No es la primera vez y en este caso me dirijo a mi amigo Dosoctavas: vale ya, tío, vale ya.

    Abrazos y besos a todos.
    Lucía, la que lee.

    ResponderEliminar
  23. Los tatuajes son cosas muy personales, es decisión de cada uno y si Carmen hubiera decidido tatuarse, no creo que nadie tendría potestad para decirle nada.

    Entiendo lo que dices amigo Torco, pensándolo bien lo que dices de que Carmen prefiere estar en un segundo plano.

    Es extensible y comprensible, como bien dice Lucía, yo no sé lo que lleva mi novia En el bolso, además de que no es de mi incumbencia.

    ResponderEliminar
  24. Tampoco te pongas asi, lucia, cualquiera diria que hemos acosado a carmen, y por mi parte lo unico que le he dicho a Diva es que diga algo, que anda muy callada, pero ya me callo. En lo demas estoy de acuerdo contigo, como siempre, si es que eres una crack.

    ResponderEliminar
  25. Estoy de acuerdo con todo el comentario de Lucia, incluso con lo de la palabra empoderamiento.
    De todas formas, ¿por qué se da por hecho que Carmen no participa en los relatos o en los comentarios?
    En los relatos Mario no cuenta del todo el proceso de cocina y Carmen puede ser la chef que antes de publicar prueba y hace las rectificaciones de sal y especias.
    Y con los comentarios, es cierto que no hay nadie que se llame Carmen, pero sospechosamente Lucia la que lee, suele tener unos comentarios y sentimientos muy acertados.
    Hasta yo puedo ser Carmen y nadie , salvo la verdadera Carmen y yo sabemos la verdad, o solamente yo, quien lo sabe.
    Cuando quiera manifestarse que lo haga y mientras tanto nosotros disfrutemos de este regalo que nos hacen con cada relato y permitiendo que participar comentando su historia.
    Lucia perdona que te nombre directamente en el comentario, espero que no te moleste ya que no es mi intención.
    Un saludo a todos y buen fin de semana.
    Kiko o Carmen el que más os guste o queráis creer.

    ResponderEliminar
  26. Hola.
    Sigue en pie mi petición de que Carmen (o Kiko) participe en el blog con sus comentarios.
    Cuando lo propuse hace unos días me pareció buena idea, si ella y Mario asi lo consideran, y algunos lectores se sumaron a mi petición.

    Gracias y saludos a Carmen, Mario y a todos los seguidores y muy seguidores.

    Wiru

    ResponderEliminar
  27. MARIO:

    Dedicado a Wiru. Una de las canciones más hermosas de Peter Gabriel que está en mis listas de Spotify. Don’t give up. No te rindas.

    https://youtu.be/VjEq-r2agqc

    ResponderEliminar
  28. Y yo pregunto, ¿para qué queréis que participe si ya tenéis la voz y las ideas de Carmen en el diario?

    ResponderEliminar
  29. Porque tal vez nuestras ideas puedan estar equivocadas, o viéndolo desde otra perspectiva.

    Para mi todas las opiniones son importantes, me gustaría saber tu opinión Divagante.

    ResponderEliminar
  30. Hola a todos.
    Efectivamente Apasionado. Llevas toda la razón según lo veo yo en mi propuesta.
    Como si de una sesión de espiritismo se tratara.......Carmen si estás aquí, manifiéstate (por favor, claro).

    Saludos a Ella, Mario y a todos vosotros.
    Wiru.

    ResponderEliminar
  31. MARIO:
    Definitivamente cerrado el concurso, hay cinco acertantes que recibirán en breve un extracto del borrador (iba a decir manuscrito, que romántico) de uno de los próximos capítulos del diario. Gracias a todos, no muchos, por participar. Abrazos.

    ResponderEliminar
  32. Lo siento Mario curro más examenes, justo tuve tiempo de leerme el capítulo.

    ResponderEliminar
  33. Es hora de dar la solución al concurso del gazapo. Efectivamente, la canción «Moriría por vos» de Amaral no podía sonar en estas fechas del dos mil uno porque fue publicada un año más tarde, pero venía de perlas para esa escena y ¿por qué no darle un toque musical idóneo al relato si se hace a conciencia?

    Enhorabuena a los ganadores. No hay gazapo si se hace adrede, como no hay infidelidad si hay consenso.

    Abrazos, besos, achuchones,

    Mario.

    ResponderEliminar
  34. He recibido el premio por acertar el gazapo, gracias Mario. ¿cuando saldrá este capítulo aproximadamente porque me he quedado con ganas de saber más y como no quiero destripar la intriga sólo diré que el veraneo que les espera a Carmen y Mario va a ser mas que calentito.
    Eres un maestro en enlazar unos capítulos con otros, ¿les puedo decir a los compañeros que vuelvan leer el capitulo que se llama Vade retro? Carmen y Tomás se despiden hasta Septiembre pero ella le dice que cuando vuelva de Londres la llame porque no van a salir a ningun lado y Tomás le pregunta ¿y eso por qué? Ahi se acaba la escena como si faltase un trozo. Siempre me extrañó.

    ResponderEliminar
  35. Dosoctavas, alias el listillo de la clase. Te faltó tiempo para hacernos los deberes.
    En fin, a mí Carmen me sigue pareciendo "la puta ama" y ya os diré por qué, no voy a hacer como Dosoctavas. Ahora no hablo del regalazo que me ha mandado mario sino por el capítulo, ella sigue su camino a pesar de los golpes y las heridas que le va a provocar. que la está transformando está clarísimo, pero no en el sentido que quería Mario aunque a simple vista lo parezca.

    Gracias Mario.

    ResponderEliminar
  36. Si algo me ha enseñado la vida es que las cosas nunca salen como las has planeado, lo bueno es saber adaptarse y seguir adelante.

    Yo creo que mientras entre Mario y Carmen haya amor, dará igual los cambios que tengan, lo importante es que siempre estén el uno para la otra y viceversa.

    ResponderEliminar
  37. Rafa.
    Primero darte las gracias por la rapidez, cerrar el concurso y recibir el texto, lo dicho muchas gracias.
    Después comentar que, aunque no he comentado los capítulos anteriores, en este caso me siento en la obligación de compartir que el extracto que nos has enviado para mí ha sido muy esclarecedor de cómo trabajas, me gustan las referencias temporales a las entradas, muy sistemático, y las variaciones sobre el mismo texto. Le he echado dos primeros vistazos, ahora me lo empaparé en serio.
    Si vuelves a hacer un concurso estate seguro que volveré a participar y aunque me cueste como este varios intentos, con ayuda espero conseguirlo, aunque no sea mi tema favorito.
    Y sobre todo me has dejado con unas ganas inmensas de ver terminada la previa y cómo va a trascurrir el verano, espero que llegue pronto, ese capítulo va a enganchar al personal.
    Y publica rápido que se te va echando de menos.
    Abrazos a todos.

    ResponderEliminar